Íconos. Revista de Ciencias Sociales

Núm 64. Mayo-Agosto 2019, ISSN (on-line) 1390-1249

Reseña.

 

Para qué sirve la epistemología a un investigador y a un profesor

Pablo Guadarrama*

México: Magisterio Editorial / Neisa, 2018, 360 págs.

 


 

 


Una de las consecuencias del ritmo frenético actual de la producción de conocimiento científico1 es la formación de profesionales “técnicos”, es decir, facultados para la maquila, aunque difícilmente capacitados para comprender el conjunto del proceso científico –incluyendo el delicado asunto de su aplicación y utilidad–. Más allá del laboratorio, el gabinete o el campo, la comunidad científica –de cualquier área, incluso de las humanidades– se ha orientado hacia la producción intensiva, en detrimento de la investigación extensiva. La generalizada lógica actual de fiscalización de la producción de conocimiento académico parece ser un correlato de ello, pues acentúa la efectividad en la cantidad y no en la calidad.2 La barbarie del especialismo, ese fenómeno de la modernidad –y en específico del siglo XIX– en el que fueron fundadas las Ciencias Sociales, hoy llega a un momento donde el conocimiento sustantivo producido por la hiperespecialización académica se restringe a áreas de sumo limitadas. En contraposición con las ciencias naturales y formales, cuya consolidación y expansión son directamente proporcionales al contexto geopolítico de la primera mitad del siglo XX,3 el conocimiento científico de lo social y de lo humano aún marcha lento en su integración interdisciplinaria, pese a que la utilidad concreta de los proyectos de investigación de la llamada “tecnociencia” –generalmente bélica o mercantil– permitió y continúa permitiendo que la hiperespecialización, lejos de ser un inconveniente, consolide ese modelo de producción científica justo por su confección interdisciplinaria.4
Así, allende el debate sobre la existencia de las tecnociencias sociales, podemos coincidir en que en la actualidad una de las consecuencias de este modelo, en relación con la hiperespecialización, es la tecnificación de los profesionales.

Pablo Guadarrama, profesor emérito de la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas (Cuba), dedica su más reciente investigación al tema no menor de la divulgación de la filosofía de la ciencia. En sentido estricto, Para qué sirve la epistemología a un investigador y a un profesor debería ser un texto obligatorio en aulas universitarias y para cualquier disciplina. Con prólogo del complejólogo colombiano Carlos Maldonado, el libro del filósofo cubano en apariencia se inserta en debates que ya han gastado suficiente tinta como para que sea novedoso retomarlos en su historia: la polisemia del concepto epistemología, el reduccionismo, la crítica al positivismo y el problema de la relación entre externalismo e internalismo. Capitulado en ese orden, el valor del texto gravita en la presentación didáctica del estado del arte de los temas abordados, con el propósito de argumentar para cada caso las virtudes del aprendizaje de tales contenidos básicos y los vicios de su desconocimiento. Como texto de divulgación orientado hacia el lector académico, “al investigador científico y al profesor”, el peso del documento descansa en el malestar provocado por la actual hiperespecialización de las ciencias –y las humanidades, agregaríamos– que, por ejemplo, denuncia la ingenuidad que el reduccionismo y el determinismo disciplinar suponen: la negación de la diversidad y la complejidad de los fenómenos. En este sentido, la crítica hacia el investigador científico que carece de conocimiento en epistemología conducirá hacia la evaluación de la calidad de su trabajo, por ejemplo respecto a la validez de sus datos, los límites epistémicos de su investigación e incluso la posibilidad de ser “víctima del empirismo”, ingenuidad epistemológica frecuentemente emparentada con el reduccionismo clásico: el positivismo. En paralelo, un profesor en similares circunstancias de desconocimiento es de suponerse que sea promotor de aquellos vicios que Guadarrama atiza, con el agravante de que será él quien se encargue de formar a los nuevos investigadores que reproducirán las mismas deficiencias epistemológicas.

Pese a que “un enfoque reduccionista siempre conlleva una distorsión o deformación en la simplificación de la perspectiva, y por lo tanto en el resultado del proceso de conocimiento” (p. 26), tenemos en las antípodas el peligro de la totalidad: la unicidad de la ciencia, el método único, la teoría del todo, entre otros. Habida cuenta que el mundo es inasible de suyo como un todo –lo que implica en cierto sentido la insalvable y humana oposición entre mundo objetivo y mundo subjetivo–, la respuesta a la pregunta sobre cómo evitar nuevos reduccionismos epistemológicos es, para el filósofo cubano, el “totalismo”. Y pese a que Guadarrama lo postula como alternativa y omite distinguirlo tanto en sentido epistemológico como en sentido ontológico, la pauta para su significación la da el contraste respecto al individualismo metodológico –por demás atendido por la “tecnociencia”–.

