DOSSIER de investigación
Resistencia en retrospectiva: la multitemporalidad del
extractivismo en la Amazonía
Resistance in
retrospect: The multi-temporality of extractivism in the Amazon
Dr. Angus Lyall. Profesor
invitado del Departamento de Sociología y Estudios de Género, FLACSO Ecuador.
(angusl@live.unc.edu) (https://orcid.org/0000-0002-9199-5415)
Recibido: 14/05/2020–
Revisado: 13/07/2020
Aceptado: 13/10/2020 –
Publicado: 01/01/2021
Cómo citar este artículo: Lyall, Angus. 2021. “Resistencia en retrospectiva: la multitemporalidad del extractivismo en la Amazonía”. Íconos. Revista de Ciencias Sociales 69: 17-34. https://doi.org/10.17141/iconos.69.2021.4496
Resumen
Las comunidades amazónicas
adoptan diversas posiciones políticas en relación con el extractivismo. En
tales posiciones influyen las diversas historias previas de encuentro y
desencuentro con el Estado, las empresas extractivas y la sociedad mestiza. Sin
embargo, gran parte de las investigaciones sobre el extractivismo sufren de presentismo. En este artículo examino
la multitemporalidad de conflictos y negociaciones en territorios con
actividades extractivas, a través de un estudio de caso etnográfico en el norte
de Ecuador. Exploro el levantamiento de una comunidad indígena contra una
compañía petrolera, durante el cual los miembros de la comunidad invocaron
distintos momentos históricos: la época del caucho; la expansión de la
educación institucionalizada en la región; y experiencias más recientes de
migración urbana. Estos múltiples momentos de la longue durée de la
colonización en la Amazonía norte dieron forma a las aspiraciones de esta
comunidad para resistir y luego negociar con la petrolera y el Estado, y
obtener así un proyecto de desarrollo urbanístico como forma de compensación.
Para comprender cómo el pasado influye en conflictos y negociaciones sobre el
extractivismo, se requiere prestar atención a esos momentos históricos que dan
sentido al presente.
Descriptores: Amazonía; Ecuador; extractivismo; historia; multitemporalidad;
resistencia.
Abstract
Amazonian communities take various political positions in relation to
extractivism. These positions are influenced by previous histories of encounter
and conflict with the state, extractive companies, and mestizo society. However, much of the research on extractivism
suffers from presentiment. In this article, I examine the multi-temporality of
conflicts and negotiations in territories with extractive activities through an
ethnographic case study in northern Ecuador. I explore the uprising of an
indigenous community against an oil company, during which community members
invoked different historical moments: the rubber era; the expansion of
institutionalized education in the region; and more recent experiences of urban
migration. These multiple moments of the longue
durée of the colonization of the northern Amazon shaped the aspirations of
this community to resist and then negotiate with the oil company and the state,
and in turn obtain an urban development project as a form of compensation.
Understanding how the past influences conflicts and negotiations over
extractivism requires attention to those historical moments that give meaning
to the present.
Keywords: Amazonia; Ecuador;
extractivism; history; multi-temporality; resistance.
1.
Introducción
Los ecologistas políticos y otros investigadores sociales han puesto de relieve
las múltiples formas en que las industrias de extracción en la Amazonía
despojan a las poblaciones indígenas (Bebbington 2015; Ulloa 2016; Svampa
2015). Se ha comprobado que las actividades extractivas destruyen los entornos
y recursos ecológicos, alteran los territorios políticos y transforman la vida
cotidiana (Silveira et al. 2017). En gran parte de la bibliografía se destaca
la resistencia indígena a diversas industrias extractivas, como las del
petróleo, la minería, la explotación forestal y las agroindustrias (Sawyer
2004; Vela-Almeida et al. 2020). Algunos investigadores han ofrecido
afirmaciones un tanto homogeneizantes sobre las intenciones que impulsan la
resistencia. Arturo Escobar (2015, 28), por ejemplo, sugiere que la motivación
“fundamental” de la resistencia “etnoterritorial” en las Américas es la defensa
de la diferencia cultural u “ontológica”.
Otros han intentado comprender estos conflictos en términos de lucha de clases
(Chiasson-LeBel 2016).
En general, las investigaciones revelan una diversidad de motivaciones,
posiciones y reivindicaciones que las comunidades indígenas han adoptado en
relación con las industrias extractivas (Valdivia y Lyall 2018), posiciones que
tienden a ser polémicas dentro de las organizaciones o comunidades (Vallejo,
Duhalde y Valdivieso 2016) y que pueden cambiar según las condiciones
sociopolíticas (Cepek 2018). ¿Cómo
pueden dar cuenta quienes investigan tanto de los efectos devastadores de las
industrias extractivas como de las diversas posiciones que han adoptado los
pueblos indígenas en relación con el extractivismo en la Amazonía? En el
artículo sostengo que es necesario situar los conflictos en sus contextos
históricos, pues estos estructuran la resistencia y la negociación de maneras
particulares en diferentes zonas de la Amazonía.
El norte de la Amazonía ecuatoriana ofrece un caso de estudio idóneo.
