Temas
Sociología de la infancia y América Latina como su lugar de enunciación
Sociology of childhood and Latin American as
its locus of enunciation
Lcda. Natalia Sepúlveda Kattan. Estudiante de Doctorado en Sociología, Universidad Alberto Hurtado (Chile).
(natalia.sepulveda@geosocial.cl) (https://orcid.org/0000-0003-4835-8936)
Recibido: 11/04/2020 – Revisado: 05/06/2020
Aceptado: 30/10/2021 – Publicado: 01/05/2021
Cómo citar este
artículo: Sepúlveda-Kattan, Natalia. 2021. “Sociología de la
infancia y América Latina como su lugar de enunciación”. Íconos. Revista de
Ciencias Sociales 70: 133-150
https://doi.org/10.17141/iconos.70.2021.4438
Resumen
En este trabajo,
de corte teórico, se plantea un doble desafío para quienes estudian la
sociología de la infancia en América Latina: a) ser críticos frente a la escasa
y débil atención que ha dado la sociología a la infancia como fenómeno social;
y b) ser críticos frente a la propia disciplina para pensar en las infancias
latinoamericanas como fenómenos que se desarrollan en contextos coloniales. Mediante revisión bibliográfica, se sistematizan los
elementos que configurarían a la sociología de la infancia como una sociología
crítica, y aquellos que permitirían una mirada del fenómeno desde nuestro lugar
de enunciación. Se revisan textos de autores críticos y decoloniales que
plantearon la importancia del conocimiento situado para pensar desde el propio
lugar, planteamientos y autores clásicos de la sociología de la infancia y
autores latinoamericanos que han sugerido problemas y particularidades sobre su
estudio en el continente, así como los desafíos de la disciplina en ese ámbito.
Se concluye que es pertinente buscar una relación entre el pensamiento
decolonial y la sociología de la infancia al observar el fenómeno en
Latinoamérica, pero que, sin embargo, deben sopesarse las propias tensiones del
giro decolonial para lograr puntos de encuentro entre ambos. Asimismo, se
plantea que un conocimiento situado sobre las infancias latinoamericanas podría
implicar profundas transformaciones en los paradigmas que permiten nuestra
comprensión de la sociedad.
Descriptores: América Latina; infancias
latinoamericanas; lugar de enunciación; pensamiento crítico; perspectiva
decolonial; sociología de la infancia.
Abstract
This theoretical article poses a dual
theoretical challenge to contemporary practitioners of the sociology of
childhood in Latin America: a) to take a critical stance vis a vis the scarce
and weak attention that sociology has given to childhood as a social fact; and
b) take a critical posture regarding the discipline itself, in an effort to
open the door for a more adequate consideration of how the multiple Latin
American childhoods exist in colonial contexts. A review of the relevant
literature enables a systematization of the potential components of a critical
sociology of childhood, and those that would allow to consider this object of
study from the authors´ particular locus of enunciation. Texts from decolonial
and critical thinkers, who have highlighted the importance of situated thought,
-especially insofar as it allows speech coming from an identifiable specific
location-, were studied. The article examines approaches from classical authors
in the sociology of childhood and works by Latin American writers, who have
tackled the specific problems which studying infancy poses in this
continent. Consideration is given to the
challenges this disciplinary field confronts nowadays. An adequate observation
of childhood in Latin America requires articulating both decolonial thought and
the sociology of childhood itself. However, finding a common ground between
these two fields requires that the inner tensions inherent to decolonial
thought be confronted and seriously considered. Likewise, it is argued that a
suitable knowledge about the different Latin American childhoods could bring
about deep changes in current paradigms through which contemporary societies
are understood.
Keywords: Latin America; Latin American childhoods; locus
of enunciation; critical thought; decolonial perspective; sociology of
childhood.
La
pregunta por el pensamiento latinoamericano ha suscitado importantes debates
sobre la pertinencia y la posibilidad de desarrollar una sociología propia,
“desde” América Latina. Esta pretensión ha dado lugar a diversas posiciones
entre los teóricos latinoamericanos, de las cuales tomo algunos puntos para
orientar la reflexión de este artículo, a saber: la pertinencia y las
posibilidades de pensar una sociología de la infancia con carácter propio, es
decir, latinoamericana. Esto implica
entender la infancia desde las particulares relaciones coloniales que se
establecieron con el subcontinente a partir de su conquista y sometimiento, y
que originaron una determinada configuración mundial de relaciones de poder,
mantenida hasta la actualidad. Una sociología de la infancia latinoamericana,
por tanto, debería partir de la base de esas relaciones de poder mundiales en
las que América Latina ocupa un lugar subalterno determinado.
Con esto
se supone que lo más adecuado es posicionarnos “desde nuestra propia realidad”.
Pero ¿con qué herramientas? La sociología de la infancia surge en los países
del Norte (Noruega e Inglaterra) alrededor de 1990 a partir del estudio de la
vida de los niños en 16 países europeos. De inmediato este enfoque se posiciona
como una perspectiva crítica frente al tratamiento que la infancia ha tenido en
las teorías clásicas, especialmente en el funcionalismo de Parsons y sus
formulaciones sobre la socialización, en diálogo con la psicología del
desarrollo, cuyo principal referente es Jean Piaget (Jenks 1992, 1996). Hasta entonces, en la teoría social la atención no está puesta en los niños, sino de
manera instrumental para la observación del orden social (Gaitán 2006;
Rodríguez 2007). Este surgimiento coincide, además, con las
discusiones sobre los derechos consagrados en la Convención Internacional de
los Derechos del Niño (CDN) en 1989, que inician en países europeos y desde
donde se instala, a nivel mundial, una particular perspectiva de los derechos
durante la niñez.
