DOSSIER de investigación
Los últimos spencerianos. Hacia un canon de la primera
sociología ecuatoriana
The
last Spencerians. Towards a canon of the first Ecuadorian sociology
Dr. Philipp Altmann. Profesor Universidad Central del Ecuador. (philippaltmann@gmx.de) (https://orcid.org/0000-0002-5036-2988)
Recibido: 31/12/2020 – Revisado: 11/03/2021
Aceptado:
09/06/2021 – Publicado: 01/09/2021
Cómo citar este
artículo: Altmann, Philipp. 2021. “Los últimos spencerianos. Hacia un canon de la
primera sociología ecuatoriana”. Íconos. Revista de Ciencias Sociales 71: 103-120.
https://doi.org/10.17141/iconos.71.2021.4803
Resumen
La
sociología como disciplina académica comienza en el Ecuador hacia 1915. La
creación de la Cátedra de Sociología en la Facultad de Jurisprudencia de la
Universidad Central del Ecuador institucionalizó una determinada forma de
pensar la sociedad, incluyendo un canon de clásicos en el área. La formación de
una escuela de pensamiento que se extendió hasta la década de los 50 perpetuó
esta institucionalización particular, que ocasionó problemas cuando la
sociología ecuatoriana se abrió a la global a partir de la creación de
instituciones sociológicas mundiales y continentales. No obstante, las teorías
particulares con su foco en una evolución natural de la sociedad según leyes
sociales fijas, y en una posición importante para las elites, permitieron
establecer la sociología como saber legítimo, vinculado al liberalismo
político. El presente artículo se basa en una revisión de las teorías y los
conceptos empleados en los textos más relevantes del debate de la naciente
sociología ecuatoriana. Partiendo de la revisión de autores como Agustín Cueva
Sáenz, Belisario Quevedo, Ángel Modesto Paredes y Luis Bossano, se busca trazar
el desarrollo de los argumentos teóricos y de las principales influencias
conceptuales. Además, se lleva a cabo una comparación con las ideas básicas de
Herbert Spencer para demostrar que la sociología ecuatoriana temprana no
solamente es una sociología positivista, sino una sociología spenceriana.
Descriptores: historia de
la sociología; institucionalización; liberalismo; localización; positivismo;
teoría sociológica.
Abstract
Academic sociology in Ecuador started in 1915 with the establishment of
the sociology chair at the Central University of Ecuador. This original moment
entrenched a certain way of thinking about society, which included a canon of
accepted classic authors. The development of a specific school of thought,
which became dominant until the 50’s, made it more difficult for Ecuadorian
sociology to incorporate new perspectives, especially when Ecuadorian sociology
needed to open itself to the new currents of thought resulting from the
creation of novel global and continental sociological institutions. However,
this particular theory, which assumed that society evolved according to fixed
natural laws and which granted elites a key role in promoting social progress;
helped legitimize the discipline and provided a link with the then dominant
ideas of political liberalism. The present article is based on an examination
of the theories and concepts present in the most important texts invoked by
practitioners during the central debates in early Ecuadorian sociology. The
analysis of authors such as Agustín Cueva Sáenz, Belisario Quevedo, Ángel
Modesto Paredes and Luis Bossano, allows for an adequate description of key the
concepts present in their works and of the route followed in their efforts to
develop adequate theoretic arguments.
Additionally, a comparison of their ideas with Herbert Spencer´s shows
that the earliest Ecuadorian sociology was not only positivistic, but also was
heavily influenced by the Spenserian school.
Keywords:
history of
sociology; institutionalization; liberalism; localization; positivism;
sociological theory.
1. Introducción
La sociología comienza a entenderse como disciplina
académica en el Ecuador en la segunda década del siglo XX. La creación de la Cátedra
de Sociología en la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Central del
Ecuador en 1915 estuvo acompañada de intensos debates sobre el aporte de esta nueva
disciplina al país, tanto dentro de la propia universidad como en la Sociedad
Jurídico-Literaria. No obstante, el periodo transcurrido de 1910 a 1950 ha sido
obviado por los estudiosos de este campo y por los historiadores de ideas, en
favor de la sociología desarrollada entre 1970 y 1980.
