La economía popular como apuesta analítica
La noción de “economías populares” emerge como una apuesta analítica tanto teórica como política de la América Latina actual. Desde sus distintos lugares de enunciación en la región, se busca dar cuenta de la constitución de ciertas prácticas abigarradas en las economías de los sectores populares y diversos, y una reivindicación de la riqueza que producen, disputan y circulan. Estas prácticas y sus diferentes protagonistas se articulan de formas entrecruzadas, atravesando las fronteras entre lo formal y lo informal, la subsistencia y la acumulación, lo comunitario y los cálculos del beneficio, y también aquellas fronteras que se trazan entre múltiples escalas y delimitaciones nacionales. El resultado es el desplazamiento de esas fronteras, su reconfiguración y, en algunos casos, su desdibujamiento.
Estamos, en muchos sentidos, ante una definición en pugna, ligada con un debate que es a la vez epistemológico, conceptual y político. En esta pugna de sentidos sobre las economías populares es posible observar un binarismo recurrente que se señala en varios de los textos del presente dossier. Por un lado, existe la visión dominante de encuadrarlas en el esquema de la informalidad, que enfatiza una economía realizada por personas pobres que desarrollan actividades desorganizadas, por fuera de los marcos legales. A partir de ello, toda una serie de conceptos y premisas se encadenan y deben criticarse: la informalidad como sinónimo de ilegalidad y las así llamadas economías de subsistencia como sinónimo de pobreza. Leídas en esta clave, estas economías en vez de estar ligadas con la crisis, funcionan como un factor de estabilización: es decir, contribuyen a la gestión de lo que se considera “poblaciones sobrantes” para los mercados laborales, convirtiéndolas en economías de mansedumbre, estructuradas a modo de dispositivos de control social en territorios que no se terminan de dignificar como espacios productivos.
Por el otro, se encuentra la visión de las economías solidarias, en la que se reivindica a trabajadores que buscan la reproducción ampliada de la vida, en contrapunto a la acumulación capitalista, quienes a su vez pueden construir formas de trabajo cooperativas y sin afán de lucro. Esta visión suele contribuir a una configuración prístina de la alternativa que siempre queda frustrada ante las experiencias “realmente existentes”. Recordamos que Foucault (en Trombadori 2010) decía que cuando se entrecomillaba el socialismo “realmente existente” como si fuera la excepción, lo único que esas comillas revelaban era la fuerza de un ideal que, por el contrario, nunca necesitaba comillas y que, desde la cabeza de los teóricos, tenía siempre el papel de degradar lo que efectivamente existía. Creemos que vale la misma ironía y precaución respecto del ideal alternativo, solidario y purista que se proyecta muchas veces como exigencia exterior sobre las economías populares, las cuales exhiben un nivel de abigarramiento que las hace altamente dinámicas, promiscuas y experimentales.
En estos sentidos, nos interesa una espacialidad de intersección y eso lo hemos evidenciado en el título del dossier, donde situamos a las economías populares en un “entre”, como espacio de oscilación y de problematización, pero justamente abierto a una experimentación teórica y práctica de formas productivas, de comercialización, de construcción de vínculos que expresan la creatividad y la capacidad de innovación popular sin un marco preestablecido o una normativa a priori que señale cómo confrontar las relaciones de explotación y dominio en el capitalismo.
De nuestra parte, subrayamos la noción de la emergencia para enfatizar la presencia de una formación histórica determinada que ensambla y compone temporalidades, espacios y analíticas críticas de actividades y circuitos de las sociedades contemporáneas. En términos temporales, las economías populares que exploramos emergen frente a la desestructuración neoliberal del mundo laboral asalariado como modelo capaz de incluir a las masas en su mayoría urbanas y suburbanas (Weeks 2014; Castles 2017). Así, las economías populares surgen frente a la profundización de regímenes laborales predominantemente flexibles y desprotegidos al interior de ese esquema global históricamente determinado. En términos espaciales, aparecen de modo más generalizado como una experiencia de los barrios comúnmente denominados marginales o periféricos de las metrópolis latinoamericanas y tercermundistas, lo que desde algunas perspectivas se llama sur global (Caldeira 2017; Roy y Shaw 2015). Ambos vectores deben complejizarse desde nuestra estrategia teórica y en relación con el alcance empírico de nuestras investigaciones.
