Íconos. Revista de Ciencias Sociales

Núm 65. Septiembre - Diciembre 2019, pp. 137-154, ISSN (on-line) 1390-8065

DOI: 10.17141/iconos.65.2019.3414

Temas

 

Desde abajo: experiencia laboral de jóvenes en hogares de bajos ingresos

From below: the work experience of youths in low-income homes

 

Margarita Estrada*

Julieta Sierra **

Lourdes Salazar ***

*Dra. Margarita Estrada. Profesora-investigadora del Centro de Investigación y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS) (México). Correo electrónico: margaritaestrada2011@gmail.com https://orcid.org/0000-0001-9705-474X

**Dra. Julieta Sierra. Investigadora del Centro de Investigación y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS) (México). Correo electrónico: julietasierra@gmail. https://orcid.org/0000-0001-8152-8242

***Dra. Lourdes Salazar. Investigadora de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), (México). Correo electrónico: salazarmdlourdes@gmail.com https://orcid.org/0000-0001-8553-5925

Recibido: 02/01/2018 – Revisado: 17/09/2018 Aceptado: 02/04/2019 – Publicado: 01/09/2019

 


Resumen

El presente artículo analiza las experiencias laborales de un grupo de jóvenes y adolescentes que vive en hogares de bajos ingresos en México. Para ello, se parte de una definición amplia de trabajo que integra tanto las actividades orientadas a generar ingresos como las condiciones de reproducción del grupo doméstico. Desde esta perspectiva, con base en 74 estudios de caso realizados en 27 localidades urbanas y rurales del país en 2017, el artículo estudia la diversidad de situaciones laborales que han vivido estos jóvenes y adolescentes, además de las condiciones en que realizan los quehaceres del hogar, las actividades agropecuarias, la participación en el comercio y el servicio doméstico, entre los más frecuentes. Uno de los hallazgos es que el inicio de las actividades que los condujeron al mercado de trabajo comenzaron en la infancia, al lado de los integrantes del hogar, y se consolidaron en la adolescencia. El artículo revela las distintas formas de socialización en el trabajo desde la niñez, las diferencias en las experiencias de mujeres y hombres, y las maneras cómo se articulan las dimensiones materiales, simbólicas e imaginarias del trabajo en la vivencia cotidiana.

Descriptores: adolescentes; bajos ingresos; estudios de caso; jóvenes; México; trabajo.

Abstract

In this paper the work experience of a group of adolescents that live in low-income homes in Mexico is analyzed. In order to do this, work is defined in an ample way that integrates the activities oriented towards generating income, such as the conditions of the reproduction of the domestic group. From this perspective and grounded in 74 case studies in 27 urban and rural localities in the country in 2017, this article studies the diversity of work experiences that these adolescents have lived. This article also focuses on the conditions in which household chores take place, farming activities, participation in commerce, and domestic services, among the most frequent. One of the findings indicates that the initial activities that introduced youths to the job market began in their childhood with other members of their home and consolidated in their adolescence. This research shows the distinct forms of socialization in work from childhood, the differences between the experiences of women and men, and the ways in which material dimensions are articulated, symbolic and imaginary, about work in everyday life.

Keywords: Adolescents; low-income; case studies; youths; Mexico; work.


 

1. Introducción

El objetivo de este texto es discutir el significado de la categoría “trabajo” desde la experiencia de un grupo de adolescentes y jóvenes mexicanos integrantes de familias con bajos ingresos, que viven en algunas ciudades y pueblos de México. Algunas de las visiones sobre la categoría de trabajo que predominan entre ellos son: el trabajo como “necesidad”; el trabajo como “ayuda” o como “no trabajo”; y el trabajo como “mercancía”. Uno de los argumentos centrales es que las experiencias y representaciones que tienen las y los adolescentes y jóvenes sobre su trabajo cuestionan la visión neoclásica del trabajo, es decir, desafían el sentido utilitarista que la economía de mercado genera sobre los procesos laborales. Este enfoque permite ampliar las ideas culturalmente construidas del trabajo desde abajo, es decir, desde la experiencia de los actores principales de nuestra sociedad, jóvenes que viven diariamente de manera directa la reestructuración del mercado laboral. Se busca, entonces, mostrar cómo estos sujetos viven, piensan, representan y sienten sus trayectorias laborales.

A pesar de que parece simple definir el trabajo, es un concepto que ha cambiado con el paso del tiempo, y en su definición se han incluido o excluido diferentes actividades. Tampoco su ejecución ha sido siempre la misma. Las relaciones sociales que se establecen, la manera de hacerlo, de remunerarlo, de valorarlo han cambiado. En este sentido, el trabajo –el remunerado y el que no recibe remuneración– tiene que ser entendido históricamente, en el contexto en que se ejecuta (Pahl 1984).

Marx (1975, 223) define al trabajo de la siguiente manera: “El trabajo es, en primer lugar, un proceso entre el hombre y la naturaleza, un proceso en que el hombre media, regula y controla su metabolismo con la naturaleza”. Más adelante continúa: “El proceso de trabajo [...] es una actividad orientada a un fin, el de la producción de valores de uso” (1975, 223).

Igualmente Marx (1975, 216) señala que, “[a]l consumarse el proceso de trabajo surge un resultado que antes del comienzo de aquél ya existía en la imaginación del obrero”, lo cual distingue ventajosamente al peor maestro albañil de la mejor abeja. Nosotros nos referimos a la imaginación como proceso histórico en el que ideas de un futuro mejor y de un “buen” trabajo tienen cabida, como se verá más adelante.

Otro aspecto de la actividad laboral que Marx destaca es que, en su definición abstracta, no se presenta al trabajador en la relación con los demás trabajadores y este aspecto ha cambiado con el paso de los años.

Desde el pensamiento neoclásico, el trabajo se ha asimilado al asalariado, que supone una relación social específica, la capitalista, que involucra el intercambio de fuerza de trabajo a cambio de un salario (De la Garza 2011).

