Íconos. Revista de Ciencias Sociales

Núm 65. Septiembre - Diciembre 2019, ISSN (on-line) 1390-8065

Reseña

 

El Estado. Pasado, presente, futuro

Danilo Ricardo Rosero
Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Ecuador

Bob Jessop

Madrid: La Catarata, 2017, 350 págs

 



Las perspectivas sociológicas y politológicas que han buscado abordar al Estado como objeto de estudio se han topado con una verdad inocultable: el Estado se mueve, presenta variabilidades institucionales y espacio-temporales que dificultan inteligir su dinámica. Frente a este objeto escurridizo, la obra de Bob Jessop El Estado. Pasado, presente, futuro ofrece un conjunto de herramientas teórico-analíticas que permiten un acercamiento al Estado desde un enfoque estratégico-relacional. Se revisan, a continuación, algunos de sus planteamientos centrales.

El enfoque estratégico-relacional se sustenta en la concepción del Estado como una “relación social” que incorpora en la materialidad de sus instituciones, prácticas, efectos y discursos; esto es, “selectividades estratégicas” que orientan su acción y que, en conjunto, constituyen la condensación material de relaciones de fuerzas sociales histórica y espacialmente dispuestas. Esta concepción del Estado permite no solo captarlo en tanto aparato, su ejercicio y sus efectos, es decir, como un punto de partida. Por el contrario, mediante los condicionantes relacionales y las interacciones estratégicas que subyacen a su funcionamiento, también permite captarlo como un punto de llegada. Así, la constitución, el desarrollo y el despliegue del Estado se muestran como expresiones relacionales contingentes ligadas con causas externas e internas al ejercicio de la estatalidad.

Subyace al enfoque de Jessop el planteamiento de que las formas concretas que asume el Estado y sus “efectos” deben ser analizados en función de: i) el impulso que éste adopte desde la sociedad y del que a su vez éste pueda imprimirle; ii) del equilibrio variable de fuerzas sociales dentro y fuera del Estado; y iii) de la interacción de las selectividades enquistadas en el núcleo del aparato estatal que, al mismo tiempo, se encuentran en constante modelamiento. Por lo tanto, se trata de una lógica orgánica que afirma la imposibilidad de pensar al Estado por fuera de la sociedad ni a la sociedad independiente de los efectos estatales.

Por medio de estos planteamientos, el autor propone un desplazamiento del objeto de estudio desde el Estado hacia el “poder estatal” visto a través de los efectos que lo constituyen y que devienen de él a partir de la dialéctica entre las selectividades del sistema estatal y las fuerzas sociales en pugna. Fruto de esta dinámica, el Estado muestra una condición múltiple y cambiante, expresa características desordenadas, “polimórficas” y “policontextuales” mediante las cuales adquiere formas diferentes según el lugar y el momento histórico en el que opere.

Este abordaje analítico desecha el planteamiento de que el Estado moderno se corresponde de manera inmediata con el modo de producción capitalista por medio de un sesgo clasista inherente, argumentando, en su lugar, la “adecuación formal” existente entre Estado y capitalismo, así como la tensión que subyace a esta adecuación. Ésta radica en que el poder estatal es un efecto mediado por el equilibrio variable entre todas las fuerzas operantes en un contexto determinado, por lo tanto, se encuentra siempre en disputa. Si el Estado es una relación social materializada en un conjunto institucional que incorpora selectividades históricamente sedimentadas, pero que varía en atención a una determinada correlación de fuerzas, atender las dinámicas específicas de articulación de sus formas de dominación por medio de sus pautas estratégico-relacionales abre la posibilidad de disputar y transformar el ejercicio de la estatalidad.

Estos son algunos de los planteamientos centrales que Jessop expone a lo largo de su obra, la cual se compone de diez capítulos organizados en tres partes. A manera introductoria, Estos son algunos de los planteamientos centrales que Jessop expone a lo largo de su obra, la cual se compone de diez capítulos organizados en tres partes. A manera introductoria, el capítulo 1 expone las diferentes perspectivas teórico-metodológicas bajo las cuales se han abordado las cuestiones del Estado atendiendo a la complejidad de su dinámica, llegando a establecer un primer planteamiento que permea su obra: no puede establecerse una teoría general del Estado. Éste constituye una asociación política compleja, polimórfica y policontextual, que requiere ser estudiada desde diferentes perspectivas. Además que debe ser visto en su desarrollo histórico, vinculado orgánicamente a la sociedad e incrustado en un sistema interestatal.

