Introducción
A partir de la década de 1970, la sociedad capitalista deparó diversas contradicciones en relación con el ambiente, lo que puso en tela de juicio la continuidad de la forma como se reproduce. Con esto, los temas originalmente levantados por el movimiento ambientalista comenzaron a destacarse, dando lugar a diversas especulaciones sobre el futuro del planeta. No obstante, estancar el crecimiento de la economía atenta contra la dinámica expansionista del capital, así que, antes de disminuir su ritmo, el desarrollo capitalista fue potenciado con el giro neoliberal (aunque con las señales de alerta encendidas).
En virtud de ello, la ''cuestión ambiental'' tuvo que ser internalizada y manipulada para así volverse útil y funcional a los propósitos de la acumulación. Para esto, fue necesario crear un ambiente institucional, político y discursivo que facilitase (y ''naturalizase'') la transformación en negocios de las ''externalidades ambientales''. Es bajo esta perspectiva que entendemos el surgimiento de las políticas y mecanismos de mercado generados con el objetivo de atenuar (o compensar) las consecuencias no deseadas en la manera en que se desarrollan las fuerzas productivas capitalistas.
Este proceso ganó fuerza a partir de la década de 1990, con la superurbanización del planeta (Davis 2011) y la flexibilización y globalización de la economía capitalista. Bajo esas condiciones, la crisis ambiental -expresión de la crisis estructural del capital1 (Mészáros 2009)- se vio oscurecida por el fetiche del ''capitalismo verde'' y la conservación de la naturaleza fue definitivamente transformada en una mercancía. Así, en un momento marcado por la creciente creación de rarezas y escaseces (y todo lo que se anuncia como catastrófico desde ahí), los bosques conservados ganan nuevos significados y valores de uso, abriendo nuevas (y muy rentables) posibilidades de acción del capital.
Nuestras respectivas investigaciones (De Matheus 2017; Cornetta 2017) han discutido este proceso estudiando las zonas boscosas cordilleranas del sur de Chile y la porción oriental de la Amazonía brasileña. A pesar de las enormes diferencias históricas y geográficas entre ambas regiones, la privatización y la espectacularización2 de la conservación ambiental, así como la financiación de los llamados ''servicios ambientales'',3 guardan una serie de elementos en común. A partir de una lectura anclada en el pensamiento crítico, exploramos los aspectos ideológicos e instrumentales vinculados con el proceso de transformación en negocio de la naturaleza conservada, en esos lugares que están cargados de diversidad y simbología y sobre los cuales recae el peso de potentes ideologías geográficas que se construyeron y reconstruyeron a lo largo de la historia.
El grueso de la discusión teórica se realiza en la primera y segunda parte, donde se coloca en tensión las ideas originales de Karl Marx y Friedrich Engels, con la interpretación espacial de su obra realizada por el geógrafo Neil Smith, especialmente su concepto de ''producción de la naturaleza''. Consideramos que la idea de la producción de la naturaleza, que es transversal a este texto, proporciona herramientas analíticas para hacer un examen particular de las consecuencias económicas y políticas de la resignificación de los bosques en la actualidad, y las formas en que se relacionan con el desarrollo geográfico desigual. Asimismo, este debate es alimentado por los conceptos y teorías desarrollados por otros geógrafos anclados en la tradición del pensamiento marxista, como David Harvey y Cindy Katz, además de otros importantes nombres del pensamiento crítico brasileño y latinoamericano, como Antonio Carlos Robert de Moraes, Carlos Walter Porto-Gonçalves y Enrique Leff.
Posteriormente presentamos -en líneas generales- algunas de las maneras por las cuales la naturaleza conservada ha sido convertida en una estrategia de acumulación capitalista en América del Sur. Hacemos explícito el papel fundamental que tuvieron los Estados, las políticas ambientales ''transnacionales'', los intereses del sector privado y la mediación de las organizaciones ''no gubernamentales''4 en la resignificación de los bosques amazónicos y de los bosques húmedos cordilleranos australes chilenos. Para finalizar, sistematizamos algunos puntos acerca de las políticas y acciones dirigidas para dinamizar el ''desarrollo sustentable'' en esas regiones que, según nuestro punto de vista, representan casos emblemáticos de cómo la naturaleza conservada es incorporada y producida en un contexto de crisis del capital, suscitando nuevas contradicciones expresadas en el desarrollo geográfico desigual.
La producción (capitalista) de la naturaleza: apuntes desde el materialismo histórico-geográfico
A partir de una perspectiva materialista histórico-dialéctica, Neil Smith (1991) nos invita a dejar de pensar en los términos de una supuesta dominación de la naturaleza, para reflexionar sobre el proceso mucho más complejo de producción de la naturaleza. De acuerdo con su punto de vista, mientras el argumento de dominio de la naturaleza sugiere un futuro sombrío, unidimensional y libre de contradicciones, la idea de producción de la naturaleza da lugar a un espacio-tiempo que aún está por ser determinado según los eventos y las fuerzas políticas (y no por las necesidades técnicas).