 

2. El trabajo como un entramado de relaciones sociales

Cuando el trabajo se convierte en mercancía, en el sentido de que produce bienes y servicios para intercambiar, es considerado una actividad económica: la participación en la fuerza de trabajo es entonces medida en términos de vínculos del trabajo con la actividad del mercado (Benería 1989, 374). Sin embargo, el trabajo no se limita a las actividades bajo las órdenes de un empleador o las actividades por cuenta propia. Hay trabajos que no están destinados al intercambio en el mercado (De la Garza 2011, 12), por lo mismo, son considerados periféricos, y el esfuerzo y las habilidades involucrados en su realización no se consideran como tal. Estas labores están orientadas a preparar las condiciones necesarias para la reproducción de las personas y facilitan el consumo.

Nosotras, para los fines de este análisis, retomaremos una concepción que incluye, además del trabajo asalariado, también actividades por cuenta propia y aquellas que no tienen relación con el mercado, pero que implican la creación de valores de uso y sientan las condiciones de reproducción y consumo.1

Desde esta perspectiva, una definición amplia de trabajo reconoce que las actividades laborales abarcan un sinfín de tareas y no todas se hacen a cambio de una remuneración. Entonces el trabajo puede ser cualquier actividad orientada a generar ingresos y/o condiciones de reproducción; su diferencia no radica en el objeto de trabajo, sino en “la articulación de ciertas relaciones sociales de cooperación, subordinación, explotación o autonomía” (De la Garza 2011, 16). De ahí que el análisis de las relaciones en las que se encuentran inmersos los y las jóvenes que nos ocupan en este artículo son centrales para entender cómo se ha reestructurado el mercado de trabajo y, en consecuencia, las maneras como de participación en actividades remuneradas y no remuneradas.

Según Fraser (2014, 61), la reproducción se refiere a

las formas de provisión, cuidados e interacción que producen y mantienen los lazos sociales. De varias maneras denominada “cuidado”, “trabajo afectivo” o “subjetivación”, esta actividad forma a los sujetos humanos del capitalismo, sosteniéndolos como seres naturales corporeizados, a la vez que constituyéndolos como seres sociales, formando su habitus y la sustancia socio-ética, o moralidad ( Sittlichkeit) en la que se mueven2 (traducción nuestra).

Las labores destinadas a la reproducción son todas las que comprende el trabajo doméstico: limpiar, cocinar, cuidar niños, niñas y personas con discapacidad y/o mayores. Incluyen la producción de subsistencia como la cría de animales de corral, la producción de traspatio y la venta de productos elaborados en el hogar. Es decir, todo lo producido para el consumo de los integrantes del hogar y para brindarles bienestar. Se trata de trabajos realizados en su mayor parte por mujeres, niños, niñas y adolescentes (Benería 1989, 382).

En este proceso, las actividades orientadas a crear las condiciones de reproducción de los integrantes del hogar o la participación subordinada en el trabajo que otros hacen no se consideran trabajo, sino ayuda. La ayuda, en contextos en los que hay empleo remunerado o actividades por cuenta propia que generan ingresos, está asociada con los trabajos femeninos e infantiles. Al considerarlos como ayuda, se resta importancia al tiempo, habilidades y esfuerzo que se requiere para hacerlos y pueden ser vistos como periféricos y prescindibles.

 

3. Las dimensiones del trabajo

El trabajo no se limita a la tarea visible, la que involucra el uso de materias prima, habilidades y herramientas para elaborar un valor de uso, brindar un servicio o colaborar con otros. Esta es la dimensión concreta, material del trabajo, que se plasma en sus productos. El dinero que se obtiene de su ejecución forma parte de este aspecto material del trabajo.

Sin embargo, el trabajo también tiene una dimensión simbólica que se refiere a los significados que las personas que lo efectúan atribuyen a su realización, así como quienes reciben los productos del trabajo (Wade 2008). A su ejecución se adjudican valores: conocimientos, habilidades, sentimientos, formas de razonamiento y discursos (De la Garza 2011, 16).3 En la experiencia de los trabajadores, esta dimensión simbólica se manifiesta en prestigio social y orgullo. Este aspecto simbólico es el sustento de la autoestima y del reconocimiento que los integrantes del hogar, los empleadores, vecinos y amigos brindan a quien ejecuta su trabajo dentro de los cánones esperados.

Para ampliar aún más nuestra definición, consideramos que la imaginación también es un elemento constitutivo del trabajo. Esta dimensión imaginaria, que se desarrolla en un contexto histórico, es la vía mediante la cual la gente desarrolla proyectos. De la misma manera como la gente imagina el resultado que tendrá su trabajo: una comida, un auto reparado, también imagina qué logrará por medio de los frutos de su trabajo además de un ingreso: la adquisición de bienes materiales, una trayectoria laboral o escolar. Estas metas pueden ser personales y también involucrar a otros integrantes del hogar como se observará más adelante (Wade 2008).

Estas tres dimensiones (material, simbólica e imaginaria) no solo se manifiestan individualmente, también lo hacen a nivel colectivo entre las personas con quienes los trabajadores interactúan. Las personas que emplean a los y las trabajadoras, la gente con la que trabajan, los y las destinatarias de los servicios que brindan los trabajadores esperan no únicamente alguien con capacidad de ejecutar las labores que se demandan, sino también tienen expectativas que se traducen en exigencias, reconocimientos, reprobaciones, que son elementos simbólicos que se ponen en juego. En suma, estas tres dimensiones del trabajo son retroalimentadas por la misma sociedad.

 

4. El universo de estudio

El presente artículo se enmarca en los resultados del proyecto “Factores domésticos en el pronóstico de vida de adolescentes y jóvenes de hogares de bajos ingresos en México”. Enfoque multirregional y diacrónico, realizado durante el segundo semestre de 2017.4 La muestra está integrada por 74 estudios de caso de adolescentes y jóvenes residentes de 27 localidades urbanas y rurales en los estados de Baja California, Chiapas, Ciudad de México, Estado de México, Hidalgo, Jalisco, Michoacán, Nayarit, Nuevo León, Oaxaca, San Luis Potosí, Sonora y Veracruz.

