Dossier
Agricultura ecológica al sur de Brasil: de alternativa a contratendencia
Ecological Agriculture in Southern Brazil: From Alternative to Counter-Tendency
Agricultura Ecológica ao Sul do Brasil: de alternativa à contra-tendência
Agricultura ecológica al sur de Brasil: de alternativa a contratendencia
Iconos. Revista de Ciencias Sociales, núm. 54, 2016
Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales
Recepción: 01 Junio 2015
Aprobación: 01 Noviembre 2015
Resumen: Este artículo plantea una reflexión sobre los cambios sociotécnicos en la agricultura, entendidos como respuestas contratendenciales al desarrollo orientado por la modernización. A partir del caso emblemático del territorio Ipê-Antônio Prado en el extremo sur de Brasil, se confirma que la vinculación de distintos actores resulta en nuevas prácticas productivas, discursos, performances y múltiples procesos sociales que reposicionan modos locales de organización. Se identifica la emergencia de una expresión nativa de “agricultura ecológica” que se inicia bajo el signo de la agricultura alternativa, sin embargo, desencadena cursos de acción heterogéneos que configuran potenciales agendas de cambio para la producción de alimentos.
Palabras clave: agroecología, sostenibilidad, acción social, organización social, cambios sociotécnicos .
Abstract: This article presents some reflections about the socio-technical changes in agriculture understood as counter-movements to development strategies based on modernization. By examining the emblematic case of Ipê-Antônio Prado in the far south of Brazil, this study confirms that through the collaboration of various actors new productive practices, discourses, performances and multiple social processes emerge that reposition local forms of organization. The study identifies the emergence of an endogenous expression of ‘ecological agriculture’ that was initiated within the broader framework of alternative agriculture. However this shift has triggered heterogeneous courses of action in the region that have configured new processes of change for agricultural production.
Keywords: agro-ecology, sustainability, social action, social organization, socio-technical change.
Resumo: O artigo propõe uma reflexão sobre mudanças sociotécnicas na agricultura, entendidas como respostas contra-tendentes ao desenvolvimento orientado pela modernização. A partir do caso emblemático do território Ipê-Antônio Prado no extremo sul do Brasil, demonstra-se que o engajamento de distintos atores resulta em novas práticas produtivas, discursos, performances e múltiplos processos sociais, que reposicionam modos locais de organização. Identifica-se a emergência de uma expressão nativa de ‘agricultura ecológica’, que inicia sob o signo da agricultura alternativa, todavia, deflagra heterogêneos cursos de ação que configuram potenciais agendas de mudança para a produção de alimentos.
Palavras-chave: agroecologia, sustentabilidade, ação social, organização social, mudança sociotécnica.
El presente artículo aborda fundamentalmente los cambios sociotécnicos en la agricultura, entendidos como respuestas contratendenciales al desarrollo orientado por la modernización. Se plantea una reflexión sobre transformaciones en un territorio en el extremo sur de Brasil, señalando específicamente la vinculación de distintos actores en la construcción de un proyecto heterogéneo que se inicia bajo el signo y discurso de la agricultura alternativa y posibilita la emergencia de nuevas prácticas, discursos, performances e instituciones para un reposicionamiento de modos locales de organización en forma de una “agricultura ecológica”.
Según Almeida (1998), la idea de desarrollo surge como un campo específico de estudio a partir de 1945, cuando los países occidentales comenzaron a preocuparse por el futuro de los territorios coloniales y los países recientemente independizados. Según Navarro (2001), desde la posguerra hacia el final de la década de 1970, la posibilidad del desarrollo como proyecto futuro alimentó esperanzas y estimuló iniciativas diversas en todas las sociedades. Estas iniciativas fueron sustentadas en teorías desarrollistas que, de forma general, se inspiraban en las sociedades occidentales al proponer modelos para el mundo como un todo (Navarro, 2001).
Escobar (2002) apunta el período entre los años 1950 y 1970 como aquel en el cual la teoría de la modernización predominó como receta para el desarrollo. “A partir de un ideario modernizador, se juzgaban los países del tercer mundo. A fin de superar el subdesarrollo, los países del tercer mundo deberían convertirse en países del primer mundo, pues allá estaban los modelos” (Escobar 2002, 4). Este etnocentrismo condujo a la aplicación, en todo el mundo, de un modelo único de modernización que, a pesar de algunas particularidades, concebía la existencia de apenas dos tipos fundamentales de sociedad humana: la sociedad tradicional (estado inicial) y la sociedad moderna (punto de llegada). De esta forma, el cambio social se redujo a la transición de un estado tradicional a un estado moderno y la preocupación central de los teóricos fue la explicación de cómo ocurría la transición de un estado a otro.
En la agricultura brasileña, la noción de desarrollo y el contenido ideológico de la modernización encontraron un campo bastante favorable de aplicación que, sumado al predominio de un determinismo tecnológico neoclásico, influenció sobremanera el establecimiento de un estándar productivo moderno y desarrollista. Durante la década de 1950, se iniciaron las importaciones de máquinas y equipos para la producción agrícola. Más tarde, a partir de la década de 1960, debido a la importación de tecnologías inadecuadas a las condiciones brasileñas, la estrategia se alteró hacia la implementación de un conjunto de instrumentos de políticas públicas modernizadoras para la agricultura.[ 1 ] Desde el punto de vista del alcance de los objetivos (los cuales eran integrar la producción agrícola al crecimiento económico del período llamado “milagro brasileño” y profundizar las relaciones de la agricultura con la industria), hay autores que afirman que la política fue significativamente positiva. Sin embargo, su implementación sucedió de manera muy desigual y contribuyó a la profundización de problemas, históricamente arraigados, de concentración de tierras, desequilibrios regionales, exclusión social y deterioro ambiental; así, el proceso fue designado como “modernización conservadora” (Graziano da Silva 1996; Gonçalves Neto 1997). No tardaron las críticas a la insostenibilidad ambiental, que comenzó a ser percibida y asociada con el modelo agrícola que se consolidaba (Brandenburg 1996; Almeida 1999).