Esta región ha sido testigo de transformaciones bien documentadas entre las
poblaciones indígenas, que han sido impulsadas por la industria petrolera desde
principios de los años 70. La contaminación se ha extendido por los vastos
humedales de la región (Fiske 2020; Lu, Valdivia y Silva 2016). Las carreteras
y autopistas, los oleoductos y los centros de población han seguido la estela
de las exploraciones y perforaciones petrolíferas, desplazando a los pueblos de
sus territorios (Bozigar, Gray y Bilsborrow 2016; Lyall 2020). En este
artículo, considero el caso de una comunidad que se resistió la entrada de la
compañía petrolera estatal en su territorio en 2008. La comunidad indígena
kichwa de Playas del Cuyabeno se apoderó de las gabarras y los equipos de la
empresa Petroamazonas, antes de que los militares la aplastaran por la fuerza;
pudo llamar la atención de los medios de comunicación nacionales y, en consecuencia,
el Estado negoció con su gente y llegaron a un acuerdo de compensación. El
gobierno construyó un reasentamiento de tipo urbano en esta comunidad de
aproximadamente 500 agricultores, cazadores y pescadores de subsistencia.
Esta llamada “Ciudad del Milenio” contaba con casas de cemento con
servicios básicos, calles iluminadas y un complejo educativo, entre otras
infraestructuras. En 2013, el entonces presidente Rafael Correa inauguró el
proyecto ante una audiencia televisiva, anunciando que representaba una “nueva
Amazonía” de redistribución y justicia social. Agregó que sería la primera de
200 Ciudades del Milenio que su gobierno posneoliberal iba a “sembrar” en la
región, aunque el gobierno de Correa solo completó tres de ellas (Lyall y
Valdivia 2019). Muchos investigadores, periodistas y comentaristas denunciaron
las Ciudades del Milenio como casos emblemáticos en los que el gobierno impone
el extractivismo y el desarrollo occidental a las comunidades amazónicas en
resistencia.
Con este texto, vuelvo a Playas del Cuyabeno (también conocida como
“Playas”) para examinar su resistencia en retrospectiva. Mucho después de que
este proyecto urbanístico se desvaneció del discurso público, los residentes
continúan viviendo en él. Para comprender los motivos y las aspiraciones de los
habitantes, examino su historia y, sobre todo, los momentos históricos a los
que se referían los habitantes para dar sentido a su resistencia frente a
Petroamazonas y su negociación con el Estado. Subrayo tres momentos: la época
del caucho, desde finales del siglo XIX; la expansión de la educación
institucionalizada en la región, desde los años 50; y las experiencias de
migración urbana, particularmente a partir del año 2000. Estos tres momentos
fueron invocados y estuvieron muy presentes durante el levantamiento de Playas
y durante sus negociaciones, y dieron forma a sus reivindicaciones. Por lo
general, esta multitemporalidad se pierde en el espectáculo de los
levantamientos, posicionamientos y discursos estratégicos, cuando se dan
conflictos territoriales. Sin embargo, en el caso de Playas el pasado siempre
estuvo presente.
“No toda la gente existe en el mismo ahora”, escribió el filósofo alemán
Ernst Bloch (1977, 22). La noción de la “no simultaneidad de lo simultáneo” fue
una preocupación central de miembros de la Escuela de los Annales, como Fernand
Braudel (1958). Este autor concebía la historia en términos de distintas
escalas temporales que se traslapaban. Su influencia en América Latina se
observa en los análisis sociohistóricos de René Zavaleta (1986), quien
caracterizó a la sociedad boliviana como “abigarrada,” refiriéndose a una
diversidad de temporalidades que coexistían dentro de una misma formación
social. Más recientemente, Silvia Rivera Cusicanqui (2010, 39) ha escrito sobre
cómo diversos “ciclos históricos interactúan en la superficie del tiempo
presente”. La autora reinterpreta la noción de sociedad abigarrada para pensar
la formación de sujetos, cuyas prácticas, percepciones y aspiraciones son
heredadas –a menudo inconscientemente– desde distintos momentos de la historia.
En este trabajo, parto de tal imaginario multitemporal para mostrar las
herencias históricas que dieron sentido a la lucha de Playas.
Desarrollo mi argumento en dos etapas. Primero, defiendo la afirmación de
que muchas investigaciones sobre el extractivismo en la Amazonía sufren de “presentismo”. El auge de la
investigación sobre las Ciudades del Milenio se centró en los actores y
discursos del momento, sobre todo en los discursos de Correa. Demuestro cómo
este presentismo llevó a interpretaciones erróneas de las motivaciones de los
habitantes de Playas y de la naturaleza de su conflicto con Petroamazonas. En
la segunda sección, sitúo estas motivaciones en relación con la historia y la
memoria. En Playas, las aspiraciones urbanas se habían forjado a través de
distintos momentos de la longue durée de la colonización en la Amazonía
norte, momentos que resurgieron en la conciencia de los miembros de la
comunidad durante el conflicto y las negociaciones.
