Dossier

Paro Nacional Agrario: paradojas de la acción política para el cambio social

The National Agricultural Strike: The Paradoxes of Political Action for Social Change

Greve Agrária Nacional: paradoxos da ação política para a mudança social

Mónica Arias
Universidad Nacional de Colombia, Colombia
Manuel Preciado
Universidad de Antioquia de Colombia, Colombia

Paro Nacional Agrario: paradojas de la acción política para el cambio social

Iconos. Revista de Ciencias Sociales, núm. 54, 2016

Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales

Recepción: 01 Junio 2015

Aprobación: 01 Noviembre 2015

Resumen: El Paro Nacional Agrario colombiano como acontecimiento político fue una movilización social que puso en cuestión los márgenes de la acción política, transformándose en un hecho irreductible a sus actores y causas, evidenciando la condición precaria de la agricultura en Colombia: la concentración de la tierra y la producción agrícola, la seguridad del territorio y el modelo desarrollo económico. Se aborda este acontecimiento político a partir del pensamiento de Gilles Deleuze y Félix Guattari, quienes desarrollan una serie de conceptos que permiten analizar la forma en que la resistencia y la movilización social ocupan un lugar inherente dentro del ejercicio del poder estatal. A partir de la pregunta por las condiciones que posibilitan un cambio social y el lugar que ocupa la movilización social en el mismo, se desarrolla una mirada crítica que posibilita problematizar el lugar que tiene la sociedad en la construcción de alternativas para el cambio social.

Palabras clave: movilización social, resistencia, agricultura, Paro Nacional Agrario, neoliberalismo, Deleuze y Guattari.

Abstract: The National Agricultural Strike in Colombia as a political event was a social mobilization that brought into question the margins of political action. It was an event that cannot be reduced only to the actors implicated and causes but brought into focus the precarious condition of agricultural production in Colombia: the concentration of land and agricultural production, questions of local security and the model of economic development. This strike is analyzed drawing upon the thought of Gilles Deleuze and Felix Guattari, who develop a number of concepts that serve to analyze the ways in which resistance and social mobilization occupy an inherent space inside the exercise of state power. From the question about the conditions that make social change possible and the place of social mobilization within this panorama, this study develops a critical take that allows problematizing the role of society in the construction of alternatives for social change.

Keywords: social mobilization, resistance, agriculture, National Agricultural Strike, neoliberalism, Deleuze and, social mobilization, resistance, agriculture, National Agricultural Strike, neoliberalism, Deleuze and Guattari.

Resumo: A Greve Agrária Nacional colombiana, como um evento político, foi uma mobilização social que contestou os limites da ação política, constituindo-se em um fato irredutível para seus atores e causas, que evidenciou a condição precária da agricultura na Colômbia: a concentração de terra e produção agrícola, segurança interna e modelo de desenvolvimento econômico. Este acontecimento político é abordado a partir do pensamento de Gilles Deleuze e Félix Guattari, que desenvolveram uma série de conceitos que permitem analisar a forma em que a resistência e a mobilização social ocupam um lugar inerente ao contexto do poder estatal. A partir da questão das condições que permitem a mudança social e o lugar que, neste contexto, ocupa a mobilização social, desenvolve-se um olhar crítico que possibilita problematizar o lugar que a sociedade ocupa na construção de alternativas para a mudança social.

Palavras-chave: mobilização social, resistência, agricultura, Greve Agrária Nacional, neoliberalismo, Deleuze e Guattari.

El sector agrario colombiano se encuentra confrontado actualmente con dos grandes problemáticas: las transformaciones del capitalismo y las consecuencias del conflicto armado. En efecto, el campo colombiano es objeto de un modelo de desarrollo de corte neoliberal, con medidas como la flexibilización del empleo y precarización de las condiciones laborales, así como la tecnificación de la explotación agrícola bajo la figura de proyectos agroindustriales en forma de monocultivos de grande extensión, con el objetivo de competir en el mercado internacional. A estos problemas económicos se suma el conflicto armado con más de 60 años de historia, cuyo principal espacio ha sido el campo colombiano y cuya principal víctima ha sido el campesinado colombiano, con cerca de 6 millones de desplazados forzados y 5,5 millones de hectáreas despojadas (Garay 2009).

La movilización social –y en particular la campesina– se ve actualmente confrontada con la criminalización de su movimiento, la aniquilación del campesinado por los diferentes actores armados (Ejército, paramilitarismo y guerrilla), la insuficiencia de los partidos políticos y sindicatos para hacer efectivas sus exigencias y la desconfianza en los líderes campesinos o el temor producido por su asesinato.[ 1 ] Los avatares de la contestación han vislumbrado los márgenes de la situación social.

El 19 de agosto de 2013 fue convocada una movilización masiva de diversos sectores de la producción nacional, principalmente agraria. En ella confluyeron campesinos, cocaleros, caficultores, camioneros, mineros, trabajadores de la salud, entre otros, con el objetivo de manifestar su inconformismo frente a las políticas económicas y sociales del Gobierno. Dicha movilización, prevista para un día, se prolongó durante cerca de un mes sobre una gran parte del territorio nacional, generando bloqueos de carreteras, desabastecimiento alimentario en las grandes ciudades y un fuerte apoyo de los habitantes urbanos solidarizados con los problemas agrarios del país. Una gran movilización que interpeló a la población colombiana tuvo lugar y es hoy conocida como el Paro Nacional Agrario (PNA). El PNA es el efecto de la conjugación de los márgenes de la situación social generando una incontenible movilización; es la oportunidad para pensar los retos coyunturales de la movilización campesina y los límites de la misma.

