1. Introducción
En la actualidad, los desastres socionaturales (acontecimientos altamente destructivos producidos por la interacción de fenómenos naturales con lo social) se han convertido en uno de los principales obstáculos para el desarrollo tanto de países como de los medios de vida societales (UNISDR 2015). América Latina y el Caribe junto con Asia presentan los primeros lugares de impacto, sumando más del 60% de los eventos registrados mundialmente (García 2008). En términos de exposición, América Latina, debido a sus características geomorfológicas particulares, presenta un alto riesgo de desastre, el cual se ve intensificado por el cambio climático, incrementando así la presencia, magnitud y severidad de eventos extremos (IPCC 2014). Por otro lado, en términos de susceptibilidad, debido al desarrollo geográfico desigual, la región presenta una histórica vulnerabilidad (neo)colonial, produciendo pobreza, desigualdad, racismo estructural, opresión patriarcal, construcciones habitacionales en zonas degradadas informales y desplazamiento ambiental, intensificando aún más el riesgo de exposición (Wisner et al. 2004; Davis 2014). Respecto al desplazamiento, de acuerdo con el Informe Global sobre Desplazamiento Interno (IDMC 2018), en 2017, 30,6 millones de personas se vieron forzadas a dejar su hogar, de las cuales el 39% fue por violencia, mientras que el 61% restante fue por desastres socioambientales.
En Chile, los peligros naturales que han provocado mayor severidad de daño han sido los terremotos; solo cabe recordar las consecuencias del terremoto y posterior tsunami de 2010 (el octavo mayor terremoto, en términos de intensidad, de la historia global), el cual generó pérdidas económicas por 30 mil millones de dólares, equivalentes al 15% del Producto Interno Bruto (PIB) nacional (CEPAL 2010). En términos de desplazamiento, según estimaciones oficiales, este evento generó más de 2 millones de personas damnificadas y cerca de 370 mil viviendas afectadas (Bresciani 2010).
Ante este tipo de desplazamiento ambiental, se ha señalado a la vulnerabilidad social como una de sus causas de fondo (Wisner et al. 2004). No obstante, si bien la vulnerabilidad ha relevado el papel causal de los procesos políticos, económicos y socioculturales, se ha tendido a soslayar el papel activo de las comunidades para afrontar, resistir y/o transformar estas estructuras (re)productoras de territorios multirriesgos (Astudillo y Sandoval 2019; Wisner 2016). Estos desplazamientos, a escala barrial, afectan en mayor medida a los hogares que presentan mayor susceptibilidad y menores capacidades de afrontamiento ante el desastre, conllevando, no obstante, el despliegue de microsoluciones biográficas diferenciales (Sandoval 2017; Sandoval y Fava 2016). A su vez, este evento altera los distintos entornos cotidianos, modificando las representaciones espaciales y las dinámicas de convivencia intrafamilia e intercomunidad con el telón de fondo del sentimiento de pérdida/desarraigo de lugar (Berroeta et al. 2015a; Berroeta et al. 2015b). A esto se debe sumar la pérdida total de la vivienda, acrecentando aún más el impacto psicosocial negativo para las familias desplazadas ante la incertidumbre del reasentamiento (Sanders et al. 2003).
A partir de lo mencionado, se sostiene que los desastres deben comprenderse como procesos sociales gatillados por una amenaza natural que, bajo un contexto de vulnerabilidad espacializada a multiescala (en términos de extensión regional, local, barrial y humana), conlleva amplias e intensivas alteraciones estructurales y agenciales, así como también la (re)producción y emergencia de riesgos psicosociales no contemplados. A nivel estructural, los desastres son el resultado de: i) un desarrollo centro-periferia desigual, tanto a escala global como país; ii) proliferación de zonas de sacrificio en nombre del progreso neoextractivista; iii) políticas de (des)ordenamiento territorial pro mercado; iv) fragilidad en la gestión integral de riesgo de desastres, la cual queda reducida institucionalmente a las etapas de alerta, respuesta y emergencia; y v) cambio climático e intensificación de eventos extremos.
No obstante, esta vulnerabilidad en algunos casos es agenciada y afrontada activamente por las comunidades expuestas/susceptibles, ante lo cual se releva, tanto la materialización de sus prácticas de resistencias y/o resiliencia, como las disposiciones y subjetividades que las retroalimentan (Wisner 2016; Sandoval 2017). Si bien en América Latina y el Caribe existen investigaciones sobre las consecuencias psicosociales de desplazamiento por desastre, estas se han centrado principalmente en el impacto individual (Espinoza et al. 2015; UNICEF 2011), dejando de lado el estudio psicoambiental de las capacidades de afrontamiento a nivel de hogar (Scoones 2009). Sumado a esto, existen escasas investigaciones desarrolladas en torno a la dimensión vivencial de los propios agentes involucrados, en este caso, las familias desplazadas ya sea por la experiencia de haber vivido el fenómeno, o con respecto a los sentidos y acciones desplegadas ante las distintas etapas del desastre (Sandoval y Fava 2016; Arriagada et al. 2015; Toscana y Valdez 2014). A partir de esto, el presente estudio busca responder a las siguientes interrogantes: ¿qué significados son asignados al proceso de desplazamiento tanto a escala familiar como institucional?, y ¿qué capacidades despliegan las familias para afrontarlo? En términos de estructura escritural, en la primera parte se desarrolla la discusión teórica donde se ligan los conceptos clave de i) dimensión subjetiva de la vulnerabilidad/capacidad; y ii) desplazamiento por desastre, terminando con una breve caracterización del caso de estudio. Posteriormente se presenta el apartado metodológico y de resultados, en el que se identifican los tópicos de: i) significados ante el proceso de desplazamiento; y ii) capacidades de afrontamiento familiar. Se concluye con la importancia de incorporar la dimensión subjetiva de la vulnerabilidad/capacidad en el proceso de riesgo/desastre, tanto en términos teórico-analíticos como práctico-interventivos.