Con esto, Smith pone en relieve los discursos, prácticas y fuerzas que sustentan y dan forma a las relaciones establecidas entre sociedad y naturaleza, en cada lugar y en cada momento histórico específico, particularmente durante el desarrollo capitalista. Al mismo tiempo, esta idea aparece como un soporte capaz de renovar nuestro entendimiento sobre la naturaleza, ayudando a superar el mundo dual de la ideología burguesa (Smith 1991). A este respecto:
La producción de la naturaleza no solo proporciona una base filosófica para discutir el desarrollo desigual del capitalismo, pero es un resultado muy real del desarrollo de este modo de producción. Lo que más nos choca sobre la idea de la producción de la naturaleza es que desafía la separación convencional y sacrosanta entre naturaleza y sociedad, y lo hace con indiferencia y sin vergüenza. Estamos acostumbrados a concebir la naturaleza como externa a la sociedad, primitiva y prehumana, o como gran universal en la que los seres humanos no son más que trozos pequeños y simples (Smith 1991, xv-xvi).5
De este modo, el punto de partida para el análisis de la producción capitalista de la naturaleza reside en el propio concepto de producción, considerándolo como la relación material básica establecida entre los seres humanos y la naturaleza, una de terminación histórica de ''todas las épocas y lugares''. En ese sentido, la producción es al mismo tiempo una categoría particular que establece especificidades dentro del contexto histórico-geográfico que la define, y una categoría general, una abstracción racional que entrega un elemento común a los diferentes períodos históricos. Como escribe Marx en el capítulo introductorio de Los Grundrisse, se trata de una abstracción, pero es razonable ''en la medida que efectivamente destaca y fija el elemento común, ahorrándonos así de la repetición'' (Marx 2013, 41).
Al contrario de las comprensiones que limitan la producción exclusivamente a lo material, al nivel superficial de la vida, Marx y Engels entienden la producción como una categoría que se expande para el plan espiritual, político e ideológico. Al mismo tiempo, dejan claro que la producción de ideas y de concepciones de mundo está dialécticamente ligada con la actividad material y su consecuente circulación en la sociedad. En otros términos, la producción intelectual se ve condicionada tanto por el desarrollo de las fuerzas productivas de una época, como por las relaciones humanas en sus diferentes niveles. Tal como afirman en La ideología alemana:
La producción de ideas, representaciones, de la conciencia está, en principio, inmediatamente vinculada con la actividad material y con el intercambio material de los hombres, con el lenguaje de la vida real. El representar, el pensar, el intercambio espiritual de los hombres surge aquí como emanación directa de su comportamiento material. El mismo vale para la producción espiritual, tal como ella se presenta en el lenguaje de la política, de las leyes, de la moral, de la religión, de la metafísica, etc. de un pueblo (Marx y Engels 2007, 93-94).
Partiendo de este supuesto, es posible afirmar que, bajo el modo de producción capitalista,6 la forma de relacionarse con la ''naturaleza'' obtiene un carácter específico, siendo determinada por la lógica del valor de cambio. En el transcurso de este proceso, la naturaleza es cada vez más producida desde adentro, como parte integrante de la llamada segunda naturaleza.7 Y una vez que la primera naturaleza también pasa a ser producida (siendo convertida en una unidad dentro del proceso de trabajo, conducida por las necesidades, por la lógica y las idiosincrasias de la segunda naturaleza), pierde real sentido la distinción entre lo que es o no creación humana.8 ''La distinción ahora es entre la primera naturaleza, que es concreta y material (la naturaleza del valor de uso general), y una segunda naturaleza, que es absoluta, y deriva de la abstracción del valor de uso que es inherente al valor de cambio'' (Smith 1991, 55).
La producción de la naturaleza supone así no una separación, sino una unidad entre sociedad y naturaleza. Como señala Marx, esta unidad es fundada en lo social y centrada en el proceso productivo. En ese sentido, Smith recuerda los esfuerzos tanto de Marx como de Engels para elaborar una concepción de naturaleza. La necesidad de aprender los procesos reales que promueven la unidad sociedad-naturaleza bajo condiciones de la generalización del valor de cambio los llevó a considerar el trabajo como el elemento fundamental de la dialéctica sociedad-naturaleza:
El trabajo es un proceso entre el hombre y la naturaleza, un proceso en el cual el hombre, por cuenta de su propia acción, interviene, regula y controla su metabolismo con la naturaleza. Él mismo se depara con la materia natural como una fuerza natural. Él pone en movimiento las fuerzas corporales pertenecientes a su corporalidad, brazos y piernas, cabeza y mano, con la finalidad de apropiarse de la materia natural en una forma que le sea útil. En el transcurso de ese movimiento, al paso que el hombre actúa sobre la naturaleza externa y la modifica, él modifica su propia naturaleza interna (Marx 1983, 149).9
El tratamiento de esta relación sigue el procedimiento ''lógico-histórico'' que va de lo abstracto hasta lo concreto, utilizando conceptos que son desarrollados progresivamente a lo largo del análisis. Al final, sus escritos sobre la naturaleza (aunque poco sistematizados) entregan las claves para entender cómo y por qué el capitalismo logró unificar -de modo negativo- la contradicción entre sociedad y naturaleza. En La ideología alemana, por ejemplo, cuando cuestionan a Feuerbach acerca de la posibilidad de una naturaleza separada de la actividad humana, los padres del materialismo histórico-dialéctico afirman que:
Y de tal manera es esa actividad [el trabajo] [...] que, si fuera interrumpida apenas por un año, Feuerbach no sólo encontraría un enorme cambio en el mundo natural, sino que en todo el mundo de los hombres [...] de su propia existencia [...]. Esa naturaleza que precede la historia humana no es la naturaleza en la cual vive Feuerbach: es una naturaleza que, en los días de hoy, salvo tal vez en determinados lugares [...], no existe más en ningún lugar (Marx y Engels 2007, 31-32).