Se propone en este artículo analizar el lugar que ocupa la renovada preocupación por la tierra y el campesinado con la pluralidad de sus urgencias, a la luz del impacto del PNA en tanto hecho social que llama a la reflexión sobre las condiciones de la movilización social. El objetivo no es abordar las características de la movilización social sino proponer un marco de análisis alternativo sobre las formas de la movilización actual en tanto formas de resistencia frente a las condiciones sociales del campesinado.

La presente reflexión se encuentra articulada en tres partes; en primer lugar, el análisis del paro como agenciamiento colectivo de enunciación, es decir, como conjugación de voces dispares cuyos efectos son tan fuertes como inesperados; segundo, el análisis del lugar de los líderes en el PNA y la emergencia de una forma rizoma en su organización; finalmente, un análisis sobre el PNA como retranscripción del territorio colombiano en un espacio liso y estriado develando una serie de vectores que dibujan otro territorio nacional.[ 2 ]

El PNA: un agenciamiento entre estratos

Previo al 19 de agosto de 2013, diversas manifestaciones habían tenido lugar: por una parte los caficultores se movilizaron durante el mes de abril frente a los efectos de los precios internacionales del café sobre su producción. Por otra parte, durante el mes de junio, los campesinos del Catatumbo se manifestaron por la creación de una Zona de Reserva Campesina en su región y contra la política gubernamental de erradicación de cultivos ilícitos, pues en la ausencia de acompañamiento, estas acciones son generadoras de pobreza en la región. Igualmente, durante el mes de julio, los mineros informales se manifestaron frente a las políticas gubernamentales que buscan detener su funcionamiento. Estos antecedentes configuran el panorama sociopolítico en el que tuvo lugar el PNA.

El documental 9.70 de Victoria Solano, emitido a principios de agosto de 2013, expuso de manera flagrante los estatutos de la Resolución 970 de 2010, según la cual se prohibía el uso de semillas no certificadas, el almacenamiento de semillas para el comercio y su recultivo, obligando así a las familias campesinas a ponerse en consonancia con monocultivos tecnificados. El documental retrataba una realidad que ya golpeaba al campesinado desde la apertura neoliberal: una reterritorialización sistemática del sector agrario para la producción competitiva del mercado exterior, es decir, una reorganización que modifica las condiciones de producción del trabajador de la tierra.

El PNA comenzó el 19 de agosto de 2013 y finalizó el 12 de septiembre del mismo año. Durante este período, se presentaron movilizaciones en 30 ciudades del país, teniendo como epicentros críticos los departamentos de Valle, Antioquia, Meta, Boyacá, Nariño, Cauca, Cundinamarca, Putumayo y Caquetá, cubriendo la casi totalidad del territorio colombiano. Estas movilizaciones bloquearon las vías nacionales dejando como resultado problemas de abastecimiento y numerosos disturbios con las fuerzas del orden. La militarización de las ciudades se operó a causa de la intensidad de las manifestaciones, cuyos disturbios no siempre fueron ocasionados por los manifestantes. El Gobierno, a pesar de sus intentos por recuperar el orden en los focos de las movilizaciones, trató de negociar con los representantes de algunos sectores agrícolas (paperos y lecheros de Cundinamarca, Nariño y Boyacá), luego de que las declaraciones del Presidente de la República negaran la existencia del PNA (Revista Semana 2013c). El despliegue de los intentos de negociación o de represión por parte del Gobierno se entiende en este artículo como reterritorialización relativa, es decir, el mecanismo establecido de uso de la fuerza policial para recuperar el orden, normalizando así el funcionamiento social del territorio. Sin embargo, dichos intentos no contuvieron el PNA, pues los flujos de los que se compone operaron una desterritorialización múltiple: movilizaciones, bloqueos, “cacerolazos”, marchas, etc. Es decir, dado que la configuración particular de los diferentes modos, medios y formas del PNA no tenían precedente, los mecanismos de reterritorialización propios del Estado se hicieron ineficientes.

Lo que el PNA puede decir sobre los movimientos sociales no es su relativa eficacia, sino las aspiraciones ampliamente dispares de unos sectores con otros en la conjunción de los diferentes movimientos del sector agrario. El PNA tuvo lugar en el encuentro en las calles de diversos actores sociales. Este vínculo inicial devino en un paro generalizado que produjo un profundo impase para la acción gubernamental, que a su vez incitó respuestas democráticas (como la negociación) y represivas (como el uso de la fuerza policial y armada), dejando como evidencia una inquietud sobre las posibilidades de movilización del sector agrario teniendo en cuenta la notoria dificultad actual para la acción política en el marco de una democracia liberal.[ 3 ]

Los múltiples actores junto con sus diferentes formas de expresión presentan un conjunto de elementos heterogéneos que el PNA conjura como un solo aparato provisorio, es decir, como un ensamble de piezas con un funcionamiento preciso. Lo que este conjunto significa es una máquina. La forma excepcional de esta protesta entendida como una confrontación en un contexto social es una máquina de guerra. La guerra no hace referencia únicamente a la confrontación bélica entre contrarios, sino a una economía de fuerzas que establece una forma precisa de relación conflictual. Las condiciones y el espacio propios a esta relación conflictual modifican sustancialmente el territorio, transformando las relaciones sociales entre los implicados y sus vínculos con el espacio. Presentar el PNA como una máquina de guerra permite identificar la singularidad de esta movilización y su relación conflictual tanto con el proyecto de desarrollo económico que le es adyacente, como con el conflicto armado colombiano. Esta correspondencia problemática se estable como dos límites o estratos que configuran la resistencia en el sector agrario.

