Tema
La representación del Sur en la elección del alcalde
de Quito. ¿Déficit de isotropía o escasez de respeto?
The representation of Quito’s southern neighborhoods
in the last mayoral election. Isotropy deficit or shortage of respect?
Alfredo
Santillán*
*Dr.
Alfredo Santillán. Profesor investigador, Departamento de Antropología,
Historia y Humanidades. FLACSO Ecuador. (asantillan@flacso.edu.ec) (https://orcid.org/0001-9823-7396)
Recibido: 02/09/2019 – Revisado: 25/11/2019
Aceptado: 03/03/2020 – Publicado: 01/09/2020
Cómo citar este artículo:Santillán, Alfredo. 2020. “La representación del Sur en la elección del alcalde
de Quito. ¿Déficit de isotropía o escasez de respeto?” Íconos. Revista de
Ciencias Sociales 68:155-159 https://doi.org/10.17141/iconos.68.2020.4124
Resumen
La elección del actual
alcalde de Quito (período 2019-2023) arrojó un resultado imprevisto para las
lógicas comunes de vaticinio político basadas en encuestas de intención de
voto. La primera explicación ciudadana fue que se trató del “voto del Sur” de
la ciudad el que definió el resultado, aunque los especialistas desmintieron
tal hipótesis y desde entonces la reflexión política local se ha enfocado en
las coyunturas posteriores. Este artículo se propone reflexionar sobre el
significado de una posible “alcaldía del Sur” desde el paradigma del
reconocimiento como horizonte de interpretación de la práctica política. Esta
entrada analítica permite ampliar el campo de estudio de la segregación
subjetiva, en tanto refuerza la dimensión simbólica de las desigualdades
sociales. Así, con base en información cualitativa de las formas cotidianas de
disputar la significación del Sur de Quito, se evidencia que la segregación es
vivida no tanto como carencia material sino como “escasez de respeto”. Este
proceso de creación de nuevas significaciones positivas del espacio habitado
constituye el soporte invisible de la expansión del horizonte de las
organizaciones políticas de este sector de la ciudad, que creen en la
posibilidad de definir la máxima autoridad de la ciudad, antes de que esta idea
aparezca en la escena pública como consecuencia del resultado electoral.
Descriptores: imaginario urbano; isotropía; política local; Quito;
reconocimiento; segregación urbana.
Abstract
The last mayoral election in Quito produced a totally
unexpected outcome, which contradicted all polls published before the election.
Early attempts to explain the results centered on the voting patterns of the
city´s southern neighborhoods, which concentrate a massive lower-income
population. Further analysis by specialists has tended to reject this
hypothesis and privileged other potential accounts. This article draws from the
“Paradigm of Recognition”, in an effort to understand the political practices
that could provide meaning to the expression “The South´s Administration” when
referring to the recently inaugurated city government. Based on information on
the various everyday forms of dispute over the meaning of the “The South” in
Quito, this article suggests that a sense of territorial belonging constitutes
the main platform for the building of political sense among the dwellers of
this part of the city. This confirms what was already mentioned by several
political organizations in the Southern districts of Quito as a possible
explanation of the observed outcome, even prior to the election itself.
Keywords: urban imaginary; local politics; Quito; recognition;
urban segregation; isotropy.
1. ¿Un
alcalde del Sur? Geografía imaginaria del voto en Quito
Los comicios para alcalde de
Quito en marzo de 2019 trajeron consigo un momento extraordinario de conmoción
social. Al cierre de la jornada electoral siguieron largas horas de
incertidumbre por la falta de información oficial sobre los resultados, pues a
diferencia del resto de ciudades del Ecuador, el caso de Quito se caracterizó
por una lentitud inusual en el procesamiento y difusión de los datos. En este
contexto, se produjo un ambiente desbordado de elucubraciones, más aún al
conocerse las primeras tendencias que mostraban a Jorge Yunda en primer lugar,
contradiciendo los pronósticos de las encuestas previas, que aseguraban el
triunfo del ex alcalde Paco Moncayo (El Comercio 2019a; 2019b; 2019c; Vaca 2019). Así, durante el dilatado tiempo en que se iba
confirmando la tendencia, se produjo un desborde de emociones colectivas que
desembocó en una reacción de rechazo inicial al candidato que se erigía como
triunfador. Este rechazo, expresado principalmente en la viralización de
“memes” en las redes sociales, estuvo marcado por un potente contenido clasista
y racista que descalificaba al nuevo alcalde por su origen popular y su
fenotipo racial.