En la primera parte, “El Estado como concepto, relación y realidad”, el autor desarrolla los elementos teórico-analíticos centrales de su obra. En el capítulo 2, tras la exposición de la teoría clásica de los tres elementos para el abordaje del Estado –aparato estatal, población y territorio–, se propone integrar un cuarto elemento: la idea de Estado. Con estos parámetros, se ensaya una definición de Estado que identifica sus características genéricas, sus aspectos materiales y simbólicos, y los efectos que produce.

En el capítulo 3 se desarrolla el enfoque estratégico-relacional. Se expone la concepción del Estado como una relación social, como la condensación material de relaciones de fuerzas con un equilibrio variable en tiempo y espacio concretos; una mediación institucional, discursiva y simbólica que incorpora selectividades que privilegian a ciertos agentes e intereses por sobre otros. Mediante este planteamiento, el autor posiciona, como objeto analítico de la “estatalidad”, las dinámicas de fuerza que lo condicionan, así como las interacciones entre los patrones de la selectividad estratégica, condensados históricamente en el cuerpo del Estado, y las estrategias adoptadas en coyunturas específicas para su transformación.

En el capítulo 4 se analiza la relación entre Estado, poder, dominación e intereses específicos. Al respecto, Jessop plantea que, si bien las sociedades modernas constituyen sociedades de clase y el Estado constituye la forma moderna de organización de lo político, éste no opera como mero reflejo de los intereses de una clase social. El poder del Estado constituiría un efecto mediado por el equilibrio variable entre todas las fuerzas que manejan una determinada situación, lucha que opera dentro y fuera del Estado. Por lo tanto, la relación entre poder de clase y poder estatal no sería una relación mecánica, sino que estaría mediada por la correlación de fuerzas sociales entre diversos agentes y la condensación/disputa de las selectividades estatales.

En la segunda parte, “Sobre territorio, aparato y población”, el autor integra planteamientos que desarrollan su teoría de los cuatro elementos. El capítulo 5 aborda lo referido a la socio-espacialidad estatal. Desarrolla lo referente a la “genealogía del Estado” por medio de sus procesos históricos de territorialización, para luego proponer el modelo TLER (territorio, lugar, escala, redes) como un modelo analítico del despliegue del poder estatal. El planteamiento central de este capítulo argumenta que el ejercicio de la estatalidad opera en ámbitos socio-espaciales multinivel heterogéneos que demandan arreglos espacio-temporales variables para garantizar su despliegue, los cuales inciden y a la vez se encuentran condicionados por el equilibrio de fuerzas y la capacidad para el despliegue de las selectividades estatales en cada nivel.

El capítulo 6 aborda lo referido a la población y la idea de Estado. Diferenciando las concepciones de Estado nacional y Estado nación, Jessop plantea que el despliegue del Estado en un nivel territorial específico no garantiza su consolidación como nación. Ésta más bien provendría de los aspectos discursivos y simbólicos que integra, a partir de lo cual es capaz de constituir una comunidad imaginada que opera como cuerpo ilusorio del Estado en tanto construye un interés común que permite su despliegue. Esta idea de comunidad, argumenta el autor, se vería cuestionada actualmente por la idea de una sociedad global.

A partir de las discusiones actuales sobre el agotamiento del Estado y las nuevas formas de gestión de lo político, el capítulo 7 aborda lo referido al ejercicio de la gobernanza en el neoliberalismo. Cuestionando las respuestas hegemónicas al rol del Estado en el mundo contemporáneo, las cuales defienden al mercado como locus de la organización de la sociedad, Jessop plantea que más bien es el Estado el que se constituye como locus de la gobernanza. Ésta, referida a “jerarquías enmarañadas” y “redes de poder paralelas” a la estatalidad que opera de manera asimétrica, sería articulada desde el Estado, cuyo poder opera como gobierno + gobernanza a la sombra de la jerarquía. En esta línea, más que una completa desestatización de la política, habría operado un cambio del ejercicio de la estatalidad hacia nuevas modalidades para ejercer su poder: más allá de la coerción, dependiendo de consensos alrededor del núcleo estatal e incluyendo equilibrio de variables en los modos de gobernanza que articula.

