Íconos. Revista de Ciencias Sociales

Núm 62. Septiembre 2018, pp. 153-164, ISSN (on-line) 1390-8065

DOI: 10.17141/iconos.62.2018.3491

DIÁLOGO

 

La productividad de la contingencia en economías populares del sur global Diálogo con AbdouMaliq Simone

Productivity of Contingency in the Popular Economies of the Global South A Dialogue with AbdouMaliq Simone

A produtividade da contingência em economias populares do sul global Diálogo com AbdouMaliq Simone

 

Cristina Cielo*

 

*PhD en Sociología por la Universidad de California Berkeley, Estados Unidos. Profesora e investigadora de FLACSO Ecuador. mccielo@flacso.edu.ec

 


 

 

Escuchar a AbdouMaliq Simone se asemeja a presenciar una improvisación de jazz. Frases y temas se deslizan dentro y fuera de un hilo conductor, se cruzan y se combinan, se encuentran para generar un acorde. Así también es como Simone describe a las economías locales. Son los arreglos provisionales y relacionales junto con la infraestructura social que surge de ellos lo que posibilita vivir en la ciudad.

Simone trabaja y escribe sobre ciudades de África y Asia, actualmente es profesor de investigación en el Instituto Max Planck para el Estudio de la Diversidad Religiosa y Étnica, Alemania, y profesor visitante de sociología en Goldsmiths College, Universidad de Londres, Inglaterra. Además de mantener largas colaboraciones con el Centro Africano de Ciudades, Universidad de Cape Town, Sudáfrica, y el Centro Rujak de Estudios Urbanos en Yakarta, Indonesia, la diversidad de sus asociaciones académicas refleja su trayectoria itinerante. AbdouMaliq Simone se crió en Freetown, Sierra Leona, y más tarde trabajó en psiquiatría comunitaria en Nueva York, Estados Unidos, en una época en la que los problemas de vivienda y desarrollo económico local eran prominentes en ese campo. Al regresar a África occidental, comenzó a trabajar con organizaciones de bienestar social musulmanas preocupadas por la inserción de los residentes musulmanes en ciudades como Abiyán y Acra. Así comenzó su larga trayectoria pensando y colaborando para la transformación social y económica de lugares concretos, en colaboración con gobiernos municipales, artistas, residentes y jóvenes de ciudades africanas y asiáticas, así como con organizaciones sociales y no gubernamentales, y también con teóricos de los estudios urbanos.

La obra de Simone no propone celebrar la heterogeneidad ni la complejidad de las economías locales, sino descubrir su funcionamiento y describirlo con la mayor fidelidad posible para promover que las instituciones –tanto formales como informales– puedan responder de mejor manera a las múltiples y emergentes realidades de las nuevas formas colectivas de hacer, producir y circular. Entre sus numerosos libros y artículos se destacan: For the City Yet to Come: Urban Change in Four African Cities (Duke University Press, 2004); City Life from Jakarta to Dakar: Movements at the Crossroads (Routledge, 2009); Jakarta: Drawing the City Near (University of Minnesota Press, 2014); y New Urban Worlds: Inhabiting Dissonant Times con Edgar Pieterse (Polity, 2017).

 

¿Cómo tus trabajos sobre las prácticas urbanas cotidianas en África y Asia dialogan con las indagaciones latinoamericanas de las economías populares?

Es siempre la búsqueda de lo vernáculo resonante que toca las formas singulares que tienen los diferentes grupos de personas de hacer las cosas. Esas singularidades siempre existen dentro de un contexto más amplio de intersecciones con instituciones y actores, de las que se derivan apoyos o se configuran ciertos tipos de interdependencias, pero también lo contrario. Así que los límites siempre oscilan entre ¿cómo se decide lo que es particular y coherente de cada grupo o singularidad? Especialmente, dado que se busca comprender las formas particulares de hacer las cosas, negociar el entorno es complicado. Así que siempre está la búsqueda de una designación, de una forma de entender lo que hay.


