Temas
Desapariciones forzadas,
maternidades múltiples: trazos para una cartografía comunicacional de las
ausencias
Enforced disappearances,
multiple motherhoods: outlines for a communicational mapping of absences
Dra. Alba Shirley Tamayo-Arango. Docente e investigadora de la Facultad de
Comunicaciones de la Universidad de Antioquia (Colombia).
(shirley.tamayo@udea.edu.co) (https://orcid.org/0000-0003-0840-263X)
Katherinne Arenas-López. Estudiante del Pregrado en Comunicaciones e investigadora
del grupo Comunicación, Sociedad y Periodismo, Universidad de Antioquia
(Colombia).
(katherinne.arenas@udea.edu.co) (https://orcid.org/0000-0002-4635-0589)
Recibido: 30/09/2019 –
Revisado: 10/12/2019
Aceptado: 01/07/2020 – Publicado:
01/01/2021
Cómo
citar este artículo:Tamayo-Arango,
Alba Shirley y Katherinne Arenas-López. 2021.
“Desapariciones forzadas, maternidades múltiples: trazos para una cartografía
comunicacional de las ausencias”. Íconos. Revista de Ciencias Sociales
69: 123-141. https://doi.org/10.17141/iconos.69.2021.4192
Resumen
Nos aproximamos a una cartografía
comunicacional de la desaparición forzada en Colombia a través de maternidades
que multiplican sus sentidos, sentires y pensares en las tensiones y fuerzas
impulsadas por este acontecimiento, siempre actualizado por la palabra, el
performance social y la vida. Este artículo se deriva de una investigación que
tuvo como eje el análisis del movimiento social Asociación Caminos de Esperanza
Madres de la Candelaria, organización conformada en su mayoría por mujeres
campesinas del departamento de Antioquia, que han perdido a sus seres queridos
en el conflicto armado. Abordamos la agencia colectiva de enunciación como
potencia para transformar sujetos femeninos y feminizados, individuales y
colectivos, a través de las narraciones de cinco mujeres que enfrentaron violencias
anteriores y posteriores a la desaparición forzada. La aplicación de
entrevistas en profundidad, talleres y la conversación como método transversal
permitió trazar líneas de comunicación y buscar, más que respuestas, preguntas
sobre trayectorias, conexiones, cortes, vínculos o disyunciones entre sujetos.
Pudimos identificar que las mujeres dentro del movimiento lograron procesos de
subjetivación que las llevaron a ganar autonomía, visibilidad pública y
transformaciones en su vida.
Descriptores: asociación de mujeres;
comunicación; desaparición forzada; guerra; maternidad; patriarcado.
Abstract
This article attempts to perform a
communicational mapping of enforced disappearances in Colombia. We do this by
studying maternities that proliferate their meaning, feelings and pains as a
consequence of the stresses and forces triggered by such happenings. These
painful events are always reenacted by words, by social performances and in
life itself. This article originates in an investigation performed about the
social movement “Asociación Caminos de Esperanza
Madres de la Candelaria”. This organization is mostly integrated by peasant
women from the Antioquia Department, who have lost their beloved ones as a
result of the Colombian armed conflict. We study the role of expressive
collective agency in empowering a transformation of female or feminized
subjects- either collective or individual-, through the accounts of five women
who confronted violence before and after the enforced disappearance episode. Data
was gathered through in-depth Interview and workshops. Personal conversations
permeated the whole process and allowed to secure close communication with the
participants. Rather than searching for answers, it was possible instead to
formulate new questions about trajectories, connections, cuts, linkages and
disjunctions among subjects. We were able to identify women who managed to
successfully use the process as a way of further developing their subjectivity,
which, in turn, led them to transform
their lives and increase their autonomy and public prominence.
Keywords: women associations;
communication; enforced disappearance; war; maternity; patriarchy.
1.
Introducción
El Centro Nacional de Memoria Histórica
(CNMH) se refiere a la desaparición forzada como “aquella modalidad de
violencia desplegada intencionalmente en un contexto de extrema racionalización
de la violencia, que consiste en la combinación de privación de libertad de la
víctima, sustracción de esta del amparo legal y ocultamiento de información
sobre su paradero” (CNMH 2016, 38).
Asumimos la desaparición forzada
como un agenciamiento de la violencia que responde a una afectación de los
vínculos sociales de una comunidad y específicamente a los mecanismos de
convivencia pacífica (Bravo y Egas 2012), e involucra dimensiones colectivas e
individuales, tanto de los sujetos que activan las
ausencias como de aquellos que las sufren. Este fenómeno despliega
líneas de comunicación productoras de nuevos territorios y nuevos sentidos de
la existencia, para quienes sufren el hecho violento en su carne, en tanto
víctimas (familiares, amistades y vecindades); para quienes lo vivimos desde la
narración testimonial directa como investigadores, o bien, desde narraciones
institucionales que trazan mapas de sujetos abstractos, contabilizados y
localizados geográficamente, que laminan las posibilidades de comprender el
fenómeno en su complejidad; también para los responsables o perpetradores del
hecho atroz, en tanto sujetos individuales o colectivos (en el plano de lo micropolítico, que permite aproximarse a modos de
singularización de la experiencia, y de lo macropolítico,
que posibilita ver segmentaciones donde aparecen clasificaciones,
estigmatizaciones, cosificaciones...).
Las preguntas sobre los
relacionamientos entre estas dimensiones, sujetos y territorios, devienen
caminos que hacen las veces de rutas a seguir para una cartografía que nos
hable de las multiplicidades producidas por la desaparición forzada, al ser
asumida como práctica violenta-comunicacional, expresión, a la vez, de una
máquina de muerte instalada en la sociedad colombiana. La cartografía aquí
propuesta expone trazos que no son independientes de nuestros pasos ni de
nuestras afecciones al adentrarnos en el universo sentipensante
(Fals Borda 2015) de la desaparición forzada, al tratar de comprenderla en sus
múltiples aristas, desde nuestra posición de sujetos sujetados, es decir, como
fuerzas o intensidades en el territorio mismo que producimos al movernos para
dibujarlo. Es preciso aclarar que la “cartografía no se pregunta entonces por
la esencia de algo (¿qué es?) sino por su funcionamiento (¿con qué conecta, con
qué hace máquina?)” (Rey y Granese 2018, 4).
