DOSSIER de investigación
¿Agua
para quién? Movilización comunitaria y negociación en el conflicto
socioambiental del Parque Los Chorros, Costa Rica
Water
for whom? Community mobilization and negotiation during socio- environmental
conflict in Parque Los Chorros, Costa Rica
Lcda. María Stephanie Valenciano-Hernández. Estudiante de la Maestría en Población y Desarrollo,
FLACSO México.
(valencianohdzm@gmail.com)
(https://orcid.org/0000-0001-6402-6961)
Recibido: 15/05/2020 – Revisado: 22/07/2020
Aceptado: 12/10/2020
– Publicado: 01/01/2021
Cómo
citar este artículo: Valenciano-Hernández, María
Stephanie. 2021. “¿Agua para quién? Movilización comunitaria y negociación en
el conflicto socioambiental del Parque Los Chorros, Costa Rica”. Íconos.
Revista de Ciencias Sociales 69: 35-51. https://doi.org/10.17141/iconos.69.2021.4504
Resumen
El crecimiento urbano no planificado en Costa Rica ha
originado una ampliación desmedida del anillo urbano. Como consecuencia existe
un caos del que se responsabiliza al sector inmobiliario, que por favorecer sus
intereses ha creado nuevos proyectos de vivienda sin una planificación previa
de los servicios esenciales. Tal es el caso del cantón de Atenas, en la
provincia de Alajuela, que con el aumento de población quedó desabastecido de
agua. Para solucionar el problema, el Estado ejecutó un proyecto que implicaba
trasladar este recurso desde las fuentes de una comunidad vecina, lo cual
provocó una disputa entre los actores institucionales y las comunidades
de Atenas y Tacares
por las fuentes de agua. En el artículo se analiza tanto el conflicto
socioambiental como la búsqueda de una resolución negociada por parte del
Estado. Para esto se emplea un diseño de investigación
cualitativo a través de entrevistas semiestructuradas a actores de la comunidad
de Tacares y a actores institucionales; asimismo se realiza una revisión
bibliográfica de actas institucionales y de publicaciones en medios de
comunicación locales y nacionales. Finalmente, tras examinar el conflicto y las negociaciones se
concluye, por un lado, que durante este proceso se reproducen las distintas
asimetrías de poder entre actores, y, por otro, que el argumento de fomentar la
participación solo se utiliza cuando los conflictos han escalado.
Descriptores: agua; crecimiento urbano; conflicto socioambiental;
Costa Rica; negociación; participación comunitaria.
Abstract:
Unplanned urban
growth in Costa Rica has resulted
in a disproportionate expansion
of existing cities. A chaotic situation has resulted from this and the
real estate industry is often blamed. In its shortsighted search for easy
profits, this sector of the economy
is accused of developing new housing projects without previous adequate planning of basic service
provision. This has been happening in Atenas County in Alajuela province. Here the growing population has been denied an
adequate access to water. In an
attempt to solve this problem,
the administration implemented a project to provide water
to be taken from sources in a nearby community. This triggered a dispute over the control of the water sources,
which confronted Government institutions and the Atenas and Tacares communities.
This article focuses both in the dispute itself and in Government-led attempts to find a negotiated
solution to the conflict. A qualitative research design is used,
including semi-structured
interviews with both local
Tacares community and institutional
actors. Documentary research into official records
and into local and international
media reports is also performed. In the end, the
article reaches the conclusion that throughout the conflict, power
asymmetries between the different actors
were reproduced. The research also
allowed to highlight the fact
that community and social participation in decision-making is only promoted
once conflicts seriously escalate.
Keywords: water; urban growth; socio-environmental
conflicto; Costa Rica; negotiation; community participation.
1. Introducción
Costa Rica ha experimentado una transformación
profunda de su sociedad, en buena medida, producto del cambio en el estilo de
desarrollo (Ramírez 2008). Un rasgo de este viraje ha sido la urbanización
acelerada, la cual ha propiciado una constante ampliación de la zona urbana en
el centro del país mediante proyectos inmobiliarios que no se han podido
regular con un anillo de contención (Brenes 2016). Ello ha provocado una
construcción desmedida en las periferias del Gran Área Metropolitana (GAM) y la
urgencia de revisar dicho anillo, reestructurar sus límites y también
establecer otros en las zonas fuera de la GAM (Bosque 2016; Núñez 2017).