Dos estratos se encuentran en el nacimiento del PNA dibujando el agenciamiento colectivo del mismo: la relación entre la guerra y el sector agrario, como primer estrato, y la implantación de medidas económicas neoliberales en el campo, como segundo estrato. Proponemos las nociones de estratos como formas de lectura que permiten comprender la doble articulación del PNA, constituyendo los límites que lo enmarcan. Es al interior de los estratos que el agenciamiento colectivo de enunciación se compone (Deleuze y Guattari 1998), es decir, entre dos formas heterogéneas y constitutivas que tejen los conflictos concernientes al territorio. Estos dos estratos son el marco de lectura del espacio rural que no solo ha hecho del campo un escenario intolerable, sino que ha acompañado el devenir político, social y económico del campesinado.

Relación entre guerrilla y sector agrario o primer estrato

La afirmación de Juan Carlos Pinzón, Ministro de Defensa durante el PNA, según la cual el mismo estaba infiltrado por miembros de la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia - Ejército del Pueblo (FARC-EP) (El Nuevo Siglo.co 2013) no es una novedad en la historia de las acusaciones contra las protestas campesinas. La idea de que el PNA fuera guerrillero y no agrario resultaba plausible a los ojos del Gobierno como explicación de la naturaleza de los disturbios y, de alguna manera, las condiciones de las demandas. ¿Por qué esta amalgama podía ser posible?

El nacimiento y fundación de las FARC-EP encuentra sus raíces en los problemas relacionados con la propiedad de la tierra y su uso. Marquetalia, región ubicada al sur del departamento del Tolima, tenía una condición política problemática a comienzos de la década de 1960: se consideraba una región independiente del Estado dado que había conglomerados campesinos que se defendían de latifundistas, grandes detentores de la tierra. Los campesinos, entre los que se encontraba Pedro Antonio Marín alias “Manual Marulanda” o “Tirofijo”, fueron atacados por el Ejército nacional con vistas a erradicar cualquier tipo de foco comunista que brotara en el territorio. Estos hechos, ocurridos en 1962, hicieron parte del mito fundacional de las FARC-EP (Pizarro Leongómez 2006). Dos años después se presentó el Programa agrario de los guerrilleros, un texto que consigna las principales demandas y medidas que las FARC-EP. En sus enunciados, resaltan gratuidad de tierras, capacitación técnica y bienestar social para las comunidades campesinas. Los intereses originales de las FARC-EP están así fundamentalmente ligados con una forma de explotación de la tierra.

La historia colombiana de los últimos 50 años muestra un conflicto real por la tierra. Si bien las FARC-EP nacen con una clara intención de cambiar las condiciones de la propiedad de la tierra, esto no quiere decir que hayan logrado abarcar las necesidades del campesinado a través del territorio nacional. La preocupación del campesinado por sus derechos y su supervivencia no los identifica como guerrilleros, pero pone de manifiesto el estado precario del campo. Que el campesinado, y más ampliamente el sector agrario, exija condiciones de vida dignas no los hace insurgentes. Sin embargo, el mecanismo de amalgama entre las reivindicaciones campesinas y las guerrilleras no es solo una táctica para desvirtuar las reivindicaciones de los primeros sino que pone en riesgo su vida. Pensar que el devenir de la movilización campesina es similar al proyecto político de la guerrilla no es más que un prejuicio, una forma de capturar la contestación social para rotular el campesinado como víctimas o criminales. Se tiene entonces un territorio que no se ha dejado resignificar como enteramente productivo ni como completamente militar; cualquiera sea la patología del campo, esta pone en cuestión la existencia de grupos armados así como las políticas del Gobierno de turno.

Neoliberalismo y el campo o segundo estrato

La Constitución de 1991 marca no solamente un nuevo pacto político, sino también la trasformación del modelo de desarrollo económico del país. Esta operación tiene lugar bajo dos modelos, un modelo de inserción al mercado internacional y un modelo interno de explotación agraria competitiva.

El modelo de inserción al mercado internacional comienza a operar a partir de la política de “apertura económica” del Gobierno de César Gaviria (1990-1994) quien “señala la necesidad de abrir la economía a las fuerzas del mercado para mejorar la eficiencia y acelerar el crecimiento” (Ocampo Gaviria et al. 2007, 342). Esta política se materializó por la supresión de los límites a la inversión extranjera directa y la apertura comercial. La inversión extranjera en las empresas presentes en el territorio fue autorizada hasta un 100% y sin limitaciones a la salida de utilidades al exterior. Asimismo se eliminó progresivamente el control directo a las importaciones bajando así los aranceles de un promedio del 43,7% en 1989, al 11,7% en 1992 (Ocampo Gaviria et al. 2007, 356).

Esta política económica lanzada por el Gobierno de Gaviria no fue exclusivamente programática, estableció más bien las bases de un modelo de desarrollo neoliberal que ha tenido continuidad en los gobiernos posteriores. El Gobierno sucesor de Ernesto Samper (1994-1998) firmó la entrada formal de Colombia a la Organización Mundial de Comercio (OMC) en 1995, quien desde 1981 ya hacia parte del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT). El ingreso a la OMC tiene un impacto fundamental en la agricultura colombiana; contrario al GATT, la OMC no restringe su impacto al comercio de bienes sino que extiende su espectro de influencia a temas como la agricultura. De igual manera, los gobiernos de Álvaro Uribe Vélez (2000-2010) y Juan Manuel Santos (2010-2018) han dado continuidad a esta política con medidas como la firma de los Tratados de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos (2006) y con la Unión Europea (2012). Los impactos de estas medidas no son menores, el valor agregado de la agricultura en el PIB colombiano pasó de representar el 17,4% en 1991 a representar apenas el 6,1% en 2013 (Banco Mundial 2015a); su impacto se redujo así en un 65%.