A la vez, esta propuesta para el estudio de las economías populares se anuncia en términos analíticos para trazar una genealogía que conecte las diversas críticas esgrimidas a la ciencia económica convencional. Entre estas críticas, enfatizamos los aportes de la economía feminista, con su impugnación de la escisión entre el trabajo productivo y reproductivo (Federici 2004; Vega y Gutiérrez 2014); entre el cálculo y el afecto (Lordon 2015); lo asalariado y lo no asalariado (Denning 2011; Mitchell 2009); de la economía y política neomarxista, que destaca y contesta la apropiación y expropiación de lo común socialmente producido como dinámicas de nuevos ciclos de acumulación globales (Hardt y Negri 2011; Laval y Dardot 2014; Míguez 2013); y de las economías políticas críticas en las que se estudian las diferentes escalas, espacios y temporalidades que constituyen en palimpsestos históricos de explotación, acumulación y desposesión en el capitalismo contemporáneo (Zaragocin et al. 2018; Cielo y Carrión 2017).
En definitiva, la “emergencia” a la que nos referimos en este dossier responde al período histórico que se abre en América Latina con la crisis del neoliberalismo de principios de siglo, cuando a escala continental una diversidad de movimientos sociales y luchas colectivas expresan la revuelta y, sobre todo, reabren la perspectiva de una discusión de la alternativa.
Mapeo de las economías populares en América Latina
El presente dossier puede ser visto como un primer intento de mapear las economías populares en América Latina, puntualizando en algunas de sus discusiones y prácticas. Nos parece de suma relevancia la traducción, siempre parcial y contenciosa, de la multiplicidad de prácticas en términos institucionales y constitucionales en diferentes contextos nacionales, dadas no solo las distintas políticas nacionales para asumir estas prácticas, sino también las distintas historias de reivindicaciones populares y tradiciones interpretativas en los países de América Latina. Vemos los temas álgidos de estas discusiones en debates que van desde la organización sindicalista de las economías populares al buen vivir y su relación con los llamados “gobiernos progresistas”, al énfasis en las comunalidades complejas que estas economías constituyen y el debate sobre economías diversas contra el modelo del “progreso” que aún encandila. Las diversas interpretaciones, traducciones y polémicas se interconectan unas con otras y refieren a nuevos cruces entre políticas estatales y prácticas populares, incluso de modo no siempre explícito, reabriendo la conceptualización de la relación entre innovación popular e instituciones estatales. Esto involucra muchos aspectos: tanto las fuentes de financiamiento para la propia producción de investigación y conceptualización sobre las economías populares como el modo en que se debaten los modelos neodesarrollistas y neoextractivistas.
Vale notar que hay varios textos aquí que refieren a la experiencia de economías populares en Argentina. No nos parece casual. Damos cuenta así de una producción específica en ese país al respecto, que responde a que las economías populares han asumido una dinámica político-organizativa muy fuerte y también muy singular. Una de sus expresiones de organización popular es analizada en el primer artículo que presentamos en el dossier elaborado por María Inés Fernández Álvarez. La creación en 2011 de una herramienta gremial para esas experiencias llamada Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) es parte de lo que nos interesa poner en relieve. En sus pocos años de vida, este sindicato que aglutina a sectores específicos de la economía popular ha tenido formas de aparición pública masivas mediante movilizaciones callejeras y negociaciones institucionales sobre los subsidios sociales que gestiona. Esas discusiones han abordado, especialmente en los últimos años, temas clave en la coyuntura nacional y regional: desde la idea de un salario social como propuesta parlamentaria hasta la participación de las economías populares en el paro internacional feminista de 2017 y de 2018.
Sin embargo, los procesos que se dan en Argentina estructuran un conjunto de relaciones visibles también en otras latitudes de la región, las cuales nos interesa pensar en relación, interlocución y fricción. Pasamos, por lo tanto, a un segundo artículo escrito por Luisa Fernanda Tovar desde Colombia, que presenta la experiencia de la regularización del trabajo de recicladores. ¿Qué pasa cuando se incorpora los trabajos considerados informales a circuitos formalizados y fiscalizados? Este texto, junto con el siguiente artículo de Eliana Lijterman sobre la promoción estatal de la economía social en Argentina, demuestran que la formalización de prácticas económicas populares (Martínez y Giraldo 2007; Wilkis 2014; Roig 2015), si bien se apunta a la ampliación de derechos laborales, termina incorporándolas de forma devaluada a las relaciones de explotación distintivas del trabajo asalariado y manteniendo las jerarquías impuestas por la frontera del salario “formal”.