Pero no solo de denuncias se constituyen las reflexiones sobre la modernización. Las determinaciones universalizantes, sean económicas o sociotécnicas, provocaron el surgimiento de diversas respuestas, construidas prácticamente en varios niveles, desde actores individuales hasta esfuerzos político-institucionales colectivos (Arce y Long 2000), en general, propugnados de abajo hacia arriba. Es en esta perspectiva que se puede entender las primeras experiencias alternativas de producción de alimentos implementadas en Brasil. En el inicio de la década de 1980, se crearon grupos de agricultores y entidades no gubernamentales con el objetivo de rescatar, generar y difundir soluciones tecnológicas y organizativas compatibles con las necesidades de las poblaciones rurales desfavorecidas por la política modernizante (Schmitt 2001). A pesar de las diferencias y particularidades del gran número de experiencias alternativas brasileñas que se originaron durante este período, la tónica pareció ser la construcción de salidas viables y sostenibles que intentaban garantizar la reproducción social y material de familias rurales.
El énfasis de este trabajo está en la expresión local de la agricultura ecológica[ 2 ] que emergió en Ipê y Antônio Prado, en el Estado de Rio Grande do Sul, como producto de la capacidad de agencia de los actores frente a las tendencias del desarrollo, representadas, en gran parte, por los procesos asociados con la modernización de la agricultura. Todavía no se considera esta nueva propuesta sociotécnica solamente como expresión desde abajo, sino como reflejo de interfaces que involucraron diálogos entre ideas e ideales introducidos desde un contexto más amplio de movilización social y ambientalista en el inicio de la década de 1980.
La investigación que origina las reflexiones aquí planteadas fue realizada entre 2011 y 2013 y tuvo como base el análisis de documentos y una combinación de métodos que implicaron la observación directa y entrevistas con profundidad, totalizando 27 interlocutores (muchos de ellos entrevistados en varias ocasiones). Es conveniente apuntar que las autoras tienen participación directa con la agricultura ecológica desde la década de 1990, sea por el compromiso con el movimiento agroecológico o por la actuación profesional en el ámbito local en cuestión. En las secciones que siguen, se delinea la emergencia de los movimientos contestatarios de la agricultura en Brasil, de modo de contextualizar y analizar el surgimiento de la agricultura ecológica en Ipê y Antônio Prado, considerando especialmente los actores sociales involucrados, sus objetivos, perspectivas, trayectorias y formas de actuación.
Crítica y respuesta a favor de “otra agricultura”
En Brasil, las primeras manifestaciones de contrariedad al modelo de desarrollo agrícola instituido por la política modernizante, intensificada durante la dictadura militar (1964-1985), tuvieron origen en el final de la década de 1970 e inicios de 1980, cuando se inició la llamada “apertura política”. Los primeros movimientos contestatarios en la agricultura orientaron sus críticas a los impactos sociales del modelo agrícola, cuestionando principalmente la concentración de la posesión de tierra, el agravamiento de las disparidades entre regiones del país y la intensa migración hacia los centros urbanos en el contexto del proceso de industrialización, visto prácticamente como sinónimo de desarrollo.
Esta trayectoria de crítica y respuesta pasó a ser incorporada por un número significativo de organizaciones de la sociedad civil para posibilitar el surgimiento de iniciativas a favor de una agricultura alternativa (Almeida 1999; Schmitt 2001; Luzzi 2007) cuyas primeras directrices estaban ancladas en las denuncias de impacto ambiental de la agricultura moderna y de la contaminación de los trabajadores rurales por el uso de agrotóxicos, así como en la diseminación de tecnologías favorables a la producción agrícola sustentable. En la misma época, emergió el llamado movimiento socioambiental, en general, a partir de la constatación por parte de ambientalistas de que la problemática ambiental comprendía también la social (Santilli 2005). Para completar el escenario de efervescencia política en el cual se establecía el movimiento de la agricultura alternativa, es importante considerar el agravamiento de la crisis inflacionaria y la intensificación de la liberalización de la economía.
Son expresiones significativas de este momento la implantación de la Estância Demeter, como una experiencia de agricultura biodinámica, en el interior de São Paulo, al final de la década de 1970; los Encuentros Brasileños de Agricultura Alternativa (EBBA)[ 3 ] (ocurridos en 1981, 1984, 1987 y 1989); y el establecimiento de la red Proyecto Tecnologías Alternativas (PTA), vinculada inicialmente con la Federación de Órganos de Asistencia Social y Educacional (FASE) y, a partir de 1990, coordinado por la Asesoría y Servicios a Proyectos en Agricultura Alternativa (ASPTA),[ 4 ] constituida específicamente para esta finalidad (Schmitt 2009).
En la región sur, la red contribuyó a la articulación de varias organizaciones como el Centro de Tecnologías Alternativas Populares (CETAP), instituido por movimientos sociales; el Centro de Apoyo al Pequeño Agricultor (CAPA), entidad creada y mantenida por la Iglesia luterana de Brasil (IECLB); el Centro Vianei de Educación Popular, creado con el apoyo de la Comisión Pastoral de la Tierra (CPT), vinculado con la Iglesia católica; la Fundación RURECO, creada por agricultores familiares organizados en Sindicatos de Trabajadores Rurales; la Asociación de Estudios, Orientación y Asistencia Rural (ASSESOAR), entidad de agricultores familiares, que ya existía desde 1966 en el Estado de Paraná, con el apoyo de entidades de la Iglesia católica.