En esta coyuntura, la
primera reacción ciudadana para explicar este resultado fue la idea de que el
triunfo del nuevo alcalde tenía asidero en la votación de la población del Sur
de la ciudad. No obstante, en los días siguientes a la oficialización del resultado,
los analistas políticos se preocuparon en comprobar si esta idea tenía asidero
objetivo en la territorialización de los votos. Mediante la georreferenciación
y la elaboración de mapas, desmitificaron esta hipótesis llegando a la
conclusión de que el triunfo de Yunda no obedecía a un clivaje particular en el
Sur de la ciudad, sino a una votación constante, aunque baja, pero en todo el
territorio del Distrito Metropolitano de Quito (DMQ) (Rodríguez 2019; Viteri 2019). Descartada esta primera elucubración, aparecieron
nuevos temas explicativos que tomaban como base las características atípicas de
esta elección como la gran cantidad de candidatos: 18 candidaturas inscritas,
11 más que en la elección de 2014; y la gran dispersión en el voto, pues el
triunfo se estableció con un porcentaje cercano al 22%, frente a una tradición
de alcaldías anteriores que lograban el voto de al menos la mitad del
electorado (Vaca 2019).
De esta forma, poco a poco,
el acontecimiento inesperado se volvió inteligible por medio de explicaciones
fundamentadas y la información verificable se impuso fácilmente a la especulación
ciudadana, vista como producto de la conmoción sucedida en las horas de
incertidumbre postelectoral. De cierta manera, se conjuró lo que la imaginación
puede inventar mediante la veracidad fáctica de los datos objetivos. Sin
embargo, si las coyunturas políticas resultan eventos excepcionales en los que
afloran las tensiones latentes, cabe preguntarse: ¿por qué apareció el Sur como
explicación del triunfo de un alcalde identificado como distinto a las élites y
clases medias?, ¿qué emociones movilizaron los contenidos racistas-clasistas de
rechazo hacia el nuevo alcalde? Desde los estudios de imaginarios urbanos,
dedicados a tomar en serio las fantasías, invenciones y censuras que surgen de
las subjetividades ciudadanas, estas preguntas cobran sentido.
Este artículo toma como
pretexto la trama de significaciones que se activaron en la coyuntura política
para reflexionar sobre los procesos de politización de la segregación
socioespacial en Quito. Partimos de que la referencia al Sur como responsable
del triunfo del alcalde Yunda resulta sintomática de cómo se representan
simbólicamente las demandas de mayor isotropía, entendida como distribución
equitativa de servicios urbanos, en una ciudad marcada por las desigualdades
sociales. Pero introducimos el paradigma del reconocimiento como marco
conceptual útil para comprender el sentido político que se ha gestado en la
zona Sur de la capital ecuatoriana, a partir de la reivindicación de la
pertenencia territorial.
2. La
isotropía urbana en el debate político quiteño
Desde la implementación de
la Constitución de 2008, la representación política en el DMQ ha tenido cambios
trascendentales. Este nuevo marco normativo introdujo el principio general de
“acercar las autoridades a los territorios”, lo que se tradujo en la creación
de los actuales “distritos electorales”. Así la capital ecuatoriana pasó de ser
un territorio único en términos electorales, a componerse de tres distritos
urbanos correspondientes a las zonas Sur, Centro y Norte; además de un cuarto
distrito que abarca toda el área rural. El espacio institucional en el cual
este cambio ha tenido efectos directos es la conformación del Concejo
Metropolitano que antes estaba constituido por 15 integrantes de las distintas
fuerzas políticas y que ahora se constituye con 21 concejales en donde cada
distrito pone una cuota determinada de representantes.
En el nuevo modelo, las
organizaciones políticas de minoría pierden representación y la gran innovación
política se produce en la representación territorial gracias a las
circunscripciones, aunque estas no se corresponden con las administraciones
zonales que son la institucionalidad descentralizada para la ejecución de la
política municipal. El punto central de este cambio radica en que la
representatividad territorial puede generar una mayor y mejor expresión de
demandas localizadas, dada la inequidad territorial en la distribución de
infraestructuras y servicios característica del DMQ. Así, el principio de
cercanía de las autoridades a los territorios permite una nueva praxis política
en la que los problemas puntuales de las circunscripciones se anteponen a los
problemas comunes de toda la ciudad.
Esta
conformación del Concejo Metropolitano acerca a las autoridades al territorio
y, por ende, logra un mayor nivel de representación de las demandas. El
concejal tiene una adscripción territorial más o menos referencial, pues se
trata de zonas amplias. Sin embargo, esto ha tenido consecuencias colaterales.
Por un lado, conforme más pequeño es el distrito, los mecanismos de asignación
de escaños producen un resultado favorable a las mayorías o, en el mejor de los
casos, a la primera minoría, lo que establece de facto un modelo casi bipartidario. Por otro lado, la representación local ha
provocado un cierto debilitamiento del debate de las problemáticas globales de
la ciudad en la medida en que los intereses y expresiones están más cerca de
las reivindicaciones específicas (Barrera
y Novillo 2017, 156).
