Introducción
Este artículo analiza la socialización de habilidades militantes en movimientos populares emplazados en el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA), entendiéndola como parte de los modos de hacer política en los sectores populares. En este sentido, los movimientos operan como totalidades pedagógicas donde los militantes adquieren habilidades, saberes y recursos que no poseían con anterioridad o bien que son reforzados en esos contextos. De allí que las trayectorias militantes se construyan en el marco de experiencias subjetivas donde se anudan elementos políticos y pedagógicos, volviéndose experiencias político-pedagógicas.
En el abordaje planteado, se retoman las consideraciones teóricas de Franck Poupeau acerca del concepto de capital militante que dialoga con la tipificación de capitales propuesta por Pierre Bourdieu. El uso de este constructo teórico coadyuva a la indagación específica del campo militante en el cual se inscriben los movimientos populares, al mismo tiempo que invita a considerar las vinculaciones del capital militante con el capital político y escolar. Partiendo del supuesto de que la apropiación del capital militante no es un proceso espontáneo, se plantea la afinidad existente entre la aproximación del capital militante y la perspectiva de los movimientos como sujetos y principios educativos propia de la socialización política. Esto es, la participación en un colectivo permite a los sujetos adquirir un cúmulo de ''saber-hacer'' definido como capital militante.
Este artículo se nutre de un trabajo mayor realizado entre los años 2012 y 2015 en el marco de programas de maestría y doctorado en la Universidad de Buenos Aires (UBA).1 La producción de la base empírica se sustentó en una recopilación sistemática de información referida a tres talleres de formación política destinados a militantes de base a partir de una triangulación de técnicas metodológicas cualitativas (entrevistas con profundidad, observación participante y análisis de documentos). Los tres casos de estudio corresponden al Movimiento Popular La Dignidad (MPLD), el Movimiento Darío Santillán (MDS) y el Movimiento Nacional Campesino Indígena-Buenos Aires (MNCI). Si bien el trabajo de campo se centró en talleres de formación política, comprendidos como instancias pedagógicas sistemáticas, los militantes de base manifestaban la existencia de una formación política en las prácticas políticas cotidianas del movimiento que era potenciada en el seno de los talleres.
Recuperar el punto de vista de los militantes de base implica una mirada particular: sujetos pertenecientes a los barrios populares de las periferias del AMBA y, en la mayoría de los casos, de relativamente reciente incorporación a los movimientos que se encontraban en vías de armado -y potenciación- de sus trayectorias de militancia. Esta condición de militantes de base posee implicancias en las posiciones ocupadas en el campo militante. Por lo tanto, más que relatos consolidados, se hallan discursos que vislumbran una adquisición del capital militante en proceso.
El artículo se estructura en cinco apartados. En un primer momento, se caracterizan brevemente los movimientos populares en estudio y la preocupación por la formación de la militancia. A continuación, se presentan los puntos de partida teóricos desde los cuales se aborda la socialización de habilidades en movimientos populares. Luego, se particulariza en la categoría nativa saber hablar comprendida como una habilidad ampliamente valorada por la militancia como aprendizaje y aspiración que marca el devenir de las trayectorias de militancia. Las siguientes dos secciones indagan las experiencias de militantes de base relativas a la adquisición del saber hablar como parte del capital militante: por un lado, se rastrean los sentidos asignados al saber hablar y sus implicancias para las prácticas políticas; por otro lado, se plantea una aproximación al saber hablar informada en una perspectiva de género mostrando la particularidad de la apropiación de esta habilidad en militantes mujeres. Las reflexiones finales esbozan un horizonte de problematización y discusión en torno a cierta dualidad presente en la socialización de habilidades militantes como contribución a la subjetivación política y como expresión de la cristalización de una suerte de división social del trabajo contestatario.
La especificidad de los movimientos populares aquí presentados reenvía, en términos de génesis, a la coyuntura abierta por las reformas neoliberales hacia finales de la década de 1990 en que se conformó el contexto y la condición para la emergencia y expansión de una serie de organizaciones con un acentuado cariz territorial que cuestionaron las tramas del modelo neoliberal desde la especificidad de los trabajadores desocupados. Posteriormente, nutridos por esta experiencia organizativa y en un marco de recomposición económica, estos movimientos atravesaron reconfiguraciones para incorporar nuevos sectores (sindical, estudiantil y juvenil además del terri torial), nuevas demandas y nuevos sujetos distintos a los trabajadores desocupados que se combinaron con un uso menos cotidiano del piquete como repertorio de acción y la asunción de la prefiguración en la cotidianidad de los territorios como estrategia política. En pocas palabras, se amplió la perspectiva de lucha más allá de la identidad y los términos piqueteros para devenir movimientos multisectoriales con vocación de disputa hegemónica (Ouviña 2015).
La heterogeneidad en las trayectorias de formación, militancia, clase social, laborales, migratorias y de género al interior de estos movimientos es un aspecto a considerar en su doble faz de encuentro y potenciación de lo heterogéneo tanto como elemento de tensión interna ya que no escapa a la posibilidad de reproducción de las jerarquizaciones de los sentidos societales dominantes. Tal como fue señalado en la introducción, este artículo se centra en el punto de vista de la militancia de base caracterizada como sujetos, mayoritariamente mujeres, pertenecientes a los barrios populares de las periferias del AMBA de incorporación relativamente reciente a los movimientos de pertenencia.
