1. La lucha por nuestros desaparecidos(as) en México
A consecuencia de la “guerra contra el narcotráfico”, estrategia de seguridad militarizada para combatir al crimen organizado que se implementó en México en 2006 y perdura hasta la fecha, el fenómeno de la desaparición se ha multiplicado hasta contabilizar, al menos, 61 637 personas desaparecidas hasta diciembre de 2019 (SEGOB 2020). En este contexto, el estado de Nuevo León, en el norte del país, se convirtió en una plaza en disputa entre grupos del crimen organizado, lo que generó una crisis de inseguridad que se tradujo en aumentos exponenciales de violaciones graves a los derechos humanos, asesinatos y ejecuciones extrajudiciales (Martos 2017, 8).
Una problemática muy grave y silenciosa se apoderó de Nuevo León: la desaparición de personas de forma involuntaria y forzada. Este es uno de los cuatro estados con mayor cantidad de personas desaparecidas en el país, que registró 2919 casos en la entidad entre 2006 y abril de 2018: 762 mujeres y 2157 hombres (SEGOB 2018). Fue entre 2010 y 2012 que este delito alcanzó sus niveles más críticos, cuando se registraron alrededor de 1500 desaparecidos en el estado (Martos 2017, 9).
Algunas de las características específicas del contexto local de violencia extrema en que se expresó este arquetipo en el norte de México incluyen la participación de diversos grupos armados, estatales e ilegales, en el conflicto; desapariciones forzadas y a manos de particulares; y una profunda estigmatización de las víctimas bajo la premisa de que “las personas que desaparecen están vinculadas a actividades delictivas y son víctimas de ajustes de cuentas” (Martos 2017, 22).
Conforme a los datos del Observatorio sobre Desaparición e Impunidad, los perfiles de los desaparecidos señalan que la mayoría de las víctimas de este delito son hombres (86,7%) de entre 18 y 33 años de edad en el momento de su desaparición, con estudios de secundaria o preparatoria, laborando en los ramos de conducción de transporte, comercio, o estudiando. Las mujeres desaparecidas, que representan el 13,3% de los casos denunciados y analizados por el Observatorio, tenían en su mayoría entre 18 y 25 años, con grado de escolaridad de secundaria, dedicadas al trabajo doméstico o al estudio (Martos 2017, 28).
En la actualidad mexicana, así como en la historia de América Latina, las mujeres son quienes en la mayoría de los casos toman el papel de liderar la búsqueda para encontrar al familiar desaparecido: ¿por qué son las madres, abuelas, esposas, hermanas e hijas quienes deciden buscar a sus seres queridos? Como respuesta a esta interrogante, Maier (1990, 69) sostuvo que el fenómeno de los comités de madres representa una de las formas mayoritarias de participación política y social femenina en la región, reflejo de una realidad propia de las mujeres, pues las necesidades que las orientan a movilizarse pública y políticamente responden a sus tradicionales papeles genéricos de madres, esposas y amas de casa. En lo anterior la autora reconoce una contradicción, puesto que la salida del encierro hogareño rebasa los límites de la definición tradicional del género femenino, desde la que se ha promovido la exclusión de las mujeres de la actividad pública para confinarlas a lo privado y al mandato de la familia (Maier 1997, 5). Se configuran así estereotipos como el de la madre cuidadora, que se imponen y reproducen en complejos procesos de socialización derivados del orden sexo-género (Lagarde 1993, 169).
Al estudiar las dimensiones de género y familia en las memorias narrativas de represión en el Cono Sur, Jelin (2011) considera que, como víctimas indirectas, el sistema afectó a las mujeres en su identidad familiar como madres y esposas y que, para sobrellevar estas responsabilidades ancladas en el parentesco, ellas movilizaron otro tipo de energía con base en sus roles familiares “tradicionales”, en una lógica diferente a la política, pues partía de los sentimientos, del amor y una ética de cuidado para denunciar crímenes contra sus familias, dando pie al familismo y el materialismo en la esfera pública:
La imagen paradigmática es aquella de la madre simbolizada por las Madres de la Plaza de Mayo con sus pañuelos en la cabeza, la madre que deja la esfera privada “natural” de su vida familiar para invadir la esfera pública buscando a su hijo o hija secuestrado/a-desaparecido/a (Jelin 2011, 562).
En 2012 surgió el colectivo Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos(as) en Nuevo León (FUNDENL) –posteriormente oficializado en 2014 como Asociación Civil– conformado por “un grupo de personas que tienen familiares desaparecidos de manera forzada o que fueron secuestrados en Nuevo León” (FUNDENL 2012). También está integrado por personas que, sin tener algún familiar desaparecido, se han sumado a dicha búsqueda. “Porque vivos se los llevaron, vivos los queremos”, el lema de FUNDENL, deviene de la lucha histórica del Comité Eureka, organización de madres y familiares de desaparecidos fundada por Rosario Ibarra de Piedra, cuyo hijo fue desaparecido en el mismo estado de Nuevo León durante la “guerra sucia” (Maier 1990, 70). Su objetivo como grupo es la presentación con vida de “nuestros desaparecidos y desaparecidas”, en alusión a la naturaleza social y colectiva del problema generalizado de las desapariciones: “Somos un grupo de madres, esposas y abuelas que estamos buscando a nuestros hijos, esposos, nietos y sufriendo las calamidades de un Estado indiferente, inepto, coludido, en una corrupción terrible en México” (entrevista a Leticia Hidalgo, 13 de enero de 2019).