Los casos de Ecuador, Venezuela y Bolivia durante los denominados “gobiernos progresistas” se han visto obligados a introducir estas concepciones en su accionar como parte de dinámicas constituyentes de los movimientos sociales, marcando ciertos modos específicos de comprensión de fenómenos económicos y sociales en relación con un entramado institucional y legal que se ha visto dinamizado en nuestra región, tanto a escala teórica como práctica. Este es uno de los aspectos que hacen al debate abierto sobre la naturaleza de las economías populares, cotidianas, solidarias, entre otras, en tanto que las evidencia como territorio político donde se enfrentan las fuerzas sociales que se traman en un constante espacio de disputa, competencia y negociación.
Si bien en el dossier no incluimos trabajos sobre economías populares en Ecuador y Venezuela, sabemos que lo que allí sucede es una referencia fundamental, especialmente en estos momentos de profunda crisis de esos proyectos tanto a escala nacional como en su impacto regional, donde las tramas populares son profundamente afectadas por las tensiones en la coyuntura. En Ecuador, por ejemplo, la apuesta por lo “popular y solidario” desde el Estado ha procurado acciones de supervisión/regulación más que de transformación, direccionadas a ciertas ramas de actividad, como las financieras o de transporte, y cuyo avance no implica la transformación del Estado, sino más bien su consolidación como agente regulador y promotor del tejido social de los sectores populares (Vega Ugalde 2016; Ospina 2015). Entonces, el Estado cristaliza las demandas de los sectores populares por mejoras en sus condiciones de vida, con la plena convicción de la solidaridad en los vínculos populares, sobre la base de relaciones de intercambio mercantil, de la potenciación del “tercer sector”, de la reciprocidad regulada “desde abajo”, y la redistribución comandada “desde arriba”.
Con las inflexiones particulares de estas dinámicas estatales, Bolivia ha presenciado una elaboración idiosincrática en el análisis sobre las economías populares (ver especialmente Tassi et al. 2015). Como se muestra en el artículo sobre la circulación de mercancías en el mercado paceño, presentado por María Luisa López, esta literatura busca vincular las prácticas andinas –con sus fiestas y mercados populares, sus labores y vivencias cotidianas, sus memorias largas y sus quiebres– con la internacionalización del comercio en el contexto de las propuestas de capitalismo amazónico- andino del Gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS). Se ve claramente en los análisis bolivianos la discusión e incorporación del concepto de abigarramiento (Zavaleta 2009; Rivera Cusicanqui 2010) y un debate vinculado con las miradas diversas del vínculo entre “proceso de cambio” y economías populares. La investigación de Nallely Tello Méndez en mercados de Oaxaca contiene también una apreciación de la dimensión política, afectiva y relacional de las economías populares poniendo en juego su heterogeneidad no bajo una perspectiva culturalista sino de entramados “popular-comunitarios” (Gutiérrez Aguilar 2015). Vemos en este trabajo la impronta de la larga tradición de los estudios mexicanos sobre la informalidad en conexión con una nueva elaboración de los estudios de la comunalidad (Linsalata y Salazar 2015; Martínez Luna 2015).
Finalmente, cerramos el dossier con una vuelta a Argentina. En su estudio de las luchas y la autogestión de costureros en Buenos Aires, Alioscia Castronovo nos recuerda y nos lleva de nuevo al antagonismo que significan las economías populares y, en particular, desde el punto de vista de su composición migrante. La productividad de la política en estas tramas productivas y la politicidad de la producción buscando crear sus propias institucionalidades nos parece un punto de originalidad que buscamos resaltar en este dossier.
Avanzando y abriendo el debate
De nuestros intercambios sobre la economía popular, surge una primera hipótesis que nos interesa explorar: la relación de intimidad entre las economías populares y la temporalidad de la crisis. En efecto, la crisis aparece como dinámica de conflictividad histórica de la relación capital-trabajo, evidenciada en la crisis de la reproducción social que la acompaña. En esta clave, el Estado responde, desde hace ya varias décadas, con la formalización e incorporación –en términos de reconocimiento, regulación y especulación– de la economía llamada informal.
Con esto avanzamos en una segunda hipótesis: enmarcamos la discusión de las economías populares en la discusión sobre las nuevas formas del trabajo, siempre en conflicto con los requerimientos de valorización del capital. Esto nos parece importante porque creemos que en estas economías se producen nuevas imágenes de la conflictividad obrera pero en una clave de conflictividad social difusa, ampliando los bordes de la experiencia proletaria. Esto quiere decir que estas economías reconceptualizan prácticamente lo que entendemos por trabajo, en tanto sistematizan formas laborales que hoy en nuestro continente son mayoritarias y que no caben en la categoría de marginales simplemente por no ser asalariadas de modo estricto. En este sentido, proponemos pensar con los textos aquí reunidos una constelación de prácticas y de conceptos donde las economías populares no sean entendidas como “lo otro” del trabajo, lo cual lleva siempre a definirlas negativamente.