Cabe mencionar que las organizaciones de trabajadores desocupados y los ulteriores movimientos populares conforman un arco diverso en cuanto a las matrices político-ideológicas que informan las formas de construcción política, la relación con el Estado y las modalidades de acumulación. Siguiendo a Svampa, las matrices político-ideológicas son ''líneas directrices que organizan el modo de pensar la política y el poder, así como la concepción del cambio social'' (2010, 8). Respecto a las matrices más representativas de los movimientos populares contemporáneos en Argentina, la autora señala a la vertiente propia de la izquierda tradicional partidaria, la nueva narrativa autonomista y la nacional-popular. El tipo de aprendizaje militante al que se refiere este artículo está conectado con un modo organizativo particular no generalizable a todas las organizaciones territoriales. El saber hablar cobró centralidad en colectivos próximos a aquello que Svampa denomina nueva narrativa autonomista2 en los cuales se habilita una tematización sobre las relaciones de representación y participación internas, valorando los procesos participativos. Aunque con resignificaciones significativas en su evolución histórica, la nueva narrativa autonomista propone -en su estado más puro- un tipo de construcción política independiente de los partidos políticos, el Estado, los sindicatos y la iglesia. La matriz de la nueva narrativa autonomista es nombrada aquí como izquierda independiente, en tanto marco político-ideológico, programático e identitario, acorde a las categorías que estos movimientos han seleccionado para describirse a sí mismos en el recorte temporal en indagación.3
Estos movimientos de la izquierda independiente asumieron, ya desde su génesis, la preocupación por la formación como tópico de debate, práctica más o menos sistemática y principio de acción en vistas a la consolidación de una democracia interna frente a la existencia de niveles heterogéneos de politización, ideologización y formación en la militancia.
La perspectiva del capital militante: la adquisición del saber-hacer militante Geografías chatinas
Para el análisis de los modos de adquisición y dominio práctico del saber-hacer en movimientos populares resultan sugerentes las consideraciones de Poupeau (2007) acerca del capital militante, quien reelabora la tipificación de los capitales en diversos campos sociales propia de la teoría sociológica de Bourdieu (1981).
La idea de capital militante da cuenta de la incorporación de un saber-hacer específico nucleado en técnicas, recursos, disposiciones, habilidades, modos de actuación y saberes que se expresan y se movilizan en la arena política (Matonti y Poupeau 2007). De allí que, como se analizará más adelante, el capital militante reúne un conjunto de recursos que reenvían a la posesión de otros capitales (cultural, social, político y hasta económico) reconvertidos en el campo militante; y, adicionalmente, requiere otra serie de recursos específicos socializados vía la participación en las prácticas militantes. En palabras de los autores, el capital militante es entendido como un capital:
incorporado bajo la forma de técnicas, de disposiciones a actuar, intervenir o simplemente obedecer, recubre un conjunto de saberes y de saber-hacer movilizables durante acciones colectivas, luchas inter o intra-partidarias, pero también exportables, convertibles en otros universos y, así, susceptibles de facilitar ''reconversiones'' (Mantoti y Poupeau 2007, 39-40).
A modo de ejemplos que ilustran esta definición, cabe citar aprendizajes mencionados recurrentemente por los militantes de base en relación con ciertas habilidades como ''saber hablar'', ''poner el cuerpo'', ''saber defenderse'', ''no pisar el palito'',4 ''construir y sostener los espacios'', ''saber escuchar'', ''decidir en colectivo'' y ''respetar los acuerdos''.
Al igual que el capital cultural, el capital militante puede existir en estado incorporado como conjunto de disposiciones militantes incorporadas -corporales, lingüísticas e intelectuales- para dirigir un grupo o realizar una acción; en estado objetivado en tanto cultura política cristalizada en recursos materiales (libros, revistas, carteles, fotos, banderas) y organizacionales para conducir una acción; y, finalmente, en estado institucionalizado bajo la forma de puestos que pueden ocuparse (Poupeau 2007). En este artículo, se asume una mirada del capital militante en estado incorporado donde se condensa el anudamiento entre política y pedagogía.
Ahora bien, la especificidad del capital militante en relación con el concepto cercano de capital político alude a dos elementos: a) los campos de adquisición y valorización de estos capitales; y, b) la centralidad de la dimensión del compromiso colectivo.
En cuanto al primer punto, el capital político remite a los procesos de lucha política vinculados con la democracia liberal, sus instituciones y los partidos políticos -es decir, opera en el campo político-partidario- mientras que el capital militante rebasa la lógica institucionalizada habilitando otros espacios de disputa política, cuyas modalidades de incidencia en lo público distan de los canales tradicionales. Siguiendo la clave de lectura de Gluz (2013), la emergencia del concepto de capital militante es tributaria del contexto de crisis de representación del sistema político y del sindicalismo y, asimismo, del surgimiento de un nuevo tipo de militancia asociada con los movimientos y organizaciones populares. La noción de capital militante se encuentra en consonancia, entonces, no solo con las prácticas de los movimientos populares en estudio sino también con las perspectivas conceptuales que amplían el concepto de lo político en pos de visibilizar otros espacios políticos, los no lugares de la política al decir de Tapia Mealla (2011); aunque, cabe aclarar, concebidos como profundamente políticos. Estos espacios desbordan los lugares estables de la política, extendiendo la trama de actores, ámbitos y lógicas involucrados frente a la exclusividad de los políticos profesionales y reduciendo el monopolio estatal como único lugar de la política.