En la tercera parte, “Pasado y presente (futuros) del Estado”, se desarrollan las perspectivas contemporáneas del Estado. En el capítulo 8 se aborda la relación entre el mundo de los Estados y el mercado mundial. Se argumenta que, en un escenario de hegemonía del capital financiero y crisis neoliberal, el Estado cumple una función esencial en su resolución espacio-temporal. Sin embargo, paradójicamente, el neoliberalismo se ha encargado de socavar sus capacidades para abordar las crisis y con ello sus capacidades para garantizar la reproducción ampliada del modo de producción capitalista. De esta forma, a pesar de que el Estado sigue siendo un nivel irremplazable para el funcionamiento sistémico, su cuestionamiento por medio de su desnacionalización, de la desestatización de lo político y la extraterritorialización de las soluciones a la crisis, minan cada día más sus capacidades institucionales.

En el capítulo 9 examina la relación entre capitalismo y democracia. Se sostiene que, si bien existe una adecuación formal desplegada históricamente entre el sistema democrático y el modo de producción capitalista, éstas no son afines en esencia. Más aún, la envoltura democrática del Estado como la mejor forma de gobierno posible estaría dando paso a formas autoritarias que en la actualidad se constituyen como la mejor vía para garantizar la reproducción sistémica en el marco de la hegemonía del capital financiero. De esta forma, el despliegue del autoritarismo, la securitización y la austeridad se estarían constituyendo como la nueva normalidad que gobierna el funcionamiento de los Estados.

Finalmente, el capítulo 10 cierra con algunas hipótesis respecto del futuro de los Estados y perspectivas para la teoría del Estado. En relación con lo primero, se mencionan macrodesafíos que condicionarán el despliegue del Estado: las crisis medioambientales, las crecientes contradicciones de la economía mundial, el declive hegemónico de los Estados Unidos y el fortalecimiento de los agentes y organismos que operan en niveles transnacionales y supranacionales. Jessop plantea que estas macrotendencias complejizarán y desplazarán el ejercicio de la gobernanza hacia ámbitos extraterritoriales y multiespaciales. Sobre la teoría del Estado, el autor hace hincapié en la necesidad de su abordaje atendiendo a su complejidad, su polimorfismo, su policontextualidad y su condicionamiento por el equilibrio de fuerzas dentro y fuera de sus límites en el marco del funcionamiento general de la sociedad capitalista. En atención a esto, el autor concluye afirmando la complejidad de su estudio, pues si bien de un lado el mundo de los Estados constituye un subsistema entre otros, éste debe gestionar la interdependencia del conjunto de los subsistemas sociales.

En definitiva, la obra de Bob Jessop, lejos de clausurar el debate sobre el Estado, abre una multiplicidad de líneas de investigación y focos de interés, especialmente en el contexto actual, marcado por el despliegue de la globalización neoliberal, el cambio en la correlación de fuerzas sociales en favor de un viraje neoconservador, el repliegue de los logros sociales de la conflictividad precedente y el cansancio democrático del Estado. Esto, sumado a la imposibilidad de articular un movimiento que enfrente o ponga una traba a las tendencias descritas, se torna imprescindible reflexionar respecto a las formas contemporáneas del despliegue de lo político.

Como lo menciona Jessop hacia el final de su obra, el futuro de la estatalidad es contingente. Cuestionar al Estado moderno es necesario en estos momentos, pero sin desconocer que no solo representa parte del problema, sino también parte de la solución. Comprender su dinámica en la era de la contrarrevolución neoliberal constituye una agenda en disputa para orientar una estrategia política adecuada y convertir al Estado en un lugar de reinvención de la política y de articulación de un nuevo proyecto de emancipación social. Si bien ahora se vislumbran tendencias e hipótesis de trabajo, es necesaria una renovación de la teoría del Estado y el establecimiento de un programa de investigación en todas las latitudes. Pero esto a su vez únicamente será posible si se parte del reconocimiento de que es en la organicidad entre Estado y sociedad que se juega la comprensión del poder estatal.