Temas
Gafas violetas, pero… ¿con qué lentes?
Recorridos teóricos entre la producción y reproducción del trabajo
Violet glasses… but with what lenses?
Theoretical routes between the production and the reproduction of work
Lcda. Andreina Colombo.
Doctoranda en Estudios Sociales, Universidad Nacional del Litoral (UNL), y
becaria doctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
(CONICET) (Argentina). (andreina.colombo@unraf.edu.ar) (https://orcid.org/0000-0003-3764-5817).
Recibido: 03/03/2020 – Revisado: 04/06/2020
Aceptado:
30/10/2021 – Publicado: 01/05/2021
Cómo
citar este artículo: Colombo, Andreina. 2021. “Gafas violetas, pero… ¿con qué lentes? Recorridos teóricos entre la producción y
reproducción del trabajo”.
Íconos. Revista de Ciencias Sociales 70: 115-131 https://doi.org/10.17141/iconos.70.2021.4365
Resumen
Este artículo constituye una propuesta para
adentrarse en los debates teóricos en torno al concepto de trabajo o trabajos
en clave de género, particularmente en aquel que se centra en las relaciones
entre los ámbitos de la producción y la reproducción. El objetivo de esta
lectura es establecer las variaciones más significativas resaltando diferencias
y similitudes de las herramientas conceptuales que se presentan. Con base en la
analogía óptica de las “gafas violetas”,
se identifican heterogeneidades entre tres perspectivas: (i) con lentes
monofocales (desde la producción o la reproducción), mirada que tiene el foco
explicativo y descriptivo en uno de los ámbitos, desde el cual se expone y
cobra significado el otro; (ii) con lentes bifocales,
al atender los trabajos productivo y reproductivo en igual nivel, estableciendo
claras líneas de diferenciación entre ellos; y (iii)
con lentes progresivos, al captar ambos ámbitos entendiéndolos como un
continuo, resaltando simultaneidades, superposiciones e intermitencias. Ante la
proliferación de estudios con perspectiva de género y sin desconocer la
peculiaridad que abarca cada uno, resulta importante señalar que la clave de
lectura aquí propuesta contribuye a identificar la pertinencia de cada “lente”
para captar las configuraciones particulares de los trabajos y complementar
dicho análisis teniendo en cuenta un tiempo y un lugar específicos.
Descriptores: capitalismo;
género; mujeres; producción; reproducción; trabajos.
Abstract
The present
article intends to engage in a discussion around the concept of work (or works)
from a gendered perspective. Special attention will be given to the
relationship between the realms of production and those of reproduction. The
goal of this reading is to establish the most important variations between the
two, underlining the differences and similarities between the diverse
conceptual approaches in use. Using the analogy of the “purple glasses”, three
different approaches are identified: (i) with single
vision lenses (looking at either production or reproduction), which attempts to
describe the two realms from the viewpoint of only one of the two, (ii) with
bifocal lenses, which consider productive and reproductive work as equally
relevant, while establishing clear-cut differences between the two, and (iii)
with progressive lenses, which allow us to see the two domains as part of a
continuum, stressing their simultaneities, overlays and intermittencies. Taking
into account the proliferation of studies espousing a gender perspective -and
without denying their peculiar contributions-, the approach attempted here
tries to determine how each “lens” is useful in efforts to grasp the particular
patterning of each kind of work and to supplement such analysis by taking into
account specific times and places.
Keywords: capitalism; gender; women; production; reproduction;
work(s).
La diferenciación
entre mercado y no mercado atravesó las maneras de organizar y definir el
trabajo, al menos desde la industrialización, ya que el pensamiento económico
clásico estableció qué actividades humanas producían valor y cuáles no. Así, la
caracterización “improductivas” les correspondió a las tareas realizadas en los
hogares para el sostenimiento de las familias, por lo que quedaron excluidas
del concepto mismo de trabajo (Garazi 2017). Hacia mediados del siglo XX, esto
se vio reforzado por el afianzamiento del modelo normativo de hombre proveedor
y mujer ama de casa. De allí que las mujeres estarían ausentes en los estudios
del “trabajo”, salvo en las situaciones (circunstanciales, transitorias y
excepcionales) de necesidad económica del grupo familiar (Carrasquer
Oto 2009).
La segunda mitad del siglo XX puso en
evidencia la incorporación más estable y a tiempo completo de las mujeres en el
ámbito laboral y profesional, lo cual implicó reacomodamientos en las prácticas
y en las percepciones. Muestra de ello fue el crecimiento de los movimientos de
mujeres en la “segunda ola feminista” de los años 60 y 70, que en las versiones
anglosajonas reclamaban por igualdad en el mercado laboral y en el feminismo
italiano tomó forma en la campaña por el salario para las amas de casa
(Federici 2013). De ese modo se manifestó “la visibilidad del empleo femenino y
su legitimación social, pero no la liberación de las mujeres del trabajo
doméstico” (Carrasquer Oto 2009, 12-13).
Imbricada en este trasfondo social y
político, desde los años 70, en los ámbitos académicos se realizó una crítica
profunda al concepto mismo de trabajo, para dar cuenta de la multiplicidad de
actividades que realizan las personas (casi en su totalidad, mujeres) que “no
trabajan”. Se replantearon así supuestos básicos de la economía y de la
sociología del trabajo, por ejemplo, qué
produce valor, qué es el trabajo, en qué condiciones se desarrolla, o qué
explica la división de tareas (Esquivel 2012a). Se construyeron
teorizaciones sobre la división sexual
del trabajo y sobre “los
trabajos”, para analizar las tareas tanto productivas –dentro del
mercado, públicas y remuneradas– como reproductivas –en el seno del hogar y la
familia, privadas y no remuneradas–.