En este orden de ideas, la conversación
se aplica como método de conocimiento (Devillard, Francé y Pazos 2012), que articula las distintas etapas de
investigación a través de intercambios orientados por los objetivos, no
constrictivos y espontáneos. A estos se suman entrevistas en profundidad y
talleres donde se comparten saberes y pareceres (Riaño-Alcalá 2018), que
permiten enredarnos, dar vueltas con otros en la conjunción entre emociones,
lenguaje y razón (Maturana 1988), para luego sistematizar ideas vinculantes,
modos de comunicación, relacionamientos que nos lleven a comprender las fuerzas
que movilizan los sujetos, los contextos culturales que constituyen sistemas de
coordinaciones conductuales consensuales, donde la (pre)ocupación y las
preguntas por la desaparición forzada la convierten en objeto de estudio.
Como si se tratase de una espiral,
partimos de las narraciones de mujeres, integrantes de la Asociación Caminos de
Esperanza Madres de la Candelaria, de la ciudad de Medellín, Colombia, que han
sufrido la desaparición de sus hijos, hijas o familiares cercanos, para
deslizarnos a través de sus palabras y observar las relaciones que han ido
tejiendo con el mundo a partir del hecho doloroso. Las narraciones sacan a la
luz la construcción de modos de subjetivación individuales y singulares, que
tienen que ver con los sentidos con los que cada cual asume el acontecimiento,
la búsqueda y la memoria (Zapata et al. 2015), es decir, las narraciones serán
tomadas como expresiones que atraviesan los cuerpos, en razón de comprenderlos
desde su capacidad de ser afectados o de afectar, situados en tensión entre la
relación de fuerzas dominantes y dominadas (Estrada 2015).
Las narraciones, además, ponen de
manifiesto subjetivaciones colectivas en el interior de la asociación, a partir
del vínculo y la fuerza que constituyen aspectos compartidos por la experiencia
de los hechos atroces, los miedos, injusticias, dolores y proyectos construidos
(González, Aguilera y Torres 2013). Posibilitan la enunciación como madres,
mujeres dolientes y vulnerables, pero también como mujeres valientes y
desafiantes que, a pesar de las amenazas y los riesgos en medio de un conflicto
que no acaba, lleno de actores armados diversos, exponen sus cuerpos con las
imágenes de sus familiares y visibilizan la desaparición como crimen de lesa
humanidad, vigente en el país.
2.
La desaparición forzada:
acontecimiento singular y múltiple
Las narraciones de las mujeres que
integran las Madres de la Candelaria nos aproximan a los múltiples sentidos que
despliega la desaparición forzada como hecho singular en la vida de los
sujetos, al irrumpir de manera intempestiva en los territorios de su
existencia, recorrerlos y generar transformaciones en estos. Sus testimonios
evidencian la intensidad de una experiencia inédita, muchas veces inenarrable,
angustiante, que sin embargo busca ser expresada por mujeres que se hacen y
deshacen en el recorrido narrativo, individual y colectivo,[i]
de la atrocidad vivida por sus seres queridos, por ellas mismas y por otros/as
que han encontrado en su trasegar, integrados/as o no bajo la categoría de víctimas
del conflicto armado interno. Con respecto a esta categoría se debe aclarar que
es
un significante necesario para asegurar un lugar de articulación narrativa y
enunciación política y, a su vez, un modo de otorgarle un estatuto jurídico a
cierta población; pero es en los desplazamientos de ese significante entre las
expresiones del trauma, las demandas políticas, las luchas ideológicas y los
procesos administrativos y judiciales donde la noción de víctima se
territorializa y desterritorializa incesantemente, lo
cual obliga a realizar análisis situados y que eviten las generalizaciones
acerca de la naturaleza y los modos de subjetivación de quienes acuden a tal
categoría como lugar de enunciación (Tamayo 2016, 928).
Aproximarse entonces a la desaparición
forzada desde la definición oficial del hecho es quedarse apenas con un recurso
cognitivo que esclerotiza la riqueza conceptual, afectiva, reflexiva y
material-corporal. Esa riqueza la pueden ofrecer las mujeres que lo
experimentan como un acontecimiento que no termina y que se actualiza
constantemente en su vida cotidiana, pues marca un quiebre entre una maternidad
asumida desde mandatos sociales e idealizaciones, como ejercicio de cuidado
donde la mujer encuentra una función reconocida que le produce valor como
sujeto, y una maternidad que se desmaterializa al perder al hijo o la hija,
pero que a su vez encuentra rumbo en su búsqueda y en todo aquello que la
acompaña. La desaparición permanece en el tiempo vital de las personas que la
sufren, por la incertidumbre sostenida y el dolor continuo de la ausencia, que
impulsa preguntas sin respuestas, conversaciones que van en pos de comprender
qué ha pasado y qué está pasando, hasta que la verdad sobre el paradero o el
destino de la persona desaparecida sea conocido; lo que ha llevado a
considerarlo un delito de ejecución continua o permanente (CNMH 2016, 54).
Pero, aunque las estadísticas hablen de una situación en un momento que podría
tomarse como pasado, lo cierto es que “no hay números ni coordenadas en la
cartografía de la desaparición forzada, sino vidas individuales hurtadas a
cambio de dolor, persecución y estigma” (HREV 2019, 9).