Durante la década de 1990, a través de una articulación entre la red PTA y el Centro Latino de Agroecología y Desarrollo (CLADES), la noción inicial de agricultura alternativa fue gradualmente sustituida por la noción de agroecología y de transición agroecológica en la agricultura (Petersen y Almeida 2004; Luzzi 2007). En 2002, se creó la Articulación Nacional de Agroecología (ANA) que reúne movimientos, redes y organizaciones comprometidas con experiencias concretas de promoción de la agroecología, de fortalecimiento de la producción familiar y de construcción de alternativas sustentables de desarrollo rural[ 5 ]. La articulación tiene como referencia importante la realización de los Encuentros Nacionales de Agroecología (ENA) en los años 2002, 2006 y 2014; este último tuvo como tema central “cuidar de la tierra, alimentar la salud y cultivar el futuro”, reuniendo 2100 personas en la ciudad de Juazeiro en Bahia. Maluf (2013) indica también la relevancia de la actuación, en los últimos años, del Consejo Nacional de Seguridad Alimentaria y Nutricional (CONSEA)[ 6 ] en lo respectivo a la aproximación del debate sobre el derecho humano a la alimentación y la agroecología.
Actualmente, la red Ecovida de Agroecología[ 7 ] es una de las organizaciones expresivas en el sur de Brasil. Estimaciones realizadas indicaron que en 2012 cerca de 2500 familias de agricultores organizados en 213 grupos, 85 entidades de asesoría, 21 organizaciones de consumidores y 113 unidades de procesamiento de alimentos ecológicos se encontraban vinculados con 21 núcleos de articulación de la entidad (Pérez-Cassarino 2012).
La trayectoria del hoy llamado movimiento agroecológico fue brevemente recompuesta de modo de aclarar cómo diversos actores sociales y sus organizaciones asumieron posiciones críticas frente a lo que Brandenburg (2005) identifica como la desestructuración de los ecosistemas y los continuos procesos de exclusión social, de pérdida de identidad y masificación cultural causados por procesos homogeneizadores de la producción. La movilización brasileña en torno a la agroecología asume varias facetas y no está aislada, es parte del conjunto de movimientos disidentes que Sevilla Guzmán y Martinez-Alier (2006) identifican como emergentes y que reivindican políticamente alternativas a la globalización neoliberal y prácticamente construyen resistencias en dirección a la creación de espacios para el desarrollo del potencial endógeno de la agricultura.
Recientemente estas “disidencias” asumen también críticas al sistema alimentario. Holt-Giménez y Shattuck (2011) las identifican como “movimientos alimentarios” posicionados contra un orden global hegemonizante. Según los autores, dichos “contra-movimientos”, con el fin de dar consecuencia a su tendencia progresista y radical, buscan formas de construir alianzas estratégicas para provocar cambios y redireccionar el sistema alimentario.
Pese el alto grado de homogenización propuesto por la modernización agrícola, que se refleja en los regímenes alimenticios basados en la estandarización por la industrialización, parece importante reconocer que no necesariamente se necesita partir de la idea de hegemonía para reconocer contra-movimientos (y en nuestro caso, contratendencias). Un argumento de orden práctico que puede contrariar esa idea surge de la constatación de que la centralización y la homogenización del desarrollo tecnológico (intensificación, aumento de escala, especialización e integración a las cadenas del agronegocio) no fueron suficientes para hacer desaparecer prácticas locales, más allá de que los agricultores no son receptores pasivos de tecnologías o dictámenes de mercado. De este modo, el uso del aparato moderno en la agricultura fue internalizado por muchos, pero deconstruido y redibujado por otros, provocando diferenciaciones y distanciamientos en relación a la directriz prevalente (Van Dijk y van der Ploeg 1995).
Otro argumento que puede corroborar en el mismo sentido es la perspectiva de que las múltiples interrelaciones entre agencia social y materialidades son productoras de heterogeneidades importantes, considerando que las personas no viven la llegada de la modernidad como una desintegración de sus viejos mundos, marcados por un establecimiento de “nuevos y puros códigos” (Arce y Long 2000). Por el contrario, la capacidad de las personas de adaptar mundos diferentes hace que no haya vinculación de prácticas sincréticas que sinteticen visiones contrastantes del mundo; tampoco existe una homogenización de prácticas globalizantes que siempre encuentran organizaciones significantes y experiencias locales (Arce y Long 2000). En este sentido, Sherwood et al. (2013) proponen entender tales “contra-movimientos” como representantes y promotores de agendas alternativas de cambio que, en determinadas circunstancias, pueden desafiar formas aparentemente dominantes y altamente intransigentes de autoridad y orden. Sin embargo, sin perder de vista que son los actores situados localmente que reciben, traducen y trabajan mensajes comunicados, recursos materiales, tecnologías y repertorios culturales.
Así, en contraposición a los posicionamientos teóricos que reducen los “movimientos disidentes” a una menor categoría, la propuesta es tomarlos como iniciativas heterogéneas, evitando con eso invisibilizar posibles distinciones de las experiencias, así como las variadas perspectivas de los actores involucrados. El cuidado en no tomar las disidencias como aglutinadoras de una propuesta única de contraposición o como portadoras de las soluciones definitivas tiene también un alcance de orden empírico, en la medida en que un posible potencial transformador no está en la sustitución de una agricultura contaminante por otra verde y limpia. Los contra-movimientos incorporan al debate y a las propuestas otros elementos como autonomía, inclusión, justicia y, fundamentalmente, un carácter distributivo, siendo ellos generadores de subjetividades que alejan la posibilidad de la instauración de una oposición dicotómica entre “dos agriculturas”.