De acuerdo con Carrasquer
Oto (2009), se denomina “teorías
duales o de la producción/reproducción” al conjunto de estudios que
parten de este doble reconocimiento. Con base en los nuevos desafíos teóricos y
empíricos que se abren, en este texto se parte de una pregunta fundamental: ¿de qué manera se relaciona el trabajo
reproductivo con la producción capitalista?
La diversidad de reflexiones teóricas que
se desarrollaron para dar cuenta de este asunto (incluso el cuestionamiento de
la pregunta misma) es lo que aquí interesa a fin de identificar las variaciones más significativas, y de resaltar diferencias y similitudes
entre ellas. En este sentido, no se presenta un desarrollo teórico original
sobre las conceptualizaciones de los trabajos, sino más bien una clave de
lectura, un particular recorrido por las posturas sobre el tema, con el
que se pretende contribuir a establecer diferenciaciones teóricas para abordar
los fenómenos del mundo del trabajo en la actualidad.[i]
La diversidad y proliferación de estas
investigaciones resulta inabarcable en su totalidad en este escrito. Por ello,
se retoman solamente aquellas líneas teóricas (y, excepcionalmente, obras
puntuales) que abrieron caminos para pensar sobre las relaciones entre los
trabajos, en tanto permiten dar cuenta de continuidades y rupturas en el debate
de la temática. De esta manera, el primer recorte es en torno a las “gafas violetas”, focalizando en
perspectivas que “no solo atienden a las diferencias entre mujeres y hombres
con respecto a la economía –en tanto que discurso o sistema–, sino que
cuestionan dichas diferencias y buscan su transformación” (Pérez Orozco 2005,
44).[ii]
Otro recorte trascendente se realiza en cuanto al lugar de origen de las
producciones académicas, al centrarse principalmente en producciones del ámbito
europeo y norteamericano, dejando para trabajos futuros los desarrollos
realizados en, desde y para otros territorios.[iii]
En las líneas que siguen se desarrolla un
recorrido esquemático por estas perspectivas teóricas en torno a los trabajos
en clave de género. Para ello, se emplea la metáfora de la óptica, para
identificar qué se enfoca de las
relaciones entre el ámbito de la producción y el de la reproducción social,
o, en otros términos, dónde se ubica el foco explicativo de los procesos
sociales de los trabajos. Particularmente, la analogía de las “gafas violetas”
–que se popularizó a partir del libro El diario violeta de Carlota, de
Gemma Lienas– y los diferentes lentes permiten poner
de manifiesto importantes supuestos comunes entre las perspectivas, al mismo
tiempo que destacar sus variaciones, ya que cada tipo de lente es propio para
corregir una particular distorsión de la vista y, por tanto, para enfocarse en
espacios diferentes, más cercanos o más lejanos. Análogamente, el lente teórico
elegido (en tanto manera de entender la relación producción-reproducción) se
debe pensar junto al problema teórico-práctico que se considera necesario
atender y, por tanto, plantea una priorización por enfocar en alguno de esos
espacios en mayor medida que en otro o bien una particular relación.
De esta forma, se identifican tres
variaciones en cuanto a la forma de dar cuenta de los trabajos de
producción/reproducción: lentes monofocales, lentes bifocales y lentes
progresivos. El primer conjunto de investigaciones tiene su foco explicativo en
uno de los ámbitos –de allí la etiqueta “monofocales”– al que se mira con mayor
detalle y desde el cual se explica y cobra sentido el otro elemento de la
dualidad –ya sea en términos de primacía explicativa como de utilización de
conceptos del primero para explicar el segundo–. En este grupo se diferencian
los enfoques desde la producción o desde la reproducción. Las miradas con
lentes bifocales, por su parte, permiten captar ambos trabajos en una “sola
mirada”, y lo hacen a partir de claras líneas de diferenciación entre ellos y
sin que uno se imponga analíticamente sobre el otro. Finalmente, las
investigaciones con lentes progresivos plantean un cuestionamiento a la propia
dualidad producción-reproducción y proponen captar al mismo tiempo ambos polos,
pero entendidos más bien como un continuo, sin poder trazar líneas divisorias
evidentes entre los ámbitos debido a simultaneidades, superposiciones e
intermitencias.
Cada uno de estos ejes organiza las tres
secciones del cuerpo del texto que sigue. Se finaliza planteando algunos
aportes del recorrido teórico propuesto.
Como se esbozó en la introducción, en este
apartado constan lecturas que reconocen ambos trabajos, pero cuyas autoras “leen” los procesos del ámbito
reproductivo a través de los lentes
monofocales del trabajo
productivo, lo que acarrea algunas limitaciones resaltadas en las
investigaciones analizadas en las secciones siguientes. En esta línea, se puede
diferenciar aquellas que plantean la primacía de la esfera de la producción,
aquellas que sostienen la autonomía funcional entre ambas lógicas –aunque la
reproductiva mantiene un lugar subordinado–, y otro conjunto de teorías que
parten de un reconocimiento de la autonomía relativa o articulación entre
producción/reproducción, pero tomando elementos de la primera para describir y
analizar la segunda.