Se consideró a los y las adolescentes y jóvenes como protagonistas de los estudios de caso con el fin de estudiar a profundidad las condiciones socioeconómicas actuales en sus hogares y, al mismo tiempo, destacar su agencia narrativa al compartir sus historias de vida y sus aspiraciones futuras. Los estudios de caso arrojaron información sobre cinco ejes: la vivienda y su entorno inmediato; la composición y características del grupo doméstico; las actividades remuneradas de los miembros del hogar; la composición de los ingresos y gastos del hogar; la experiencia y proyecciones de los y las jóvenes.

Los y las adolescentes y jóvenes del estudio fueron entrevistados por investigadores de campo que habían trabajado con ellos con anterioridad, lo que facilitó el desarrollo de entrevistas a profundidad.

La selección de los y las jóvenes se realizó bajo los siguientes criterios: 1) el universo etario de la investigación se compuso de dos grupos quinquenales: adolescentes, entre 15 y 19 años de edad, y jóvenes entre 20 y 24 años.5 2) La mitad de los estudios de caso fueron de varones y la otra de mujeres. 3) Para definir la categoría bajos ingresos, los hogares debían contar con un ingreso mensual total que no superara per cápita el doble del monto de la canasta básica en México, de acuerdo con los parámetros establecidos por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL). En el mes de junio de 2017, cuando se inició la investigación, la canasta básica en zonas urbanas era de $ 1422,25 pesos mexicanos y en zonas rurales, de $ 1014,15 pesos.6

El trabajo de campo se inició en junio y terminó en septiembre de 2017. En total, se entrevistaron a 38 hombres y 36 mujeres; 22 varones eran adolescentes y el resto jóvenes; 18 mujeres eran adolescentes y un número semejante eran jóvenes; 39 hombres y mujeres vivían en ciudades y los 35 restantes, en localidades rurales; 56 jóvenes eran solteras/os y 18 estaban casados/as o unidos/as.

 

5. Las primeras actividades en el hogar

La gente ha usado de manera extensiva las redes sociales y los lazos familiares para sortear problemas, buscar trabajo, cuidar a los infantes y a los ancianos (Finch 1994; Pahl 1984). Y los niños, adolescentes y jóvenes han sido parte de estas redes sociales y han participado en ellas no solo para recibir sus beneficios, sino también para beneficiar a otros.

El trabajo que los y las jóvenes han hecho desde temprana edad lo han realizado en compañía de sus parientes más cercanos: padre, madre, hermanos y hermanas. Los y las jóvenes dejaron muy pronto de ser únicamente destinatarios del trabajo de otros integrantes de sus grupos domésticos y pasaron a participar directamente en la creación de las condiciones de reproducción de sus hogares.7 La manera en que esto ha sucedido tiene diferencias entre los hombres y las mujeres, y si viven en una ciudad o en una localidad rural.

Entre los y las jóvenes que crecieron en zonas rurales, hubo una clara división del trabajo por género. Las tareas que se asignaban a las niñas estaban orientadas a crear las condiciones de reproducción y consumo de los integrantes del hogar. Con muy corta edad, las mujeres empezaron a cuidar hermanos y hermanas más pequeños, a participar en las tareas domésticas, a ayudar en las actividades económicas del hogar. De hecho, sus primeros trabajos estaban relacionados de manera muy estrecha con las demandas domésticas y las actividades remuneradas de otros integrantes del grupo doméstico. Es decir, con la reproducción del hogar.

Joselyn (24 años de edad) que vive en Monterrey, Nuevo León, pero nació en Chintipan, Veracruz, relataba las tareas que desde la edad de 5 años su abuela le había enseñado: “Desde cómo hervir el café, cómo cocinar, cómo cargar la leña y cargar agua en cubetas y garrafones”. La madre y la abuela la “prepararon para ser buena ama de casa”.

Las experiencias de los varones en los ámbitos rurales no fueron muy diferentes. Acarreaban agua, partían leña, cuidaban animales –bovinos, caprinos, aves de corral– propios y ajenos, participaban en las labores agrícolas. La ayuda al padre en los trabajos de albañilería o en la pizca cuando laboraba como jornalero fueron experiencias tempranas de muchos de ellos. Era la manera de incorporarlos al trabajo, por una parte, y por otra, el inicio del proceso de aprendizaje de las destrezas que más adelante les permitirá obtener sus medios de vida.

Elías (17 años), que vive en Maycoba, Sonora, desde los 6 años de edad iba al campo con su abuelo materno. Con él aprendió a cuidar vacas y a domar caballos. Dani (24 años), que vive en Charcas, San Luis Potosí, desde los 11 años ha apoyado a su padre en el pastoreo de chivas, el cuidado de las aves de corral y la recolección de chinicuiles,8 que es una de las actividades que más ingresos genera. También acompañaba al padre cuando trabajaba en la albañilería y se ejercitó en este oficio. En la actualidad, estas actividades son las que le han permitido obtener sus medios de vida.

Por su parte los y las adolescentes y jóvenes que crecieron en ciudades ayudaban en otro tipo de trabajos, también vinculados con las actividades económicas que hacían sus padres y madres. Kranky (19 años) en la Ciudad de México, desde los 7 años ayudó a su madre a vender en un puesto de botanas; y cuando tenía 10 años colaboró con su hermano mayor en la venta de frutas y flores en el tianguis.9 En Guadalajara, Jalisco, los padres de Adriana (16 años) tenían un puesto ambulante de tacos y la niña desde los 7 años les ayudaba a atender a los clientes. Génesis (21 años), en Tijuana, Baja California, a los 10 años acompañaba a su padre en un puesto ambulante de juguetes usados. En San Luis Potosí, Dánok (19 años) se hacía cargo de limpiar la casa y cuidaba a su hermano menor –le daba de comer y vigilaba que hiciera la tarea– mientras la abuela y la madre se iban a trabajar. Green (23 años), en Tijuana, a los 9 años embolsaba la mercancía en una tienda de autoservicio y lavaba coches.