La singularidad del acontecimiento
radica, por una parte, en lo irremplazable de la existencia que se sustrae a
toda posible sustitución (Derrida 2006), como bien lo saben las Madres de la
Candelaria que reclaman la presencia de sus hijos, hijas o familiares
desaparecidos en vida y bajo la libertad de desenvolverse como lo hacían,
negando en principio su muerte. Por otra parte, radica en las coordenadas de su
efectuación que nos conducen por líneas de comunicación donde establecen el
acontecimiento en universos de tiempo y espacio; allí lo intempestivo y lo
imprevisible aparecen y se materializan por la acción de sujetos situados que
actúan siguiendo deseos propios y ajenos: “Hablamos entonces del sujeto cuya
obediencia ciega le confiere el despliegue de su goce al amparo de un
colectivo” (Herrera y Ramírez 2017, 103). Los victimarios son ellos mismos
intensidades de fuerzas asociadas a sistemas de valor que los objetivan, como
agentes del Estado, militares, paramilitares, guerrilleros o bandoleros, que
forman grupos-objeto sometidos a órdenes para someter, doblegar y dominar a
otros a través de la degradación de la dignidad, por vía de la fuerza, el miedo
opresor, la amenaza y la desaparición, mercantilizando la muerte.
Hacemos referencia a la desaparición
forzada como acontecimiento, en tanto se trata de un suceso que no está
justificado por motivos suficientes (Zizek 2014), a
pesar de que se creen narrativas parapetadas en argumentos maniqueos para
insuflar de razón la acción, que se multiplica por cuanto despliega en su
ejecución una máquina de terror que induce su catalogación como delito
pluriofensivo, ya que
la
desaparición forzada vulnera el derecho a la vida, la dignidad humana, la
libertad, la autonomía y la seguridad personal, el derecho a no ser
arbitrariamente detenido, al debido proceso, el derecho al reconocimiento de la
personalidad jurídica ante la ley y el derecho a un tratamiento humano de
detención. También se consolida como una forma de trato cruel, inhumano o
degradante, tanto para la víctima directa como para sus familiares… (CNMH 2016,
53).
Por estas singularidades es que las
madres interrogan de manera continua el acontecimiento: ¿Por qué a mi hijo/a?
¿En qué momento y lugar? ¿Qué le hicieron? ¿Quién lo/la desapareció? ¿Qué
intereses movieron la desaparición? ¿Qué hice yo? ¿Qué dejé de hacer para que
eso sucediera? Es así como la desaparición forzada forma nuevos territorios de
juego entre dominadores y dominados, haciendo funcionar dispositivos ambiguos
de soberanía (hacer morir o dejar vivir) y biopolítica (hacer vivir o dejar
morir) (López 2016), en el marco de una tanatofilia
que impulsa la huida de grupos poblacionales de la égida de la muerte vista,
vivida y sentida de cerca. Ello ocasiona el despojo, el desplazamiento forzado,
el desarraigo y las modificaciones en las trayectorias de vida, que introducen
inestabilidades, desadaptaciones, enfermedades mentales y hasta el suicidio.
Sin embargo, es ineludible afirmar
que el acontecimiento también produce territorios de resiliencia, potenciación
de la fuerza propia, intensificación de lo colectivo, pues aparecen
grupos-sujeto que reivindican el poder de su palabra y su capacidad de agencia,
de autonomía. Las Madres de la Candelaria representan a tales grupos y se
autodefinen como interlocutoras con el Estado, al que le demandan acciones
políticas serias frente a la búsqueda de las personas dadas por desaparecidas,
tomándose el espacio público, generando conexiones entre lo público y lo
privado a través de una maternidad revelada en su singularidad y rebelde contra
su condición de sometimiento, hasta el punto de agenciar la búsqueda de la
verdad para sus integrantes enfrentando a los responsables de desapariciones
forzadas sin el respaldo del aparato jurídico.
3.
Maternidades quebradas
“La maternidad biológica
(concepción, embarazo y parto)
así como por extensión la crianza,
no puede ser considerada
‘maternidad’ desde una perspectiva
de rango humano
si no va seguida de su
correspondiente trascendencia
en lo económico, político y social”.
Victoria Sau
Las sociedades del capitalismo mundial
integrado se caracterizan por un modo falocéntrico de
producción de subjetividad donde la acumulación de capital es el único
principio de organización (Guattari y Rolnik 2006).
En este contexto patriarcal la desigualdad instaurada entre lo masculino/dominante
y lo femenino/dominado supone para las mujeres una maternidad en función del
padre (Sau 2004) que produce hijos e hijas para la
perpetuación de la línea paterna, la producción de bienes, el consumo, o la
guerra, al suministrar el material humano que ha de ser utilizado para matar o
morir.
Las Madres de la Candelaria asumen
el discurso de la maternidad hegemónica como atribución femenina, desde la
perspectiva médico-biologicista eurocéntrica heredada, que adscribe el
instinto/amor maternal a las mujeres, vinculado a su naturaleza, y cuyo
beneficio es la supervivencia de la prole, destinada a la producción (Badinter 1991) y, por tanto, a la acumulación de capital.
Lo anterior nos permite comprender
subjetividades derivadas de un entorno popular, de raigambre campesina,
marcadas por múltiples dispositivos de dominación, agenciados por la colonialidad como elemento constitutivo del patrón mundial
del poder capitalista, que ha introducido modos de verse a través de una
dinámica desarrollista que
Se
funda en la imposición de una clasificación racial / étnica de la población del
mundo como piedra angular de dicho patrón de poder, y opera en cada uno de los
planos, ámbitos y dimensiones, materiales y subjetivas, de la existencia
cotidiana y a escala social (Quijano 2014, 285).
Poblaciones como las campesinas son
menospreciadas en el escenario actual de un capitalismo gore (Valencia 2010)
que capitaliza la violencia ilimitada, especializada, donde la vida ya no es
importante y lo que se administra es la muerte y sus posibilidades. En
Colombia, se trata de poblaciones históricamente olvidadas por el Estado, que
ha ejercido violencia desde ese olvido que crea condiciones para la
vulnerabilidad.
En este contexto, las mujeres son
sobrevivientes a ejercicios de violencia que, apelando a lo grotesco,
injustificado, efectista e imprevisible de un capitalismo que espectaculariza la muerte e introduce la desaparición de
sus hijos/hijas, esposos o compañeros como una tortura sin fin para instaurar
el terror en las fibras del cuerpo. Sin embargo, para muchas de ellas estas
violencias actúan como versiones de un continuum en el territorio de su
existencia.
