Temas
“Una
nueva clase dirigente”. Los intendentes bonaerenses durante el Proceso de
Reorganización Nacional en Argentina
“A New Ruling Class”. The mayors of Buenos Aires Province
during the National Reorganization Process in Argentina
Dra. Paula
Vera Canelo. Investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas (CONICET) y profesora adjunta de la Universidad de
Buenos Aires (UBA) (Argentina).
(pvcanelo@yahoo.com) (https://orcid.org/0000-0001-8190-8915)
Lcdo. Juan
Pablo Kryskowski. Investigador del Instituto
Nacional de Administración Pública (INAP) (Argentina).
(jpkrysko@yahoo.com.ar) (https://orcid.org/0000-0002-9362-081X)
Recibido: 04/12/2020 – Revisado: 12/03/2021
Aceptado:
31/05/2021 – Publicado: 01/09/2021
Cómo citar este artículo: Canelo, Paula Vera y Juan Pablo
Kryskowski. 2021. “‘Una nueva clase dirigente’. Los intendentes
bonaerenses durante el Proceso de Reorganización Nacional en Argentina”. Íconos.
Revista de Ciencias Sociales 71: 195-212 https://doi.org/10.17141/iconos.71.2021.4765
Resumen:
Este texto
describe el reclutamiento de intendentes municipales de la provincia de Buenos
Aires durante la última dictadura cívico-militar argentina. Se analiza
empíricamente el perfil de los 406 intendentes que gobernaron los 125
municipios bonaerenses entre el 24 de marzo de 1976 y el 10 de diciembre de
1983. Este análisis llevó a la construcción de una base de datos original con
fuentes variadas (Boletín Oficial provincial, documentos reservados, prensa
local y nacional, entrevistas). El trabajo muestra los siguientes hallazgos: i)
esta elite política tuvo características distintivas, determinadas por los
objetivos políticos y represivos más amplios de la dictadura; ii) en la primera
etapa predominaron los intendentes militares en los municipios considerados
“prioritarios” desde el punto de vista represivo (densamente
poblados, industriales, sede de importantes establecimientos educativos o de dependencias
militares); iii) su perfil fue similar al de otras elites políticas
contemporáneas: masculino, con profesiones liberales y las típicas ocupaciones
de los notables locales, y afiliación partidaria propia de la “dirigencia civil
compatible”; iv) atributos como la procedencia civil,
las ocupaciones agropecuarias, los cargos ejercidos en el interior provincial y
la experiencia de gestión previa favorecieron la estabilidad de las carreras
políticas; y v) pese a que la creación de una nueva clase dirigente fue un
objetivo clave de la dictadura, solo unos pocos intendentes bonaerenses permanecieron
en la democracia.
Descriptores: Argentina;
dictadura; elites; Fuerzas Armadas; gobierno local; política gubernamental.
Abstract
This article describes the recruitment process of Buenos Aires province
mayors during the last military dictatorship in Argentina. The profile of the 406
mayors that ruled over 125 towns in the province between March 24 1976 and
December 10 1983 is empirically analyzed. This research led to the creation of
an original database, which draws from a variety of sources (“Boletin Oficial Provincial”,
classified documents, local and national press, interviews). The inquiry led to
the following findings: i) this political elite had distinctive features,
linked to the wider political and repressive goals of the dictatorship; ii) In
a first period a majority of military mayors were appointed in towns considered
as a “priority” for repression( densely populated, industrial, seat of
important educational institutions or
military facilities); iii) the profile of most of these officials was similar
to that of other contemporary elites: male, professional, engaged in
occupations typical of local public figures
and with party affiliations characteristic of “compatible civilian
leadership”; iv) the stability of their political careers was favored by traits
such as a civilian background, landownership, previous experience in provincial
civil service and prior political experience; and v) although the creation of a
new ruling class was among the primary goals of the dictatorship, only a few of
the Buenos Aires province mayors were able to secure their political survival
upon the return of democratic rule.
Keywords: Argentina; armed forces; dictatorship; elites;
government policy; local government.
1. Introducción
Durante las últimas décadas en la Argentina y en otros
países de la región se asiste a cierta renovación de los temas y problemas que predominaron
en la agenda de investigación sobre las dictaduras latinoamericanas de los años
60 y 70. En este nuevo ciclo regional de interés por
el pasado reciente recobraron importancia, por ejemplo, los estudios sobre
memoria y exilio, genocidio, violencia política y represión, militancia armada,
en un contexto de cambios temáticos, metodológicos e interpretativos (Canelo
2016a; Crenzel
2014; Jelin 2017; Feld y Salvi 2019; Markarian 2006; Feierstein 2007;
Vezzetti 2014; Águila, Garaño y Scatizza 2016; Carnovale 2011).
En este marco se produjo un doble giro conceptual. Por
un lado, las interpretaciones postdictadura centradas en la clave represiva o
terrorista de estos regímenes (Calveiro
1998; Duhalde 1999) dieron paso a estudios que se enfocaron más en las
estrategias de generación de consenso y legitimación social. Por otro, la
escala nacional que había sido predominante cedió sitios al análisis de los
espacios locales, regionales o internacionales (Fernández 2020; Jensen y Lastra
2015; Franco 2012).