El
crecimiento urbano desmedido ha generado un caos que se le achaca al sector
inmobiliario: ante la falta de controles, los inversionistas de dicho sector
han desarrollado sus proyectos en cualquier lugar, sin planes reguladores ni de
ordenamiento territorial que definan las reglas urbanísticas a seguir (Brenes 2016). Entre las
consecuencias que ha generado esta situación sobresale el crecimiento
desordenado con implicaciones ambientales y sociales, lo cual incide en el
costo de llevar el agua, mantener los acueductos, entre otros servicios (Núñez
2017), frente a un escenario que demanda cada vez una mayor cantidad de agua
para el abastecimiento de nuevas viviendas y proyectos; y con ello estallan
nuevos conflictos.[i]
Esta
realidad también se ha
desplegado a lo largo de la región latinoamericana, caracterizada por un
intenso crecimiento demográfico y traducida en las rápidas multiplicaciones de
la población urbana y de los espacios habitados; así incrementa el número de
ciudades mientras que las metrópolis se inflan desmesuradamente, a tal punto que forman verdaderas regiones urbanas (Collin 1992, 27). Debido a que este proceso no ocurrió
paralelo a los proyectos de desarrollo, implicó la acumulación de déficits en
infraestructura, recursos y regulaciones, lo cual ha provocado que la
urbanización y el funcionamiento de las ciudades latinoamericanas estén
marcados por la pobreza, la precariedad, la informalidad y el desorden (da
Cunha y Rodríguez 2009, 28).
Esto a su
vez vino acompañado de
disputas entre actores institucionales y no institucionales por el acceso a
recursos, sobre todo, aquellos necesarios para el desarrollo de las actividades
cotidianas y productivas, como el agua. La exacerbación de los conflictos por
el acceso a este recurso, como bien indica Castro (2017, 27), se relaciona con
la introducción de actividades que requieren un gran consumo del líquido, de
modo que surge una mayor demanda del recurso y se desencadena una competencia
creciente por fuentes hídricas escasas; tal ha sido el caso de México, por
ejemplo.
Ahora,
volviendo al caso de Costa Rica, una de las zonas fuera de la GAM donde parece
necesario establecer los anillos que menciona Núñez (2017) es precisamente el cantón Atenas, ubicado
en Alajuela, una de las provincias donde se evidencia un mayor crecimiento en
el número de obras en el país (INEC 2020). Atenas es el quinto cantón de la
provincia de Alajuela, se compone de ocho distritos, tiene una población total
de 25 460 habitantes y el abastecimiento del servicio hídrico es brindado por
el Instituto Costarricense de Acueductos y Alcantarillados (AyA).[ii] Este cantón atravesó importantes dificultades para
tener un acceso permanente al agua en sus comunidades. Así en 2014, un 60 %
de sus habitantes sufría de racionamientos diarios de agua (Fornaguera
2014).
Como
respuesta institucional ante la escasez del recurso en este cantón, el AyA inició en diciembre
de 2012 un proyecto para aumentar el caudal de agua de la captación en el
cantón vecino, Grecia, y así trasladar el agua hacia Atenas y solucionar el
desabastecimiento. El costo proyectado fue de 2800 millones de colones,
financiados por un empréstito del Banco Centroamericano de Integración
Económica (BCIE). El proyecto constaba de dos etapas oficiales, a saber: un
tanque de almacenamiento de 2500 m3 y el adherimiento
a la captación que ya existía en el sistema del distrito de Tacares, perteneciente
al cantón de Grecia.
Un mes después, sin embargo, inició un conflicto, que se prolongó
durante aproximadamente siete años, entre el Estado y las comunidades de Atenas
y Tacares por el uso de las fuentes de agua ubicadas en el Parque Recreativo
Municipal Los Chorros en Tacares. Durante el conflicto se articularon
importantes repertorios de acción colectiva y respuestas institucionales que
fueron encauzadas hacia la apertura de procesos de diálogo y negociación con
las comunidades; no obstante, dichos procesos no propiciaron una salida
oportuna y rápida al conflicto.
En este artículo[iii]
se analiza el conflicto socioambiental por las fuentes de agua del Parque Recreativo
Municipal Los Chorros, a partir de la respuesta institucional dirigida al
establecimiento de procesos de negociación entre el Estado y la comunidad de
Tacares, principalmente. Para esto se caracterizan los actores presentes en las
distintas negociaciones entre las partes, las estrategias empleadas en cada
caso, y finalmente, la pertinencia o no de este tipo de respuestas
institucionales para el procesamiento de demandas políticas ante un conflicto
por el uso y gestión de un recurso natural de vital importancia: el agua.
Se emplea un diseño de investigación cualitativo con
el cual se reconstruye el conflicto a través de tres etapas de análisis de las
demandas políticas: construcción/destrucción, articulación/desarticulación y
procesamiento institucional. Para ello se utilizó, como técnicas de recolección
de información, la aplicación de entrevistas semiestructuradas a actores de la
comunidad de Tacares y actores institucionales, la revisión bibliográfica de
actas institucionales y de publicaciones en medios de comunicación local y
nacional.
2.
Apuntes
teóricos para el análisis del conflicto y el proceso de negociación
La conflictividad está siempre presente en el estudio
de lo político. Para Mouffe (2007) las cosas
propiamente políticas siempre implican decisiones que requieren optar entre
alternativas en conflicto. Lo político precisa, por lo tanto, dinámicas con una
naturaleza antagónica que distan de las propuestas liberales que conciben la
capacidad de generar escenarios armoniosos y no conflictivos frente a
realidades pluralistas de valores y perspectivas. Sobre la base de estas
premisas, la autora considera imperioso reconocer que lo político en su
dimensión antagónica revela el límite mismo de todo consenso racional y el
fracaso del propósito liberal de aniquilarlo (Mouffe
2007, 17-19).