Este nuevo contexto resulta
indispensable para entender la manera en que se ha posicionado “el Sur” en las contiendas
electorales más recientes. Durante el trabajo de campo en esta zona de la
ciudad, fue posible dar cuenta de tres procesos electorales, aunque el interés
investigativo no estuviera enfocado en la política local. En la campaña
política para las elecciones municipales de 2014, varias organizaciones
sociales y culturales de la capital ecuatoriana apelaron al eslogan: “El Sur
también es Quito”, para comprometer a los candidatos a la alcaldía a reforzar
la atención a esta zona. Este eslogan resultó una forma de politizar la
inequidad que históricamente ha caracterizado a este sector de la ciudad.
Pocos años después, en la
campaña para las elecciones de representantes provinciales a la Asamblea
Nacional en 2017, varias de estas organizaciones sugerían que quienes aspiraban
al cargo por el distrito electoral Sur de Quito debían residir en ella y no
únicamente “conocer las necesidades”, para representar adecuadamente las
demandas de la población de esta zona. Desde su perspectiva, consideraban una
impostura pedir votos a los residentes del Sur y vivir en zonas consideradas de
mejores servicios y de mayor estatus.[i]
Para la elección a la
alcaldía en 2019, estas organizaciones orientaron su quehacer político hacia el
reto de unificar figuras políticas para impulsar “una candidatura del Sur”
capaz de llegar a la alcaldía desde esta plataforma. En sus cálculos
consideraban que la densidad de la zona más poblada de la ciudad, especialmente
los sectores de Quitumbe, Turubamba y Solanda, podría
garantizar un triunfo electoral. Sin embargo, la fragmentación política que
caracterizó a la elección en general influyó para que esta propuesta no se
concretara en un liderazgo único.
Lo que resulta notorio en
esta síntesis de un proceso de varios años es el crecimiento del horizonte
político de las organizaciones del Sur. La demanda inicial, limitada a recibir
más atención, se ha ampliado hacia la posibilidad de incidir decisivamente en
la definición de la máxima autoridad de la ciudad. Aunque no se trata de una
relación causal, es necesario considerar el paralelismo entre el nuevo marco
normativo que promueve una mayor filiación territorial de la representación
política mediante los distritos electorales, y el crecimiento del panorama de
incidencia del Sur en la política local, que imagina la posibilidad de “poner
alcalde”.
Pero lo paradójico de la
elección de 2019 es que, a pesar de que en el campo de la práctica política la
idea de una alcaldía del Sur resultó un intento fallido, el primer significado
que se dio al resultado es precisamente que esto había ocurrido. Esta paradoja
se vuelve más profunda si se considera dos procesos: por un lado, la
heterogeneidad social del Sur actual en la que coexisten clases populares y
clases medias con un importante poder adquisitivo que hace difícil una visión
única de las demandas de este territorio. Por otro lado, el declive de las
organizaciones barriales que estaría en un momento de reducida capacidad de
incidencia en la política local.
Respecto a la diversidad de
intereses al interior del Sur, una manera sintomática de constatarla es
precisamente poner atención al voto. Uno de los pocos análisis que existen
acerca del resultado electoral es el propuesto por Unda
(2019). Su explicación de las preferencias del electorado entre los
cuatro candidatos con mayor puntaje se guía por una visión socioespacial de los
territorios. Mediante la desagregación del voto al interior de las parroquias
que componen cada circunscripción electoral del DMQ, muestra la similitud de
las preferencias electorales entre las periferias tanto del Norte como del Sur,
y a su vez ciertas similitudes entre las zonas más consolidadas de ambas
circunscripciones. A una menor escala, la “territorialidad” del voto se vuelve
más notoria y esto sería el reflejo de las condiciones sociales mayoritarias de
cada localidad.
En
sus palabras, “el voto en Quito tuvo un sello social inequívoco, y los
distintos grupos sociales actuaron guiados por su instinto de clase, resultando
en una votación relativamente homogénea socialmente” (Unda
2019, 41). Esta lógica es clara al analizar la votación de la circunscripción
Sur en la cual las parroquias con mayor población correspondiente a clases
populares se inclinaron por las candidaturas de Yunda y Maldonado, y en los
barrios de clases medias se incrementó la aceptación de las candidaturas de
Moncayo y Montúfar.[ii]
Por ahora este dato sirve para pensar que la diversidad social del Sur tiene su
correlato en las preferencias políticas y que la idea de un Sur como bastión de
“lo popular” es precisamente una representación mitificada.