En fotografía: profesor AbdouMaliq Simone.

 

En África francófona, la noción de la “economía popular” se utilizó durante mucho tiempo simplemente porque la idea de la informalidad era inadecuada en contextos en los que ¿qué mismo podría ser lo formal? El parentesco, la familia extendida, las reglas y las regulaciones para el conjunto de la sociedad eran a menudo más formales que el Estado emergente. El Estado se caracterizaba por estar siempre atascado con los residuos de las imposiciones coloniales en los marcos gubernamentales. Los Estados intentaron descartar esta situación, pero realmente no podían ya que eran los únicos modelos que poseían algún tipo de resonancia. Así que, de alguna manera, la “economía popular” fue utilizada como una forma de eludir las designaciones de lo formal e informal, particularmente en las economías urbanas emergentes.

En cierto sentido, la persistencia de este término puede ser problemática. Es decir, la noción de “economía popular” bien puede haber pasado a tener el mismo tipo de relación con lo formal que con lo informal. Están presentes también las economías sociales y solidarias, y la economía del compartir, por lo que existe una multiplicidad de términos sobre los que se discute su aplicabilidad. De alguna manera, se apunta a la búsqueda de una forma de designar a este tipo de economía.

 

En América Latina, las inflexiones de lo popular están influenciadas por lo nacional-popular, estrechamente vinculadas con la idea de democracia y nación. ¿El uso del término es muy distinto en las regiones que trabajas?

Lo “popular” (en mis ámbitos de trabajo) no se ha utilizado como una forma de negociar con determinadas comprensiones ni experiencias de democracia, sino más bien como una forma de tratar de nombrar algunos tipos de prácticas y orientaciones que se han desplegado para que los residentes urbanos tuvieran acceso a la tierra y pudieran hacer algo con ella. A la vez, estaban construyendo las maquinarias sociales locales para operar en la ciudad, atrapados entre autoridades opositoras y discursos contrapuestos sobre lo que constituía una autoridad legítima. Así se tenía diferentes autoridades consuetudinarias que ejercían competencias y poderes particulares sobre la tierra. También los Estados nacionales estaban sobrecargados con tediosas e intrincadas reglas para la disposición de tierras heredadas de los aparatos coloniales, los cuales buscaban orientar el control sobre quién podía estar y actuar en la ciudad. Estos marcos legislativos se complementaron con cláusulas adicionales y apéndices que nadie entendía, y más adelante surgieron redes de intermediarios que operaron en los intersticios de las autoridades, redes que adquirieron sus propias formas institucionales de operar.

La noción de lo popular era una forma de referirse a un gran conjunto de prácticas por medio de las cuales un gran número de personas llegaba a la ciudad o se desplazaba en ella para habitarla. También reflejaba un proyecto, en gran medida individual, que no podía desplegarse sin trabajar con otras personas. Esto permitió que se desarrolle paulatinamente un proyecto colectivo por la combinación y la intersección de formas singulares de movilizar dinero o conexiones.

Y así, lo popular reflejaba esta forma colectiva emergente que intentaba concretarse, sin un mapa claro de cómo funcionar. No tenía sus propias reglas ni sus propios estamentos organizativos, se trataba más bien de una especie de coreografía de trayectorias, antecedentes, aspiraciones y recursos particulares que intentaban ubicarse. Lo popular, entonces, refleja esta manera más bien efímera pero no menos concreta en que la gente trata de operar en conjunto, fuera de cualquier forma contractual. Más tarde se institucionalizarían estas formas en que las personas trabajan en conjunto.

Inicialmente –y esto se dio también en Asia– la gente hacía sus cosas, empezaba sus procesos y producía sus artículos. No tanto para un proceso productivo, sino como una especie de herramienta, un medio por medio del cual podían probar y poner unas cosas en relación con otras. Así, lo popular se convirtió también en un modo de economía relacional, una economía en la que se valoraba la capacidad de generar, producir y coreografiar relaciones por encima de cualquier otra cosa. Se suscitó la capacidad de colaborar y trabajar juntos, aunque no de forma contractual.