Siguiendo este camino y uniendo ciertos puntos aislados contenidos a lo largo del pensamiento ''marx-engelsiano'', Smith afirma que, en la medida en que la apariencia inmediata de la naturaleza es inserta en el contexto histórico, el substratum material de la vida viene a ser cada vez más un producto social. De este modo, el desarrollo del paisaje material se presenta como un proceso de producción de la naturaleza. Actualmente, la producción de la naturaleza ha adquirido un grado tan completo que:
Del manejo de la vida salvaje para la alteración del paisaje por la ocupación humana, el ambiente material presenta la marca del trabajo humano [...]. Donde quiera que la naturaleza sobreviva intacta, esto solo es posible porque aún es inaccesible. Si podemos dejar de lado esta naturaleza inaccesible manteniendo nuestra noción de naturaleza como Paraíso, esto representa un ideal de imaginación abstracta de naturaleza, una noción que nunca conocemos en la realidad. El ser humano ha producido todo lo que sea natural, tornando las cosas accesibles a él (Smith 1991, 57).10
En ese sentido, trabajar la producción de la naturaleza frente a la actual crisis del capital implica, necesariamente, analizar las formas por las cuales determinadas ideologías geográficas (Moraes 1988) son construidas y reproducidas, y cómo ellas legitiman hoy los procesos de expropiación de los bienes comunes, como es el caso de los bosques húmedos sudamericanos. Como enseña el geógrafo Antonio Carlos Robert de Moraes, toda elaboración política sobre los temas espaciales constituye materia de ideologías geográficas. Captar sus contextos de formulación, sus difusiones y condiciones de asimilación, los agentes de ese movimiento y los intereses vinculados debe ser el objetivo de los estudios (geográficos).
La resignificación de los bosques en un contexto de crisis del capital
A partir de la década de 1990, la producción capitalista de la naturaleza gana contornos completamente nuevos. En un escenario dominado por la creación simultánea de escaseces y de nuevas rarezas, los bosques pasan por un proceso de resignificación, permitiendo el surgimiento de nuevas y potentes estrategias de acumulación capitalista en las cuales la naturaleza es incorporada, valorada y reproducida como ''primera naturaleza'' (es decir, como aparentemente prístina, sin intervención humana).
Para comprender mejor la lógica que rige este proceso, es importante poner atención en las contradicciones presentadas por el movimiento de reproducción capitalista, especialmente en su constante necesidad de encontrar nuevos valores de uso (sociales) que mercantilizar. Acerca de esto, Harvey (1990; 2004; 2009) explica que el carácter dinámico y expansionista del capitalismo lo lleva inevitablemente a experimentar crisis de sobreacumulación, es decir, ocasiones en que su reproducción se ve comprometida debido a un exceso de capital ''parado'', sin posibilidades de ser empleado.
No obstante, a pesar de que se trata de momentos delicados en el curso de la acumulación, no se puede perder de vista que estas crisis son utilizadas como instrumentos de corrección periódicos forzosos, que sirven para ampliar la capacidad productiva y renovar las condiciones para seguir con el movimiento de reproducción del capital. ''Todo lo que tiene que ocurrir para que el sistema capitalista se sostenga es que se creen las condiciones adecuadas para renovar la acumulación'' (Harvey 2009, 259). Entre las diversas formas encontradas por el capital para superar sus contradicciones internas y poder llegar a un plan superior, podemos destacar, entre otras cosas, la necesidad de expandirse geográficamente, de penetrar en nuevas esferas de actividad y de crear nuevos deseos y necesidades sociales.