Este estudio de caso es el resultado de varios períodos de investigación
etnográfica a lo largo de seis años, además de investigación en los archivos de
los misioneros capuchinos y jesuitas en Quito, el Archivo Nacional de Ecuador
en Quito y los archivos del gobierno provincial de Napo en Tena. En mis
exploraciones por archivos que hacían referencia a la población de Playas y sus
antepasados, hallé registros y denuncias de los caucheros del siglo XIX,
correspondencias entre misioneros y el gobierno desde la primera mitad del
siglo XX, y cartas de padres de familia y autoridades de Playas durante la
segunda mitad del siglo XX. Los archivos siempre son parciales y selectivos,
como lo es la memoria misma (Halbwachs 1980; Lyall 2010), pero no me interesaba
la historia “definitiva” de Playas, sino más bien los efectos del pasado en las
percepciones y las aspiraciones contemporáneas. Entonces, llevé estos
documentos de archivo digitalizados a Playas para generar discusiones sobre los
significados del pasado frente a sus conflictos con las empresas y el Estado y,
en general, frente al presente y futuro de la comunidad.
2.
Sobre
la teoría crítica viajera en la Amazonía
Una serie de investigadores consideraron el programa de las Ciudades del
Milenio como un símbolo “emblemático” (Lang 2017, 91) o “icónico” (Wilson y
Bayón 2018, 234) del desarrollo posneoliberal en una “microescala” (Valladares
y Boelens 2017, 1023). Un conjunto de estas críticas se centró en las fallas en
estos proyectos, documentando la infraestructura dañada o incompleta (Arsel,
Pellegrini y Mena 2019, 219; Aulestia Calero, Enríquez y Sánchez 2016, 216;
Cielo y Carrión Sarzosa 2018; Cielo, Coba y Vallejo 2016; Encalada-Falconí
2016; Espinosa Andrade 2017; Goldáraz 2017; Lang 2017; Ospina 2015; Shebell y
Moser 2019; Valladares y Boelens 2017; Wilson y Bayón 2018). Estos críticos
argumentaron que las Ciudades del Milenio no eran los modernos petromilagros
que había descrito Correa y en consecuencia algunos sugirieron que las Ciudades
del Milenio estaban siendo abandonadas (Hollender 2018; Wilson y Bayón
2018).
En otra serie de críticas, denunciaron estos proyectos por despojar a las
comunidades de sus identidades culturales. Catherine Walsh (2014), Miriam Lang
(2017) y Pablo Ospina (2015) sugirieron que fueron violentamente impuestos.
Pablo Dávalos (2014, 351) los comparó con “campos de concentración”.
Argumentaron que las Ciudades del Milenio fueron diseñadas para “vaciar el
territorio” (Lagos 2017, 99) de contenido cultural o “eliminar las formas de
vida fuera de las relaciones de producción capitalistas” (Bento et al. 2019,
8), para hacer gobernables a los pueblos indígenas.
Si bien los críticos cuestionaron con razón las afirmaciones utópicas de
Correa, en gran medida no tuvieron en cuenta las aspiraciones de los residentes
de las Ciudades del Milenio. Es decir, los críticos tendían a analizar los
mismos términos que usaba Correa para describir las Ciudades del Milenio, como
proyectos revolucionarios de un gobierno benévolo. En cambio, un habitante de
Playas responde: “ahora se oye que el gobierno nos dio todo esto… porque somos
bonitos o somos Playas del Cuyabeno… No. Esto nos costó mucha lucha”
(entrevista a José, junio de 2014). De algún modo, estos proyectos reflejaron
las aspiraciones de sus habitantes. Luego de las negociaciones, los residentes
de Playas se trasladaron al asentamiento desde sus fincas y los migrantes
urbanos regresaron para recibir una casa. Como consecuencia, la población de la
parroquia se había duplicado. Los residentes no tenían ninguna obligación de
establecerse ahí, entonces su notable permanencia durante los siguientes seis
años ha puesto en tela de juicio las críticas iniciales, que suponían que estos
proyectos se habían impuesto por el gobierno y que los residentes los abandonarían.
Nancy Carrión Sarzosa y yo llegamos por primera vez a Playas a principios
de 2014, como investigadores asociados a FLACSO Ecuador. Realizamos entrevistas
con los residentes durante dos meses y medio para explorar sus percepciones del
proyecto. Por un lado, los niños y adolescentes celebraban que ya no tenían que
viajar lejos para recibir educación. Aunque la escuela carecía de profesores,
estaba mucho mejor dotada de personal y más equipada que cualquier otra escuela
en la región. Los adolescentes también celebraban su nueva vida social. En los
cuatro campos de fútbol se celebraban partidos todos los días hasta la noche.
Las nuevas tecnologías ofrecían nuevas comodidades. Por ejemplo, los grifos en
las casas liberaban a los jóvenes del deber de cargar ollas de agua desde el
río; la electricidad les permitía cocinar con estufas eléctricas y estudiar por
la noche; y algunas familias compraban lavadoras. Además, la nueva Playas era
un lugar de relativa seguridad porque las serpientes, los jaguares y los
espíritus malignos se ahuyentaban por las luces y los ruidos. Es decir, muchos
jóvenes experimentaron una Playas urbana como un lugar de juego y ocio.
Por otro lado, los adultos se quejaban frecuentemente del ruido, el
aburrimiento y la falta de privacidad. Las casas de cemento de tres dormitorios
eran más calientes y pequeñas de lo que la gente estaba acostumbrada en sus
fincas. El chamán de la comunidad se quejó de que se estaba debilitando por
estar aislado del bosque y, en consecuencia, se sentía más vulnerable a los
ataques de los chamanes de comunidades vecinas. Las mujeres se quejaban
frecuentemente de aburrimiento y aislamiento. Mientras que el dinero entraba en
la economía de Playas a partir de los pagos de compensación y de los trabajos
con Petroamazonas, los hombres mantenían el control sobre este dinero y el
empleo, y ponían nuevas expectativas sobre la permanencia de las mujeres en el
hogar, para también cumplir con las expectativas patriarcales de una vida
doméstica “urbana”. Así, muchas
mujeres expresaron nostalgia por la relativa libertad de la vida agrícola y
forestal (Cielo y Carrión Sarzosa 2018).