El objetivo fundamental del presente artículo es
remediar esa omisión. Partiendo de una revisión de los textos de los diferentes
profesores de sociología de esta época, así como de otros estudiosos
identificados con la sociología como proyecto intelectual, se intenta
desarrollar un panorama de las teorías y conceptos más relevantes de este campo.
Para eso, se parte de la siguiente idea: la conclusión de Connell (1997, 1514) de que la sociología de 1920 y 1930 no tuvo una
visión canónica, sino enciclopédica, es errada, al menos en el caso
ecuatoriano.
La propuesta del texto es encontrar los autores
clásicos que influyeron en los sociólogos ecuatorianos y los efectos que tuvieron
en el desarrollo de la sociología hasta su institucionalización como carrera hacia
1960.[i] Se trata, por lo tanto, de
un estudio sobre la recreación local de una disciplina global (Acharya 2004), que incluye una revisión sobre cómo los primeros
esfuerzos de localización a partir de 1910 condicionaron la manera de entender
la sociología hasta el año 1950. De esta forma se pretende comprender la
institucionalización de la sociología ecuatoriana en el sentido intelectual,
organizacional y sociocultural (Geiger 1975, 237). Este trabajo se basa en un acercamiento institucionalista
a la historia de las ideas sociológicas en la comparación entre el nivel local
y una parte del nivel global. El foco principal está en las condiciones que
permitieron el establecimiento de una sociología extemporal, en especial, en
las personas involucradas, las organizaciones en las cuales actuaron y el
panorama político de la época, el cual determinó qué se podía decir y pensar.
2. Surgimiento
de la sociología como disciplina académica en el Ecuador
En el Ecuador se institucionalizó la sociología como
disciplina académica de manera tardía. Mientras las primeras cátedras de
sociología de Estados Unidos, Francia, y hasta de Colombia y Argentina,
surgieron en la década de 1880 (Roig 1979, 24) y fueron extendidas y acompañadas por las primeras
asociaciones profesionales y revistas desde la década posterior (Connell 1997, 1528), no fue hasta 1915 que se creó en Ecuador la primera
cátedra de sociología, específicamente en la Facultad de Jurisprudencia de la
Universidad Central. La nueva disciplina académica estuvo marcada por su fuerte
relación con el derecho y su enfoque en la creación de una sociología nacional,
como sucedió de forma general en el continente y a diferencia de las pautas
marcadas en Europa (Roig 1979). De hecho, todos los autores aquí revisados fueron
abogados graduados de la Universidad Central del Ecuador. Las influencias del
positivismo –ya en su última fase a nivel global (Roig 1979, 68)– y los vínculos con el liberalismo político predefinieron
su desarrollo hasta el cambio en la década de los 60, que significó una ruptura
generacional. Según Roig (2013, 95-96), los sociólogos profesionales ecuatorianos se pueden
ubicar en la línea ético-social del positivismo, que coincide con la
consolidación del movimiento liberal ecuatoriano y corresponde a una
combinación entre influencias spencerianas y krausistas. Estas influencias
dotaron al positivismo ecuatoriano de un “marcado psicologismo y biologismo” y en
algunos casos lo acercaron a una “parasociología”.
El primer profesor de sociología en el Ecuador fue
Agustín Cueva Sáenz, padre del famoso Agustín Cueva Dávila. Cueva Sáenz estuvo
involucrado en la Revolución Liberal y fue senador en varias ocasiones. Entre
1913 y 1931 se desempeñó como profesor en la Universidad Central. Aunque no
publicó muchos trabajos científicos, ejerció una influencia decisiva a través de
la enseñanza en su cátedra (García Ortiz 1945, 147). Formó parte de la Sociedad Jurídico-Literaria (Prieto 2004, 81-82), una asociación de estudiantes y profesores de la
Universidad Central encargada de una importante revista que circuló desde
comienzos de siglo XX hasta los años 30. El inicio de la sociología profesional
coincidió con un debate muy animado sobre la sociología que se dio en esta
revista –especialmente en la década de 1910– (Campuzano Arteta 2005, 419), en tesis de fin de carrera y en la revista Anales de la Universidad Central.