Según Harvey (2004), desde el comienzo la década de 1970 el capital experimentó una grave e incontrolable crisis de sobreacumulación, lo que impulsó, de manera contradictoria, la flexibilización, la financiación y globalización de la economía capitalista. Bajo este contexto crítico, el capitalismo pasó a valerse cada vez más de los llamados mecanismos de acumulación por desposesión para garantizar su reproducción. Gracias a una alianza entre los poderes del Estado y los aspectos depredadores del capital financiero, asistimos en las últimas décadas a una nueva ola de cercamiento de los bienes comunes en la cual, el uso de la tierra así como de todos los recursos (ya sean renovables o no) fue sometido aún más estrictamente a las leyes del mercado y del lucro capitalista (Chesnais 1998).
Paralelamente es preciso considerar que la década de 1970 marcó un punto de quiebre debido al agravamiento de los problemas ambientales acumulados a lo largo del siglo XX: desde entonces ya no era posible ignorar la cuestión ambiental. Esto acabó por despertar el interés (teórico y político) por valorar la naturaleza, de modo de internalizar las externalidades ambientales del proceso de desarrollo (Leff 2006). Así, la preocupación con el ambiente salió de los círculos contraculturales de la década de 1960 y se transformó en un debate propiamente de Estado (Porto-Gonçalves 2006), especialmente después de la publicación, en 1972, del informe Meadows (o ''Los límites al crecimiento''), elaborado por el Massachusetts Institut of Technology (MIT) y financiado por el Club de Roma.11 El informe Meadows marcó la inflexión de la cuestión ambiental a las necesidades y conveniencias del establishment.12
Negando cualquier límite para su propio crecimiento y contando con la valiosa ayuda de la ciencia, el capitalismo de a poco se ha convertido en una ''versión verde'' de sí mismo (Katz 1998), particularmente después de la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro, ocurrida en 1992 (ECO 92).13 A partir de ahí, las discusiones en torno a la ecología y a la conservación ambiental pasaron a ocupar cada vez más centralidad, siendo definitivamente absorbidas por el statu quo por medio de la creación y la popularización de conceptos como ''desarrollo sustentable''. La racionalidad económica que durante dos siglos dirigió un sistema de producción marcado por los excesos y los residuos se reconvierte hoy en un modelo que internaliza sus externalidades ambientales, convirtiéndolas en nuevas fuentes de lucro. Por este motivo, Leff (2006) afirma que el discurso del desarrollo sustentable consiste en una de las expresiones más preeminentes del mundo globalizado, al desubstanciar la naturaleza y sus atributos al paso que los recodifica por el signo único del mercado.
En síntesis, la necesidad del capitalismo de disponer de algo externo a sus dinámicas es (parcialmente) atendida con la llamada crisis ambiental. Es por medio de diversas políticas y de la creación y reproducción de nuevas ideologías geográficas (en expresiones como ''límites del planeta''), que dicha crisis ejerce presión sobre el actual modelo productivo, impulsando la creación de nuevos valores de uso y el surgimiento de nuevas oportunidades lucrativas. Aquello que Rosa Luxemburgo (1983) trató en términos de un ''medio ambiente'' de formaciones sociales no capitalistas como condición histórica para la reproducción ampliada del capital ganó otra dimensión con la ascensión del llamado ''capitalismo verde''.
En este caso, el ''medio ambiente exógeno'' es producido tanto por la vía de la reincorporación de los restos indeseables de los sistemas productivos (es decir, la incorporación de no-valores en el curso circular de la reproducción de capital), como por la atribución de nuevos valores de uso a los bosques y a la tierra. Esto marca una novedosa forma en que el capital se apropia de la naturaleza, en la cual cuanto más ''natural'' es mejor (Smith 2015). La cuestión ambiental introduce así nuevas posibilidades para la acción del capitalismo que, entendiendo la naturaleza como una inversión, necesita encontrar constantemente nuevas formas para acceder y controlar todos los recursos (y rentas) que ella pueda generar (Katz 1998). En este contexto, el proyecto neoliberal de privatización y mercantilización hace bastante sentido.
En función de esta dinámica, ganan importancia algunos sitios considerados ricos en términos ecológicos y estéticamente atrayentes; sobre ellos vemos intensificarse la competencia intercapitalista por apropiarse de la tierra (y de los recursos y rentas asociados con ella). Esta nueva forma de explotar la naturaleza -en la cual los bosques son conservados en función de las necesidades del desarrollo capitalista contemporáneo- ha asumido un papel destacado en ciertos lugares de América Latina, diseñando una contradictoria ''geografía de la conservación'' que ha marcado (de modo desigual) los paisajes y ha vuelto aún más complejas las dinámicas socioespaciales de determinados parajes.
A continuación, señalamos algunas de las diferentes formas por las cuales el capital se ha apropiado de la naturaleza conservada en las zonas boscosas más australes de Chile y en la Amazonía oriental brasileña, y cómo las ideologías geográficas y los discursos (liberales) sobre la conservación del bosque amazónico y del bosque templado húmedo -que sustentan y son sustentados por las políticas públicas- han dado lugar a nuevas estrategias de acumulación capitalista.