Esto evidencia la importancia que tiene la
conflictividad en el estudio y la configuración de lo político a partir de
intereses, valores y perspectivas que van a oponerse constantemente, pero que,
sin embargo, conforman la propia pluralidad dentro de una democracia que sería
ilógico comprenderla como una masa de consensos en un orden hegemónico que no
puede ser desafiado. Así, “el conflicto debe de ser aceptado como legítimo y
debe adoptar una forma que no destruya la asociación política” (Mouffe 2007, 26).
El conflicto
social puede ser definido como una divergencia o incompatibilidad entre dos o más objetivos o intereses en pugna dentro de un sistema
(Grasa 1994). Estos objetivos, de acuerdo con Pérez-Rincón (2014, 77), “pueden
ser materiales, tangibles (es decir, intereses y necesidades) o intangibles
(sentimientos, valores, pautas culturales)”. De esta manera, Pérez-Rincón
(2014, 77) determina que el conflicto no surge de manera automática ante cierto
tipo de problemas o necesidades que padecen las colectividades, sino que se
trata de un constructo social que requiere ciertas condiciones también
sociales, procesos cognitivos diferenciados y redes sociales necesarias para
hacer de la protesta una circunstancia social y no individual y aislada,
reactiva o espontánea.
El conflicto
socioambiental es aquel ligado
al acceso y control de los bienes naturales y el territorio, que suponen, por
parte de los actores enfrentados, intereses y valores divergentes en torno a
ellos, en un contexto de gran asimetría de poder. Asimismo, estos expresan
diferentes concepciones sobre el territorio, la naturaleza y el ambiente,
mientras establecen una disputa acerca de lo que se entiende por desarrollo y,
de manera más general, por democracia (Svampa 2013,
40). En estos se enmarcan los conflictos por agua, que pueden ser definidos
como aquellos que se originan por la distribución desigual, y por la
discriminación en los derechos a la autogestión y representación democrática
donde se toman las decisiones y se hacen las reglas del agua (Pérez-Rincón
2014, 77). Estos conflictos, de acuerdo con Castro (2017, 31), se presentan en
una amplia gama de formas: van desde demandas pacíficas dirigidas a las
autoridades a fin de obtener acceso a agua potable, hasta acciones violentas
que involucran la destrucción de infraestructura para el suministro de agua, y
confrontaciones armadas entre las fuerzas de seguridad y miembros de la
población.
Para el análisis de la interacción que hay entre la estructura
política del Estado, a través de dichas instituciones, y la sociedad en los
ciclos de conflictividad, se parte del Modelo de la Espiral del Poder y el
Ciclo de las Demandas Políticas (MEPCDP) propuesto por Alpízar (2013), quien
presenta cuatro fases específicas; en este artículo se toma en cuenta las
primeras tres. La primera fase es el proceso de construcción o destrucción de
las demandas políticas, y requiere estudiar la forma en que los intereses y las
preferencias se convierten en demandas políticas. La segunda fase consiste en
la articulación y desarticulación de las demandas de los actores políticos, y
ocurre una vez que dichos actores colocan sus demandas en un espacio público,
la articulación de las demandas no solo depende de los actores en sí mismos,
sino de las complejas interrelaciones que ocurren entre los distintos actores,
medios de comunicación, partidos políticos y las instituciones públicas
(Alpízar 2013, 33-37).
La tercera fase, la de mayor importancia para el
análisis de la negociación, se trata del procesamiento institucional de las
demandas, en la cual se hace énfasis en todas aquellas acciones u omisiones de
las autoridades gubernamentales en relación con las demandas planteadas por los
actores. Desde una perspectiva estratégica relacional, se entiende que los
actores escogen determinados temas y acciones de forma selectiva y justamente
en relación con los otros actores y las instituciones, y que el entramado
institucional también obedece a una lógica selectiva, estratégica y relacional
(Alpízar 2013, 41).
Resolución negociada del conflicto socioambiental
La negociación como práctica, siguiendo la amplia definición de
Hernández (2008, 88), puede ser entendida como “una variedad de transacciones
cuyas condiciones para el intercambio no son fijas, sino [que] evolucionan a
medida que dos o más personas tratan de llegar a un acuerdo satisfactorio”.
Estos procesos, precisamente, han sido promovidos en América Latina en un
contexto en que avanzan conflictos vinculados a la explotación del medio
ambiente y los bienes naturales comunes. Como consecuencia de ello, en
numerosos países de la región se han creado proyectos dirigidos hacia la
diseminación de tecnologías de resolución de conflictos ambientales, según los
cuales los procesos de paz y armonía deben provenir de la despolitización de
litigios a través de tácticas de negociación directa, capaces de proveer
dividendos mutuos (Acselrad, Das Neves y Muñoz 2010,
28-29).