Si bien el señalamiento de la especificidad del campo militante y del capital adquirido en su interior resulta necesaria, máxime cuando se estudia movimientos populares de matriz de izquierda independiente con una trayectoria nucleada en torno a la idea de autonomía,5 se debe relativizar la escisión entre este campo y el político a la luz de las experiencias de vinculación entre ambos durante la primera década del siglo XXI en Argentina, las incursiones de movimientos populares en la arena electoral y la reconversión del capital militante en capital burocrático-administrativo en la presencia de militantes por medio de la ocupación de cargos en la administración pública. En este sentido, estos movimientos populares surgidos y emplazados en los no lugares de la política podrían disputar -y de hecho lo hacen- los lugares estabilizados de la política.
Como segundo punto de demarcación, Poupeau (2007) enfatiza la dimensión del compromiso con lo colectivo como característica particular del capital militante, aspecto que el capital político abordaría de manera insuficiente. Como sostiene Gluz, ''el concepto expresa esta nueva capacidad de orientarse a partir del compromiso, que permite a los sectores más desposeídos de todas las especies de capital, acceder al mundo político'' (2013, 28). Siguiendo este razonamiento, la construcción del capital militante requiere de la interacción y el vínculo de los sujetos con el movimiento dado que, aun siendo habilidades individuales, se adquieren en la inserción en un colectivo que habilita y potencia lo subjetivo-individual. Por lo tanto, el saber-hacer que orienta a los sujetos en el campo militante se inscribe en un grupo movilizado en el marco del cual se adquiere un tipo particular de compromiso con lo colectivo.
Capital militante y socialización política: el movimiento como sujeto y principio formativo
De la caracterización de la noción de capital militante se desprende una lectura pedagógica de la política y, particularmente, de la construcción de trayectorias militantes teniendo en cuenta los aprendizajes implicados y los procesos de constitución de sujetos en juego. La adquisición del capital militante en los movimientos populares discurre por distintos espacios-momentos formativos: las escuelas construidas y gestionadas por los movimientos, los talleres de formación -dentro de los cuales se destacan los talleres de formación política- y las prácticas militantes en su conjunto. De allí la afinidad con la perspectiva de la socialización política utilizada por Morán y Benedicto (1995) y Vázquez (2009a) definida como ''un proceso biográfico de incorporación de competencias sociales ligadas a los diferentes ámbitos de la vida cotidiana de los sujetos, que involucra un conjunto de aprendizajes (y olvidos) producidos en diferentes ámbitos de la experiencia'' (Vázquez 2009a, 1-2). Así entendida, para los sujetos participantes del campo militante, todas sus prácticas político-pedagógicas -independientemente de su formalidad y sistematicidad educativa- se vuelven formativas.
En línea con los planteos de la socialización política, los movimientos son concebidos como sujeto y principio educativo (Caldart 2008; Michi 2010), haciendo hincapié en lo educativo cotidiano, lo educativo encuentro con el otro y lo educativo relación social (Guelman 2011). En consecuencia, la cotidianidad se revaloriza como espacio-momento de aprendizaje y el colectivo como instancia mediadora en tanto se aprende necesariamente haciendo con otros.6 Del mismo modo en que la noción de capital militante amplía la definición de lo político para incorporar los no lugares de la política, también insiste en una definición amplia de lo pedagógico que rebase el sistema educativo formal como lugar ''normal'' de la educación así como las formas escolares gestadas por los movimientos.
La recuperación del concepto de socialización política requiere realizar algunas precisiones sobre los presupuestos con los cuales se trabaja de modo de deslindarnos de ''aquella versión canónica de la socialización política que no es otra sino la clásica concepción parsoniana matizada por ciertas aportaciones posteriores'' (Morán 2003, 31). Para ello, se reponen dos debates principales, suscitados en torno a algunas de sus premisas, que giran en relación al determinismo o posibilidad de aperturas y virajes en la socialización y la construcción de sujetos resultante.
En primer lugar, a diferencia de la versión canónica, la socialización política no es un mecanismo de integración social basado en la armonía entre la sociedad y las normas, valores y roles que el individuo ha interiorizado de lo social. Por el contrario, lejos de un carácter pasivo y unilineal, la socialización política es un proceso conflictivo surcado por las tensiones que provocan las distintas lógicas de acción que estructuran las experiencias sociales de los sujetos y las confluencias de influencias pasadas y presentes (Morán 2003). La socialización no asegura la adhesión plena en tanto los sujetos establecen una separación crítica y reflexiva frente a estos, que incluye también a los aprendizajes en el marco de la socialización sobrevenida en las totalidades pedagógicas de los movimientos populares en estudio.