Sus estrategias incluyen el seguimiento jurídico de los casos de forma independiente, la participación en mesas de trabajo con el gobierno y el fomento a la capacitación de las autoridades por parte de expertos solidarios, así como el bordado por la paz en la Plaza de los Desaparecidos, lugar simbólico en el espacio público que resignificaron y tomaron para hacer visible su lucha en 2014 (De Vecchi 2018, 180). La preservación de la memoria de vida de los desaparecidos por medio de instrumentos sensitivos (Jasper 2011, 298), como pañuelos, murales o relatos, entrelazada con la dimensión emocional del movimiento, es una respuesta activa contra la estigmatización de sus seres queridos ausentes e interpela la indiferencia de la sociedad a esta problemática que ha alcanzado a cerca de 3000 familias en la entidad entre 2006 y 2018, según cifras de los casos denunciados en el Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas (SEGOB 2018), que suelen ser la minoría. En protestas, universidades y medios de comunicación, las madres y esposas de FUNDENL se volvieron referentes de la lucha de las mujeres por los derechos humanos en Nuevo León, así como portavoces de un poderoso mensaje de esperanza y responsabilidad compartida que toca corazones y busca sensibilizar a la sociedad sobre esta problemática común: las y los desaparecidos nos faltan a todos.
El estigma no solo alcanza a las y los desaparecidos por las acciones delictivas que se les atribuyen de manera infundada, sino que se extiende a sus madres, por la responsabilidad simbólica que se les imputa en la formación moral en nuestra sociedad. Como afirma De Vecchi (2018, 148), el discurso criminalizante que culpa a las víctimas para justificar la negativa del gobierno para investigar estos crímenes obliga a las y los familiares no únicamente a buscar a su pariente ausente y a los responsables de su desaparición, sino a “probar”, de alguna manera, la inocencia de sus seres queridos.
Las mujeres aprendieron a canalizar su dolor para convertirlo en un problema público haciendo uso del lenguaje de los derechos humanos (Hincapié Jiménez 2017, 99). Mediante la acción social y la capacitación, FUNDENL ha logrado extender su agencia y alcance como grupo; sus integrantes, madres de familia y trabajadoras, han desarrollado conocimientos técnicos en temas jurídicos, periciales y políticos al tiempo que han fortalecido sus capacidades críticas para interpelar a las autoridades y a la sociedad, oratoria, relaciones públicas y de acción social; incluso han diseñado y puesto en práctica, con ayuda de expertos, su propia metodología para llevar a cabo búsquedas ciudadanas de restos humanos en campo con el fin de adelantarse al gobierno, que solo simula investigar desde sus escritorios.
Las estrategias de organización, agendas, acciones y resultados de estos procesos colectivos en la búsqueda de verdad y justicia liderados por mujeres han extendido su alcance durante la década de la guerra contra las drogas en México, y se han posicionado como parte importante de la sociedad civil mexicana. Desde una perspectiva feminista, en el presente trabajo sostenemos que, aunque estas mujeres se movilizan en primera instancia por un factor precipitante relacionado con su rol como madres y esposas, una atención cercana a su proceso de conformación como sujetas políticas y colectivos permitirá entrever que, si bien retoma las experiencias de vida de estas mujeres, con los mandatos y tensiones de género que de ellas se derivan, el activismo de las familiares de víctimas hace uso estratégico de los roles de la maternidad para incorporarlos a su identidad colectiva, discurso y prácticas; de esta forma interpelan política y emotivamente desde la plaza pública. Este proceso resignifica el quehacer de las madres ante la tragedia humanitaria, denota su capacidad de agencia individual y colectiva y, a la vez, contribuye a la consolidación de otras formas de participación política para las mujeres en América Latina.
La relación entre identidad política y dimensión de género es un elemento relevante para las investigaciones feministas. Edkins (2011, 197) encontró que las mujeres son agentes clave en la repersonalización de las víctimas debido a sus roles en relación con las y los desaparecidos, como ocurrió con las Madres de la Plaza de Mayo, quienes politizaron su parentesco y dolor con la misión de reunir familias. La maternidad es un factor precipitante, clave para la movilización inicial de manera individual, pero gracias a sus procesos de empoderamiento colectivos, las madres y esposas de víctimas de desaparición devienen en defensoras de derechos humanos por medio de sus procesos de organización y acción social, fundamentales en el movimiento por la paz en México.
La investigación en conjunto con sobrevivientes de la masacre de Naya, ocurrida en 2001 en Colombia, revela que grupos afectados por la extrema violencia han construido una narrativa sobre el suceso traumático centrada en la categoría de víctima como sujeto de derechos, con un contenido emocional y afectivo, más allá de una categoría burocrática (Jimeno et al. 2018, 17). Aunque la politización de estas mujeres tuvo su origen en esta condición, se han transformado en actoras políticas, agentes de cambio, tras enfrentar limitantes como la negligencia institucional o las amenazas a la seguridad individual para posicionar sus demandas colectivas de justicia.