Las trasformaciones políticas y económicas operadas desde finales de siglo XX en Colombia representan la implantación de un modelo de desarrollo neoliberal. Este modelo tiene su correlato en las formas de explotación agrícola. La política agraria actual se centra en los macroproyectos de gran extensión como la palma africana, intensiva en capital (maquinaria y extensión de tierra), con un bajo empleo de mano de obra. La agricultura ha pasado de representar en 2001 el 22% del empleo colombiano al 17% en 2014 (Banco Mundial 2015b). Estas políticas han generado fuertes impactos en la concentración de la tierra tanto como en las posibilidades de la vida campesina.

El conflicto armado y las políticas neoliberales son así las dos articulaciones que comprometen al campesinado y al campo; los dos estratos que producen el PNA. Tenemos entonces tres elementos que permiten comprender la emergencia del PNA: una máquina de guerra y dos estratos que la atraviesan, conformando el diagrama de la movilización social y las paradojas de su efectuación.

La categoría de estratos es propuesta por Deleuze y Guattari en el marco de dos formas interdependientes y de ningún modo intercambiables: el poder soberano del rey, cuya fuerza impone el dominio territorial, y el legislador, cuyo credo legitima el poder soberano; dos estratos, uno ejecutivo y otro legislativo (Deleuze y Guattari 1998, 359-360). Sin embargo, el análisis del PNA presenta la estratificación del territorio colombiano en dos claves distintas a aquellas de los pensadores franceses. Para explicar la pertinencia de los estratos para el PNA, se ha tomado la guerra como primer estrato, la cual se presenta como la efectuación del combate contra la disidencia o contestación, y el neoliberalismo como segundo estrato, que configura la imposición de lógicas de desarrollo y organización política. En este sentido, ser resignifican las categorías de los pensadores franceses guardando no obstante la relación entre los estratos y la emergencia de una máquina de guerra.

Componentes y elementos del PNA: una máquina social

Si bien la firma de los TLC llamó a debate a los campesinos, los actuales diálogos de paz con la guerrilla de las FARC-EP no podían suscitar menos preocupación. Estas conversaciones buscan dar un final al conflicto armado, poniendo de manifiesto que sus orígenes también debían resolverse. El primer punto del Acuerdo General sobre la Política de desarrollo agrario integral concierne directamente a los campesinos. ¿Por qué? Dado que la guerrilla también ha atacado a los campesinos, el hecho de que la guerrilla negocie directamente la política agraria sin voz ni voto de quienes son concernidos parece, a todas luces, un exabrupto. La preocupación de los campesinos es menos la futura transformación del campo que la injerencia que pueda tener la guerrilla en la decisión de su porvenir. De esta manera, es evidente cómo los miembros del sector agrario están marginalizados de la discusión sobre su propio futuro social, económico y político. Cuestionar las medidas de los TLC y la apuesta por la paz, tal cual como el Gobierno y la guerrilla la han desarrollado, parece suficiente aliciente para tomar las calles. Pero el PNA no se redujo a estas dos preocupaciones.

Con el malestar social y los problemas políticos y económicos del Gobierno, tres organizaciones se lanzaron con pliegos de demandas al momento de llamar al PNA: el Coordinador Nacional Agrario de Colombia (CNA), el Movimiento por la Dignidad Agropecuaria Nacional (MDAN) y la Mesa Nacional Agropecuaria y Popular de Interlocución y Acuerdo (MIA). El CNA se proclamó vocero de los pueblos: campesinos y campesinas, indígenas, afrodescendientes, pequeños mineros y mineras, pescadores y pescadoras, estudiantes, etc. El CNA buscó el cumplimiento de los acuerdos pactados con el Gobierno así como el respeto por la lucha agraria. Por otra parte, el MDAN es una organización basada en dignidades, las cuales construyeron su pliego de peticiones de manera representativa según su producción agrícola: dignidades arrocera, cacaotera, papera, cafetera, entre otras. Al igual que el CNA, el MDAN exigió el cumplimiento de los acuerdos pactados en torno a la protección de la producción, aunque apelaron a una política de desarrollo sostenible y competitivo. La MIA demandó una participación protagónica del campesinado en la construcción de alternativas productivas; es decir, la posibilidad de jugar un rol estratégico dentro del desarrollo de las políticas concernientes a la producción agrícola y la propiedad de la tierra. Estas tres organizaciones encauzaron así los flujos del campesinado en su descontento social y su preocupación por el trabajo rural, comprendido como ancestral, artesanal y autosostenible.

La MIA acogió igualmente las demandas de la Asociación Nacional de las Zonas de Reserva Campesina (ANZORC). Esta asociación, implantada en diferentes zonas del país, defendió principalmente la puesta en marcha de la figura jurídica de las Zonas de Reserva Campesina, reivindicando la titulación de terrenos baldíos ocupados y cultivados junto con la protección y apoyo del Estado a la economía campesina.