En la intersección delimitada por este doble giro
conceptual se ubica un fructífero campo de estudios sobre las llamadas “actitudes
y comportamientos sociales”. En dicho campo se analizan los heterogéneos
consensos sociales logrados por estos regímenes autoritarios y la
“participación civil”, además se aborda la colaboración concreta de civiles con
las dictaduras (Demasi et al. 2009; Águila y Alonso 2013; Canelo 2015; Lvovich
2009, 2010; Rodríguez 2009; Yaffé 2012; Rollemberg y Quadrat 2010; Valdivia
Ortiz de Zárate, Álvarez Vallejos y Donoso Fritz 2012). Los estudios
realizados, sobre todo en este último caso, contribuyeron a la articulación del
concepto “dictadura cívico-militar” que, al menos en Argentina, tuvo importantes
efectos memoriales, políticos y judiciales. Estos análisis retoman vertientes analíticas
de larga data, específicamente los trabajos que durante los primeros años de
las transiciones a la democracia mostraron la variedad de apoyos sociales construidos
por los regímenes autoritarios y los estudios sobre las apoyaturas sociales del
franquismo, el fascismo y el nazismo.[1]
En la Argentina este campo de estudios priorizó
los contextos locales haciendo especial énfasis en la llamada “micropolítica”
dictatorial, la cual halló en el nivel municipal un lugar privilegiado, tanto por su accesibilidad
como por su relevancia (Ballester 2014; Catoira
2013; González Bombal 1988, 2015; Rodríguez 2009; Lvovich 2009, 2010). Estos estudios locales evidenciaron la trama entre los
actores y los gobiernos municipales, aunque solamente la vinculan de forma
tangencial con los objetivos políticos y represivos más amplios de la dictadura
a nivel provincial o nacional. Además, comparten lo que llamamos “mainstream de sentidos” sobre la
dictadura (Canelo 2016a), donde el peso interpretativo del “par civil” predomina
sobre el del “par militar”. Al enfocarse en el análisis minucioso del rol que
cumplieron las asociaciones vecinales o de fomento, clubes de barrio o
culturales, juntas vecinales y otras organizaciones locales durante las
dictaduras, subordinan una clave interpretativa central de la política
dictatorial: la forma específica de ejercicio del poder por parte de las Fuerzas
Armadas.
El objetivo de este
artículo es analizar la dinámica de reclutamiento de intendentes municipales durante
la última dictadura cívico-militar argentina (1976-1983), a través del estudio
de un caso particular que aún no ha sido abordado de forma sistemática: la
provincia de Buenos Aires –que en el texto se denominará PBA–, considerada la
más importante de la Argentina. En primer lugar, se
estudia el vínculo entre este reclutamiento y los objetivos políticos y
represivos estratégicos más amplios de la dictadura; luego reconstruimos el
perfil del conjunto de esta elite política local,[2] en
términos de sus propiedades sociales, profesionales/ocupacionales y
político-partidarias; y en tercer lugar se analizan algunas particularidades –como
estabilidad y experiencia– de las carreras políticas de los intendentes
bonaerenses durante la última dictadura.
Para ello, se creó una base de datos original nombrada Intendentes bonaerenses
PRN 1976-1983, que sistematiza información tomando en consideración diferentes
variables[3] de los municipios e intendentes de la PBA durante el periodo
estudiado. El objeto de estudio está formado por un total de 406 individuos que
ocuparon por lo menos una vez el cargo de intendente en alguno de los 125
municipios bonaerenses, entre el 24 de marzo de 1976 y el 10 de diciembre de
1983.[4]
En el análisis de este objeto de estudio se combinan una
gran relevancia con una considerable dificultad. Por un lado, la PBA es el
territorio más importante de la Argentina en cuanto a extensión, cantidad de
habitantes y relevancia política; por otro, los intendentes bonaerenses en su
conjunto constituyen un objeto de estudio muy
poco explorado de forma sistemática hasta el momento. Adicionalmente, el
artículo aborda un periodo histórico donde no abundan las fuentes debido a
la ausencia de una política gubernamental integral para la conservación de
archivos, o por la destrucción deliberada de documentos.[5]
La escasa información disponible obligó a multiplicar los
esfuerzos para encontrar otras fuentes de documentación que pudieran ser útiles
a la investigación. Las principales fuentes que utilizadas
fueron documentos oficiales que pertenecen al Poder Ejecutivo Nacional (PEN) y provincial,
el Boletín Oficial, artículos de medios de prensa de alcance local y nacional, documentos
reservados, entrevistas, registros históricos de los escalafones de las Fuerzas
Armadas y también información disponible en internet como los portales
oficiales de todos los municipios bonaerenses.
El artículo se encuentra estructurado en tres apartados:
en el primero se presentan los objetivos de municipalización y represión de la
dictadura en la PBA y los vínculos entre estos y el reclutamiento de
intendentes; en el segundo se estudian algunas propiedades sociales,
profesionales/ocupacionales y político-partidarias de los intendentes; y, por
último, se analiza la construcción de carreras políticas, en términos de estabilidad
y experiencia, tanto en el periodo previo a la dictadura como en la etapa
posterior a la misma.
2.
Municipalización y represión en la PBA
Las orientaciones generales sobre la designación y las
funciones políticas que debían cumplir los gobernadores e intendentes de la
dictadura fueron definidas por el PEN tras el golpe de 1976 (Canelo 2011). El
10 de mayo de ese año el general Albano Harguindeguy, quien se desempeñaba como
ministro del Interior, dio a conocer una directiva de la Secretaría General de la
Presidencia de la nación, que fue aprobada por el general Jorge Rafael Videla, presidente
de la nación y miembro de la Junta Militar, máximo órgano soberano del Proceso.