El segundo debate concierne a la condición decisiva (o no) de la infancia y, en consecuencia, el peso de la socialización en los jóvenes y adultos. A contramano de la versión canónica, la socialización política no concluye en las experiencias de la primera infancia, etapa que autores como Berger y Luckmann (2003) denominan de socialización primaria, ni ésta tiene un carácter determinante sobre la socialización secundaria. Sostener que la socialización es un proceso nunca concluido, que se dilata a lo largo de la existencia de los sujetos, supone comprender las particularidades de los aprendizajes políticos en movimientos populares que podrían redundar en la producción de epifanías o profundos virajes por parte de sus militantes en relación con sus biografías, experiencias y representaciones previas (Vázquez 2009b). En conclusión, si se entiende a la socialización política como un proceso de apropiación y resignificación que habilita la asunción de las credenciales de pertenencia a ciertos colectivos -y no como la imposición naturalizada de una herencia intergeneracional- ''no habría procesos unívocos de socialización así como tampoco actores que se encuentren totalmente socializados'' (Vázquez 2007, 137).
Estos presupuestos de aproximación a la socialización política son retomados por un corpus de investigaciones empíricas en América Latina que estudian colectivos, organizaciones y movimientos populares, no necesariamente con las mismas características de los aquí presentados, cruzando participación y socialización política (Alvarado 2012; Alvarado et al. 2012; Bonvillani 2012; Alvarado et al. 2008; Botero, Vega y Orozco 2012; Vázquez 2007; 2009a; 2009b; Vázquez y Vommaro 2009). Estas investigaciones comparten entre sí un énfasis particular en los jóvenes desde una perspectiva generacional de la política.
Teniendo en cuenta la multiplicidad de espacios-momentos de socialización política presentes en el campo militante, este artículo recoge los talleres de formación política como recorte particular de indagación de la socialización política. A este respecto, sostenemos que los talleres revisten el carácter de analizadores de la socialización en el marco de las prácticas cotidianas de los movimientos populares en tanto implican un retiro temporario de la urgencia de la militancia y un tiempo específico -acotado e intensivo a la vez- para dedicarse a la reflexión sistemática sobre la acción (Palumbo 2014). En consecuencia, constantemente se ponen en debate y reflexión aprendizajes y olvidos de las prácticas políticas desde el relato de los militantes de base. Por lo tanto, aún atentos a la especificidad de los talleres, es posible sostener la organicidad de los mismos respecto al movimiento popular como sujeto y principio educativo, tal como es señalado en la literatura especializada y fue observado de modo directo durante el trabajo de campo. Adicionalmente, los talleres de formación política surgen con la intencionalidad explícita de sistematizar, consolidar y potenciar los aprendizajes políticos en el campo militante que, a menudo, adquieren cierta dispersión en las prácticas cotidianas del movimiento que son de suyo colectivas pero individuales en su reapropiación y significación.
La habilidad política del saber hablar : de ser hablados a saber hablar
De los distintos elementos que conforman el capital militante, el saber hablar aparece como una habilidad nodal a ser desplegada en el campo militante. Una serie de investigaciones antecedentes insisten en la centralidad de la toma de la palabra como rasgo distintivo de los espacios-momentos formativos en movimientos populares (Gluz 2013; Rubinsztain 2009). En los movimientos donde realizamos el trabajo de campo, el saber hablar irrumpió con fuerza como categoría nativa. Esta habilidad se presentó como aspiración compartida, con base en su amplia valoración y como aprendizaje en curso al cual se asociaban desplazamientos subjetivos que marcaban un antes y un después en las trayectorias biográficas.
En esta clave, los movimientos populares admiten su interpretación como lugares de habla donde el saber hablar se practica y refuerza, contribuyendo a la conformación de subjetividades parlantes que alzan una voz legítima. Estas subjetividades parlantes no solo se construyen mediadas por las palabras, sino en el terreno mismo de la enunciación (Said y Kriger 2014). Siguiendo los relatos colectados, la apropiación del saber hablar implica ocupar posiciones de habla distintas al ser hablado, el miedo a hablar y el silencio. Este es el principal aporte que los militantes reconocen en el saber hablar, permitiéndoles asumir nuevos roles e intensidades en lo colectivo así como percibirse como sujetos posibles de enunciar saberes, ideas y pensamientos valiosos (Gluz 2013).
Un punto decisivo a este respecto se vincula con la desigual distribución del saber hablar -y de las habilidades militantes en general- entre los integrantes de los movimientos. Máxime teniendo en cuenta los diferentes momentos de incorporación a las organizaciones (militantes nuevos y antiguos) así como las posibilidades dispares de reconvertir capitales acumulados en otros campos. Aún así, la disposición de habilidades militantes resulta un eje importante de valoración de las trayectorias de militancia propias y de otros ''compañeros''. Esta inferencia surgió de comentarios informales de militantes de base que comparaban sus trayectorias con las de otros que entendían habían crecido más rápido en el movimiento porque ''sabían hablar''. A modo de ejemplo, María compara su trayectoria con la de su madre quien ingresó cinco años después a la organización. Según María, su madre ''no tiene problemas para hablar'' y a esta habilidad le atribuye que se haya convertido vertiginosamente en referente barrial.7
La habilidad política del saber hablar debe ser abordada en su dualidad. Por un lado, interviene en la potenciación de procesos de subjetivación política en los militantes, alentando reconfiguraciones en relación con la vinculación con el espacio público y el conocimiento. Se trata de una operación simbólica de alto poder de subjetivación para militantes de base que pertenecen a grupos sociales históricamente silenciados en su palabra (Bonvillani 2012). Por otro lado, el hecho de que no todos los militantes muestren la misma disposición a saber hablar coloca una inquietud por la división social del trabajo contestatario (Poupeau 2007). Es decir, una división entre quienes dominan el saber hablar y se expresan en público tanto en los talleres de formación y en los órganos deliberativos de los movimientos como en las acciones directas y los medios de comunicación, concentrando la apropiación del capital militante, y quienes todavía se sitúan en el tránsito de ser hablados a poder y saber hablar.