Producciones capitalistas de la naturaleza conservada al sur del Ecuador: los casos de las zonas boscosas australes chilenas y de la Amazonía oriental brasileña
La privatización y la mercantilización de la protección ambiental en el sur de Chile
En Chile, la protección de los lugares considerados ''ricos'' (y a la vez amenazados), en términos ecológicos y paisajísticos, es una labor que históricamente ha sido realizada por el Estado, por medio de la creación de parques y reservas nacionales. La concepción de esas áreas protegidas sigue los lineamientos preservacionistas originados a finales del siglo XIX en Europa y Estados Unidos, que parten del supuesto que el ''hombre'' (abstracto) representa una amenaza a la ''naturaleza'' (abstracta) (Diegues 1994). De este modo, para poder ser mantenida en su estado ''natural'', o sea, ''intacta'', la naturaleza debe necesariamente ser separada de la humanidad. Con base en esta visión típicamente moderna, occidental y urbana, determinadas áreas representativas de los diferentes biomas chilenos fueron reservadas a lo largo del siglo XX con fines de preservar la flora, la fauna y los paisajes ''típicos del país''.
A partir de la década de 1970, esta estrategia ganó fuerza, particularmente en las regiones más australes del país, donde las bajas densidades demográficas y los reducidos valores comerciales de las tierras hacían más fácil declarar grandes extensiones como áreas protegidas (Rivera y Vallejos-Romero 2015, 17). Ahora bien, en un contexto dictatorial, es cierto también que la constitución de reservas y parques nacionales en estas regiones fue favorecida por el debilitamiento de las organizaciones sociales y la total falta de diálogo con aquellos que potencialmente podrían haber sido perjudicados con el establecimiento de esas áreas, particularmente campesinos y pequeños criadores. Al mismo tiempo, podemos pensar que la conformación de reservas naturales obedeció en parte a una lógica geopolítica de ocupación territorial, sobre todo en el extremo sur del país -una zona históricamente conflictiva y que ha sido blanco de una serie de disputas territoriales entre Chile y Argentina-. Sea como fuere, es importante tener en cuenta que la creación de parques y reservas nacionales contribuyó considerablemente a la reconfiguración socioterritorial experimentada en el sur de Chile, con la expansión del capitalismo neoliberal en el medio rural de este país.
En 1990 volvió la democracia a Chile y, junto con ella, el neoliberalismo implementado durante la dictadura fue incrementado y profundizado. En lo que se refiere a la protección ambiental, ésta entró en un nuevo momento, acompañando la maduración del modelo socioeconómico impuesto al país. Entonces el Convenio sobre la Diversidad Biológica (definido durante la ECO 92) fue firmado y ratificado; la Ley sobre Bases Generales del Medio Ambiente fue promulgada y los conceptos de conservación del patrimonio ambiental y las áreas de protección oficial fueron definidos. Igualmente, bajo nuevos criterios de clasificación, la forma en la que el Estado entendía la conservación del patrimonio ambiental experimentó un cambio y los elementos culturales ''insertos'' en el ambiente pasaron también a ser contemplados en las políticas conservacionistas.
Es en este contexto que se creó la Comisión Nacional del Medio Ambiente (CONAMA)14 y se promulgó la Ley 19.300. Dicha Ley, además de asignar al Estado la administración de un Sistema Nacional de Áreas Silvestres Protegidas (SNASPE), pasó a fomentar la creación de áreas silvestres protegidas privadas. Con esto, la tarea de conservar los atributos naturales y paisajísticos chilenos dejó de ser exclusividad del Estado, trasladándose cada vez más hacia la iniciativa privada. Estimulado por el Estado, el proceso de privatización y tercerización de la conservación ambiental es una realidad que ganó fuerza a partir del final de la década de 1990.
En 1997, el Comité Nacional Pro Defensa de la Flora y Fauna (CODEFF) creó la Red de Áreas Protegidas Privadas (RAPP) a la cual pertenecen más de cien miembros entre particulares, universidades, fundaciones, ONG y grupos empresariales. En 2013 ya eran más de 300 iniciativas privadas de conservación cubriendo aproximadamente 1,6 millones de hectáreas, la mayor parte de ellas consideradas de ''pequeño porte''. Sin embargo, es importante tener en cuenta que solamente las 10 mayores reservas privadas abarcan juntas más de un millón de hectáreas (Rivera y Vallejos-Romero 2015), lo que representa aproximadamente el 60% del total de las tierras que fueron privatizadas en las últimas tres décadas para fines conservacionistas y/o preservacionistas. La casi totalidad de esos proyectos está ubicada en las regiones más australes del país, desde la Araucanía a Magallanes.