Se parte de la idea de que la dimensión de género, presente en sus experiencias de vida, influye en el proceso subjetivo en el que se construyen las identidades políticas, desde las que ellas se insertan en el ámbito público y las motiva a enarbolar estrategias de movilización social caracterizadas por prácticas tradicionalmente femeninas en el orden sexo-género, como es la acción colectiva del bordado por la paz, la incorporación de emociones como el amor en la protesta social y la reivindicación de la maternidad en su discurso. Mediante su activismo, las madres de desaparecidos resignifican prácticas consideradas femeninas por tradición que fortalecen su lucha y contribuyen a redefinir concepciones limitantes sobre la maternidad y el rol de las mujeres impuestas por la propia categoría de género.
El objetivo de la presente reflexión es comprender cómo la dimensión de género se refleja en la identidad colectiva y activismo de las madres y esposas de desaparecidos en el caso del grupo Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos(as) de Nuevo León (FUNDENL), colectivo de mujeres que tienen familiares desaparecidos de manera forzada o que fueron secuestrados en la entidad a consecuencia de la política de seguridad militarizada que se conoce como “guerra contra el narcotráfico”. Tomaremos como fundamento las experiencias de seis integrantes de este grupo: Lourdes Huerta, madre de Kristian Karim Flores Huerta, desaparecido el 12 de agosto de 2010; Laura Delgado, mamá de Carlos Alberto Fernández Delgado, desaparecido el 30 de abril de 2011; Maricela Alvarado, cuyo hijo César Guadalupe Carmona Alvarado fue desaparecido el 21 de julio de 2011; Leticia Hidalgo, madre de Roy Rivera, desaparecido el 11 de enero de 2011; Juana Solís, madre de Brenda Damaris González Solís, desaparecida el 31 de julio de 2011 y posteriormente identificada como víctima de feminicidio; y Luisa Castellanos, cuyo esposo y cuñado, Nicolás Flores Reséndiz y Reyes Flores, respectivamente, fueron desaparecidos el 28 de marzo de 2011.1 Estas experiencias fueron relatadas en entrevistas a profundidad mediante la técnica de historias de vida entre julio de 2018 y enero de 2019; así como la observación participante que compartimos en la Séptima y Octava Marcha de la Dignidad Nacional (2018-2019), reuniones de trabajo con autoridades y acompañamiento a otras actividades del grupo en Monterrey, Nuevo León.
2. Género, poder e identidades
La teórica feminista Joan Scott definió el género con base en las diferencias percibidas entre los sexos, pero también como una estrategia de significación diferenciada del poder; un vector que ha regido las relaciones sociales entre hombres y mujeres, y cuyo reconocimiento trae implicaciones a la interpretación de la historia (Scott 1996, 266). Se puede intuir que esta función significante y jerarquizante del género ha estado presente e influido en las biografías de las integrantes de FUNDENL al crear significados diferenciados del papel que como mujeres habían de jugar en la casa, familia, sociedad y la política, en contraste con aquellos mandatos destinados a lo masculino. Esta diferenciación sexual a la que se somete a todas las mujeres mantiene la estructura del orden de género, que perpetúa la subordinación de lo femenino y las relaciones de poder desiguales ante los varones.
Antes de convertirse en las madres en lucha de personas desaparecidas, las integrantes de FUNDENL vivieron su vida cotidiana como mujeres, madres y esposas; papeles en los que reconocen la experiencia derivada de mandatos sociales del género como dispositivo de poder, que se entiende como la red de prácticas que producen roles diferenciados para mujeres y hombres en las estructuras sociales de acuerdo con el orden sexo-género (Piedra Guillén 2004, 133). Al igual que en el caso del Comité Eureka documentado por Maier (1990, 72), previo a la desaparición, la vida e identidad individual de muchas de ellas giró en torno al mandato femenino del matrimonio y la maternidad: “Cuando me casé dejé de ser también quien era; entonces luego, luego me convertí en la esposa de…, y luego en la mamá de…”, comparte una de las madres de Nuevo León. Con base en una relación de poder que se finca en el dispositivo de género para organizar a la sociedad en identidades inteligibles (Butler 2007, 89), estas mujeres pasaron por un proceso de identificación (Jenkins 2014, 15) con los recursos culturales disponibles que su entorno ofrece (Giménez 2016, 54).
El género como dispositivo de poder, desde la perspectiva de Amigot y Pujal (2009, 116), consiste en dos operaciones interrelacionadas de producción de la propia dicotomía del sexo y de sus subjetividades y, al mismo tiempo, la regulación de relaciones de poder entre mujeres y hombres. De acuerdo con Michel Foucault (1979, 171), todo poder genera a su vez una resistencia. Por ello, gracias a su capacidad de agencia, las mujeres resisten contra esta jerarquización derivada del dispositivo de género, rechazan o resignifican roles asignados como herramientas para alcanzar sus propios objetivos. Edkins (2011, 159) afirma que la agencia se manifiesta en circunstancias que las orillaron a actuar, pues sus hijos les fueron arrebatados de forma tan violenta que llevan el peso de proteger sus recuerdos, documentando historias, nombres, trabajos, hogares, hijos y amigos, como una forma de responder al trauma.