A partir
de ello, ha sido posible contar con herramientas teóricas para construir la
infancia como un fenómeno social, sin embargo, surge la pregunta sobre la
suficiencia de dichas herramientas para analizarla en otros contextos que no
sea el europeo. Y a la vez, la interrogante se extiende hacia los elementos del
pensamiento crítico latinoamericano y sus debates sobre el lugar de
enunciación, la posibilidad de situar los análisis en nuestro continente.
Buscar una
relación entre el pensamiento crítico latinoamericano y la sociología de la
infancia lleva también a preguntar qué pueden aportarse mutuamente para contribuir
a la generación de una teoría crítica situada. Hasta el momento, estos enfoques
no han dialogado entre sí, de manera que la teoría latinoamericana no ha
incorporado el lugar de la infancia y los niños en su crítica al proyecto de la
modernidad, mientras que la sociología de la infancia se ha desentendido de la
crítica al eurocentrismo en sus categorías de conocimiento sobre la temática
(Schibotto 2015). Para abordar estas interrogantes, se realiza primero una
revisión de las tesis de esta subdisciplina.
La
sociología de la infancia es una sociología crítica porque busca superar el
orden epistemológico hegemónico de conocimiento sobre los niños, e implica un
componente normativo y emancipatorio que pretende elevar el estatus social de
la infancia. Se opone, en primer lugar, a la idea universal y homogénea de
“niño”, cuyo desarrollo se presenta como una fuerza estructural endógena que
emprende y culmina independientemente del contexto social en que se encuentra
inmersa. Se opone, asimismo, a la subordinación infantil en el sistema
adultocéntrico, reconociendo la existencia de relaciones de dominación entre
adultos y niños a través de diversos sistemas de control cuyos agentes son,
principalmente, la familia, el sistema educacional, el sistema de salud, la
justicia, así como las restricciones políticas, económicas y laborales.
Establece un diálogo crítico, también, con la configuración de infancia que se
ha establecido desde la CDN.
En
general, la sociología de la infancia es contraria a la fundamentación de las
diferencias sociales entre niños y adultos basada en unas diferencias
ontológicas que los hacen esencialmente opuestos. Si bien no pretende
deconstruir la definición psicológica de la infancia como etapa inicial de la
vida, sí discute con el hecho de que esa etapa sitúe a los niños,
epistemológicamente, en una posición subordinada y fuera de los fenómenos
sociales. Y que, por ende, se niegue su actoría, su participación social y su
inclusión en la esfera pública.
El punto
de inflexión que promovió el nuevo conocimiento sobre el tema fue el proyecto La
infancia como fenómeno social. Implicaciones para futuras políticas sociales,
llevado a cabo por el Programa de la Infancia del Centro Europeo para el
Bienestar Social de Viena, en 1987. El director del proyecto fue el danés Jens
Qvortrup, hasta hoy referido como el primer exponente de la sociología de la
infancia, y uno de sus autores más influyentes. Qvortrup (1993) sugirió, a
partir del estudio, nueve tesis que marcaron este giro epistemológico, buscando
intencionalmente abandonar el paradigma clásico en su investigación.
La tesis
central sostiene que la infancia no es una etapa del ciclo vital, sino una
categoría social y parte permanente de la estructura de cualquier sociedad, no
obstante, su contenido (es decir, las formas de ser niño o niña como
construcciones sociales) cambia en el tiempo. Qvortrup quiere decir que, aunque
sus miembros se renueven constantemente, la categoría permanece a través de los
años. Así, la mirada se reorienta desde la lectura clásica en sentido
diacrónico (hacia el pasado del adulto o el futuro del niño) a una lectura
sincrónica (la infancia se interpreta en su tiempo presente y en relación con
otras generaciones y categorías del mismo periodo). De este modo, se la concibe
plenamente incorporada en los fenómenos sociales y en relación con categorías
como la clase, el género y las identidades culturales, y con los ámbitos
económico, político, laboral, cultural, etc., determinando que la vida de los
niños y las niñas es afectada por las mismas fuerzas sociales que afectan a los
adultos. Por
otro lado, como periodo de desarrollo, se supone en la “aún no” existencia del
individuo, situando al niño como una existencia ahistórica y separada de la
sociedad en que vive, lo que impide ver la variabilidad de la infancia. Su
invisibilidad en los datos, dice Qvortrup, tiene consecuencias en las
descripciones históricas y sociales, así como en la distribución de los
recursos de bienestar.
Por
último, los niños son coconstructores de la infancia y de la sociedad, vale
decir, actores sociales. Al mismo tiempo, la infancia tiene la categoría de una
minoría clásica que es objeto de tendencias a la marginalización y la
paternalización mediante un trato diferenciado y desigual. Si bien ellos son
actores sociales que participan en la construcción y determinación de sus vidas
y de las sociedades en que habitan, complementan James y Prout (2010), lo hacen
desde un marco de acción minoritario, institucionalizados en determinadas
prácticas y un particular rango de experiencias que inhibe el poder de su
agencia y limita su participación en la vida social (Alanen 2000; Mayall 2002).
Otras
tesis más específicas complementan esta idea general. Una de ellas refuta la
ideología familiarista, esto es, la promoción de la familia como forma
principal de relación social y el supuesto de que los niños pertenecen a
quienes los procrearon “por naturaleza”, prevaleciendo la familia como la
unidad social con referencia a la cual se conceptualiza la infancia. Esta
ideología resulta antagónica a los intereses de los niños pues la fusión de la
infancia en la institución familiar en tanto unidad inseparable obstruye su
visibilidad como entidad en sí misma.