Heterogeneidades emergentes: el caso de Ipê-Antônio Prado
La ocupación del territorio Ipê-Antônio Prado se intensifica en el siglo XVII con la llegada de tropeiro[ 8 ] originarios de la región sureste que venían en búsqueda de ganados distribuidos luego de la destrucción de las misiones jesuitas en la primera mitad del mismo siglo. En el siglo XVIII, las áreas de campo, al norte, pasaron a ser ocupadas por portugueses en función de la concesión de sesmaria[ 9 ] aún en la época del Brasil colonial. Estas áreas originaron las haciendas productoras de ganado de la corte, donde acudían los esclavos de origen africano que, más tarde, fueron también instalándose en el territorio. A partir de 1889, cuando se inició el asentamiento de inmigrantes italianos (los llamados colonos), los hacendados vendieron las tierras de mato (o roças de la sierra)[ 10 ], que aún estaban bajo la posesión de los inmigrantes (Orth y Lucatelli 1986).
En el área de la sierra se instaló la “agricultura colonial” que se caracterizaba por el sistema de corte y quema, la baja utilización de insumos externos, el uso de la tracción animal y de equipamientos agrícolas como el arado y la charrúa. La producción excedente de trigo, maíz y cerdos se vuelve la más significativa, alcanzando una gran expansión en las décadas de 1930 y 1940. Sin embargo, a partir de la década de 1950, el sistema colonial entró en crisis llegando a la incapacidad de garantizar la reproducción económica de las familias, debido al uso intensivo del suelo especialmente. También contribuyó el cierre de la frontera agrícola en el norte de la región meridional, que acabó por modificar los patrones de herencia,[11] pasando las propiedades a ser divididas entre todos los herederos (Conterato 2004), multiplicando las pequeñas fincas.
No obstante, algunas familias de colonos acumularon capital en esta fase, reinvirtiendo en actividades vinculadas con la industria y el comercio, o con la propia agricultura, a partir de la década de 1960 con el apoyo de la política modernizante. Los cultivos de manzana en el territorio fueron los primeros impactados por la adopción de pesticidas y la fertilización química. En la década de 1980, la pauta agrícola incluyó los cultivos de durazno, ajo y tabaco. La uva, cultivada desde fases anteriores, se mantuvo pero con la introducción creciente de insumos externos. La fertilización, que hasta el momento se restringía a la utilización de abonos, materia verde y cenizas, pasó a realizarse también con fertilizantes químicos. Con la introducción de herbicidas, el control de yerbas dejó de realizarse exclusivamente con métodos mecánicos y se produjo una serie de fungicidas para el control de enfermedades.
Las nuevas actividades e insumos modificaron los vínculos con el mercado. Las unidades productivas se especializaron en productos para la venta, y la producción para el autoconsumo disminuyó así como la comercialización local del trigo, maíz y cerdos. Surgió la producción de pollo y cerdo integrada a la industria y algunos productos pasaron a ser comercializados a través de empresas con infraestructura (packing houses, cámaras frigoríficas, camiones, etc.), que asumieron la intermediación entre la producción local y el mercado global de alimentos. En muchos casos, estas empresas pertenecían a familias de agricultores, ahora también comerciantes. Las cooperativas, en el territorio, remodelaron su actuación asumiendo un perfil cada vez más empresarial. En esta remodelación, la Cooperativa Pradense ingresó en el sistema agroindustrial, prestando servicios de beneficios e industrialización, y la cooperativa de Ipê (Cooperativa São Luís) quedó restringida a la comercialización de productos agrícolas.
A pesar de los fuertes estímulos públicos y privados para modernizar la agricultura, la transformación de la agricultura colonial a moderna no fue homogénea. Es importante enfatizar que las inversiones necesarias para la implantación de huertos de manzana y durazno, así como el cultivo de cebolla y tabaco, exigían grandes volúmenes de recursos. Estas actividades, en general, fueron incorporadas por las familias que habían acumulado capital en fases anteriores o fueron introducidas en áreas antes ocupadas por haciendas, por los propietarios o arrendatarios de otras regiones. Para aquellos que no poseían recursos, una alternativa era el Sistema Nacional de Crédito Rural.
Sin embargo, el acceso al crédito también fue desigual. En parte, debido a la desigualdad intrínseca en la política modernizante que favoreció a los monocultivos de productos exportables como soya, trigo y caña de azúcar (Martine 1990). No obstante, figuran también desigualdades en las condiciones locales de acceso al crédito y a las nuevas tecnologías. Los informes de nuestros interlocutores indican que eso se dio en función de la dificultad de acceso a las agencias bancarias, debido a la existencia de localidades con carreteras precarias o porque la influencia de la Cooperativa Pradense no fue igual en todas las comunidades, siendo esta la principal introductora de las “nuevas técnicas”. Tales desigualdades se expresaron objetivamente en diferentes grados de integración al mercado, en los gastos con consumo intermediario (costos de producción) y en el capital inmovilizado (equipamientos y mejoras) (Oliveira 2007). Es reconocible, por lo tanto, el establecimiento de un proceso de modernización desigual, responsable de provocar heterogeneidades relevantes en el territorio, además de aquellas que ya venían desde la agricultura colonial.
Agricultura ecológica, un proceso localizado
Asumiendo que la agricultura ecológica surge en Ipê-Antônio Prado como parte del movimiento amplio de respuesta socioambiental, pero también como un modo de organización local emergente de las heterogeneidades en el territorio, pasamos a enfatizar aspectos que fueron importantes en la reformulación de prácticas sociales y de cursos de acción que alteraron materialidades y crearon múltiples potenciales.