A estos movimientos se sumaron igualmente los cocaleros, quienes han sido objeto de políticas de destrucción de cultivos ilícitos pero sin algún apoyo del Estado que les permita generar otras formas de subsistencia. Estos campesinos, además de vivir una situación precaria, han sido señalados como aliados indirectos de la guerrilla, poniendo en riesgo sus vidas.

El MDAN instaló así su manifestación en la producción, el CNA y la MIA lo hicieron en las formas de tenencia y explotación de la tierra. Las “dignidades” campesinas y agrarias no esperaban un cambio sustancial en la propiedad de la tierra, sino una participación dentro del concurso económico de la nación. Esto distaba de las otras dos organizaciones, quienes consideraban la propiedad y producción de la tierra un tema crucial. No es paradójico que el Gobierno comenzara las negociaciones con los representantes de las dignidades. Hay una pluralidad de voces dispares, una serie de enunciados que no parecen armonizar. La multiplicidad de demandas se traduce en un ruido campesino, popular y social.

Finalmente los estudiantes de las universidades públicas y privadas se sumaron al PNA. Ellos se habían movilizado en 2011 en un paro que logró detener la reforma a la Ley 30 de Educación Superior. En dicha movilización lograron conformar la Mesa Amplia Nacional Estudiantil (MANE), cuyo objetivo fue recoger las aspiraciones y críticas del sector educativo, fundamentalmente universitario. En el marco del PNA, los estudiantes decidieron llamar la atención en las ciudades sobre las condiciones formativas de la juventud y la precarización del trabajo calificado, exigiendo la gratuidad educativa y una amplia cobertura.

Se puede agrupar de manera provisoria las demandas de los sectores que se han enunciado. Mercado interno, entendido como los subsidios para el trabajo agrario, la propiedad de la tierra y el control de los oligopolios de producción química y semillas certificadas. Mercado externo, subsidios para la exportación y protección de la depreciación del peso colombiano. Junto con estas exigencias de naturaleza económica, es necesario añadir las problemáticas sociales y políticas del sector agrario. Seguridad para los movimientos sociales, protección al campesinado víctima de la guerra, posibilidad de pensar en una reforma agraria que brinde un nuevo estatuto de propiedad de la tierra, la protección y puesta en marcha de las Zonas de Reserva Campesina. Se puede constatar cómo la multiplicidad de demandas desborda la coyuntura política y económica del contexto nacional de principios del siglo XXI. Así como no es posible sustituir las peticiones de un movimiento social, de un territorio o de un pueblo autóctono, no lo fue tampoco pensar en coordinar todas las demandas en un solo pliego de exigencias.

El PNA permite ver una verdadera crisis de la acción política en la democracia: no es que los canales de la movilización social estuvieran cerrados, sino que sus formas tradicionales habían caducado. Las demandas de los campesinos son la expresión múltiple de una comunidad que se relaciona con la tierra y con su historia. En este análisis, el ruido que todas las demandas produjeron al momento del PNA es la constitución de una máquina de guerra nómada, es decir, de un flujo revolucionario en potencia. Creer que la solución aparece en la armonización del movimiento social es ignorar la potencia inherente de una comunidad, región o pueblo para buscar el cambio social.

Para decirlo en palabras de Deleuze y Guattari, un agenciamiento colectivo de enunciación se produjo en el corazón de la PNA. Una potencia revolucionaria en acto, compleja entre sus elementos, problemática en su constitución e irrecuperable por algún tipo de estratificación, entendida como órgano político o económico. La emergencia del PNA es un agenciamiento social, es decir, una composición de expresiones plurales en un momento específico, trayendo a la luz las condiciones intolerables de la vida en el campo (Deleuze y Guattari 1998). El PNA es entonces la manifestación de una lucha compuesta por diferentes actores atravesados por la crisis en el sector agrario.

La acción colectiva en discusión: líderes y arborescencias

Las luchas agrarias en Colombia tienen una larga historia que atraviesa los diferentes momentos de la vida nacional. Asimismo las formas de organización de dichas luchas han pasado por diversas estrategias y transformaciones. Desde una perspectiva general, se puede identificar dos grandes momentos: por una parte, las luchas agrarias del siglo XX articuladas bajo las formas sindicales y de partido; por otra parte, las formas de lucha de finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI articuladas principalmente bajo la forma de movimientos sociales y organizaciones locales.

Durante el siglo XX, fuerzas tanto conservadoras como de resistencia tuvieron lugar en el escenario colombiano. Dentro de las primeras es posible ver principalmente las posiciones de la Federación de Ganaderos (FEDEGAN) y las del Partido Conservador. Dentro de estas últimas, las formas de partido como las de sindicato fueron fundamentales. El Partido Liberal, a pesar de tener en su seno fuerzas regionales de apoyo a la estructura latifundista, también estaba llevado por fuerzas nacionales que propendían por una modernización del campo. Ejemplos de estas posturas son la primera Presidencia de Alfonso López Pumarejo (1934-1938) y la segunda de Alberto Lleras Camargo (1958-1962). El Partido Liberal no logró integrar completamente dentro de su plataforma las exigencias campesinas. No obstante, articuló en ciertos momentos parte de ellas, buscando dar respuesta a las transformaciones de la economía internacional.

En contraste con los partidos tradicionales, el Partido Comunista jugó un papel central dentro de las luchas agrarias del siglo XX del lado de la resistencia campesina. Sin embargo, en 1964, luego del bombardeo de Marquetalia, la defensa del Partido de las luchas campesinas se articuló mucho más bajo las formas de la lucha armada y la autodefensa campesina que del vehículo partidista (Gilhodes 1974).