2. Dimensión subjetiva de la vulnerabilidad/capacidad ante desastres
Un elemento clave para la comprensión socionatural de los desastres lo constituye la vulnerabilidad social. No obstante, su falta de consenso conceptual es una problemática tanto teórica como operativa para la Reducción de Riesgo de Desastres (RRD) (Gaillard et al. 2019). Para Lavell (2003), esta noción debe ser el nexo conceptual de la multidimensionalidad de los riesgos, sentando así las bases relacionales entre comunidades, naturaleza e institucionalidad. Por otro lado, para Moser (1996), la vulnerabilidad es aquella inseguridad en el bienestar de hogares; mientras que para Kaztman (2000), es una configuración particular negativa, resultante de la intersección de los conjuntos de macronivel relativos a la estructura de oportunidades del Estado, mercado y sociedad, y de micronivel referidos a la movilización de recursos. Sin embargo, estos enfoques economicistas han tendido a soslayar la perspectiva sociocultural de los agentes involucrados ante situaciones de crisis, para lo cual se considera relevante incorporar la dimensión subjetiva, situada y encarnada de la vulnerabilidad social (Sandoval 2017; Arteaga y Pérez 2011; Médor-Bertho 2019). Para Arteaga et al. (2015), la dimensión subjetiva se define como “las valoraciones, percepciones y significados asociados con la experiencia vivida ante las distintas etapas del desastre” (103). Esta dimensión simbólico-mediadora de la vulnerabilidad social ante desastres emerge frente a la situación de susceptibilidad de daño estructural, facilitada por procesos glocales de (re)producción material y simbólica de nuevos (y cotidianos) riesgos psicosociales. En consecuencia, estas mediaciones subjetivas de la vulnerabilidad actuarían como una red construida de significados desde la experiencia simbólica, relacional y situada, posibilitando la configuración emergente de capacidades de afrontamiento “senti-pensantes” ante la situación de crisis para: i) la identificación de ciertas estructuras de oportunidades; y ii) acceso y movilización de ciertos recursos (Sandoval 2017; Arteaga et al. 2015).
De acuerdo con lo expuesto, esta configuración senti-pensante estaría constituida tanto por sentidos como por afectos, imbricándose dialécticamente bajo una razonabilidad práctica fundada en razones sentidas desde los propios sujetos vulnerados. El componente de los sentidos se entendería como principios cognitivos o supuestos normativos que disponen a la acción ante una situación de crisis, mientras que el componente afectivo se vincularía con las emociones que emergen diferencialmente según la experiencia y/o etapa de vulnerabilización, retroalimentando al sentido y viceversa. Esta relación dialéctica senti-pensante posibilita la configuración emergente de distintas capacidades de afrontamiento (sean individuales y colectivas) ante el desastre (Sandoval 2017; Arteaga y Pérez 2011; Arteaga et al. 2015). Desde esta dimensión subjetiva agencial, se privilegia la lectura de capacidades en términos de tácticas por sobre la estrategia (sin negar la posibilidad de emergencia de estas), pues se refieren a la astucia y medios de resistencia microscópica del débil ante la vulnerabilidad social estructural, sin subvertir el orden dominante de esta última (De Certeau 1996). En contraposición, se tendría a la estrategia, la cual apelaría no solo a prácticas orientadas a fines potencialmente resilientes, sino también a la posibilidad de subversión de la vulnerabilidad y los responsables de su reproducción.
3. El proceso de desplazamiento por desastre
Entre las potenciales consecuencias de los desastres están los desplazamientos forzosos, los cuales implican la evacuación, de al menos un año, de la residencia habitual. Esto, debido a la modificación natural o antrópica del hábitat, impidiendo así su retorno inmediato (Sarrible 2009). Respecto a su periodización, la Cruz Roja identifica cuatro momentos o fases: i) huida; ii) alojamiento temporal en albergues; iii) asentamiento en una comunidad de acogida; y finalmente iv) reasentamiento definitivo en un lugar distinto al de origen o el retorno al mismo (IFRC 2008).
En términos de impacto psicosocial, las comunidades desplazadas deben afrontar distintos obstáculos, tales como: i) nuevas configuraciones socioespaciales tanto en términos de producción de “no lugares” habitacionales –como es el caso de la construcción de “campamentos de desplazados”–, como de segregación espacial de los reasentados, quienes, en muchos casos, son expulsados hacia las periferias del territorio; ii) dificultades adaptativas entre los integrantes de la nueva comunidad reasentada, conllevando no solo la ruptura del tejido social y estilo de vida previo, sino también la emergencia de prejuicios, discriminación y estigmatización hacia las personas desplazadas; iii) emergencia de riesgos psicosociales colaterales no considerados en el reasentamiento/reubicación; esto debido a la reducción de esta etapa a la mera reconstrucción físico-material por sobre la recuperación multidimensional del hábitat; iv) adquisición de enfermedades físicas y psiquiátricas, y en algunos casos la muerte; y v) nuevas relaciones que se establecen entre los sujetos afectados con el Estado, el cual, debido a la burocratización procedimental aletargada (o la ausencia de esta), tiende a intensificar la desconfianza, incertidumbre y desesperanza ante la etapa de reconstrucción (Augé 2000; Astudillo y Sandoval 2019; Espinoza et al. 2015; Lillo 2013; Arteaga et al. 2015; Rozo 2000; Ugarte y Salgado 2014).