Los usos del saber hablar en el campo militante
La habilidad del saber hablar fue identificada, por parte de los militantes de base, en términos de una necesidad -comprendida como falta- de encarar la militancia cotidiana con más herramientas. El saber hablar se definió alternativamente como ''mayor libertad para poder expresarse'';8 ''hablar con más preparación, con más palabras, como para llegar con más formas, con más maneras'';9 ''potencial de poder decir, poder discutir, poder pararse'';10 ''facilidad de palabra, de poder explicar'';11 ''para que se me entienda''.12 Desde estas definiciones nativas, implica un saber decir que engloba los aspectos discursivos concernientes al contenido enunciado así como las formas con las que se enuncia en vistas a poder explicar, discutir y pararse frente a los otros externos e internos a las prácticas cotidianas.
A partir de allí, es posible derivar tres usos del saber hablar en el campo militante que interpelan a distintos actores y se despliegan en distintos ámbitos: a) ''defenderse'' de los otros del movimiento en la política barrial, los diálogos con periodistas y las negociaciones con funcionarios; b) ''dar cuenta'' de la militancia a la familia y vecinos del barrio; c) ''dar el debate'' en los órganos deliberativos de los movimientos.
La escena 1 evoca la serie de otros directamente antagonistas que representan ''la política de ellos''13 a partir de la reposición del relato de una negociación entre una militante ''compañera de los barrios'' y una funcionaria. Tal como queda reflejado, las prácticas políticas cotidianas son significadas principalmente desde las nociones de ''discusión'' y ''defensa''. Con este fin, en el marco de los talleres de formación y en la práctica militante toda, se comparten los idearios político-ideológicos de los movimientos, se definen y discuten las tácticas y estrategias, se identifican a los actores como ellos y nosotros a modo de una brújula política, se trabajan demarcaciones identitarias impuestas desde afuera (''negros'', ''piqueteros'', ''vagos'', ''trotskistas'' o ''kirchneristas'' dependiendo el caso) y argumentos para rechazarlas; y, asimismo, se incorpora un vocabulario militante.
Si el saber hablar se demanda como imperativo para la defensa discursiva frente a ''la política de ellos'', las autoridades estatales y los periodistas -más lejanos al territorio barrial y con presencia intermitente- se mencionan como actores que requieren que los militantes se ''paren'' desde otro lugar, cuenten con un cúmulo mayor de conocimientos y saberes y manejen con mayor fluidez el saber hablar. Las reiteradas referencias a los periodistas no resultan llamativas en tanto podrían representar el ejemplo del sujeto que domina la oratoria, la capacidad de hacer preguntas y el arma do de un discurso. Los militantes trajeron experiencias vinculadas con los periodistas que se cruzaban con el (no) saber hablar: la tergiversación de discursos de ''militantes ingenuos'' no acostumbrados al saber hablar con periodistas que los hacen ''pisar el palito''14 y el hábito de ciertos militantes, interceptados al azar por periodistas, de recurrir a otros compañeros ''más formados'' para que respondan las preguntas (porque ''saben hablar''). Este último aspecto se torna relevante en cuanto la extensión del dominio del saber hablar podría aportar a evitar la reproducción del trabajo social contestatario, de lugares de habla y silencio, de visibilidad e invisibilidad (mediática).
En igual sentido, los funcionarios estatales se presentan como portadores de una ''facilidad de palabra'', ''gente experimentada'', ''gente importante''. En la escena 1, Gabriela relata sus vivencias en una negociación con una funcionaria de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Si bien comenta al pasar el diferencial de clase existente entre ambas, la asimetría de conocimientos y saberes posee un mayor peso explicativo en la interpretación nativa de la escena en tanto informa las posibilidades de poder y saber hablar. La referencia sugestiva a que el ''nombre te quiere amordazar'' plantea el impacto simbólico del cargo de funcionario a la hora de entablar un debate y una discusión entre iguales, colocando a la militante frente al silencio y el miedo a hablar (el amordazamiento). Gabriela asume, por un lado, la repartición normal de lugares de habla y silencio al preguntarse ''¿qué le voy a decir yo que ellos tienen más estudio que yo?'' Es interesante detenerse en la constelación de metáforas utilizadas para describir la dialéctica teoría-práctica configurada en la cual la militante de base tendría que ''salir (subiendo) del barrio'' y la experta estatal ''salir (bajando y palpando) de los libros y del escritorio''.
No obstante la valoración del conocimiento teórico, Gabriela no duda en cuestionar su estatus cuando opera totalmente escindida de los saberes populares -del barrio- y habita en una torre de marfil, detrás del escritorio de las oficinas públicas y los libros. El cierre de la escena donde Gabriela decide ''no perder el tiempo'' y retirarse de la negociación actúa en un sentido de emparejamiento entendido como ''quedar ni ahí (arriba) ni ahí (abajo)''. Un emparejamiento en la capacidad de enunciar un discurso para discutir en cierta igualdad a pesar del nombre que te amordaza, la jerarquía entre los distintos conocimientos y saberes portados y las diferencias de clase social.