Sobre el declive del
movimiento barrial, existe mucha más información. Un punto en común de la
bibliografía disponible señala que, en lo que va del presente siglo, el llamado
“movimiento barrial” se encontraría en un momento de crisis. (Torres 2016; Unda 2004;
Barrera 2004). Estos autores señalan que el movimiento barrial
habría tenido una suerte de “edad de oro” durante la década de 1980 con el
despliegue de la movilización a fin de conseguir la atención municipal en la
implementación de servicios básicos. Incluso según Torres, en este momento de
alta politicidad, las organizaciones barriales
lograron cierto nivel de asociación entre ellas, lo que llevó a plantearse
temas que sobrepasan la atención inmediata de los déficits de infraestructura y
servicios:
Algo inédito
ocurrió en el movimiento poblacional quiteño con la formación de las
organizaciones barriales de nivel federativo, organizaciones de segundo grado,
que bajo la denominación de federaciones, cooperativas y uniones buscaban
representar zonalmente a los barrios con agendas que iban más allá de las
demandas inmediatistas de infraestructura urbana, interpelando la política
urbana concertada con una agenda de reivindicaciones urbanas […], y
protagonizaron numerosas luchas contra la cota de altura urbanizable,
emplazamientos inadecuados de plantas industriales en los contornos de los
barrios periféricos, el hospital del sur, la defensa de los mayores espacios
verdes ahora constituidos como parques metropolitanos, entre otras (Torres
2016, 76).
Por su parte, Novillo
sostiene que la vitalidad del movimiento urbano quiteño tiene un marco temporal
más amplio, en tanto abarca la década de 1990 y se extiende hasta el primer
quinquenio del siglo XXI. Su lectura se sustenta al introducir la relación de
las luchas sociales locales con los movimientos sociales globales mediante
instancias como el Foro Social Mundial y su aterrizaje en los problemas
urbanos. En sus palabras, “el movimiento popular urbano de Ecuador tuvo un
desarrollo destacado desde los años 90 y respondió a un escenario particular de
consolidación de una agenda regional de lucha por el derecho a la ciudad; sin
embargo, en la última década, no ha encontrado asideros sobre los cuales
anclarse” (Novillo 2015, 32).
Si bien estos y otros
estudios sobre la política local coinciden en el declive del movimiento barrial
quiteño a inicios del presente siglo, también presentan diferencias respecto al
alcance de distintos factores de este debilitamiento. Así aparecen elementos de
análisis como 1) las sucesivas iniciativas de institucionalización de la
participación ciudadana desde la Municipalidad; 2) el fortalecimiento de las
lógicas clientelistas de gestión de demandas y lealtades políticas; 3) el
posicionamiento de Quito como escenario privilegiado de la contienda política
nacional; 4) la hegemonía cultural de las élites para definir la identidad de
la ciudad, entre los más importantes (Burbano de Lara 2009; Unda
2004; Barrera 2004; Torres 2018). A estos factores se pueden añadir temas más
recientes como la profundización del tutelaje de los movimientos sociales
durante el Gobierno correísta, en el cual según
Novillo las organizaciones sociales fueron instrumentalizadas como la
contraparte social que defiende la actuación gubernamental, restándoles
autonomía en trazar objetivos propios (Novillo 2015).
Entonces, si en términos
socioeconómicos el Sur alberga distintos estratos sociales que no
necesariamente comulgan en demandas e intereses únicos, y en términos políticos
la organización barrial estaría en declive y sin el tiempo necesario para
recomponerse después de un período de mayor tutelaje, ¿tiene sentido pensar en
un crecimiento en el horizonte político de las organizaciones del Sur? Creemos
que esta lectura tiene cabida, si en lugar de atender a las prácticas de las
organizaciones políticas formales, volcamos la mirada hacia los procesos
cotidianos de politización de la tradicional desvalorización simbólica del Sur
de Quito. Para tejer esta lectura, se desarrolla brevemente algunas ideas
centrales del paradigma del reconocimiento aplicado al tema de la segregación
urbana.
3. La
segregación como problema de reconocimiento
En los últimos 20 años, el
Sur de Quito ha experimentado un importante proceso de consolidación urbana, no
solo por la dotación de servicios básicos como agua, luz eléctrica y
alcantarillado, sino también por el desarrollo de centros de comercio y
abastecimiento masivo como los centros comerciales, y más recientemente por la
implantación de infraestructuras de salud, educación y de administración
pública significativas en este territorio. Este mejoramiento no significa que
los desequilibrios territoriales se hayan resuelto completamente, pues los
análisis especializados señalan una estructura o matriz segregativa que resulta
muy difícil de desmontar. Es claro que si bien Quito es actualmente una ciudad
más isotrópica que hace 20 años, persiste una estructura de desigualdad
territorial en la cual, sobre la histórica división norte-sur, se ha
superpuesto un modelo centro-periferia en el que los extremos de la ciudad
presentan menores condiciones de vida que los núcleos centrales (Godard y Andrade 2017; Unda
2019).