Asimismo se puede extender la idea latinoamericana de la autoconstrucción para pensar lo popular. Sería una autoconstrucción no solo en términos del entorno edificado, sino también de un entorno social y económico construido sobre la base de todas las formas diferentes en que las cosas podrían relacionarse e implicarse entre sí.

 

Claramente, entonces, las historias son centrales para trazar lo popular y sus economías. En uno de tus textos describes cómo una autodenominada “pandilla” en una ciudad africana utiliza esa identidad grupal para sondear las expectativas, sensaciones y relaciones del mercado central, con el fin de insertarse y beneficiarse de las circunstancias momentáneas de la economía local.1 ¿Cómo podemos entender la constitución histórica particular de un ejemplo concreto como éste?

Eso fue en Kinshasa (República Democrática del Congo). Es una región urbana en la que se estima que hay 12 millones de personas, cuyo presupuesto representa el 25% del que tiene una ciudad como Amberes (Bélgica), con una población de 1,2 millones. Por lo tanto, es una región urbana que se encuentra intensamente poblada, sin los medios materiales y políticos que permitirían acceder a un empleo permanente fuera de las instituciones políticas.

En el mercado principal de Kinshasa, hay tal vez 25 mil personas que están realmente vendiendo y comprando cosas. Se estima que cientos de miles de personas acuden a este mercado cada día. ¿Para qué van? Se podría decir que hay un cierto oportunismo que acompaña este contexto tan intensamente poblado. Se aprovecha la oportunidad de actuar para llamar la atención, pero una vez que se obtiene, ¿cómo dirigirla hacia una ventaja potencial que quizá ni siquiera importa? En el ejemplo que acabas de citar, este grupo que se autodenomina “pandilla” despliega una forma de colaboración en el mercado. Al cierre del día, ansiosos por mover rápidamente sus productos, encauzan los afectos de los vendedores y compradores por medio de las conexiones que establecen, con lo cual aprovechan los beneficios de posibles transacciones siguientes.

Esto contrasta históricamente con una situación como la de Bombay (India), en donde los principales organismos multilaterales intentaron durante muchos años establecer una base transnacional. No obstante, esos intentos siempre se frustraron porque la forma corporativa contemporánea simplemente no se ajusta a la economía mercantil de bazar de la ciudad. Aunque el capital financiero se pudo implantar allí, la producción industrial manufacturera nunca logró hacerlo debido a la persistencia de la economía mercantil del bazar. Durante siglos, esta ciudad ha sido un nodo central para facilitar y gestionar el comercio a larga distancia, como los circuitos de mercancías desde el océano Índico hasta el sudeste asiático.

Así que hay algunas regiones urbanas en las que estas viejas formas –de cómo se hacen las cosas, cómo se distribuyen, cómo se fijan los precios, cómo se valoran y cómo se entrelazan con otras maneras de hacer objetos– perduran, se rehacen, tienden a adaptarse y tratan de encontrar nuevos campos de operaciones. Sin embargo, en muchos sentidos las lógicas permanecen y estas economías mercantiles de bazar se convierten en centros de gravedad y de dispersión para miles de pequeñas industrias artesanales, las cuales entran en formas de subcontratación a veces muy provisionales y a muy largo plazo a diferentes escalas.

Desde Bombay hasta Kinshasa, cada una de esas formas particulares de trabajar se podría interpretar como evidencia de una economía popular. Sin embargo, difieren mucho entre sí en cuanto a sus capacidades, historias y formas de operar. Existe un largo recorrido para responder a tu pregunta sobre la importancia de los contextos históricos divergentes en la formación de economías populares específicas.