Con perplejidad observamos la ocupación voluntaria de este barrio urbano
por parte de agricultores y pescadores de subsistencia. Yo volví un año
después. Los precios del petróleo se habían desplomado y los trabajos con
Petroamazonas habían desaparecido. Las familias dependían totalmente de la
agricultura, la pesca y la caza, pero los viajes a sus fincas se habían hecho
más difíciles porque el dinero para la gasolina –y la gasolina misma–
escaseaban. La selva estaba retomando las fincas poco a poco. Además,
Petroamazonas amenazaba con pasar el mantenimiento de los servicios públicos al
gobierno municipal, lo que significaba que quizás tendrían que pagar impuestos
por primera vez. También habían surgido fallos de infraestructura y problemas
de diseño. El asentamiento estaba demasiado cerca del río y se había inundado.
El muro de contención se había hundido en la orilla del río. El generador de luz
se recalentaba. Las bombas de agua se habían dañado varias veces. Las tuberías
de plástico de las alcantarillas bajo las calles ocasionalmente se derrumbaban.
Los electrodomésticos habían empezado a dañarse. Cuando dejé Playas en 2015, me
pregunté si los críticos habían tenido razón o no. Quizás Playas sería
abandonada pronto.
Sin embargo, cuando regresé a Playas por tercer año consecutivo, encontré
que los residentes habían estado trabajando duro para reparar o sostener la
infraestructura y expandir el asentamiento. Estaban construyendo media docena
de casas nuevas. Estaban empalmando cables eléctricos para conectar las nuevas
casas a la red. Habían construido canales para drenar las calles. Habían
reparado las bombas de agua. Envolvían los fusibles fundidos en papel de
aluminio o papel de fumar para completar los circuitos. El gobierno local y un
par de operadores de barcos de Petroamazonas compartían la gasolina de sus
suministros y la hacían circular por la comunidad. Playas bullía de actividad y
ya no era una actividad de juego y ocio, sino una actividad centrada en
mantener el asentamiento. Los residentes no eran ni víctimas pasivas del Estado
ni tampoco actores “ambivalentes”, como sugiere el antropólogo Michael Cepek
(2018) en otra Ciudad del Milenio (Lyall 2019). A pesar de los problemas, los
residentes estaban motivados para sostener su espacio urbano.
Ahora, algunos críticos que visitaron Playas en 2014 y 2015 habían
analizado las aspiraciones urbanas de los residentes. Las consideraron como un
efecto de los discursos desarrollistas del gobierno de Correa, que habían
transformado los deseos y valores “no modernos” de los residentes. Cielo, Coba
y Vallejo (2016) sugirieron que estos discursos “sedujeron” a la comunidad,
produciendo nuevas “formas de subjetividad”. Valladares y Boelens (2017, 1018)
argumentaron que las Ciudades del Milenio “borran los valores de los
habitantes”, a la vez que (re)construyen “sujetos [...] para lograr que las
familias indígenas se gobiernen a sí mismas”. Vallejo, Duhalde y Valdivieso
(2016, 64) observaron el “disciplinamiento de las subjetividades étnicas” y la
destrucción de “las diferencias ontológicas más profundas”. Estas autoras siguieron a Michel Foucault
(1982) y a Arturo Escobar ([1995] 2011, 10), quien planteó que el
desarrollo, como conjunto de conocimientos y prácticas, conforma las
subjetividades para que “las personas lleguen a reconocerse como desarrolladas
o subdesarrolladas”. Parecería que las
Ciudades del Milenio no solo facilitaban el despojo territorial, sino también
la desposesión de las subjetividades. De manera similar, críticos marxistas
plantearon que este desarrollo urbano había “interpelado” (Espinosa Andrade
2017, 322)[i] o
cultivado nuevos deseos entre los residentes, en función de las ideologías
capitalistas. Wilson y Bayón (2018, 239) apuntaron, por ejemplo, que los
residentes sufrían de una “fantasía” capitalista propia a la “urbanización
planetaria” (Wilson, Bayón y Díez 2015). Estos argumentos foucaultianos y
marxistas tienen sus orígenes en teorizaciones posthumanas francesas del
sujeto, entendido como un efecto del poder (Althusser [1970] 2014; Foucault
1982).
Sin embargo,
como muestro en la próxima sección, las subjetividades tienen un peso y
durabilidad enraizadas social e históricamente, que no se transforman con cada
gobierno o cada discurso (Lyall, Colloredo‐Mansfeld y Rousseau 2018). Al basarse en la autoridad explicativa de
teorías abstractas del poder del discurso o de la representación, los críticos
de las Ciudades del Milenio no observaron los procesos sociohistóricos en
juego, y que estaban estructurando las aspiraciones de los residentes.