Nos interesa en este punto leer cuáles son las formas en que se renueva la explotación en condiciones que no son las del trabajo bajo patrón, asalariado, bajo parámetros de un fordismo que, si bien siempre periférico, asumía ese ideal normativo también en nuestra región. En esta línea, por ejemplo, surge hoy una forma novedosa de la apropiación del plustrabajo que pasa de manera fundamental por el consumo, lo que hace más difícil de identificar y, por ende, de medir su impacto en términos políticos (Gago 2018).
A esto hay que añadir que las economías populares dependen de relaciones sociales que constituyen comunalidades sociales y ecológicas, de aprovisionamiento, cuidado y afecto. Pero estas relaciones no existen en mundo distinto de aquello del cálculo y la acumulación, sino que las comunalidades en sí se constituyen en tensión, en negociación y en los intersticios del capital. Desde aquí podemos enlazar la relación entre economías populares y nuevas formas de extracción de valor que encuentran en los dispositivos financieros del endeudamiento masivo un momento clave. La ampliación de las fronteras de una modalidad neoextractiva que hemos llamado “extractivismo ampliado” (Gago y Mezzadra 2017) encuentra en los circuitos de las economías populares nuevas dinámicas de expansión.
Sabemos que en América Latina estos debates implican un balance teórico y práctico respecto de las influyentes teorías de la dependencia y de las políticas de inclusión social (Cardoso y Faletto 1996; Bárcena 2013), así como de su relación con las teorías críticas de la reproducción (Arruzza 2015; Girón 2010) y de las ciudadanías insurgentes (Arbona 2008; Holston 2009). Sabemos también que las analíticas propuestas desde otras regiones del sur global nos pueden ayudar a pensar los regímenes de legitimación y la política vital que organizan esos espacios, sus interconexiones y relaciones no lineales (Tadiar 2009; Chari y Gillespie 2014; Bhattacharya 2017), para así trazar minuciosamente la relación entre prácticas económicas, subjetividad y dinámicas territoriales en nuestra región.
En ese sentido, además de la sección dossier de este número 62 de Íconos, incluimos una entrevista con AbdouMaliq Simone, teórico urbano quien ha investigado y escrito sobre las economías locales de Asia y África. Su visión singular sobre las formas de hacer y proveer en contextos profundamente inestables –en términos materiales, sociales, políticos– confirma y es un contrapunto muy sugerente con el desarrollo latinoamericano de las economías populares y de su analítica. La comparación acentúa, en particular, el rol profundamente político de las economías populares en nuestra región.
Esta politicidad y economía política de las economías populares latinoamericanas, como bien señalan otros autores y autoras latinoamericanas (Tapia 2009; Segato 2014), se arraiga, se expresa y se constituye en las cotidianidades culturales y en los horizontes de economías y procesos políticos que se anudan en determinadas epistemologías situadas de la región. Vemos esto en el ensayo visual también incluido en este número de Íconos, a través de las fotografías de Eduardo Schwartzberg, que presenta un conjunto de trabajadores y trabajadoras bolivianas residentes en la ciudad de São Paulo cuyas fiestas son centrales a sus economías abigarradas, en diálogo con la epistemología ch’ixi de Silvia Rivera Cusicanqui.
Así las cosas, las economías populares no dejan de problematizar qué significa llevar la cuestión democrática al terreno propiamente productivo y reproductivo, prolongando dilemas abiertos por los movimientos sociales en su momento de mayor fuerza. Consideramos que es la sedimentación material de estas prácticas lo que se destaca en los textos aquí reunidos: experiencias de construcción y gestión colectiva de infraestructuras urbanas por medio de verdaderas redes “subalternas”, el rechazo de toda gestión “miserabilista” del tema del derecho a una renta y al trabajo, la politización de formas de actividad económica que van más allá del trabajo asalariado y que, al mismo tiempo, interactúan con las formas de trabajo asalariado en sus muchas dimensiones. Nos interesa como ímpetu de estas prácticas, la reinvención de formas de desobediencia a su condena como “excluidas”, la promiscuidad de sus territorios y la pregunta siempre abierta por cómo se nutren los deseos de otros modos de vida.