Íconos. Revista de Ciencias Sociales

Núm 62. Septiembre 2018, pp. 143-150, ISSN (on-line) 1390-8065

DOI: 10.17141/iconos.62.2018.3471

DEBATE

 

El trabajo político desde una perspectiva cualitativa: aporte para el análisis de las subjetividades

Political Work from a Qualitative Perspective: Contributions for the Analysis of Subjectivities

Trabalho político de uma perspectiva qualitativa: contribuição para a análise de subjetividades

 

Mauricio Bustamante Fajardo*

 

*Doctor en Sociología por la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS), Francia. Docente del Instituto de Altos Estudios Nacionales (IAEN), Ecuador, y miembro asociado del Centre Européen de Sociologie et de Science Politique (CESSP), Francia. mauricio.bustamante@iaen.edu.ec

 


 

 

El número 60 de Íconos. Revista de Ciencias Sociales propone varios artículos que abordan la categoría “trabajo político” desde diferentes enfoques; estos se estructuran a partir de experiencias de investigación en trabajos de campo de corte sociológico y etnográfico. En ese sentido, el dossier es un gran aporte a la reflexión teórica sobre el trabajo político y una síntesis coherente sobre cómo emprender investigaciones que pretenden analizar empíricamente el quehacer político, tratando de rescatar la subjetividad de los actores al momento de aprehender sus acciones o motivaciones.

El dossier parte con una reflexión fértil sobre la definición del trabajo político, se trata del artículo que proponen Edison Hurtado, Martín Paladino y Gabriel Vommaro: “Las dimensiones del trabajo político: destrezas, escalas, recursos y trayectorias”, quienes presentan las diferentes aristas y demarcaciones que colindan la actividad del político. Los autores muestran la complejidad a la que está sujeta la aplicación de la categoría “trabajo político”, tanto como categoría nativa así como categoría conceptual. Esta reflexión otorga pistas para comprender el espacio de posibles en donde se inscriben situaciones y recursos vinculados con el trabajo político. Se aborda desde una bibliografía constituida desde sus propias investigaciones e investigaciones complementarias de otros autores, que desde mi punto de vista están consolidados cada vez más en América Latina. En definitiva, la reflexión de este primer artículo explora una serie de entradas analíticas a partir de las cuales se puede pensar e investigar la actividad política para estudiar concretamente en qué consiste el trabajo político.

Los autores también extienden su indagación hacia las dimensiones en donde toma forma el trabajo político y sus posibles articulaciones en diferentes escalas de acción (barrial, municipal o provincial, nacional y transnacional). Esta síntesis es una reflexión bien lograda que permite al lector observar al político en acción –con ejemplos concretos– en varias escalas simultáneamente. Los autores exponen esos contornos “multiescalares” y “multiposicionales” a partir de los cuales se despliega el trabajo político (Hurtado et al. 2018). En esta lógica de las ideas, el artículo de Mariana Gené (2018) aborda el trabajo político “desde arriba” analizando el papel de los “armadores políticos”, suerte de intermediarios de las altas esferas de Gobierno del ex presidente de Argentina Carlos Menem (1989-1999) (Géne 2018). Mientras que Julieta Quirós (2018) y Julieta Gaztañaga (2018) emprenden un trabajo mucho más antropológico “desde abajo”, enfocándose en un análisis muy detallado del sentido que los actores dan a sus prácticas políticas. Cualquier estudiante o investigador que se inicia en este tipo de indagaciones agradecerá con creces este estado del arte reflexivo y los enfoques metodológicos que desarrollan los autores.

Por otra parte, se aborda el trabajo político y su porosidad en el campo político; se explica rápidamente que existe una variedad de contextos en donde se ejerce esta actividad que, en muchos casos, no está claramente definida por los actores. Una pregunta difícil de responder es, por ejemplo, ¿dónde empieza y dónde termina el trabajo político en una jornada de actividades de los operadores políticos?, considerando que el trabajo político no se limita a los contextos clásicos como los partidarios, organizativos y militantes. Así, el número 60 de Íconos. Revista de Ciencias Sociales evoca pistas para pensar las nuevas y variadas configuraciones del trabajo político en América Latina. El aporte del dossier, en particular su primer artículo, se puede leer como un programa de investigación vasto sobre lo que queda pendiente de indagar. Una verdadera agenda de investigación que se encuentra completamente vigente en América Latina.