Las conversaciones que durante
varios momentos sostuvimos con cinco de las integrantes de la asociación
evidenciaron que algunas campesinas, por su condición de mujeres no accedieron
a la escolarización completa:
No,
cursé hasta segundo de primaria porque éramos una familia campesina y larga. Y
mis padres tenían la opinión de que una mujer para qué estudiar, para irse detrás
de otro campesino a hacer arepas y… que no había que estudiar, que las mujeres
para qué estudiar (entrevista a Marta Oquendo, Medellín, 15 de abril de 2018).
Para ellas, la maternidad fue una
experiencia ineludible, ser mujer se iguala a ser madre, por lo que debieron
someterse debido a la incapacidad para regular o controlar los embarazos, por
falta de conocimiento y/o de recursos proporcionados por el Estado en temas de
salud en las zonas rurales. “Tuve 16 hijos. Pues, de los que vivieron. De los que
no vivieron, esos fueron como 20… era en la montaña, donde no había ni casi
vecindades ni puntos cerca, y uno no hacía controles…” (entrevista a
Guillermina Zapata, Medellín, 14 de junio de 2018).
Violencias múltiples en múltiples
espacios y temporalidades de la vida: en las narraciones de Consuelo David
sobre su infancia y juventud emergen el asesinato del padre por ser liberal, el
acoso sexual cuando era “jovencita”, la irresponsabilidad económica y el
despilfarro de los bienes conseguidos o heredados por ella, la infidelidad
constante, y el maltrato psicológico y emocional por parte de la pareja.
Teresita Gaviria señala la violencia física durante el embarazo, los celos
enfermizos, los encierros. Dolores Londoño nos habla de golpizas constantes
–aun estando embarazada–, borracheras, maltratos a ella y a sus hijos e hijas
por parte de su esposo.
Estas mujeres, que han vivido la
violencia y la vulnerabilidad como factores estructurantes del día a día en sus
hogares, también han sido víctimas de otra cotidianidad de violencias: las
perpetradas por actores armados diversos, instalados o en tránsito por veredas
o caseríos que les han disputado la soberanía efectiva sobre tierras, personas
y bienes, con el fin de crear un poder paralelo al Estado, con la anuencia del
Estado o a partir de su ausencia. Las mujeres huyen de las áreas rurales, pero
encuentran nuevas violencias en las ciudades, en los barrios periféricos y
marginados donde se instalan, por la presencia de actores armados que disputan
territorios a sangre y fuego para dominar la población y los bienes, en pos de
ejercer poder y acumular capitales.
Para estas fuerzas violentas en
pugna, las mujeres pueden ser víctimas directas o indirectas por el mero hecho
de ser mujeres, “o como resultado de sus relaciones afectivas y roles como
hijas, madres, esposas, compañeras, hermanas o por el ejercicio mismo de su
liderazgo o defensa de su autonomía” (SNARIV 2015, 3).
Más que de otras violencias, ya
convertidas en lugares cotidianos de su vida, las mujeres se asumen en sus
narraciones como víctimas de la desaparición forzada, pues son ellas quienes
han sufrido en sus entrañas las consecuencias de la ausencia sin fin. La
desaparición deriva en nodo productor de otros enunciados relacionados con las
violencias, y genera un quiebre profundo en las narraciones que venían
construyendo modos de subjetivación normalizados, aun en medio de la guerra.
A pesar de que ya había vivido la
masacre de parte de su familia en el campo, el desplazamiento forzado, el
despojo de sus tierras, el asesinato de su padre y uno de sus hermanos, por
cuenta de uno de los grupos de Autodefensas Unidas de Colombia, o
paramilitares, en el Urabá antioqueño, es la desaparición de su hijo de 15 años
la que moviliza a Teresita Gaviria para conformar la Asociación Caminos de
Esperanza Madres de la Candelaria en el año 1999, junto con otras mujeres en su
misma condición, con el fin de dedicar su vida a la búsqueda de los
desaparecidos y reclamar justicia.
Consuelo David, por su parte, vivía
en medio del conflicto entre la guerrilla de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia (FARC) y los paramilitares. El nudo de su narración
es la desaparición de su hijo y de su esposo por cuenta de la guerrilla. De
este hecho deriva la referencia a que seis meses antes de la desaparición, los
paramilitares se habían llevado al muchacho para asesinarlo, creyendo que era
auxiliador de las FARC, pero lo habían dejado en libertad. El contacto con uno
u otro actor armado convertía en sospechoso al campesino. Los diversos
ejércitos infectan el ambiente de tal manera que la búsqueda de los familiares
desaparecidos se convierte en causa para el señalamiento, que moviliza a
Consuelo David a huir a la ciudad de Medellín, donde la búsqueda la lleva hasta
las Madres de la Candelaria.
La violencia de los grupos
paramilitares tocó la vida de Marta Oquendo cuando ya había sido desplazada del
campo a la ciudad huyendo de la guerrilla, a raíz del asesinato de su yerno. Se
instaló en un pueblo cerca de Medellín y allí las luchas por controlar la vida
de los jóvenes, y apropiarse de ella para su beneficio, ocasionaron el
asesinato de dos de sus hijos. Pero su narración recala siempre en la
desaparición de su hijo menor a manos de un grupo paramilitar del departamento
de Bolívar, cuando viajaba como turista para conocer Cartagena de Indias. El
muchacho tenía 16 años y andaba en moto con otro compañero que también
desapareció. A pesar de que sus búsquedas han sido infructuosas, ella permanece
en la Asociación, porque mantiene la esperanza de saber la verdad, además, allí
encuentra esa otra familia que son las mujeres que como ella han sufrido la
pérdida de sus hijos o hijas, con quienes se siente comprendida.
4.
Maternidades potenciadas
Hacer referencia a la maternidad es
invocar una voz que expresa una verdad encarnada en el cuerpo de las mujeres,
por la cual, el cuidado, la atención, los desvelos y la abnegación someten el
cuerpo consagrándolo a enunciados marcados por el poder patriarcal-capitalista.
Cuando el acontecimiento de la desaparición forzada irrumpe, genera
transformaciones radicales en los órdenes establecidos forzando cambios en los
modos de nombrar y de encarnar la maternidad ejercida para el hijo o la hija
ausente.