Efectivamente, las aspiraciones de futuros urbanos en esta región tienen
orígenes históricos que preceden a los discursos y prácticas del régimen de
Correa. En la siguiente sección, ofrezco un breve panorama de la historia
moderna del norte de la Amazonía (y cómo algunos residentes de Playas entienden
esa historia) que ilumina el levantamiento de Playas contra Petroamazonas y sus
subsiguientes luchas para sostener un lugar urbano en la Amazonía.
3. La
multitemporalidad del extractivismo en la Amazonía norte
A finales del siglo XIX, los comerciantes de caucho en la Amazonía norte
reclutaban a trabajadores indígenas dispuestos a entrar en contratos de peonaje
por deudas (Esvertit 2008). Estos trabajadores accedían a bienes como ropa y
herramientas occidentales y, a través de su uso, a identidades como las de
“indios civilizados”, en contraposición a los considerados “salvajes”
(Foletti-Castegnaro 1985; Gianotti 1997; Luis Luis 1994). Los colonizadores,
misioneros y comerciantes en la Amazonía norte habían utilizado desde el siglo
XVI distintas formas de violencia antindígena, monopolios de los bienes
occidentales y expresiones más sutiles de poder, para establecer y reproducir
divisiones y jerarquías étnicas.
Como observa la antropóloga Blanca Muratorio (1991, 107), para la época
del caucho, los bienes simbólicos como la sal y los textiles ya se habían
convertido en “socialmente indispensables” para personas indígenas que se
consideraban civilizadas. Los trabajadores del caucho, incluidos los
antepasados de los residentes de Playas, nacieron en un mundo social en que el
respeto y las obligaciones sociales exigían la adquisición y redistribución de
bienes occidentales, especialmente la ropa de algodón (MacDonald 1984).
Durante la era del caucho, los comerciantes cultivaron la importancia de
la distinción entre “indio civilizado y salvaje”, al tratar a quienes no
estaban dispuestos a trabajar con una violencia brutal. Capturaban y vendían
como esclavos a familias consideradas “salvajes” con “impunidad” (Muratorio
1991, 107-108). Los waorani, aushir’i, tetete y los
llamados jívaros o shuar y achuar experimentaron capturas y esclavitud
(Mongua 2018; Hudelson 1987, 14; Trujillo 2001; Wasserstrom 2014). Por su
parte, los záparos se dividían entre los que trabajaban para los comerciantes y
vestían ropas occidentales y los que no lo hacían y eran sometidos a la
esclavitud (Reeve 1988; Trujillo 2001).[ii]
A mediados del siglo XX, los misioneros capuchinos documentaron una concepción
de jerarquía entre grupos indígenas de la región que era compartida por
comerciantes, misioneros y funcionarios del Estado: primero, los “yumbos” (kichwa)
eran considerados los más civilizados; segundo, los cushmas (siona,
secoya, cofán); y finalmente los “aucas” (waorani, tetetes) (Cabodevilla
1989, 20-27; Iriarte de Aspurz 1980, 33-5).[iii] Esta jerarquía estaba mediada por las prácticas
culturales, y en particular, por el acceso a los bienes occidentales.
En efecto, los antepasados de la mayoría de las familias que viven en
Playas se vieron obligados a defender su posición favorecida en el binario de
“civilizado y salvaje”. Según mi investigación de archivo, trabajaron en el
peonaje por deudas desde 1892 hasta 1956. He preguntado a los miembros de la
comunidad que nacieron durante la época del peonaje por deudas, en los años
1930 y 1940, por qué pasaron décadas atravesando la selva con patrones, que
también les maltrataban, a cambio de ropa, utensilios de cocina y herramientas
(hachas, hilo de pesca), que solo recibían cada uno o dos años. La respuesta
más frecuente ha sido: “éramos civilizados”. Después de salir del peonaje por
deudas en los años 50, los antepasados de la población de Playas seguían
buscando fuentes de bienes occidentales, así como otras estrategias emergentes
para lidiar con la sociedad dominante y mestiza.
En la década de los 60, varias familias se asentaron en la confluencia de
los ríos Aguarico y Cuyabeno, para construir su propia escuela. Alrededor de
esa escuela formaron la comunidad (en ese entonces, conocida como Boca
Cuyabeno), justamente con el objetivo de presionar a la misión capuchina y más
tarde al Estado para que les proporcionara recursos educativos. La educación se
consideraba un instrumento para gestionar las relaciones con los comerciantes
que les compraban productos agrícolas y pieles de animales. Pero con el tiempo
y la creación de varias escuelas misioneras en la segunda mitad del siglo XX
(Cabodevilla 1989), el estatus “civilizado” ya se asociaba con las credenciales
educativas en sí, como símbolos de una identidad digna. Un joven de Playas
explica: “Nuestros abuelos, cuando construyeron la primera escuela ya pensaban
que nuestra relación con la selva debía cambiar, que debíamos hacernos
profesionales” (entrevista a Roney, febrero de 2017). Sin embargo, durante los
años 1970 y 1980, los fundadores de Playas lucharon por retener a un maestro;
el acceso a la educación secundaria en internados misioneros, ubicados a varios
días de viaje, no era económicamente viable ni socialmente deseable para la mayoría
de los jóvenes.