Conforme las mujeres que se encuentran en situaciones de violencia, debido a su condición de género (Lagarde 1996, 3), despliegan más estrategias de resistencia y aumentan su alcance, se puede decir también que expanden su capacidad de agencia mediante procesos de empoderamiento. Tena Guerrero y López Guerrero plantean el empoderamiento como “un proceso que se manifiesta en el ejercicio de derechos y capacidades tanto en el ámbito familiar, social, como en el laboral” (2017, 380). A esta reflexión, se puede añadir una dimensión política del ejercicio de los derechos y capacidades, así:
los procesos de empoderamiento son posibles una vez que las mujeres han desarrollado conciencia de género y, de forma más amplia, una conciencia política, lo que favorece el ejercicio de las propias capacidades, el control de recursos de todo tipo, la definición de la propia agenda, la definición de una identidad emancipada y emancipadora, a la vez, que avances en términos de autonomía, poder de decisión y ausencia de violencia (Tena Guerrero y López Guerrero 2017, 381).
El empoderamiento se manifiesta como una estrategia primordial para el cambio, pues conduce a las mujeres a formular nuevas visiones sobre sus realidades de vida, inmediatas y políticas, que forman las bases para la construcción gradual, pero continua de estas nuevas realidades. No se puede atribuir a un factor único o en específico; por ejemplo, no se trata de un resultado natural de la desaparición forzada de un familiar. En cambio, es un proceso multidimensional y dinámico, por lo que sus componentes variarán de acuerdo con las poblaciones de mujeres en quienes se manifiesta (Tena Guerrero y López Guerrero 2017, 382).
Hochschild (1983, 163) observó que, a falta de otros recursos o herramientas, que el patriarcado reserva para la acción individual y colectiva de los varones, las mujeres hacen uso de los sentimientos como recursos gracias a las habilidades de gestión emocional que desarrollan por la socialización de género, la cual les exige una mayor labor emocional en contraste con sus pares masculinos. Los valores y roles asignados a lo femenino en el ámbito privado se traducen en prácticas de labor emocional que, mediante sus procesos de politización, se extienden a la esfera pública en el activismo que desarrollan y les permiten echar mano de mecanismos emotivos para lograr sus objetivos, enmarcándose o transgrediendo las normas del sentir.
Entendemos la identidad colectiva como un elemento que se construye a la luz de un sistema complejo de negociaciones, intercambios y decisiones, definiendo cómo puede ocurrir la acción social como resultado de determinaciones sistémicas y de orientaciones individuales y grupales (Melucci 1985, 793). Las identidades definen cómo puede ocurrir la acción social y generan manifestaciones retóricas para reclutar nuevos miembros, así como para interpelar a otros actores y a la sociedad en general. Las manifestaciones retóricas y emocionales están fuertemente ligadas con la identidad del grupo, que sirve como un marco de referencia social y cultural para orientar sus prácticas; es decir, para desplegarse efectivamente, el paquete retórico de un grupo deberá tomar en cuenta las normas de sentir asociadas con dicha identidad, ya sea para explotarlas o transgredirlas.
3. Madres y mujeres en lucha, identidad colectiva
FUNDENL es un espacio seguro en el que la identidad individual se cruza con la colectiva, pues de acuerdo con Jenkins (2014, 79), éstas son inseparables. Al ser mujeres con seres queridos desaparecidos, comparten experiencias de vida y emociones similares en un grupo en el cual pueden encontrarse validadas y respaldadas, lejos de las críticas que tienden a vivir con personas que no son sensibles ante la situación. Estas emociones reflexivas, que parten de un ejercicio de gestión emocional, dotan de identidad colectiva al grupo y lo fortalecen (Jasper 2011, 289). Por medio de su acción política, las víctimas generan comunidades emocionales que se dotan de sentido, enlazan a personas de distintos entornos, encausan la indignación y alimentan la organización social (Jimeno et al. 2018, 213). Todas las integrantes de FUNDENL distinguen a las mujeres como pioneras por la lucha de los derechos humanos en México; lucha motivada por la esperanza. Por ello Leticia Hidalgo, integrante fundadora de la organización, ahora procura nombrar al grupo en femenino como “las Fuerzas Unidas”, con el fin de que esta transgresión de los mandatos de género con un motor amoroso y político se escuche más fuerte y la lucha de las mujeres se vuelva más visible.
Resultado del cúmulo de resistencias que las madres y esposas han construido desde su agencia en respuesta a distintas violencias en sus vidas –derivadas del género como vector de opresión y, posteriormente, de la desaparición de un familiar como violencia del Estado–, las integrantes de FUNDENL transitan y avanzan en procesos de empoderamiento personal y colectivo, pues reconocen que han cambiado como individuas y que, si bien toman posición desde la maternidad, su actitud se ha vuelto de exigencia. Así lo relata “Lulú” cuando explica este cambio en su postura:
Es que ya no somos las típicas mamás que llegábamos al principio llore y llore, casi suplicándoles porque nos buscaran a nuestros hijos, y que si tú ves miles de entrevistas que nos hicieron en su momento en las redes nos ves completamente diferentes. Ahora les hablamos con huevos. Les decimos “ustedes tienen que hacer esto” (entrevista a Lourdes Huerta, 16 de julio de 2018).