La comunicación, aquí entendida como
proceso social inmanente al mundo de la vida, caracterizado por la contingencia
y las tensiones, nos impele a observarla desde la fenomenología de lo
cotidiano, que nos lleva a tomar la comunicación pensada desde el cuerpo,
situada en el cuerpo (Sicerone 2016), para
aproximarnos a mujeres que han enfermado después de la desaparición forzada,
que han dejado de comer, acicalarse, salir a la calle, hablar, relacionarse y
cuidar a sus demás hijos, en ese tránsito tempestivo que se produce entre la
efectuación y la aceptación del acontecimiento en la propia vida. El cuerpo de
las mujeres habla del trauma comunicado por el cuerpo desaparecido, que enferma
el cuerpo social. Las Madres recalcan la necesidad de encontrarse, emocionarse
y llenarse de energía para iniciar la búsqueda como un solo cuerpo; el deseo
colectivo de saber moviliza maternidades encarnadas que devienen en
maternidades interrogadas en sus modos de operar como opresión y culpa hacia
las mujeres, al mirarse en una sociedad que funda su riqueza en la muerte como
realidad y como potencia.
La integración a la Asociación
Caminos de Esperanza Madres de la Candelaria abre una puerta de comunicación
entre mujeres que han vivido la desaparición forzada de sus familiares, y
permite tramitar el dolor por vía del conversar-emocionar, hacer y proponer en
un espacio donde los agenciamientos colectivos generan enunciaciones que
articulan la maternidad privada y familiar a una maternidad pública y social.
En paralelo al proceso disruptivo respecto a la maternidad hegemónica destinada
a la clausura del hogar, al mundo de lo privado (Badinter
1991), se invocan en público mandatos maternales para demandar verdad,
visibilidad y justicia sobre la desaparición forzada. Estos movimientos
femeninos, que no son feministas, o lo son desde la práctica pura y desde sus
herramientas y posibilidades, mezclan “tanto los intereses del Estado como los
deberes exigidos y asumidos por las propias mujeres, hasta el punto de mostrar
estas públicamente su derecho a intervenir por su responsabilidad maternal
doméstica” (Luna 2004, 48).
Las prácticas comunicativas en el
interior del movimiento social evidencian transformaciones de la cotidianidad
de las mujeres que orientan sus acciones hacia el despliegue de un proceso de
autonomía, que crea nuevas territorialidades. De ahí que podamos “entender al
movimiento como el transformarse transformando” (Zibechi
2006, 127), mediante procesos de intersubjetividad donde la comunicación crea
vínculos y afecciones que propician la interrogación de los órdenes
establecidos in-corporados. De modo que las
segmentaciones duras, instauradas por la desaparición forzada, como categorías
situacionales macropolíticas opuestas: víctima de
guerrilleros/víctima de paramilitares, que llevan consigo sospecha y
discriminación mutua, se deshacen en la micropolítica de sujetos capaces de
afectar y ser afectados para generar relacionamientos comprensivos. Así lo
expresa Consuelo David:
Nos
contamos las historias, que cuando vamos a llorar lloramos todas, que cuando
vamos a reír nos reímos todas. Y eso nos ayuda. Y somos buenas amigas [...] Y
uno se contenta cuando las ve, porque uno sabe que es el mismo dolor. A ellas
también les dolió. A las mamás de los guerrilleros, a ellas se los mataron los
paramilitares y ellas también sienten el mismo dolor que yo siento. A ellas
también les dolió la muerte de su hijo... entonces, quedamos iguales
(entrevista a Consuelo David, Medellín, 23 de abril de 2018).
La tortura del dolor por la
desaparición, o la incertidumbre y angustia, que corroe los espacios de la vida
toma otros sentidos en la confluencia de enunciados que producen subjetividades
articuladas a procesos colectivos, donde el sujeto se desdibuja como unidad
acabada para devenir en otro u otra a partir de la palabra compartida, que se
adhiere al cuerpo y forma cuerpo, agencia y acción. De este modo, las
conversaciones sitúan a las mujeres en narraciones que diluyen los límites de
la identidad propia, y generan la certeza de ser sujetos en movimiento, en
construcción continua, interrogándose los sentidos por los cuales se produce
realidad. Como las demás, Marta Oquendo hace referencia a otras mujeres que han
sufrido sinnúmero de atrocidades que le permiten relativizar su dolor: “A esta
señora Raquelita le mataron cinco, y la desaparecida, seis; entonces mire… y
cómo ella está viva y cómo se mantiene tan motiladita
[con el cabello bien cortado], tan bonita ¿entonces yo por qué tengo que ser
tan floja?” (entrevista a Marta Oquendo, Medellín, 15 de abril de 2018). Ana
María Olarte, por su parte, señala: “Yo no creía en nada, yo no veía nada
positivo, pero cuando yo las veo sonreír a ellas, a pesar de un vacío tan
grande que tienen, y yo... ¿Y yo qué?” (entrevista a Ana María Olarte 2018,
Medellín, 10 de junio de 2018).
Sin embargo, los modos de
subjetivación se singularizan en el cuerpo que también evidencia impactos
psicológicos y físicos de las atrocidades, que se transitan con dificultades
añadidas. Algunas mujeres enferman, pero a pesar de ello, su deseo las lleva a
seguir haciendo presencia en el movimiento. Teresita Gaviria narra la historia
de
una
viejita que viene aquí, una mujer de mucha edad, está ya de edad muy avanzada y
tiene el dolor más grande de la vida: la familia no la voltea a ver a ella...
Ya está toda mal, deformada, discapacitada por completo ¿por qué?, porque se
sienta a mirar su hijo toda una noche. Toda una noche. Se duerme mirando a su
hijo en una foto (entrevista a Teresita Gaviria, Medellín, 5 de abril de 2018).
