El trabajo político: entre categoría nativa y concepto
La noción de trabajo político se presenta, en primera instancia, como una categoría nativa con la que actores políticos dan cuenta de los esfuerzos, recursos y tiempo que invierten en función de incrementar su capital político, ya sea a través de la movilización de personas; la obtención de votos -en términos generales, hilar fidelidades personales y grupales (Simmel 2014) para concentrarlas en torno a un candidato o una línea interna de un partido-; la intermediación para la resolución de problemas de un barrio, de un grupo social o de una familia; la promoción de su imagen, entre otras. En efecto, se trate o no de políticos profesionales, en el sentido de personas que viven -en la distinción weberiana- de la política, activistas barriales, dirigentes locales, legisladores distritales y nacionales, o funcionarios aluden a su actividad política en términos de trabajo. Hace algunos años que las ciencias sociales latinoamericanas se tomaron en serio esta categoría y se interrogaron por los sentidos de la misma, tanto para políticos profesionales (Frederic 2004; Gaztañaga 2008; Hurtado Arroba 2013) como para activistas barriales (Vommaro y Quirós 2011). En este artículo -que inaugura el dossier del número 60 de Íconos. Revista de Ciencias Sociales sobre las diferentes formas que adopta el trabajo político en la región-, volvemos sobre estos aportes para contribuir a una sistematización general del concepto. Esto en dos sentidos: por un lado, proponer una definición del trabajo político que dé cuenta de su especificidad en relación con la actividad política (¿qué permite pensar la noción de trabajo sobre la actividad política?), y por otro lado, dar cuenta de las dimensiones analíticas y las consecuencias metodológicas que trae el análisis de las prácticas políticas en estos términos.
Una aproximación a la actividad política como trabajo colisiona con dos tipos de prejuicios respecto a ella. Por una parte, como suele escucharse a menudo en América Latina, es un lugar común afirmar que los políticos, en realidad, no trabajan, y que más bien se valen del esfuerzo de los demás -de la ciudadanía o de las bases militantes- para mantener sus posiciones. En las tertulias televisivas, esta crítica puede estar, incluso, acompañada de imágenes de diputados durmiendo una siesta en plena sesión parlamentaria o utilizando sus teléfonos celulares mientras se debaten temas relevantes. La noción de trabajo en boca de los políticos -profesionales o aficionados- se refiere entonces a lo que podemos llamar una herramienta de legitimación de la actividad que realizan, que realza lo que ponen en juego en términos de prestigio -''jugarse'' su nombre- y de posiciones en el seno de una organización -''jugarse'' el cargo, la posición-. Para los políticos, decir que trabajan es un modo de denotar esfuerzo y entrega de sí, a sabiendas de que lo que realmente hacen posee cierta opacidad para los profanos, a quienes buscan representar. También sirve para argumentar que ese esfuerzo los vuelve merecedores, ante sus pares, de los lugares que ocupan. En este sentido, desde el punto de vista del analista, la noción de trabajo intenta aprehender esta dimensión de ''entrega total'', de una ocupación de tiempo completo que puede llegar a ser extenuante: pocas horas de sueño, reuniones, juntas, sesiones, recorridos, actos, asambleas. De hecho, para quien vive de la política, el límite que separa la jornada laboral del tiempo de ocio o de la vida familiar suele ser difuso y todo momento de la vida cotidiana, potencialmente, puede ser movilizado como recurso político. ¿Cómo dar cuenta entonces de la variedad de las actividades de hombres y mujeres políticos?
El segundo tipo de prejuicio se refiere a las retribuciones de esa actividad. Aun si se aceptara que los políticos trabajan de modo cuasi permanente, como puede verse, por ejemplo, en las series televisivas que muestran a presidentes, alcaldes o legisladores utilizar su tiempo sin pausa en negociaciones informales y reuniones protocolares, se estima que los políticos profesionales ganan salarios demasiado elevados o bien que utilizan los recursos públicos para sacar provecho político personal o simplemente para enriquecerse. Las denuncias de corrupción, patronazgo o clientelismo son modos en que, en el discurso especializado y en el lenguaje corriente de la evaluación de la vida política, se moviliza la sospecha acerca de los ''verdaderos'' intereses que mueven a quienes trabajan en política. El lenguaje nativo de los políticos da cuenta de esta desconfianza. En tiempos de desprestigio del trabajo político, la labor social puede ser un modo de legitimación de políticos, al tratarse de una actividad de servicio y entrega desinteresada hacia los demás -los vecinos, los pobres-, lo que contrasta con el motor egoísta de la ''grilla'' y de la ''rosca'' que movería, en esta visión, a la clase política (en los términos que usa Gaetano Mosca 1984). Esto ha sido estudiado tanto en el caso de políticos profesionales (Frederic 2004) como de activistas barriales de las clases populares (Vommaro y Quirós 2011). Las investigaciones muestran que los actores lidian con miradas críticas sobre el uso que hacen de los bienes que movilizan en sus prácticas. A través de la noción de trabajo social, intentan despolitizar -en el sentido de quitarle una dimensión parcial y arbitraria- su trabajo (Hurtado Arroba 2014).