Ahora bien,
partiendo de Faure y Lasen (1992, 234-235), existen cinco elementos a tener
en cuenta en un proceso de negociación. En primer lugar, los actores, quienes son los protagonistas de la
interacción, y pueden ser grupos, organizaciones o naciones, no necesariamente
todos presentes en la mesa de negociación. En segundo lugar, la estructura, el
sistema de fuerzas que influyen en el curso de la acción; por ejemplo, el
número de partes, el poder de cada una de ellas, observadores, el número de
puntos negociables y la relación entre esos elementos. En tercer lugar, las
estrategias, que consisten en la orientación que le dan los negociadores a su
acción con el fin de alcanzar sus objetivos, y que pueden ser cooperativas,
competitivas o punitivas.
En cuarto
lugar, Faure y Lasen (1992, 235) incluyen el proceso, entendido como la dinámica misma
de la acción y no como los actores. Por último, señalan los resultados, que se
consideran los fines alcanzados, pueden concernir al objeto mismo de la
negociación, pero pueden igualmente referirse a la índole de la relación.
Asimismo, estos dependen en gran medida de cómo haya sido la dinámica del
proceso.
Según Acselrad, Das Neves y Muñoz (2010), el repertorio de procedimientos para la
resolución negociada de conflictos es relativamente diverso, y siguiendo al
Departamento de Desarrollo Sostenible de la FAO, consideran que los principales
instrumentos son la negociación directa, la conciliación, la facilitación, la
mediación y el arbitraje. Si bien no existe un consenso en cuanto a tipología y
definiciones, se presenta en el cuadro 1 una caracterización útil para el
presente análisis.
Cuadro 1.
Modalidades de resolución negociada
en conflictos
socioambientales
Fuente: Acselrad, Das Neves
y Muñoz (2010). Una vez
planteada la necesidad de fomentar procesos de resolución negociada de los conflictos socioambientales en
América Latina, así como las modalidades utilizadas para ello, Acselrad, Das Neves y Muñoz (2010) presentan distintos
alegatos para justificar la necesidad de esta práctica sin importar su
modalidad. Las justificaciones, de acuerdo con los autores, pueden agruparse en
dos grandes grupos: justificación tipo 1, que no hace referencia a compensación
económica; y justificación tipo 2, que sí hace referencia a la compensación
económica. Cada una de ellas, a su vez, se despliega en una serie de
justificaciones, como se indica en el cuadro 2. Cuadro 2. Alegatos para justificar el uso de la
resolución negociada de conflictos socioambientales Elaboración propia
a partir de Acselrad, Das Neves y Muñoz (2010). 3.
Disputa
y negociación por las fuentes de agua del Parque Recreativo Municipal Los
Chorros Ante el
desabastecimiento dado por la expansión de proyectos urbanísticos y el aumento demográfico en el cantón de
Atenas, se planteó entonces el desarrollo del proyecto conocido como “Mejoras
al Sistema de Abastecimiento de Atenas”. Su ejecución inició en diciembre del
año 2012, empero este encontró sus primeros obstáculos un mes después, cuando
en enero del 2013 los vecinos de Tacares hicieron pública su inconformidad con
las obras que se estaban desarrollando en las inmediaciones del Parque Los
Chorros (ver mapa 1), y se enfrentaron a las autoridades del AyA en búsqueda de información sobre lo que se estaba
desarrollando en el lugar y las implicaciones que esto podría tener a futuro. Mapa
1. División territorial cantonal y principales afluentes, Parque Los Chorros Elaboración propia. Surgió
de esta forma un conflicto social por el control y acceso a las fuentes de agua
del parque, que se extendió cerca de ocho años, y que se puede definir,
siguiendo a Svampa (2013), como un conflicto socioambiental. En este se
enfrentaron a un grupo diverso de actores: dos comunidades distintas, por un
lado, Atenas, amparada en su gobierno local, y por otro, Tacares, con
representación de vecinos de la zona y el apoyo también de su gobierno local; a
su vez, el Estado costarricense a través del AyA, como actor institucional
nacional (ver figura 1). Figura 1. Sistematización de los
enfrentamientos en el conflicto Elaboración propia. Para los vecinos de Tacares, la causa del conflicto era la implementación de un proyecto con las características de
una política pública top-down pues la formulación
y el inicio de su ejecución fue a través de una imposición institucional; con
este accionar se excluyó a la comunidad de una posible obtención de información
y de participar en la gestión del proyecto, lo cual generó desconfianza sobre
la existencia o no de favorecimiento a intereses privados. Es importe señalar
la relación cercana que existe entre los habitantes de Tacares y el Parque
Recreativo Municipal Los Chorros, y los sentidos que les han conferido a este