 

La etnografía para comprender la producción de capital político

En su mayoría, los trabajos presentados en el número referido conceptualizan el trabajo político como el trabajo de producir “capital político” (Hurtado 2013) donde se disputa recursos, posiciones y relaciones interpersonales para incrementar dicho capital, lo que requiere además un conocimiento práctico de las reglas de juego según el contexto histórico. Bourdieu (1999) define el concepto de capital como toda forma de recursos –materiales o simbólicos– funcionales y operacionales en un espacio social. Todo el desafío de los diferentes artículos propuestos en el dossier es comprender –con diferentes matices, por supuesto– cómo se operacionaliza la producción de dicho capital en función de las diferentes escalas de acción de los operadores políticos.

David Luján y Aníbal Pérez, por ejemplo, adoptan una perspectiva más clásica, pero no menos interesante, de repensar las interacciones de los operadores políticos en una comuna de Chile como formas de clientelismo político (Luján y Pérez 2018). Mientras que José Antonio Villarreal (2018) formaliza el concepto nativo del “arte de servir” para explicar un conjunto de prácticas cognitivas que labran el quehacer político en un suburbio de la ciudad de Guayaquil, utilizando el concepto de habitus de Pierre Bourdieu. En este sentido, la etnografía permite observar –en acción– la producción de capital político. Indiscutiblemente la observación participante es un método que muestra con lupa el potencial heurístico de los conceptos de capital y habitus en la comprensión de las subjetividades de los actores, es decir, cómo estos piensan, viven e interiorizan el trabajo político, lo que Hélène Combes define como “(auto)clasificaciones del quehacer político” (2018).

Sin embargo, en una dimensión de análisis más macro, es decir, extendiendo la mirada hacia un punto de vista panorámico del campo político –por ejemplo, en esferas más altas de este quehacer–, la producción de capital político también sufre transformación en el tiempo, perdiendo pertinencia y efectividad (Joignant 2012). Existe una lucha constante por posicionar ciertos tipos de recursos como elementos constitutivos del capital asociado con el trabajo político. Estas transformaciones son menos perceptibles para el investigador que adopta una perspectiva etnográfica, se pierde la mirada de las evoluciones, transformaciones o hasta revoluciones sociohistóricas del campo político. Comprender la transformación de la morfología social de los actores y sus discursos en la estructura del campo político permite distinguir la vigencia o declive de ciertos tipos de capital en un momento determinado del espacio social.

Si bien Hurtado et al. 2018 enfatizan en que la producción de capital tiene mucho que ver con actividades vinculadas con la acumulación de capital (establecer redes, negociar favores políticos, movilizar grupos, entre otros), también evocan la idea de que la producción de capital político es constitutiva de la producción de hechos políticos (algunos no deseados). El trabajo político consiste en movilizar un saber hacer que supone aplicar los recursos acumulados de manera adaptada a contextos y situaciones específicas que permitan incrementar su capital (entrevista televisiva, participación en un mitin, etc.). Pero también se trata de hacer valer, es decir, volver rentable un espacio político determinado y los recursos que dispone un actor o un colectivo. Si el capital político toma formas y legitimidades diferentes según el contexto social, es porque el espacio político es uno de los campos que sufre transformaciones constantes.