El primer conjunto de análisis da cuenta de
la posición más tajante dentro de este eje, en tanto argumentan que el trabajo
doméstico va a disminuir a medida que avance el desarrollo y modernización del
capitalismo; en los términos que se utiliza en este trabajo, implicaría
plantear que el desarrollo de la esfera de la producción conlleva a la
reducción/eliminación de la esfera de la reproducción como trabajo. En tal
sentido, las tareas reproductivas se consideran residuales, entendidas
como modo de organización social precapitalista de la que el capitalismo se
valió desde su constitución. Una de las obras dentro de esta perspectiva es Mujeres, graneros y capitales de Claude Meillasoux (1989), publicada originalmente en 1975, donde
señala la incapacidad de sostener una economía doméstica dentro del sistema
capitalista, por las dificultades para “controlarla” que le representa a este
último (Federici 2013).
El segundo grupo de investigaciones se
ubican dentro de la tradición marxista, pero cuestionando las teorías
económicas de Karl Marx por no haber atendido a las relaciones sociales que
aseguran la disponibilidad de la mercancía
fuerza de trabajo, es decir, por ignorar a la reproducción social. En este
grupo, se destaca el debate sobre “el enemigo principal”, acerca de si era el
capital o el patriarcado lo que marcaba en mayor medida la subordinación de las
mujeres en el sistema social (Pérez Orozco 2005). En íntima relación, desde
fines de los 60 hasta inicio de los 80, comienza a visibilizarse el trabajo
doméstico, el estatuto analítico de esta actividad y la posición de clase de
las mujeres frente a la liberación de las relaciones de explotación
capitalista. En términos de reivindicación del movimiento feminista, se plasmó
en el reclamo de salario para las amas de casa (Federici 2013).
En líneas generales, estos estudios
denunciaron la existencia de una división del trabajo entre la esfera del
trabajo doméstico –feminizado– y la del trabajo de producción – masculinizado–,
demostrando que el primero atendía a las necesidades del capital al garantizar
el control social de las mujeres y la reproducción cotidiana de la fuerza de
trabajo (presente y futura). Asimismo, plantearon que las mujeres constituían
un “ejército de reserva” de la mano de obra masculina, en tanto estas se
sumaban intermitentemente a la producción, constituyéndose en mano de obra
barata y disponible para el capital (Soraire 2007).
Se puede identificar a diversas pensadoras
en esta línea teórica, como Silvia Federici y Christine Delphy,
pero nos detendremos en dos obras. Primero, en los análisis ya clásicos sobre
desarrollos de Mariarosa Dalla Costa y Selma James en
El poder de la mujer y la subversión de
la comunidad (1975), que señalan la centralidad del trabajo doméstico para
sostener el capitalismo y el rol productivo –por tanto, de explotación– de las
amas de casa, y cómo este no se traduce en salario a pesar de producir
plusvalía. A partir de estos planteos iniciales, construyen el término de “fábrica social” para incluir a la comunidad/familia como “la otra mitad de la
organización capitalista, la otra zona de explotación capitalista oculta, la
otra fuente oculta de trabajo excedente” (James 1977, 12). El segundo texto es
El trabajo doméstico en el modo de
producción capitalista de Wally Seccombe (1975), quien plantea la existencia de dos
unidades de trabajo inherentes al capitalismo industrial: la doméstica de la
reproducción capitalista y la industrial de la producción capitalista; además,
desarrolla la subordinación de la primera con respecto a la segunda en esta
formación social.
Toma forma, entonces, una mirada del
trabajo doméstico/reproductivo que reconoce algunas características propias,
pero que son leídas con las categorías marxistas “de la producción” (modo de
producción, mercancía, ejército de reserva, entre otras), de la mano del
planteamiento de una relación
funcional y de subordinación de la reproducción
a la producción. En este sentido, son dos las principales críticas hacia esta
perspectiva: “sigue sin cuestionarse la hegemonía de la producción y tampoco se
hacen visibles las ventajas que para el género masculino supone el trabajo
doméstico femenino” (Carrasquer Oto 2009, 34).
Desde este lugar, continua el recorrido
hacia las teorías monofocales que plantean la idea de autonomía relativa, abonando a la idea de la presencia de
relaciones capitalistas y patriarcales en las dos esferas (Carrasquer
Oto 2009). Desarrollada inicialmente por pensadoras como Jill Rubery y Jane Humphries, y
retomada también por Antonella Picchio en los 80, desde
esta postura se revisó la articulación producción/reproducción hasta entonces
planteada, revalorizando la esfera de la reproducción social para la
configuración y mantenimiento del sistema económico o, en términos de las
autoras, partir de la consideración de que
la esfera de la reproducción social está articulada
con la esfera de la producción y forma parte integrante de la economía, […] es,
por lo tanto, relativamente independiente de la esfera de producción […] por lo
que tiene que haber una mutua adaptación entre las estructuras del lado de la
demanda y del de la oferta (Humphries y Rubery 1994, citadas en Cuadrada et al. 2015, 341).
Otro elemento importante de esta
perspectiva es que estas relaciones deben analizarse corriendo la lectura
funcionalista, con el fin de dar cuenta sobre estos procesos en términos
históricamente anclados y no de manera predeterminada. En esta línea se ubica
el trabajo de Picchio (1981), en el que analizó las
especificidades del trabajo reproductivo al mismo tiempo que su constitución
como garantía de la existencia del mercado y factor explicativo de las
condiciones de disponibilidad de mano de obra en el capitalismo industrial.