lugar como un área silvestre, un sitio recreativo y turístico. En una zona con
recientes transformaciones en los usos de la tierra a raíz del crecimiento
urbano, espacios como este son considerados pequeños oasis, tanto por su
belleza natural como por el aporte a los ecosistemas. A esto debe sumarse la
relación estrecha que tienen con el parque las personas cuya cotidianidad
ocurre en sus cercanías; con los años se van forjando esos vínculos que
mediante la cohesión social le confieren sentido como un lugar o territorio
(Gloss Núñez 2015, 11). Volviendo al origen del conflicto, en el cantón de Atenas se señalaba como causa
más importante el acaparamiento del agua por parte de los vecinos de Tacares,
producto de lo que concebían como su propia desinformación. Este marco
cognitivo, a su vez, fue empleado por los actores institucionales nacionales
representados por el AyA. De modo que, si bien a inicios del 2013 se detona un
conflicto, las partes y los actores vinculados de una u otra forma a este no
comprendían las causas de la misma manera. En esta disputa, partiendo del MEPCDP, en la primera fase se articuló una serie de
demandas políticas por parte de los vecinos de Tacares, quienes se agruparon a
través del Comité Pro Defensa del Agua del Parque Los Chorros. Estas demandas
se pueden separar en tres grupos distintos: procedimentales y garantistas,
conservacionistas y de replanteamiento. En el primero, se agrupan el acceso a
información, la posibilidad de participación en la formulación y ejecución del
proyecto, y la reivindicación a su derecho a protesta. En el segundo, las
demandas se referían a la protección del ecosistema natural del parque, es
decir, los impactos que generaría en este espacio el desarrollo de la nueva
infraestructura, y al aseguramiento de que habría abastecimiento futuro para su
comunidad, pese a que una parte importante del caudal estaba siendo llevado a
Atenas. En el tercero, aparecen demandas construidas para la reforma al
proyecto diseñado, de acuerdo con las consideraciones de la comunidad y el
criterio de expertos contratados por esta. Para la segunda fase del MEPCDP, la articulación de las demandas construidas, los
vecinos de Tacares utilizaron estrategias como manifestaciones, uso de medios
de comunicación, reuniones con distintos actores y, sobre todo, mecanismos legales
para detener el desarrollo del proyecto y ser tomados en cuenta en su diseño y
ejecución. El uso de estos mecanismos llevó incluso a la paralización del
proyecto al efectuarse el recurso de amparo interpuesto y la declaración de
nulidad sobre su viabilidad ambiental. Posteriormente, ante estas demandas construidas y articuladas por los
habitantes de Tacares, el procesamiento institucional, según la cuarta fase del
modelo teórico,
consistió en la atención de estas a través de la instauración de un proceso de
negociación con la comunidad. Así, en enero de 2013, se procedió a la creación
de la Comisión Técnica Negociadora de Tacares, conformada por vecinos de esta
comunidad y encargada de llevar a cabo la negociación y el diálogo con el AyA
para dar una salida viable al conflicto. Dentro de sus objetivos además se
encontraba discutir propuestas de replanteamiento del proyecto que fuesen
aprobadas por la comunidad. Esta etapa se extendió hasta agosto del año 2014 e
implicó, según ambas partes, largas horas de reunión a fin de formular
conjuntamente una propuesta alternativa para el desarrollo del proyecto. La propuesta de llevar a cabo un proceso de negociación para legar a un acuerdo fue bien
recibida por parte de los vecinos de Tacares, por lo que fue posible a inicios
del año 2013 desarrollar los primeros encuentros de negociación entre vecinos y
el AyA. Ahora bien, es importante señalar que en el proceso de búsqueda de una
resolución negociada entre las partes hubo dos momentos. El primero, consistió
en una negociación directa, facilitado por una fase de conciliación previa que
llevó a la conformación de la Comisión Técnica Negociadora, y el segundo se
trató de un proceso de facilitación, donde el rol de la tercera parte fue
llevado a cabo por la Defensoría de los Habitantes.[iv] Los actores de la primera fase de negociación directa fueron, por un lado, los
vecinos de Tacares agrupados en la Comisión Técnica Negociadora, conformada por
personas con cierto conocimiento técnico y formación profesional, entre estas,
un abogado, un biólogo y un informático. Por otro lado, se encontraba el AyA
representado por Yamileth Astorga, presidenta ejecutiva de la institución, sus
asesores e ingenieros. En la estructura del proceso es posible identificar dos
partes inicialmente opuestas, en un escenario donde existen claros valores e
intereses divergentes y posibles asimetrías de poder entre una institución que