Los individuos reclutados debían tener estrecha
vinculación con las asociaciones locales y amplio reconocimiento en la comunidad
(González Bombal 1988). Por su parte, los gobernadores podían “confirmar a los intendentes
que se hallaban en funciones al 24 de marzo pasado” –es decir, que habían sido elegidos
durante el derrocado gobierno peronista 1973-1976– siempre y cuando hubieran
demostrado “a) honestidad en el desempeño del cargo o en sus antecedentes
personales; b) idoneidad para la función; c) prestigio y representatividad en
el medio” (La Nación 1976, citado en
Vázquez 1985, 68).
En 1977, durante la III Reunión con los gobernadores, Harguindeguy
y Videla les recomendaron mantener “un diálogo permanente con los sectores
representativos locales que, además de evitar el aislamiento, posibilite la
recepción de aportes válidos para la gestión” (La Nación 1977, portada). Mientras que, en los municipios, donde
“la relación entre la autoridad y el ciudadano es más directa”, debía
promoverse la “participación (vecinal) en la realización de tareas ejecutivas” (La Nación 1977, portada).
Luego de la breve intervención del general Adolfo
Sigwald, en abril de 1976 fue designado como gobernador de la PBA el general de
división Ibérico Saint Jean, abogado de profesión y ex secretario de
Informaciones del Estado. Cuando su nombramiento de gobernador fue ratificado designó
como su ministro de Gobierno a James Smart, exjuez del “Camarón” –Cámara Federal
especial creada en 1971 para juzgar actividades consideradas “subversivas”– y
complementó su equipo de trabajo con el dirigente agropecuario Jorge Aguado y
el abogado Alberto Rodríguez Varela.
Estos dirigentes, bautizados como “Grupo La Plata” en
referencia a la capital provincial, formaron uno de los más importantes think tanks de la dictadura, el primero
en redactar un plan político para el gobierno, titulado “Un nuevo ciclo
histórico argentino: del Proceso de Reorganización Nacional a la Tercera
República. Lineamientos para una estrategia nacional”, finalizado en octubre de
1976. En el texto advertían que uno de los máximos objetivos de la dictadura
era crear una nueva clase dirigente “identificada con la heredad tradicional y
dispuesta a resistir hasta la victoria a la agresión marxista populista”, y que
por eso debía evitarse “el aislamiento respecto de la civilidad”, al igual que
“la tentación del ‘pacto’ con la dirigencia civil preexistente” (Grupo La Plata
1976, 19).
El Grupo La Plata buscó transformar a la PBA en un
“modelo” de la refundación, articulando la municipalización política con una feroz
represión. Por una parte, reclutaron una dirigencia local adicta, proveniente
de los movimientos vecinalistas y que ayudó a fortalecer el poder de los
intendentes mediante distintas medidas como la transferencia de funciones y
servicios, el reconocimiento oficial de algunas instituciones en desmedro de otras,
o la aprobación de proyectos de obras públicas (González Bombal 2015; Rodríguez
2009), tal como hicieron algunos gobernadores de facto en distintas provincias
del país. Por otro, cultivaron estrechos vínculos con paradigmáticos represores
como el general Camps, jefe de la policía bonaerense, y su mano derecha, el
comisario Miguel Etchecolatz.
Ya en 1975 la PBA era considerada como zona de
“alta prioridad” en la “lucha contra la subversión”, al igual que otros territorios
como Tucumán, Capital Federal y La Plata, Córdoba y Rosario-Santa Fe –prioridad
1, 2, 3 y 4 respectivamente– (Comando General del Ejército 1975 citado en
D’Andrea Mohr 1999, 56). La inteligencia militar identificaba en territorio
bonaerense el supuesto accionar de las “Organizaciones Político-Militares
PRT-ERP y Montoneros”, las cuales se dividían en dos “grandes” frentes: el
“Pelotón Urbano Villa Constitución (Zárate-Campana)”, que contaba con “30-40
hombres”; y las “Compañías Urbanas en Buenos Aires”, que presentaban una
supuesta dotación de “120-160 hombres” (Comando General del Ejército 1975 citado
en D’Andrea Mohr 1999, 60).
Sobre la zona metropolitana de la PBA se construyó el
llamado Circuito Camps, integrado por 29 Centros Clandestinos de Detención
dependientes de la policía provincial, 10 de ellos en la ciudad de La Plata y
por los que pasaron más de 2000 personas detenidas-desaparecidas. La provincia fue
atravesada por tres de las cinco zonas de represión en que fue dividido el
territorio nacional: zonas 1, 4 y 5, las cuales fueron trazadas sobre los
Comandos de Cuerpo de Ejército.
3.
Perfil de los intendentes bonaerenses
¿Civiles
o militares?
Según el único informe oficial publicado sobre la
composición de las intendencias a nivel nacional durante el gobierno de facto,
realizado por la Secretaría de Inteligencia del Estado a fines de 1978, los
funcionarios militares representaban solo un 10 % en todo el país –170 de 1697–, mientras que el 90 %
restante –en total 1527– eran civiles. El 57 % de estos civiles pertenecían a diferentes partidos: 35 % a
la Unión Cívica Radical (UCR), 19 % al
Partido Justicialista (PJ),
12 % al Partido Demócrata Progresista (PDP), 11 % al Movimiento de
Integración y Desarrollo (MID), y el 9 % a la Fuerza Federalista Popular
(FUFEPO). Por su parte, el 43 % de los
intendentes de la Argentina no militaban
en ninguna organización política (La
Nación 1979, portada; El Litoral
1979, 2).