Este debate se reflejó en el texto más sociológico de
Cueva Sáenz (1915). En la crítica a la servidumbre que desarrolló en ese
escrito retomó las teorías sociológicas europeas de la época y presentó como
sus influencias centrales a tres clásicos europeos: Alfred Fouillée con su
concepto de ideas fuerza como factor del desarrollo histórico; Gabriel Tarde
con las leyes de la imitación; y Ludwig Gumplowicz, quien propuso que las razas
humanas se forman a través de guerras (Cueva Sáenz 1915, 42).
Estos referentes los combinó con pensadores como
Spencer y Durkheim para rechazar al racismo biologista dado que “la raza es
simplemente un producto histórico y del medio” (Cueva Sáenz 1915, 47). En tal sentido
y retomando a Tarde, destacó que la civilización hace a la raza y no a la
inversa. Su argumento se basaba en las teorías sociológicas de la época, era político
y se enfocaba en la integración nacional. Para él, la existencia de diferentes
razas no significaba una división insuperable. “Nuestro territorio está poblado
por blancos, indios, mestizos y negros, […] esos elementos étnicos pueden
asimilarse y fundirse en una cultural nacional” (Cueva Sáenz 1915, 48). Sin embargo, entendía que el problema fundamental no
era la existencia de diferentes razas, sino la falta de integración,
especialmente de los indígenas, y que este conflicto estaba vinculado al
concertaje como mecanismo de exclusión económica y legal (Cueva Sáenz 1915, 49-50). Esto mantenía “vallas artificiales” (Cueva Sáenz 1915, 51) que obstaculizaban el desarrollo de la sociedad y de
la vida económica en cuanto “fuente de toda energía y de todo progreso
individual y social” (Cueva Sáenz 1915, 49). Por lo tanto, interfería con “la aptitud para imitar
y absorber los modelos de la herencia social [que] es el gran resorte de la
civilización de los hombres y a esa aptitud le hemos puesto vallas, manteniendo
calculadamente la ignorancia del indio” (Cueva Sáenz 1915, 48-49).
En el sílabo de sus clases mencionaba solamente a
cuatro sociólogos: Spencer, Durkheim, Fouillée y Salas Ferré. Sin embargo,
mediante una revisión de los conceptos mencionados es posible incluir entre sus
influencias a Ward, Giddings y Tarde. Los temas que proponía el curso influyeron
en la sociología posterior hasta la década de los 50 y se destacaron argumentos
como lo social, la conciencia social, las clases sociales y la relación entre
individuo y sociedad (Cueva Sáenz 1918).