Muchas de las niñas se hacían cargo de algunos quehaceres domésticos y del cuidado de sus hermanos y hermanas más pequeñas. Esa fue la experiencia de Angélica (22 años), que en Maravatío, Michoacán, se quedaba a cargo de sus hermanos menores mientras su madre se iba a trabajar a una fábrica. La madre, que temía por la seguridad de sus niños, pedía a una vecina que cuando regresaran de la escuela los encerrara con llave en la casa. Angélica calentaba la comida, preparaba algunos platillos y daba de comer a sus hermanos más pequeños. A Laura (15 años), en Tonalá, Jalisco, no la encerraban, pero se hacía cargo de su hermana menor o acompañaba a su madre, que era empleada doméstica, para ayudarle a asear la casa donde trabajaba.

Bajo la supervisión de abuelos, abuelas, madres, padres y hermanas y hermanos mayores, esos niños y niñas aprendieron a realizar tareas domésticas y tuvieron su primer acercamiento a las habilidades necesarias para desempeñar los trabajos que hacían los adultos con los que crecieron.

Mediante estas tareas y el aprendizaje de cómo hacerlas, los parientes transmitieron no solo las habilidades, sino también valores acerca de lo que es trabajar, de lo que significa un trabajo bien hecho, de lo que hacen los hombres y las mujeres. En pocas palabras, del sentido del trabajo.

 

6. Escuela o trabajo

Un parteaguas en la vida de estos jóvenes fue el momento en el que abandonaron los estudios. Muchos de ellos lo hicieron cuando terminaron la secundaria.10 Una vez que dejaron de ir a la escuela, se plantearon que tenían que trabajar. Y fue entonces cuando se inició, desde su percepción, su carrera laboral.

Dánok (19 años) en San Luis Potosí, Luis (22 años) y Alicia (17 años) en Zamora, Michoacán, y Kranky (19 años) en la Ciudad de México, vivieron experiencias muy similares. Kranky lo expresó de la siguiente manera:

Ahí es cuando yo pensé, nadie me dijo, yo lo pensé. Tengo que trabajar. Si no es el estudio tiene que ser el trabajo. Es como te decía hace rato, yo ya quería cosas, comprarme unos tenis, traer pantalón, no el más común, algo mejorcito, y ahí en la escuela decía chale, tengo nada más tres mudas de ropa, y ya las traje […] Ahora sí que se me juntaron las cosas en ese momento (entrevista a Kranky, 19 años, Ciudad de México, 2017).

No todos, sin embargo, empezaron a trabajar para poder comprarse ropa o calzado. Alicia (17 años) dejó la primaria a los 9 años y trabajó desde entonces de manera ilegal, en el horario nocturno, en una congeladora de fresas en Zamora para colaborar a la manutención del hogar. Ella y su hermano mayor tomaron esa iniciativa porque no deseaban que su madre siguiera trabajando en un table dance (baile erótico sobre la barra de un bar). Ante esta situación, la opción de los niños era hacerse cargo de los gastos de los integrantes del grupo doméstico.

Kurt (18 años), en Guadalajara empezó a trabajar a los 17 años, cuando sus padres ya no pudieron apoyarlo para que siguiera estudiando. El padre le dijo que era mejor que apoyara en los gastos domésticos y “no perdiera el tiempo en estudiar”. Sin embargo, desde los 14 años, cuando estaba en tercero de secundaria, trabajaba tres horas diarias como mensajero en la empresa donde laboraba su madre.

Ramiro (14 años, Maravatío) era buen estudiante y sus profesores lo animaban a seguir estudiando. Sin embargo, iba eventualmente con un tío para aprender el oficio de albañilería, quien en ocasiones le pagaba de $ 20 a $ 100 pesos mexicanos por algunas de las actividades que realizaba. En contraste con otras experiencias en las que el apremio económico o el deseo de adquirir sus propias cosas impulsaba a las y los jóvenes a buscar un empleo, en el caso de Ramiro, era su madre quien le estimulaba para aprender ese oficio ya que argumentaba temer que, debido a que su hijo era muy listo y tenía metas muy altas, después podría no ser capaz de adaptarse a “trabajos más sencillos”.

Fue a partir de que dejaron la escuela y recibieron una remuneración por las labores ejecutadas que los y las jóvenes empezaron a considerar un trabajo a las actividades que efectuaban. De modo que buena parte de ellos y ellas ubican el inicio de su carrera laboral alrededor de los 14 o 15 años de edad.

6.1. La dimensión material. Características de sus trabajos

Después de cuatro décadas de apostar por un proyecto político, económico e ideológico neoliberal, las condiciones laborales de una gran porción de la población mundial son de precariedad, explotación, exclusión y violencia. En México, estas condiciones han impactado considerablemente en las oportunidades de los y las jóvenes. El grupo de las y los jóvenes y adolescentes con los que hemos trabajado pertenece a las clases sociales que constantemente han sido despojadas de sus medios de vida y garantías laborales. Tanto en el medio rural como en el urbano, el empleo es precario, carente de contratos y seguridad social, con bajos salarios, horarios extendidos, traslados largos y costosos, y marcado por desigualdades de género para el acceso al trabajo y su remuneración.

Los empleos a los que logran acceder los consiguen utilizando principalmente recomendaciones por medio de sus redes familiares o de amistad, y son pocos los casos en que llegan a un trabajo gracias a un aviso de ocasión o búsqueda de vacantes. Se ven limitados para ocupar esos puestos, sea por la falta de experiencia laboral o bien por aspectos como el nivel de escolaridad.

En el medio rural, el ámbito laboral para los jóvenes y adolescentes está marcado por frecuentes riesgos laborales debido a accidentes y manejo de herramientas, y a la tendencia de extender las jornadas laborales de forma excesiva en determinadas épocas del año.

En las localidades urbanas, los y las jóvenes y adolescentes de hogares de bajos ingresos entrevistados recurrían por lo general a estrategias como la incursión en el sector informal, desarrollando actividades que iban desde el comercio en la vía pública, ayudantes, cargadores, hasta cuidadores y lavadores de autos. Unos cuantos laboraban en fábricas.