De esta manera, se complejizaron las
posibles relaciones entre la producción y la reproducción, al establecer como
indispensable un anclaje espacio-temporal para comprender cabalmente los modos
en que se instaura la autonomía relativa entre ellas. También, estas
contribuciones abrieron la posibilidad del estudio del trabajo reproductivo per se (ampliando la noción inicial de
trabajo doméstico), aunque frecuentemente compartieron “con las propuestas
anteriores su olvido como materia de análisis” o lo abordaron “solo como factor
explicativo de la actividad laboral femenina” (Carrasquer
Oto 2009, 25). Asimismo, se critica que aún se valen de las categorías de
análisis del mercado para dar cuenta de ambos espacios –el concepto de
autonomía relativa es un ejemplo de ello– (Pérez Orozco 2005). En definitiva,
las autoras no se plantearon relaciones funcionales ni de subordinación
inherentes a cada esfera de trabajo, pero continuaron desarrollando sus
análisis a partir de las mismas categorías conceptuales, limitando las
posibilidades de captar las particularidades de los trabajos reproductivos.
En este sentido, resulta relevante destacar
dos líneas de investigaciones que avanzan sobre estos cuestionamientos: con la
primera, se planteó una relación de articulación entre producción y
reproducción; y la segunda dio lugar al análisis del trabajo reproductivo en particular.
Las investigaciones que desarrollaron la primera cuestión son analizadas en las
próximas secciones. Sin embargo, se considera que una derivación del segundo
punto mantiene una mirada desde la
producción, tal como se entiende en este artículo; se trata de las
investigaciones que avanzaron en la cuantificación del trabajo reproductivo en
términos de su valor económico, lo que derivó en considerar la dicotomía
trabajo remunerado/trabajo no remunerado.
Desde la década de los 70 se han
manifestado intereses académicos y políticos de visibilizar el trabajo de las
mujeres a través de las estadísticas, indicadores económicos, cuentas
nacionales y distinciones como población activa/inactiva (Legarreta 2006). Aquí
hay que destacar la trascendencia del Decenio de las Naciones Unidad para la
Mujer: Igualdad, Desarrollo y Paz (1975-1985)[iv]
para la incorporación de estos intereses a programas estatales de diversos
países (Benería 2005). Desde entonces es mucho lo que se ha avanzado en cuanto
a las conceptualizaciones y metodologías para captar el trabajo no remunerado,
en su mayoría femenino (Picchio 2003).
No es objetivo de este escrito adentrarse
en estas cuestiones, sino más bien exponer que el paso de la mirada de la
producción/reproducción a la de trabajo remunerado/no remunerado permitió dar
cuenta del valor económico del trabajo invisibilizado y, por tanto, de su
indispensabilidad para el desarrollo de la sociedad en su conjunto. Esto es,
justamente, uno de los motivos de tomar esta diferenciación: la visibilidad
política que se habilita al establecer con datos estadísticos cuánto aportan
las mujeres, en cantidad de trabajo y de recursos generados, para la producción
social. Asimismo, se defiende su pertinencia ya que el desarrollo capitalista
de las últimas décadas del siglo XX ha puesto en jaque la diferenciación misma
entre ambas esferas,[v] y
focalizar en la remuneración presenta menor ambigüedad ante ese panorama
(Benería 2006).
En este marco, se identifican también las
propuestas de medición del uso del tiempo que tempranamente comenzaron a
generar estadísticas para mostrar las diferentes maneras en que hombres y
mujeres ocupaban su tiempo diario; algunos países como Italia, Francia y
Estados Unidos fueron pioneros en estas encuestas (Picchio
1994). Acuñando el concepto de carga total de trabajo, pudieron mostrar que las
mujeres dedican no solo más tiempo al trabajo no remunerado, sino a ambos
trabajos si se los considera globalmente (Legarreta 2006).
Este tipo de propuestas, además, suelen
derivar en la necesidad de repensar las políticas públicas a partir de
parámetros más amplios de trabajo, pregonando la conciliación entre los
diferentes usos sociales del tiempo, ahora desigualmente distribuidos entre los
géneros. En términos de Benería (2006, 15), “la conciliación debe tener lugar
en varias direcciones, entre ellas: a) distintos tipos de trabajo remunerado y
no remunerado; b) trabajo y ocio; c) trabajo, ocio y movilidad; d) trabajos que
permiten distintos niveles de autonomía en el uso del tiempo”.
Este conjunto de investigaciones recibió
importantes críticas que reparaban en la complejidad de equipar el tiempo
productivo con el tiempo reproductivo o de ocio, teniendo como trasfondo la
diferenciación con base en la remuneración.[vi] En este
sentido, prevalece una sola lógica para pensar una multiplicidad de relaciones
sociales que no pueden reducirse a su monetización, y “los sectores ‘añadidos’,
a pesar de ser reconocidos y contabilizados, siguen estando atrapados en la
posición subordinada, minusvalorada/desvalorizada vis a vis con la economía
‘central’” (Cameron y Gibson-Graham, citado en Pérez Orozco 2005, 54).
Asimismo, este
grupo de estudios, al plantear la posibilidad de conciliación entre estos
tiempos, supone que es viable distribuir equitativamente la “carga de trabajo”
que tradicionalmente asumieron las mujeres en mayor medida, disolviendo así la
incidencia de las relaciones de explotación capitalistas y del patriarcado en
estas desigualdades.[vii] Esto se
atribuye a que partieron de aplicar una metodología derivada del análisis de
los mercados (la remuneración y su relación con el tiempo) para procesos que
ocurren fuera de ellos (Pérez Orozco 2005). Además, la conceptualización misma
del tiempo está en reconfiguración a partir de las nuevas presencias/ausencias
y cercanías/lejanías generadas por las nuevas tecnologías que atraviesan los
procesos productivos y reproductivos (Delfino 2011).