Los cambios en sus identidades individuales y colectivas se desarrollan de la mano con cambios en las configuraciones de sus relaciones de poder (Foucault 1979, 170), en especial en el ámbito público, que repercuten a su vez en las relaciones del espacio privado. Las resistencias que las integrantes de FUNDENL generan hacia distintos tipos de violencias, del Estado y de género, se tejen en el avance de su empoderamiento (Tena Guerrero y López Guerrero 2017, 382) que modifica las propias relaciones de poder. Esta transición se extiende mediante un proceso social, ya que –como una de ellas recalcó– “le están demostrando” al Estado que son poderosas y pueden participar en asuntos de leyes y seguridad de los que históricamente la ciudadanía en general, y las mujeres en particular, han sido excluidas.
Gracias a la profesionalización, los conocimientos que utilizan para la búsqueda y la ampliación en la conciencia de sus derechos, aunado al sentimiento moral de la empatía de las y los colaboradores y aliados del activismo de FUNDENL, las madres avanzan y generan transgresiones en los roles tradicionales de género de las mujeres, que mandatan la pasividad. Desde la dimensión de género, se saben “guerreras, chingonas y desmadrosas”, adjetivos con los que se describen reiteradamente como grupo y se posicionan desde un nuevo poderío ante las violencias (Lagarde 1996, 16). El proceso impacta al mismo tiempo en su dimensión emocional porque este sentir se vuelve un factor que motiva a la acción social, incluso para enfrentar al propio Estado. Es muy relevante que las madres reconozcan en sí mismas y en su identidad esta ganancia de poder, como parte de un proceso de empoderamiento personal y colectivo que conlleva emociones reflexivas y consolida la identidad grupal (Jasper 2011, 295).
Las identidades políticas y sociales son indisociables de la identidad y trayectoria individual (Jenkins 2014, 68). El lazo de la familia configura una justificación básica que da legitimidad a la acción social (Jelin 2011, 562); así, su posicionamiento político deviene de un vínculo familiar que tiene un papel clave en la cultura: la maternidad. Entre las características culturales que por tradición se atribuyen a la madre, están su entrega a los otros, una misión social reproductora, la feminidad, así como otras condiciones que repercuten en la estructuración subjetiva, no solo como transmisora de ideologías hegemónicas, sino como ingredientes para la creación de identidades colectivas y transformación social (Maier 1997, 87). Aunque las características de la maternidad que representan las madres de FUNDENL parten de algunas de estas premisas, sus significados cambian a la luz de la consigna: “¡Hijo, escucha, tu madre está en la lucha!”, presente en la Marcha de la Dignidad Nacional, pues la dota de un significado político más amplio.
Al asumirse como “madres en lucha”, Juana reconoce esta expresión en su dimensión colectiva, vivencial y emocional, pues para ella consiste en cometer errores, caer y levantarse; ayudar siempre a quien se quede en el camino (entrevista a Juana Solís, 15 de enero de 2019). La constancia y el apoyo mutuo se pueden entender como elementos de gestión emocional desarrollados desde el dispositivo de género y ejercidos por estas mujeres a modo de herramientas en sus procesos de empoderamiento, con el fin de encauzar sus recursos psicoemocionales disponibles a su beneficio.
Como representación simbólica, afirman que la madre de un desaparecido es fuerte y lucha con amor para que el nombre de su hijo no se olvide. Laury piensa que se convierten en “las madres de todos” (entrevista a Laura Delgado, 24 de julio de 2018) y los sentimientos de amor por sus hijos las motivan a continuar adelante en su búsqueda, así como en otras acciones, dentro de sus comunidades, en las que también desempeñan la maternidad como guía; por ejemplo, orientan a otros chicos de sus comunidades para que vayan “por el buen camino”. Incluso, aunque Laura Delgado busca a Carlitos, su único hijo, no ha dejado de procurar hacia otros jóvenes los cuidados que aprendió de la maternidad en sus vivencias, aunque anhela volver a escucharlo a él llamándola “mamá” con la voz que con cariño recuerda.
Es pertinente distinguir que las esposas de desaparecidos, aunque comparten la pertenencia, objetivos y valores de FUNDENL, además de la experiencia de vida de la maternidad, reivindican su identidad como “mujeres en lucha” de una forma diferenciada en lugar de conformarse con la etiqueta de madres, establecida inicialmente en el discurso por las integrantes fundadoras. Mediante un proceso de empoderamiento, que implicó gestión emocional, y con apoyo de un especialista de salud mental, Luisa Castellanos trabajó en el duelo por la desaparición de su esposo Nicolás Flores, al comprender que no existe una jerarquía del dolor. Ella reflexiona sobre las diferencias que se establecen, pero que no deben ser jerarquizadas: si bien las madres tienen una conexión única con sus hijos, las esposas comparten un proyecto de vida por elección que se ve interrumpido en forma abrupta (entrevista a Luisa Castellanos, 15 de enero de 2019).