En cuanto al ajuste social ante el desplazamiento, este dependerá de: i) las diferencias percibidas entre los antiguos y potenciales entornos habitacionales; ii) de la satisfacción de necesidades material-simbólicas; iii) de las nuevas oportunidades de relaciones interpersonales; y iv) de la gestión comunitaria interna/externa (Sandoval y Fava 2016; Berroeta et al. 2015a; Berroeta et al. 2015b). En un contexto de desplazamiento forzoso, como señala Manzo (2014), la tradicional manera de entender los sentidos emotivos del “lugar perdido” requiere de un análisis sobre las nuevas condiciones habitacionales de las personas desplazadas. En función de ello, y de acuerdo con Ugarte y Salgado (2014), se sostiene que, si bien se han realizado estudios que exploran la relación entre hogares y la estructura de oportunidades ante situaciones de riesgo/desastre, estos han tendido a sobredimensionar el papel de los recursos y/o capitales, soslayando el papel activo que podría jugar la dimensión subjetiva en la configuración senti-pensante de capacidades de afrontamiento (sean táctico-resistentes o estratégico-resilientes) ante el proceso de desplazamiento.
4. Características del caso de estudio: el terremoto del 1 de abril de 2014
La comuna de Arica se encuentra en el extremo norte de Chile, presentando una geomorfología que se extiende sobre una vasta planicie costera. Posee una superficie de 4799,4 kilómetros cuadrados y una población de 185 268 habitantes. Respecto a los desastres socionaturales, específicamente los terremotos, estos han sido una constante histórica, registrando entre 1868 y 2015 diversos sismos de magnitud de momento (Mw) superiores a 8,0 Richter.
Para el presente estudio, se analizará el terremoto ocurrido el 1 de abril de 2014, el cual presentó una magnitud de 8,2 Mw. En términos del ciclo de este desastre, acaecido el terremoto, se procedió a la evacuación preventiva de todo el borde costero nacional debido a la alerta de tsunami. En plena emergencia, al día siguiente se registró un segundo sismo de 7,6 Mw, conllevando la habilitación de carpas en el estadio de la ciudad, donde se albergó por cuatro semanas a 25 familias que perdieron sus viviendas. Terminada la emergencia y rehabilitación de servicios básicos, se procedió a la construcción y habilitación “temporal” del campamento de emergencia Héroes del Solar, el cual se ubicaba en la periferia de la ciudad, colindante con un vertedero informal de basura (ver figura 1). En este nuevo lugar, fueron reubicadas 22 familias, quienes vivieron allí dos años y tres meses aproximadamente, a la espera de la reconstrucción de la vivienda definitiva por parte del Estado, lo cual se concretó a mediados de 2016. Por último, en términos metodológicos, se seleccionó este caso debido a su representatividad típica de riesgo sísmico, a lo cual se sumó el criterio de accesibilidad por parte de los investigadores, posibilitando con esto un trabajo de campo tanto al inicio de la reubicación y previo al cierre definitivo del campamento.
Figura 1. Campamento de emergencia Héroes del Solar (Arica, Chile)
Elaboración propia, 2016.
5. Metodología
La investigación desarrolla un estudio de caso cualitativo entendido como el examen profundo y contextualizado de diversos aspectos de un mismo fenómeno (Coller 2005). Este diseño flexible permite producir modelos emergentes de los significados asignados a la trayectoria de desplazamiento familiar, considerando como fundamental los sentidos, emociones, experiencias y acciones tácticas de respuesta (Flick 2007). Estos elementos cualitativos fueron registrados desde el mismo campamento, lo cual posibilitó una observación profunda del entorno, redefiniendo y reelaborando categorías e instrumentos de acuerdo con el objetivo de investigación y demandas contextuales (Coller 2005).
5.1. Características del diseño muestral
En esta investigación, un hogar se define como una persona o un grupo de personas que residen conjuntamente, las cuales contribuyen y/o se benefician de una economía conjunta o trabajo doméstico (Lloyd-Jones y Rakodi 2014). Se utilizó un muestreo teórico acumulativo en el cual se recogió, codificó y analizó paralelamente las mediaciones subjetivas y capacidades de afrontamiento enunciadas por los participantes, hasta la obtención de saturación teórica (Carrero et al. 2012). Se entrevistó a 10 jefas de hogar y tres agentes institucionales vinculados con la habilitación y gestión del campamento: i) director municipal de protección civil y emergencia; ii) director regional de la Oficina Nacional de Emergencia del Ministerio del Interior (ONEMI); y iii) un profesional del área social de la organización no gubernamental TECHO. Finalmente cabe mencionar que todas las jefas de hogares encuestadas son mujeres, quienes, en su condición de población en situación de vulnerabilidad (en términos de acceso desigual a recursos y oportunidades de afrontamiento respecto a los hombres) tienden a presentar una recuperación posdesastre doblemente compleja. A su vez, esta población es 14 veces más susceptible de morir durante un desastre, así como también de presentar problemas de salud y de bienestar posterior (Enarson et al. 2018).