Como se pudo observar, la incorporación del
trabajo doméstico/reproductivo a los estudios de la sociología del trabajo y de
la economía implicó importantes cuestionamientos en estos campos, aunque se
construyeron críticas sobre sus aportaciones. Se destaca (especialmente para
los debates del trabajo doméstico y el enfoque de autonomía relativa) el
planteamiento de que aún se trataba de categorías demasiado abstractas, que no
podían dar cuenta de cómo ello se plasma en tareas, espacios, estrategias y
percepciones (Kergoat 1984). En respuesta, se
desarrollaron diversas investigaciones con el foco en la esfera de la
reproducción, para reconocer las particulares maneras en que se desarrollan las
actividades dentro de este ámbito y, desde esa especificidad, explorar las relaciones
con el trabajo productivo (Carrasquer Oto 2009).
Un primer grupo de investigaciones se
desarrolló desde los años 80 en Francia, con el objetivo de mostrar la
actividad y el saber femenino en el trabajo doméstico, enfocando en dónde,
cuándo y cómo se desarrolla. Esto involucraba visibilizar el valor del trabajo
doméstico desde sus propias características y sus expresiones en la vida
cotidiana, corriendo la consideración como valor económico o carga de trabajo.
Esto no implicaba, sin embargo, obviar el marco estructural de los análisis del
trabajo, es decir, de las relaciones entre capitalismo y patriarcado.
Se destaca aquí el trabajo de Chabaud-Rychter, Fougeyrollas-Schwebel
y Sonthonnax, Espace et temps du travail domestique
de 1985. También sobresalen las investigaciones que se han centrado en los
significados y percepciones sobre el trabajo doméstico, diferenciándolos en
grupos sociales (primordialmente, las clases) y dando cuenta así de la
heterogeneidad femenina; por ejemplo, el libro Logiques domestiques: essai sur les représentations du travail
domestique chez les femmes
actives de milieu populaire
de Annie Dussuet. Fructíferas líneas de investigación
se ramificaron de esta perspectiva; resaltan aquellas que analizaron la gestión temporal o el management familiar como actividad característica
del trabajo reproductivo, las miradas intragénero
femenino en clave generacional y la visibilidad de los aprendizajes que este
trabajo, como cualquier otro, requiere (Carrasquer
Oto 2009).
Buena parte de estas investigaciones
comparten el supuesto de una relación de autonomía relativa entre la producción
y la reproducción, por lo que se pueden considerar como una ampliación de los
desarrollos iniciales de esta perspectiva (los que ubicamos mirando desde la
producción). Además de las investigadoras francesas, se puede subrayar la
evolución del trabajo de Antonella Picchio, quien
argumenta que bajo el paraguas de la autonomía relativa conviven diversidad de
puntos de partida. Ya en la década de los 90, la autora cuestiona sus propios
planteos iniciales invirtiendo la relación epistemológica entre la esfera de la
producción y la esfera de la reproducción: es desde la reproducción que se
puede dar cuenta del conjunto de relaciones sociales, ya que sin ella no hay producción
capitalista posible (Picchio 1992, 1994).
Más cercanas a nuestros días, otro
importante conjunto de investigaciones con este lente son las que se engloban
en la care economy (Esquivel
2012a). Bajo el paraguas del cuidado
(o cuidados, o trabajo doméstico y de cuidados) hay diversidad de aristas, las
que se han ido institucionalizando en ámbitos académicos y políticos,
especialmente a través del impulso que se les brinda desde organismos
internacionales.[viii]
Como supuesto compartido se encuentra la intención de focalizar en la manera en
que estas tareas aportan en términos de bienestar social (Torns
2008), por lo que se las entiende como aquellas “actividades que se realizan y
las relaciones que se entablan para satisfacer las necesidades materiales y emocionales
de niños y adultos dependientes” (Mary Daly y Jane Lewis 2000, citados en
Esquivel 2012b, 148). En esta línea, tienen un lugar primordial las
investigaciones que dan cuenta de los aspectos afectivos e intersubjetivos de
los cuidados, y sus particularidades frente a los trabajos mercantiles (García
Guzmán 2019), aportando a la necesidad de contar con marcos conceptuales y
estrategias metodológicas particulares (Carrasco, Borderías y Torns 2011).
Desde esta perspectiva se plantea su
pertinencia frente a los conceptos de trabajo reproductivo o no remunerado, al
definir el care a partir del proceso de trabajo en sí
mismo, y ya no a partir del lugar de producción o de su no monetización (Folbre 2006). El cuidado comprende, entonces, a trabajos
desarrollados en el mercado, en el hogar, en la comunidad y en el Estado, sean
estos remunerados o no (Esquivel 2012b).
Este enfoque también recibe críticas en
cuanto se considera que la diferenciación entre personas que brindan cuidados y
personas que reciben cuidados (en otros términos, personas autónomas y personas
dependientes) no permite dar cuenta de la multiplicidad de relaciones de
dependencia y de situaciones de (in)dependencias (Esquivel 2012b). Asimismo, se
plantea que se diluye tanto el componente de clase (o las relaciones entre
capitalismo y patriarcado) como la centralidad del cuidado de los adultos del
hogar, es decir, de las personas que participan de las relaciones de trabajo
mercantiles (Torns 2008).