Los sindicatos y asociaciones jugaron un papel importante dentro de las formas de organización de las reivindicaciones campesinas. El siglo XX fue el escenario, entre otras, de la formación de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC). Esta organización surgió por un llamado del Presidente liberal Carlos Lleras Restrepo (1966-1970), consciente de que el éxito de las políticas agrarias liberales debía asegurarse con el apoyo de base campesina. Sin embargo, la ANUC comenzó a formular fuertes críticas a gobiernos como el del mismo Lleras, quien era contradictorio entre sus discursos favorables a la reforma agraria y sus actos, buscando prolongar la condición de aparcería del campesinado y bajar la tensión para reconducir la mano de obra rural (Gilhodes 1974).

Estas formas de movilización campesina perdieron fuerza con el paso del tiempo, a causa de las trasformaciones políticas y económicas. Por un lado, la fuerza de las guerrillas, del conflicto armado y la criminalización de la protesta debilitaron la militancia dentro de estas organizaciones. Por otro lado, las transformaciones del capitalismo y la llegada de las políticas neoliberales diluyeron la subjetividad campesina entre las reivindicaciones salariales, propias de las formas sindicales, y su marginalización bajo las formas precarias del trabajo rural (Archila Neira 2008).

Desde finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI, las formas de organización local y de movimiento social cobraron fuerza. Ejemplo de esto fueron las marchas cocaleras de la década de 1990, y en particular, la marcha de 1996 organizada por el Movimiento Cívico Nacional del Putumayo (MCNP). Este Movimiento se expresó en contra de la intensificación de las fumigaciones con glifosato y propuso no solo la erradicación de cultivos ilícitos sino también la inversión social (Ramírez 2001). El MCNP reivindicó así la generación de condiciones de vida digna para los cocaleros.

El cambio paulatino de las formas de organización de las luchas campesinas va de la mano con las trasformaciones coyunturales. Si bien ninguna de estas formas de organización se ha ausentado completamente, parecería que ninguna ha centralizado el conjunto de las reivindicaciones campesinas. Frente a esto, varios autores se han expresado. Siguiendo a Archila, quizá se trata de transformaciones políticas y económicas que han dado lugar al paso de las formas de reivindicación por mejores condiciones sociales a las reivindicaciones por una inclusión ciudadana (Archila Neira 2008). Tomando análisis como los de Negri y Hardt, las formas de resistencia se adaptan a las ocasiones históricas concretas y a las fuerzas coyunturales que le son propias, teniendo presente que las formas de organización política cambian en coordinación con los movimientos de la economía (Hardt y Negri 2005). Bajo estos términos, se puede decir que las formas de organización de la lucha campesina colombiana se han transformando al ritmo de los cambios en el modelo de desarrollo y de las circunstancias históricas del devenir político del país.

Quizás entonces el PNA permite observar cambios en las formas de organización que se articulan con las transformaciones que se operan en el seno de la resistencia haciendo frente a las formas de la política y la economía. Las formas de la resistencia parecen hacerse cada vez más locales, dando paso a la diversidad de las reivindicaciones y organizaciones. Esto no implica una “desorganización” de los movimientos, esto implica más bien una forma rizomática de la organización, en términos de Deleuze y Guattari, aquella en la que cualquier punto de la organización puede conectarse con cualquier otro y bajo este mismo principio no existe líder más allá de fines puramente coyunturales, en otras palabras, dicho líder puede emerger siempre y cuando este no se sustituya a la multiplicidad y sea completamente intercambiable.

Sin duda las sociedades primitivas tienen jefes. Pero el Estado no se define por la existencia de jefes, se define por la perpetuación o la conservación de órganos de poder. El Estado se preocupa por conservar. Se necesitan, pues, instituciones especiales para que un jefe pueda devenir hombre de Estado, pero también se necesitan mecanismos colectivos difusos para impedirlo (Deleuze y Guattari 1998, 354).

Diversas organizaciones se encontraron en el PNA, todas llegaron con sus propias reivindicaciones, sus estructuras y sus formas de acción. Los camioneros bloquearon las carreteras nacionales, los campesinos salieron a las calles, las inundaron de sus manifestaciones, los estudiantes marcharon en las grandes ciudades, se hicieron presentes bajo mecanismos diversos, con demandas diversas y en algunos casos divergentes. Estas voces dispares juegan con la forma rizoma. Los presentes en el PNA estaban así conectados y podían ser conectados en diversos puntos de su accionar, de sus reivindicaciones y al mismo tiempo eran heterogéneos. No es posible distinguir en el PNA una unidad, lo que se visibiliza es una multiplicidad de manifestaciones, de organizaciones. Opera entonces la multiplicidad, conexidad y heterogeneidad en el PNA. “Un agenciamiento es precisamente ese aumento de dimensiones en una multiplicidad que cambia necesariamente de naturaleza a medida que aumenta sus conexiones” (Deleuze y Guattari 1998, 14).

El rizoma, en términos de Deleuze y Guattari, no se reduce a una unidad sino que lo distingue su multiplicidad de dimensiones, esta ausencia de unidad lo hace n-1 entendido este como la inexistencia de un UNO, una cabeza, una centralidad (Deleuze y Guattari 1998, 12). Al rizoma se oponen las arborescencias, aquellas formas racinales que estratifican, ordenan, codifican y que le son propias a las formas de organización del Estado. Una vez que estas arborescencias aparecen en una forma rizoma, este pierde su cualidad constitutiva de n-1, de multiplicidades irreductibles a la unidad.