5.2. Procedimientos de producción de significados
Posterior a la coordinación del trabajo de campo, junto a la dirigenta del campamento (informante clave), se tomó contacto con las familias y actores institucionales, realizando, a lo menos, dos sesiones de trabajo con cada uno. La técnica utilizada fue la entrevista episódica (Flick 2007), la cual permitió profundizar en el proceso de desplazamiento y reubicación posterior. Se elaboró una pauta temática con base en dos criterios organizativos (Arriagada et al. 2015):
- a) Temporalidad. Centrada en las fases del desplazamiento: i) evacuación; ii) alojamiento temporal en carpas; iii) asentamiento en campamento de emergencia; y iv) reasentamiento y/o reconstrucción de vivienda perdida.
- b) Capacidades de afrontamiento. Centrada en las disposiciones, sentidos y afectos que mediaron las acciones ante las distintas etapas del desastre. Esto permitió identificar respuestas diferenciales, constituyendo así un conjunto de configuraciones y trayectorias específicas de afrontamiento ante el ciclo del desastre.
5.3. Estrategias de análisis de datos
Una vez transcritas las entrevistas, se utilizó el proceso de codificación de la teoría fundamentada, utilizando la versión straussiana “orientada a un trabajo de investigación más enraizado en la descripción interpretativa que en la construcción de teoría formal emergente” (Carrero et al. 2012, 19).
En términos procedimentales, el proceso de codificación se dividió en dos etapas: i) abierta y ii) axial. En la primera etapa, emergieron los conceptos, dimensiones y propiedades a partir de los datos, para posteriormente realizar la codificación axial, entendida como el proceso de identificación de relaciones entre las categorías obtenidas en la codificación abierta. En esta instancia se agruparon las familias de códigos en dos categorías temáticas: a) significados ante el proceso de desplazamiento y reubicación; y b) capacidades de afrontamiento familiar ante el desplazamiento.
En cuanto validez y rigor interpretativo, se incorporó el criterio de auditabilidad cruzada entre investigadores a lo largo del proceso de codificación, llevado a cabo en sesiones quincenales en las cuales se intercambiaban, discutían y negociaban los códigos y/o categorías construidos (Cornejo y Salas 2011). Por último, se utilizó como herramienta de apoyo el software Atlas Ti en su versión 7, con el objetivo de organizar y resguardar la codificación realizada en una misma unidad hermenéutica, así como también por su ventaja para construir y visualizar familias de códigos y categorías.
6. Resultados
A continuación, se presentan los resultados divididos en dos temas principales: i) significados ante el proceso de desplazamiento y reubicación; y ii) capacidades de afrontamiento familiar ante el desplazamiento. Finalmente, cada tema es acompañado de una respectiva figura y citas textuales anonimizadas, identificando algunos marcadores de posición, tales como el rol en el hogar o institución, género y edad.
6.1. Significados ante el proceso de desplazamiento y reubicación
En este eje temático se señalan tanto los significados asignados por las familias como por los agentes institucionales respondedores ante el proceso de desplazamiento, para luego comparar encuentros y/o contradicciones entre ambas interpretaciones (ver figura 2 ).
Figura 2. Red de significados sobre el desplazamiento de
las familias e instituciones respondedoras
Elaboración propia vía Atlas Ti 7.
6.2. El proceso de desplazamiento desde las familias: la trayectoria de la vulnerabilidad
La etapa de evacuación es significada como una experiencia negativa horrible que trastoca la organización del hogar, conllevando el surgimiento de crisis, inseguridades, incertezas y microtraumas, muchas veces no hablados ni tratados entre sus integrantes:
Bueno, en ese entonces yo estaba embarazada de mi hijo menor. El que quedó con más daño fue mi hijo mayor […] Es que él estaba con una vecina, se asustó, no quería volver a donde vivíamos antes, aparte que estuvimos cuatro días en el cerro, y todo eso para él fue muy impactante, aparte que también decían que se iba a venir otro más fuerte […] Fue difícil porque yo no estaba con mi hijo, él estaba en otro lado, ya había evacuado […] Lo encontré como a las 3 de la mañana (el terremoto fue a las 20h45) y más encima yo embarazada […] Fue horrible (entrevista a jefa de hogar 1, 31 años, 25 de abril de 2016).
Posterior a la evacuación, la segunda etapa se vincula con el alojamiento temporal en carpas, la cual es significada como una opción marcada por el sufrimiento. Esta etapa se caracteriza por la ausencia de opciones de refugio y/o apoyo de redes sociales, sean familiares y/o conocidos, no quedando otra opción que dormir en el albergue del gobierno. Este alojamiento temporal no solo reestructura negativamente la cotidianidad familiar, sino que (sobre)impone nuevas reglas de convivencia, las cuales homogenizan y reducen las necesidades de los hogares a la mera subsistencia:
Nos daban colaciones frías y teníamos que trasladarnos a otro lado para almorzar […] A mi perrita no me la dejaron entrar a las carpas y ahí la deje amarrada […] Yo la sufría con mi perra igual, me daba pena tenerla ahí amarrada sola (entrevista a jefa de hogar 2, 24 años, 20 de abril de 2016).