En otro ámbito,
se sostiene que los niños participan de la división social del trabajo a través
del trabajo escolar, el que no puede, a la larga, separarse de la producción en
el modo capitalista (Gaitán 2006). Al respecto, Qvortrup (1993) señala que
ellos históricamente han desempeñado un papel activo en la contribución a la
riqueza, es decir, que siempre han trabajado y que en las sociedades modernas
no han dejado de hacerlo. Solo ha migrado la forma en que este trabajo se
realiza, pasando del trabajo manual en el Estado precapitalista, al trabajo
escolar en el Estado capitalista. En otros términos, el sistema escolar es el
modo que adquiere el trabajo de los niños en esta fase de la modernidad, y en
función de ello algunos autores discuten si se trata de un modo de producción
análogo o inmanente al capitalismo, o a un modo de producción en sí mismo,
llegando incluso a caracterizar las relaciones entre niños y adultos como
relaciones de clase (Qvortrup 1993; Oldman 1994; Close 2014).
Rodríguez (2007) sintetiza los esfuerzos
de esta subdisciplina bajo el propósito de instalar la categoría “infancia”
como un fenómeno social y ofrecer herramientas teóricas que sean incluso
capaces de reconstruir su sentido en el contexto de las sociedades modernas,
sin olvidar que estas deben ser útiles para abordar adecuadamente los problemas
de la niñez en el plano empírico. Una pregunta en la subdisciplina es si corresponde referirse a ella en
singular o plural, una discusión sobre el carácter universal o particular del
concepto. Las distintas aproximaciones enfatizan una u otra postura. Aquella
centrada en las identidades culturales prefiere hablar de una diversidad de
“infancias”, mientras que la perspectiva estructural se orienta a la “infancia”
como categoría abstracta.
Para
llevar ahora la reflexión hacia el contexto social e intelectual
latinoamericano, se debe destacar que la infancia constituye un fenómeno
moderno. Surge con el desarrollo de la modernidad y se afirma más claramente
con el proceso de industrialización y la instalación de las relaciones sociales
en el capitalismo. Solo entonces comienza a construirse la diferencia y la
especificidad infantil como una etapa de vida cada vez más larga y particular.
Es decir, constituye parte del proyecto de la modernidad y en este sentido
resultan relevantes algunas reflexiones que vienen de autores poscoloniales,
como Canella y Viruru (2004) y Nieuwenhuys (2013), quienes la relacionaron con
el proyecto colonial moderno. En términos generales, las autoras sostienen que
los patrones occidentales sobre la infancia son el producto paralelo de la
misma ideología que justificó la expansión y las conquistas coloniales,
fundamentalmente apoyados en una visión lineal y universal del desarrollo.
Además, la racialización y categorización de las personas colonizadas como
inferiores es paralela a la categorización de los niños como “infantiles”,
según el constructo eurocéntrico sostenido hasta hoy desde la psicología
evolutiva. Así, la dicotomía entre niñez y adultez prolonga el poder colonial
puesto que lo transmite a poblaciones “infantilizadas” de acuerdo con la
normativa del desarrollo infantil (Liebel 2016).
Manfred Liebel
(2019, 56) sostiene que “la instrumentalización del concepto de infancia
burgués como legitimación y justificación de la conquista colonial tiene una
notable correspondencia [con] la visión de la infancia como colonia u objeto
colonizado”, es decir, no es solo que la infancia o el niño inventado (Wallace
1994) sean una herramienta que justifica y legitima el sometimiento de los
pueblos colonizados, sino que además justifica y legitima el sometimiento de
los niños como cuerpos o existencias reales.
Este
enfoque permite comprender la infancia (en tanto categoría) como una forma de
construir las relaciones de poder, que determina no solo las relaciones con los
niños, sino también con los sujetos infantilizados, alcanzando las relaciones
de dominación entre los países centrales y las poblaciones periféricas. Lo que
está de fondo en esta mirada es una concepción de la categoría como colonial en
sí misma (Liebel 2019), aunque esta tesis no está mayormente desarrollada entre
los teóricos de la rama y constituye un desafío pendiente justamente desde la
perspectiva decolonial. La infancia, como proyecto moderno, requiere entonces
ser mirada desde una perspectiva crítica del proyecto de la modernidad,
especialmente si queremos pensar la vida de los niños y las niñas en la
periferia.
El
pensamiento decolonial es heterogéneo y no resulta simple describirlo. De
partida, el conjunto de pensadores se posiciona desde diferentes supuestos
teóricos y distintas interpretaciones de la modernidad. En lo esencial, existen
dos posturas: una radical que sostiene la necesidad de generar conocimientos
fuera de las herramientas del pensamiento moderno, basados en las realidades y
experiencias particulares de los sujetos y poblaciones oprimidas desde su
propio lugar; otra que reconoce la necesidad de descolonizar el saber, pero no
irremediablemente fuera de la modernidad. A la vez, se manifiestan las
tendencias de crítica con peso en el plano identitario y de las subjetividades,
y otras más orientadas a considerar el plano de las condiciones materiales de
vida como una dimensión que actúa paralelamente a las formas de opresión del
conocimiento.
