Zygmunt Bauman y Leonidas Donskis. Ceguera moral. La pérdida de sensibilidad en la modernidad líquida. Barcelona: Paidós, 2015, 271 págs.
Zygmunt Bauman y Leonidas Donskis. Ceguera moral. La pérdida de sensibilidad en la modernidad líquida. Barcelona: Paidós, 2015, 271 págs.
Iconos. Revista de Ciencias Sociales, núm. 55, 2016
Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales
Zygmunt Bauman y Leonidas Donskis Ceguera moral. La pérdida de sensibilidad en la modernidad líquida Barcelona: Paidós, 2015, 271 págs
En la actualidad se ha presentado una preocupación en los ámbitos académicos e investigativos sobre la construcción de paz y las alternativas que permiten guiar este proceso, el cual debería verse reflejado en el actuar del ser humano, empero, este es uno de los retos más grandes de una sociedad acostumbrada a la violencia. Por lo anterior, la inseguridad en tiempos de paz siempre tendrá que ver con los preceptos morales que posibilitan el comportamiento humano constructor de realidades llenas de incertidumbre, afán y violencia, por lo que su naturalización hoy representa una de las mayores formas de ceguera moral.
Este libro es un diálogo sobre el redescubrimiento de un sentido ético como alternativa ante la fragmentación, atomización y resultante pérdida de sensibilidad planteadas por la adiaforización humana. Dicho de otro modo, es un diálogo teórico epistolar entre amigos, humanista y a la vez sociológico y filosófico a partir de “la esperanza de que en algún lugar aún existe una tierra diferente, capaz de oponerse a la pérdida de sentido, de criterio y, en última instancia a la ceguera moral” (23).
El contenido del libro se presenta en cinco partes: la primera, “de los demonios a las personas terriblemente normales y cuerdas”; la segunda, “la crisis de la política y la búsqueda de un lenguaje de sensibilidad”; la tercera, “entre el miedo y la indiferencia: la pérdida de sensibilidad”; la cuarta, “arrasar la universidad: el nuevo sentido del sinsentido y la pérdida de criterios”; y la quinta, “el repensar la decadencia de occidente”. A través de estos capítulos, los autores desarrollan el análisis de la función de la adiaforización para insensibilizar el universo de las relaciones interhumanas, explicando que inutilizarlas como factores potenciales de autodefensa comunitaria conlleva la permanencia de la violencia en el mundo.
En la primera parte, los autores sitúan la problemática de la modernidad para Europa occidental que luego se expandirá a América Latina y al mundo con características como la despersonalización, la fragmentación de la sociedad e hiperracionalización. Dichas características representan la forma en la que las personas “normales” pueden esconder un monstruo en su interior, lo que ocurre en tiempos de paz y puede contenerse siempre en su interior es una cuestión que vale la pena indagar, ya que realmente son las personas del común las que han causado daño empleando la traición, la indiferencia, el odio y el miedo para alcanzar poder. Asimismo emplean a la novela del siglo XX para afirmar que estos escritores habían pronosticado el futuro poco amable del ser humano.
En efecto, definen la adiaforización como las estratagemas para situar, a propósito o por defecto, ciertos actos y/u omisiones respecto a ciertas categorías de seres humanos fuera del eje moral/inmoral, es decir, fuera del universo de obligaciones morales y al margen del ámbito de los fenómenos sujetos a evaluación moral. Esto, para declarar los mencionados actos o inacciones como moralmente neutros y evitar que las opciones entre ellos se sometan a juicio ético, lo que significa eludir el oprobio moral. Por ejemplo, esto es lo que hace la rutinización de la violencia: conducir a las personas a estados de no respuesta ante los horrores de la guerra. Expresan que el principal taller para la adiaforización fue la burocracia y que ahora este papel lo asume el mercado.
En la segunda parte, interpretan que lo que realmente representa al mal en la sociedad moderna es la abolición de la privacidad, que conduce a la manipulación e intromisión en la intimidad de las personas. Lo anterior se presenta también en los libros Modernidad líquida 1 y Vigilancia líquida, 2 donde Bauman afirma que la privacidad ha muerto, así como lo decían en su tiempo Michel Foucault y Jürgen Habermas, asumiendo que lo que sucedió desde la explicación del panóptico hasta la colonización de la privacidad ha sido la derrota de la idea del individuo autónomo. Así se fundamenta tanto la desaparición de la libertad política como el estar lejos de dar una voz de alarma social ante esta amenaza, considerada como tal porque ahora se legitiman a las redes sociales como la base de las relaciones humanas y como las defensoras de los derechos humanos, cuando esas acciones son deber del ser humano en su espacio físico, social y político.
Los autores afirman que en esta sociedad de consumo ya no existen los conceptos de derecho al secreto, privacidad o intimidad y no hay diferencia entre lo público y privado, convirtiendo al ser humano en una demanda para sí, pues se entiende que “me ven, luego existo” como sinónimo de éxito o reconocimiento. Así, cuanto más íntimo y escandaloso sea lo publicado, más atractiva y exitosa serán las visualizaciones del hecho, lo que da como resultado global una sociedad confesional, con micrófonos en cualquier lugar y megáfonos en plazas públicas. Es decir, el libro expresa firmemente que las herramientas tecnológicas no son lo que sostiene la paz y la seguridad, y que no es la vida virtual la que mantiene la vida real. La política ha desaparecido porque ya no se participa en carne y hueso, ahora toda la información que moviliza desaparece tan rápido como se crea y la pérdida de privacidad es evidencia de que vivimos en una sociedad que fomenta la autoexposición
Lo anterior, según los autores, es la antesala para la pérdida de poderes sociales, en donde se empieza a carecer de memoria histórica, individualidad reconocible y asociación, despojando a los seres de la sensación de lugar, hogar y pertenencia, perdiendo así la sensibilidad moral y política básica. Este apartado expone que el desarraigo, la miseria y el olvido son aspectos perversos de la versión radical de la modernidad que no está lejos de ser permanente, pues ya se vive a diario por cuotas
Esta política de la modernidad líquida ha creado a una nueva clase social que ha sustituido al proletariado en precariado, un nombre derivado del concepto de precariedad: someterse al favor y al placer de otro, vivir en la incertidumbre transmitiendo una asimetría del poder actuar –ellos pueden, nosotros no podemos–.