La estancia en el albergue duró tres semanas; posterior a ello, 22 familias volvieron a ser desplazadas y reubicadas en el campamento de emergencia Héroes del Solar. Esta nueva instalación impuso nuevas (des)configuraciones en la dinámica familiar, vivenciada como un cambio negativo total. A nivel interno, se intensificó el quiebre de la privacidad dadas las características espaciales “minimalistas” de las viviendas de emergencia. A nivel externo, conllevó la emergencia de nuevos riesgos psicosociales tras la reubicación, tales como desconfianza hacia los nuevos vecinos, percepción de inseguridad, focos de infección debido a su colindancia con el basural informal, prejuicios, discriminación y (auto)estigmatización al estar viviendo en un campamento:
Fue un cambio en todo sentido, teníamos una sola mediagua para los tres, yo tenía todo amontonado aquí, entonces ahí yo dividía los estantes mágicamente […] Dormíamos los tres en una cama de dos plazas (entrevista a jefa de hogar 3, 38 años, 29 de abril de 2016).
Esta etapa es significada bajo la vivencia de sentirse a la deriva y estancados en un “no lugar”, entendido como un espacio circunstancial de transición sin mayor apego e identidad (Augé 2000). Esta falta de reconocimiento del campamento como un lugar propio, en términos antropológicos, lleva a asemejar su habitar con la metáfora de “pollos en corral ajeno”, no solo en términos espaciales topográficos, sino también en términos de posición social y de desconfianza relacional percibida hacia los nuevos vecinos:
¡No! Si es como si estuviéramos en un barco y aún no encontramos los flotadores […] Todavía estamos acá estancados, cuando nos vayamos al departamento ahí vamos a hacer cambio de suiche, porque ahí vamos a decir que somos clase media porque acá somos pollo en corral ajeno […] Cuando yo esté en el departamento podré decir que esto es mío, ahí las niñas recién podrán hacer sus pijamadas por aquí somos pollo en corral ajeno, por aquí nos topamos con cualquier gente, uno no sabe si andan con cuchillo o drogas no sabemos, por eso te digo que yo no me siento a gusto aquí (entrevista a jefa de hogar 4, 41 años, 25 de abril de 2016).
Si bien la reconstrucción de la vivienda propia es una expectativa ansiada por las familias, esta es significada como una oportunidad impuesta y limitada, es decir, sin posibilidad de elegir dónde será su construcción y tipo, sea casa o apartamento. A esto se suma la solicitud sobre la marcha, por parte del gobierno, de un ahorro mínimo familiar de 500 000 pesos chilenos1 para el subsidio habitacional, utilizando los convencionales procedimientos institucionales en una situación no habitual, como es el caso de un desastre. Esta solicitud gatilló endeudamientos no presupuestados, teniendo que recurrir a familiares o al mercado financiero para acceder al sueño de recuperar la casa propia:
La primera solución fue tener en dos meses, en un tiempo récord 500 000 pesos, por lo cual nos endeudamos […] Nos conseguimos por unos amigos por aquí por allá, pero no por los bancos porque el jefe de mi marido está endeudado con un banco así que no podía, y yo por ser dueña de casa más difícil, con un amigo nos conseguimos 100 mil pesos,2 avances de nuestras tarjetas y así lo hicimos, nos endeudamos. Y ahora estamos más endeudados porque los créditos siguen corriendo y no alcanzamos a cubrir, porque no sabíamos que nos darían seis meses más de plazo para juntar ese dinero. Ahí uno se puede organizar, con el tiempo en esos seis meses juntando todos los meses 100 mil pesos […] Yo fui reclamar ¿cómo no nos dijeron eso antes?, si desde un principio nos dijeron que había que pagar dentro de los dos meses uno se asusta porque lo que más quieres es ¡tener tu casa propia! (entrevista a jefa de hogar 5, 36 años, 5 de mayo de 2016).
Por último, un aspecto clave del cierre del proceso para las familias se vincula con la importancia de los proyectos de vida familiares, evidenciando que el mero otorgamiento material de una vivienda no constituye para las familias el término del proceso de vulnerabilización, sino más bien la posibilidad de retomar los proyectos de vida colectivos e individuales truncados desde hace más de dos años por el desastre:
Con el nuevo departamento, me da la seguridad que mi hijo tendrá algo concreto… Darles valores que la gente ha perdido y más que nada enfocarlos a eso y con el tiempo ir viendo un sitio, pero lo bueno es que ahora tenemos el departamento que es algo concreto. Como te decía, un sitio porque somos hartos y para que tengan sus mascotas, también tener un negocio porque nosotros somos trabajólicos, de hecho, yo trabajaba con un carrito de coca cola, hay hartas cosas que hacer todavía y que las hemos ido aplazando porque como te digo, aquí no podemos hacer nada… Lo bueno es que somos bien movidos; si están las oportunidades, hay que tomarlas (entrevista a jefa de hogar 5, 36 años, 5 de mayo de 2016).
6.3. El proceso de desplazamiento desde las instituciones: la gestión de la supervivencia
Analizar el proceso de desplazamiento desde la óptica institucional permitió identificar la racionalización tras la reubicación, predominantemente instrumental. En primer lugar, la evacuación es significada desde la importancia de la cuantificación del evento, lo cual se traduce en datos de magnitud de daño, evacuados, desplazados e infraestructura perdida de funcionalidad urbana y habitacional.
El 1 de abril ocurrió un terremoto, porque ocurrieron dos terremotos el mismo día […] Un 8,2 y un 7,8 (en escala de Richter) y que generó también bastantes problemas y complicación en la región. Que ciertamente la región se comportó a una buena altura, no tuvimos ningún lesionado ni muertos por este evento, pero sí distintos daños en infraestructura (entrevista a representante ONEMI, 16 de mayo de 2016).