Entre estas dos sospechas generales, creemos, se desarrolla la categoría de trabajo político, tanto desde el punto de vista de actores como de analistas, en especial desde la sociología política. Con una mirada atenta al modo en que se define la actividad política en relación con las querellas morales y políticas que la constituyen, nuestro enfoque interroga qué entendemos por trabajo político quienes estudiamos la actividad cotidiana de los políticos, cuáles son sus dimensiones fundamentales y en qué medida la categoría nos permite aprehender algunos rasgos de esa actividad: su carácter recursivo y cotidiano, la movilización de recursos y la inversión de tiempo para la producción de bienes políticos (como objetivo intencional o como consecuencia no buscada), así como las regulaciones y retribuciones asociadas a esa actividad y a una carrera y/o trayectoria política emparentada con lo que se puede definir -en otros ámbitos de la vida social- como trabajo. Para estudiar lo que hacen los políticos cuando dicen que trabajan, debemos abrirnos a una gama de actividades que van desde gestiones cotidianas y atención de demandas de sus bases hasta intervenciones públicas en temas de gobierno o legislación, pasando por actos de promoción de sus partidos o agendas, o por un sinnúmero de enroques y ámbitos propios de la lucha y el posicionamiento en un campo de fuerzas. ¿Es posible comprender, en este abanico, el tipo de situaciones y de recursos vinculados con el trabajo político?
Para realizar este recorrido, nos valemos de algunos aportes realizados en los últimos años por diversas investigaciones que se interesaron por esta categoría (Frederic 2004; Gaztañaga 2008; Hurtado Arroba 2013; Vommaro y Quirós 2011). Primero, proponemos un modo de entender el trabajo político. Luego, señalamos algunas dimensiones analíticas centrales que conlleva. Por último, identificamos en qué medida la noción de trabajo político permite dar cuenta de la apertura de la vida política a otros espacios sociales de los que, a través del trabajo de actores, se movilizan recursos, discursos y repertorios de acción.
Hacia una delimitación conceptual del trabajo político
Incorporar en el análisis sociopolítico las dimensiones asociadas con el trabajo político amplía el universo de variables a considerar y, a la vez, focaliza el potencial explicativo de los factores asociados con la producción, acumulación y circulación de bienes rentables y redituables en el campo político, es decir, capitales políticos.
Nuestro punto de partida es considerar el trabajo político como un conjunto de actividades prácticas, susceptibles de análisis a partir de tres dimensiones: 1) la organización de la vida cotidiana de quienes lo llevan a cabo; 2) la producción de determinados tipos de bienes políticos que funcionan como capitales; y 3) la imbricación de estas actividades con una red de relaciones políticas que contribuyen a producir y reproducir.
El origen de la noción de trabajo político como categoría nativa da algunas pistas de la primera dimensión. Más allá del lugar que tiene en la disputa por la legitimidad de la política, la idea de trabajo político sirve a quienes lo ejercen para dar cuenta del encadenamiento de pequeños gestos, palabras y acciones que son el contenido de su vida cotidiana, de su práctica en un mundo social específico. En ese sentido, el trabajo político es una regulación del flujo de la vida política cotidiana y, como tal, provee un marco de sentido para las acciones, útil tanto para protagonistas como analistas. Ubicar al trabajo político como práctica cotidiana y recursiva tiene dos implicaciones teóricas. La primera es que nos aparta de las explicaciones de las acciones de políticos en clave puramente instrumental y teleológica.1 Como lo entendemos, el trabajo político sale del dominio exclusivo de una articulación temporal de la acción que solo entiende al presente como un camino para construir un futuro deseado, centrado en las elecciones -óptimas o menos que óptimas- que llevan a cabo los actores. Hacer política implica el desarrollo de competencias prácticas adecuadas a un entorno donde son efectivas; sin embargo, es una práctica socialmente aprendida que se despliega sin que sea necesariamente una estrategia orientada a un fin meramente utilitario (Bourdieu 1991 y 2001).
La renuncia a la estrategia utilitaria como único marco de sentido para el trabajo político no implica que lo consideremos una actividad que escapa a reglas de juego formales o informales, pero tampoco supone que éstas lo determinen. Esta es la segunda implicación: los marcos normativos e institucionales existen y pueden tener un lugar en la explicación de las prácticas, pero -así lo consideramos- menos como moldeadores de comportamientos a través de incentivos y desincentivos, y más como recursos que pueden ser movilizados. El trabajo político cotidiano con frecuencia escapa al escrutinio jurídico formal. Analíticamente sería un error querer captar su funcionamiento solo a través de la adecuación o no a la norma. En la regulación de la acción entran en juego principios morales construidos entre los participantes. Por ejemplo, elegir cuándo y a quiénes cumplir las promesas realizadas, no vinculantes desde un punto de vista jurídico, es un componente importante del trabajo político.2 Al no estar reducido a un despliegue de intereses utilitarios o a unas normas formales, se trata de una práctica inteligible dentro de un campo, en el sentido que da a ese término Bourdieu (1991 y 2001), de modo que su regulación debe pensarse en función de principios inmanentes a las prácticas que son aprendidos en la actividad. Quien trabaja en la política aprende, a veces dolorosamente, qué hacer, cómo, cuándo y con quiénes. Mucho de ese aprendizaje depende de los recursos de los que dispone, de sus posiciones relacionales en un campo de fuerzas y de los que pueda construir a lo largo de su carrera.
Hacer política de modo profesional, es decir, con una dedicación (casi) exclusiva y con pretensiones de construir una carrera (por muy breve que ésta pueda ser) es una actividad cargada de disputas por espacios de poder. Quien hace política, nos recuerda Weber (2000), busca el poder. Ingresar y permanecer en la actividad política supone, entonces, un conjunto de competencias y gramáticas específicas propias de una trama de contiendas, es decir, del desarrollo de habilidades y el cultivo e inversión de capitales propios de un campo político conflictivo. La relación entre trabajo y acumulación de capital político, dentro de ese campo, obliga a ver una dinámica procesual de la contienda política. Tanto en sus facetas sincrónicas (qué posición ocupa el político en una red de relaciones en un espacio social e históricamente determinado) como en sus facetas diacrónicas (de dónde viene y hacia dónde va la trayectoria de un político), el peso político de un agente (el cúmulo de sus capitales) lo sitúa en un espacio de poder y lo proyecta en potencia hacia una carrera (ascendente, descendente o de otro tipo), no exenta de ponderaciones situacionales y coyunturales. Como resalta Alfredo Joignant (2012), el campo político es históricamente construido y está en permanente transformación, lo que hace que un tipo de capitales puedan ser efectivos y pertinentes en un momento de disputa, pero que pierdan pertinencia y efectividad en otro momento. Así, el trabajo político, la tarea cotidiana de profesionales del mundo político, se va adecuando a coyunturas y trayectorias de posicionamiento a corto, mediano y largo plazo. Lo que define esas readecuaciones es el sentido del juego: el sentido práctico cultivado en la recurrencia de la contienda.