En trabajos anteriores hemos
argumentado que lo particular del caso de Quito es una situación de
“segregación imaginaria”, en tanto se mantiene activo el discurso del Sur como
lugar subalterno, a pesar de la reducción del déficit de equipamientos logrado
en las últimas décadas (Santillán 2019b). El imaginario es capaz de imponerse a
la realidad fáctica precisamente porque se nutre de los deseos colectivos y la
energía de la creatividad ciudadana; como sostiene Silva, una situación “es
real porque es imaginada” (Vera 2017, 335). De esta manera, el concepto de imaginario permite
ampliar la comprensión simbólica de la segregación, pues muestra que la
estigmatización de un lugar puede permanecer vigente pese a las
transformaciones de sus condiciones materiales. Esto implica que el orden
simbólico tiene una independencia relativa física de la ciudad y que los
procesos de significación del lugar son en sí mismos una arena de disputas
territoriales al igual que sus problemáticas materiales (Santillán 2019a).
El trabajo de Wacquant ha sido un referente en el estudio de los estigmas
territoriales; la noción de “topografía de desprestigio” (Wacquant et al. 2014,
226) permite comprender que la ciudad se puede analizar
no solo como una cartografía de las desigualdades materiales, sino una
cartografía de la desigualdad en el acceso al capital simbólico. También
Sabatini aporta la noción de “segregación subjetiva” (Sabatini 2006, 20) para dar cuenta de los efectos simbólicos negativos
de los barrios de menor prestigio. Para los pobres urbanos, “los estigmas
territoriales recaen sobre sus espaldas como desaprobación social, limitando
significativamente sus oportunidades laborales y de integración funcional y
simbólica a la comunidad mayor de la ciudad” (Sabatini 2015, 32). Otros trabajos coinciden en la profundización de
este efecto negativo de confinamiento de las poblaciones vulnerables; es el
caso de la noción de “segregación agravada” que proponen Carman
et al. (2013, 23) para enfatizar la diferencia entre quienes están
atados a un territorio porque no tienen otra opción, frente a quienes optan
voluntariamente por la autosegregación, como es el
caso de los grupos poseedores de mayores capitales.
Estos aportes han ampliado
profundamente la comprensión de la segregación urbana, pero queda aún pendiente
la representación en el debate político de los conflictos que conlleva la
segregación subjetiva. Este planteamiento invita a pensar que, en este énfasis
en el estudio de la política urbana como expresión de conflictos
económico-territoriales, quedan relegadas a un segundo plano problemáticas
relacionadas con el trabajo de significación que dota de sentido a los espacios
marginales. Entonces vale preguntarse no únicamente por las desigualdades
objetivas de las ciudades, sino también por las narrativas que se tejen sobre
determinados lugares calificados como “carentes”, “desatendidos”, “marginados”,
etc., ya sea desde las instituciones públicas, los medios de comunicación o la
conversación cotidiana. Así, aunque esta línea de trabajo no es la
predominante, en la región existen investigaciones muy significativas que
apuntan a problematizar la estigmatización desde las sensibilidades y los
puntos de vista de las poblaciones segregadas (Segura 2013; Cervio 2008;
Márquez 2013; Elorza 2019).
Sin embargo, queda pendiente
dar una perspectiva política a la dimensión subjetiva y simbólica de la
segregación, capaz de hacerla existir en el lenguaje del debate político. La
reflexión crítica sobre las desigualdades se ha fortalecido ampliamente en la
región y cuenta con una comunidad académica y un espectro de movimientos
sociales urbanos que trabajan en torno a conceptos como “justicia espacial” o
“derecho a la ciudad”, como categorías útiles para politizar la exclusión
socioespacial que representa para los pobres urbanos la segregación. Pero bajo
esta mirada, el campo de disputa por las significaciones y el orden simbólico
parece un problema secundario, cuya resolución se desvanecería al conquistar
una ciudad más isotrópica. Como bien señala Melé:
La
situación actual y reaparición de las teorías marxistas en los estudios urbanos
bajo la influencia de la geografía radical plantea una paradoja. Por una parte,
genera un nuevo interés por el estudio de los conflictos urbanos pero, al
mismo tiempo, limita el análisis de las dimensiones políticas de
estas situaciones, ya que se enfoca en las dimensiones económicas y los
vínculos entre conflictualidad y recomposición
neoliberal del capitalismo (Melé
2016, 131).
Con miras a fortalecer la
proyección política de la segregación subjetiva, proponemos introducir como matriz
teórica el paradigma del reconocimiento. Aunque sean muy escasos los trabajos
sobre conflictos urbanos que han acogido las preocupaciones por el
reconocimiento, esta entrada ha sido uno de los pilares conceptuales en el
campo de los movimientos sociales, pues permite comprender el sentimiento de
desvalorización como uno de los principales motores que alimenta las
reivindicaciones sociales. Una noción sugerente en este campo es la de “escasez
de respeto”:
Cuando la
sociedad […] solo destaca a un pequeño número de individuos como objeto de
reconocimiento, la consecuencia es la escasez de respeto, como si no hubiera
suficiente cantidad de esta preciosa sustancia para todos. Al igual que muchas
hambrunas, esta escasez es obra humana; a diferencia del alimento, el respeto
no cuesta nada. Entonces ¿por qué habría de escasear? (Sennett 2009, 18).