 

El potencial heurístico del concepto de habitus

Aunque no todos los autores ni autoras presentes en el número 60 de Íconos. Revista de Ciencia Sociales utilizan el concepto de habitus, es interesante contrastar su potencial heurístico en algunas de las investigaciones, en particular, en aquellas que focalizan su atención en comprender las motivaciones y disposiciones de los actores inmersos en el “trabajo político”. En el artículo de Heléne Combes, se analiza el trabajo político realizado a escala territorial por un líder barrial de la Ciudad de México. Utilizando la historia de vida como herramienta metodológica, la autora examina cómo el análisis de la trayectoria específica de un líder barrial permite comprender la construcción de beneficiaros de los programas sociales en cierta escala territorial y cómo el líder barrial aprovecha ciertos recursos públicos que no llegarían a su barrio sin su trabajo.

Combes (2018) muestra que la captación de recursos públicos no tiene fines puramente electorales por parte de los líderes barriales. El trabajo político se entrecruza con el trabajo social de los operadores políticos, constituyendo situaciones complejas para los líderes barriales. Estos desarrollan su actividad como intermediarios políticos en un barrio en donde se construyen lazos de amistad y familiares, en donde se encuentran varias generaciones de su familia, poniendo en primer plano los dilemas morales que condicionan la conducta del líder en su trabajo político. De esta manera, se cuestiona la idea de que los operadores políticos buscan simplemente la maximización de sus recursos políticos, pues si bien esta idea puede ser un objetivo a alcanzar, se construye también subjetivamente en un contexto social determinado.

El trabajo político se inserta así en acciones donde la dimensión instrumental se entremezcla con la dimensión moral e ideológica. Es decir, los operadores políticos tienen interés en ser desinteresados en una lógica práctica de acción. A pesar de que la autora no hace uso del concepto de habitus, se puede observar en su investigación cómo se operacionaliza este concepto y cómo los actores utilizan un conjunto de disposiciones cognitivas y prácticas para moverse en el mundo social de pertenencia. El habitus de este operador político se estructura en la intercepción del campo político y de un campo social más extenso vinculado con las condiciones sociales de existencia, que lo ponen en dificultad para definir concretamente su actividad política (Combes 2018).

En el segundo trabajo, David Luján y Aníbal Pérez (2018) rescatan la visión utilitarista del trabajo político, y –a pesar de tomar distancia con la teoría de la elección racional– dan una lectura “clientelista” del mismo. Ellos formulan que la intermediación política se estructura groso modo entre cliente, mediador y patrón, inspirándose en los trabajos de Auyero (2001) sobre los efectos de la conducta de los clientes dentro de la burocracia. Sin embargo, lo interesante de su artículo es que contrastan la manera de actuar de los políticos en la gestión de las ayudas a las comunas, pues a pesar de cambiar la lógica de asignación de recursos, se mantienen condiciones para la práctica de una lógica clientelar. Para su demostración, los autores comparan la gestión de dos alcaldes. El primero atiende a las demandas de la ciudadanía por medio de fondos concursables y mediante la presentación de proyectos, creando una burocratización e intermediarios de acompañamiento de estos proyectos, la cual puede ser comprendida como una nueva forma de clientelismo. El segundo, lo hace de forma directa (vieja forma de clientelismo político), por ejemplo, la ciudadanía le escribe una carta y él decide atender sus necesidades. En definitiva, el cambio de la forma de designar recursos no elimina la práctica clientelar, la transforma; esto, debido a que existen estructuras mentales más profundas que condicionan las prácticas políticas.

El artículo de Villarreal Velásquez (2018) propone una conceptualización original del “arte de servir” para definir el trabajo político de intermediación –analizando la trayectoria de vida de dos actores políticos en el suburbio de Guayaquil–, con un despliegue metodológico de corte etnográfico. Sin embargo, no convence completamente su explicación sobre cómo el “arte de servir” es una forma de habitus, a partir del cual los actores extienden su trabajo de intermediación. En primer lugar, porque el concepto de habitus tiene una connotación estructural, es decir, es la incorporación y naturalización de una estructura social que orienta las acciones de los individuos. No se trata de una forma de automatismo estructural que aniquila las estrategias individuales, sino más bien una serie de condiciones (morales, ideológicas, sociales, entre otras) a partir de las cuales los individuos construyen sus intereses y desarrollan estrategias en un espacio determinado. El autor asocia el habitus con una serie de actividades que forjaron las actitudes como intermediarios políticos de Milton y Ruth –los actores analizados en el artículo–, mientras que el concepto de habitus está generalmente vinculado con un espacio social o un campo en donde se construyen social e históricamente ciertos determinantes. Por ejemplo, el concepto de corrupción no tiene la misma connotación en diferentes campos políticos nacionales, en algunos casos, es una práctica común en la vida política, en otros, es condenado moralmente por la sociedad. En este sentido, el acto de corrupción está determinado por el grado de tolerancia de la sociedad y las prácticas del espacio de producción de lo político.