 

¿Cuál es la relación entre las múltiples y móviles formas sociales y económicas que describes y las posibilidades políticas que éstas contienen? O, en tus términos: si una mayoría de residentes se asegura por medio de las muy heterogéneas composiciones de los territorios –físicos y sociales– desde los cuales opera, ¿qué formas de política le son posibles?2

Las capacidades individuales de los residentes para configurar estas formas polifacéticas de trabajar en conjunto se integran a un mundo de conexiones con la gran región urbana, generando nuevas ideas, información, contactos, oportunidades y exposiciones. Pero a escala local, los residentes también deben encontrar formas de complementarse entre sí para identificar quién asume responsabilidades en la gestión de determinadas facetas de la vida cotidiana. Todo esto, dentro de un dominio local con conocimientos colectivos en el que se entienden cuáles son los límites y las responsabilidades de un grupo de residentes y siempre tratando de trabajar con un equilibrio entre la autonomía individual, por un lado, y la reciprocidad y responsabilidad colectiva, por otro. Esto implicó la existencia de algún tipo de base local cohesiva para que las personas pudieran presenciar lo que los otros hacían, a modo de información para una constante reevaluación. De esta manera, las instituciones locales se multiplicaron, a veces para gestionar las cosas, pero a menudo como contexto para una especie de conversación abierta y continua.

Sin embargo, este tipo de equilibrio se ha visto gravemente perturbado por muchas razones. En primer lugar, se ha precipitado una cierta inseguridad en muchas ciudades por la maximización de la renta de la tierra, que resulta en un asalto a las iniciativas locales. He llamado a esto el gran robo de la autoconstrucción, que funciona mediante la apropiación y expropiación de las energías y recursos que se generaban dentro de los distritos locales. Esto se combina con el trabajo ideológico en el que se les recuerda constantemente a los residentes que deben traducir sus logros en consumo de clase media.

También existe la sensación de que, en la medida en que la ciudad se complica, los residentes tienen que evaluar la eficacia de sus propias vidas en términos de variables que se vuelven más numerosas y complejas. Se hace muy difícil sostener plataformas locales donde se puedan gestionar diferentes impulsos, tanto hacia la autonomía individual como hacia la solidaridad colectiva. Esto es muy contraproducente para las redes y relaciones de larga data. En muchas situaciones, actualmente los residentes dicen: “Mira, sabemos que estamos socavando las condiciones y las prácticas que nos llevaron a donde estamos. Pero así es la vida ahora”.

Así, los residentes se trasladan a lugares más asequibles en la periferia, pasan de viviendas horizontales a verticales, se incrementa el autorreconocimiento del valor por medio del consumo de la clase media, enfatizando la capacidad de generar suficientes recursos para dar a sus hijos la mejor educación posible. A la vez, se experimenta el recorte del aporte estatal en servicios públicos, ya sea en términos del subsidio a vivienda, salud o educación. Efectivamente los Estados han sido capaces de manejar con bastante éxito un ambiente urbano ingobernable, en parte mediante estas tácticas de socavan. Lo que queda, entonces, son los residuos de los logros de los residentes.

Lo que quiero decir es que, por ejemplo, en Yakarta (Indonesia), los distritos de clase obrera, de clase media emergente, de comerciantes pequeños e informales, que son distritos históricos y muy heterogéneos, se ven trastocados. No digo de ninguna manera que han desaparecido, el núcleo urbano todavía conserva muchas de estas áreas, con sus economías asociadas y sus formas de hacer las cosas. Pero, en general, hay un mayor desplazamiento hacia la periferia, un desorden de las redes de larga data y una acumulación individual en los hogares. Entonces, cuando la gente va a la periferia, ¿qué es lo que hace?