Las integrantes de FUNDENL han pasado a la búsqueda y a la exigencia, de esta manera resignifican el papel que deben de jugar las madres y mujeres ante la tragedia humanitaria (Delgado Huertas 2016, 211): de estar solas y en llanto, emergen juntas como “madresposas” en lucha, incansables y persistentes, defensoras de derechos humanos, legitimadas por las normas del sentir social (Hochschild 1983, 157) que dictan la responsabilidad de una mujer-madre de preocuparse por su familia. Aunque parten de una norma comprendida por la sociedad, transgreden convenciones sociales o emocionales que victimizan: la pasividad que tradicionalmente se ha asociado con lo femenino. Su quehacer político, tan vinculado con la dimensión emocional, nos sensibiliza como sociedad y contribuye a modificar, poco a poco, el rol político de la maternidad en nuestra cultura. Reconocen la norma social, el amor maternal, pero en su praxis dan una carga movilizadora y lo reflejan en sus actividades como colectivo (Jasper 2011, 296):
El objetivo es encontrarlos, y no solo al [desaparecido] de nosotros sino a quien salga. Hemos ido a búsquedas pero no pensamos solo en el de nosotros. Somos felices si ayudamos a alguien a regresar a casa. A buscar lo que la autoridad no busca, no encuentra. El otro es que si no es para nosotros, es para quienes vienen. (…) Entonces creo que la finalidad desde nosotros obviamente que es encontrarlos a todos, a cualquiera. Al que sea. Hay muchos que no están reportados como desaparecidos. Siento bonito de que sé que traigo esta pena tan grande por ser una de las personas indicadas de estar en esa asociación, con toda la gente que está fuera. Ojalá que se pueda lograr muchas cosas. Yo voy a estar ahí siempre (entrevista a Maricela Alvarado, 24 de julio de 2018).
Bajo la premisa de que lo político es personal y lo personal es político (Millet 1970, 21), el activismo de las madres de desaparecidos cobra un papel clave en sus historias de vida personales y las de sus familias. La familia es un elemento de la esfera simbólica del género que se asocia tradicionalmente con anhelos e ideales femeninos (Lagarde 1996, 17) y florece en las relaciones personales que ellas construyen en el grupo: “Yo por mi parte me siento como mi familia, o sea, somos una familia que nos abrazamos y sabes que el abrazo es sincero porque tienen el mismo dolor, o sea, estamos unidas por el mismo dolor” (entrevista a Juana Solís, 15 de enero de 2019).
Esta nueva familia ampliada y unida por sentimientos compartidos configura la organización colectiva en torno al objetivo primario de localizar a las y los desaparecidos, para lo cual se aconsejan mutuamente al llevar sus casos individuales; pero también de objetivos fincados en el acompañamiento, como el cuidado mutuo, la gestión emocional y la unidad que describen como “un solo corazón”:
Es el corazón de todas juntas. Ahí se concentran todos los sentimientos. O sea, es normal, somos un grupo y todas tenemos diferente forma de pensar y de hacer las cosas. Por eso cada quien maneja sus expedientes por su cuenta, cada quien trabaja con sus cosas, y captas así de “ah, lo de ella puede ir también en el mío” eso es lo que nos ayuda a intercambiar, a interpretar información, ese tipo de cosas. Pero tienes esa libertad de hacerlo. No estás sometido a lo de otras organizaciones. A veces uno dice “espérame”, porque agarran de aquí, y agarran de allá, y pues tranqui. […] Yo te diría que el punto principal son los muchachos, es encontrarlos. Pero sí, hay como una conexión entre todas, muchas similitudes de vida, de vivencias, experiencias, como le quieras llamar, de procesos, de cómo hemos vivido los procesos después de la desaparición. De cómo son los hijos, de cómo son las familias, y creo que es eso lo que nos ha llevado a protegernos entre nosotras. Por eso te digo, somos un solo corazón, todas nos unimos. Es algo muy impresionante porque son esos abrazos. Las ves, las abrazas y la calidez es increíble. Es como: “Ahí te va tu inyección, para que le sigas chingando” (entrevista a Lourdes Huerta, 16 de julio de 2018).
El dolor común, sin importar la diferencia de circunstancias y condiciones de la desaparición de cada familiar, refleja a las integrantes de FUNDENL y las une en procesos de gestión emocional compartida para atenderlo. En las distintas relaciones individuales entre mujeres que conforman el grupo, las madres encuentran agradecimiento y apoyo mutuo. Cuando cualquiera de las integrantes flaquea, debido a su situación emocional o las problemáticas derivadas de su caso, otras la reconfortan, le recuerdan el camino avanzado y su característica compartida: ser unas “chingonas”. La gestión emocional del grupo se experimenta para ellas como un respaldo, una seguridad y “un abrazo”, manifestación física del cariño. Laura Delgado, de forma muy sensible, describe a FUNDENL como su salvavidas:
Pero FUNDENL fue así de ten tu salvavidas, ya no te estés ahogando. Yo aprendí a ser fuerte, aprendí a levantar la voz, aprendí que no me debo guardar nada, aprendí a abrazar a la gente con un dolor en común sin lastimarla, porque a veces hay alguien que sufría lo mismo que tú, y abrazabas y querías que te escuchara y no podías escuchar. Ahorita es diferente, me enseñaron a abrazar, a escuchar, y después hablas tú, si la persona está disponible y entera para oírte, pero primero tú tienes que ser fuerte para poder escuchar. Y eso aprendí, aprendí a abrazar y estar dispuesta a recibir lo que quisieran compartir, y tú callarte. Puedes hablar, pero tienes que dar prioridad a esa persona, eso yo lo aprendí. Entonces FUNDENL ha sido mi salvavidas (entrevista a Laura Delgado, 24 de julio de 2018).