La investigación revela que compartir ciertas representaciones entre la población local parece haber tenido influencia sobre algunas decisiones respecto a la modernización. Se enfatizan las representaciones en relación al crédito y a las agencias bancarias o, de acuerdo con la expresión utilizada por los entrevistados, “el miedo que el colono tiene del banco”, refiriéndose al riesgo que una deuda puede representar para la posesión de la tierra. El rechazo a los agrotóxicos también aparece cuando mencionan el “miedo a los venenos”. Juntos, estos factores parecen haber asumido un papel central en la mediación entre la modernidad y las decisiones de las familias. El discurso de los entrevistados enseña aspectos de resistencia de los colonos de Ipê y Antônio Prado hacia los bancos y los venenos:
Hay hombres más agresivos, más inversionistas, otros no lo son. Ipê es diferente de otros municipios de la sierra. Aquí en Ipê el colono es una mezcla del colono italiano con la gente del campo, el tiempo de convivencia hace al colono agarrar la forma ser de la gente del campo, que es más tranquila, menos agresiva, menos preocupada por crecer económicamente. Otra cosa es que la gente siempre tuvo mucho miedo del banco, y para invertir había que recurrir al banco (entrevista 30).
Yo nunca tuve la ambición de tener muchas cosas, de hacer grandes inversiones, ni cuando veía a los parientes diciendo que se estaban volviendo ricos con la manzana y los químicos. Yo siempre pensé que era más seguro mantener a mi familia sin tener deudas; hasta hoy creo que es mejor hacer las cosas de a poco (entrevista 2).
Quienes estaban yendo a trabajar con tecnología eran aquellos agricultores de la manzana, nosotros no íbamos a trabajar con la manzana. Desde el nono (abuelo) nosotros no quisimos saber nada de usar veneno (entrevista 4).
También es verdad que hay mucho colono que, en realidad, no quería y aún no quiere trabajar con veneno. Ellos saben que el veneno es un riesgo para la salud, y trabajar cultivando manzana, cebolla o ajo es complicado, se usa mucho veneno (entrevista 5).
Cabe reiterar que este período coincide con la emergencia de los movimientos contestatarios posdictadura, con rasgos socioambientales. Se trata justamente de la fase de la “agricultura alternativa”. El discurso trascrito trae esta dimensión:
Quienes más comentaban contra los venenos eran los más viejos porque tenían miedo de las enfermedades. Aquí en casa, al nono Joaquim nunca le gustó el veneno. Ahí, cuando vino la idea de la feria de la ecología, nosotros pensamos que era una buena idea, no se necesitaba hacer un préstamo para comenzar trabajar, ni se necesitaba usar venenos para cultivar la manzana y el tabaco (entrevista 1).
El marco inicial de la agricultura ecológica en el territorio fue la fundación del Proyecto Vacaria en la primera mitad de la década de 1980 que, más tarde, se transformaría en el Centro Ecológico.[ 12 ] La fundación del Proyecto Vacaria fue resultado del trabajo de articulación de algunos profesionales ambientalistas[ 13 ] del campo de la agronomía que, desde la década de 1970, estaban vinculados con procesos de denuncia de los impactos de la agricultura moderna y de movilización por la aprobación de la Ley Estadual y posteriormente de la Ley Nacional de los Agrotóxicos.[ 14 ] El proyecto fue desarrollado en una propiedad rural de 70 hectáreas pertenecientes a la familia de una de las agrónomas que propuso esta iniciativa, desde entonces el municipio de Vacaria (más tarde Ipê) fue concebido como un centro de producción, demostración y experimentación de prácticas agrícolas alternativas, buscando oponerse a afirmaciones, muy comunes en la época, de que no era posible producir alimentos sin el uso de los agroquímicos en escala comercial. El testimonio que sigue es de una de las fundadoras del Proyecto Vacaria:
No sé quién fue que escribió que era una propiedad modelo de agricultura alternativa, y no era. El objetivo era probar otro modelo de agricultura, esa era la idea, nunca fue una propiedad modelo. El objetivo era probar cosas de otro modelo sin insumos químicos. Esta idea surgió porque en todas las discusiones dentro de la asamblea legislativa, durante la discusión de la Ley de Agrotóxicos, la gente decía “ah, pero no hay pruebas, ustedes no saben si será cierto, no tienen ejemplos concretos, no tienen nadie que haya hecho eso, todo bien si se quedan jugando en huertitos sin veneno, pero un trabajo serio no se puede hacer”. Este era el argumento de los que eran contrarios a la regulación de los fertilizantes y nosotros estábamos muy presionados por la industria y por sus representantes durante la discusión de la Ley, de presentar ejemplos concretos. De ahí surgió la idea del Proyecto Vacaria (entrevista 21).
En este punto es preciso subrayar que en aquel momento en Brasil no había experimentación en producción agrícola alternativa. Los técnicos involucrados en el Proyecto Vacaria tuvieron como base experiencias europeas en agricultura biológica y biodinámica, incluso contando con la cooperación de extranjeros. La principal referencia brasileña en tecnologías alternativas en la época era el Proyecto Tecnologías Alternativas de la FASE (PTA/FASE). A pesar del surgimiento del Proyecto Vacaria en la misma época y del contexto de construcción del PTA/FASE, los objetivos y el formato de actuación eran diferentes. Mientras el PTA/FASE enfocaba su trabajo e n la sensibilización política y en la discusión de las consecuencias de la agricultura moderna, en el mapeo y rescate de tecnologías alternativas (Luzzi 2007), el trabajo del Proyecto Vacaria estaba volcado hacia la demostración y experimentación.