En Yakarta, la palabra “hogar” está desapareciendo y lo que está reemplazándola es la noción de lugares para estacionarse. Necesito aparcarme en algún lugar; necesito colocar mis pertenencias en algún lugar; necesito estacionar a mis padres mayores en algún sitio. Lo que necesito hacer, entonces, es circular. Necesito poder desplazarme porque la oportunidad se concibe cada vez más como estar en el lugar adecuado en el momento adecuado y con las personas adecuadas. Pero no tengo un mapa preexistente de exactamente dónde va a tener lugar eso, así que, para descubrirlo, debo maximizar mi movilidad en el sistema urbano y eso puede significar comportamientos mucho más arriesgados. Si encuentro un trabajo y no veo que vaya a ninguna parte, no me quedaré, no lo aguantaré, pasaré al siguiente. Esto especialmente respecto al trabajo, ya que es cada vez de más corto plazo, con pocas oportunidades de ascenso y depende más y más de mano de obra flexible. Así que me tengo que desplazar, pero ¿cómo me desplazo? ¿Cuál es la infraestructura para mi movimiento?

Eso es lo que quiero decir respecto a los residuos de lo que estos distritos de mayoría fueron capaces de poner en marcha. A pesar del desenredo de muchas de sus relaciones sociales y económicas, se han dejado residuos, archivos de formas de hacer las cosas. Estas cosas en sus lugares se convierten en una infraestructura para la movilidad de quienes se trasladaron a la periferia, para permitir su circulación en el sistema urbano. Pero si este tipo de circulación es el modo predominante de ser parte de la ciudad, es muy difícil pensar en una forma política que sea posible a partir de un gran número de personas circulando y desplazándose a lugares particulares con compromisos transitorios, tanto en términos materiales como de afecto. ¿Qué es un imaginario o una forma política que se adecue a ese tipo de situación? Esto se convierte en un acertijo.

Los distritos que quedan –los que intentan reinventarse tratando de permanecer en su lugar– están bajo presión para manifestarse continuamente sobre lo que son. La capacidad de formular pronunciamientos no era fundamental para el funcionamiento de los distritos mayoritarios en el pasado. Pronunciamientos de “esto es lo que hago”; “ésta es la forma en que vamos a trabajar juntos”; “esto es lo que les debo, esto es lo que me deben”; “así es como funciona esto”. Antes ésta no era la forma de operar en lo cotidiano. No había la necesidad de pronunciarse así. Pero cada vez hay una presión más generalizada sobre aquellos distritos que siguen tratando de sostenerse y reproducirse, una presión para pronunciarse sobre quién es dueño de la tierra, sobre cómo se hacen las cosas. La necesidad de hacer pronunciamientos debilita constantemente la capacidad de relacionarse, de intercambio entre personas y de desplazarse entre distintas posiciones con diferentes responsabilidades.

Creo, por lo tanto, que la cuestión sobre qué forma política es posible en este momento es un tema difícil, lo cual no quiere decir que no hay actividades intensamente políticas. De hecho, hay una multiplicidad de grupos de interés y de asociaciones locales que buscan proteger su derecho a permanecer en determinados lugares, donde se lucha contra los desalojos. Pero a menudo este tipo de enunciados políticos están muy arraigados en la protección de una población, de un sector de trabajo y de un interés particular. Puede haber coaliciones y asambleas, pero es difícil distinguir las maquinarias políticas más amplias y amorfas que fueron capaces de ejercer influencias multifacéticas a diferentes escalas, las cuales no necesariamente se organizaron como partidos, movimientos sociales u organizaciones comunitarias.

No estoy seguro de cómo se orquestará esto en el futuro, por eso en los últimos años, particularmente en Yakarta, he estado buscando identificar las distintas maneras en las que lo popular se intenta reconstituir. Ahora, cuando la gente siente que tiene que trasladarse a una vivienda vertical, compran o alquilan un departamento. Dada la escasez real de lugares para vivir, la gente se muda a proyectos de vivienda con construcciones estándar de 22 pisos, que son parte de multifamiliares de 13 o 15 edificios. Y lo que he descubierto es que a veces estas formas muy genéricas son capaces de contener una gran heterogeneidad de conexiones de las que emergen las economías populares.