La segunda etapa de alojamiento temporal se operativiza en la habilitación de carpas para las familias que sufrieron daños mayores en sus viviendas, la cual es significada bajo el sentido de la gestión de respuesta a necesidades básicas: abrigo, techo y alimentación. No obstante, esta respuesta no da cabida a otras necesidades de carácter psicosocial, tales como apoyo emocional y rearticulación de redes familiares-vecinales, limitándose a la sola satisfacción de necesidades básicas fisiológicas. Culminada esta etapa, se da inicio a la administración de viviendas tradicionales de emergencia. Esta construcción artificial de un barrio (como es denominada institucionalmente), eufemísticamente se reduce a parear mediaguas3 bajo un cerco perimetral en la periferia de la ciudad, imponiendo un habitar reducido a su dimensión físico-material de corte espacial “minimalista”:
A las familias albergadas en el estadio, luego de realizarse todo el proceso administrativo, se les pudo llevar a un barrio de emergencia que en un principio se llamaba Héroes del Morro y luego le cambiaron el nombre a Héroes del Solar, y en donde se entregaron dos viviendas por familia con la idea de poder darles una mejor condición de habitabilidad. Se entregaron, insisto, dos viviendas, incluso, de repente por el número de personas, hay hasta tres viviendas por familia, y precisamente para darles una mejor condición de habitabilidad a las personas (entrevista a representante ONEMI, 16 de mayo de 2016).
Bajo este contexto, el accionar institucional a lo largo de los dos años se redujo a la administración de la mera sobrevivencia de los damnificados, consistente en la entrega de subvenciones y satisfactores materiales a necesidades estrictamente vitales desde el punto de vista fisiológico, sin mayor consideración de la crisis y sus efectos multidimensionales para las familias. Otras necesidades no fisiológicas, así como el retomo de la organización cotidiana, deben ser autogestionadas paciente y responsablemente por las propias familias:
Nosotros solo asumimos la responsabilidad del pago del agua, pero nada más, a ellos se les consideró como una junta de vecinos más, se les han dado regalos para la Navidad y esas cosas (entrevista a representante de la oficina de emergencia municipal, 19 de mayo de 2016).
En cuanto a la etapa de reasentamiento, esta es operativizada por medio de la aplicación de políticas de subsidios habitacionales como solución. Esto involucra decisiones y acciones guiadas por procedimientos tradicionales vía subsidios habitacionales, en las cuales las familias deben postular, por medio de un monto ahorrado, para la obtención de la vivienda. En términos institucionales, la entrega de esta solución habitacional constituye el proceso de cierre del “desplazamiento”, culminando así el desastre para el gobierno:
A ellos se les dio un departamento y tuvieron que postular como cualquier otra familia de escasos recursos, no se les hizo nada especial (entrevista a representante de la oficina de emergencia municipal, 19 de mayo de 2016).
6.4. Contradicciones y tensiones entre familias desplazadas e institucionalidad
Las experiencias de desplazamiento dan cuenta de la razón instrumental de las instituciones respondedoras del desastre, reduciendo su rol subsidiario a la facilitación de satisfactores para la sobrevivencia, resignificando el sentido de la vida a la mera mantención orgánica corporal (Agamben 2003). La etapa de reubicación en el campamento es la vivenciada con mayor negatividad, en términos de sufrimiento y de un “no lugar” impuesto. Esta experiencia intensificó el trayecto de vulnerabilización iniciado con la evacuación y pérdida de la vivienda, la cual se vio acompañada de la emergencia de riesgos psicosociales no contemplados, tales como: a) desconfianza intra y extravecinal con la comunidad asentada previamente, conllevando acciones prejuiciosas, discriminadoras y de (auto)estigmatización; b) rupturas en las dinámicas de reproducción familiar; y c) riesgos socioambientales vinculados con focos infecciosos y de percepción de inseguridad social. En términos de habitabilidad, el mero otorgamiento material de una vivienda para las familias no constituye el cierre del proceso, menos aún cuando esta situación se percibe como impuesta. No obstante, esta recuperación material de la vivienda posibilita retomar proyectos familiares arrebatados por el desastre, mientras que, para las instituciones respondedoras, este hito constituye el cierre procedimental del proceso. A su vez, el traslado de políticas y procedimientos de subsidios habitacionales convencionales hacia contextos de excepcionalidad, como es el caso de desastres, conlleva ciertas inadecuaciones tales como la ruptura con el tejido social del lugar perdido al individualizar y (sobre)responsabilizar a las familias la (auto)gestión para recuperar la vivienda. Sin embargo, no todo se reduce a la vulnerabilización, sino también a las disposiciones y capacidades agentivas que las resisten y/o reproducen, las cuales serán profundizadas a continuación.
6.5. Capacidades de afrontamiento familiar ante el desplazamiento
La categoría central de vulnerabilidad social subjetiva (figura 3) se ve mediatizada por configuraciones senti-pensantes, las cuales condicionan/posibilitan el despliegue de capacidades de afrontamiento tácticas al solo resistir y no buscar subvertir la vulnerabilidad social latente del desplazamiento. A continuación, se presentan las cuatro configuraciones tácticas de afrontamiento emergentes:
Figura 3. Red de mediaciones subjetivas
y capacidades tácticas identificadas
Elaboración propia vía Atlas Ti 7.