sin embargo, no lo demuestra concretamente, es más, parece confundir habitus con hábito. De hecho, en algunas partes el autor afirma que el “arte de servir” es un trabajo vocacional y profesional (2018, 107). No obstante, al darle un sentido práctico al concepto de habitus –puramente descriptivo–, el autor pierde toda su fuerza teórica, es decir su potencial explicativo de las maneras en que los actores construyen y dan un significado a sus acciones y prácticas con respecto al espacio político en donde se forjan tales disposiciones. En otras palabras, es difícil pensar el concepto de habitus disociado del concepto de capital y campo, aunque en una investigación no siempre estén presentes los tres conceptos simultáneamente. Pese a esto, el autor logra desarrollar en el artículo una explicación que permite comprender la intermediación política como un arte de servir para la acumulación de cierta notoriedad simbólica.

La ayuda y el apoyo moral y económico para afrontar los imprevistos y las calamidades del barrio, al igual que la organización de los moradores para crear acuerdos moldeando instancias de representación política, perpetúan el trabajo político en dos espacios –de un mismo mundo– que se encuentran entrelazados, puesto que en el trabajo político desde “abajo” cada actividad social es política y cada actividad política es social.

 

Contribuciones para extender el debate sobre el trabajo político

El número 60 de Íconos. Revista de Ciencias Sociales presenta una discusión teórica fértil sobre el trabajo político que no se limita a los casos estudiados en este número; se abren así perspectivas amplias para desarrollar una agenda de investigación sobre el trabajo político. A pesar de la riqueza del dossier, podemos mencionar algunos debates que no estuvieron necesariamente presentes. La mayoría de los artículos comprende al trabajo político como la producción y acumulación de recursos, pero pocos lo exploran como un espacio en disputa por la definición misma del capital político: ¿cuáles son los mecanismos que permiten legitimar los recursos que se disputan? ¿Cómo se imponen estos recursos como legítimos en el campo político?

En este sentido, el trabajo de Michel Offerlé (2011) muestra cómo las cualidades inscritas en una suerte de “ethos obrero de clase” fueron herramientas de legitimación para que la clase obrera justificara sus posiciones en la lucha política. Si el capital político es social e históricamente construido, es necesario comprender cómo emergen estos recursos en el campo político. Así, Alfredo Joignant (2012) afirma –con ejemplos concretos– que cierto tipo de capital puede ser legítimo en un momento determinado del campo y deslegitimado en otro, en función de la composición de los actores en el poder.

Si tomamos como ejemplo el caso ecuatoriano del Movimiento Alianza Patria Altiva i Soberana (PAIS) al llegar al poder, se puede tomar como hipótesis válida que fue un movimiento revolucionario en un momento determinado de su historia, en el sentido en que cuando llegó al poder hizo tabla rasa de todas las formas de capitales vigentes en el campo político del régimen anterior. De esta manera, se reconfiguran nuevos recursos y repertorios de acción operacional en el espacio político, es decir, Alianza PAIS legitimó en el campo político nuevos tipos de capitales. Por ejemplo, el capital académico, que sedujo a muchos universitarios en el juego del campo político, tecnificando el lenguaje del “trabajo político”, justificando las políticas públicas como cuestiones técnicas y minimizando la cuestión social y el discurso de otros actores sociales (la “izquierda infantil”, la “prensa corrupta”, entre otros) (Cerbino et al. 2016). Esto legitimó al mismo tiempo cierto tipo de recursos en el espacio político (títulos universitarios, trayectorias académicas, etc.); es decir, reajustó los tipos de capitales funcionales al campo, reconfiguró las reglas de juego del campo político y, con ello, cambió naturalmente la morfología social de los actores políticos.