Así, la
colonialidad se manifiesta en tres dimensiones: del poder (en el plano político
y económico), del saber (en el plano epistémico, la filosofía y la ciencia), y
del ser (en el plano de la subjetividad y la sexualidad). En el plano del
saber, el pensamiento decolonial afirma la centralidad de la relación entre el
lugar de enunciación y la producción de conocimientos (Bringel y Domingues
2017). Esto significa que el “desde” donde se habla define el tipo de
conocimiento que se genera.
Entonces,
sobre lo primero: ¿qué significa pensar desde América Latina? Para Juan José
Bautista (2014) significa pensar desde aquella historia negada por la
modernidad. No orientándonos solo al origen de nosotros mismos, sino también al
origen de la propia modernidad, que da forma a los problemas que nos estamos
planteando. La complejidad de la propuesta es que se trata de una interpelación
para pensar desde “fuera” del marco epistemológico moderno, una vez situado
este como un particularismo del proyecto de modernidad europeo.
La
perspectiva decolonial sostiene que la posición social y geopolítica de los
sujetos tiene efectos en la producción de conocimiento y que el conocimiento
europeo se volvió hegemónico, pretendiéndose universal, al punto de oscurecer
los otros saberes no modernos. Por eso, la salida a la colonialidad del saber
es pensar desde fuera de la modernidad. Sin embargo, nos deja un problema al
negar las herramientas críticas que nos permiten establecer un diálogo fuera de
nuestro propio contexto. Aun así, es importante consignar el supuesto
fundamental que entraña: todo lo dicho es dicho desde un determinado lugar.
Incluso aquellas ideas que se tornaron universales (el pensamiento centroeuropeo)
poseen su lugar de enunciación y un determinado contexto en el que fueron
posibles.
Sin
embargo, el lugar de enunciación no es necesariamente geográfico, aunque en
ocasiones se ha planteado como tal, por ejemplo, cuando Mignolo habla del lugar
de enunciación de Gramsci en términos meridionales (el sur de Italia), cargando
al lugar un determinado estatus epistémico que se manifiesta automáticamente en
el pensamiento del autor (Pimmer 2017, 216 y 271). Boaventura de Sousa Santos,
en cambio, emplea el término cardinal “Sur” para señalar una posición no física
sino epistemológica, concluyentemente antinativista (Kozlarek 2014). Situarse
en o desde el Sur es asumir un lugar de enunciación epistémico, que se orienta
a “la producción y validación de los conocimientos anclados en las experiencias
de resistencia” de los grupos oprimidos “por el capitalismo, el colonialismo y
el patriarcado” (Meneses et al. 2018, 306). Santos no se refiere a la necesidad
de pensar desde fuera de la modernidad. Sugiere más bien recuperar las voces
ausentes para producir nuevos conocimientos, con el fin de pensar en los
problemas modernos para los cuales la modernidad no tiene soluciones (Santos
2017, Meneses et al. 2018).
La
sociología de la infancia es un intento incipiente por recuperar la voz de un
grupo social sistemáticamente excluido del campo del conocimiento. Eso sí, ni
Santos ni ningún otro autor decolonial latinoamericano pensó (o al menos
escribió) sobre la infancia como fenómeno social, como grupo oprimido o como una
categoría alterna. De lo contrario, encontraríamos el adultocentrismo en la
lista de sistemas opresores de Santos, Quijano, Mignolo, Grosfoguel y en
general entre quienes buscan levantar la bandera del Otro colonizado.
Sobre el
segundo problema –la escisión entre el plano material y el plano de las
subjetividades–, Jorge Polo Blanco (2018)
plantea la necesidad de recuperar el nexo entre la teoría de la dependencia, un
producto intelectual latinoamericano que se refiere a las relaciones
económicas, y la crítica decolonial que se enfoca puramente en las relaciones
culturales o identitarias. Ante la noción eurocéntrica de desarrollo en
términos evolutivos, que coloca a América Latina como rezagada en este avance
lineal –debido a un déficit inherente a sí misma–, la teoría de la dependencia
opone una noción sincrónica y establece, a grandes rasgos, que el denominado
subdesarrollo no es un estado sino una situación marcada por la dependencia
externa en el concierto de unas relaciones económicas asimétricas entre los
países del centro y los de la periferia. Así, en el capitalismo periférico no
existe un camino hacia el desarrollo, más bien se trata de una posición en el
sistema global en cuyo seno la riqueza de unos es posible debido a la pobreza
de otros. Además, expone Blanco, la dependencia extrema se traduce en una
estructuración interna desigual, que caracteriza las economías latinoamericanas
y que configura el contexto social.
Blanco
(2018) rescata la contribución de Aníbal Quijano en este sentido, sociólogo
peruano con convicciones marxistas que, sin embargo, defendió la necesidad de
releer el marxismo desde la realidad latinoamericana, especialmente, en su
caso, del mundo andino. Fueron relevantes para Quijano las propuestas de José
Carlos Mariátegui sobre la formación económica-social en Latinoamérica bajo una
mirada desvinculada de los planteamientos eurocéntricos. Además, participó en
las discusiones que generaron las diversas versiones de la teoría de la
dependencia en la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).