Si se observa cómo se obtienen estos espacios, lo que sucede una vez que se adquiere, quién vive allí y bajo qué circunstancias, se observa una gran diversidad de maneras en las que la gente moviliza el capital. Hay una verdadera heterogeneidad de orígenes y formas de movilizar recursos para adquirir estos pequeños departamentos. A veces no es uno por uno, sino que se compra un piso entero. Por ejemplo, un mercado nocturno colectivamente administrado por sus vendedores podría usar sus ganancias para comprar un piso en un edificio de departamentos y luego lo alquilan o los vendedores viven allí en un solo piso. Las formas genéricas pueden contener así una gran cantidad de intereses diversos y maneras distintas de movilizar el financiamiento.

El sistema de gobierno local no sabe cómo manejar estos proyectos que a veces existen en una especie de zona crepuscular. Dado que están construidos muchas veces sobre terrenos arrendados, la pregunta es ¿qué significa tener un certificado de propiedad? ¿Qué significa ser propietario de un departamento en un complejo en el que el inmobiliario arrienda el terreno, especialmente si no sabe por cuánto tiempo está arrendado? Hay mucha ambigüedad en términos de lo que significa tener una propiedad.

Además de los intentos por regularizar una residencia dentro de esta situación ambigua, quienes habitan ahí se encuentran con que están viviendo con personas con quienes jamás se hubieran juntado si no fuera por esta circunstancia. Entonces deben encontrar una manera de convivir en una edificación que permite muy poca transformación material y deben encontrar otras formas de adaptarse.

Así, estos lugares se pueden convertir en sitios de intensa deliberación política sobre ¿quiénes somos? ¿Cuál es nuestra relación con la ciudad? ¿Mediante qué mecanismos seremos incorporados a una jurisdicción particular del gobierno local? ¿Cómo usamos nuestra energía? Por ejemplo, si ahora somos 14 mil nuevos residentes dentro de una jurisdicción del gobierno local, ¿cómo utilizamos ese hecho demográfico? Sabemos, colectivamente, que podemos cambiar cualquier dispensación política dentro de este distrito local, pero entonces ¿cómo pensamos hacer eso?

No es un gran movimiento, pero es una forma de entender las posibilidades de los nuevos contextos de vidas particulares. Así evitamos llegar a la conclusión de que se trata de un entorno banal sin posibilidad política, o de que es un entorno en el que todo el mundo es un desconocido anónimo en donde cierran la puerta y no se prestan atención el uno al otro. Puede que no sea el caso, entonces ¿cómo maximizar las posibilidades de este tipo de situaciones extrañas para hacer algo diferente?

 

Lo que describes me recuerda la definición de Rancière de la política como la emergencia de un colectivo.3 Así entendería cómo los pronunciamientos pueden cerrar posibilidades de nuevas articulaciones. En tu trabajo escribes que la “buena gobernanza” a veces también obstaculiza las variadas conexiones que facilitan las economías populares.4 Esto nos llevaría a considerar que las demandas formuladas como pronunciamientos –entendidos como la autoidentificación en términos impuestos por la “buena gobernanza”– podrían paradójicamente incrementar la precariedad de los residentes urbanos.

Es un verdadero desafío. De São Paulo a la Ciudad de México, de Delhi a Yakarta, en todos estos grandes sistemas metropolitanos del sur siguen existiendo estos vastos y heterogéneos distritos de las clases pobres, trabajadoras, bajas y medias. Tienen una configuración muy densa en términos de sus relaciones económicas, circuitos de mercancías, redes de producción e instituciones religiosas. En todos los niveles, es la proximidad en el hacinamiento lo que todos tratan de aprovechar, pero a la vez diferenciarse lo suficiente para poder cohesionar sus formas singulares de hacer las cosas y así configurar una multiplicidad de redes con el mundo más amplio.