Belisario Quevedo fue quizá el sociólogo más
influyente de la época, aunque nunca fue catedrático universitario. Luego de su
vuelta al positivismo –alrededor de 1913 y antes de su muerte prematura en 1921–
desarrolló en varios textos las bases de una sociología positivista adaptada al
medio ecuatoriano (Roig 1977). Según Quevedo (1980), la conducta necesaria para
mantener la vida –por definición, instintiva– se encuentra estrechamente ligada
a la formación de la sociedad misma. Conductas secundarias se forman “por la
imitación recíproca de los individuos de una sociedad; por la selección entre
imitaciones en caso de lucha; por la acumulación de esas normas de conducta en
lo que llamamos conciencia social”
(Quevedo 1980, 570). Esta imitación es el mismo
proceso de socialización. La sociedad, así constituida, define al individuo y
cómo este percibe al mundo. No obstante, eso no significa que Quevedo (1980) defendiera
una visión colectivista, pues consideraba que “el espíritu social es más que
todo espíritu individual y domina toda voluntad individual” (1980, 571). La moral, tema de interés para Quevedo (1980, 571) en
este texto, era por lo tanto “un hecho social, un fenómeno social”. Detrás de
esta argumentación ese encuentra el vitalismo spenceriano: “el fin remoto de la
voluntad es la vida; […] el instinto de conservación es el fondo latente de
toda actividad; […] la conducta humana es la adaptación de medios más o menos
próximos o remotos a la conservación del ser” (Quevedo 1980, 574). Dado que la vida solo se deja
sostener de manera colectiva, el egoísmo innato deviene en un altruismo hacia
el propio grupo. En el fondo existen leyes fundamentales de la vida que la
sociología, entendida como ciencia moral, tiene que estudiar (Quevedo 1980, 577). Estas leyes se basan en cuatro principios: “1) que
quieren vivir todos; 2) que la vida no se conserva sino gracias a la actividad;
3) que debiendo vivir todos, las actividades tienen que limitarse; 4) que los
límites de esas actividades tienen que ser iguales para todos” (Quevedo 1980,
578).
Quevedo adapta estas ideas al medio ecuatoriano en un
texto tardío. Revisando el desarrollo –según las tres etapas comtianas– de la
filosofía de la historia a la sociología, Quevedo (1917) concibe a Hegel y
Spencer como impulsores de la ciencia positiva, forma en la que se entiende la
sociología. Hegel planteaba que “el desenvolvimiento humano se concibe como un
proceso de autorrealización”, por su parte, para Spencer, “toda nueva forma de
la materia tiene que ser entendida como efecto de una fuerza o de una forma de
materia antecedentes” (Quevedo 1917, 145-146). Ambas ideas permiten la
superación de las limitaciones inherentes de la filosofía de la historia
–basadas en su eurocentrismo–. Como explica Quevedo (1917, 148):
La historia
de la raza blanca en Egipto, Persia, Grecia, Roma y la moderna Europa se ha
tomado por historia de la humanidad y sobre esta base parcial se ha pretendido
levantar el edificio de la filosofía del género humano. Sin conocer la historia
se ha querido penetrar en la idea de ella, o deduciendo de un sistema
trascendental la idea histórica se ha querido con arbitraria violencia de los
hechos, acomodar a ella el proceso humano.
La sociología puede superar los aspectos metafísicos (en
el sentido de Comte) de la filosofía de la historia y convertirse en “la
ciencia de la sociedad sacada de la historia por inducción” (Quevedo 1917, 148).
Para ello se vale del método de experimentación con el fin de acercarse al
“fenómeno social y a sus leyes” (Quevedo 1917, 149). Además, se basa en la concepción
spenceriana de evolución social, en la cual “el proceso social se explica por
el crecimiento del valor individual”
(Quevedo 1917, 150) y que continuaron desarrollando
autores como Kidd, Gumplovicz, Giddings, Tarde, Baldwin, Fouillée, Le Bon, Ward.
También incluye una referencia a Marx y al materialismo histórico y autores que
lo discuten como Croce, Pareto, Kautsky y Bernstein, algo llamativo por la
época en la que se produce.
Justo después de la muerte de Quevedo en 1921 y
dedicado a él, Augusto Egas (1921)[ii] publicó un texto que resumía coherentemente la visión
de la sociedad imperante en esa época. Para Egas (1921, 128), la sociedad se
presentaba “como una sustantividad compuesta de individualidades que persiguen
fines comunes”. En tal sentido sigue a la ley de evolución propuesta por el
positivismo spenceriano, de lo inorgánico, pasando por lo orgánico y
enfocándose en la evolución superorgánica. En este esquema los órdenes de lo
físico, químico, orgánico y psíquico dependen en cada caso de los órdenes anteriores.