Esta parte del recorrido se ocupa de las
perspectivas con lentes bifocales que atienden con igual peso analítico a las
tareas productivas y a las reproductivas, pero estableciendo claras líneas de
diferenciación entre ellas. Comparten, además, el esfuerzo por ofrecer un lugar
a las complejas interacciones entre producción/reproducción, lo que supone
entender las múltiples maneras que se imbrican y los procesos de
retroalimentación entre las relaciones de poder de ambas esferas (Pérez Orozco
2005).
Una primera perspectiva en este sentido
tomó forma las últimas décadas del siglo XX a partir de la idea de articulación. Partiendo del debate
sobre el trabajo doméstico, se lo repiensa en un sentido más amplio, en
términos (justamente) de reproducción, lo que implica reconocer su existencia,
las tareas que implica y su importancia tanto para la reproducción de las
personas y del conjunto social como para el capitalismo mismo (Carrasquer Oto 2009). Se destacan los trabajos iniciales de
Lourdes Benería en la década de los 80, en los que describe la especificidad
del trabajo reproductivo en el capitalismo al identificar tres aspectos
centrales de estas actividades: la reproducción biológica, la reproducción
social y la reproducción ideológica de la fuerza de trabajo (Benería 1981).
Otro modo de reagrupar lo que implica la
reproducción desde esta perspectiva se identifica en Mariana Bianchi (1994),
que distingue entre las tareas propiamente reproductivas (desde lo biológico a
lo social, tales como la procreación, crianza, educación, socialización), las
domésticas (ropa, comida, compras, limpieza), las burocráticas (servicios e
instituciones) y las asistenciales (cuidado de enfermos, discapacitados,
ancianos). En definitiva, se recuperan elementos de la perspectiva marxista,
pero apelando a la salida de las dicotomías iniciales con una mirada “desde la producción” al valerse de
categorías diferenciales para cada ámbito.
Con estudios más bien anclados en las
interacciones de la vida cotidiana, en la misma década, en la sociología estadounidense
comienza tomar forma una perspectiva que da cuenta del desequilibrio entre la esfera laboral y la familiar. Esto
implica un corrimiento de las conceptualizaciones de producción/reproducción,
aunque se incorpora una mirada atenta a las interacciones entre ambas,
especialmente a partir del aumento de mujeres en el mercado laboral. Se destaca
en este particular el libro The Second Shift. Working Families and the Revolution at Home (2012) de Arlie Hochschild
y Anne Machung, un análisis de las reglas y dinámicas
que se conjugan y redefinen a partir de las constantes interrelaciones entre
las familias y el mercado. Impera la imbricación de los códigos culturales e
ideologías de género en ambos espacios, así como en la manera en que hombres y
mujeres (en mayor medida, estas últimas) tratan de resolver el desequilibrio
entre las exigencias de ambos (D’Oliveira-Martins
2018). En términos de las autoras, el planteamiento es que
mirar al sistema de trabajo es mirar la
mitad del problema. La otra mitad ocurre en la casa. ¿Irá la nueva mujer
trabajadora cargar con todo, bebé y oficina? ¿Tendrá la oficina prioridad con
respecto al bebé? ¿O aparecerán bebés también en las vidas, sino en los
despachos, de los colegas hombres? ¿Qué se permitirán sentir los hombres y las
mujeres? ¿Cuánta ambición en el trabajo? ¿Cuánta empatía por los hijos? ¿Cuánta
dependencia del cónyuge?” (Hochschild y Machung, citado y traducido en D’ Oliveira-Martins 2018, 159).
De estas tensiones, se evidencia el
problema del second shift:[ix]
ante el aumento de hogares donde hombres y mujeres trabajan en el mercado,
¿quién se encarga del trabajo de cuidado de la familia y el mantenimiento del
hogar? Las mujeres son las que en mayor medida absorben esta tensión,
haciéndose cargo del segundo turno de trabajo en sus hogares. También es
importante el lugar otorgado en estos estudios a la dimensión afectiva y
emocional de ambos trabajos, particularmente los feminizados,[x] lo
que fue retomado (complementándolo o de manera crítica) por investigaciones de
la care economy.
En línea con estos planteos, en los últimos
años se han generado conceptualizaciones sobre la triple jornada de trabajo que
importantes grupos de mujeres desarrollan diariamente. No hay un acuerdo acerca
de qué tipo de actividades son las se realizan en este tercer turno, pero sí
comparten la intención de mostrar la sobrecarga de trabajo (traducido en
desgaste y explotación) en las rutinas de las trabajadoras, tal sobrecarga
excede los límites de lo productivo y lo reproductivo. De esta manera, la
triple jornada se emplea para dar cuenta de las actividades relativas al
cuidado de personas adultas[xi]
(Robles Silva 2003), al estudio personal (Contrera
Ávila y Portes 2012), o aquellas derivadas de la participación en instituciones
estatales –que requieren todo un conjunto de obligaciones burocráticas
particulares–, como en hospitales públicos (Arpini, Castrogiovanni y Epstein 2012) o en planes sociales (Cena
2019).
Recupero ahora una perspectiva que se
propone como superadora de la articulación
producción/reproducción y del second shift; se trata del enfoque de la doble
presencia. Las contribuciones
iniciales de esta perspectiva se observan en autoras como Laura Balbo (1978), Maria Pia May y Franca Bimbi. Este enfoque parte de considerar como característica
inherente del capitalismo de la segunda mitad de siglo XX “la presencia
continuada [de las mujeres] en la actividad productiva y una clara orientación
hacia el empleo, aunque con el trabajo doméstico y familiar a cuestas” (Carrasquer Oto 2009, 50).