El reclutamiento de intendentes de la PBA estuvo más
militarizado que el que se aplicó en el resto del país, incluso en otras
provincias importantes. La prensa explicaba que “el porcentaje de hombres de
las Fuerzas Armadas que ocupan intendencias es alto por contraste con el
promedio nacional (porque) en la primera parte del proceso se resolvió que los
decisivos municipios del Gran Buenos Aires no estarían bajo el control civil” (El Litoral
1979, 2).
En los días posteriores al golpe de Estado de marzo de
1976, la ocupación rápida, el control del territorio y de la población fueron
objetivos centrales de la dictadura. En esta etapa la designación de
intendentes militares o de las fuerzas de seguridad cobró vital importancia en
la PBA. En más de la mitad de los municipios existentes se registró un rápido reemplazo
–de no más de tres meses– de los intendentes constitucionales por miembros de
las Fuerzas Armadas o de seguridad. Solo uno de estos reemplazantes era civil,
el arquitecto Adolfo Estrada de Almirante Brown, y apenas permaneció nueve días
en el cargo (Boletín Oficial de la Provincia de Buenos
Aires 1976).
Durante los primeros años de la dictadura no se
designaron intendentes civiles en ningún partido del denominado Gran Buenos
Aires (GBA), territorio donde se localizaban 13 de los 15 municipios más
poblados de la provincia (INDEC 1982).[6] Las
primeras designaciones de civiles para este cargo tuvieron lugar en 1979, en
los municipios Esteban Echeverría, General Sarmiento, Lanús, Morón, Quilmes,
Tigre, La Plata y Ensenada.
La militarización de estas zonas de la PBA estuvo
vinculada no solo con su densidad poblacional, sino además con su elevada concentración
industrial –allí se ubicaban desde los grandes establecimientos metalúrgicos hasta
los mayores astilleros navales–, con la presencia de instituciones educativas
de nivel superior y medio –La Plata, Bahía Blanca y Mar del Plata– y de algunas
bases militares –de la Armada en Bahía Blanca y Mar del Plata, y del Ejército
en San Nicolás–. En la concepción sobre la “subversión” imperante por entonces
en las Fuerzas Armadas, estos factores volvían a esos territorios “de alta
prioridad”, a diferencia de las zonas con menor densidad poblacional o rurales,
donde predominaron los intendentes civiles.
Si se analiza el conjunto de intendentes bonaerenses que
ocuparon cargos entre 1976 y 1983 se percibe que la mayoría procedían del
ámbito civil: 66 % eran civiles, 31 % militares y solo el 3 % pertenecía
a alguna de las fuerzas de seguridad –prefectura, gendarmería o policía.
Entre los intendentes militares los miembros del Ejército
representaban el 75 %, los de la Armada el 15 % y un 10 % procedían
de la Fuerza Aérea. Esta disposición reflejaba no solo el reparto entre los
cuerpos del Ejército, sino la supremacía territorial
y política de la fuerza de tierra frente a las otras dos y el peso relativo de
cada una en cantidad de personal –63 %, 25 % y 12 %
respectivamente– (CENM 1997). Esa fue también la proporción aproximada por
fuerza del conjunto de gobernadores de facto (Canelo 2011).
El reclutamiento también estuvo guiado por la
jerarquía de los grados militares: mientras los gobernadores pertenecían a los grados más altos, en
su mayoría generales retirados (Canelo 2011), los intendentes, al menos los de la
PBA, provenían de rangos medios –coroneles y tenientes coroneles, mayores,
capitanes y tenientes primeros del Ejército–, así como de jerarquías
equivalentes en las otras fuerzas. Así consta en el cuadro 1.
Cuadro 1. Grado militar de los intendentes de PBA por
fuerza y equivalencias, 1976-1983
Elaboración propia con base en
diversos ejemplares del Boletín Oficial de la Provincia de Buenos Aires (1976
-1983).
Nota: N=122.
Ahora bien, ¿qué sucedió en cada municipio en términos de
procedencia civil o militar de sus intendentes?, ¿existió alternancia o bien exclusividad,
como ocurrió con algunas provincias o dependencias de gobierno que fueron netamente
controladas por militares o por civiles?
En la etapa estudiada solo hubo dos municipios
bonaerenses donde los intendentes fueron todos militares. El primero fue La
Matanza, por entonces tercer municipio argentino más poblado –949 566
habitantes– después de la entonces Capital Federal y Córdoba (INDEC 1982); gobernado
por el teniente coronel Carlos Omar Herrero, el comodoro Oscar Bárcena y los
coroneles José Olego, Félix Camblor y Alberto Horacio Calloni. El segundo
municipio fue Vicente López, donde se encuentra la residencia presidencial y en
el cual se sucedieron el teniente coronel Alberto González y los coroneles
Eliseo Marini y Pedro Augusto Ursini. En ambos casos los intendentes tuvieron jerarquías
militares más altas que los del resto de los municipios.
Por el contrario, sí fueron frecuentes los municipios
enteramente manejados por intendentes civiles. Estos ascendieron a por lo menos
27, todos ubicados en el denominado “interior” de la PBA, zonas predominantemente
rurales y con baja densidad poblacional.[7] Ello
confirma la regla ya señalada sobre una menor militarización en las áreas
rurales de la PBA, consideradas menos “prioritarias” desde el punto de vista de
la “lucha contra la subversión”.