De un modo general, este proceso ha sido comandado por ONG ambientalistas transnacionales y también por grandes capitalistas (extranjeros o chilenos), así como por las fundaciones ligadas con ellos. Estos actores, además de adueñarse de considerables porciones de tierra y de los recursos naturales existentes en el país, pasaron a ejercer gran influencia en las discusiones acerca de las políticas públicas nacionales respecto al ''desarrollo sustentable''. Y dado que la mayoría es representante legítima de la clase capitalista, su visión de cómo la naturaleza debe ser protegida, además de dualista, también es fuertemente influenciada por la retórica y por los principios liberales, como el del ''libre'' mercado y de la propiedad privada.15
En este sentido, necesitamos considerar otro aspecto de la privatización de la conservación ambiental, que es justamente su transformación en una nueva estrategia de acumulación capitalista. Las reservas de conservación ambiental de carácter ''privado-mercantil'' llaman nuestra atención pues, al atribuirle valor de cambio a la naturaleza protegida, acaban uniendo de modo contradictorio el ambientalismo con el discurso y las prácticas capitalistas. La expansión de esta forma (capitalista) de producir la naturaleza conservada es bastante fuerte en las zonas boscosas ubicadas en las regiones más al sur del país. Para ello, la geografía ha jugado un papel clave, pues las características paisajísticas y ecológicas de estas regiones han permitido extraer renta por otros medios, no solamente mediante la producción silvo-agropecuaria tradicional.
Tal como recuerda Harvey (1990), los capitalistas pueden acceder a lucros extraordinarios cuando poseen valores de uso de ''calidad superior''. En un contexto de crisis urbana y de producción de nuevas rarezas, el valor de uso ''de calidad superior'' se relaciona justamente con las características estéticas de una supuesta naturaleza ''prístina'' (la primera naturaleza abstracta). Esta valoración estética y mercantil de la ''primera naturaleza'' ha motivado la inversión en tierras por parte de empresarios (ahora tornados ''neo-ecologistas'') que, aprovechándose del derecho de monopolio proporcionado por la propiedad privada, han contribuido para configurar una nueva etapa de la expansión de la frontera capitalista en el medio rural del sur de Chile, ahora justificada por los propósitos de la protección de ecosistemas frágiles y paisajes únicos.
Gracias a la reproducción del discurso de sustentabilidad (algunas veces asociado con el de empleabilidad), las reservas de conservación ambiental privadas y los negocios asociados con ellas son generalmente vistos positivamente, quedando prácticamente libres de críticas. No obstante, lo cierto es que cuando se circunscribe la protección ambiental a los límites del libre mercado, los problemas sociales tienden a ser incrementados y a volverse aún más complejos. Esto porque sobrepuesta a la visión occidental y moderna de la relación sociedad-naturaleza, aparece una mirada funcional-mercantil del conservacionismo, que busca proteger la naturaleza en función de las ganancias que ella puede generar.
En este sentido, como constatamos en los estudios que realizamos en la región de Los Ríos, en el sur de Chile, la privatización, la mercantilización y la espectacularización de la conservación -al traer consigo las contradicciones propias de una sociedad de clases- han contribuido a problematizar aún más la ya conflictiva dinámica socioespacial presente en el medio rural chileno contemporáneo, particularmente en el sur del país, actuando como importantes componentes para la resignificación de determinados territorios que son plenos de diversidad, simbología y de ''recursos naturales''. Este proceso vino acompañado de una serie de consecuencias como la tendencia a la reconcentración de la tenencia de tierra, el incremento de la especulación inmobiliaria y la apropiación privada de los bienes comunes.
La institucionalización de los bosques y la apropiación privada de los bienes comunes en la Amazonía oriental brasileña
Tal como hemos señalado, a partir de la década de 1990 la cuestión ambiental se consolidó en términos de políticas de Estado. En lo que se refiere específicamente a la Amazonía, después de la ECO-92 todo un ''imaginario ecológico'' fue construido en torno de esta región, convirtiéndola en un símbolo de la agenda política ambiental global (Pressler 2010). Inicialmente podemos atribuir esto a dos fenómenos geográficos bien marcados y articulados entre sí: 1) el avance acelerado de la deforestación como resultado directo de los movimientos de frontera; y 2) el papel atribuido a los bosques amazónicos como importantes reservas de biodiversidad, así como sumideros y reservas de carbono y su uso al ''combate de los efectos del calentamiento global''.
Apoyándose en el gran interés generado por la preservación de los bosques amazónicos, Brasil se ha transformado desde entonces en una referencia para las políticas de cooperación internacional.16 En esto las ONG han desempeñado un papel vital, actuando como moderadoras17 entre sectores del capital transnacional (especialmente financiero), el Estado y los grupos ''que originalmente no estaban previstos para entrar en escena'' (Porto-Gonçalves 2006), como caucheros, campesinos y poblaciones indígenas.18
De un modo general, las acciones presentes en gran parte de esas políticas han sido viabilizadas por medio de la promoción de los llamados ''econegocios''.19 En la Amazonía, las políticas sobre los cambios climáticos -generalmente conectadas con la perspectiva del desarrollo sustentable- se han orientado hacia los proyectos vinculados con la preservación de los bosques y con el pago o con la recompensa por los servicios forestales. Estos incluyen diferentes modalidades de propiedad de tierra: asentamientos rurales, tierras indígenas, unidades de conservación, reservas extractivistas, 20 haciendas particulares, etc.