Dentro del PNA no se distingue unidad sino diversos flujos que confluyen. No quedó una organización, ya sea un movimiento social, un partido político o una forma sindical, quedaron diversas organizaciones, algunas que ya existían, otras que se conformaron posteriormente, pero no se gestó una organización central, dado que todas se agenciaron unas a otras. Ciertamente las organizaciones que confluyeron en el PNA tienen arborescencias, sin embargo, la fuerza de los eventos y de los bloqueos que marcan al PNA no estuvo bajo el control de alguna de ellas ni de su conjunto.

Durante el PNA, los participantes se encontraban en las calles y al mismo tiempo se dispersaban luego de las manifestaciones, en algunos casos se reunían, pero por las dimensiones y la diversidad de los movimientos, sus actores no conformaban una unidad. Cuando las negociaciones con el Gobierno se entablaron y los primeros pactos se firmaron, los actores del PNA comenzaron a retirarse, pero no en conjunto, ello se hizo por agendas compartidas, de manera paulatina. Se puede distinguir así dos elementos propios al PNA que hicieron posible una forma rizomática de la organización: por un lado, la multiplicidad de actores y organizaciones; por otro lado, la multiplicidad de discursos y agendas.

No negamos la aparición de líderes y organizaciones, afirmamos que si bien líderes y organizaciones emergieron durante el PNA, ninguno de ellos logró capturar completamente su flujo maquínico. El PNA tuvo lugar ocho meses antes de las elecciones parlamentarias en Colombia; por su fuerza y la de sus líderes, se esperaba que varios de ellos lograran curules dentro de los diferentes órganos. Sin embargo, entre los 32 líderes identificados dentro de los diversos movimientos solo dos lograron llegar al Parlamento colombiano (Bermúdez Liévano 2014), hecho que marca la imposibilidad de reabsorber la totalidad de los flujos del PNA para reconducirlos.

El PNA como máquina de guerra es la expresión de una forma singular de la movilización, su operación se llevó a cabo mucho más allá de las organizaciones sociales existentes y quizá su más grande fuerza haya sido su disparidad. Sin embargo, esta forma rizomática fue igualmente una de sus más grandes dificultades pues, la ausencia de unión, si bien en principio generó dificultades al Gobierno para la negociación, con el pasar de los días, el Gobierno supo adoptar otros mecanismos y emprendió así una negociación por organizaciones comenzando por aquellas cuyos pliegos de negociación se basaban más en subsidios económicos que en transformaciones del modelo de desarrollo (Revista Semana 2013b).

No se puede entonces dejar de lado la complejidad de un movimiento de tal magnitud, no solo en su conformación sino en su continuidad. El PNA permite pensar la emergencia de nuevas formas de acción social frente a las condiciones de vida de los campesinos y habitantes del campo en general, así como de otras minorías, dejándo la pregunta por su continuidad. De este modo se observa cómo el PNA no es una excepción dentro de la historia de los movimientos sociales en Colombia, sino que responde a las coyunturas del modelo desarrollo y del conflicto armado, dos estratos bajo los cuales se han articulado históricamente las estrategias de movilización agraria. Si bien no es posible anticipar que la movilización agraria vuelva a configurarse como una máquina de guerra, el PNA se establece como un precedente de su devenir.

El territorio y el PNA: un espacio estriado que se alisa

Durante las jornadas del PNA, se produjeron manifestaciones masivas en las calles y plazas de diferentes ciudades del país. Se produjo igualmente un bloqueo importante de vías nacionales, lo que condujo a un desaprovisionamiento paulatino de productos en las urbes. Es así como la Panamericana, vía que conecta el suroccidente colombiano con Bogotá y que lleva hasta las fronteras con Ecuador, estaba bloqueada tal como la vía que conduce de Boyacá a la capital y la vía que llega desde el departamento del Huila, entre otras (Revista Semana 2013a). Tanto los bloqueos y sus consecuencias como la salida masiva de manifestantes a las plazas de las ciudades generó una transformación del territorio durante el PNA, se operó así un alisamiento nomádico del mismo.

La forma nómada de la máquina de guerra se distingue del Estado por su distribución en el territorio, dado que el Estado distribuye sus órganos, asignando funciones en un espacio delimitado, estriado. Por el contrario, los nómadas siguen trayectos en un espacio abierto, no lo delimitan, lo ocupan en un espacio liso. Tal como no existen rizomas sin arborescencias, tampoco existe un espacio liso o uno estriado absoluto: el espacio liso se encuentra entre dos espacios estriados que se oponen a los procesos de alisamiento (Deleuze y Guattari 1998). Es así que el PNA, como máquina de guerra, opera en el territorio colombiano como un espacio liso; a ella se opone el espacio estriado propio del Estado con sus órganos y sus funciones.

El espacio estriado constituye la forma constantemente operante de las estratificaciones o segmentaciones. Si bien estos estratos se han transformado, no se han implantado totalmente, pues esto devendría en una parálisis del sistema rizoma-árbol. En el caso del PNA, es en el preciso momento en el que el estriaje operado por la guerra y el neoliberalismo no funciona eficientemente que se da pie a un espacio liso de la protesta. Estos dos procesos son simultáneos porque hay estriaje en la constitución de la MIA, el MDAN y el CNA, y lisaje en la emergencia del PNA. El espacio liso opera así entre la inoperancia de los estratos.