Perfil social, profesional/ocupacional y
partidario de los intendentes civiles
Al igual que el resto de las elites políticas del periodo,
casi todos los intendentes bonaerenses que se desempeñaron entre 1976 y 1983
fueron hombres, con la excepción de la escribana Elba Nelly Alvarez de la UCR,
intendenta de Adolfo González Chaves desde mayo de 1976 y que formó parte del reducido
grupo de intendentes de facto que logró ser electo en democracia.
Entre los intendentes civiles de la PBA se advierten
perfiles profesionales/ocupacionales heterogéneos, tal y como se describe en el
gráfico 1.
Gráfico 1. Profesión/ocupación de
los intendentes de la PBA, 1976-1983
Fuente: Base de datos Intendentes bonaerenses PRN, 1976-1983.
Nota: N=110.
Entre los intendentes que forman parte del objeto de
estudio se observa un primer gran grupo que estudiaron profesiones consideradas
liberales: médicos y veterinarios, abogados, jueces o escribanos –títulos muy
comunes entre las elites políticas locales– y arquitectos, ingenieros,
contadores o docentes. Un segundo grupo de intendentes aparece identificado en
las fuentes consultadas con términos genéricos como “comerciantes”, “propietarios”
o “empresarios” locales que estuvieron vinculados a actividades económicas
agropecuarias y no agropecuarias.
En cuanto al perfil partidario, un dato especialmente
esquivo en el estudio de las elites políticas argentinas, se toman en
consideración los 46 intendentes efectivamente confirmados por la dictadura –no
a los provisorios–, como se muestra en el gráfico 2.[8]
Gráfico 2.
Partido político de intendentes civiles confirmados por la dictadura
Fuente: Base de datos Intendentes bonaerenses PRN 1976-1983.
Nota: N=46.
Entre estos intendentes confirmados, casi la mitad
pertenecía a la UCR y cerca del 20 % a partidos minoritarios –Alianza
Popular Revolucionaria, Movimiento Línea Popular, Partido Conservador, Partido
Demócrata Cristiano, PDP, Partido Socialista Democrático, Unión Cristiana
Democrática y partidos vecinales–, los intendentes restantes pertenecían a Nueva
Fuerza (NF), el PJ y el MID. Además, poseían el perfil partidario deseado por
la dictadura para la futura elite dirigente argentina: ideológicamente compatible
con los “valores del Proceso” y según la visión del alto mando de la dictadura,
capaces de derrotar a un peronismo hasta el momento imbatible en elecciones libres
(Canelo 2016a; Quiroga 2004; Yannuzzi 1996).[9]
4. La construcción de carreras políticas
municipales
¿Posibilitó la última
dictadura la construcción de carreras políticas locales? ¿Qué grado de estabilidad otorgó a los intendentes
de la PBA? Además de los atributos sociales, profesionales y partidarios anteriormente
analizados, ¿fue la posesión de experiencia en el cargo un atributo valorado en
el reclutamiento? Se ha señalado
en otros trabajos (Canelo 2008, 2016a) que los niveles más altos del gobierno del
Proceso –por ejemplo, el PEN– fueron considerablemente inestables. Esto respondió,
en parte, a las reglas de funcionamiento del gobierno, que buscaban evitar la “excesiva
personalización del poder”: la rotación de los cargos más importantes –presidente,
miembro de la Junta, etc.– y la “balcanización” derivada del reparto tripartito
del poder entre las Fuerzas Armadas (Canelo 2016b).
La inestabilidad de los niveles más altos también se constató
en el escaño de las intendencias bonaerenses. El promedio en el ejercicio del
cargo del conjunto de los intendentes fue de solo dos años y el de intendentes
que tuvieron los municipios de la PBA fue de 3,58 intendentes en siete años. La
inestabilidad más general determinó “picos” de reemplazo de intendentes en
determinadas coyunturas: en el año 1976 se produjeron 126 reemplazos debido a
que los interventores provisorios fueron reemplazados por los intendentes
efectivos; en los últimos tres meses del año 1979 se registraron 25 reemplazos –especialmente
entre los intendentes militares de la Zona 1–, de la sustitución del comandante
de Cuerpo de Ejército 1; durante el año 1981 ocurrieron 55 reemplazos, la
mayoría de ellos tras la asunción del general Roberto Viola como presidente de
la nación en reemplazo de Videla, y la del general de división Oscar Gallino
como gobernador de la PBA, quienes designaron numerosos civiles para
profundizar la “convergencia cívico-militar”; y finalmente, en los primeros
meses del año 1982 hubo 28 reemplazos tras el derrocamiento de Viola por el general
Leopoldo Galtieri, quien es su función designó a Jorge Aguado como gobernador
de la PBA.
Los intendentes civiles tuvieron mayor duración promedio
en el cargo que sus homólogos militares: los primeros consiguieron mantenerse dos
años y medio como promedio, mientras que en el caso de los segundos apenas
estuvieron poco más de un año. Entre los intendentes que ocuparon sus cargos
durante todo el periodo de la dictadura encontramos solo a un militar, el coronel
Arturo Ibarra Negueloua de Bragado, y a varios civiles: Alberto Yaregui (Navarro),
Jorge Mario Ramón Ugarte (Rauch), Miguel Angel Vera (Puán), Oscar Emilio Sierra
(Pellegrini), Osvaldo Monti (General Alvear), Salvador Rocca (Pila) y Alfredo
Raúl Díaz (Rivadavia). Ellos compartían algunas características que
contribuyeron con la estabilidad de las carreras políticas: la procedencia
civil, la posesión de un perfil ocupacional vinculado con actividades
agropecuarias y el ejercicio del cargo en algún municipio del interior de la
PBA.