6.6. Táctica de resignación
Disposición utilizada para mantener estilos de vida y/o el estatus previo al evento, preferentemente en aquellas familias que se (auto)perciben como pertenecientes a la clase media. Esta táctica se configura por los sentidos de endeudamiento e inevitabilidad, utilizando como principales oportunidades de aprovechamiento el mercado, vía endeudamiento crediticio, y solo, cuando no queda otra opción, la tramitación de subsidios estatales. El afecto que prima es la frustración debido a la percepción de ausencia de apoyo hacia la clase “no pobre damnificada” por parte del Estado, así como por la intensificación de una marginalización sentida y objetivada, no vivenciada previa al desastre:
No sé qué parámetros se toman en cuenta para ayudar a las personas, yo tengo necesidad y la mayoría de los gastos los hago endeudándome con las tarjetas y en cuotas, pero no me da para hacer un cierre en mi casa y es ahí donde la Municipalidad no ayuda, hay que ser pobres y ahí recién ven si tienes posibilidades, por mi hijo no me dan ninguna ayuda especial porque yo no soy como las personas que van a llorar (entrevista a jefa de hogar 5, 36 años, 5 de mayo de 2016).
6.7. Táctica de individualismo
Esta táctica se configura por los afectos de dignidad y apoyo familiar, en la cual las familias organizan y valoran sus acciones bajo la senda del sacrificio y esfuerzo personal, considerando a los apoyos gubernamentales como un tipo de asistencia no “digna”. Esto resulta clave para comprender dicha táctica, pues caracteriza que acciones, recursos y estructuras que son legitimadas para la acción, en este caso la sociedad, en términos de movilización del capital social horizontal, y en menor medida el mercado, vía endeudamiento crediticio. La utilización de este tipo de táctica predomina en aquellas familias donde el jefe o jefa de hogar ha visto tensionada su posición como proveedor y/o encargado de la reproducción familiar:
Entonces no todos entienden eso, creen que es una obligación, que el gobierno tiene que mantenerlos poco menos, cachay […] Entonces yo no lo encuentro justo, a mí no me gustan así las cosas, a mí me ha costado tener mis cosas, así que uno tiene que esforzarse para tener sus cosas, si no voy a vivir siempre más pobre (entrevista a jefa de hogar 6, 32 años, 20 de abril de 2016).
6.8. Táctica de ocultamiento
Esta táctica se configura tanto por los afectos de orgullo y vergüenza, como por los sentidos de endeudamiento y estigma. Esta composición particular conlleva que las familias afronten el desplazamiento como una problemática privada, evitando solicitar ayuda o acciones que puedan levantar sospechas sobre la actual situación de vulnerabilidad, optando por el enmascaramiento familiar vía endeudamiento en el mercado para mantener el estilo de vida previo. A su vez, las familias se identifican fuertemente con la posición de clase perdida, marcando distancia de sus nuevos vecinos, estigmatizándolos.
En la parte social ya no es lo mismo, no te llaman a las juntas, mis amistades se fueron alejando y diluyendo, yo también me fui cerrando porque muchas veces los amigos del bolsillo son los amigos de uno, yo era manito abierta siempre invitaba, hacia la mansa fiesta y ese era mi estar de vida […] Llegar a una situación de llegar a vivir a una casa de madera con gente ordinaria mal vestida fue terrible […] Lo que me importa ahora es que las dos niñas estén en el colegio, ellas van al Santa Ana y que no sientan la vulnerabilidad; se ha tratado en lo posible que no se sienta, ya que hay compañeritas que son de otro nivel y viven en otros sectores, entonces para que no se sientan discriminadas, yo trataba de que muy pocos apoderados se enteraran donde yo estaba viviendo (entrevista a jefa de hogar 4, 41 años, 25 de abril de 2016).
6.9. Táctica de la solidaridad
Este tipo de táctica se diferencia de las anteriores en dos ámbitos, primero, por su baja utilización, y segundo, porque estas recaen en la organización coordinada de acciones familiares, las cuales buscan mantener vigente los proyectos individuales bajo la diversificación informal de actividades económicas, en contraposición con el endeudamiento en el mercado. Esta táctica se configura por el sentido de reciprocidad y el afecto de apoyo, optando por un empoderamiento activo y la movilización de capital social horizontal familiar, la cual, debido a su informalidad y autogestión, solo busca satisfacer necesidades familiares básicas:
Bueno, cuando no tenemos plata pa’ fin de mes, juntamos latas de cervezas y con mi hija salimos a recoger por allá y luego las vendo. Yo guardo esa plata, entonces cuando falta la plata, yo saco de ahí. Que sirve para comida y esas cosas. Mi hijo también está trabajando, pero él está ahorrando para entrar a estudiar agronomía… Él está trabajando ahora para juntar la plata y pagar… Tuvo que congelar, porque como le digo, el año pasado estábamos mal de plata, pero igual siempre aporta con cositas (entrevista a jefa de hogar 7, 62 años, 29 de abril de 2016).
7. Conclusiones
En primer lugar, si bien los desastres restructuran la cotidianidad de los lugares afectados, estos no representan una experiencia homogénea para quienes la afrontan, conllevando significados y prácticas diferenciales entre afectados y organismos respondedores. Ante el desplazamiento, a nivel institucional predominó una razón funcionalista del habitar, reduciendo el desplazamiento a la mera ocupación topográfica de un espacio físico-material. Por otro lado, para las familias, vivir en el campamento constituyó una intensificación y extensión de la “experiencia de vulnerabilización del terremoto”, significándolo como un paréntesis existencial o un “no lugar” de tránsito circunstancial. Esta carga de sentido diferenciada entre espacio vivido por parte de los afectados, frente a espacio mensurable para las instituciones, remite a una especie de sentimiento de apego o topofilia (Tuan 2007) que apropia e identifica la habitabilidad al lugar-de-ser y estar integral (Berroeta et al. 2015a; Berroeta et al. 2015b).