No hace falta extenderse mucho en las características del trabajo en la industria de la construcción. Tampoco es necesario hacerlo sobre el tedio de las largas horas en una cadena de montaje en la industria maquiladora. O las jornadas que es imposible saber cuándo terminarán que caracterizan al servicio doméstico. No es fácil el trabajo en la pizca de frijol o el corte de tabaco, en el que la presión para alcanzar la medida necesaria para recibir un pago suficiente para sus necesidades los impulsa a trabajar sin descanso bajo el rayo del sol.

Héctor (17 años), de Tonalá, Jalisco, empezó a trabajar a los 9 años de edad, cuando estando de vacaciones se fue de chalán a trabajar con su hermano.11 Lo ayudaba a hacer la mezcla, llevaba ladrillos y paseaba a los perros que cuidaban las obras. Aunque el trabajo era pesado porque todo el tiempo estaba bajo el sol, le gustaba seguir a su hermano.

Otros trabajos resultaban más agradables, como vender en los tianguis y mercados, donde es posible conversar con la clientela y los y las compañeras de trabajo. Aunque las jornadas pueden ser muy largas, como la de Laura (15 años, Tonalá) en su día de trabajo en un puesto de tacos. Su jornada empezaba a las 6h30 de la mañana y terminaba después de las 16h00 o 17h00. Sin embargo, el trabajo transcurría en compañía de otros jóvenes que también laboraban ahí. Al final del día, Laura recibía $ 200 pesos.

Dánok (19 años) trabajaba en un taller de hojalatería y pintura que era propiedad de un vecino. El dueño del taller apreciaba al muchacho, a quien conocía desde que nació; esta estima se manifestaba en que procuraba que el joven aprendiera el oficio.

Para Diego (18 años, Guadalajara), que vivía cerca de la iglesia Luz del Mundo, el mejor trabajo era cargar las maletas de los feligreses que acudían una vez al año. Su ventaja era que decidía su horario, hacía lo que quería y ganaba más que en otros trabajos que hacía el resto del año (trabajar en una pollería, lavar coches con su padre). En la pollería, por ejemplo, tenía que levantarse muy temprano y sus patrones eran muy “enojones”. En esos trabajos ganaba $ 100 pesos diarios.

A pesar de la necesidad que los orillaba a trabajar y de lo precario de los ingresos, para muchos de los y las jóvenes el trabajo tenía un aspecto lúdico. En sus experiencias laborales, los y las jóvenes y adolescentes entrevistadas valoraban la compañía de las personas con quienes trabajaban –la cordialidad, la camaradería–, la posibilidad de aprender un oficio; o los que vivían en las zonas rurales disfrutaban estar al aire libre.

6.2. Lo simbólico y lo imaginario del trabajo

Para los hombres que fueron socializados por el padre en el trabajo, su actividad puede ser generadora de respeto, a pesar de que los ingresos que obtengan por hacerla sean escasos.

Elías (17 años, Maycoba), después de un día amansando caballos, aunque salió aporreado, estaba emocionalmente fortalecido porque estas habilidades lo posicionaban como hombre trabajador, responsable y valiente puesto que son pocos, en el pueblo, los que se atreven a amansar caballos. Ante la oportunidad de marcharse a vivir a una ciudad para jugar en un equipo de fútbol, respondió sin dudar que se le haría “muy feo”, muy difícil alejarse de sus animales (es propietario de una vaca, un becerro, una becerra, un caballo y una mula) y del rancho. En Maycoba tiene su escuela y su familia, y a falta de más palabras, dijo: “Y pos no […], ¿cómo cree? ¿cómo me voy a ir de aquí?”

Dánok (19 años) considera que ha ascendido en su trabajo. Entró limpiando el taller de hojalatería donde trabaja y, en el momento de las entrevistas, ya era pulidor. En su imaginario, conforme aprenda todos los aspectos que implica la hojalatería, podrá abrir, más adelante, su propio negocio. Además, el trabajo le permitirá apoyar a su hermano menor para que continúe estudiando y pueda asistir a la universidad:

Pues yo siempre le he dicho que me gustaría verlo estudiar, yo quiero que él estudie mucho y pues ora sí que... si Dios quiere, hasta comprarle su carrito pa’ que se motive y se vaya a la escuela, que le digo que no decaiga, ¿vedá?: “Nooo, usté échele ganas, ahí’stá su carro y váyase en su carrito” y... ora sí que verlo bien y ora sí que... le platico que ójala (sic) y sea como yo, como yo y mi hermano, o sea que nunca tocamos un cigarro, nunca tocamos una cerveza. Le digo que “ójala (sic) y tú agarres ese camino, y tienes que agarrarlo Ángel” (entrevista a Dánok, 19 años, San Luis Potosí, 2017).

Cuando Samuel (24 años) tenía 14 años, su hermano Raúl lo invitó a ayudarle en el taller de serigrafía que hacía poco tiempo había abierto en la ciudad de Oaxaca. En el taller permaneció más de un año, aprendiendo a mezclar tintas y a usar la guillotina. Pero era un trabajo que nunca le agradó y lo hacía para apoyar a su hermano. En retrospectiva, a pesar de que nunca recibió un pago, ahora se siente agradecido con el aprendizaje.

Estos ejemplos ilustran las contradicciones que involucra la participación en el trabajo remunerado desde temprana edad. En algunos casos, se trata de trabajo infantil que supone el abandono de la escuela y la restricción de oportunidades de empleo. Al mismo tiempo –y a pesar de su precariedad–, los y las jóvenes otorgan a estos trabajos aspectos imaginarios y simbólicos que se plasman en un sentido diferente a su realización, que trasciende las condiciones materiales.

6.3. ¿Ninis?

El término nini, acrónimo de “ni estudia ni trabaja”, se ha empleado en años recientes para designar la condición de desempleo o inactividad del segmento joven de la población de entre 15 y 29 años de edad.12

Nini remite casi automáticamente a la no actividad; se cataloga a los ninis como improductivos y ociosos, e incluso como carentes de proyectos o expectativas. El fenómeno nini es multicausal y puede obedecer a motivos que escapan del control individual como enfermedades, discapacidades, ser receptores de una pensión o remesas, “a entornos familiares poco propicios para el desarrollo de los jóvenes, y a decisiones de carácter personal relacionadas o no con eventos del curso de vida (unión, matrimonio, embarazo)” (Tuirán y Ávila 2012).