La experiencia previa y la participación en “semilleros
de facto” también favorecieron la estabilidad de las carreras políticas
municipales. El 23 % de los intendentes bonaerenses de la dictadura tenía
experiencia previa en el cargo, adquirida durante gobiernos constitucionales o
de facto. La mitad de este grupo obtuvo sus primeras experiencias durante la
Revolución Libertadora (1955-1958) y la Revolución argentina (1966-1973), “semilleros
de facto” de las elites del Proceso (Canelo 2012). Entre los civiles surgidos
del “semillero” de la Libertadora se encontraban Luis Francisco Coppié (Daireaux),
Alberto Ferrante (General Paz) y Rafael Calace y Raúl Raigadas (Lincoln); por
su parte algunos repitieron en 1962 y otros en 1966. Mientras que del
“semillero” de la Revolución argentina salieron muchos de los intendentes civiles
más estables del Proceso como Ovidio Albarello (Leandro N. Alem), Jorge Ugarte (Rauch)
y Alfredo Raúl Díaz (Rivadavia).
La experiencia previa de los intendentes militares era
menor pues solo ocho habían ocupado previamente el mismo cargo, en sentido
general durante la Revolución argentina todos pertenecían al Ejército y ninguno
permaneció mucho tiempo en su puesto. Pero entre ellos sobresale otra
característica: la mayoría se desempeñó como “intendentes comodín” que rotaron
por diferentes municipios de acuerdo con necesidades políticas puntuales que
habría que determinar en cada caso. Por ejemplo, el capitán Gustavo Adolfo von
Borowski, intendente de Lobos y de General Belgrano en distintos momentos de 1976
o un misterioso funcionario llamado Héctor Villalba, que gobernó el Partido de
la Costa en junio de 1978, Zárate entre junio de 1980 y junio de 1982, Quilmes entre
diciembre de 1982 y febrero de 1983 y Avellaneda entre junio y diciembre de 1983,
pero que a pesar de su febril actividad de “comodín” no constan más datos suyos
en las fuentes disponibles.
¿Y qué ocurrió después de 1983? ¿En qué medida la última
dictadura logró proyectar a sus intendentes a la política democrática, concretando
su anhelado objetivo de renovación de la elite política argentina? La respuesta
a la segunda pregunta es que prácticamente no lo lograron. Solo 18 de los 406
intendentes analizados (4 %) consiguieron ser electos en el mismo cargo en
algún momento posterior a 1983. Los intendentes reelectos comparten algunos
rasgos en común. Primero, la mayoría eran civiles, entre ellos había solo un
militar, el teniente coronel Julio José Zanatelli que gobernó Tandil ininterrumpidamente
por más de una década, de 1991 hasta 2002. Segundo, muchos tuvieron experiencia
en los cargos en etapas previas a la dictadura, tanto en gobiernos
constitucionales como de facto. Tercero, contaron con una importante estabilidad
durante la dictadura, como sucedió con Yaregui y Ugarte. Cuarto, su pertenencia
partidaria jugó un rol determinante en la posibilidad de resultar electos en
1983: de seis que lo consiguieron cuatro pertenecían a la UCR, fuerza política
que ganó las presidenciales –Yaregui, Federico Enrique Bolla de Roque Pérez, el
docente Calixto Bartolomé Dellepiane de Campana y Ramón Lorenzo de Bartolomé
Mitre–; los otros 2 eran miembros del PJ y habían sido depuestos por la
dictadura –Manuel Quindimil intendente del municipio Lanús y Fernando Argentino
Valle de Escobar–. Resulta necesario aclarar que algunos intendentes no tenían
filiación partidaria declarada, pero lograron consolidar largas carreras durante
la democracia, tal el caso del contador Ricardo Ubieto, intendente
de Tigre en el periodo analizado y electo durante casi 20 años, desde 1987 hasta
su muerte en 2006.
Tal como señala Ferrari (2008),
la implantación de regímenes autoritarios tiende, en general, a implicar
“finales de carrera” para las elites políticas.
En el periodo aquí analizado, solo
en 10 casos muy excepcionales la última dictadura argentina no fue ni un punto
de partida ni un punto de llegada, sino un momento más en una importante carrera
política: los civiles Ramón Lorenzo (UCR, Bartolomé Mitre), Calixto Dellepiane (UCR,
Campana), Fernando Argentino Valle (PJ, Escobar), Manuel Quindimil (PJ, Lanús),
Silverio Salaberry (UCR, Luján), Julio César Gioscio (PJ, Mercedes), Alberto
Yaregui (UCR, Navarro), Jorge Mario Ramón Ugarte (Rauch), Jorge Lester (PJ,
Tandil) y el militar Julio José Zanatelli.
5. Reflexiones finales
En una entrevista realizada en el año 2005, el ex secretario
general de la presidencia de la nación, el general Villarreal, recordó las grandes expectativas depositadas por
el Proceso de Reorganización Nacional en el gobierno municipal y los magros resultados
obtenidos:
Intentamos que
[…] se tratara de dar participación al ciudadano, porque entendíamos que esa
era la célula madre de la política (y) donde el hombre puede sentir interés en
participar en beneficio de la comunidad en la que vive. […] Que cada intendente
dividiera y formara [...] una especie de control local, que el intendente
buscara la forma de acercar a la gente […] Esta era una cuestión que en algunos
lugares caminó, en otros lugares no.[10]
Si algo definió a los objetivos políticos de la última
dictadura argentina fue su extrema ambición. Porque no solo se propuso restablecer
el orden social previo, perturbado por la violencia política, el caos económico
y el desgobierno, sino además inaugurar “un nuevo ciclo histórico” –así lo
tituló el Grupo La Plata su documento político–. Para ello era tan importante
reformar la economía como consagrar la refundación política de la Argentina y “ganar”
la “lucha contra la subversión”.