Ante esto, es preciso reconocer las
características de cada trabajo, analizando las continuidades y superposiciones
entre producción y reproducción. Carrasquer Oto
(2009, 41) lo plantea de manera tajante: “la doble presencia femenina hace que
los dualismos de presencia/ausencia, público/privado, trabajo/no trabajo,
productivo/reproductivo, resulten inadecuados para el análisis del trabajo
femenino. Doble presencia significa el fin de las dicotomías que presiden el
análisis del trabajo”.
Una dimensión de análisis central de esta
perspectiva es la temporal, pero alejándose de las perspectivas que lo reducen
a su cuantificación en términos de “horas de trabajo (mercantil)”. A diferencia
de entender ambas cargas de trabajo como “turnos” diacrónicos, exclusivos,
secuenciales y espacialmente diferenciados, la doble presencia apunta a la
acumulación de dos trabajos con lógicas temporales diferenciadas atravesadas
por la sincronía, la disponibilidad, la simultaneidad (y el solapamiento) y por
su realización a lo largo de todo el ciclo de vida (Carrasquer
Oto 2009). Esta caracterización elimina el carácter explicativo de dicotomías
como público/privado o mercado/familia, que son difícilmente diferenciables
cuando el análisis pretende dar cuenta de las múltiples y conflictivas
relaciones entre estructuras sociales, dinámicas de la vida cotidiana y
construcción de identidades sociales.
Esta perspectiva se ve profundizada en una
serie de autoras que plantean la necesidad de complejizar el concepto a partir
de la idea de doble presencia/ausencia[xii] (Izquierdo 1998), para captar no solo el doble trabajo sino también las
situaciones de estar y no estar,
de saltar de un ámbito al otro intentando compaginar sus lógicas contrapuestas
(Sagastizabal y Legarreta 2016).
Finalmente, y siguiendo a Pérez Orozco
(2005), se identifica dentro de las perspectivas que se plantean como
superadoras de la dicotomía inicial a los enfoques de la sostenibilidad de la vida. Desde
inicios del siglo XXI, autoras como Cristina Carrasco, Anna Bosch, Elena Grau y
Maria Jesús Izquierdo (varias de ellas, incluso, se
mencionaron en otros enfoques), proponen una revisión integral de los conceptos
y metodologías utilizadas hasta el momento para pensar los trabajos. Instan a
considerar las actividades en la medida en que contribuyen u obstaculizan la
satisfacción de las necesidades humanas, desligándose completamente de las
connotaciones mercantiles (Carrasco 2003).
En esta línea, las conexiones con el medio
natural son un elemento central del enfoque (Bosch, Carrasco y Grau 2005).
Asimismo, una implicación esencial de estas investigaciones es el
reconocimiento de lógicas de funcionamiento antagónicas dentro el modo
capitalista de organización social: la del beneficio económico y la de
estándares de vida de toda la población. Así, este conflicto se maneja de una
sola manera: “Entre la sostenibilidad de la vida humana y el beneficio económico,
nuestras sociedades patriarcales capitalistas han optado por este último”
(Carrasco 2003, 28). De este modo, las nociones de producción y reproducción,
en sus definiciones cerradas y estáticas, pierden poder explicativo, y el
ámbito económico se abre al conjunto de relaciones sociales que satisfacen
necesidades humanas, las que son dinámicas y ancladas espacial y temporalmente
(Pérez Orozco 2005).
En las páginas precedentes nos adentramos
en los debates en torno al concepto del trabajo en clave de género,
particularmente sobre las relaciones entre producción y reproducción. De esta
manera hemos procurado marcar las heterogeneidades entre las perspectivas con
gafas violetas, identificando investigaciones que miran con lentes monofocales
(desde la producción o desde la reproducción), lentes bifocales y lentes
progresivos.
Como se adelantó en la introducción cada
una de las perspectivas hace aportes significativos a la conceptualización del trabajo,
y el tipo de lente elegido se debe pensar en relación con el problema
teórico-práctico que se considera necesario atender. En esta línea, considero
que la clave de lectura propuesta en este artículo puede aportar, al menos, en
dos sentidos.
El primero ilustra cómo cada propuesta
teórica es pertinente para captar algunas realidades de los trabajos, aunque no
necesariamente todas. Al respecto, resulta atinado traer la reflexión de D.
Garazi (2017), en tanto reconoce que las lecturas denominadas aquí monofocales
pueden ocultar una serie de trabajos que ocurren al mismo tiempo entre la
producción y la reproducción. Por ello, las herramientas conceptuales para leer
las modalidades del trabajo en las sociedades actuales deben problematizarse
“de acuerdo con el contexto y la incidencia de distintos factores como el
espacio de realización, su carácter remunerado o gratuito, los beneficiarios o
el género del trabajador” (Garazi 2017, 445).
El segundo aporte, ligado al anterior, es
que nos permite dar lugar a las variaciones de los fenómenos del mundo del
trabajo que se quieren abordar. En otros términos, implica que las metamorfosis
del capitalismo desde las últimas décadas del siglo XX han generado
ampliaciones conceptuales desde los primeros debates sobre los trabajos. En
este sentido, la implosión del modo asalariado en la multiplicidad de
relaciones laborales, con la consecuente contracara del cuentapropismo, el
trabajo independiente y la tercerización, pone en cuestión un supuesto
implícito de buena parte de las perspectivas aquí reseñadas. Sin embargo, el
trabajo asalariado no ha desaparecido y sigue siendo mayoritario. Por ello, la
clave de lectura propuesta pretende contribuir a sistematizar las
focalizaciones, que se pueden complementar entre ellas para dar cuenta de una
configuración particular de trabajos, en un tiempo y lugar específico.