No todos ni todas lograr cumplir con la expectativa social de asistir a la escuela y son pocos los casos en los que, de lograr concluir un nivel escolar, éste les permita conseguir inmediatamente un empleo. De este modo, pasar de ser dependiente a convertirse en colaborador o proveedor de la economía doméstica, en el caso de hogares de bajos ingresos, es menos que automático. En muchos casos responde también al tiempo que demora cada individuo por motivos personales o por las oportunidades abiertas o limitadas en su entorno para insertarse al mercado de trabajo.

De los 74 estudios de caso, se contaron 15 casos de adolescentes y jóvenes tanto en contextos urbanos como rurales que no estudiaban ni trabajaban. De estos, tres eran hombres y 12 eran mujeres, ocho estaban casadas y se dedicaban de tiempo completo al momento del estudio a la crianza y a las actividades domésticas, y de las cuatro restantes, tres eran adolescentes y una joven. Todas vivían con sus padres.

En apariencia, el apremio por contribuir con los gastos del hogar sería contradictorio con la no actividad escolar o laboral, sin embargo, como se ha desarrollado en los primeros apartados del artículo, no solo el trabajo asalariado es trabajo, también las actividades que contribuyen al funcionamiento de los hogares lo son.

Esto es especialmente importante en el caso de las mujeres, pues tanto las adolescentes como las jóvenes que no se encuentran insertas en el mercado laboral desempeñan un rol decisivo en las condiciones de reproducción y consumo, trabajando cotidianamente al interior de sus propios hogares.

Cross, de 19 años, de la Ciudad de México, dejó inconclusos sus estudios de bachillerato y comenzó a trabajar como ayudante de cocina; meses más tarde le diagnosticaron un problema cardíaco que le impidió volver al trabajo y permanece en casa mientras recibe tratamiento, y son sus padres quienes sostienen el hogar. Ella y su hermana un año menor, quien perdió un año de estudios, se encargan de las tareas del hogar: Cross cocina y limpia el interior de la casa, mientras que su hermana realiza las labores de limpieza en el patio y lava la ropa de toda la familia.

Al cuestionar si estudiar o trabajar deberían ser los únicos roles aceptables para un adolescente o un joven, Negrete y Leyva (2013) aciertan en señalar que en esa etapa de su vida tienen también “agencia moral” como sujetos que conducen su propia vida y toman decisiones con base en sus deseos o expectativas.

Tal es el caso de John (21 años, Tijuana), que abandonó sus estudios cuando cursaba el primer año de secundaria. Al cumplir 19 años trabajó en una maquiladora, pero renunció después de dos semanas porque se sentía presionado por sus supervisores en la línea de producción. No ha vuelto a la escuela y ha decidido postergar su ingreso al mercado de trabajo, pues sabe que la única opción laboral a la que puede aspirar en su ciudad de origen es al trabajo maquilador:

[…] Te la pasan diciéndote como reloj “trabajo, trabajo, trabajo y trabajo” [golpea la mesa] y pues es lo que le meten en la mente, trabajo por trabajar. Si a mí no me hubieran dicho trabajo, mejor me hubieran dicho “métete a estudiar”, ya sería otra cosa, tendría una prioridad ahora sí, pero trabajo, trabajo, trabajo, trabajo, en lo único que vas a pensar es en trabajo y no vas a pensar en ninguna otra cosa. […] Como a los 16-17 quería regresar a la escuela, pero creo que no se podía, una vez busqué y había en la Catedral algo así como para estudiar, pero se cerró y ya no pude asistir y después volví a buscar y lo que encontré necesitabas tener más de 18 años [secundaria abierta]. Si fuera por mí yo decidiría estudiar, mi familia probablemente me apoyaría, mi papá estoy seguro de que me apoyaría (entrevista a John, 21 años, Tijuana, 2017).

Teddy, un adolescente de 15 años de Zamora, estudió hasta sexto grado de primaria. Trabajó en una empresa agroindustrial de forma clandestina porque era menor de edad y actualmente no estudia ni trabaja, pero se dedica a entrenar en un grupo de pentatlón en su localidad, ya que quiere ingresar a la milicia cuando cumpla la mayoría de edad.

Juanito (18 años, Oaxaca), debido a que no tenía una actividad regular, dedicaba la mayor parte del tiempo a estar fuera de casa, visitaba amigos o buscaba negocios pequeños de venta de celulares de segunda mano o películas y juegos de Xbox.

Manuel (21 años) ha vivido en una variedad de lugares y trabajado en diversos empleos, tantos, que “ya ni recuerda” cuántos ni cuáles han sido. En la actualidad, Manuel se dedica a la albañilería, pero no siempre tiene trabajo. En el campo de la construcción, las relaciones laborales nunca son tersas y Manuel tiende a rebelarse constantemente ante los maltratos de los maestros albañiles a los que considera “rústicos”. Esta posición es un reflejo de sus creencias anarquistas:

Pues de hecho yo sí tengo trabajo, pero como soy un poco [rebelde], me gusta un poco la idea anarquista […], la filosofía anarquista pues […] a cada rato tengo conflictos con los patrones, como no me gusta el trato, no me dejo pues. Pues a cada rato ando cambiando de trabajo (entrevista a Manuel, 21 años, 2017).

Debido a sus creencias como él mismo lo señala, no logra retener sus empleos. Generalmente tiene problemas con los patrones. Esa es una de las razones de la volatilidad en la variedad de sus ocupaciones remuneradas.

Estos ejemplos ilustran trayectorias de jóvenes que no trabajan ni estudian debido a obstáculos tan diferentes como deserción escolar, enfermedad, obligaciones familiares y falta de oportunidades laborales. Sin embargo, es necesario subrayar que la decisión de que un joven no estudie o trabaje, como en el caso de las mujeres que son madres, o aquellas que se encargan de los negocios familiares, está mediada por decisiones que buscan mejorar las condiciones de vida, más allá de las aportaciones estrictamente monetarias.