En el testimonio siguiente queda clara la opción por la experimentación de una agricultura sin fertilizantes químicos, aunque la entrevistada señale no haber uniformidad de prácticas y procesos entre las entidades de la red PTA:
Cuando la red PTA nos llamó para integrar esta red, ya hacía algunos años que nosotros estábamos aquí en Ipê con la idea de mostrar que era posible producir sin agroquímicos. Inicialmente nosotros no éramos miembros de la red PTA, pues el trabajo de ellos era más de articulación política, trabajo en asentamientos. Ellos estaban más vinculados con los movimientos sociales y la lucha por la tierra. Nuestra entrada fue el ámbito ambiental, nuestra puerta de entrada era la propuesta de que no se necesita de todos esos insumos para producir comida. Tanto que, hasta hoy, existe una entidad que es parte de la red PTA, que trabaja con agricultores que usan abonos químicos. Pero nosotros, desde el principio, teníamos el objetivo de trabajar sin insumos químicos. Solamente en 1994 pasamos a ser parte de la red PTA y fuimos una de las primeras entidades de la red con la propuesta de agricultura ecológica de trabajar sin fertilizantes y sin insumos químicos, tanto que nosotros produjimos una serie de conocimientos y técnicas aquí en el Proyecto de Ipê, las cuales luego pasaron a ser utilizadas y probadas por otras organizaciones miembros de la red PTA (entrevista 21).
Mirar hacia una propuesta de agricultura alternativa e identificarla como un contra-movimiento o como una resistencia respecto al patrón hegemónico puede esconder ciertas relaciones y distinciones que comienzan a aparecer. En principio, la red PTA y el Proyecto Vacaria hacían parte de un mismo movimiento compuesto por una diversidad de actores, sin embargo, con un propósito claro de contrarrestar el modelo de agricultura convencional. No es que se haya dejado de operar en un mismo sentido, lo importante es percibir que hay proyectos heterogéneos entre distintos actores. Reiteramos que esta “otra tendencia” toma cuerpo a partir de heterogeneidades anteriores, o sea, no es apenas ella misma productora de proyectos heterogéneos, lo que corrobora nuestra noción de que el proceso modernizador no fue tan hegemónico, ya que se delinearon distintos cursos de acción en sus intersticios.
Otro aspecto que debe ser percibido es cómo surge localmente la denominación “agricultura ecológica” para designar una agricultura que se ha propuesto como alternativa a la agricultura modernizada. En 1996, el II Encuentro de las Asociaciones de Agricultores Ecologistas realizado en Ipê legitimó la idea de que, si la propiedad es ecológica, ella produce productos “ecológicos”. Los agricultores marcaron allí definitivamente la diferencia entre la relación de su entendimiento sobre producción orgánica, que sería aquella que tenía el mercado como principal motivación para la sustitución de insumos, sin promover la transición a una agricultura que incorporara perspectivas de preservación ambiental y justicia social (Meirelles 2000). Un análisis más reciente realizado por Abreu et al. (2012) apunta que la agricultura orgánica y la agroecología avanzaron siguiendo cada cual su propio movimiento, no obstante, reiteran que la discusión sobre las distinciones se ubicó en el campo de las disputas políticas y definió principios, criterios de pertenencia y legitimidad científica.
Sin embargo, de acuerdo con nuestros interlocutores, la expresión nativa fue deliberadamente creada para demarcar su posición a favor de lo que definirán como “ecologización constante” (Meirelles 2000). El testimonio de uno de los pioneros refuerza estas observaciones:
El Proyecto Vacaria no era para ser confundido con agricultura orgánica de sustitución de insumos, ni tenía como objetivo un mercado diferenciado, elitizado. La idea de agricultura ecológica era para marcar una diferencia de la agricultura orgánica en el sentido de la inclusión social, como alternativa de producción para agricultores que estaban siendo excluidos, sin alternativa (entrevista 21).
La incorporación de tales agricultores al proceso de innovación que avanzaba no fue automática. En los primeros años, el trabajo se restringió a la demostración y experimentación en el área del Proyecto, siendo en 1985 cuando se inició el diálogo con la comunidad local. En este momento, la acción de religiosos de la parroquia Antônio Prado juntamente con jóvenes de la Pastoral de la Juventud Rural (PJR) fue fundamental. La agricultura ecológica ganó espacio entre los jóvenes de la Pastoral y el debate sobre las “alternativas” tenía alta adherencia una vez que ser problematizaba sobre el éxodo rural de familias que no habían logrado adecuarse a los nuevos y modernos tiempos de la agricultura. También se volvían cada vez más públicos los casos de intoxicación de agricultores por el uso de agrotóxicos, principalmente entre los productores de manzana. Así, el debate sobre las consecuencias de los fertilizantes reforzaba aún más la necesidad de una aproximación con el Proyecto y viceversa. En este proceso, la iniciativa del Padre Schio es relatada como fundamental:
Todo comenzó con el Padre Schio. El Padre Schio escuchó hablar de María José y el trabajo que ella estaba realizando en Ipê, él hacía un trabajo para la Pastoral con jóvenes. En esa época, ellos [PJR de Antônio Prado] trabajaban políticamente contra el veneno, contra las multinacionales y la cuestión de la salud, sin embargo, no había respuesta técnica. Entonces él conoció que María José estaba haciendo un trabajo aquí, que sabía producir, y el Padre se interesó y fue a hablar con ella. Esa asociación fue muy importante (entrevista 23).
Al mismo tiempo que existía un trabajo por parte de la Iglesia, en el sentido de organizar y estimular jóvenes agricultores a experimentar tecnologías alternativas, existía un esfuerzo por parte de los técnicos del Proyecto Vacaria, en el sentido de construir lazos más estrechos con las comunidades rurales. Una de las estrategias utilizadas fue organizar palestras, pronunciadas al final de las misas, en las capillas de prácticamente todas las comunidades.