De esta manera, se evidencia que los
aportes que se han hecho desde la década de los 60 al concepto de trabajo
resultan fundamentales para abordar cualquier fenómeno del mundo del trabajo.
Asimismo, la actualidad que la perspectiva de género ha ido ganando en los
ámbitos académicos y políticos nos invita a releer críticamente esos debates
para que las investigaciones que desarrollemos den cuenta de la multiplicidad de
ritmos, modalidades y espacios en donde se trabaja en el capitalismo del siglo
XXI.
Este artículo se realizó con el apoyo de
una Beca Doctoral Interna para Centros de Investigaciones y Transferencia
(CIT), otorgada por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y
Técnicas (CONICET), Argentina.
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Notas
[i] La
reflexión que aquí se presenta forma parte del proceso de construcción del
estado del arte y delimitación del marco teórico de una tesis doctoral, cuyo
objeto de estudio es el cuentapropismo femenino en una ciudad del interior de
Argentina. Si bien el escrito resulta eminentemente teórico, la clave de
lectura propuesta tiene como trasfondo la necesidad de clarificación conceptual
para abordar un fenómeno actual. En este sentido, construir un marco teórico
supone deducir desde conceptos abstractos ideas más específicas que permitan
construir evidencia empírica, en otras palabras: los datos no pueden ser
pensados sin la teoría y viceversa (Sautú et al. 2005).
[ii] Esto implica
dejar de lado corrientes como la nueva
economía de la familia o la teoría
de la segmentación del mercado laboral que dan cuenta del ámbito del
“no-mercado”, pero no así de las relaciones patriarcales de poder que lo
subyacen. Para críticas con perspectiva de género a estos enfoques, Carrasquer
Oto (2009) y Soraire (2007).
[iii] Sobre este
punto, no desconocemos las particulares maneras en que el sistema social
capitalista y patriarcal se instancia en los países según su condición de
centro o periferia, ni las múltiples implicancias entre las teorías y los
lugares desde donde se producen. Empero, vamos a focalizar en perspectivas
teóricas de carácter más bien general, entendiendo que la discusión versa sobre
las características del capitalismo y del patriarcado que los hacen ser.
[iv] Este periodo
abarcó las tres conferencias centradas en los derechos de las mujeres,
desarrolladas en México, Copenhague y Nairobi en los años 1975, 1980 y 1985
respectivamente. Con el trabajo del organismo durante este periodo, se instauró
un nuevo enfoque, en donde cada mujer se consideró una asociada plena e igual
al hombre. En este sentido, se propició un crecimiento paulatino de la temática
a nivel internacional, especialmente entendiéndola como un “adelanto de las
mujeres y el desarrollo” que llevó a “conocer y reconocer las diversas formas
de trabajo” (Aguirre y Ferrari 2014, 10).
[v] Se refiere concretamente a la
mercantilización de tareas reproductivas, que ahora pasan a integrar las tareas
remuneradas en el mercado, y la “producción” a partir de trabajos no
productivos, como el trabajo voluntario (Benería 2006).
[vi] Extenderse en las críticas a este
enfoque no es la intención con este texto, pero resulta relevante marcar que la
lógica mercantil no da lugar a rasgos tan específicos de los trabajos
(reproductivo y productivo) como las sensibilidades y emociones socialmente
construidas y atribuidas, pudiendo equiparar las mediciones centradas solamente
en la cantidad de horas trabajadas a aquellas que una persona dedica a cuidar a
su hijo o hija enfermo con el turno (no pago) que una pasante de enfermería
desarrolla en un hospital (Vergara y Colombo 2018).
[vii] Para Valeria Esquivel (2012b, 145),
estos enfoques entienden que “su desigual distribución en términos de género se
encuentra en el origen de la posición subordinada de las mujeres, y de su
inserción desventajosa en la esfera de la producción. El énfasis, entonces,
estaba puesto sobre todo en ‘visibilizar los costos’ para las mujeres que la
provisión de este trabajo reproductivo traía aparejados”.
[viii] La perspectiva del cuidado es la
manera privilegiada en que se analizan las políticas públicas sobre los
trabajos femeninos en los diferentes órganos del Sistema de Naciones Unidas,
visibilizado en sus conferencias y convenciones (García Guzmán 2019).
[ix] La traducción directa del término es
‘segundo turno’, aunque es común encontrarlo citado como
‘doble jornada’ (por ejemplo, en Carrasquer Oto 2009).
Para evitar posibles confusiones, aquí se emplea el término en su idioma
original.
[x] Se puede destacar la elaboración de
conceptos centrales como trabajo
emocional y mercantilización de las emociones,
desarrollados por Hochschild.
[xi] En estos trabajos se enfatiza la
diferenciación entre trabajo doméstico y trabajo de cuidado, para marcar las
diferentes tareas, cargas y dedicaciones que cada uno de ellos implica para las
personas que lo realizan. Así, al trabajo en el mercado se adicionan estas dos
jornadas.
[xii] La conceptualización como presencia/ausencia ya estaba presente
en autores que analizan el modelo de hombre proveedor / mujer ama de casa, al
entender que el trabajo reproductivo era económicamente relevante al mismo tipo
que, necesariamente, oculto. Por tanto, “la actividad de las mujeres en esas
esferas, se califica como de presencia-ausente” (Pérez Orozco 2005, 57).