Conclusiones

El territorio colombiano se encuentra estriado al menos por dos estratos, el conflicto armado interno y las políticas neoliberales sobre la base de un modelo de desarrollo desigual poniendo en cuestión las formas de vida del campesino. En medio de estos estratos y de las diferentes arborescencias, el PNA ha tenido lugar como acontecimiento que ha marcado un agenciamiento colectivo.

La fuerza de este agenciamiento fue configurada tanto por sus contenidos como por sus formas de organización. El ruido de las demandas constatado por la diversidad y contraposición de las mismas así como las formas de la ocupación nómada del espacio han gestado, durante el evento, una máquina de guerra. Esta máquina parece haber operado un espacio liso entre los estriados. Sin embargo, esto no niega la violencia del acontecimiento que invita a cuestionarnos sobre la emergencia de la máquina de guerra como forma de resistencia.

El PNA, como evento irreductible a sus actores o a sus causas, pone en cuestión las formas de la movilización social. Es posible constatar que las aspiraciones de cambio social de los diferentes rincones de este diagrama no anticipan ni prescriben los efectos de la conjunción de estas las luchas. Es quizás gracias a la imposibilidad de conjurar en un mismo sujeto social el lugar legítimo de la oposición política, que la configuración de las organizaciones no abarca la totalidad del diagrama político, sino que muestra una multiplicidad cuyo carácter novedoso no está inscrito en sus exigencias sino en las condiciones actuales del impase en el ejercicio de la resistencia.

Las reivindicaciones agrarias han pasado históricamente por diferentes formas y organizaciones que han intentado vehiculizarlas, desde las formas de partido hasta los movimientos sociales. El PNA propone una forma nómada de la movilización social en la que se encuentran actores diversos, ausentes de unidad, formados de manera rizomática frente a los estratos que los ponen en cuestión.

El PNA invita entonces a pensar las formas de la movilización social. No obstante, el PNA, en tanto que máquina de guerra, nos cuestiona la violencia del evento y su posible continuidad. ¿Cuáles pueden ser las formas de la movilización social que podemos pensar frente a los retos contemporáneos del campo en general? Al respecto, Deleuze y Guattari han dejado algunas pistas para comprender el lugar de la resistencia desde el sector agrario. Al campesinado colombiano le es propio el agenciamiento maquínico y colectivo con el fin de hacer frente a los problemas de la concentración del capital y los recursos (Deleuze y Guattari 1998, 475).

El campesinado y el sector agrario no desaparecen ni desaparecerán. En ellos se constituye una resistencia en potencia como latencia de los dos estratos y su operación, pues tanto a la guerra, como al neoliberalismo, les es fundamental –esencial en todo caso– el campo y los campesinos. No es una relación de interdependencia, sino el espacio de la reterritorialización del campo. Una paradoja se instala en el lugar de la movilización social: la resistencia se materializa al compás de la transformación de los estratos. Se evidencia que la movilización social se enfrenta a otros modos de efectuarse, pero también se encuentra con las dificultades de su finitud y de sus contingencias; desear perpetuar la máquina de guerra es una misión que diluye inmediatamente el agenciamiento social de toda movilización. Si bien la movilización no transforma la relación de fuerzas, acompaña la providencia del territorio. Siguiendo a Deleuze y Guattari, no es propio de las minorías la constitución de la forma Estado, la cual busca continuamente la ruina de ellas. Más bien, es propio de las minorías responder a las formas del neoliberalismo actual a través de nuevos mecanismos de expresión y de enunciación.

Referencias

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______. 2013c. “El Paro Nacional Agrario no existe”, 28 de agosto. Acceso en mayo de 2015.

Notas

[1] Son numerosos los intentos académicos por analizar el trasiego de la resistencia y la participación social del campesinado en Colombia (Archila 2001). El objetivo de este trabajo no es abordar las características de la movilización social en Colombia, sin embargo, se considera que es posible constatar, en los análisis históricos realizados sobre las formas de la protesta social en Colombia, un enfoque problemático. Buena parte de estos trabajos se han fundado sobre la base de la situación social precaria en Colombia como condición para la resistencia. Serían entonces la pobreza y la desigualdad la condición bajo la cual la protesta social, como forma de resistencia, podría emerger en países como Colombia.
[2] Este análisis se enmarca en una lectura de la noción de territorio como eje problemático. Como territorio definimos un espacio móvil y modificable por dos procesos heterogéneos y constituyentes: la reterritorialización y la desterritorialización. Ambos procesos transforman la lectura del territorio como estado cosas dado previamente, evidenciando la contingencia de su configuración. En rigor, el PNA es una desterritorialización para el Gobierno y la sociedad, pero es a su vez una reterritorialización en razón de la configuración de un nuevo orden del mismo territorio.
[3] El antecedente más cercano que se tiene del PNA es el Paro Nacional Cívico (PNC) del 14 de septiembre de 1977, en Bogotá. Esta movilización, mayoritariamente sindical, demandó la aplicación de un pliego de peticiones concernientes a la mejora de las condiciones laborales. Las centrales de trabajadores, los estudiantes y la ciudadanía bloquearon la capital colombiana dejando como antecedente la única movilización que unió varios de los sectores proletarios y subalternos (Camargo 2010). El PNC duró tres días y se restringió al área urbana; sus consecuencias derivaron en el llamado “pánico antisubversivo” con la protesta popular y en los peligros para el orden público que podían suscitar. Sin embargo, este antecedente se aleja sustancialmente del PNA, no solo porque los campesinos y en general el sector agrícola fueron quienes iniciaron la movilización sino por su duración e implicación en el territorio nacional.
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