El aspecto social sería otro orden más, “no es una creación de los individuos,
sino un producto natural, un fenómeno que se da y se hace en la realidad” (Egas
1921, 148-151) y un fenómeno que tiene conciencia de sí mismo, en tanto que
conserva las experiencias del grupo y forma un juicio social. En eso, integra a
los individuos a través de la “interacción psíquica, como resultado de la
presencia del socius en cada uno de los espíritus individuales que hace que
cada uno de estos piense y sienta al otro, creando así un nuevo producto, lo
social” (Egas 1921, 138). El desarrollo social sigue las
mismas fases de lo individual: pasa de lo espontáneo a lo reflexivo y finalmente
a lo volitivo.
Después de esta fase de introducción de la sociología
al Ecuador, la disciplina se estabilizó gracias a la institucionalización que
alcanzó a mediados de la década de los 20. Eso se refiere particularmente a los
sociólogos dominantes del momento y a las teorías que ellos emplearon en sus
textos. Probablemente el más importante actor fue Ángel Modesto Paredes,[iii] considerado
por Quintero (1988) el primer sociólogo ecuatoriano. Su amplia obra –de más de
6000 páginas en total– fue publicada entre 1924 y 1958 y abarcaba muchos temas
“en torno a un objeto de análisis específico que se reclama perteneciente a una
‘nueva ciencia’: la sociología” (Quintero 1988, 12). Paredes marcó el camino a
seguir por la sociología en el Ecuador (García Ortiz 1945, 150), al menos hasta
1950.
En su segunda obra, “La Conciencia Social”, publicada en la Revista de la Sociedad Jurídico-Literaria, en Anales y como libro completo por la Universidad Central, Paredes
(1925) estableció que lo social se deriva de lo biológico, en el sentido de
niveles de existencia que comienzan con la unidad química y pasan por la unidad
fisiológica hasta llegar a la unidad morfológica y su correspondencia social.
En este argumento, abiertamente spenceriano, lo morfológico corresponde con el
agregado familiar. Para Paredes (1925), la conciencia, tanto individual como
social, era fundamental para entender a los individuos y a la sociedad. Para
este autor la conciencia estaba vinculada a los niveles inferiores, así que
hasta la unidad química tenía “poderes ocultos que forman la conciencia” (Paredes
1925, 176). Entonces, su primera teoría social se podría resumir en estas
líneas:
La unidad
fisiológica […] en el individuo […] que sube la interior dirección de una
fuerza intima, de poderes ocultos y avasalladores, capaces de señalar
orientaciones a las formas varias de sus actividades, en presencia del
correspondiente estímulo procedente del exterior; y todo eso cambiándose en reacciones,
oposiciones y sumas de fuerzas parciales, para la determinación de los
caracteres de la primera unidad social […] (Paredes
1925, 176).
Antes de la publicación como libro del texto La Conciencia Social en 1927, Paredes llevó
a cabo una ampliación donde integró algunas reflexiones sociológicas más
avanzadas. El primer capítulo contenía una amplia crítica a la sociología de su
época donde desarrollaba su posición en contraste con Durkheim quien, según
Paredes (1988b, 180), reducía lo social a “casi la pura relación material” y no
era capaz de ir más allá de lo inmediatamente observable. Sin embargo, le faltó
incluir la intuición y al mismo tiempo ir más allá de ella, ahondando en
conocimientos anteriores y no dejándose reducir a la confirmación de leyes
sociales. Para eso, Paredes (1988b, 183) concordaba con Comte en cuanto al “reconocimiento de
la sociedad como un producto de la naturaleza” que evoluciona en el sentido
spenceriano. Además, estableció un debate con René Worms para afirmar que los
grupos sociales, concretamente las naciones, se definen por la identidad de
estímulos, de reacciones corporales y de fines. Debido a esto la sociología se
dedica al estudio de la sociedad en cuanto Estado. Para Paredes (1988b, 187): “la
sociología estudia la generación de las fuerzas que determinan los hechos, y
los profundos motivos del fenómeno, como proceso de la energía originariamente
única […] que se desenvuelve” y se define por la “contemplación de las fuerzas
iniciales de las actividades colectivas” (Paredes 1988b, 188) que se dejan
observar en las formas sociales. Aunque insistía en que lo importante no son
las formas sociales como tales, sino las leyes que rigen su arquitectura.