Adicionalmente a la defensa y discusión con ''la política de ellos'', los militantes de base rescatan el saber hablar para ''dar cuenta'' de una visión de la realidad y la historia -''nuestra política''- con actores del barrio no directamente identificables con ''la política de ellos'', tales como otras organizaciones sociales y políticas del campo popular, los vecinos y las propias familias; actores potencialmente aliados o factibles de ser ''sumados'' a ''nuestra política''. La escena 2 se construye con base en el relato de un diálogo entre una madre militante y sus hijas a quienes debía ''dar cuenta'' de su proyecto militante. Aquí el saber hablar sitúa a los militantes en la factibilidad de comunicar y compartir por qué se está en el movimiento, qué se quiere y hacia dónde se apunta.
A Amalia se le presenta la necesidad de poder y saber definirse políticamente -argumentando esa definición- a partir de las categorías recuperadas por sus hijas de un manual escolar. Su primera reacción es ''quedarse helada'' y, sugestivamente, ''no poder hablar''. En coincidencia, otros militantes se refirieron a este ''laburo no muy fácil de explicarle al afuera cómo funcionan las cosas''15 que concierne a un ''saber hablar'' para asesorar respecto a problemáticas concretas del barrio, argumentar respecto al proyecto militante al que se adscribe, convencer para ''sumar'' a nuevos mi litantes y también ''contagiar'' la vida militante. La toma de la palabra ya no posee una finalidad defensiva sino más bien ofensiva ante las preguntas -entre curiosas, escépticas y a veces descalificatorias- de vecinos y familiares. En este sentido, implica un movimiento de ''sacar afuera'' el acceso a una nueva interpretación de la realidad, la historia y el futuro.16
Finalmente, el saber hablar también revierte hacia los propios movimientos populares, conformando una habilidad clave para la democracia interna en cuanto a la capacidad de ''dar el debate''.
En esta clave de aproximación, el ''dar el debate'' en las asambleas y los plenarios interviene en la construcción de una cultura política de uso y apropiación de la palabra que aliente la participación interna y combata la cristalización de la escisión gobernantes-gobernados, contribuyendo a garantizar la participación de todas las voces y cuerpos militantes en las prácticas políticas y en la toma de decisiones. En efecto, los movimientos indagados buscan conjurar la cultura política jerárquica-subordinante en la que se inscriben los detractores de la democratización del saber hablar: el miedo al error, la vergüenza, la cultura del silencio y la arrogación de la representación de la voz. En la escena 3, esta cultura se plasma en la virtualidad del temor a ''decir mal las cosas'' y que ''se me iban a reír''.
No obstante, ¿quiénes determinan la vara de lo que está bien y lo que está mal discursivamente al interior de un movimiento? ¿Garantizar el poder y el saber hablar equivale a que todas las voces posean el mismo valor en el campo militante? ¿Cómo se tramita esta cultura política proclive a la subjetivación política cuando opera el ''estar apretados por tener que tomar decisiones'' en los órganos deliberativos? La convivencia de militantes con distintas trayectorias amerita una proble matización. Por un lado, tracciona hacia la subjetivación política en la apropiación -con mediaciones subjetivas- de la línea del movimiento a partir del despliegue de otras habilidades como saber escuchar, saber debatir y saber defender las posiciones asumidas así como en la colaboración en la conformación de acuerdos que permitan tomar decisiones de manera consensuada. Por otro lado, tracciona hacia la reproducción de la división social del trabajo contestatario siempre que ciertos militantes se sitúen como ''repetidores'' y oyentes de una línea construida por quienes pueden y saben hablar, una repetición siempre precaria en tanto, como fue señalado, consideramos a la socialización política como un proceso abierto y conflictual. Si se parte de la consideración relativa a la apropiación asimétrica de habilidades militantes, el saber hablar habilita no solo a ''dar'' sino también a ''ganar'' los debates y, tal vez, imponer la vara de lo aceptable y lo no aceptable, lo posible y lo imposible, lo decible y lo no decible.
Retornando a la caracterización de los movimientos en estudio, la habilidad de saber hablar se imbrica con la valoración de los procesos participativos como atributo fundante. En efecto, los militantes de base reconocen y estiman los valiosos aprendizajes realizados a instancias de su participación en estos espacios en cuanto al aspecto subjetivo vinculado con la toma de la palabra. Empero, se puede sostener la existencia de ciertos límites en la distribución en el uso de la palabra. Este límite se anuda con los modos en los cuales la construcción del capital militante, en el marco de los procesos de socialización política, lidia con la heterogeneidad interna que abreva en distancias de clase, políticas, formativas y de género (y sus imbricaciones mutuas). En los casos estudiados, el saber hablar y sus usos -tanto como la valoración de la palabra propia por otros militantes- corría por las líneas de la posesión (o no) de capital escolar/universitario,17 de la exhibición de una carrera de activismo consolidada (aunque no siempre vinculada con el dominio de conocimientos académicos) y con la cuestión de género, como se detalla en el próximo apartado. Lejos de marcar una supuesta contradicción de lo anterior respecto a la apuesta de estos movimientos por una cultura política de uso y apropiación de la palabra y puesta en juego de todas las voces militantes, evidenciar los bemoles en los procesos de socialización militante en el activismo repara en cierta asociación -percibida o real- entre las credenciales normativizadas para gobernar y militantes con determinadas habilidades y trayectorias biográficas que se alejan, aunque cabe aclarar que no en todos los casos, del perfil de los militantes de base entrevistados.