De acuerdo con Chardon (2015), la fundación de un nuevo lugar de asentamiento debe ser dependiente a la historia de territorialización, sentido de arraigo y experiencias comunes de los potenciales habitantes. Mientras que, para el caso estudiado, la reubicación gubernamental se redujo a una interpretación organicista del habitar, entendida como mera reproducción biológica de la (sobre)vivencia, reduciendo a los afectados a meros cuerpos vivientes necesitados de solo alimentación, cobija y techo. A su vez, dadas las trayectorias diferenciales de los damnificados, sumado a los ausentes espacios de (re)conocimiento mutuo al interior del campamento, entre estos se tendió a una polarización basada en sus posiciones sociales de origen, conllevando disposiciones y acciones prejuiciosas ante aquellos que no se adecuaban a lo que esperaban de un “nuevo vecino”.
No obstante, esta experiencia espacial de despojo y extrañeza fue mitigada tácticamente por los hogares, los cuales, si bien no buscaron subvertir la vulnerabilidad subyacente, posibilitaron la emergencia de configuraciones de afrontamiento resistentes ante el desplazamiento. Esta capacidad agencial se vio intensificada por el escaso procesamiento institucional ante el desastre, gatillando rupturas del capital social de los lugares afectados y (sobre)utilización de mecanismos rígidos convencionales, como fue el caso de los subsidios habitacionales (Sandoval y Fava 2016; Arteaga et al. 2015).
En concordancia con Gaillard et al. (2019), el desarrollo de capacidades de afrontamiento requiere de un equilibrio en las relaciones de poder entre comunidades afectadas y organismos respondedores. Por lo tanto, es necesario instituir un rol más de facilitadores que de expertos de estos últimos, esto con el objetivo de que sean las propias comunidades las precursoras de sus propios procesos de desarrollo, los cuales deben ser acompañados de voluntad política, apoyo institucional y espacios de participación efectiva, en pos de propiciar respuestas locales estratégico-resilientes (Sandoval et al. 2018). Con base en esto, se sostiene la importancia de incorporar la participación e implicancia ciudadana ante los procesos decisionales de la reconstrucción, favoreciendo el fortalecimiento de confianzas institucionales y el desarrollo de capacidades adaptativas de largo alcance ante eventuales riesgos (IPCC 2014; Tironi 2010).
En síntesis, los resultados de la presente investigación dan cuenta de la pertinencia del papel de la dimensión subjetiva en el proceso de vulnerabilidad por desastre y, en específico, de los procesos de desplazamiento y reasentamiento orientados hacia una perspectiva multidimensional del habitar. Esta aprehensión dialéctica entre mediaciones subjetivas y capacidades tácticas de afrontamiento lleva no solo a visibilizar las configuraciones senti-pensantes soslayadas por la razón instrumental institucional, sino también a nuevas formas de (re)pensar las intervenciones psicosociales de los lugares afectados por desastre. Algunas propuestas tentativas, sustentadas en una (re)traducción de ecología de saberes entre comunidades afectadas y organismos de RRD, podrían ser:
- Fortalecimiento de programas de gestión local del riesgo: sistematización de experiencias de intervención en desastres, cuyos resultados consideren la valoración de las comunidades afectadas, en pos de planificaciones tendientes a la reducción de impacto psicosocial negativo del desplazamiento, así como también, de acciones legitimadas y sustentadas en necesidades de los lugares afectados.
- Reconstrucción participativa resiliente: desplazar el acento de la reconstrucción físico- material del desastre hacia la recuperación de hábitats resilientes, los cuales no solo posibiliten afrontamientos adaptativos ante potenciales riesgos socionaturales, sino también fortalezcan la institución de “lugares de seguridad” desde los cuales se potencie: i) la reducción de la vulnerabilidad social espacializada; ii) reconstrucción del capital social y confianza institucional; iii) discusión pública sobre la aceptación y gestión multisectorial de riesgos; y iv) (re)ordenamiento territorial sustentado en el fortalecimiento de oportunidades para el desarrollo social (Sandoval et al. 2018).
Por último, la dimensión subjetiva de la vulnerabilidad-capacidad se encontraría condicionada por una multiplicidad de factores material-simbólicos variables en el espacio-tiempo, los cuales, para el caso de estudio, lo fueron el género, los ingresos y el peligro tipo terremoto. Posteriores investigaciones podrían analizar la interseccionalidad de otras condiciones sociales tales como clase, raza, casta, etnia, edad, discapacidad, estado migratorio junto con otras amenazas naturales; esto con el objetivo de analizar potenciales trayectorias diferenciales de vulnerabilización, tanto en términos de susceptibilidad como de capacidad de afrontamiento ante desplazamientos ambientales (Wisner et al. 2004).
Notas
1 Equivalente a 675 dólares americanos.
2 Equivalente a 135 dólares americanos.
3 Nombre que se le da en Latinoamérica a las viviendas de emergencia. En promedio estas viviendas constan de 18,3 metros cuadrados de superficie y dimensiones de 6,1 metros x 3 metros, albergando en promedio cuatro personas.