Esta dimensión práctica y rutinaria del quehacer político ha sido captada desde la antropología y la sociología política. Observando la cotidianidad, se hace claro que no todas las acciones de políticos se pueden reducir a lograr unos efectos esperados. Jaime,3 un hiperactivo líder social del sector vivienda en la Ciudad de México, vive su agenda cotidiana de reuniones, asambleas, marchas y mesas de negociación de manera dinámica. Al momento de la entrevista a este líder4 explica su día a día apelando al marco de la lucha por los derechos urbanos de habitantes pobres de la ciudad, pero en el curso de su práctica cotidiana, se refiere a cada actividad diciendo: ''Bueno, esto es lo que hago'' (Paladino 2010). El trabajo (como) político organiza su agenda cotidiana, qué hará, a quién verá, cómo se dirigirá a cada persona. Atender la pregunta de una señora sobre un trámite personal y remitirla a otra persona de la organización a la que pertenece para que la atienda -o, en la jerga local, le ''dé largas''- no podría explicarse por el beneficio marginal e infinitesimal que puede reportarle a futuro -aunque Jaime pueda realizar ese cálculo- o por un reglamento que le indica que en ese caso eso es lo que debe hacer. Lo hace porque es su trabajo, lo que hizo ayer y lo que hará mañana: la recursividad opera como condicionamiento. Jaime ha aprendido que su continuidad como trabajador en la política depende de eso.
La segunda dimensión que consideramos se refiere al trabajo político en tanto actividad productiva, así como a los productos de ese trabajo. En su complejidad, el trabajo político produce en un mismo proceso, al menos, tres productos, dos relevantes para su propia organización y otro que opera hacia fuera. Nos referimos, en primer lugar, al mismo puesto de trabajo en la política -reproducción de la posición en el campo político-, a los recursos específicos que en él se emplean -el capital político- y a unos resultados del trabajo que pueden ser mostrados hacia afuera.
Primero, el trabajo político produce el puesto de trabajo del político (remunerado o no).5 Comenzar a trabajar en la política no requiere necesariamente de un nombramiento desde una instancia autorizadora6 -aunque existan rituales de paso involucrados-. Nadie dice a un político: ¡está contratado, preséntese el lunes a las ocho! El puesto de trabajo político es frecuentemente producido y reproducido por el propio trabajador. La posibilidad de ocupar cargos en un partido, un movimiento o en el propio gobierno depende fundamentalmente de la capacidad de los políticos (cual ''obreros'') de irse labrando a sí mismos. Los inicios de las carreras políticas de los intermediarios territoriales en la Ciudad de México son ilustrativos: en las entrevistas a dirigentes políticos barriales7 con frecuencia éstos se refieren a alguna coyuntura en la que comenzaron a llevar a cabo actividades políticas -promover el voto de un candidato, atender alguna necesidad de vecinos, elevar una solicitud a las autoridades- y a partir de ahí produjeron y reprodujeron la posición de intermediarios que ocupan. Podría decirse, y con razón, que un candidato o un diputado no crean al Parlamento de su país en cada momento para ocupar allí un lugar. Sin embargo, la posición que producen es la de alguien que es capaz de alcanzar ese puesto: alguien que puede competir en elecciones, que influye en el partido para lograr la postulación en un distrito electoralmente accesible, entre otros. Mantenerse como trabajador en la política no implica necesariamente hacerlo en una posición dominante, pero sí ''hacerse un lugar''.
El trabajo político va más allá de ser un productor de posiciones que crean quienes las ocupan, una suerte de mecanismo generalizado de cuentapropistas o microemprendedores. Además de las posiciones, produce un tipo específico de bienes a partir del uso de distintos tipos de recursos y de diversas modalidades de división y especialización del trabajo. Las relaciones que cimenta en su actividad pueden convertirse en formas de capital político rentables en la producción de más hechos políticos. En este sentido, el trabajo político no solo usa diversos tipos de capitales y recursos sino que produce capital político.
En tanto que capitales producidos en un campo, los productos del trabajo político son apropiables de maneras desiguales por los agentes que participan en dicho campo y, a la vez, capaces de modificar esas formas de apropiación y la estructura del campo. En el caso de la Ciudad de México, luego de las primeras elecciones para autoridades locales en 1991, se constató un cambio en este último sentido. El trabajo político durante la gestión de Cuauhtémoc Cárdenas8 tuvo como figuras principales a intelectuales, académicos y figuras de las organizaciones sociales que produjeron grandes proyectos de desarrollo social y urbano de arriba hacia abajo. De manera paralela, otra forma de producir hechos políticos se perfiló en ámbitos distintos. Al incorporarse a esos grandes proyectos, los intermediarios políticos locales crearon redes de gestión que volvieron esas iniciativas públicas accesibles a la población, o al menos, a la que estaba vinculada con esas redes. La productividad de estas últimas para la movilización electoral tuvo un impacto notable en la política local: desplazó del escenario principal a las figuras intelectuales dominantes en el momento de apertura del campo político de la ciudad y ubicó como agentes preponderantes a aquellos capaces de establecer redes de redes: los llamados ''operadores políticos'' en la jerga local. La capacidad de producir una ley de vanguardia o de proponer grandes proyectos de desarrollo urbano dejaron de ser habilidades imprescindibles para disputar el poder en la ciudad. En esta línea, en un estudio sobre las prácticas políticas en contextos urbano-marginales, Edison Hurtado (2013) define al trabajo político como
[el] conjunto de acciones que realizan diversos tipos de actores con fines de ganar apoyo político, ya sea en tiempos electorales o no. Su objetivo es acrecentar el capital político de un referente, y puede realizarse a través de proselitismo (electoral) abierto, atención cotidiana de demandas, acciones de convencimiento. [...] Una gestión puntual puede capitalizarse políticamente; así, la gestión de demandas puede convertirse en trabajo político, y a mayor trabajo político pueden atenderse más gestiones (Hurtado Arroba 2013, 8, resaltado nuestro).