La agencia colectiva convierte a las
Madres de la Candelaria en un grupo-sujeto dinamizado por la búsqueda de sus
familiares desaparecidos, para lo cual invocan una maternidad dolorida y
sufriente por la pérdida de sus hijos e hijas, y la esperanza de encontrarlos,
como discurso emotivo y vinculante que interpela la sociedad. Su presencia en
el atrio de la iglesia de la Candelaria cada semana, hace ya 20 años, es
también un enunciado maternal asociado a la religiosidad, que en la sociedad
antioqueña tiene una fuerte conexión con la buena madre y la santidad
(Badinter1991). Pero, también es expresión territorial del deseo de visibilización del acontecimiento, bajo el propósito de
combatir el desconocimiento público, el alcance de la desmaterialización de los
cuerpos y la inexistencia de los hechos, pretendida por los responsables. Hay
mucho de desafío en esta acción colectiva, al ejecutarla en medio de la guerra
vigente y entre múltiples formas de señalamientos y violencias, como la muerte
de una de las madres en plena manifestación:
Ya
éramos seis con las fotitos en la mano. Y de allá donde hoy hay una... un
cosito de frutas, había unos señores y detrás de esos señores, por aquí por el
hombro, le apuntaron a ella: ¡Tran! le dieron un tiro (entrevista a Teresita
Gaviria, Medellín, 5 de abril de 2018).
Lo cierto es que la indiferencia
social, la impunidad, la desinformación, el ocultamiento o la negación por
parte del Estado se realiza mediante el establecimiento de dispositivos
burocráticos sin efectividad real en la recolección y manejo de la información,
lo que deriva en la subrepresentación y subregistro de la desaparición forzada,
a pesar de su magnitud, sistematicidad y permanencia. Así, por ejemplo, antes
del año 2000, cuando fueron tipificadas como delito, las desapariciones
forzadas en Colombia eran asumidas dentro de las cifras de secuestros y
homicidios. Por otra parte, el silenciamiento de las víctimas se conecta con el
silencio de los perpetradores al ser estos agentes del Estado que usan los
medios públicos para llevar a cabo el delito; o bien, en alianza con agentes
ilegales, que instauran la amenaza como enunciado, que bloquea los cuerpos en
su acción de denuncia; también hay agentes que desde la ilegalidad pretenden
mantenerse al margen de las acciones del Estado, generando el ocultamiento
total del delito e imponiendo la incomunicación. En este contexto, es
destacable el trabajo colectivo de las organizaciones de familiares de víctimas
de desaparición forzada que, pese a todos los obstáculos, se han convertido en
una máquina deseante capaz de incidir en transformaciones de las
macroestructuras del aparato estatal.
La
lucha de las organizaciones de familiares de las víctimas de desaparición
forzada ha generado medidas jurídicas e institucionales frente a este delito,
materializando el logro del reconocimiento del crimen y el imperativo de
abordar las investigaciones judiciales y los procesos de búsqueda,
localización, identificación y entrega de restos humanos (CNMH 2016, 62).
Las Madres de la Candelaria, desde
su conformación, han puesto en evidencia mediante demandas públicas,
testimonios y memoria que ciudadanos y ciudadanas no combatientes, trabajadores
del campo, han sido el blanco de este delito. De igual manera, han evidenciado
procesos técnico-administrativos plagados de vacíos y de incapacidad práctica
de gestión, con una burocracia que obstaculiza la búsqueda, pone en cuestión a
las víctimas y desoye las demandas de una sociedad en la que cada vez se
complejiza más el fenómeno, pues los actores armados se diversifican, así como
las causas y formas de desaparición.
Sus narraciones dejan al descubierto
luchas colectivas que impulsan la movilización de las mujeres como agentes de
sus propias búsquedas, en relación de fuerzas con entidades del Estado, como la
Fiscalía, cuyos soportes enunciativos históricos y arraigados en la cultura
patriarcal de la razón como fuente de conocimiento van en detrimento de la
intuición, defendida por las madres como una forma de sentir y de saber
inenarrable, que para algunas es orientadora de acciones. En una de las
conversaciones, Teresita Gaviria cuenta que después de haber recorrido una
montaña en búsqueda del hijo desaparecido de una señora, ella se detiene y dice
de manera tajante a los funcionarios que él no está allá, su seguridad hizo
devolver el grupo. Sin embargo, a continuación:
Llegó
ella y le prendió una vela yo no sé a quién, hizo un alumbrado, puso la foto de
él y todas esas cosas. Nada. Como a los cuatro o cinco días me dijo: —Teresita...
me voy pa’ [para] el oriente antioqueño. Y entonces se fue sola, porque yo no
le creía, y empezó a buscar fosas comunes. Cuando se fue pa’
el cementerio y... ¡estaba enterrado en el cementerio! Y dijo: —Padre, yo
quiero abrir esta fosa. —No, que eso tiene que tener un permiso de no sé qué.
Dijo: —Ah, bueno señor. Yo no tengo permiso. Sacó el martillito, que andaba con
él, ¡tran! reventó todo eso. ¡La camisa del hijo!
Dejó eso así... se vino pa’ Medellín y le dijo a la
Fiscalía. Como a los dos o tres días se fue y sacaron el muchacho, y ahí está
feliz. Era el hijo, Irme Antonio. Lo trajeron, fuimos a las pruebas de ADN...
le hicieron toda la documentación y luego se lo entregaron como a los tres
meses, porque eso se demora mucho (entrevista a Teresita Gaviria, Medellín, 5
de abril de 2018).
5.
La verdad: desafío al mandato
patriarcal de violencia
Bien lo saben las Madres de la
Candelaria que la verdad sobre la desaparición forzada de sus familiares es el
escollo de sus luchas. Pues las intencionalidades del delito son castigar,
aterrorizar y ocultar. Cuestiones estas que han salido a la luz gracias a los
aportes de las organizaciones de familiares que han contextualizado los casos a
través de narraciones que permiten entender la multiplicidad de daños que la
desaparición provoca en sus vidas (CNMH 2016).