 

7. El trabajo que no es trabajo

Hay una diferencia en la percepción de los integrantes de los hogares de las y los jóvenes entrevistados acerca del trabajo. Las actividades que hacían los y las adolescentes, si no eran remuneradas, eran consideradas ayuda: ayudaban a la madre en su trabajo, a atender el negocio familiar, a cuidar a los niños menores –hermanos, sobrinos, primos–, aunque tales “ayudas” les consumieran casi todo el día.

Rosa (24 años), quien vive en Papantla, Veracruz, describe su rutina diaria de la siguiente manera:

Despierto temprano, voy al baño, me lavo mi cara y ya después se levantan mis hijas, les doy su leche, les cambio de pañal, me pongo a barrer aquí adentro y allá afuera, quemo la basura; después me pongo a calentar agua (en el fogón) para bañarlas, en el tiempo que se está calentando el agua les doy de almorzar, almorzamos; al poco ratito las baño, una ve tele, la otra se duerme; luego llega mi mamá y yo preparo la masa para las tortillas, si mi mamá está cansada pues yo echo tortillas, si no, ella echa tortillas; después comemos como a las cuatro o cinco, luego nos ponemos a ver un rato la tele, después nos ponemos de acuerdo a ver quién de las dos va por agua, al ratito pongo otra vez agua (a calentar) para bañarlas otra vez, para que duerman tranquilas, una de ellas se duerme, la otra se duerme tarde; de ahí me baño, se baña mi mamá, como a las ocho nos ponemos a ver tele y tomamos café, ya luego se empiezan a dormir los niños… Así es mi vida (entrevista a Rosa, 24 años, Papantla, Veracruz, 2017).

Adriana (16 años) va a entrar a la preparatoria y ha buscado trabajo de medio tiempo, pero no ha encontrado. Mientras se encarga de darle de comer a su hermana, arreglarla y llevarla a la escuela.

Sobre el hecho de que su madre trabaje, tanto Rafael (16 años, Maravatío), como Agustín, su padre, mencionan que ellos “la dejan” salir a trabajar porque saben que a Mariana le gusta y consideran que el trabajo doméstico no es una actividad “complicada”, creen que la labor en casa “no es tan pesada” como los trabajos que desempeñan los hombres, por ejemplo de albañilería.

Kurt (18 años, Guadalajara) durante un tiempo vivió con su abuela materna para cuidarla, pues estaba enferma de cáncer.

Las obligaciones de Karla (19 años) dentro del hogar son afines a las de la señora Chula, su suegra. Debe tender camas, ayudar a hacer los quesos, recoger la ropa, preparar el almuerzo de Panchito, su hijo, y llevarlo a la escuela. Karla casi no cocina ni trapea ni lava ropa por el momento ya que por su embarazo evita las tareas pesadas. Cabe mencionar que la señora Chula la trata como una hija y prepara la comida, lava su ropa y la apoya en el cuidado del niño.

El aspecto simbólico de estas labores domésticas se manifiesta en el cuidado de quienes forman parte del hogar, como expresión de afecto, tal como lo señala Fraser (2014). Por medio de los cuidados, se busca el bienestar, se afirman los lazos de afecto y solidaridad, y se inculcan valores morales. En la ayuda, se pone en juego la pertenencia al hogar y a un grupo familiar. Es así que no podemos negar la importancia de los valores morales, las emociones y las prácticas como canales de comportamiento político y económico (Narotzky 2015).

 

8. Reflexiones finales

La juventud, definida como una etapa de transición en la que tiene lugar “una serie particular y trascendente de eventos, procesos y decisiones” (Saraví 2009, 19), marca profundamente el futuro de los y las adolescentes y jóvenes.

En los estudios se detalla que, en la generalidad de los casos, las actividades que conducirán al mercado de trabajo empiezan en la infancia y se consolidan en la adolescencia. Las trayectorias laborales suelen estar marcadas en algunos casos por la pluriactividad y desde muy temprana edad se impulsa, principalmente a los varones, a participar en actividades que generen remuneraciones por mínimas que sean.

Al incursionar en el ámbito laboral antes de cumplir la mayoría de edad y con pocos años de escolaridad, se pone en juego la vulnerabilidad de este grupo de jóvenes. Y como resultado, muchas de las actividades u oficios que los y las adolescentes desempeñan se realizan de manera clandestina, en horarios nocturnos para evitar a los supervisores y con remuneraciones que suelen ser menores a las que reciben los adultos, como ocurre en los casos de las niñas y niños trabajadores en el sector agroindustrial.

Los protagonistas de estos estudios de caso incursionan en las actividades locales guiados por sus parientes que se dedican a las especialidades productivas que les inculcan desde pequeños, en el caso de los varones, y a las mujeres a adoptar quehaceres domésticos asignados por género en los que deben colaborar desde muy temprana edad.

Tanto en el medio rural como en el urbano el empleo es precario, carente de contratos y seguridad social, con bajos salarios, horarios extendidos y marcado por desigualdades de género para el acceso al trabajo. Incluso para quienes trabajan en el sector formal, como es el caso de las empresas maquiladoras, los y las jóvenes ven constantemente amenazados sus derechos laborales.

Buen número de ellos está fuera del sector formal. Los años que cursaron, las redes sociales con las que cuentan, las habilidades laborales que han o no han desarrollado, su forma de relación con los y las jefes, les impiden ser contratados en los trabajos mejor remunerados y con más posibilidades de movilidad ascendente. Por otra parte, muchos de ellos tampoco aspiran a ese tipo de empleos. Sus experiencias infantiles, sus trayectorias laborales y de otros integrantes de la familia vuelven poco atractivos los trabajos para los que los contratarían (Burgoise 2010). De igual manera, al trabajar en las mismas actividades que sus padres, madres u otros parientes, tienen certidumbre de lo que pueden hacer, lo que esperan lograr y a lo que pueden aspirar. Su panorama es más claro.

También señalamos que quienes reciben la “ayuda” de niños, niñas y adolescentes no reconocen que esa “ayuda” los descarga de responsabilidades, les aligera el trabajo y les da mejores condiciones para trabajar.