En esta definición, la producción de capital político es el elemento que distingue el trabajo político de cualquier otro tipo de trabajo. Se trata de un objetivo buscado, aunque los actores no puedan controlar las consecuencias de sus acciones. Esta definición es adecuada al contexto de la política territorial y partidista de la Ciudad de México, un campo político estabilizado, con límites y posiciones relativamente9 claras y formas de producción y objetivación del capital político conocidas. En otros contextos, la relación entre el trabajo político y la producción de capital político puede asumir otras características: el trabajo político no solo produce unas consecuencias buscadas, también es posible identificar consecuencias no buscadas de su desarrollo, en especial, si aceptamos el carácter recursivo de la actividad y el hecho de que los trabajadores políticos actúan en tramas sociales que escapan a su control.
A la vez, el trabajo produce efectos y consecuencias políticas. Retomando a Gaztañaga (2008), el trabajo del político se presenta como una categoría analítica compleja que se delimita más por el tipo de producto que resulta -voluntaria o involuntariamente- de él, que por una definición precisa y permanente de las actividades puntuales que realiza o por la forma determinada en que se organiza. El trabajo es político porque produce efectos políticos: ''Aquí trabajar se refiere a producir políticas materiales e inmateriales, e implica articular el mundo de las relaciones personales con el tejido institucional'' (Gaztañaga 2008, 141). Estos hechos políticos son fundamentales en tanto que conectan a quienes trabajan en la política con quienes no lo hacen, una cuestión de gran relevancia en regímenes democráticos en los que estos últimos tercian en las disputas a través de su voto. La producción de hechos políticos se constata en sus diferentes escalas de existencia: desde negociar un acuerdo internacional que implica un rebalanceo geopolítico con consecuencias de largo plazo hasta las pequeñas gestiones y favores personales que producen los intermediarios territoriales.
Un último aspecto que colabora en la definición del trabajo político es el papel que éste juega en la producción y reproducción de los vínculos, especialmente en las organizaciones políticas. Siguiendo a Bourdieu (2001), el trabajo político implica una labor simbólica de formación de grupos y de definición de posiciones. En tanto empresa colectiva, la política requiere de un trabajo permanente de creación de colectivos (clases) e identidades colectivas que disputan los principios de visión y división del mundo. Una parte sustancial del trabajo, entonces, se orienta a la producción y reproducción de lazos dentro de una comunidad política, y esto abarca tanto la actividad de un líder territorial para la reproducción de una pequeña organización o red de votantes barrial como el trabajo de un operador para la reproducción de la alianza política que sostiene a un presidente; con frecuencia, se trata de lazos personales que se desarrollan en interacciones cara a cara, pero la producción y reproducción de vínculos políticos también se realiza a través de los medios de comunicación y las redes sociales.
En suma, al estudiar el trabajo político se pueden distinguir tipos de actividades con grados diversos de efectividad política, ''mercados laborales'' o cargos y posiciones a ser repartidas en un espacio de poder (partido, Estado, gobierno u organización militante), carreras políticas y recursos que se usan o se cultivan, y productos específicamente políticos.
Los ámbitos y recursos del trabajo político
Consideramos necesario referirnos a tres dimensiones fundamentales del trabajo político que permiten tanto precisar la definición elaborada en el punto anterior como establecer algunos principios metodológicos que guían su estudio. En primer lugar, el trabajo político debe lidiar con las diferentes escalas en las que tiene lugar: barrial, municipal, estatal o provincial, nacional y transnacional/global. Estas escalas son tanto un punto de partida -un cierto contexto que condiciona las situaciones de interacción y los alcances de sus efectos- como un resultado del trabajo político -las escalas se definen también como resultado de lo que hacen los políticos en interacciones conflictivas- (Frederic y Soprano 2009). Los actores tienen en cuenta las reglas que les impone el juego político en las diferentes escalas: deben ser competentes en la escena política local si es que desean participar de ella y, por tanto, conocer el modo en que se hace política en un territorio específico, así como las lógicas de circulación que hacen a la dinámica internacional de la producción de recursos políticos -contactos, formas de legitimación y validación propios de ella-. Nuestras observaciones de campo10 proveen elementos para comprender este carácter condicionante de las escalas de acción, así como el modo en que los actores lidian con él. Margarita es una dirigente social de un barrio popular del sur de la ciudad de Buenos Aires que participa a la vez de la vida política barrial -es presidente de una asociación vecinal que se ocupa de la asistencia social de los vecinos a través de un comedor, centro de salud y una escuela infantil- , de la política distrital -a través de sus vínculos con el partido de gobierno que le permiten acceder con cierta facilidad a los funcionarios municipales y ser un canal de implementación de políticas sociales-, y del circuito nacional de ayuda social establecido en el punto de encuentro entre la filantropía empresaria y las organizaciones no gubernamentales (ONG) profesionalizadas de alcance internacional que gestionan programas de transferencia de recursos a emprendimientos sociales. Para lidiar con las escenas y actores que corresponden a esas escalas, pone en práctica una división del trabajo en el seno de su organización. Su marido, Jorge, se ocupa del activismo político municipal y colabora con la expansión del partido de gobierno en algunos distritos del Gran Buenos Aires en los que tiene vínculos personales posibles de convertirse en redes políticas. Jorge es quien abre, en tiempos de campaña, un local partidario frente a la sede de la organización social que lidera su cónyuge y organiza el trabajo proselitista en el barrio. Además, participa de la ''grilla'' en los barrios populares del sur como referente partidario al servicio de coyunturales candidaturas de dirigentes locales con los que tiene relación. Ester, en tanto, es una migrante boliviana que conoció a Margarita en el barrio. Su condición de extranjera la aleja de la política electoral -no vota ni puede afiliarse a un partido-; en cambio, es la cara visible de la asociación en lo que atañe a la vida política territorial, y cuando Vommaro realizó su trabajo de campo en ese lugar, ella se ocupaba de la construcción de redes de lealtad que servirían para disputar la presidencia del barrio al año siguiente. Cada uno de estos actores se especializó, en cierto modo, en el manejo de las relaciones interpersonales y los lenguajes que dominan las diferentes escalas. Su efectividad está fuertemente ligada con ese manejo, asegurando evitar que se den pasos en falso que comprometan su legitimidad. Esta última está asociada con el reconocimiento que cada uno de ellos posee en la escala en la que se especializan.