ejecuta política pública sin llevar a cabo un proceso participativo y de
información, y una comunidad, sobre la que la institución asume que solo debe
de aceptar la ejecución. Asimismo, este proceso de negociación directa tuvo los
siguientes puntos a negociar: la discusión de opciones de replanteamiento del
proyecto, en las que destacaba el suministro de agua desde fuentes
alternativas, la pertinencia de la construcción de una estación de bombeo en el
parque, y las posibilidades de reducir impactos medioambientales para la
conservación del espacio. En lo que respecta a las estrategias empleadas por los actores, estas
fueron evolucionando a medida que el proceso de conciliación conllevó al establecimiento de una
negociación directa. Previo a esta, ambos actores presentaron estrategias
competitivas, e incluso punitivas en el caso del AyA, cuyos mandos burocráticos
a cargo del proyecto se mostraron en desacuerdo con la oposición de la
comunidad de Tacares y las acciones colectivas que sus habitantes desarrollaron
para detenerlo, y llegaron incluso a negarse a escuchar las demandas
construidas por estos, lo que, inicialmente, también generó una posición
reactiva y competitiva en los actores locales. Empero, este escenario fue
cambiando a través del tiempo, sobre todo en el momento en que Yamileth Astorga
entró al proceso de negociación directa en el 2014, cuando asumió labores en
dicho año por el cambio de gobierno. El proceso estuvo caracterizado por largas negociaciones entre las partes
que, al comienzo, de acuerdo con los vecinos de Tacares, resultaron difíciles; sin embargo, después hubo una
mayor apertura al diálogo con el cambio de la presidencia ejecutiva (entrevista
a informante clave 1, Tacares, 10 de abril de 2019). También los vecinos
describieron el proceso como tenso e intenso, e incluso confrontativo y
agresivo en un inicio (entrevista a informante clave 3, San Pedro, 22 de mayo
de 2019). Mientras, los actores institucionales del AyA consideraron el proceso
como largo y de reuniones intensas, pero llevado a cabo con un grupo de vecinos
bien constituido y fuerte (entrevista a Astorga, Pavas, 5 de septiembre de 2019). Es relevante mencionar que, a través de este proceso, el grupo de
vecinos de Tacares articuló como estrategia para la negociación el uso de un
lenguaje estrictamente técnico, de ahí la conformación de una comisión técnica,[v] establecida en
enero del año 2013, y para la que incluso reunieron recursos económicos a fin
de contratar expertos que les ayudaran a respaldar sus argumentos, entre ellos
geólogos y abogados. Es decir, ante la prevalencia de una institucionalidad
incapaz de reconocer la gestión del agua más allá del criterio técnico, los
actores sociales buscaron ser escuchados y tomados en cuenta a través de una
estructura que canalizara respuestas a las instituciones en un mismo
vocabulario. Según los propios actores de la comunidad, percibieron que la
institución inicialmente los vio como “ignorantes” (comunicación personal con informante clave 4, 30 de julio del 2019). En lo que respecta a los resultados de este primer proceso de negociación debe destacarse el alcance de un
acuerdo preliminar que agrupaba tres ejes temáticos: la definición de políticas
de protección y conservación del Parque Los Chorros, incluida la búsqueda de
una solución a los problemas de tenencia de la tierra del parque; el plan de
Gestión Integral del Recurso Hídrico y la viabilidad del proyecto “Mejoras al
Sistema de Abastecimiento de Atenas” con garantía de no afectación de las
necesidades presentes y futuras de la Asociación Administradora de los Sistemas
de Acueductos y Alcantarillados (ASADA) de Tacares.[vi] Sin embargo, el
acuerdo debía ser consultado a la comunidad de Tacares, para lo cual se convocó
una asamblea, pero no se aprobó ningún documento, pues surgieron demandas de
una parte de la comunidad que planteó su desconocimiento del acuerdo. Esto entonces conllevó a que las negociaciones no solo fueran infructuosas, sino a
que el conflicto se prolongara y los actores de la comunidad que se habían
vinculado inicialmente, se separaran del proceso. El liderazgo quedó en un
grupo de vecinos con estrategias de negociación competitivas y un discurso de
mayor confrontación y choque, por lo que se intensificó el conflicto entre los
actores del Estado y los locales. En búsqueda de una salida se propuso un
proceso de facilitación, cuya parte neutral fue liderada por la Defensoría de
los Habitantes. En este segundo momento de búsqueda de una resolución negociada, se identificaron
como actores el AyA y los vecinos de Tacares, esta vez representados por un
grupo de pobladores distintos y liderado por un solo miembro de la comunidad.