Notas de género sobre el saber hablar
Una interpretación complementaria del saber hablar reside en las recurrentes menciones halladas en torno al poder hablar como prerrequisito del saber hablar, remitiendo a las condiciones de producción y posibilidad subjetiva de la enunciación que rompe con ciertas configuraciones de los lugares de habla y silencio. La categoría nativa poder hablar coloca la inquietud por los tránsitos subjetivos recorridos por las voces militantes y, particularmente, los obstáculos subjetivos que deben ser sorteados -o lo habían sido- para saber hablar, ahora entendido éste como la expresión manifiesta y perceptible resultante del proceso más interno de poder hablar. De allí que las alusiones a este poder hablar integraran una constelación más amplia de términos que se multiplicaron en las entrevistas, tales como el ''miedo a hablar'', el ''animarse a hablar'' y el hecho de que ''cuesta arrancar'' (a hablar).
La intuición respecto a la relevancia del poder hablar, y no meramente el saber hablar, cobró un sentido más vívido a partir de la expresión ''lloro porque hablo'' planteada por Tamara, una militante ''compañera de los barrios'', en situación de entrevista.18 Más allá de las evidentes resonancias y afectaciones en términos de investigar junto a sujetos que lloran y sufren, Tamara sembró un interrogante acerca de las implicancias de la expresión ''lloro porque hablo'' como imposibilidad de hablar, como un querer saber hablar y un no poder hablar al mismo tiempo. En efecto, la entrevistada estaba inscribiendo el saber hablar en el plano subjetivo, en un trabajo y un ejercicio interno, y ya no solo en un registro de demandas y aprendizajes de la formación política. ¿Qué significa poder hablar? ¿Qué movimientos subjetivos convoca? ¿Con quiénes y contra quiénes emerge el poder hablar?
Si bien las dificultades para saber hablar aparecieron como una constante, la significación de esta dificultad en términos de poder (o no) hablar y, específicamente, del ''miedo a hablar'' fue atribuida casi exclusivamente por militantes mujeres como Tamara y Helena (escena 4). De lo anterior se desprende la existencia de visibles condicionamientos de género en el poder hablar que abona a la bibliografía específica relativa al vínculo entre movimientos populares y género (Espinosa 2013; Cross y Partenio 2011) y, de modo más específico, al tema de género en la producción y mantenimiento de una carrera militante (Bonvillani 2012). Estos estudios problematizan el protagonismo de las mujeres en la asunción de roles reivindicativos y sociales más que políticos, quedando la participación en ámbitos de representación y conducción reservada para los hombres. La marcada feminización de los movimientos populares y el carácter antipatriarcal presente en sus fundamentos político-ideológicos no se traducen en un dominio generalizado del poder y saber hablar por parte de las mujeres en los órganos deliberativos ni en su preponderancia en los sujetos devenidos referentes. Poder y saber hablar se torna más difícil para las mujeres en relación con los hombres y para las mujeres ''compañeras de los barrios'' frente a mujeres con otras trayectorias formativas y de clase con posibilidades disímiles de reconversión de capital cultural, político, social y económico en el campo militante.19
La escena 4 muestra el relato retrospectivo de Helena, ''compañera de los barrios'', sobre su trayectoria desde el ingreso al movimiento. Como en otros relatos, las mujeres señalan un estadio inicial que las encuentra en una situación de imposibilidad de habla que es sucedido por un camino de subjetivación en el que comienzan a percibirse como competentes para la toma de la palabra, volviéndose la política un asunto que también les incumbe. Helena recupera en primera persona un itinerario subjetivante que discurre entre el ''miedo a hablar'' y el ''hablarse todo'' en el cual su ingreso al movimiento se presenta como un elemento interviniente. De la expresión utilizada ''se te va el miedo (a hablar), te vas como desatando'', se desprende que la toma de la palabra implica un desatarse -nunca total- de múltiples opresiones que operan impidiendo el poder hablar y, en consecuencia, genera un reatarse a un colectivo que respalda, apoya y contiene ese poder y saber hablar. El antes y el después de la participación en el movimiento es presentado por Helena como una reconfiguración de la relación con sí misma, los otros y el mundo. En el caso de las mujeres militantes, este proceso implica abandonar la exclusividad de sus hogares como ámbito de existencia y realización e incorporar nuevas facetas vinculadas con la organización colectiva.