Al mismo tiempo, esta división del trabajo permite a la asociación de Margarita producir una diferenciación entre el trabajo social -alejado a priori de intenciones partidarias y cercano a la lógica del circuito de la filantropía empresaria y del ''emprendedorismo'' social- y el trabajo político, tanto en el nivel barrial como en el municipal que se ocupa, en cambio, de producir apoyos políticos traducibles en votos. El trabajo político en diferentes escalas puede ser analizado también como generador de principios de clasificación moral. En este contexto, la política nacional es vista en ocasiones como el mundo distante de la ''rosca'' o de la ''grilla'', pero también aparece en ciertas condiciones como el locus de la definición de los grandes problemas de un país. La política local o barrial, en tanto, es a veces el terreno del clientelismo y la manipulación, pero además es el espacio privilegiado de realización del servicio a los demás, de los efectos concretos y tangibles de la política, cuando el trabajo político profesional que tiene lugar en las instituciones representativas se vuelve una realidad lejana para la ciudadanía menos involucrada en ese universo. En este sentido, en la definición de las escalas se distingue la ''alta'' y la ''baja'' política de manera ciertamente cambiante.
Otra de las claves para entender la perdurabilidad y el prestigio, tanto a nivel barrial como municipal y hasta nacional, de la asociación de Margarita es que esta división del trabajo produce bienes adaptados a cada una de las escalas sin pretender establecer traducciones automáticas. Al contrario, el paso que los actores realizan de una escala a otra supone un trabajo de traducción y adaptación de sus recursos y presentaciones públicas (Goffman 2001) -el juego, por ejemplo, entre la distancia que supone la investidura de un cargo y la cercanía como herramienta del trabajo representativo (Le Bart y Lefebvre 2005)-, así como de alianzas con actores que se encuentran localizados en un nivel y que actúan como mediadores entre una y otra escala.
La relación entre los actores multiescalares y aquellos que se encuentran localizados en una de ellas da cuenta de las jerarquizaciones que produce la superficie social que puede recorrer un actor y, por tanto, su multiposicionalidad, por utilizar de un modo ciertamente heterodoxo el concepto que Luc Boltanski empleó para mostrar un rasgo distintivo de las élites sociales: ocupar posiciones elevadas, al mismo tiempo, en diferentes campos (Boltanski 1973). En cierta medida, las élites políticas pueden recorrer una superficie social extensa, ''descender'' y ''ascender'' en las escalas de acción, tratando de mantener en cada una de ellas su prestigio y reconocimiento. Algunos dirigentes barriales, en cambio, en virtud de su asociación con la ''baja'' política son reconocidos por políticos profesionales y por profesionales del comentario político que se ocupan de seguir los acontecimientos en ese campo (periodistas, intelectuales) por su capacidad para producir testimonios sobre la situación social -pueden ser mediadores de lo sensible, es decir, voceros de los problemas concretos de las clases populares por estar cerca de ellas-, pero manejan lenguajes discursivos y corporales, así como repertorios de acción -movilización de personas, trato coloquial, conocimiento interpersonal-, menos aceptados en esferas en las que la capacidad de mirar los problemas de manera general, con distancia, es más legítima. Las escalas funcionan, en este sentido, como principios de jerarquización del trabajo político en tanto confinan a algunos actores y multiplican las posibilidades de movimiento de otros. Desde luego, la definición de las escalas es asunto de negociación y su delimitación es, en este sentido, producida por los propios actores en su trabajo, que es también una actividad de definición -ciertamente en configuraciones de poder- de los alcances de un asunto político: local o nacional, competencia de grupos políticos barriales, regionales o globales. Margarita, por ejemplo, al recibir a un político en su asociación trata de imponerle el lenguaje de la proximidad y de evitar ser utilizada como medio de legitimación política en la disputa municipal o nacional. Desde este punto de vista, las escalas son productos de la definición conflictiva de la situación en la que participan los actores del trabajo político, pero también los profesionales del comentario político que, en el caso citado, pueden cubrir una reunión entre la dirigente social barrial y el candidato, y atribuirle un sentido barrial u otro de carácter electoral general.