Sostienen
Quijano y Wallerstein que América Latina ocupa una determinada posición en el
sistema-mundo al que la modernidad y la instalación del capitalismo a nivel
global dieron lugar, y del cual América Latina es su acto constitutivo (Quijano
y Wallerstein 1992). Tal posición en el plano económico constituye una relación
de dependencia con los países centrales de Europa y con Estados Unidos, de
acuerdo con su rol en la división internacional del trabajo, y que tiene su
correlato en el plano identitario y de las subjetividades ejerciendo hasta el
día de hoy una lógica relacional de colonialidad instituida mediante la
racialización. Como aclara Blanco sobre la
visión de Quijano, “la propia explotación económica queda enmarcada y subsumida
dentro de esa colonialidad del poder que fue capaz de producir y consolidar
clasificaciones étnicas y categorizaciones raciales que se han perpetuado y
replicado mucho más allá de la independencia formal de las naciones
iberoamericanas” (Blanco 2018, 114).
De esta
forma, las relaciones geopolíticas amarran al subcontinente a estructuras de
dependencia económica a la vez que imponen patrones cognoscitivos y criterios
epistemológicos a partir de los cuales los grupos racializados quedan sometidos
al saber hegemónico. Dicho de otra manera: las relaciones económicas a nivel
global han de entenderse en correlación con la compleja configuración de
relaciones opresivas en el plano cultural.
Pero ¿por
qué es importante esta lectura para hablar de la infancia en América Latina?
Porque permite comprender a los niños y las niñas como sujetos doblemente
subalternos: en tanto niños y latinoamericanos, sea en el plano material y en
sus formas de vida, en el plano del conocimiento y el saber sobre la infancia,
o en el plano de las experiencias y subjetividades como sujetos colonizados.
La
infancia, los niños y la niñez constituyen categorías subalternas en cualquier
parte del mundo. Pensarla significa situarse en el Sur, en los términos de
Boaventura de Sousa Santos cuando dice que el Sur es una categoría
epistemológica (Kozlarek 2014). Las diferencias entre las infancias europeas y
latinoamericanas no serán tan relevantes como las diferencias entre las del
Norte y las del Sur. Así, en el Norte existen infancias migrantes que
constituyen grupos sociales racializados y, en el Sur, infancias de la clase
dominante que reproducen las estructuras de poder.
Los
investigadores latinoamericanos en general concuerdan con la idea de que, hasta
la segunda década del siglo XXI, la visión latinoamericana de la infancia es
una perspectiva en formación, y que el esfuerzo de teorización está pendiente
(Bustelo 2012; Alvarado y Llobet 2013; Unda 2009; Vergara 2015). Para René Unda
(2009), el desarrollo de la sociología de la infancia en América Latina está
marcado por las demandas institucionales más que por el desarrollo propio de la
disciplina, y que esta ocupa un espacio relativamente marginal en el espectro
de la sociología y las ciencias sociales en el subcontinente. De hecho,
enfrenta una particular dificultad epistemológica dada la inestabilidad y
variabilidad de la infancia, en términos de las creencias y representaciones
que cada sociedad tiene acerca del niño.
Mientras
tanto, se pueden encontrar ciertos lineamientos que caracterizan el campo de
los estudios de la infancia en el subcontinente, y que permiten una
aproximación a sus particularidades como lugar de enunciación en la producción
de conocimiento sobre la infancia, de acuerdo con los abordajes
epistemológicos, teóricos y empíricos que ha asumido la investigación en
América Latina. Se presentan a continuación algunas de sus características,
ordenadas en cuatro puntos: aquellas relacionadas con el contexto social
general en que se enmarca el análisis, las problematizaciones que quienes
investigan han levantado, la relación entre distintos ámbitos de producción de
conocimiento, y ciertas cuestiones epistemológicas sobre las que hasta ahora ha
avanzado la reflexión.
Bustelo
(2012) sostiene que un enfoque latinoamericano debe partir de la base de las
relaciones de dominación como una categoría fuertemente anclada en el
pensamiento latinoamericano, que impregna la infancia de un modo particular de
acuerdo con la configuración de las relaciones de poder en las sociedades del
subcontinente. En este sentido, la posición de los países latinoamericanos como
países subordinados en el sistema mundial que, además y por cuenta de ello,
experimentan desigualdades sociales estructurales que definen sus relaciones
internas, constituye el escenario de las infancias latinoamericanas.
Siguiendo
a Quijano, se debe agregar que la matriz cultural que implica la americanidad
fundamentada en la clasificación racial, cruzada con las desigualdades en la
dimensión económica, sitúa a la niñez latinoamericana en estrecha relación con
las categorías de raza y clase (Quijano y Wallerstein 1992). Uno de los rasgos
resultantes de la relación entre estas categorías es el paternalismo, que en
América Latina hereda características modernas de la sociedad burguesa mediante
la protección y la asistencia a los niños (Liebel 2007). Esta cuestión
caracteriza la relación entre niños y adultos en nuestras sociedades, pero
también constituye la forma de la relación Norte-Sur en la constelación del
poder colonial (Liebel 2019).
Sara
Victoria Alvarado y Valeria Llobet (2013, 29) también sostienen que la
desigualdad es un rasgo constitutivo de la realidad latinoamericana, en tres
aspectos particulares:
a) estos procesos son sistemáticamente asociados a la distribución de la
riqueza, en donde la producción de “pobres” se deriva de una escandalosa
producción de “ricos”; b) los grupos sometidos y los grupos dominantes tienen
una notable capacidad de reproducción intergeneracional; y c) la desigualdad se
vincula con la colonialidad –en términos histórico culturales– y con la
globalidad –en términos de la ubicación de América Latina en el sistema mundo–
(Alvarado y Llobet 2013, 29).
En este
sentido, el análisis de las modalidades que adopta la reproducción de la
desigualdad constituye un aspecto central en la comprensión de las condiciones
de existencia y las significaciones de “la infancia” en la región.