Al explorar los aspectos simbólicos e imaginarios del trabajo, pudimos explorar el valor que éste tiene para los jóvenes en el presente y en el futuro. En particular, los jóvenes se imaginan a sí mismos en el futuro teniendo un empleo que tiene características puntuales de acuerdo con sus trayectorias laborales, los espacios que ocupan, las relaciones de cooperación y de subordinación, e ideas específicas acerca de lo que está bien y es bueno para ellos. Sobre todo este último punto permite ver la importancia de la imaginación como medio de reinterpretación “positiva” de sus trayectorias laborales reflejada en el futuro que se imaginan. Generalmente la dimensión de la imaginación no se toma en serio y menos como categoría de análisis para entender cómo, en condiciones laborales precarias, la gente procura el bienestar de los suyos y tiene proyectos de mejoría social y económica. Son los aspectos simbólicos e imaginarios los que valorizan las experiencias laborales y de vida de estos jóvenes.

 

Notas

1 Durante las tres últimas décadas han aparecido además otros estudios –que algunos autores han llamado no clásicos– que tornan compleja la definición del trabajo, por ejemplo, los trabajos desterritorializados como la venta a domicilio, la generación de espectáculos y de algunos servicios (De la Garza 2011). No ahondaremos en estos, pues los y las adolescentes y jóvenes que forman nuestro universo de estudio no participan en este tipo de trabajos no clásicos. Graeber (2013), por su parte, ha planteado el aumento de trabajos relacionados con la administración, las ventas, los servicios y la disminución de los empleos en la industria, la agricultura, el servicio doméstico. Los primeros se han creado para mantener a cierto número de personas empleadas, aunque sus actividades no sean necesarias. Mientras que los que están disminuyendo son los que generan bienes y servicios necesarios.

2 En original: “The forms of provisioning, caregiving and interaction that produce and maintain social bonds. Variously called ‘care’, ‘affective labour’ or ‘subjectivation’, this activity forms capitalism’s human subjects, sustaining them as embodied natural beings, while also constituting them as social beings, forming their habitus and the socio-ethical substance, or Sittlichkeit, in which they move”.

3 De la Garza (2011) plantea estos aspectos como la dimensión subjetiva del trabajo.

4 Investigación financiada por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT) que reunió el trabajo colaborativo de tres instituciones: el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), el Colegio de San Luis y el Instituto Mora.

5 El Instituto Nacional de Geografía Estadística e Informática (INEGI) considera como población joven aquella comprendida entre los 15 y 29 años de edad. Al interior del grupo joven se distinguen tres grupos quinquenales por edades, de los cuales se eligieron los dos primeros: de 15 a 19 años, de 20 a 24 años, y de 25 a 29 años de edad.

6 El costo del dólar durante el período de trabajo de campo era de 17,79 pesos mexicanos.

7 Las convenciones de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) consideran que el trabajo infantil y sus peores formas dañan la salud de los niños, ponen en peligro su educación y conducen a una mayor explotación y abusos. El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) no pone reparos a que niños y niñas trabajen en sus casas, en negocios familiares, siempre y cuando ese trabajo no ponga en peligro su salud y bienestar ni impida que vayan a la escuela y tengan tiempo para jugar. Ver: https://www.unicef.org/spanish/protection/files/FactSheet_child_labour_sp.pdf Acceso el 2 de marzo de 2019.

8 Así se denomina al gusano del maguey en algunas zonas de México.

9 Tianguis es un mercado ambulante.

10 En México, la educación obligatoria es de nueve años. Seis de la escuela primaria y tres de la secundaria.

11 Chalán es una forma de llamar a los peones en la industria de la construcción.

12 De ellos, se calcula que en México la cifra aproximada de 7 millones de jóvenes estuvo en esta situación entre los años 2010 y 2014, de acuerdo con distintos estimados con base en la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos en los Hogares (ENIGH), la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) y la Encuesta Nacional de Juventud (ENJUVE). Se calcula que entre el 54,7% y el 70% se dedica al hogar, y de este grupo, el 95% está formado por mujeres (Aguila et al. 2015, 29).


Bibliografía

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Entrevistas

Entrevista a Adriana, 16 años, Guadalajara, Jalisco, 2017.

Entrevista a Alicia, 17 años, Zamora, Michoacán, 2017.

Entrevista a Angélica, 22 años, Maravatío, Michoacán, 2017.

Entrevista a Cross, 19 años, Iztapalapa, Ciudad de México, 2017.

Entrevista a Dani, 24 años, Charcas, San Luis Potosí, 2017.

Entrevista a Dánok, 19 años, San Luis Potosí, San Luis Potosí, 2017.

Entrevista a Diego, 18 años, Guadalajara, Jalisco 2017.

Entrevista a Elías, 17 años, Maycoba, Sonora, 2017.

Entrevista a Génesis, 21 años, Tijuana, Baja California, 2017.

Entrevista a Green, 23 años, en Tijuana, Baja California, 2017.

Entrevista a Héctor, 17 años, Tonalá, Jalisco, 2017.

Entrevista a John, 21 años, Tijuana, Baja California 2017.

Entrevista a Joselyn, 24 años, Monterrey, Nuevo León, 2017.

Entrevista a Juanito, 18 años, San Pedro Ixtlahuaca, Oaxaca, 2017.

Entrevista a Karla, 19 años, San Martín de las Pirámides, Estado de México, 2017.

Entrevista a Kranky, 19 años, Iztapalapa, Ciudad de México, 2017.

Entrevista a Kurt, 18 años, en Guadalajara, Jalisco 2017.

Entrevista a Laura, 15 años, en Tonalá, Jalisco, 2017.

Entrevista a Luis, 22 años, Zamora, Michoacán, 2017.

Entrevista a Manuel, 21 años, San Pedro Ixtlahuaca, Oaxaca, 2017.

Entrevista a Rafael, 16 años, Maravatío, Michoacán 2017.

Entrevista a Ramiro, 14 años, Maravatío, Michoacán 2017.

Entrevista a Rosa, 24 años, Papantla, Veracruz, 2017.

Entrevista a Samuel, 24 años, San Pedro Ixtlahuaca, Oaxaca, 2017.