En segundo lugar, en relación con lo que acaba de señalarse, el carácter situado del trabajo político obliga a preguntarse por los recursos y destrezas que ponen en juego los actores a la hora de operar en política. ¿Qué habilidades y saberes son, en diferentes organizaciones y momentos históricos, condición de posibilidad del ''éxito'' político? Una lista no exhaustiva comprende recursos materiales (presupuestos, bienes usados en campañas, uso de material tecnológico); simbólicos (colores, insignias partidarias, prestigios personales o familiares, reconocimiento moral); discursivos (''saber hablar'', ''ser bueno en los medios''); sociales (lazos personales, redes clientelares); estéticos (afinidades, gustos, performances). El trabajo político consiste, en buena parte, en movilizar un saber hacer (Ferraudi Curto 2009) que supone aplicar los recursos con que se cuenta de manera adaptada a situaciones y contextos diferentes: una entrevista televisiva, una reunión política de dirigentes, un acto partidario, una visita a la casa de votantes... Pero también se trata de hacer valer, es decir de volver rentable en un mercado político determinado, ciertos recursos con que un actor o un colectivo cuenta (Hurtado Arroba 2013). Michel Offerlé (2011) estudió el modo en que, a finales del siglo XIX en Francia, el personal político de origen obrero hizo de las cualidades inscritas en el ''ethos obrero de clase'' herramientas de legitimación de su posición en la lucha política. Este trabajo sobre sí mismos y sobre el campo político implicó un ''juego sutil'' entre la existencia de ciertos atributos, el manejo reflexivo de los mismos y su adaptación a la lucha política. Se trataba, en definitiva, de ''la traducción de cualidades que los obreros reivindican como propias: el carácter enérgico, trabajador, honesto, simple, desinteresado, generoso, abnegado'' (Offerlé 2011, 47) en cualidades políticas, que los oponían a una burguesía ''ociosa, cínica, hedonista, panzona'' (Offerlé 2011, 47). Este trabajo de legitimación se opuso a la impugnación que hacían del ingreso de los obreros a la política los políticos establecidos, intelectuales, abogados o burgueses, quienes trataban con desdén a las nuevas personas que ingresaban, en virtud de su corporalidad moldeada en las ocupaciones físicas y de su forma de hablar simple y directa que representaba, a ojos de esos actores dominantes, una cierta forma de ''indignidad'' (Offerlé 2011, 39) y una prueba de su incompetencia. El trabajo de Offerlé muestra el alcance de la legitimación de los dominados: no revierte las jerarquías entre atributos obreros -ligados con la simplicidad y la fuerza- y atributos burgueses -asociados con la fineza y la inteligencia-, pero logra hacer reconocer a los primeros como valores políticos y, con ello, la legitimidad de sus portadores a ocupar funciones políticas.
Trabajar en política en la era de las redes sociales supone, por otro lado, competencias específicas que los operadores territoriales o partidistas no cultivan, necesariamente, en sus actividades cotidianas. La asesoría de imagen así como el diseño de estrategias de marketing político, con el trabajo de seguimiento en redes sociales y de comunicación por tipo de audiencias y comunidades virtuales que eso implica, abre un gran ámbito de prácticas profesionales al servicio de las emergentes nuevas formas de hacer política. El trabajo político, así, no solo tiene que ver con operaciones en el territorio (espacio físico), sino en el espacio mediático y, actualmente, en el mundo de las redes virtuales. La división del trabajo político puede implicar especializaciones en cada nivel y abrir, cada vez más, la contienda política a profesionales en el manejo de las redes sociales. Un estratega político moderno maneja una cartera de opciones para la actividad política, en particular para la producción de capital político de corte mediático y reputacional. La elaboración de ''memes'', plataformas comunicacionales y estrategias de marketing virtual abre no solo los contornos de la política, sino un abanico de competencias y destrezas a cultivar y valorar en la disputa por el poder.
En definitiva, dar cuenta de la procedencia de los recursos y habilidades, así como del modo en que son movilizados en diferentes escenas, permite asir una dimensión fundamental del trabajo político: la aplicación de esos elementos a la producción de bienes políticos, es decir, su funcionamiento como capital. Al mismo tiempo, como vimos, estas competencias y recursos tienen una validez asociada con las diferentes escalas de ese trabajo.
La tercera y última dimensión del trabajo político que consideramos es su relación con una cierta carrera laboral. Los actores esperan que su esfuerzo dé ciertos réditos en términos de las posiciones que ocupan en las organizaciones políticas, en las listas electorales o en los gobiernos con los que se identifican. Un dirigente partidario que realiza un trabajo político de movilización de personas en un distrito espera que, al momento de conformar las listas en ese nivel, ese trabajo sea reconocido por las élites locales y se traduzca en una candidatura o bien que, de acceder su referente al poder, éste lo recompense con un cargo en el Poder Ejecutivo. Las carreras son también la ocasión de adquisición de las destrezas, saberes y recursos del tipo señalado, que invierten en su trabajo y que forman parte de lo que, en política y en cualquier actividad, puede llamarse experiencia.
La sociología del trabajo político puede dar cuenta de diferentes modos de ''acumulación originaria'' de capitales que permiten distintos tipos de entrada en la actividad política. Desde aquellos que cultivan su capital con trabajo ''desde abajo'', hasta aquellos que desde esferas sociales, empresariales, mediáticas o deportivas cotizan sus capitales adquiridos en otros campos y los transforman en capitales transables y rentables en el mundo político. No debe dejarse de lado el volumen y la (re)composición de capitales que se invierten o se cotizan de formas particulares en las trayectorias políticas.