El texto propone los paradigmas dialéctico, holista, poscolonial y de la complejidad como alternativas epistemológicas “pluralistas”, pese al estatuto paradojal –debate en el que no ahonda el autor– que supone la ontología monista en la que suelen fundamentarse unos y otros en similares circunstancias, como es la poscolonial –para cuyo caso en específico se requiere desplazar a la ontología por una ética o una antropología filosófica–.5 Notamos un inconveniente en la salida de Guadarrama al peligro del reduccionismo y del determinismo respecto de la factibilidad de maridar a la dialéctica con la complejidad, métodos contrarios desde nuestro punto de vista, pues mientras que la dialéctica es un proceso lineal, la complejidad no lo es. Ahora bien, si ambos no son asimilables pero sí viables, ¿es la dialéctica admisible? Creemos que no. Si contamos con las opciones holista, decolonial y de la complejidad –estas sí maridables e incluso convergentes–, la dialéctica se torna un ancla que nos limita al “necesario carácter contradictorio [de] la articulación entre los procesos analíticos y sintéticos del pensamiento” (p. 98). Esto supone retroceder a una teoría del conocimiento del siglo XVIII que no solo encorseta el estado actual de la investigación, sino que va en contrasentido con una teoría evolucionaria de la verdad por la que el filósofo cubano parece decantarse –cuantimás si se mira en la emergencia no determinista, en la incertidumbre y en la heurística las salidas adecuadas, y en la transdisciplina una posible disolución del problema del internalismo y externalismo epistemológicos.

El zurcido hecho por Pablo Guadarrama a los temas encarados en su conjunto es de un tipo especial. Más allá de la conciencia para asirse, en cierto sentido, a la tradición del constructivismo epistemológico sin despegar los pies del piso, el realismo moderado del también latinoamericanista nos recuerda mucho aquella lectura de la ciencia que Piaget y García hiciesen en Psicogénesis e historia de la ciencia.6 De igual modo, el reconocimiento de la esfera ideológica en ciencias, el acento en el método dialéctico y aún la referencia cotidiana a Marx, Engels y Lenin recuerdan la deuda histórica de la investigación en epistemología con el materialismo histórico. Por ejemplo, en los casos del colectivismo metodológico o la ciencia social soviética –en concreto aquella fértil previa a Stalin–. En un contexto donde el liberalismo ha sido naturalizado como regulador de la vida pública7 –incluyendo por supuesto a la ciencia y a la epistemología–, otro de los valores del texto es precisamente la mise- en-scène (puesta en escena) de bibliografía y autores latinoamericanos, característica por desgracia difícil de encontrar en el grueso de las investigaciones producidas en nuestra región. Si la pauta contemporánea es la primacía de citación de autores e investigaciones de los centros geopolíticos de conocimiento académico usuales, y cabe la problematización de la ciencia en clave ideológica, no es menor entonces la pregunta por el estatuto político de las investigaciones que ejecutamos o el modo en que formamos a las nuevas generaciones de investigadores. Esta reflexión es eminentemente epistemológica, de ahí el motivo por el cual Guadarrama nos brinda este libro.

Ricardo Rizo Cruz
Universidad Autónoma de Querétaro,
México


 

Notas

1 Robert Frodeman. 2014. Sustainable Knowledge. Londres: Palgrave Macmillan.

2 En México, durante el segundo semestre de 2018, se discutió la reestructuración del órgano responsable de la ciencia y tecnología en el país (el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología), en el contexto del cambio de administración federal hacia un Gobierno de izquierda. Uno de los puntos de debate fue la fiscalización cualitativa de la producción del padrón de investigadores financiados por el Consejo, debido a que el actual método –cuantitativo– ha promovido el autoplagio y la simulación, entre otras conductas nocivas.

3 Javier Echeverría. 2003. La revolución tecnocientífica. Madrid: Fondo de Cultura Económica (FCE).

4 El caso arquetípico es el “Proyecto Manhattan” y su consecuencia –en el modelo estadounidense– en la fundación de los laboratorios nacionales.

5 Enrique Dussel. 1998. Ética de la liberación. Madrid: Trotta.

6 Jean Piaget y Rolando García. 1984. Psicogénesis e historia de la ciencia. México DF: Siglo XXI.

7 Immanuel Wallerstein. 1998. Utopística o las opciones históricas del siglo XXI. México DF: Siglo XXI.