Al referirse a las Madres de la Plaza de Mayo, Thornton (2000, 286) encuentra que uno de los factores cruciales para el éxito de su consolidación como un colectivo político es que, en el fondo, se trató de un grupo de mujeres que se reunieron con un objetivo inicial anclado a un proceso de exigencia de verdad y justicia, pero que comenzaron a compartir sus vidas, logros, retos y su compañía, de este modo, crearon incentivos emocionales como satisfacción por su labor y activismo; un proceso similar al que constituyó y dotó de fuerza colectiva a FUNDENL.
4. Bordado por la paz: lo femenino como estrategia
Durante el Primer Encuentro Internacional de Mujeres que Luchan (2018), organizado por el Consejo Nacional Indígena (CNI) y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), “Angie Gino” –como se hace llamar Angélica Ávila, la madre de Gino Alberto Campos, estudiante de diseño gráfico a quien busca desde 2011– relató que, en un principio, las familias que buscaban a sus hijos se reunían en el quiosco de la Macroplaza de Monterrey con las fotos de sus desaparecidos, para pedir y ofrecer información sobre el problema sin muchos resultados, ya que la gente no detenía su paso para escucharlas y se encontraban con apatía, indiferencia o incluso miedo. Fue la estrategia del bordado por la paz la que las llevó a ser escuchadas en el espacio público y a consolidarse como grupo, al utilizar los recursos que les eran culturalmente disponibles (Giménez 2016, 54) para sus tácticas de protesta social:
Nosotros nos empezamos a reunir y todavía no se nos ocurría decir que somos Fuerzas Unidas ¿sí? Para eso tuvimos que pasar un tiempo juntas, bordando por la paz, que es una actividad que descubro al haber salido del ostracismo en el que nos tenían, en el Internet. O sea, me voy dando cuenta que hay otra gente que sí le interesamos, tanto la gente, todos los miles y miles que ya se contaban en ese tiempo de asesinados, como de desaparecidos, donde ellas están invitando a bordar por la paz. Cuando nosotros teníamos ya dos o tres reuniones, ¿cómo se dice? O sea, no formales, sino que nos estábamos reuniendo, las invito, o sea yo llevo pañuelos, llevo agujas, llevo lo que ellas decían que deberíamos de tener y con qué fin, y les digo, porque yo no sabía si la gente iba a querer ir a bordar, si les parecía una buena idea o no. Entonces, yo compro todas estas telas, hilazas y todo lo que se necesitaba y les digo, y sorpresivamente para mí, todas aceptan. O sea, a todas les pareció una idea, como muy sublime, como delicada, en la cual podíamos nosotros llegar a donde queríamos llegar a una sociedad que se atemorizaba cuando nosotros estábamos reunidas solamente con fotografías, con velas. Cuando traíamos, creo que traíamos volantes, que les decíamos: es que nuestros hijos están desaparecidos. Entonces la gente se asustaba más; entonces a través de los bordados, era una actividad como más ligera, para la sociedad a la que queríamos llegar y nos fuimos dando cuenta que así era, no sabíamos, nadie sabíamos que así podíamos hacer. Cuando empezamos nosotros a tender nuestros pañuelos, con un relato de lo que había sucedido con nuestros hijos, fue una manera muy sublime, muy no sé cómo llamarlo, de poder hacer que las personas se enteraran sin tanto miedo ¿no? Sin tanto, o sea, ya ellas mismas se acercaban a ver qué decía ese pañuelo (entrevista a Leticia Hidalgo, 13 de enero de 2019).
Con base en un código de colores, bordaban para devolver sus identidades e historias a las personas desaparecidas, migrantes y víctimas para “traerlas de regreso” al espacio público. Los bordados representan instrumentos sensitivos (Jasper 2011, 289) mediante los cuales las madres y esposas comunican su mensaje. Así, FUNDENL hace uso de los roles de género aceptados por la sociedad y la cultura en un punto de encuentro simbólico con otras luchas por los desaparecidos; por ejemplo, la de las Madres de la Plaza de Mayo (Thornton 2000, 279) o las “Doñas” del Comité Eureka (Maier 1997, 12). Si bien el bordado por la paz llegó a ellas por la comunicación con otros grupos como Fuentes Rojas, de la Ciudad de México, cuya iniciativa replicaron (Rizzo 2015), el sentido de esta actividad “sublime y delicada”, tradicionalmente femenina, fue una estrategia para llegar a su audiencia ciudadana y coherente con las identidades individuales de las madres (Giménez 2016, 69), quienes la aceptaron, se organizaron y, por medio de la práctica, la hicieron parte de la identidad colectiva de FUNDENL por su estratégica visibilidad y capacidad para romper el miedo a hablar de la problemática de la desaparición y, en cambio, generar empatía. El bordado, estrategia política, refleja su dimensión de género, socializada y leída por medio de labores tradicionalmente femeninas, al tiempo que el ritual y efervescencia colectiva que genera esta actividad se constituye como una táctica de gestión emocional para el grupo, la cual, a su vez, se traduce en acción política (Jasper 2011, 296).