Una serie de auges económicos en los decenios de 1980 y 1990 facilitaron
el acceso a nuevas mercancías en Playas. Los precios del cacao y el café se
dispararon y luego se derrumbaron. A su vez, el trabajo asalariado para las
compañías petroleras y las agencias de turismo se hizo accesible a los hombres
y a algunas mujeres, transformando efectivamente el acceso al trabajo no
agrícola en otro marcador simbólico de dignidad (Lyall, Colloredo-Mansfeld y
Quick 2019). Un joven miembro de la junta parroquial de Playas explica, “si no
eres capaz de trabajar en un trabajo real, entonces la finca está ahí
esperándote” (entrevista a Sixto, febrero de 2017). Del mismo modo, un joven
recién graduado de la escuela secundaria describe la finca y la selva que la
rodea como espacios para la “aventura”, no para el trabajo digno; asevera que
“uno no estudia para ser machetero toda la vida” (entrevista a Olimpo, junio de
2017).
Hacia finales del siglo anterior, la economía del turismo se derrumbó en
Playas, en parte debido al Plan Colombia. Los hombres de Playas y de muchas
otras comunidades en esta región emigraron a las ciudades para continuar con el
trabajo asalariado (Lu y Bilsborrow 2011), a menudo dejando atrás la
suficiencia material a cambio de hambre y penurias urbanas (Davis et al. 2017).
No obstante, el espacio urbano fue un medio para acceder a las instituciones
que consagran el estatus (las escuelas modernas, los mercados laborales) y la
identidad urbana en sí se asociaba con el estatus.
Así, las prácticas y los espacios de búsqueda del reconocimiento social
han cambiado con el tiempo. Algunos individuos han alcanzado grados de
movilidad social, acumulando más estatus simbólico que otros. Al mismo tiempo,
las divisiones y jerarquías étnicas se han seguido reproduciendo en relaciones
contractuales, institucionales y cotidianas. De hecho, los adultos de Playas
cuentan interminables historias de maltrato por parte de la sociedad mestiza
(por ejemplo, comerciantes de caucho engañosos y violentos, maestros ausentes o
agresivos, bullying en las escuelas,
oficiales violentos en los cuarteles militares, y gestos cotidianos de
estigmatización o discriminación en los centros urbanos y los mercados
laborales). Una joven recuerda sus años como trabajadora doméstica en la
capital provincial y los gestos cotidianos de desdén de los mestizos:
No tienes a nadie con quien hablar, con quien
relacionarte; pasas el tiempo atrapada en la casa. Si sales, pueden ver que
eres diferente... que no soy como ellos, soy indígena... Te miran con
desprecio; no expresan la misma amistad como hacen entre los mestizos. Se hacen
amigos rápidamente [entre ellos]... Con los indígenas tienen desconfianza... Es
el tratamiento, las miradas, o a veces solo te miran mal... A veces ni siquiera
creen que vales el polvo en sus zapatos (entrevista a Yessica, junio de 2017).
Estos recuerdos de discriminación se han acumulado, creando en los imaginarios
geográficos de las personas una percepción común del espacio social dividido en
dos: un “adentro” indígena y un “afuera” blanco-mestizo.
Entonces, cuando Petroamazonas llegó en 2008, el chamán de Playas había
estado trabajando en una propuesta con los líderes indígenas regionales y las
élites de la industria petrolera para formar una empresa petrolera indígena,
con el fin de extraer el petróleo de sus propios territorios. Esperaban crear
puestos de trabajo para los hombres indígenas, proteger la naturaleza, evitar
que las mujeres entraran en contacto con los trabajadores del petróleo y
financiar un desarrollo de tipo urbano en la zona (Lyall 2018). Cuando comenzó
el levantamiento contra Petroamazonas, el chamán pretendía defender ese
proyecto, pero pocos miembros de la comunidad conocían la propuesta, y no
tenían mucha claridad sobre lo que exigirían al Estado al incautar los equipos
de Petroamazonas. Más bien, muchos miembros de la comunidad recuerdan que
experimentaron el conflicto con los trabajadores petroleros y los militares
como una reivindicación histórica de respeto.
Una joven describe la catarsis que ella y sus amigos experimentaron
cuando lanzaron piedras a los oficiales militares: “Qué divertido fue para
nosotros, simplemente riéndonos. ‘¡Aquí viene la bomba!... Lanza las piedras,
lanza’... ¡Qué divertido! ¡Más piedras! ¡Qué divertido!”. Le pedí que me
explicara cómo podía experimentar tanta alegría en este momento de conflicto.
“Tienes la oportunidad de faltar al respeto y vengarte por todo lo que has
sufrido... ‘¡Tira, tira, tira!’... Hablamos muy mal a esas tropas. ‘¡Lanza,
lanza piedras!’...” (entrevista a Yessica, junio de 2017). Se rio a carcajadas
mientras hacía gestos de lanzar piedras. Ella recuerda que un representante de
Petroamazonas se frustró durante las negociaciones, diciendo “no prestemos
atención a estos indios”. La reacción de los residentes fue contundente:
Lo agarraron. Iban a dejarlo en medio de la
selva. Iban a vendarle los ojos... [Luego] le iban a quitar la venda [y decir]:
“Ahora, huye de los indígenas, de los indios”. Iban a dejarlo con plátanos...
con sal... con fósforos, para que comiera [y] viviera en la selva… como
nosotros, sufriendo... para sostener esta comunidad... Así es como hablamos. Él
dijo. “No, no, por favor, no me dejes en la selva. Vamos a negociar...”