En la lógica del orden
patriarcal-capitalista-neoliberal la crueldad se instala en la vida cotidiana
de tal manera que hace parte de la producción y consumo naturalizado de la
violencia, pues “estamos frente a un capitalismo cuyos efectos son simultáneos
en la destrucción de cuerpos y producción de capital, cuya producción se basa
en la especulación de los cuerpos como mercancía” (Valencia 2010, 85), en la dueñidad o señorío como principio de soberanía de unos
pocos sujetos sobre cuerpos, vidas y territorios, que vuelve ficcional todos
los ideales de la democracia y de la República (Segato
2016).
En este contexto, enunciar la
búsqueda de la verdad es un desafío a los mandatos de violencia, entendida como
una
categoría interpretativa con distintas transversales, entre las cuales destaca
el hecho de que está íntimamente relacionada con la acción, es decir, el
concepto de violencia que manejamos incluye tanto el ejercicio fáctico y
cruento de esta como su relación con lo mediático y lo simbólico (Valencia
2010, 26).
Esta violencia ha sido ejercida por
grupos armados legales, ilegales y mixtos, regidos por una lógica masculina
hegemónica de la guerra, que integra en su gran mayoría a hombres, muchos de
ellos de clases subordinadas y marginalizadas, que ven la oportunidad de
ejercer el poder aun a costa de su sometimiento total, para alcanzar un escalón
de legitimidad, que de otra manera les es negado.
En este escenario, las mujeres
invocan la maternidad como una estrategia política para adentrarse en espacios
masculinos, marcados por la dureza de la guerra, sin ser agredidas o perecer en
su intento de hallar la verdad. Las Madres de la Candelaria agencian apoyos
para ingresar a las cárceles a hablar con quienes hicieron parte de grupos
armados y pudieron ser los responsables de las desapariciones. En el año 2007,
el delegado de la Comisión de Reparación y Reconciliación impulsa a Teresita
Gaviria, líder del movimiento, para que insista en la Cárcel de Máxima Seguridad
de Itagüí. Estas visitas continúan con fuerza a partir de 2011 sin el apoyo de
la Comisión, como una acción autónoma y alternativa a las versiones libres de
los excombatientes, dispuestas por la Justicia Transicional en el contexto de
desmovilización de ejércitos paramilitares, bajo la Ley de Justicia y Paz de
2005. Pues allí, la participación de las víctimas estaba mediada, reglamentada
y controlada, lo que no les permitía indagar libremente ni obtener verdades
sólidas. Cuando le preguntamos a Ana María Olarte por su experiencia con las
versiones libres cuenta que
solamente
se permitieron preguntas en el incidente de reparación, donde la familia tenía
el deber, el derecho de increparlos. [...] Yo le pregunto: —¿Por qué mató a
Heriberto?, dijo que no lo conocía, que no sabía de ese caso. [...] Eso fue una
farsa… eso... ¡la mentira! (entrevista a Ana María Olarte 2018, Medellín, 10
de junio de 2018).
Las visitas a las cárceles
demandaban el diálogo directo con los excombatientes, fuera de los controles
del poder judicial. La elocuente presencia de esa alteridad tanto tiempo
pensada, odiada y anhelada, generaba incertidumbres, inquietudes por el rostro
del otro, que en tanto rostro resulta inaprehensible y desborda toda
comprensión (Lévinas 2000). En principio, el miedo
orientaba una comunicación instrumental en búsqueda de la verdad. Pero, con el
tiempo las mujeres se vieron involucradas en actividades que hablaban de
reconciliación. Sin embargo, la desconfianza se evidenciaba. Consuelo David
contaba que
allá,
en la Cárcel de Itagüí, nos daban almuerzo, nos dieron unos tamales. Y… ¡por
Dios!, ¡¿qué tal que eso tenga veneno?!, ¡¿qué tal que eso tenga…?! Bueno,
nosotros nos comimos eso. En manos de Dios que eso no nos vaya a hacer nada
(entrevista a Consuelo David, Medellín, 23 de abril de 2018).
La presencia frecuente de las
mujeres en la Cárcel de Máxima Seguridad de Itagüí las fue fortaleciendo en la interacción,
pues cuenta Teresita Gaviria que al ver a los excombatientes se bloqueaban y no
hablaban. Estos encuentros derivaron en grupos cada vez más numerosos de
mujeres, pues al principio iban cuatro o cinco, al final eran dos buses llenos
cada miércoles, día de visita, ya que se formó un grupo de ellos que les
gestionaban la búsqueda de información entre los excombatientes.
Es así como se crearon condiciones
para establecer encuentros continuos entre mujeres que fueron victimizadas y
hombres que habían sido victimarios, con el fin de ir más allá de la verdad
sobre los hechos violentos y superar las categorizaciones trazadas por la
guerra, para devenir sujetos de reconciliación, con capacidad de hablar y
compartir. Surgieron entonces conversaciones que derivaron en el conocimiento
mutuo de historias de vida que confluían en marginaciones, precariedades y
vulnerabilidades, de poblaciones de las que ambos provenían. Se evidenciaron
procesos de singularización de trayectorias vitales marcadas por la guerra,
distantes y a la vez confluentes.
De estos encuentros, las Madres de
la Candelaria lograron el esclarecimiento sobre la ubicación de más de ochenta
cuerpos de desaparecidos y desaparecidas. Sin embargo, no todas las mujeres
salían siempre bien libradas de estos encuentros con los responsables y con la
verdad. Algunas fueron rebasadas por el impacto psicológico y emocional de
estar frente a quien detentaba el poder de dar razón sobre el paradero de la
víctima. Teresita Gaviria expresa su papel de mediadora-madre al decirle a uno
de ellos: “Vea, mijo. Ahí está doña Amparito. Usted va a hablar con ella y
dígale la verdad, por qué se lo mató...”. Al verlo la señora lo increpaba:
—¡Yo
quiero saber la verdad de mi hijo! Fulano. —Y él dijo:
—Ah,
sí, ese mancito [hombre] lo conocí yo. Sí, ese
muchacho lo tuvimos que matar…
—¿Por
qué lo tuvieron que matar? No era ladrón, no era un sicario, no era no sé
qué... no era un violador de niños porque el niño apenas tenía 15 años.
Entonces, ¿por qué lo tuvimos que matar?