Según Paredes (1988b) la conciencia social se basa en
el colectivo que la forma. Este colectivo, en cambio, se basa en los organismos
de los que está compuesto. Con eso abogaba por una idea de la conciencia
pública, rechazando la psicología de los pueblos y el biologismo como
acercamientos imprecisos. Esta conciencia pública podría –de acuerdo con
Paredes que sigue a Comte– descansar sobre la psicología individual y en la
tendencia innata de desenvolver las facultades individuales como manifestación
del principio del progreso que determina la vida social. Siguiendo a Tarde,
Paredes (1988a, 226-227) partía de una psicología intermental que incluía actos
intercorporales y que se contraponía a la definición del hecho social según
Durkheim (1893 citado en Paredes 1988b) como coercitivo a la idea de la
aceptación espiritual del mismo.
Este análisis revela que Paredes ya preparaba su
propuesta de una sociología psicológica que desarrolló más en el segundo
capítulo de La Conciencia Social.
Para superar el acercamiento durkheimiano el autor partió de una visión sobre “la
complejidad de fuerzas que componen o se descomponen en sistema de energía
dentro de la sociedad” (Paredes 1988a, 203). Eso incluyó también la biología
como posible factor social. A pesar de respetar la psicología individual, entendía
la sociedad como un sistema de energías psíquicas. Para Paredes (1988a, 205), “la interna actividad de la vida de los individuos
de un grupo, cambiada en los procesos de los fenómenos sociales, mediante el
sistema de fuerza psicológicas precedentes” siguiendo las mismas reglas de la
química define a la sociedad, mientras que la sociedad define a sus integrantes
a través del vivir colectivo. En opinión de Paredes (1988a), esta definición no
es coercitiva como en Durkheim, sino que se basa en la determinación interna y
la aceptación de las personas. Paredes (1988a, 212) contradice a Durkheim y
también a su profesor Cueva y, a diferencia de ellos, acepta la existencia de
razas humanas para definir cómo se percibe la realidad.
La subjetividad del conocimiento es formada por la
percepción y porque “en la vida humana hay muchas y sucesivas sumersiones y la
primera es aquella que ha fijado la raza” (Paredes 1988a, 212).[iv] Para poder entender un grupo social se precisa
analizar las energías psicológicas que tiene. “Los fenómenos fundamentales […]
de los procedimientos de los grupos humanos organizados […] son los procesos
mentales entre los agentes primeros de tal vida” (Paredes 1988a, 212). Lo intracerebral o psicológico repercute entonces en
lo intercerebral o social. Relevante para estos conceptos son la repetición y
la innovación. Paredes retomó ciertos postulados de Tarde (Paredes 1988a, 214),
aunque al mismo tiempo lo cuestiona porque no incluye a lo intracerebral debido
a su acercamiento objetivo y experimental. Por lo tanto, no puede decirse que aportó
a la definición del método del autor, donde existe la “introspección
psicológica para las aplicaciones sociales” (Paredes 1988a, 216). El pensamiento se presenta
entonces como pre o subsocial y puede influir en la sociedad a través de
sugerencias de diferentes tipos, como también la sociedad puede influir en el
individuo (Paredes 1988a, 219). Tomando en consideración estos postulados estableció
que el estudio de lo intracerebral tenía que realizarse primero que el de lo
intercerebral (Paredes 1988a, 223).