En
síntesis, desigualdad y dominación conforman la estructura y formación de las
sociedades latinoamericanas. En ella, se pueden apreciar simultáneamente altos
estándares y extremas marginalizaciones en diversos aspectos como la
distribución de los recursos, el capital cultural, el soporte tecnológico, el
consumo, etc., así como estructuras institucionales que reproducen dichas
desigualdades y cuyos mecanismos prácticos y discursivos merecen una atención
crítica.
América
Latina se caracteriza por una gran diversidad cultural y variedad de contextos,
lenguajes y trayectorias políticas, económicas, sociales y étnicas (Voltarelli
2016). El contexto social marca la experiencia y la vida de niños y niñas
configurando infancias diversas y desiguales, atravesadas por las inequidades
de clase. Se trata de contextos de baja participación socioeconómica y cultural
en general y en particular de los niños y jóvenes, alta segregación, trato
desigual y discriminación (Voltarelli 2019).
En este
contexto, Monique Voltarelli identifica la producción académica en torno a la
sociología de la infancia particularmente en Sudamérica, en estudios que
adquieren este enfoque según lo declarado en sus objetivos y marcos teóricos.
En comparación con la producción anglosajona, Voltarelli encuentra
coincidencias en temas asociados a los derechos de ciudadanía de niñas y niños,
y advierte que en la producción de habla hispana aparece la inquietud por
estudiar la situación de la “niñez en el margen” (Voltarelli et al. 2018).
Estos son
los principales problemas en los que se han enfocado particularmente los
estudios en Sudamérica: a) la relación entre políticas públicas e infancia,
vulnerabilidad y riesgo social, institucionalización
de la niñez, niños y niñas en la calle; b) la infancia indígena, la migrante,
la rural; c) la participación y el protagonismo de los niños, ciudadanía
infantil; d) educación y experiencias escolares, relaciones parentales y
generacionales, niños en el conflicto armado, trabajo infantil; e) infancia y
diversidad, juegos y culturas infantiles, representaciones sociales; f) los
niños como investigadores; y, g) derechos de la niñez.
En mayor
detalle, los estudios sociales de la infancia en Brasil han establecido una
estrecha relación con la educación, cuestión que en los otros países se amplía
de manera notoria. Niños en la calle, niños trabajadores, participación,
ciudadanía, derechos, protección y políticas públicas son temas estudiados
principalmente en Argentina, Bolivia, Ecuador, Perú, Uruguay y Venezuela. En
Chile, se integran además los temas de migración, y adquiere relevancia el
protagonismo infantil. En Colombia se estudia particularmente la participación
de los niños en el conflicto armado (Voltarelli 2016, 2019).
Entre los
asuntos tratados, destacan tres que constituyen un eje central desde el punto
de vista de la sociología de la infancia: la participación social y el protagonismo,
conceptos de actoría social vinculados a la acción infantil desde los
movimientos sociales en América Latina, ligados a la educación y el trabajo
(Voltarelli 2018; Voltarelli et al. 2018); los niños trabajadores, que cruza la
infancia por clase y etnia principalmente, con el trabajo asalariado, el
trabajo productivo familiar, el trabajo informal, etc.; y la educación en
cuanto a los movimientos estudiantiles, especialmente en Chile (Rifo 2013). Lamentablemente, un mayor desarrollo de estas
temáticas deberá quedar para una próxima vez, ya que excede el espacio de este artículo. Lo importante es
posicionarlas por su profundo arraigo en los conflictos de la niñez, que además
definen la infancia como una categoría emancipatoria y, como tal, implican un
enfoque de cambio social (Bustelo 2012).
La tarea pendiente radica en conocer los abordajes específicos dentro de cada tema consignado por Voltarelli, así como el tratamiento y las implicancias teóricas y epistemológicas, para comprender si son temas “latinoamericanos” por su contenido solamente, o también por sus operaciones y procesos de producción (Bringel y Domingues 2017). Es particularmente interesante conocer si, por un lado, las aproximaciones a la infancia, en términos teóricos, asumen una visión crítica de las definiciones hegemónicas, de las propuestas de la propia sociología de la infancia, y, por otro, cuánto dialogan con el pensamiento latinoamericano que busca posicionarse desde el saber y la subjetividad subalternos. En diversos estudios sociales acerca de la infancia en América Latina, se ha planteado la subversión de la mirada des y de colonial, así lo reconocen Medina y Da Costa (2016); sin embargo, advierten que “el simple hecho de estudiar procesos infantiles en contextos amerindios o afroamericanos no corresponde en sí mismo a una investigación de/colonial”, de manera que siempre cabe la pregunta si la nomenclatura “infancias latinoamericanas” (2016, 312) responde más a una referencia geográfica o epistemológica.
En América
Latina –aunque no excluyentemente– el campo de estudio sobre la infancia
trasciende la disciplina de la sociología, y una multiplicidad de disciplinas y
aproximaciones abordan los temas mencionados en el punto anterior, conformando
el campo de los estudios sociales de la infancia. Se constituye así lo que
Alvarado y Llobet (2013) señalan como una “polifonía teórica”, en la que se
articulan diferentes perspectivas tanto disciplinares como de construcción de
los objetos de investigación y los contextos en los que se inscriben. Gaitán
(2017) siguiere que el campo, aunque multidisciplinar, está de todos modos
estructurado por la sociología, debido a que esta definió los supuestos
epistemológicos de la nueva perspectiva.