Otra batalla de género que ellas mantienen es por la producción de significados en la dimensión del lenguaje. En el Primer Encuentro de Mujeres que Luchan del Noreste, en marzo de 2019, las representantes de FUNDENL informaron sobre los “campos de exterminio” localizados en las búsquedas y enfatizaron la importancia de llamar a las cosas por su nombre. Esto se debe a que a tales sitios se los llama, coloquialmente, “cocinas”. Con ello se hace referencia a prácticas como la incineración o disolución de restos humanos para desaparecer sus identidades. Las integrantes del grupo rechazan de manera tajante esta expresión, ya que “‘campos de exterminio’ es donde encuentras balazos, ropa, sangre y restos humanos; la ‘cocina’ es donde nosotras nos juntamos, cocinamos, platicamos y comemos”, sentenció Leticia Hidalgo, madre de Roy Rivera (entrevista, 13 de enero de 2019). Basadas en sus experiencias de género, asocian la cocina como un espacio femenino en donde ellas desarrollan actividades de cuidado e interacción emocional. La cocina es un lugar donde se desarrolla la vida, por lo que las madres resisten la violencia en su esfera simbólica.
5. Conclusiones
“¡Porque vivos se los llevaron, vivos los queremos!”, gritan al unísono decenas de madres, esposas, hermanas, abuelas y otros familiares en búsqueda de todo el país durante la VIII Marcha de la Dignidad Nacional el 10 de mayo de 2019. Esta consigna trasciende tiempo y espacio, pues evoca por igual nuestro presente inmediato de familiares que buscan a sus desaparecidos a consecuencia de la guerra contra el narcotráfico en México y a las Madres de la Plaza de los Desaparecidos en Monterrey, como a las Madres de la Plaza de Mayo en Argentina o al Comité Eureka en el México de la guerra sucia, ejemplos de la historia de familismo y maternalismo en la esfera pública como respuestas a contextos violentos en América Latina (Jelin 2011, 567). Las experiencias de género vividas por las mujeres, aunadas al repertorio de recursos culturales disponibles en América Latina, han sido claves para la existencia de estas representaciones de maternidad política que son estandarte de lucha por los derechos humanos, pues el estereotipo de género de la madre abnegada, entregada a sus hijos y familias, es un mandato social inteligible desde el cual las mujeres han encontrado espacios para expandir su agencia y exigir los derechos de sus hijos ausentes, los de sus familiares y los propios.
Las Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos(as) en Nuevo León son un grupo de madres y esposas de desaparecidos en búsqueda, con el apoyo de colaboradores solidarios que, desde 2012, se organizaron de forma autónoma para encontrar a todas y todos los que no están por desaparición. ¿Por qué son ellas quienes, en su mayoría, deciden buscar a sus seres queridos? La respuesta a esta pregunta es multidimensional y puede tener distintas interpretaciones. A partir de una perspectiva feminista, esta es una decisión consciente de las mujeres, acostumbradas a enfrentar la adversidad derivada de las relaciones desiguales de género, que han perdido el miedo a sentirse vulnerables ante distintas formas de dominación y, en cambio, construyen resistencias que van desde la subjetividad y el simbolismo hasta la acción, con el fin de alcanzar su objetivo, poderosamente enraizado en la dimensión de su identidad y valores como madres y esposas: encontrar a sus seres queridos desaparecidos. Lo que muchas de ellas perciben como una respuesta “natural”, enmarcada a su vez en el discurso social tradicional que ve la maternidad como destino, se trata en realidad de una decisión transgresora que cambia de modo radical sus historias de vida, en lo personal y en lo político, pues las transforma en “madres y mujeres” en lucha contra el Estado.
La identificación con otras mujeres en esta situación, con quienes comparten experiencias de género, una problemática y el objetivo de encontrar a las y los desaparecidos, tiene el poder de crear una nueva colectividad emocional y de búsqueda.
Se trata de fenómenos entrelazados, pues la conciencia de género que se desarrolla dentro de procesos de empoderamiento da pie a la vinculación con otras mujeres y madres que enfrentan la misma violencia. Dicha acción parte de su capacidad de agencia y a su vez contribuye a expandirla, lo que les permite transitar hacia prácticas políticas colectivas de transgresión en el ámbito público que cuestionan el papel maternal en la sociedad, posicionadas desde la lucha por las y los desaparecidos. La demanda de encontrarlos se colectiviza, pues ya no solo se busca al propio familiar, sino a todos los ausentes.
Aunque hay quien maliciosamente las tacha de “locas” o “histéricas” con el fin de desacreditar su lucha, ellas por el contrario se saben “madres coraje”: “Guerreras”, “leonas”, “bravas” y “chingonas”, elementos reflexivos de su identidad en común que neutralizan las críticas misóginas y las conectan con su poder. Como señala Edkins (2011, 168), las madres en búsqueda han exigido que su voz política se escuche como iguales, rompiendo silencios. Desde la perspectiva feminista, al extrapolar los roles de la maternidad a la esfera pública, como lo hacen al proteger y cuidar la vida, las integrantes de FUNDENL resignifican su papel de “madres y mujeres en lucha” por todas y todos los desaparecidos y ayudan a construir nuevas representaciones y referentes de protesta de las mujeres en nuestra sociedad; a su vez, cuestionan estereotipos que limitan la acción política por motivos de género y las impulsan a seguir “hasta encontrarles”.
Notas
1 Todas las participantes decidieron que sus nombres reales y los de sus hijos fueran plasmados en la investigación bajo un consentimiento libre e informado, argumentando que para ellas era importante dejar testimonios de su búsqueda por escrito.