La labor necesaria para continuar existiendo y habitando estos mundos implica mucho trabajo, pues la presencia de más demandas significa más trabajo. La responsabilidad de la permanencia recae cada vez más en los residentes y en sus propios sistemas, en la medida en que desaparece por completo la pretensión de cualquier tipo de ciudad pública y el carácter extensivo de sus instituciones. Una vida que no se puede considerar realmente precaria porque siguen habiendo pequeños logros, aunque es muy difícil imaginar una especie de movilización que rompa con esos términos y sea capaz de definir y ejercer poder sobre el sistema urbano.

Es ése el dilema. ¿Cómo se pasa de un mundo de perseverancia y de pequeños logros para rehacer las posibilidades que descansan dentro de él? ¿Cómo se hace esto, además, en un período que no esté tan lejano? Es un mundo en el que la gente puede ver pequeños logros que se incrementan durante el transcurso de cada año, no se dan muchos avances pero algo cambia. Por lo tanto, esperar a que la gente se comprometa con un horizonte político puede implicar su involucramiento en un proceso en el que quizá no puedan ver esos pequeños logros. Es un verdadero acertijo.

Y también está el grado en el que la ingeniosidad de los pobres –su capacidad de hacer cosas diferentes para diversas personas en distintas situaciones y variados momentos– se convierte en un recurso manipulado por las maquinarias políticas municipales. Neferti Tadiar habla de la conversión de las vidas de los pobres en formas de derivados, de las que se pueden extraer beneficios. Escribiendo desde Manila (Filipinas), detalla la manera en la que la matanza de traficantes de drogas en barrios pobres es parte de un sistema de dominio que funciona como maquinaria política de la Policía.5 Entonces los sistemas urbanos autoconstruidos, lo que se llama economías populares, se convierten en dominios de extracción de los cuales se puede obtener capacidades. Con esto, el Estado puede entrar en una variedad de alianzas con aquellos que están haciendo el trabajo que ya no está en condiciones de realizar.

También hay la conversión de estos sistemas urbanos autoconstruidos en mecanismos para complementar y compensar los puntos críticos o de bloqueo dentro de sistemas de producción logística más formales. Con esto, se minimizan los espacios de operación que pueden tener estas economías populares. ¿Cuáles son sus capacidades para reinventarse a sí mismos, para rehacerse, en la medida en que se vuelven cada vez más potenciales mecanismos de resolución de problemas para un sistema productivo y logístico más formalizado? Esto pasa en cuanto los sistemas logísticos de la economía moderna se enfrentan a presiones y problemas más competitivos, que a menudo no pueden resolverse en sus propios términos o de acuerdo con sus propias normas, de modo que se limitan los espacios de operación que tienen las economías populares para rehacerse y reinventarse.

 

Mencionas algunos puntos importantes sobre las temporalidades. Una respuesta teórico-crítica a la contracción de lo público ha sido la recuperación de lo común. Pero en vista de lo que has dicho, lo común como horizonte político, incluso como horizonte revolucionario, tiene el peligro de desestimar la temporalidad fundamental del trabajo provisional y de los pequeños logros necesarios para nuestro día a día. Y cuando te refieres a la importancia de la circulación y de la gestión del riesgo, parecería que te refieres a la temporalidad de las finanzas. ¿Esto sugiere que pensemos en la incorporación de las subjetividades temporales y espaciales a las formas especulativas de acumulación?

Por eso a menudo uso el término Grand Theft Auto (es decir, el gran robo de los sistemas sociales autoconstruidos). La relación entre la gestión de la contingencia y la incertidumbre que fundamenta la financiación fue también la base de la seguridad para la elaboración de las economías populares. Porque la seguridad no se daba porque todos hicieran lo mismo, la seguridad era una forma de manejar la contingencia, en el sentido de que lo que se hacía tenía algún tipo de relación con lo que hacía otra persona. Aunque las cosas parecían discrepantes, desarticuladas y contradictorias, la responsabilidad era tratar de forjar algún tipo de relación. Sería una relación contingente, con resultados inciertos. Era algo que no siempre iba a funcionar, de hecho el fracaso fue prolífico, pero era importante que éste podía ser absorbido en la continuidad de estas economías relacionales. Si esto no funcionaba, siempre había algo más que se podía intentar.