Los agricultores, aunque motivados por cuestiones “prácticas” para comenzar a experimentar las alternativas, fueron muy claros cuando mencionaron que la agricultura ecológica representaba la posibilidad de resistencia ideológica a un tipo de agricultura:
Excluyente y degradadora del medio ambiente […] En la PJR, discutíamos mucho este modelo de agricultura que estaba llegando aquí en la región. El Padre traía esta discusión y al mismo tiempo nosotros ya estábamos viendo que algunas cosas sucedieran. Jóvenes yendo a trabajar en las fábricas en Caxias, gente enfermándose en las comunidades. Nosotros discutíamos que, en este tipo de agricultura, el lucro y la riqueza se queda con las fábricas de abonos; era por ahí la discusión (entrevista 8).
De cierta manera, se puede entender este debate como una forma de “política radical” (Beck 1997) en la medida en que esos actores outsiders pasan a moldear cambios de abajo hacia arriba. Se iniciaba allí un proceso de organización de grupos que pasaban a desarrollar acciones y estrategias deliberadas de resistencia a situaciones objetivas identificadas como críticas, al mismo tiempo que contrarias al desarrollo conservador en la agricultura. En términos generales, ampliaban su capacidad de agencia al procesar nuevas experiencias sociales y delinear formas de enfrentar la vida (Long y van der Ploeg 1994), aunque las fuerzas impuestas por la modernización condicionaran ciertas dinámicas excluyentes en el territorio.
Sin embargo, lo que sigue deja percibir subjetividades relacionadas con el establecimiento de los movimientos en dirección contraria al desarrollo evidente, es decir que quien no se adhiriese al patrón agrícola modernizado estaría fuera del mundo productivo:
Nosotros teníamos una convicción muy profunda, sabíamos lo que queríamos. Teníamos una idea muy clara y nítida, no queríamos eso para nuestra familia, para nuestros hijos, para nuestra sociedad. Nosotros no queríamos este tipo de modelo en que las personas se enfermaran, en que se contaminara el suelo y el agua, eso era algo que estaba dentro de nosotros. Teníamos esa ideología y también otra cosa muy importante en esta trayectoria: teníamos una mística, un principio, el principio de la vida. Nadie va a vencer el principio de la vida. Y fue por eso que entramos en esta búsqueda de alternativas (entrevista 10).
Aunque el factor económico pesara bastante para que varias familias de agricultores “ingresasen en la ecología”, es interesante notar cómo otros elementos dan lugar a discursos que incorporan metáforas, representaciones, imágenes, narrativas y afirmaciones que no solo delinean la “verdad” sobre objetos, personas, eventos y relaciones entre ellos (Long 2007), sino que también producen “textos” que se incorporan a las materialidades interrelacionadas.
A partir de los primeros agricultores que se adhirieron a la propuesta de la agricultura ecológica, se originó en 1989 la primera Asociación de los Agricultores Ecologistas de Ipê y Antônio Prado (AECIA). Nuestros interlocutores fueron claros al explicar que la idea no era formar una gran organización, pero sí estimular el surgimiento de otros grupos. Argumentaron que la experiencia con el gran crecimiento de las cooperativas no fue bueno: “El agricultor solo iba a la asamblea de fin de año para aprobar las cuentas y votar el nuevo presidente. Esa crítica nosotros ya la hacíamos desde nuestras reuniones de la Pastoral” (entrevista 10).
Como sugiere Long (2007, 50), la agencia social puede ser reconocida “cuando acciones particulares producen una diferencia en un estado preexistente de asuntos o curso de eventos”. Precisamente en este sentido esos actores hacen que la lógica sea alterada, pasan a organizarse en “núcleos”, formalmente crean varias asociaciones. Entre 1993 y 1999 se formaron las siguientes asociaciones de agricultores ecologistas en los municipios: Asociación de los Agricultores Ecologistas de la Línea Pereira de Lima (APEMA); Asociación de los Agricultores Ecologistas de la Vila Segredo (APEVS); Asociación de Agricultores Ecologistas de la Línea São João (AESBA); Asociación de los Agricultores Ecologistas de São José (APEJ); Asociación de los Agricultores Ecologistas de la sede de Ipê (APESI); Asociación de los Agricultores Ecologistas de Santo Antão (APESA). Más tarde, el movimiento se expandió y actualmente existen 29 organizaciones de agricultores ecologistas en la región, que involucran 320 familias, cuatro cooperativas, 25 asociaciones y 30 agroindustrias ubicadas en 18 municipios diferentes, predominando la producción primaria de uva, tomate, verduras en general, durazno y manzana.
Las experiencias vividas por los agricultores (que se transformaron en ecologistas) movilizaron efectivamente capacidades de agencia en lo que se refiere a la manipulación estratégica de una red de relaciones sociales (Long y van der Ploeg 1994), de modo que canalizar elementos específicos (por ejemplo, parentesco, contingencias económicas, tecnología, políticas e instituciones diversas, entre otros) los hace interactuar. Principalmente la agencia obtenida se manifiesta en la influencia sobre “los otros” para modificar estados establecidos notablemente por la capacidad de la organización.
Tomando la AECIA[ 15 ] como ejemplo de esta capacidad de organización, se destaca que actualmente comprende 25 familias de agricultores ecologistas que optaron también por el registro como cooperativa (COOPAECIA, Cooperativa AECIA de Agricultores Ecologistas), a modo de formalizar una persona jurídica que permitiera realizar compra y venta de productos no agrícolas, ya que cuentan con cuatro unidades de procesamiento de frutas y verduras y una pauta de 35 productos procesados,[ 16 ] destacando los derivados de tomate (salsa de tomate aliñada y extracto de tomate) y de uva (jugo de uva integral de las variedades Isabel, Bordô y Niágara).[ 17 ] La comercialización de los productos a través de la venta al por menor ocurre en ferias, en Caxias do Sul y en Porto Alegre. En el comercio al por mayor, las ventas son realizadas a través del sistema de ventas y distribución de la cooperativa que distribuye los productos en ferias, tiendas de productos naturales y supermercados de 20 Estados de Brasil.