Esta reflexión apunta a que
el respeto es un elemento sustantivo en los vínculos sociales, sin embargo, su
asignación depende de complejos mecanismos mediante los cuales solo
determinadas formas de vida son consideradas valiosas. A diferencia de términos
sociológicos como “estatus” o “prestigio” que permiten captar las jerarquías de
valoración social, el problema del reconocimiento presenta un componente de
reciprocidad, y de ahí su valor como categoría para entender la trama de las interacciones
sociales. En una línea similar se destaca el trabajo teórico de Honneth (2011; 2009); para problematizar la asignación de
reconocimiento, el autor utiliza la manifestación de su contrario, el
desprecio, y así logra captar el problema no como la ausencia de algo, la
“falta de reconocimiento”, sino la forma activa de su negación: la asignación
de menosprecio. Su argumento se inscribe en la tradición de la teoría crítica y
propone que el desprecio constituye un estado de alienación social que impide
reconocer la valía de determinados sujetos y/o prácticas.
Siguiendo los lineamientos
de debate teórico acerca de las especificidades y conexiones entre las demandas
de redistribución y las de reconocimiento (Fraser 1997; Honneth
2010; Sennett 2009), consideramos que el problema de los efectos de los
estigmas territoriales sobrepasa el plano de las carencias materiales, y por lo
tanto su visibilidad política no basta con abogar por el mejoramiento de la
isotropía urbana, aunque esto sin duda es importante. Como se muestra a
continuación, en el caso de Quito el paradigma del reconocimiento resulta un
insumo apropiado para desarrollar una lectura alterna de la proyección política
de la disputa por la asignación de capital simbólico.
4. Los
repertorios de significación del espacio estigmatizado y su proyección política
El estudio de los estigmas
territoriales ha generado importantes trabajos que muestran el punto de vista
de los sujetos que habitan lugares sistemáticamente desprestigiados. Lo común
en estas situaciones es que el desprestigio del lugar se traslada a sus
habitantes, otorgándoles atributos negativos tales como pobreza, criminalidad,
vicios, etc. Aunque cada contexto es diferente, los estudios hablan de un
repertorio de estrategias que van desde el ocultamiento hasta la reivindicación
que se establece de acuerdo a lo que se espera lograr de la interacción con
diversas instancias como instituciones de gobierno, medios de comunicación, el
mercado laboral, entre otros (Wacquant et al. 2014,
220). En este panorama, las estrategias más referidas se
ubican precisamente en los extremos; por un lado, están documentadas
estrategias de negación del lugar de residencia como dar direcciones falsas o
evitar recibir visitas. Por otro lado, las formas de activismo que disputan la
presencia en los lugares también han sido investigadas en casos como
organizaciones que demandan servicios, que impiden acciones de desalojo o
intervienen estéticamente el barrio para darle una contraimagen
positiva.
Este repertorio es
pertinente para describir distintas formas de disputar la significación del Sur
de Quito, pero si se considera la situación de “segregación imaginaria”
mencionada, el escenario de disputa cambia. La desvalorización sistemática del
Sur deviene menos de una situación objetiva de carencias en la dotación de
servicios, cuanto de la reproducción de una narrativa de menosprecio. Esta
narrativa muchas veces se enuncia con consciencia de su sentido contra-fáctico, pues a pesar de que se tiene cierto
conocimiento de que la situación real no es como se la representa, esto no
impide el ritual de humillación que se expresa en la interacción comunicativa.
En este contexto, durante
las dos últimas décadas y a la par de la consolidación urbana se ha producido
una contraimagen afirmativa del lugar. Frente a la
imagen negativa clásica del Sur basada en asociaciones con la carencia
económica, la delincuencia e inseguridad y la falta de servicios que lo hacían
“pobre”, “feo”, “sucio” e “inseguro”, se puede
apreciar en la actualidad una autorrepresentación
afirmativa que otorga al Sur virtudes morales que se anteponen a las cualidades
del llamado Norte como “ser más alegres y divertidos”, “ser más sociables y
solidarios” o “pagar las cuentas en efectivo” (Santillán 2019b). No obstante,
esta autorrepresentación positiva está focalizada en
la misma población del Sur y no necesariamente es compartida por el resto de la
población de la ciudad. Es decir que no se produce la situación de reciprocidad
que Honneth plantea como necesaria para el ejercicio
efectivo del reconocimiento.