El modelo de municipalización y represión de la PBA
mostró la inseparabilidad de ambos objetivos, que debían concretarse en el
nivel de las intendencias. Porque tal como recordaba Villarreal (2005), fue en los
municipios donde la dictadura buscó asegurar el control de la sociedad argentina
y gestar a la dirigencia heredera del Proceso. El nivel local fungió como un
“laboratorio político” para la construcción y evaluación progresiva de las
adhesiones sociales, con miras a un futuro incierto, pero inevitable, donde en
algún momento debía restaurarse la “democracia representativa, republicana y
federal” (Canelo 2015, 412).
Los intendentes bonaerenses se convirtieron en parte
fundamental de la red de control, vigilancia y generación de consenso sobre la
que se asentó el poder dictatorial, que fue más férrea que en otras zonas
debido a que se trataba de un territorio considerado como “prioritario” por el
gobierno militar. La extrema importancia del rol de estos intendentes demuestra
que a pesar de la masividad el reclutamiento se llevó a cabo de manera cuidadosa.
Esto permitió configurar una elite local que tuvo características distintivas, vinculando
el rol de “cercanía” con “los problemas cotidianos” de los ciudadanos que
debían cumplir.
Entre 1973 y 1983 los intendentes bonaerenses civiles
constituyeron el 66 % del total de personas que ocuparon los cargos, lo que
demuestra la supremacía sobre las elites de otros niveles de gobierno. Por su
parte, los máximos órganos de poder nacional –la Junta Militar, el PEN, la
Comisión de Asesoramiento Legislativo, etc.– estuvieron integrados casi de
forma exclusiva por militares y solamente comenzaron a ser ocupados por civiles
en forma secundaria o tardía (Canelo 2016b).
La mayor presencia de civiles en el conjunto se combinó
con una militarización selectiva y estratégica. En una primera etapa el control
del territorio y de la población eran objetivos de primer orden en esta zona considerada
“prioritaria” en la “lucha contra la subversión”. Además, las designaciones de
militares en las intendencias constituyeron una de las características
fundamentales del periodo y el poder local en la provincia estuvo más
militarizado que en otras, incluso más que en el conjunto de intendencias del
país.
La militarización fue más profunda en los municipios que compartían
factores que aumentaban su “peligrosidad” según el diagnóstico que realizaban
las Fuerzas Armadas y sus objetivos represivos. Entre los factores tomados en
consideración estaban la alta densidad poblacional, gran concentración
industrial, presencia de instituciones educativas de nivel superior y la
cantidad de bases, guarniciones o destacamentos militares dispuestas en el
territorio. Por su parte, en los municipios ubicados en el interior de la PBA, con
predominio de actividades rurales y menor densidad poblacional, la
militarización fue menor.
El reclutamiento de intendentes militares respondió a las
jerarquías marciales: el grado militar de los funcionarios decreció a medida
que descendía el nivel de gobierno. Por eso entre los intendentes militares de
la PBA predominaron los coroneles –y sus equivalentes en las otras fuerzas–, tanto
en servicio activo como retirados, en contraposición con los generales, quienes
tuvieron mayor presencia en las altas esferas del PEN o del poder provincial. La
militarización de las intendencias de la PBA disminuyó con el tiempo a medida
que la dictadura clausuraba los escenarios de la “lucha contra la subversión” y
encaraba, dificultosamente, el acercamiento con la dirigencia política, así
como también lo ensayaba en otros niveles de gobierno (Canelo 2011).
La segunda característica de la elite política municipal
de la PBA está vinculada con el perfil social y político de los civiles, que mostró rasgos similares a los de las demás
elites políticas del periodo. Casi el total de los intendentes bonaerenses
fueron hombres, vinculados con profesiones liberales –médicos y veterinarios, abogados,
jueces y escribanos–, o bien comerciantes, propietarios o empresarios locales, ocupaciones
típicas de los notables locales reconocidos como “fuerzas vivas de la
comunidad”.
En cuanto al perfil partidario de estos intendentes civiles
fue consistente con el perfil deseado por la dictadura para la futura elite
política argentina, la llamada “cría del Proceso”: ideológicamente compatible y
electoralmente capaz de derrotar al peronismo (Canelo 2016a). Del conjunto de
los intendentes civiles confirmados por la dictadura, casi la mitad perteneció
a la UCR con 46 %, seguida por NF con un 15 %, el PJ con un 11 %,
el MID con un 9 % y un 19 % muy heterogéneo que militaban en diferentes
partidos minoritarios.
Las carreras municipales que
habilitó la última dictadura argentina en la PBA fueron considerablemente
inestables, al igual que en otros
niveles de gobierno. Entre los factores que favorecieron la estabilidad se
encontraban la procedencia civil –el
conjunto de los civiles tuvo una duración promedio de dos años y medio, por
poco más de un año de los militares–, la posesión de una ocupación vinculada
con las actividades agropecuarias y el ejercicio del cargo en alguno de los
municipios del interior de la PBA.