La sociología del trabajo político puede ayudar a comprender los modos de entrada en la actividad política. Aunque esta cuestión no está presente en el dossier de Íconos. Revista de Ciencias Sociales, es un desafío académico legítimo para comprender el trabajo político y enriquecer ciertos tipos de análisis sobre las transformaciones de las ideas políticas. Sobre estas últimas, la respuesta no se encuentra en la sola fuerza y lógica de las ideas (o ideologías), donde nos llevan frecuentemente los comentadores y analistas políticos. Estas transformaciones son generalmente consecuencia del cambio de la morfología social de los actores políticos. Por ejemplo, en un gabinete en donde la mayoría de ministros son empresarios, el capital universitario puede ser deslegitimado aludiendo que los individuos que poseen este tipo de capital manejan un discurso complicado, son idealistas y no realistas, formulan pensamientos utópicos, entre otros. En este sentido, trabajar sobre la construcción de capitales políticos implica trabajar sobre las propiedades sociales de los políticos, esto faculta el análisis más sutil de la transformación de los repertorios de acción y los discursos que emplean, como lo hace Gabriel Vommaro al analizar el cambio generacional de los políticos en Argentina (Vommaro 2017), lo cual permite además comprender cómo se generan y legitiman nuevos habitus políticos.

En cuanto a la metodología, aunque es cada vez menos frecuente, todavía existen colegas que ven en la etnografía una especie de metodología exótica, no muy seria, no muy científica. Espero que este dossier de Íconos. Revista de Ciencias Sociales los haga cambiar de opinión. La etnografía sigue siendo una opción indiscutible para enriquecer el conocimiento sobre el mundo político, en particular para situar las dimensiones complejas del trabajo político en su aspecto subjetivo. Según sus posiciones y sus disposiciones sociales, todos los actores de un espacio social no comprenden los hechos de la misma manera. Analizar las subjetividades de los actores no es justificar sus actos, tampoco es disminuir el análisis crítico del investigador, es desarrollar una forma de empatía para comprender qué sentido le dan a sus actividades, es comprender cuáles son los justificativos que motivan y estructuran las estrategias de sus acciones al momento de delimitar y caracterizar el trabajo político.

La etnografía, como lo analizamos en estas líneas, es también una forma de operacionalizar ciertos conceptos, como es el caso de la teoría bourdiana. El concepto de habitus describe cómo los repertorios de acción son interiorizados y naturalizados por los actores políticos, y cómo se constituyen los marcos cognitivos que guían a los operadores políticos. Sin embargo, existen espacios sociales frecuentemente inaccesibles para el etnógrafo, por ejemplo en las esferas más altas del quehacer político, que pueden ser inteligibles mediante otras metodologías cualitativas como la entrevista. El concepto de campo es aún más complejo de cristalizar con técnicas etnográficas; quizá los análisis estadísticos son herramientas pertinentes para examinar este concepto. En todo caso, la triangulación metodológica abre una dinámica más enriquecedora para emprender trabajos cooperativos –cualitativos y cuantitativos– que permitan un análisis global del campo político.

En conclusión, la lectura del número 60 de Íconos. Revista de Ciencias Sociales es indispensable, no solo por el aporte significativo de sus artículos para la reflexión del trabajo político en su dimensión teórica, sino también por las pistas que despliega el número para pensar cómo construir objetos de investigación que apunten a dar luz sobre el trasfondo social del trabajo político, además muestra claramente todo el potencial de la etnografía para la reflexión sobre las diferentes dimensiones y contextos sociales de esta labor.

 

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