Por eso en Quito la pregunta
¿dónde vives? implica necesariamente ubicarse en una geografía simbólica en la
que la adscripción al Sur conlleva el conflicto potencial o latente de la
desvalorización. Por ello cualquier respuesta que se declare ante la pregunta
implica un posicionamiento consciente o inconsciente del campo semántico que se
deriva de la imagen estigmatizada. Es este escenario, el que provee el material
para pensar una suerte de micropolítica cotidiana que disputa la significación
del Sur. Esto no quiere de decir que hayan desaparecido las estrategias de
negación y ocultamiento que aún persisten de manera sutil en situaciones como
evitar mencionar el barrio preciso y declarar que sencillamente se “vive en el
Sur” como localización genérica, o modificar el lugar sustituyendo el barrio de
residencia por otro dentro de la zona Sur pero con
mejor reputación, como la “Villa Flora” o “El Recreo”,[iii]
que son los más nombrados en esta estrategia. También se puede mencionar
verazmente información precisa del barrio o sector, pero existen diferencias
importantes en el posicionamiento de esta respuesta que se manifiestan en la
entonación; así como puede expresarse en tono afirmativo y de orgullo, también
hay ocasiones en que se expresa como disculpa por no ser la respuesta aprobable
por quien pregunta.
No obstante, emergen también
reacciones que muestran la inconformidad con la narrativa desvalorizante.
Por ejemplo, se ha fortalecido mucho una actitud de ignorar los agravios, en la que los
residentes del Sur optan por hacer caso omiso a las bromas bajo la certeza de
que la realidad no es como la representan las injurias, y por ende afirman “no
perder tiempo en dar explicaciones”. Si bien el sentido reivindicativo de esta
opción es ambiguo en tanto oscila entre ser indiferente o condescendiente con
el agravio, al menos se asienta en la certeza de que la situación desfavorable
que se endilga termina por ser irreal o falsa. La agencia más notoria se
expresa en la variedad de formas de enfrentar
utilizando la imagen mítica del Norte como antagonista. Generalmente se apela a
virtudes morales y la vida vecinal: “Acá somos más solidarios”, “acá hay más
alegría”, “acá se mantienen las tradiciones culturales”, “allá viven
encerrados”, “allá la calle es muerta, no hay vida”; a las ventajas de la
consolidación urbana “acá tienes todo y más barato”; o cuestionando el sentido
de superioridad del Norte como lugar de enunciación: “Porque tienen más se
creen más”, “acá hay más dinero en efectivo, allá solo usan tarjetas”, “allá
presumen el carro, pero no tienen para la gasolina”.
Finalmente se puede apreciar
formas de utilizar a favor la
localización en el Sur, que consiste en capitalizar simbólicamente la
procedencia al Sur como carta de presentación que asigna ciertos atributos como
rebeldía o tenacidad: “El rock del Sur es auténtico”, “el grafiti del Sur es
mejor”. Incluso en ciertas ocasiones se refiere a una forma de ser respetado
por ser temido, asumiendo en su favor los aprendizajes de la supuesta
peligrosidad del lugar, “conmigo no te metas que yo soy del Sur”.
Este entramado de disputas
que se despliega en torno a la pregunta por el lugar de residencia muestra que
la isotropía no es el único punto en conflicto de una ciudad en la que conviven
sujetos desiguales y diferentes. El énfasis de este repertorio que reivindica
el Sur apunta a desestabilizar la geografía simbólica del desprestigio, lo que
muestra la importancia de la sistemática falta de reconocimiento que caracteriza
a la capital ecuatoriana. Pero a diferencia de la politización de la isotropía,
que históricamente ha sido el objeto de las demandas sociales a la autoridad
municipal, la demanda de respeto no tiene una instancia claramente identificada
frente a la cual expresarse.
Se trata de una
micropolítica no institucionalizada ni organizada, con una narrativa
teleológica de cambio social ni una estrategia programática que defina los
medios oportunos para alcanzar los fines propuestos. Por eso es difícil de ser
captada por el estudio formal de la política, en el cual la isotropía se
mantiene como el objetivo de las luchas sociales urbanas. El repertorio
expuesto muestra formas de orgullo y autoafirmación capaces de desafiar la
jerarquía histórica entre ambas zonas, que no se dirigen a las autoridades
municipales específicamente, sino a un campo de significaciones que puede
encarnarse en los medios de comunicación, en el mercado laboral, en el sistema
educativo, en los estudios de mercado, o estar presente
en la conversación cotidiana.
Vemos entonces un
paralelismo entre este proceso de significación afirmativa del Sur con el
cambio en el horizonte de las elecciones locales mediante la idea de que es
posible una “alcaldía del Sur”. Aunque en la retórica pública este cambio puede
sustentarse en el déficit de isotropía, desde el análisis de la segregación
subjetiva es claro que este naciente proyecto político conlleva una demanda
oculta de reconocimiento. Con este insumo se puede captar la densidad simbólica
de la transformación que propone: la “zona olvidada” históricamente que ahora
es capaz de dirigir el futuro de la capital.