De lo anterior, se deriva la tercera parte que en concreto demuestra que el ser humano vive entre el miedo y la indiferencia, en donde no se confía en la seguridad proporcionada y, por ende, se vende la libertad. Por ello, países de occidente consideran la migración como una problemática, porque se antepone el derecho a la seguridad individual con indiferencia hacia las realidades inhumanas que viven los otros y se adiaforiza la xenofobia de actos diplomáticos en defensa de la seguridad, siendo un mero ejemplo de una de las expresiones de la pérdida de sensibilidad.
Lo más incomprensible es que se vive en una época relativamente tranquila y feliz, sin embargo, el temor y el miedo son parte de la cultura popular. Lo anterior es también aprovechado por el mercado para ser incluido en la mecánica del consumo: se vende miedo para comprar seguridad. Miedo, desconfianza y prejuicio debilitan la comunicación y la interacción. Ahora bien, es el odio el origen del miedo social a todo, el mismo alimenta el lenguaje y a su vez crea la violencia vivida, comercializada y premiada.
Por lo tanto, es importante reavivar una sensibilidad de la memoria y de la historia local, la capacidad política y de memoria histórica que tiene el ser humano para enfrentar estas situaciones, ya que la política es la traducción de las preocupaciones morales y existenciales en una acción racional y legítima para beneficio de la sociedad y la humanidad; mientras que la historia es cabalmente entendida como el diseño simbólico de la existencia y las decisiones morales que adoptamos cada día. Por consiguiente, los autores explican que el problema no es la amnesia colectiva sino la actual transformación del pasado en un recipiente que se actualiza cada segundo y que no da espacio para guardar o reconstruir los acontecimientos significativos de la vida humana.
Hay tanta información actualizándose constantemente que esta hace que las personas asuman una actitud indiferente. Por ello, es más probable que un único acto de crueldad empuje a una multitud de manifestantes a las calles, que las dosis de humillación e indignación monótonamente sufridas día a día. Los autores dan cuenta de que el ser humano sufre una suspensión momentánea de la rutina cotidiana habitual cuando una catástrofe o suceso escabroso interrumpe su normalidad; a esto lo han llamado “la tiranía del momento” y su re - acción ante la prolongación del suceso es denominada “cansancio de la compasión o indiferencia”.
Entonces se hace indispensable para la investigación humanista un análisis desde lo cotidiano, reflexiones menos tecnócratas y más sentidas de lo que ocurre en la actualidad, no solo para saber su porqué, sino también para alertar a nuestras sociedades sobre el peligro de la insensibilidad, incluso en aparentes “tiempos de paz”.
En consecuencia, aparece una cuarta parte en donde la academia también reacciona ante estos cambios y se convierte en un “local de comida rápida intelectual” caracterizada por la necesidad de producir en cantidad. Convirtiéndose en el espacio en donde dominan la agresividad semicorporativa con la misión de ofrecer servicio y eficiencia, donde las capacidades se miden por número de artículos publicados sin aportar nociones nuevas a la ciencia, en lugar de investigación profunda, original y una enseñanza de alto nivel. Este proceso se ha llevado a cabo desde que la reforma a la educación la ha orquestado la clase política. Ahora vemos a una universidad apolítica y tecnocrática que discrimina a los pensadores no académicos, independientes y sin reconocimiento, aislados para poder sobrevivir
Así, aparece una nueva víctima de la tiranía del momento: el lenguaje. Se vive en la época en la que unos pocos se deleitan, son autónomos y viven para la política y no de la política. El lenguaje cambió, pasó de ser apasionado, lleno de riquezas y respeto por conceptos; y las personas a ser un lenguaje brutal que pretende menospreciar a los demás, nada constructor de conocimiento, humanidad o paz.
Los autores insisten en que los seres humanos están incompletos sin los demás, a pesar de que se ha vendido una idea del individualismo y la autosuficiencia hiperracionalizada. En definitiva, la última parte intenta repensar la decadencia de occidente proponiendo el amor, la amistad, la lealtad y la creatividad como alternativa a la pérdida de sensibilidad; motiva a caminar hacia la coexistencia, la cooperación pacífica y mutuamente provechosa de etnias, clases y culturas en el mundo globalizado de diásporas.
Se reconoce el afianzamiento de las diferencias humanas en prácticamente todos los asentamientos de personas, por lo que un diálogo respetuoso y abierto entre culturas es una condición importante mediado por una ética humana. Una cuestión crucial para una supervivencia compartida difícil de alcanzar dadas las condiciones actuales de insensibilidad, sin embargo, los autores plantean que se necesita mucha buena voluntad, compromiso, respeto mutuo y un rechazo compartido a toda forma de humillación. Así, el diálogo y el acuerdo podrían convertirse en los nuevos patrones dominantes de coexistencia.
La ceguera moral presenta un análisis centrado en el ser humano y su relación con otros olvidando un poco su relación con el medio ambiente. Empero, es una buena continuación de toda la literatura preocupada por comunicar el destino del ser humano si no recupera valores de comunidad. Este libro es una invitación a volver la mirada a las Humanidades como espacio de conocimiento, creación y arte que puede permitir la resignificación de la vida.
Notas