Ahora bien, si por un lado esas políticas tienen como objetivo construir una relación más equilibrada entre las actividades económicas y los recursos forestales, por otro, también sirven para mantener las dinámicas capitalistas de acumulación, transformando las actividades ligadas con la resignificación de los bosques en nuevos valores de uso en un contexto de ''crisis ambiental''. Se trata, pues, de un proceso contradictorio y multifacético que se desarrolla entre la devastación y la preservación, entre la innovación y la conservación -una expresión de la modernización conservadora, en la que el desarrollo se nutre constantemente del atraso-.
Acerca de este aspecto, algunos estudiosos alineados con la perspectiva de la justicia ambiental han llamado la atención sobre el hecho de que los procesos ecosistémicos (o lo mismo los bosques en su totalidad), entendidos por el derecho como ''bienes jurídicos de uso común'', pasan a ser incorporados dentro de las dinámicas de valoración económica, ''subsumiendo a la clasificación de la doctrina civilista de los bienes jurídicos particulares'' dentro del comercio (Packer 2015, 94). De acuerdo con este autor, en la medida en que se establece jurídicamente el concepto de ''servicios ambientales'', algunos procesos biofísicos (como por ejemplo el secuestro de carbono) son elegidos para asumir la forma de un bien económico autónomo, pasando a tener realidad jurídica con fines de circulación. La propia definición de servicios ambientales depende de la forma contractual: el contrato se convierte así en un elemento indispensable para la mercantilización y la financiación de estos fenómenos. Es por medio de un contrato que los bienes económicos (servicios ambientales) adquieren la forma de propiedad.
Una de las mayores expresiones de esta perspectiva ambientalista fundada en el ideario liberal es el Programa Piloto para la Protección de los Bosques Tropicales (conocido como PPG7), un hito crucial que ha redefinido la inserción de la Amazonía en las dinámicas actuales de la acumulación capitalista. El PPG-7 fue proyectado dentro de la concepción de que los problemas ambientales podrían ser solucionados por la vía del mercado, como queda claro en la declaración de los participantes del encuentro del G7/8 de 1990: ''Nosotros reconocemos que las fuertes (y crecientes) economías orientadas para el mercado entregan los mejores medios para una exitosa protección del ambiente''21 (G7/8 Summit Meetings 1990). Bajo este argumento, no causa espanto que la privatización, la mercantilización y la financiación de bosques sean vistas como las mejores formas para contener la deforestación y el aumento de la emisión de gases invernaderos.
Por casi dos décadas el PPG7 fue el principal responsable de dictar las políticas ambientalistas para la Amazonía, en una acción integrada que involucró a los gobiernos estatales y federal, agentes financieros internacionales como el Banco Mundial, la USAID, KFW, entre otras agencias europeas de auxilio al desarrollo y las diversas ONG que se multiplicaron durante este período (Arnt y Schwartzman 1992). La importancia de este programa residió en el hecho de que logró consolidar la perspectiva del desarrollo sustentable en las políticas internas amazónicas, aunque el discurso que buscaba conciliar desarrollo y sustentabilidad estuvo presente, de alguna manera, en los discursos oficiales sobre la región desde la década de 1970.
En ese sentido, lejos de representar la superación de una perspectiva por otra, las diferentes políticas propuestas para la Amazonía desde la década de 1970 hasta la actualidad (ya sea desde una perspectiva ''desarrollista'' o desde una perspectiva ''sustentable'') se han alimentado entre sí como expresiones de un avance contenido en el atraso. En un contexto subyugado por la coexistencia de escasez y nuevas rarezas, los territorios amazónicos (especialmente los boscosos formados históricamente por indígenas y poblaciones tradicionales) pasan por un proceso de resignificación, marcado por la creación de nuevas mercancías asociadas con la producción de una supuesta ''naturaleza intocada''. Para entender mejor la lógica que gobierna este proceso, es importante poner atención a las contradicciones presentadas por el movimiento de reproducción capitalista, especialmente en su constante necesidad de encontrar nuevos valores de uso en los territorios; una expresión íntima de la relación entre apariencia y esencia.
Consideraciones finales
Al analizar el panorama de las políticas y acciones volcadas a la protección de la Amazonía brasileña y de las zonas boscosas cordilleranas del sur de Chile, verificamos que, de un modo general, los arreglos institucionales que se tejieron en las últimas décadas dan la impresión de que el sector público, las empresas, la sociedad civil y las ONG formarían una junta simétrica en torno a una deseable y necesaria ''protección de la naturaleza''. Así, en un escenario marcado por el aumento de la preocupación por los problemas ambientales, segmentos e intereses sociales diversos se aglutinarían en torno a una causa ''única y mayor'' (que supuestamente es común a todos), lo que generaría una especie de consenso sobre los nuevos usos sociales de los bosques.