Las estrategias de los actores volvieron a ser competitivas y el proceso se
caracterizó por un mayor enfrentamiento entre las partes. Los puntos a negociar
eran los mismos, aunque prevaleció un mayor énfasis en los actores comunales
por evitar de manera acérrima el desarrollo del proyecto. Así, se alcanzaron
algunos acuerdos sobre propiciar el intercambio de información y la
participación de la comunidad. No obstante, estos nunca llegaron a concretarse
plenamente y, ante la falta de un consenso, el proyecto terminó su ejecución en
el 2019, tal y como se había planteado inicialmente y no contemplaron los
acuerdos previos y alternativas que habían sido discutidas. En este caso, los alegatos empleados para justificar las formas de resolución negociada pertenecen
al tipo 1 (Acselrad, Das Neves y Muñoz 2010), y, por tanto, no se refieren a
compensaciones económicas. Un primer alegato fue la reducción de costos
administrativos y judiciales, especialmente porque al inicio del conflicto la
principal estrategia utilizada por la comunidad fue la vía judicial, que además
terminó por darles la razón en sus argumentos. Otro alegato se basó en la
necesidad de que los litigios ambientales pasen por la apreciación de expertos,
pues la institución determinaba que era necesario tomar en cuenta el criterio
de quienes habían formulado el proyecto a nivel institucional, e incluso, la
comunidad consideraba necesario la conformación de un grupo de expertos. Por
último, se usó el alegato de la necesidad de participación como resultado de
que los actores locales demandaran ser tomados en cuenta y el Estado
justificara la necesidad de apertura de este espacio para el procesamiento
institucional de tal demanda. 4.
Reflexiones finales Con el análisis de este conflicto, se
evidencia la dicotomía en el modelo de desarrollo imperante, que impulsa un
acelerado y poco planificado crecimiento del espacio urbano, pero que, a su
vez, trata de implementar un modelo de conservación ambiental –que en sus
inicios estuvo orientado hacia las proyecciones económicas de los recursos
naturales existentes–. Esta dicotomía genera tensión y confrontaciones: las
fuerzas socioeconómicas y políticas, que buscan la expansión y consolidación de
relaciones capitalistas al acelerar y extender la mercantilización del agua, se
enfrentan a aquellas personas que resisten contra el avance de las formas
capitalistas de gestión y gobernabilidad del recurso (Castro 2008, 102). El enfrentamiento entre la comunidad
de Tacares y el Estado costarricense representa un caso más de conflictividad
socioambiental como resultado de la implementación de política pública top-down e ilustra, una vez más, la necesidad de
integrar a las comunidades y los grupos sociales interesados en el diseño y
ejecución de las políticas públicas. Si bien está claro que la conflictividad
va a ser un elemento central y constante en el escenario político, deben
realizarse esfuerzos por acercar a las personas a los procesos no solo de
consulta, sino también de creación de las políticas públicas que puedan crear
problemas que afectan a la colectividad. En esa misma línea, si se inscribe a estos procesos dentro de un marco de
gobernanza[vii] del medio
ambiente, donde la toma y la implementación de decisiones deben involucrar
tanto a los agentes del Estado como a todos los sectores que participan de la
actividad, directa e indirectamente (Altomonte y Sánchez 2016), esto no debería circunscribirse a los aspectos
regulatorios, fiscales o de manejo macroeconómico, sino incluir la
planificación, formulación e implementación de políticas públicas (Ramos, Muñoz
y Pérez 2017, 8). Precisamente este conflicto y muchos
de los que anualmente se identifican en Costa Rica ponen sobre la mesa las
exigencias ciudadanas de participación efectiva en el manejo y provisión del
agua. A su vez, constatan la necesidad de comprender los componentes políticos
y sociales de peso que existen en materia de gestión hídrica y, por ende, la
urgencia de trascender las lógicas y discursos exclusivamente técnicos con los
que los actores institucionales buscan ejecutar y defender este tipo de
políticas públicas, mientras dejan de lado la participación de las comunidades
y la ciudadanía en general. Es decir, estas demandas políticas, y
en general conflictos por el agua como este, evidencian la urgencia de
comprender la gestión del agua como un ambiente hidráulico que es construido y
producido sociofísicamente, ya no solo por las cualidades físico-ambientales,
sino también por el contenido social del mismo. Todo esto, frente a escenarios
cada vez más complejos que implican la movilización constante de los recursos
hídricos para usos distintos en lugares distintos, y en un proceso que no queda
exento precisamente de conflictos, como acaeció en el Parque Los Chorros,
permite comprender las formas en que se distribuye el poder en una sociedad
determinada (Swyngedouw 2019, 49-50). En este caso es posible identificar
las formas impositivas con que el Estado busca desarrollar política pública que
incide directamente en el manejo de recursos y espacios con los cuales las
personas tienen vínculos, que llegan a ser incluso afectivos; también es
evidente la pretensión estatal de evadir procesos de participación y consulta,
al escudarse en discursos meramente técnicos. Casos como el de Tacares marcan
un precedente en la gestión de conflictos socioambientales por parte de la
institucionalidad, representada aquí por el AyA, pues obligaron a replantear la
forma tradicional, que respondía a criterios meramente técnicos, con la que se
atendían estos enfrentamientos y a generar nuevos paradigmas de gestión social.