(entrevista a Yessica, junio de 2017).
Es decir, lo amenazaron con cambiarle de lugar; que él –un mestizo de
afuera– ocupara su posición en la estructura social, aunque fuera por un
momento. Posteriormente, como recuerda un ex presidente de la comunidad, los
funcionarios de Petroamazonas presentaron a la comunidad opciones de paquetes
de compensación que incluían nuevas casas. Los modelos iniciales se asemejaban
a las casas de madera de la zona, pero los líderes de la comunidad
respondieron: “Vimos cómo construyeron [el campamento de los trabajadores
petroleros]... Las casas deben ser como esas. ¿Por qué van a ser diferentes?
Deben ser como esas... Exactamente como son en Petroamazonas, tenemos que tener
aquí también” (entrevista a Héctor, febrero de 2017). Cuando Petroamazonas
distribuyó una encuesta para preguntar qué estilo de casa querían los miembros
de la comunidad, la respuesta fue casi uniforme: querían el mismo estilo de
casas que los trabajadores mestizos tenían en sus campamentos. Se entendió como
una estrategia para asegurar lo que era justo y evitar ser engañados. Mientras
los críticos caracterizarían las casas de las Ciudades del Milenio como
manifestaciones de una modernidad ajena o “externa” a la
Amazonía, estas infraestructuras adquirieron un significado simbólico para los
residentes, enmarcado en una larga lucha por el respeto de la sociedad mestiza dentro de esa modernidad.
La infraestructura más importante para la comunidad en sus negociaciones
con el Estado fue el complejo educativo. Teniendo en cuenta la historia de la
comunidad, fundada para conseguir recursos educativos, los jóvenes de Playas en
la actualidad expresan su frustración por la forma en que los periodistas y
académicos caracterizaron la Ciudad del Milenio, como un fracaso o un despojo
de conocimientos y culturas ancestrales. Un adolescente dice: “Creo que esa
gente escribió eso porque tenían una escuela y un instituto cerca de sus casas;
no tenían que ir lejos, estar lejos de su familia, solos...” (entrevista a
Marco, julio de 2016).
El chamán de Playas recuerda con orgullo el levantamiento contra
Petroamazonas: “Hicimos la guerra con ellos con nuestras propias armas –lanzas,
flechas...–. Fue entonces cuando nos dieron la opción de esto, unas casas
dignas, una escuela...” (entrevista a Bercelino, julio de 2015). Celebra el
hecho de que su comunidad desafió al “nuevo patrón” en la región y logró el
reconocimiento del Estado mestizo, como una forma de justicia histórica:
...[L]a rabia que hemos tenido por el maltrato de
nuestros abuelos por parte de la gente mestiza. Eran esclavos. No tenían
libertad. Los hicieron trabajar dentro de la selva [durante] años… para sacar
líquidos de los árboles, pieles, frutas, para entregarlos al patrón... ¿Para
qué? Un poco de ropa, una herramienta de trabajo... Un machete que llevamos
aquí, que tomó años para trabajar, para pagarlo... Habiendo trabajado tanto,
estaban quebrados, y todavía estaban endeudados... Hasta el día de hoy, los mestizos
quieren ser los jefes, pero el orgullo que tengo es que hice sentar al
gobierno. Discutimos. Nos sentamos a la mesa. Hemos tenido un diálogo. Esa es
la satisfacción que tengo. Tengo esto para la historia, porque de otra manera
nos quedamos sin nada; toda la riqueza se va de aquí, de los talones de
nuestros pies y morimos aquí, como si no valgamos [valiéramos] nada (entrevista
a Bercelino, julio de 2015).
En esta narración, que vincula la época del caucho y la del petróleo, el
“valor” no se refiere al valor abstracto de mercado, sino al reconocimiento de
la sociedad mestiza. En las negociaciones con Petroamazonas, el chamán se
preocupó por asegurar el respeto a Playas y a sus antepasados. Asimismo, uno de
sus jóvenes sobrinos, que no estaba en Playas para el levantamiento, recuerda
ahora con orgullo el acontecimiento: “Nuestros padres no querían volver a esa
historia antigua; a que nos exploten… Por eso se levantaron tan duro”
(entrevista a Marco, julio de 2016). Es decir, el levantamiento y las negociaciones
sobre la producción petrolera en el territorio de Playas se desarrollaron en un
terreno históricamente sedimentado, que hasta los más jóvenes reconocen.
El chamán también ha sido crítico de la Ciudad del Milenio, sus falencias
y los cambios en la vida cotidiana. Echa de menos su cercanía con los bosques y
lamenta que sus propios nietos no aprendan lo que él sabe. Pero permanece en la
Ciudad del Milenio y ha decidido no transmitir sus conocimientos, por las
mismas razones por las que no enseñó el idioma kichwa a sus hijos o
nietos; ha decidido ayudar a las generaciones futuras a seguir las nociones de
respeto, dignidad y estatus impuestas a estas familias durante siglos por una
sociedad dominante racista. Sus propios deseos de una vida basada en el bosque
parecen irrelevantes en este contexto, siempre y cuando él y sus hijos
participen en un mundo social dividido simbólicamente entre lo civilizado y lo
salvaje, donde las mercancías, la educación institucionalizada y los estilos de
vida urbanos puedan mitigar la subordinación étnica.