Esta gestión de la contingencia, de la incertidumbre, era un modo de asegurar la residencia y las relaciones con los demás. Pero esto luego se convirtió en algo muy abstraído de las prácticas de las personas que buscaban una manera de asociarse en contextos urbanos volátiles y difíciles políticamente. Con este tipo de abstracción, las implicaciones del fracaso son mucho mayores, es decir, fracasar ahora te cuesta más de lo que jamás ha costado. En un proyecto en el que conversamos con jóvenes en Abiyán, Hyderabad (India) y Yakarta, siempre decían: “Tenemos que tener cuidado porque si esto no funciona, entonces estamos realmente jodidos”.

No existe ahora un entorno que pueda absorber el fracaso de todas estas iniciativas. Antes, se podía experimentar mucho más en términos de lo que uno intentaba hacer con el otro: si esto no funcionaba, se hacía otra cosa, había muchas ideas de cómo hacer las cosas. Antes era importante equilibrar la solidaridad con la autonomía individual, pero no porque esta última fuera un valor en sí mismo, sino simplemente porque permitía a los individuos configurar sus propias relaciones con la ciudad, de manera que pudieran aportar nuevas ideas para hacer las cosas de otra manera. La autonomía fue la fuente para encontrar diferentes formas de probar modos de hacer las cosas, de encontrar nuevos acercamientos si algo no funcionaba. Ese sentido está desapareciendo.

Todas esas prácticas singulares y coreográficas a la vez, que podrían haberse considerado de autoconstrucción, constituyen ahora activos subyacentes para la administración de futuros inciertos que nunca pertenecerán a los propios residentes. La autogestión del agua se consolida y se convierte en servicios pagados por uso; el trabajo de reciclaje se formaliza y se imponen tarifas para realizarlo; se gentrifican los barrios; se imponen gastos de consumo mediante bonos condicionados; se aprovecha la matanza de drogadictos para establecer nuevas conexiones con los jefes políticos locales; entre otros.

Así que debemos prestar constante atención a todas esas dimensiones de la vida urbana que se escabullen, se deslizan en alguna forma de desapego, en algo que no cuadra o que se registra mal. Todas esas dimensiones que a simple vista parecen obedecer las reglas, pero sabes que algo está fuera de lugar y no te puedes fiar del todo. Las invocaciones religiosas se escapan de sus registros; el dinero se queda corto sin importar cuántas veces se contabiliza; y aunque sea diseñada con precisión, la forma se escapa del control. La intensidad de las fuerzas que segregan, expulsan, acaparan tierras y las convierten en de renta alta –descriptores predominantes del desarrollo urbano contemporáneo– también rebota de manera extraña. No sugieren, aunque sea por un momento, el romance de la mixtura cosmopolita sino una densidad de diferencias que no saben narrar cómo llegaron a estar todas en este mismo lugar.

 

Notas

1 AbdouMaliq Simone. 2010. “A Town on Its Knees? Economic Experimentations with Postcolonial Urban Politics in Africa and Southeast Asia”. Theory, Culture & Society 27 (7-8): 130-154.

2 AbdouMaliq Simone y Vyjayanthi Rao. 2012. “Securing the Majority: Living through Uncertainty in Jakarta”. International Journal of Urban and Regional Research 36 (2): 315-335.

3 Jacques Rancière. 2000. “Política, identificación y subjetivación”. El reverso de la diferencia. Identidad y política. Caracas: Nueva Alianza.

4 AbdouMaliq Simone. 2008. “Emergency Democracy and the Governing Composite”. Social Text 26.2 (95): 13-33.

5 Neferti X. M. Tadiar. 2013. “Life-times of Disposability within Global Neoliberalism”. Social Text 31.2 (115): 19-48.