El
carácter multidisciplinar de los estudios sobre la infancia se corresponde con
la necesidad de construir el objeto de estudio en un diálogo en que los saberes
se posicionan a la par. Sin embargo, es requisito vigilar epistemológicamente
la producción de conocimiento para garantizar el enfoque sociológico de la
infancia (Gaitán
2017), y esta tarea también está pendiente. Es frecuente encontrar
títulos similares que desarrollan temas compartidos y que, sin embargo,
presentan enfoques antagónicos, o trabajos que suponen, declaran y desarrollan
un enfoque consistente con la perspectiva, pero que dejan entrever cómo el
conocimiento hegemónico coloniza algunos de sus supuestos.
Otro
aspecto de la producción de conocimiento en este campo es la tendencia a
conectar los objetos académicos con los objetos de la intervención social, las
organizaciones y los movimientos sociales, concordantemente con la aspiración
emancipatoria que acompaña la producción de conocimiento sobre la infancia.
Aquí resulta frecuente encontrar la perspectiva de derechos en la base de las
intervenciones y de la producción de conocimiento, aunque no siempre con una
perspectiva crítica y de oposición frente a su carácter opresivo sobre las
infancias del Sur. A modo de ejemplo y para aclarar el punto, el Fondo de las
Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) y la Organización Internacional del
Trabajo (OIT), sobre la base de la CDN, declaran su propósito de erradicar el
trabajo infantil, lo que supone en realidad terminar con la forma de vida y el
complejo sociocultural de determinadas infancias (Liebel 2000, 2007, 2016),
contribuyendo a la criminalización de niños y niñas que trabajan. Ello ocurre
también con los enfoques proteccionistas o familiaristas enfocados en la
“infancia problemática”, como los niños infractores de la ley o los niños de la
calle.
En cuanto
a los derechos, Liebel (2016) sostiene que no se entienden como derechos
subjetivos de los niños, sino como una herramienta que sirve para legitimar las
acciones de personas adultas en torno a ellos. El autor sugiere que siempre hay
que reflexionar críticamente sobre tales derechos humanos, desde su pretensión
de universalidad e idoneidad, aunque en realidad el principio de universalidad
no es en sí mismo un problema, más bien el problema está en la imposición de la
“universalidad europea” sobre la “universalidad universal”, siguiendo la idea
de Immanuel Wallerstein sobre los derechos humanos (Liebel 2019).
Frances
Olsen resume esta problemática de la siguiente manera: “en la medida en que la
Convención [sobre los Derechos del Niño] se ocupa de los niños como personas no
especificadas y sin personalidad, tiende de hecho a ocuparse de los niños
blancos, varones y relativamente privilegiados” (citada por Liebel 2019, 87),
lo cual resulta incompatible con otras concepciones culturales y formas de vida
de determinadas infancias en la periferia. Por su parte, Bustelo (2012)
argumenta que los derechos de la convención refuerzan la idea hegemónica de que
los niños no existen como entidad colectiva, e imponen una visión liberal y
proteccionista de la relación con la infancia, que poco sirve a la realidad
latinoamericana, anclada en gran parte en problemas de sobrevivencia u opresión
(Mateos 2016).
Es
importante diferenciar el enfoque de la sociología de la infancia del enfoque
de los derechos de los niños. Asimismo, hay que diferenciar a ambos del campo
de los denominados estudios sociales de la infancia, cuando la imbricación con
la sociedad civil y los grupos de trabajo e intervención dificulta una
delimitación clara de las diversas posiciones frente a esta. Ha quedado claro
que la investigación y el análisis sobre los derechos de los niños no aseguran
en sí mismos la apropiación de un enfoque crítico. Por supuesto, pueden
converger y de hecho lo hacen, como puede comprenderse en las aproximaciones de
Liebel y Martínez (2009), Pavez-Soto (2012), Liebel (2019), entre otros. Lo
importante es establecer la diferenciación en los supuestos teóricos que
sostienen dichos análisis.
Finalmente,
algunas de las cuestiones epistemológicas que se plantea la sociología de la
infancia en América Latina provienen de la producción europea de la
subdisciplina, y en realidad varias atañen a cuestiones esencialmente
sociológicas, más allá de la infancia. Se destacan aquellas preguntas o
reflexiones en la forma en que se relacionan con el problema de la
colonialidad, y que por ende conciernen a la sociología de la infancia
latinoamericana:
· La sociología de la infancia como sociología
crítica toma una posición plenamente inscrita en el marco epistemológico
moderno. Constituye una crítica moderna a la construcción moderna de la
infancia. Para el caso latinoamericano, se debe llevar a cabo un análisis sobre
el empleo de este marco en los estudios de infancia y su enfoque sociológico, y
la eventual elaboración de reflexiones epistemológicas nuevas en función de la
producción del conocimiento local, cuestión que hasta ahora no se ha realizado
y que está recién planteándose como desafío (Schibotto 2015).
· El problema del universalismo es acogido
en el campo de tales estudios respecto de la pertinencia de hablar de
“infancia” (en singular) o de “infancias” (en plural), así como la discusión
sobre el alcance de la categoría infancia para la generación de una teoría
social general. Al parecer, la tendencia latinoamericana es relevar el carácter
plural, dada la necesidad de visibilizar la diversidad de experiencias ancladas
en contextos sociales heterogéneos, por un lado, y de oponerse a un
conocimiento hegemónico que impone, tras una idea abstracta de “infancia”, una
norma única, correcta, verdadera y natural de ser niño. Sin embargo, hay
quienes sostienen la necesidad de conservar la categoría en singular debido a
su carácter estructural y estable en las sociedades, y a partir de ella señalar
la pluralidad de experiencias diversas (Alvarado y Llobet 2013).