Debido a la posibilidad y ampliación del mercado institucional para la agricultura familiar, en función de la implementación de las Políticas de Adquisición de Alimentos y de Alimentación Escolar (PAA y PNAE),[ 18 ] la evaluación es que la comercialización de alimentos ecológicos creció en la región. Las especificidades de la demanda y logística requerida como la entrada para estos programas públicos de abastecimiento alimentario llevan a los actores locales a crear otro dispositivo organizacional, la ECONATIVA (una cooperativa regional de productores ecologistas de la sierra y litoral norte de Rio Grande do Sul y sur de Santa Catarina), por medio de la cual son comercializados alimentos ecológicos que atienden a 145 escuelas de la región de Serra do Rio Grande do Sul.
En el testimonio que sigue, el entrevistado asocia la necesidad que la AECIA encontró de desarrollar nuevos productos con la propuesta de producir alimentos diferenciados y en pequeña escala. El diferenciado, en este caso, se refiere principalmente a la no utilización de conservantes y otros aditivos químicos en la producción de los alimentos. En este sentido, no había equipamientos ni tampoco la legislación vigente reconocía los nuevos “modos de hacer”. Así, fue necesario innovar estableciendo no solo nuevas prácticas, sino también un inédito conjunto de reglas:
Nosotros no teníamos ningún producto que me acuerde ahora, agarramos una receta, compramos equipos y comenzamos a hacer. Nuestros productos eran diferentes, siempre con la idea de ser saludables, sin conservantes, sin azúcar, era jugo integral, un jugo de tomate sin agregados para espesar. Y nuestra escala era pequeña, era producción casera, en el sótano, en ese entonces no teníamos cómo copiar las recetas ni el equipamiento. Fue necesario inventar casi todo (entrevista 15).
La entrada de los grupos en el procesamiento de alimentos comenzó con la experimentación de la producción de jugo de uva integral, cuyo proceso no tenía precedentes. Este constituyó apenas uno entre un conjunto de cambios interrelacionados que dieron forma a la agricultura ecológica. En años recientes, la producción de uva y de jugo ecológicos dejó de ser exclusiva de los “pioneiros”, tornándose una alternativa recurrente entre aquellos que buscan nuevos caminos para la vitivinicultura de la región, no sin la existencia de tensiones y disputas en torno a los mercados y el uso de las tecnologías.[ 19 ]
En términos históricos, la economía fue desarrollada a partir de la idea de “falta” y el papel de la tecnología fue principalmente aumentar la producción a partir de recursos escasos (Redclift y Woodgate 2002), dislocando el sistema económico hacia un ciclo de producción, consumo y crecimiento (Naredo 2007). Al mismo tiempo, lo “económico” no está necesariamente, en el caso de la agricultura ecológica de Ipê-Antônio Prado, orientado por un individualismo competitivo que busca un crecimiento infinito. Como sugieren Arce, Sherwood y Paredes (2015), la contratendencia estaría, entonces, en la manera en que los actores reaccionan ante valores y discursos dominantes, reconfigurando prácticas sociales en distintas y múltiples realidades y reformulando cursos de acción.
Consideraciones finales
Inicialmente se destacaron algunos aspectos sobre el proceso de desarrollo, pensado y establecido a partir de las lógicas modernizadoras y homogenizantes, cuyos impactos socioambientales causaron el surgimiento de movimientos contestatarios. Tales movimientos en Brasil se ampliaron sobre la noción de agricultura alternativa que, mientras construya un discurso fuerte contra el productivismo y el desarrollo, tiene en las prácticas sociotécnicas su principal motivación.
Sin embargo, se argumenta que las experiencias situadas en la agricultura alternativa son también generadoras de heterogeneidades importantes, aun cuando más tarde pasaron a estar cubiertas por el movimiento agroecológico. A partir del caso emblemático de la agricultura ecológica en el territorio Ipê-Antônio Prado, se ha mostrado que son varios los elementos que contribuyen a la emergencia de múltiples cursos de posibles contratendencias en relación con el desarrollo; así, es difícil afirmar que esos procesos se presentan como una única alternativa. La multiplicidad de actuaciones, el procesamiento de alimentos, el tensionamiento de la legislación vigente, las diversas estrategias, acaban por establecer nuevas experiencias aprehendidas empíricamente a partir de cómo los actores desarrollan prácticas y construyen nuevos discursos sobre lo que es “producir sin veneno”. Es así como fundamentalmente emerge la expresión nativa de “agricultura ecológica”, refiriéndose al conjunto interrelacionado de prácticas productivas y procesos sociales que conforman y dan significado a un tipo de agricultura que incorpora valores socioambientales a la producción agrícola.
Al mismo tiempo, surgen nuevos desafíos que ejercen influencias e implicaciones diversas, forzando a los actores a constantes reposicionamientos, a modo de garantizar flujos materiales, simbólicos, institucionales, cognitivos y otros. Esto lleva a acoger la idea de que los actores no están “fijos” en posiciones determinadas, cumpliendo funciones establecidas por un orden modernizador que se impone. De este modo, las posibilidades de transformaciones sociotécnicas en la agricultura parecen proporcionales al grado de articulación que los proyectos de los actores pueden brindar aun siendo heterogéneos.
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Notas