Desde esta perspectiva, las carreras políticas no son lineales. Por un lado, porque no están exentas de tropiezos, caídas, etc., que llevan a las personas a ''retroceder casilleros'' en su ascenso, pero también a abandonar transitoria o permanentemente la actividad política como modo de vida en virtud de la caída de su prestigio social general o de la disminución de su poder al interior de una organización. Por otro lado, porque en países con una profesionalización política desigual como los latinoamericanos no existen caminos claramente señalizados para el ascenso ni credenciales indiscutidas que aseguren el cumplimiento sucesivo de etapas ascendentes, de modo que puede haber sobresaltos, ascensos rápidos, ingresos ''por arriba'' o desplazamientos laterales que no corresponden a una noción clásica de carrera. Por último, la carrera laboral no necesariamente se abraza, en tiempos de crisis de los partidos y de extrema porosidad entre la vida política institucional y otros espacios sociales, de una vez y para siempre. En ciertas coyunturas, en especial de desprestigio de los políticos profesionales, actores del mundo de los negocios o de las ONG pueden entrar en política para salirse al tiempo. Este es el caso de algunos cuadros del partido Propuesta Republicana en Argentina. Como ha sido estudiado en otra parte (Vommaro 2015), los mánager de grandes corporaciones o dirigentes de fundaciones con fines sociales altamente profesionalizadas encontraron en esa fuerza política un terreno propicio para su politización en una coyuntura de crisis política y social como la de 2001 y 200211 que había puesto en cuestión la capacidad de la llamada ''clase política'' tradicional para dirigir los asuntos públicos. Decidieron, siguiendo el llamado del líder de ese partido -él mismo empresario reconvertido en político-, involucrarse en política como manera de donar su tiempo a la sociedad. Experimentaron ese pasaje como transitorio y se vieron a sí mismos como no-políticos en la vida política. En la distinción weberiana, se pensaban más como actores que viven en la política antes que de o para la misma: su entrega no era total en términos morales ni tampoco esperaban obtener de ella su medio de vida. El desinterés por ''hacer carrera'' o por ''seguir la carrera'', en el sentido de seguir el cursus honorum de la política, puede ser así un recurso de distinción en tiempos de sospecha de la actividad política profesional. También es un modo de asir un hecho que, incluso en países con profesiones políticas más estructuradas como Francia o Estados Unidos, se ha vuelto ciertamente evidente en los últimos años: el surgimiento de outsiders o personas desconocidas provenientes de las élites económicas y sociales, y la formación de sellos políticos nuevos que se presentan como anti-establishment, desafían las perspectivas excesivamente formalistas de la vida política, así como los estudios basados estrictamente en el funcionamiento de sus instituciones.
Trabajo político y porosidad de la política
El carácter situado del trabajo político nos obliga a preguntarnos por la variedad de contextos en los que éste se realiza. El foco analítico habitual de los estudios sobre el tema está puesto en las actividades de actores políticos en contextos partidarios, organizativos y militantes. Sin embargo, éstos muestran que las escenas en que el trabajo se realiza van más allá de las fronteras organizativas que podrían trazarse, a priori, entre estos contextos y su entorno. Los estudios recientes que se han realizado desde la sociología política sobre partidos y organizaciones partidarias señalan, en general, el solapamiento de la esfera política con otras esferas y, en particular, la porosidad de las fronteras de los partidos con otros mundos sociales. Es lo que ha señalado Fréderic Sawicki (1997) a propósito del Partido Socialista francés. Formalmente estructurado como un partido nacional unificado en torno a ciertos símbolos, tradiciones, programas y liderazgos, se trata de una organización social y culturalmente heterogénea, cuya existencia en las diferentes regiones del país se encuentra fuertemente ligada con diferentes medios sociales que le dan una fisonomía de partido obrero (en el norte del país) o de partido de clases medias (en el oeste y el sudoeste), y cuya sociabilidad está fuertemente articulada con el universo sindical clásico, con la vida de trabajadores docentes o de empleados públicos, así como con asociaciones culturales de diferente tipo. Esta intensa vida de los partidos más allá de sus fronteras formales es lo que el autor llama ''medio partidario'', término que permite aprehender las instancias no identificables en términos de organigrama partidario en las que, no obstante, las fuerzas políticas obtienen ideas, militantes y repertorios de acción. Siguiendo esta línea, Julien Fretel (2004) estudió el partido centrista Unión por la Democracia Francesa y mostró su enraizamiento en la sociabilidad católica (clubes parroquiales, asociaciones culturales y profesionales asociadas con la iglesia).
En estas condiciones, el trabajo político moviliza repertorios de acción y actores de los universos en los que las fuerzas políticas se insertan. Es, en este sentido, un trabajo de mediación -politización, movilización- pero también de enraizamiento en esos mundos: los políticos buscan volverse representantes al traducir demandas y al transformar repertorios de acción dominantes en esos mundos sociales en repertorios políticos. Al importar formatos rituales, formas de decir o de vestir, los políticos vuelven a sus organizaciones de pertenencia espacios hospitalarios con los miembros de esos universos y facilitan el tránsito de contextos partidarios a contextos no partidarios.
En las últimas décadas, en América Latina las fuerzas políticas tradicionales fueron desafiadas por otro tipo de organizaciones -movimientos sociales, ONG- con las que establecieron relaciones muchas veces de competencia; en otros casos, crearon relaciones duraderas, reconociendo que el trabajo político de mediación era, desde entonces, coproducido. Además, nuevas fuerzas políticas, a la izquierda y a la derecha del espectro político, hicieron de esta porosidad con otros universos sociales uno de sus sellos distintivos: en la misma línea de los trabajos de Sawicki, Hélène Combes (2011) mostró el enraizamiento del Partido de la Revolución Democrática en el medio asociativo y sindical urbano de México, y Vommaro (2015), como señalamos, dio cuenta de la imbricación del partido Propuesta Republicana en Argentina en el mundo de los negocios y del voluntariado profesionalizado de las ONG y fundaciones conectadas internacionalmente. Los partidos no dejan de ser protagonistas centrales en la competencia política, pero nuevas y viejas organizaciones comparten, en buena medida, una importante porosidad con otros mundos sociales de los que toman destrezas y repertorios, al tiempo que reclutan en ellos cuadros dirigentes y militantes.