4.
Conclusiones
El caso de Playas demuestra cómo múltiples momentos históricos dan forma
a las relaciones sociales y políticas contemporáneas. El presente es
intrínsecamente “no contemporáneo”, sugirió Antonio Gramsci (Thomas 2017). En
cambio, muchas investigaciones críticas sobre el extractivismo y la resistencia
en la Amazonía reproducen la percepción de esta región como “la tierra sin
historia” (Da Cunha 2006). Es decir, reproducen visiones erróneas (y promovidas
desde los gobiernos) de la Amazonía como un espacio “no moderno” y atemporal,
que recientemente ha entrado en contacto con la sociedad occidental. Por ende,
pasan por alto la agencia compleja de la historia y, en su lugar, se basan en
teorías viajeras abstractas para comprender relaciones de poder y conflictos
territoriales en el presente.
Hay varias razones para este “presentismo”.
Primero, los densos bosques tropicales del Amazonas proyectan una “impresión de
estasis” (Raffles 2002, 34). Así, las influyentes investigaciones sobre el
extractivismo tienden a favorecer las nociones de un paisaje prístino, sin
historia y se centran en el presente del conflicto o de acontecimientos
recientes.[iv]
Sin embargo, como señaló el historiador Eric Wolf ([1982] 2010, 385), “no hay
‘antepasados contemporáneos’ ni pueblos sin historia”. En segundo lugar, existe
una tendencia entre los investigadores críticos a aplicar ciertos conceptos
fetichizados, como “gubernamentalidad” o “urbanización planetaria”, para
explicar cómo funciona el poder en la Amazonía y otros contextos diversos, sin
situar las relaciones de poder geográfica e históricamente. Entre las críticas
más notables a esta tendencia de la mercantilización de la teoría viajera
figura la del historiador E. P. Thompson (1978), quien lamentaba el
desplazamiento de la investigación empírica e histórica sobre los “procesos” sociales por el análisis abstracto de formaciones discursivas. Los
conflictos sobre el extractivismo en la Amazonía norte son procesos marcados
profundamente por las diversas historias de colonización social y económica en
la región.
Cualquier explicación de la resistencia y las aspiraciones de la gente de
Playas es necesariamente incompleta, justo porque las aspiraciones surgen de
historias que se acuerdan activamente o que se encarnan más sutilmente en
prácticas y percepciones. De todos modos, la historia de la Ciudad del Milenio
no es solo la historia del momento político de Rafael Correa y sus discursos
modernizantes, sino que también es parte de la historia de la migración urbana,
de las escuelas misioneras y del auge del caucho, entre otras historias y
episodios de la longue durée de la
colonización en la Amazonía que se hicieron presentes cuando las gabarras de
Petroamazonas aparecieron en Playas en 2008.
Comprender con precisión cómo y hasta qué punto el pasado conforma las
posiciones políticas con respecto al extractivismo no requiere una
investigación exhaustiva de los archivos, pero sí requiere estar atento a qué
momentos históricos están “presentes” en los discursos y las prácticas de las
personas que entran en conflicto con empresas extractivas. Requiere prestar
atención a los momentos históricos específicos, aquellos con los que la gente
otorga sentido al presente y al futuro.
Apoyos
El presente trabajo se llevó a
cabo con el apoyo financiero de la Fulbright
Foundation, National Science Foundation (NSF), Social Science Research Council (SSRC), Mellon Foundation, Tinker Foundation, FLACSO Ecuador y las siguientes entidades de la Universidad de
Carolina del Norte (Chapel Hill): la iniciativa de las Humanidades Digitales,
el Departamento de Geografía y el Instituto para el Estudio de las Américas
(ISA).
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Entrevistas
Bercelino, chamán de la comunidad, julio de 2015.
Héctor, ex presidente de la comunidad, febrero de
2017.
José, habitante de la comunidad, junio de 2014.
Marco, adolescente de la comunidad, julio del
2016.
Olimpo, miembro de junta parroquial de la
comunidad, junio de 2017.
Roney, joven de la comunidad, febrero de 2017.
Sixto, miembro de la junta parroquial de la
comunidad, febrero de 2017.
Yessica, joven de la comunidad, junio de 2017.
Notas
[i] Alejandra Espinosa Andrade (2017) escribió que
los pueblos indígenas que aceptan el reasentamiento urbano habían sido
“interpelados en la participación [...] a través de un discurso de progreso que
les resulta difícil rechazar” (320) –es decir, el propio “deseo de progreso
[fue] impuesto desde el exterior” (322)–.
[ii] En la limitada historiografía sobre esta llamada
“otra esclavitud” de la gran cuenca amazónica, se detalla las experiencias de
algunos grupos étnicos, en particular las de los wuitotos del sur de Colombia
(Reséndez 2016; Wasserstrom 2014, 530).
[iii] Los “yumbos” y “cushmas” de esa época se referían
con frecuencia a la gente waorani como “salvaje” (Cabodevilla 1997, 137) o
“animal” (Cabodevilla 1989, 73); también véase Muratorio (1991, 194) para
marcar distancias sociales.
[iv] Tales narrativas reproducen una división
ideológica entre los “espacios modernos” y los “lugares primitivos”, lo que los
teóricos de la dependencia calificaron como un falso imaginario de “sociedades
duales”.