· Para Alvarado y Llobet (2013), el primer
desafío de los estudios latinoamericanos de la infancia lo constituyen las
categorías adecuadas desde la cuales observar la “latinoamericanidad”. Se
necesita establecer aquellas categorías particulares que permitan captar los
procesos específicos que la configuran en el subcontinente. Advierten así sobre
la necesidad de establecer una rigurosa vigilancia epistemológica para no
“latinoamericanizar” problemas que son generales.
· La pertinencia de vincular el conocimiento
con los grupos concretos y reales, entendiendo que los saberes surgen de las
experiencias en un proceso inductivo (Bringel y Domíngues 2017), se refleja en
los estudios de infancia en América Latina por su propensión a la investigación
empírica, a su vínculo con los ámbitos de la intervención, la organización y
los movimientos sociales, así como con el plano político. Existen experiencias
de articulación entre las luchas por la transformación social, el
reconocimiento y la generación de conocimientos, en el caso de la infancia,
aunque no exclusivamente de ella.
La
sociología de la infancia en América Latina se encuentra en un punto inicial y
probablemente tienda a fortalecerse como enfoque para un campo con amplias
perspectivas de estudio. Al día de hoy, el campo está constituido por un
conjunto de iniciativas académicas, varias vinculadas con el mundo social, pero
no implican propiamente un proyecto o agenda de investigación. En realidad, en
Europa esta subdisciplina tampoco ha alcanzado tal estatus.
Para
hablar de una sociología de la infancia latinoamericana es necesario abordar
las cuestiones epistémicas ligadas al contexto social desde el cual se está
produciendo conocimiento, es decir, el lugar de enunciación. El pensamiento
decolonial representa un aliado para avanzar en este desafío, aunque para ello
se debe realizar la tarea de aclarar sus propios puntos de tensión, especialmente
el debate sobre hablar desde dentro o desde fuera de la modernidad, y el
posicionarse desde una mirada más culturalista o más económica, y cómo ocurre
la imbricación de ambas. Se debe considerar que la infancia se construye como
una categoría propiamente moderna, y que la sociología de la infancia, así como
los estudios sociales de la infancia, propenden al compromiso de hacer surgir
la voz de niños y niñas, elevar su estatus social, afirmar los derechos de la
niñez y alcanzar mayores niveles de justicia, todo lo cual se inscribe en el
marco del pensamiento moderno.
Por lo
tanto, el giro decolonial que aboga por situarse fuera de la modernidad no
tiene un punto de encuentro probable. Por otro lado, el reconocimiento de la
posición subordinada de los niños que habitan las sociedades periféricas
requiere necesariamente una mirada de las relaciones coloniales que persisten
en el entramado geopolítico del poder mundial, tanto en el plano del
conocimiento como en el de las condiciones materiales de vida que definen las
formas de desarrollo de las poblaciones. En este sentido, resulta fundamental
la propuesta de Blanco (2018) de conciliar la mirada económica y cultural de
los fenómenos de la infancia.
De acuerdo
con Boaventura de Sousa Santos, la infancia constituye una emergencia del Sur,
una voz pendiente que propende a una nueva epistemología. Pero, como aclaran
Bringel y Domingues (2017), una nueva epistemología no es solo contenido nuevo,
sino también las operaciones lógicas que subyacen a su producción, aunque entre
ambos exista una relación dialéctica. Por lo tanto, la tarea no es únicamente
posibilitar la emergencia de esa voz, sino de elaborar las condiciones y las
operaciones de generación de un conocimiento nuevo.
En este
camino, se debe recordar que el giro decolonial latinoamericano se funda en una
férrea crítica al rol que las ciencias sociales han jugado en el
establecimiento del poder eurocéntrico sobre la alteridad. El conocimiento,
según esta perspectiva, se transformó en un dispositivo colonizador del saber
en su forma “normal”, a partir del cual todos los demás saberes no solo se
constituyen como diferentes, sino también como inferiores, dando forma a la
relación de poder entre las sociedades modernas occidentales y las no modernas (Lander
2000).
Al
plantear la pertinencia entre el giro decolonial y la sociología de la
infancia, el desafío radica en poner estricta atención a la construcción de una
nueva episteme que permita observar y comprender con justicia los procesos
histórico-culturales latinoamericanos, lo que incluye reconocer el carácter
histórico y, por ende, variable del conocimiento. Dicha sociología lo ha
planteado para su objeto de estudio, al denunciar la invariabilidad de la
infancia en el conocimiento dominante sobre los niños. Contamos con las
ciencias sociales y su aporte al conocimiento capaz de advertir, justamente,
las constelaciones de poder colonial en este plano, mientras se sometan a
juicio las categorías disciplinares para un aporte real al pensamiento periférico.
En este caso, sobre infancia.
Para
cerrar, es importante rescatar el punto de vista de Eduardo Bustelo (2012)
cuando sostiene que una epistemología de la infancia supone el giro del
conocimiento sobre esta como categoría estructural crítica que implica una
teoría del cambio social. Baste recordar aspectos aquí mencionados: la
escolaridad como un trabajo y las relaciones infancia-adultez como relaciones
de explotación, el fin de la familia para la liberación de los niños, el
carácter opresivo de los derechos eurocéntricos. En América Latina, los temas
asociados al trabajo, la escolaridad, la participación social y política, y el
protagonismo de los niños comportan un profundo sentido de transformación
estructural, un cambio en los paradigmas del modelo de desarrollo.
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