La experiencia previa en el ejercicio del cargo también contribuyó
a la estabilidad de las carreras municipales. El 23 % del total de
intendentes se desempeñó en el mismo cargo durante gobiernos constitucionales o
de facto previos a la dictadura. La gran mayoría eran civiles que adquirieron experiencia
durante el derrocado gobierno peronista o en las dictaduras que precedieron al
Proceso, la Revolución Libertadora y la Revolución argentina, ambos “semilleros
de facto” de los intendentes bonaerenses afines al régimen. La experiencia previa
también constituyó un recurso valorado para cumplir el rol de “intendente
comodín” en la PBA.
Como sucedió durante regímenes autoritarios anteriores,
el fin de la dictadura argentina no necesariamente significó un “final de
carrera” para las elites políticas. Sin embargo, y a diferencia por ejemplo de
la exitosa experiencia de alcaldización de la política en Chile, promovida por
la dictadura de Pinochet (Valdivia Ortiz de Zárate, Álvarez Vallejos y Donoso Fritz 2012), los intendentes bonaerenses que se proyectaron hacia
la política democrática en el nivel local fueron muy pocos, solo 4 %. En
general fueron civiles, con experiencia política anterior al Proceso y pertenecientes
a la reducida elite de intendentes procesistas que tuvieron estabilidad en su
cargo. Incluso hubo quienes, desde esta primera función municipal luego
ocuparon cargos en los gobiernos provinciales, y en menor medida en el nacional,
logrando reconvertir el fracaso político del Proceso en la generación de una
dirigencia propia en neto éxito individual.
Apoyos
Este trabajo fue realizado con el financiamiento del proyecto
“¿Renovación de las elites? Perfiles sociológicos, modos de interacción y
posicionamientos públicos de las elites políticas, económicas y tecnocráticas”,
otorgado por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
(CONICET) de la República Argentina.
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La Nación. 1979. “Ratificó la Junta objetivos del Proceso”, 25 de marzo.
Notas
[1]Algunos trabajos pioneros para los casos de
Argentina y Uruguay fueron los de Brunner (1983), O’Donnell (1983) y Oszlak
(1984).
[2]En este artículo el término ‘elite’ se
refiere exclusivamente a la definición “por posición”, es decir, a quienes
ocupan la “más alta posición institucionalizada” (De Imaz 1962, 1964;
Cantón 1964), o la máxima
jerarquía en el gobierno municipal, los intendentes.
[3]Las variables usadas son
nombre y apellido del intendente, municipio, cantidad de intendentes,
pertenencia al GBA, pertenencia a zona y área represiva, procedencia civil/militar/fuerza
de seguridad, fuerza, grado militar, profesión/ocupación (civiles), partido
político, fecha de ingreso al cargo, fecha de egreso, tiempo de permanencia y
experiencia previa/posterior en el cargo.
[4]Al comenzar la dictadura existían
121 municipios bonaerenses, pero al finalizar este periodo aumentaron a 125 por
la creación de Partido de la Costa, Pinamar, Villa Gesell y Monte Hermoso.
[5]En 98 municipios fue
posible reconstruir todas las variables, sin embargo, en 24 los datos
recopilados están incompletos y para los municipios Alberti, General Guido y
Pinamar resultó imposible hallar datos.
[6]El GBA está formado
por el conjunto de municipios integrados en conurbación con la actual capital
nacional que la excluyen, en ese entonces llamada Capital Federal y hoy Ciudad
de Buenos Aires. Se trata de municipios urbanos, demográficamente densos y con
predominio de la economía industrial y de servicios.
[7]Estos municipios fueron los siguientes:
Ayacucho, Baradero, Coronel Brandsen, Capitán Sarmiento, Carlos Casares, Carmen
de Areco, Chivilcoy, Colón, Coronel Pringles, De la Costa, Escobar, General
Arenales, General Las Heras, Leandro N. Alem, Luján, Maipú, Mercedes, Navarro,
9 de Julio, Pergamino, Pilar, Rivadavia, Salto, San Andrés de Giles, San
Antonio de Areco, San Cayetano y San Pedro.
[8]Si toman
en consideración el número de intendentes sobre los que existen datos respecto
a esta variable (91) y se incluyen a los que “venían” del gobierno anterior, se
tiene que el 62 % pertenecía al PJ, 22 % a la UCR y un 16 % militaban
en partidos menores. Solo 4 de los intendentes provisorios fueron confirmados
por la dictadura para permanecer largo tiempo en sus cargos: José Antonio
Barbieri (UCR, Ayacucho), Alberto Yaregui (UCR, Navarro), el empresario fúnebre
Daniel Alberto Ponce de León (NF, Pilar) y Fadael Guillermo Hendriksen (NF, San
Cayetano). Ningún intendente peronista permaneció en su cargo cuando comenzaron
los reemplazos. Entre ellos se encontraba Oscar Felipe Sánchez intendente de
Marcos Paz hasta el momento del golpe y el único desaparecido durante la
dictadura, pues fue secuestrado de su hogar el 16 de junio de 1977.
[9]Los cálculos electorales de la dictadura se
basaban en los resultados de las elecciones nacionales de marzo de 1973 cuando
el Frente Justicialista de Liberación obtuvo más del 49 % de los votos,
mientras que la UCR alcanzó casi 21 %, una cantidad similar a la que
sumaron en conjunto un espectro de pequeños partidos de centro y derecha como la
Alianza Popular Federalista, la Alianza Republicana Federal, NF o el PSD (Canelo
2016a).
[10]Archivo de Historia Oral del Instituto de
Investigaciones Gino Germani, FCS- UBA, “Entrevista a José Rogelio Villarreal,
ex secretario general de la Presidencia”, Ciudad de Buenos Aires, 2005 (2da.
parte, 1er. cassette).