No obstante, lo cierto es que, en un contexto de crisis de sobreacumulación, el capital ha utilizado el discurso ambientalista para garantizar su reproducción. Apropiándose del imaginario geográfico creado en torno a determinados lugares, y también de la imagen de determinados grupos sociales, el capitalismo verde ''naturaliza'' sus acciones. La complejidad de este debate se evidencia en los distintos posicionamientos que superficialmente parecen opuestos, pero que en verdad son concordantes entre sí, especialmente en lo que se refiere a las cuestiones centrales como la privatización, la mercantilización y la financiación como una necesidad para la protección ambiental. En otras palabras, lo que se muestra como una posibilidad de conciliar dos lados opuestos por medio del desarrollo sostenible consiste más bien en un proceso intrínseco de ampliación de las posibilidades de acumulación de capital.
Asimismo, es importante tener en cuenta que la reterritorialización del capital vía protección ambiental avanza no solamente por medio de los movimientos de fronteras,22 sino también por distintas manifestaciones de la acumulación por desposesión.23 Dentro de este proceso, las ideologías geográficas cumplen con un importante rol, actuando para legitimar los discursos y las prácticas de un ordenamiento territorial llevado a cabo por un complejo de leyes, discursos, prácticas, directrices y todo un aparato técnico-científico-ideológico necesario para la generación de nuevas mercancías.
Aunque las semillas de este proceso hayan sido plantadas durante la década de 1970, fue solamente a partir de la década de 1990 que las condiciones sociales, políticas y económicas posibilitaron que sus frutos llegasen a la madurez. Para ello, fueron cruciales las políticas ambientales que permitieron la absorción territorial de las ideologías geográficas formateadas en los foros de políticas internacionales como la Cumbre de la Tierra realizada en 1992 en la ciudad de Río de Janeiro. De un modo general, la visión que esas políticas tienen de los bosques presupone nuevos valores de uso y de cambio sobre los procesos ecológicos, resignificándolos en acciones y reglas orientadas por una especie de ''consenso obligatorio'', impuesto por parte de aquellos que dominan.
En un contexto crítico, las propuestas y formas encontradas para combatir la escasez y la rareza se basan, entre otras cosas, en mecanismos compensatorios de las externalidades ambientales (especialmente por medio de los mecanismos del mercado financiero) y en la creación de reservas de conservación. En estos casos es por medio de la financiación de los ''servicios ambientales'' y de la valoración estética de escenarios supuestamente intocados que los bosques adquieren nuevos valores de uso. Nótese que las diversas regulaciones ambientales que buscan limitar las consecuencias no deseadas del desarrollo capitalista y de la urbanización acaban por convertir ciertas escaseces y rarezas en parte central del proceso de mercantilización y financiación de los bienes comunes. Ese tipo de mercado compensatorio de servicios ambientales, o de la valoración de tierras por medio de la creación de reservas privadas de conservación ambiental (muchas veces vinculadas con grandes complejos turísticos), posee su funcionamiento directamente vinculado con la contradicción deforestación-preservación.
No obstante, tanto escaseces como rarezas no son obra de la naturaleza, sino un producto social. La escasez, recuerda Harvey (1980), es socialmente organizada para permitir el funcionamiento del mercado, según las necesidades de reproducción del capitalismo. Las rarezas, por su parte, tienen que ver con la constante necesidad de encontrar nuevos valores de uso (sociales) que privatizar y mercantilizar (Alessandri Carlos 2001). En los casos aquí analizados, las escaseces y las rarezas se expresan en la producción de una naturaleza conservada, cuya función compensadora como reserva se sustenta en un entendimiento hegemónico sobre los nuevos usos de los bosques.
Partiendo del supuesto que todo el proceso de producción engendra una nueva escasez económica, Smith (2015) recuerda que cualquiera sean las condiciones físicas o ecológicas, el centro del valor de uso de las actividades compensatorias es su capacidad de generar valor de cambio en función de la escasez generada. En estos términos, es posible decir que la plusvalía generada por los negocios vinculados con la conservación ambiental es extraída no solo del trabajo especializado de restaurar y/o conservar el bosque, sino que también del trabajo pretérito latente en la destrucción previa de los lugares, además de los trabajos milenarios involucrados en la formación histórica de los bosques.24
Se trata, por lo tanto, de una relación dialéctica que se conforma entre la destrucción y la conservación de la naturaleza, entre la escasez y la rareza. En nombre de una aparente resolución de los conflictos entre el modelo de expansión capitalista en la Amazonía oriental brasileña y en las zonas boscosas cordilleranas del sur de Chile, y de la protección de sus ''riquezas naturales'', surgen nuevas estrategias de apropiación de los bienes comunes -una expresión particular de la producción capitalista de la naturaleza- dentro de una política tecnócrata que tiene como característica la atribución de valores y derechos de propiedad para aquello que se entiende como ''naturaleza''.