Es por esto que, para atender esta problemática en el año 2014, se crea la
Unidad de Gestión Social y Participación Ciudadana del AyA. En lo que respecta a la búsqueda de una resolución negociada del conflicto se observa
que estos procesos llegan como una vía de salida rápida a los conflictos por
parte del Estado y a su vez, en este caso, como una forma de responder a las
demandas de participación por parte de las comunidades en la gestión de los
recursos. De forma que, aunque previamente no se consideró importante tomar en
cuenta ni a los actores comunales ni su criterio en la formulación del
proyecto, por no tratarse de criterio experto, sí se habla posteriormente de un
fomento de la participación. No obstante, esto ocurre ya cuando el conflicto y
las demandas terminan por impedir la ejecución de los proyectos institucionales
–en este caso, el conflicto y el atraso en las obras implicó, a su vez, un
posible encarecimiento de los costos del proyecto–. Se crea así un imaginario sobre los procesos de negociación relacionado directamente
con la búsqueda de una participación, que finalmente se considera necesaria
solo cuando se han articulado ya enfrentamientos entre las partes que
entorpecen el paso de los planes del Estado y los grupos económicos de peso. Se
evidencia que los intereses institucionales de asegurar la participación de las
comunidades en la gestión de los recursos no se manifiestan sino hasta cuando
estos actores la demandan. Asimismo, es posible observar que los
esfuerzos por parte del Estado tanto en asegurar esta participación como en
acercarse a las comunidades se encuentra muchas veces determinados por la
figura que lidera las respectivas instituciones encargadas de ello. En este
caso, es precisamente con el cambio de la presidencia ejecutiva (la entrada de
Yamileth Astorga) que se evidencia un mayor afán de los actores del Estado por
tomar en cuenta el criterio de los miembros de la comunidad organizados. Previo
a su entrada en el AyA es posible ver una resistencia institucional a escuchar
las demandas y propuestas comunales, y la configuración de un escenario
mayormente confrontativo como fue expuesto por las personas entrevistadas. Además, es posible apreciar cómo las
distintas modalidades de resolución negociada reproducen asimetrías de poder en
el seno de estos procesos. En este caso, un grupo de vecinos debió hacer
amplios esfuerzos de coordinación para que sus propuestas fueran realmente
escuchadas en las negociaciones, al punto de apelar a un lenguaje meramente
técnico para el debate de sus demandas a través de la conformación de una
comisión de este estricto carácter. Es decir, al sentirse en desventaja, los
actores con menor peso en la toma de decisiones optan, en algunas ocasiones,
por adaptarse a las formas empleadas por aquel actor que sí tiene un mayor
margen de poder, en este caso decidieron usar el mismo lenguaje técnico, en
aras de que sus propuestas y respuestas fuesen consideradas sólidas y legítimas
por los actores del Estado. Lo anterior concuerda con el escenario
latinoamericano, donde a lo largo de los años la gestión del agua se ha
considerado un campo meramente técnico y una práctica paternalista y
excluyente, como lo plantea Castro (2012). Referencias Acselrad, Henri, Gustavo Das Neves y
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julio del 2019. Entrevista a informante clave 1, Tacares, 10 de abril
de 2019. Entrevista a informante clave 3, San Pedro, 22 de mayo de 2019. Entrevista a Yamileth Astorga, Pavas, 5 de septiembre
de 2019. Notas
[i] De ahí
la relevancia en el estudio de este tipo de conflictos socioambientales, que se
refleja en los trabajos desarrollados por Silva (2016), Montero (2016),
Montagnini (2018), Chaves (2016), Ramírez (2008), y Alpízar (2013, 2019).
[ii] Institución autónoma del Estado de Costa Rica a
cargo de dirigir y vigilar todo lo concerniente a los servicios de agua
potable, recolección y evacuación de aguas residuales.
[iii] Este
trabajo se enmarca en una línea de investigación, que ha venido consolidándose
en Costa Rica durante los últimos 15 años. Para una visión panorámica del
estado del arte, véase Agua y poder en Costa Rica, de Alpízar (2019).
[iv] Órgano contralor, adscrito a la Asamblea
Legislativa y encargado de proteger los derechos y los intereses de los
costarricenses.
[v]
La Comisión Técnica Negociadora (CTN) se reunió y
negoció con el AyA para buscar una solución conjunta. Esta CTN aspiraba a dar
una batalla técnica al AyA, desde una oposición seria y no con ocurrencias,
según indicaron los entrevistados; por ello se realizó una inversión económica
para preparar a esta comisión con profesionales destacados en diversas ramas y
así poder acopiar información técnica, científica y realizar estudios que les
permitieran elaborar una propuesta en conjunto con AyA, que posteriormente
sería presentada a toda la comunidad (Rojas y Valenciano 2019, 94).
[vi] Estas asociaciones
comunales funcionan, en Costa Rica, como organizaciones sin fines de lucro,
bajo el marco legal de la Ley de Asociaciones para la Administración de
Acueductos y Alcantarillados Comunales.
[vii] Este marco es, sin duda, más reciente
pero pertinente para el abordaje de los conflictos socioambientales. Asimismo,
esta propuesta permite posicionar los procesos de participación en la gestión
pública de los recursos, como el caso del agua, sin hacer a un lado las
dinámicas propias del conflicto, motor de la política misma.