Tal como se desprende del trabajo de campo, las explicaciones del ''miedo a hablar'' colocan el acento en distintos espacios-momentos interpretados como lugares de silencio. Así entendido, el miedo hablar y su correlato en el silencio es la resultante de la herencia de trayectorias escolares, familiares, culturales y políticas con peso socializador. Experiencias escolares de las cuales se recuerda la vergüenza sentida cuando los docentes les marcaron un error delante de sus compañeros de clase -''uno piensa que siempre te vas a equivocar al hablar'' sentencia Helena en la escena 4- y, paradójicamente, una valoración por ausencia del dispositivo escolar que parece deslegitimar los saberes populares portados desde los cuales afirmarse en la toma de la palabra. Historias familiares donde la voz de las mujeres no era escuchada por sus padres y/o maridos o no podía ser directamente expresada. Participación previa en organizaciones y movimientos populares que desanimaban el saber hablar y postulaban como deseable un sujeto que ''hable y pregunte poco, baje un cambio y no avive a otros''.20 En el caso de las mujeres migrantes, a las consideraciones anteriores se agregan otras dos: por un lado, se alude a una memoria de discriminación transmitida dentro de las familias relativa a la recepción de los modos de hablar de la voz-migrante como ''ignorante'' en Argentina o, más precisamente, en el AMBA; por otro lado, se apela a argumentos idiosincráticos concernientes a una cultura de origen ''más cerrada y menos espontánea para hablar''.21
Si se retorna a la perspectiva del capital militante y las reconversiones de capital entre campos, el saber hablar -adquirido y practicado en el campo militante- fue concebido por las militantes de base mujeres como un aporte al ámbito doméstico, borrando las clásicas fronteras establecidas entre esfera pública y privada. De lo anterior se desprende que esta habilidad, valorizada en el cotidiano de las prácticas militantes, puede ser potencialmente llevada y reconvertida a otros ámbitos de la vida.22 El saber hablar en el movimiento interviene en una lucha puertas adentro que las mujeres llevan adelante con sus maridos -y sus hijos en algunos casos- en relación con la reconfiguración de los roles domésticos que fijan los cuerpos femeninos al ámbito privado. El poder y saber hablar con los maridos para ''dar cuenta'' de la militancia se asociaba con un ''hacerles entender'', un ''hacerles cambiar su parecer'' y un ''invitarlos a acompañarlas''. Empero, se enfrentaban a reticencias y celos de los maridos quienes no concordaban con que permanecieran ''todo el día fuera de la casa'' para dedicarse a la militancia; o bien, a cuestiones operativas relacionadas con la división sexual del trabajo que obliga a las mujeres a adecuar la participación en las prácticas militantes en función del cuidado de los hijos y la realización de las tareas domésticas asumidas como supuestamente femeninas.
Conclusiones
Este artículo buscó analizar la socialización de habilidades militantes -y particularmente del saber hablar- en movimientos populares de la izquierda independiente, partiendo de la indisociable imbricación entre política y pedagogía. Si los movimientos populares se erigen en totalidades pedagógicas, la política cotidiana en los barrios de las periferias del AMBA conforma un espacio-momento en el cual los sujetos realizan una serie de aprendizajes en vistas a la adquisición del capital militante. La posesión de este capital resulta clave en el armado y valorización de las trayectorias de militancia, abriendo la inquietud por los modos de su apropiación al interior de los movimientos populares.
A nivel de los sujetos militantes individuales, el saber hablar emergía como una necesidad y una aspiración para militar con más herramientas y elementos frente a una serie de otros tanto externos como internos a los movimientos. Con base en las categorías nativas, surgieron tres usos del saber hablar: a) ''defenderse'' de los otros del movimiento en la política barrial, los diálogos con periodistas y las negociaciones con funcionarios; b) ''dar cuenta'' de la militancia a la familia y vecinos del barrio; y, finalmente, c) ''dar el debate'' en los órganos deliberativos de los movimientos.
Adicionalmente, los relatos marcaban un derrotero subjetivante que implicaba un desplazamiento del miedo a hablar y sus sucedáneos: el silencio, el no poder hablar, el miedo a la equivocación. En este sentido, el ingreso a los movimientos de pertenencia era significado como un parteaguas con la socialización política previa. Interpelando las lecturas del silencio como forma de expresividad de los sectores populares que comportaría una explicación de tipo idiosincrática, presente en algunos entrevistados, el silencio -contracara del poder y saber hablar- requiere ser abordado desde la manifestación y condensación de relaciones de saber-poder que habilitan y obturan las condiciones para la apropiación y la expresión del habla. Así el silencio se encuadra en experiencias, prácticas y memorias inscritas en el ámbito doméstico, el sistema educativo formal, los tránsitos migratorios, los condicionamientos de género y experiencias de militancia en organizaciones y movimientos populares.
Desde una perspectiva de los sujetos como parte de un colectivo militante, los movimientos se emplazan en un espacio paradojal dado que se constituyen como lugares de habla donde se alientan tránsitos subjetivantes concernientes al poder y al saber hablar y, paralelamente, se constata un diferencial en torno al poder y al saber hablar que podría generar (nuevas) posiciones de silencio. Esto es, la cristalización de una suerte de división social del trabajo contestatario demarcada por el saber hablar en tanto habilidad militante ampliamente valorada. Si bien este aspecto podría matizarse adoptando lecturas que contemplen la variable tiempo, dado que los militantes de base admitían estar en proceso de aprendizaje de las habilidades que conforman el capital militante, la heterogeneidad de la composición de los movimientos remite a un diferencial en la posesión de capitales adquiridos en otros campos con posibilidades disímiles de ser reconvertidos en el campo militante. Aún cuando estos otros capitales no determinen las trayectorias militantes de manera suficiente, se presentan como un elemento a considerar para el combate de la reproducción de divisiones del tipo gobernantes-gobernados acorde a un perfil deseable de militante que definitivamente puede y sabe hablar.