Queda aún mucho terreno por
explorar, sobre todo las mediaciones y las acciones concretas de las
organizaciones que pudieran capitalizar y proyectar este sentir emergente de
disputa simbólica hacia la esfera electoral. Y la reacción de las élites
acostumbradas a ejercer el rol directriz e imponer la narrativa hegemónica de
Quito es aún incierta. Pero al menos por ahora y con base en la evidencia
empírica del repertorio expuesto, creemos que es viable una lectura de una
creciente politización de la segregación subjetiva. Aunque esta politización
puede ser difusa en tanto no identifica un antagonista claro como es el
Municipio frente a las demandas de mayor isotropía, es el respaldo para
imaginar un nuevo orden posible.
5. Conclusión
La hipotética alcaldía del
Sur que se discutió en Quito tras la elección del alcalde Yunda contiene una
serie de elementos que ponen en juego las fracturas sociales de la ciudad
contemporánea. Si bien esta idea irrumpió en la esfera pública a partir de la
sorpresa de las élites quiteñas frente a un resultado que les causó rechazo, su
origen puede rastreare en el fortalecimiento del ideario político de las
organizaciones del Sur, que se ha fortalecido paulatinamente desde la
implementación de los distritos electorales.
Los pocos estudios sobre la
política local señalan que la capacidad de movilización de las organizaciones
sociales para interpelar a las alcaldías de turno se encontraría en momento de
retroceso frente a décadas pasadas. Este diagnóstico tiene soporte si se mira
la política desde sus manifestaciones más institucionalizadas: organizaciones
sólidas, agendas programáticas claras, capacidad de movilización, etc. Pero
desde la comprensión de las sensibilidades ciudadanas se puede mirar el
surgimiento de estrategias de resignificación que disputan el orden simbólico
que asigna al Sur una cualidad de subalternidad.
La dinámica social de la
capital ecuatoriana se caracteriza por la segregación que tensiona los vínculos
sociales. En este sentido, la reducción de las desigualdades urbanas en las
décadas recientes no necesariamente conlleva un trato cotidiano de
reconocimiento recíproco. Por esto, para poder leer las tensiones de la
segregación subjetiva, introducimos las categorías de respeto, reconocimiento y
menosprecio para captar la proyección política de las formas de disputar la
pertenencia al Sur que han surgido en lo que va de este siglo. Estas
herramientas permitieron pensar que en estos años se haya producido una
expansión silenciosa de la conciencia política, que se expresa no tanto en la
movilización callejera sino en el cambio en el horizonte político.
Las demandas de
redistribución se mantienen vigentes y se proyectan permanentemente hacia los
objetivos de la agenda municipal desde las lógicas de participación
institucionalizadas. Pero en la trama del orden simbólico, el deseo proyectado
en la “alcaldía del Sur” expresa una demanda de reconocimiento que está latente
y que se mimetiza detrás del lenguaje de la desigualdad material. De ahí que se
pueda extender el ideario político, que ya no se reduce a la posibilidad de
incidir en el gobierno de la ciudad, sino que emerge la posibilidad de definir
la máxima autoridad de la ciudad, es decir, de gobernar la capital “desde el
Sur”.
Aunque la discusión política
de la ciudad siga una lógica reactiva a las diversas coyunturas, creemos que lo
ocurrido en la reciente elección de alcalde da cuenta de cambios profundos en
las dinámicas sociales de la ciudad. Temas recurrentes del debate público como
la llamada “crisis de representación”, “falta de liderazgo”, “ausencia de
proyecto de ciudad” o “el abandono de las élites” son expresiones que
únicamente dan cuenta de los síntomas de cambios profundos que vienen
ocurriendo en Quito, sin que hayan logrado ser comprendidos en su complejidad.
Por esto hemos tomado el último proceso electoral como pretexto para poner
sobre la mesa el campo de las significaciones como escenario en el que se
expresan tanto los conflictos latentes como los horizontes y las expectativas
de cambio.
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Notas
[i] Precisamente como
resultado de esa elección Jorge Yunda integró la Asamblea Nacional como
representante del Distrito Sur de Quito.
[ii] Luisa
Maldonado fue concejala por el Sur de Quito en varios períodos desde 2009 hasta
2018, obtuvo el 18,42% de los votos totales; Paco Moncayo fue alcalde de Quito
en dos períodos consecutivos (2000-2004 y 2004-2009); y obtuvo el 17,78% de los
votos. César Montúfar fue asambleísta nacional en el período 2009-2013 y obtuvo
el 16,93% de votos.
[iii] Barrios del Sur.