En resumen, siguiendo el hilo de una sociología de las profesiones, una mirada al trabajo político tal como lo hemos concebido en este artículo, abre las posibilidades para analizar variaciones históricas en los recursos y las competencias que se usan con pertinencia y eficacia en cada campo de disputas, comparaciones de modos de producción de hechos y capitales políticos, así como las propias experiencias de los trabajadores políticos.
Los artículos que componen el presente dossier atienden a las que consideramos dimensiones centrales del trabajo político desde una perspectiva empírica. Presentan casos en América Latina que dan cuenta al mismo tiempo de la diversidad que éste asume en los diferentes contextos nacionales y en diferentes escalas, y de lo común que podemos encontrar cuando miramos a la política desde un enfoque práctico y cotidiano. A partir de la movilización de fuentes de primera mano, el dossier de este número de Íconos. Revista de Ciencias Sociales que presentamos permite aprehender en una variedad de casos, en términos regionales y de experiencias políticas -México, Ecuador, Chile y Argentina-, la actividad de trabajadores políticos que juegan en la diversidad de escalas, desde operadores políticos locales -los analizados en los artículos de Hélène Combes, Julieta Gaztañaga, Aníbal Pérez y David Luján- hasta ministros con grandes responsabilidades nacionales -estudiados en el texto de Mariana Gené-, pasando por experiencias que articulan estos niveles, tal como muestra el análisis de José Antonio Villareal sobre los activistas vinculados con el proceso denominado revolución ciudadana en Ecuador.
En todos los casos se relatan, interpretan y alinean para una explicación las experiencias del día a día de personas que trabajan arduamente en la política, así como de los actores con quienes laboran. También se hacen visibles los productos de esta actividad política: fidelidades, votos, imágenes e intervenciones concretas del Estado en la forma de servicios públicos o favores personalizados. Algunas veces esos productos logran, con dificultad, convertirse en productores, fungir como capitales. Por otro lado, la variedad de escalas analizadas por los textos permite conocer, a partir de análisis empíricos concretos, el modo en que actores operan sobre ellas y en ellas. Hay quienes buscan vivir en dos mundos: disponer de tiempo para estar cerca de vecinos y al mismo tiempo proyectarse a espacios de tomas de decisiones para dirigir el flujo de bienes y servicios a esas mismas personas. Otros, en cambio, se mantienen a nivel de la gran política nacional en donde el manejo del presupuesto y las capacidades institucionales del Estado central les otorgan amplios márgenes de maniobra; pero también allí, como muestran los textos de Gaztañaga y Gené, el éxito del trabajo político se juega en su capacidad para movilizar contactos que permitan circular por diferentes escalas para hacer que las cosas sucedan.
Un grupo de militantes oficialistas que compite con la tecnocracia del Estado central en su esfuerzo por controlar la acción pública a nivel territorial en Ecuador; un líder barrial de la Ciudad de México que busca disipar las sospechas en torno a su trabajo como inspirado por el clientelismo; dirigentes políticos, funcionarios y candidatos en una ciudad del interior de Argentina que personalizan sus vínculos políticos a través de la realización de obra pública; atareados ministros del Interior de Argentina que desarrollan el saber de la ''rosca'' como condición de posibilidad de la construcción de los apoyos territoriales y legislativos de un gobierno; un concejal chileno y su mentor, que prestan servicios y visitan periódicamente las organizaciones vecinales como modo de dar cuenta de su apertura y escucha. Todos estos actores despliegan de manera práctica habilidades y recursos adquiridos en su actividad y, durante este proceso, producen bienes políticos y sus propias condiciones de vida como profesionales de ese campo. A través de los trabajos presentados en este dossier, en definitiva, lectoras y lectores podrán ingresar en el mundo cotidiano del trabajo político.
Notas
1 Con una orientación fincada en la elección racional, hay quienes formulan una ''teoría económica de la política'' (Anthony Downs 1957) en donde la vinculación de políticos en las relaciones sociales es vista como un subproducto de las motivaciones individuales: obtener renta, poder y prestigio. En principio, sin embargo, caer en ese extremo es desconocer otras racionalidades que operan a la par en el sentido práctico de los actores políticos.
2 Llevados al terreno de la regulación de las profesiones, se puede decir que no existe un colegio profesional de políticos.
3 Observación etnográfica en el marco de un trabajo de campo dirigido por Martín Paladino y realizado en la Ciudad de México entre enero y diciembre de 2009.
4 Entrevista a Jaime R., líder social sector vivienda, 14 de agosto de 2009.
5 Las ''entradas en política'', por supuesto, pueden venir de diversos mundos sociales, como se verá más adelante.
6 Exceptuamos los casos en los que un sistema de partido único logra imponer en la práctica y para sí el monopolio de la partición en la política.
7 Entrevistas efectuadas en el marco del trabajo de campo realizado en la Ciudad de México entre enero y diciembre de 2009.
8 Cárdenas fue electo Jefe de Gobierno en 1997 por el Partido de la Revolución Democrática en las primeras elecciones para ese cargo, en lo que entonces era el Distrito Federal, hoy Ciudad de México.
9 Si no hubiera al menos un poco de disputa por los límites del campo y la jerarquía de las posiciones, no sería un campo, sería un aparato.
10 Estas observaciones provienen de visitas realizadas a un barrio popular del sur de la ciudad de Buenos Aires, en dos períodos comprendidos entre julio de 2014 y julio de 2016.
11 A fines de diciembre de 2001 y principios de enero de 2002 se sucedieron cinco presidentes en Argentina. Esta crisis política, que estalló el 19 de diciembre de 2001, coincidió con masivas movilizaciones de rechazo a los políticos profesionales y con la crisis del programa económico que había regido en este país desde 1991, el cual establecía paridad entre la moneda local y el dólar estadounidense.