—Ah,
por guerrillero…
—¡Deje
de ser mentiroso!, ¡deje de ser mentiroso! Dígame la verdad. ¿Dónde lo
dejaron?...
—Lo
echamos a la quebrada, al río.
—No
está en el río, señor. No está. Señor, dígame la verdad, dígame la verdad,
dígame la verdad... —Y ¡tran!, cayó [desmayada]
(entrevista a Teresita Gaviria, Medellín, 5 de abril de 2018).
Es así como las mujeres con su
presencia y sus preguntas por la verdad sobre sus hijos e hijas desaparecidas,
desde su posición social de madres, mujeres, víctimas, activistas cuestionaron
los mandatos de masculinidad en tanto mandatos de dominación y violencia que se
imponen a los hombres para sostener su poder sobre otros. Las interacciones con
las Madres de la Candelaria deshicieron ese estatus de hombría que niega todo lo
que encuentra en sí mismos de femenino (Moreno 2002). Las expresiones de
sensibilidad fueron públicas en algunos de ellos, como lo relata Guillermina
Zapata:
Esos
muchachos le preguntaban a uno… Se ponían a llorar, se agachaban […] Y yo…
pues, en este momento… me gusta hablar con ellos… Fuimos a presentar la obra de
teatro allá, y ellos lloraron y se agacharon viendo esa obra de teatro que
nosotros hacíamos… Nosotros… haciendo esa demostración que nos tocó… cuando nos
tocaba esa violencia que era tan horrible que… que, pues, se tenía hasta que
meter debajo de la cama en esas balaceras. Y ellos se ponen a llorar y miran
dizque así (con el rostro entre las manos), les corren las lágrimas y lo
abrazan a uno. Un muchacho me abrazaba y me abraza y me pedía que le perdonara,
que le perdonara… (entrevista a Guillermina Zapata, Medellín, 14 de junio de
2018).
La búsqueda de la verdad sobre el
paradero de sus seres queridos y los hechos relacionados con la desaparición
forzada subvirtieron las relaciones de fuerza entre mujeres-víctimas y
hombres-perpetradores; subjetividades producidas por la máquina de muerte de un
capitalismo que utiliza la pobreza y la vulnerabilidad para generar
polarizaciones duras, subjetividades opuestas y polarizadas que, al encontrarse
por voluntad propia, trazan nuevos territorios de relación, deviniendo
subjetividades fluidas, comprensivas de una realidad compleja, que puede ser
modificada y construida, donde la posibilidad de hablar evidencia la
incertidumbre, el dolor, la tortura y la angustia, como sentimientos que marcan
la vida de las mujeres y atraviesan la sociedad toda, incluidos los
responsables del daño, de las violencias ejercidas, que como la desaparición
forzada, son acontecimientos injustificables.
6.
Conclusiones
Los registros estadísticos no han
podido dar cuenta de la magnitud real de la desaparición forzada en Colombia,
delito catalogado como crimen de lesa humanidad que sigue bajo un halo de
invisibilidad e indiferencia social. Frente a esta situación, sostenida por múltiples
intereses vinculados a la legalidad y la ilegalidad, las narraciones de mujeres
que han sufrido el trauma nos muestran su magnitud en la dimensión existencial
de los sujetos, en las transformaciones de sus proyectos de vida y en sus
perspectivas de futuro. La desaparición forzada establece quiebres en las
trayectorias vitales, nudos en las narraciones individuales y colectivas
cargados de dolor, sufrimiento y preguntas por los hechos dolosos.
No obstante, en la persistencia de
la tortura de la incertidumbre y el dolor de la ausencia, las mujeres unidas
por la desaparición forzada de sus familiares en el movimiento Asociación
Caminos de Esperanza Madres de la Candelaria, logran procesos de subjetivación
que las llevan a resignificar su maternidad y a ganar autonomía, visibilidad
pública y transformaciones en su vida, por vía de la agencia colectiva de
enunciación que las empodera. La perspectiva de la víctima, construida como
sujeto pasivo y doliente, se quiebra cuando el movimiento social muestra
mujeres con conciencia de sus derechos, que reclaman la solidaridad y la
empatía social respecto a las consecuencias de los hechos atroces.
Sus logros cuestionan las políticas
y la gestión del Estado en la búsqueda de desaparecidos, visibilizando la
inacción y la incapacidad de dar respuesta a sus demandas de verdad, justicia y
reparación. La potencia de las Madres de la Candelaria las ha impulsado a
establecer interacciones con los posibles responsables del delito, generando
procesos donde han conseguido verdades que van más allá de la búsqueda de sus
familiares, al resituar las subjetividades marcadas por la guerra en el orden
de la ciudadanía y la inclusión dentro de una humanidad empática con el otro-diferente-opuesto,
cuestionando además órdenes tan fundantes como los mandatos patriarcales de
género, vinculados a las violencias de lo masculino sobre seres situados en la
mayor vulnerabilidad.
Apoyos
Este artículo está vinculado a la
investigación “Procesos de comunicación en torno al perdón y la reconciliación,
liderados por víctimas del conflicto armado pertenecientes al movimiento social
Madres de la Candelaria”, financiada en su totalidad por la Universidad de
Antioquia, Colombia.
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Entrevistas
Entrevista a Ana María Olarte,
integrante de Madres de la Candelaria, Medellín, 10 de junio de 2018.
Entrevista a Consuelo David,
integrante de Madres de la Candelaria, Medellín, 23 de abril de 2018.
Entrevista a Guillermina Zapata,
integrante de Madres de la Candelaria, Medellín, 14 de
junio de 2018.
Entrevista a Marta Oquendo,
integrante de Madres de la Candelaria, Medellín, 15 de abril de 2018.
Entrevista a Teresita Gaviria, líder
de Madres de la Candelaria, Medellín, 5 de abril de 2018.
Notas
[i] Cada colectivo crea un eje narrativo en torno a la unión por la desaparición forzada: “En el caso de ‘Hijos e Hijas por la memoria y contra la impunidad’ la historia compartida está relacionada con la militancia de los padres y la identidad se basa en eso más que en el perfil de violación de derechos humanos” (Guatavita 2014, 55).