Existe una fuerza colectivizante que corresponde a la
naturaleza (Paredes 1988a, 222) y que produce una misma reacción
del grupo en cuestión a un determinado estímulo. La herencia colectiva es central
para esta teoría. Según Paredes (1988a, 223), se da un “traspaso histórico de
toda conquista (propiamente la imitación en el grupo) y la herencia biológica” que
se basa en una “similitud mental que se consigue mediante el continuado trabajo
de la imitación entre los hombres”. Paredes (1988a, 224), citando a Giddings, añade
que se basa en una “simpatía orgánica de la conformación exterior”, lo cual
ocasiona que personas parecidas sientan simpatía y conlleva a una mayor
cohesión –en este caso entre europeos–. A partir de esto se produce una
simpatía espiritual que “es el fundamento inequívoco y supremo de la
sociabilidad” (Paredes 1988a, 225). Siguiendo a Gumplowicz, se trata
de conceptos que incluyen también la sociabilidad entre enemigos: “la oposición
es uno de los grandes sistemas de asociación” (Gumplowicz citado en Paredes
1988a, 229).
Este esquema usado para comprender la sociedad sigue a
Comte y se inspira en Roberty en cuanto a que lo superorgánico se basa en seres
orgánicos individuales y es superior a ellos. Existe una secuencia de lo
psico-físico individual, lo psíquico colectivo y la vida superorgánica que, en
cambio, produce lo psíquico. Los superorganismos poseen capacidad de autogénesis,
pueden producir elementos que están ausentes en los individuos (Paredes 1988a,
230).
La
Conciencia Social se convirtió en la representación internacional de la
sociología ecuatoriana en sus primeras etapas de desarrollo. Guillaume-Léonce Duprat
editor de la Revue Internationale de Sociologie, –fundada por René Worms
pero sin línea teórica definitiva (Geiger 1975, 238)– publicó una reseña de
este libro en la revista. Su lectura de Paredes fue destructiva. Para Duprat (1928,
89), el libro tenía poco de sociología, se adentraba más bien en el campo de la
psicología y además detectó una falta de estudio de los autores considerados relevantes
en esa época. Consideraba que Paredes se encontraba a medio camino entre
Durkheim y Tarde y más cercano a Worms y Roberty. Al mismo tiempo, aseguró que
su “sociología psicológica” se oponía a Durkheim y estaba alejada de Tarde (Duprat
1928, 90). El propio autor consideraba que el argumento organicista, el cual señala
que las exigencias orgánicas producen aspiraciones individuales y que la
sociedad, en cuanto energía social, podría ser considerada como la suma de las
energías individuales, era confuso y hasta antisociológico (Duprat 1928, 90).
Paredes no se dejó disuadir por esa crítica y la usó
para desarrollar su pensamiento de forma más explícita, comenzando con una
réplica. En ella defendió la necesidad de ir más allá del hecho social
observable para estudiar las fuerzas y la energía interna que lo producen. Este
punto no revela un psicologismo problemático –de hecho, se identifica con la
psicología (Paredes 1928, 41)–, sino que parte de la idea que plantea que “la
vida social es un resultado (combinación), y para comprenderla sin nada
presuponer, creo yo conveniente ir de los elementos al compuesto, a ver si en este
están representados aquellos” (Paredes 1928, 37).
No comentó la ubicación que Duprat hace de él en
relación con sus influencias sociológicas en cuanto a Durkheim y Tarde, pero
relativiza su supuesta cercanía a Roberty y rechaza al organicismo de Worms.
Paredes destacó que su organicismo era diferente al de Worms, el cual, según
él, no llegaba a la idea de que “lo social es obra de la naturaleza y no de las
actividades voluntarias” (Paredes 1928, 41). El autor probablemente compartió
el amplio rechazo al organicismo de Worms que, a diferencia de organicismo de
Spencer, era altamente abstracto y por ello no permitió juicios de valor ni se
convirtió en la base para una crítica normativa de la sociedad (Geiger 1975,
239).
Además, respondió a Duprat sobre la acusación de ver a
lo social solo como acumulación de lo individual de forma afirmativa. Para
Paredes la agrupación social se daba por la simpatía que causaban las
necesidades comunes. Tomando en consideración estos elementos reformuló su
teoría social: “pienso no haber en lo social, absolutamente otra cosa que las
calidades atómicas humanas, visibles y palpables; por el contrario, afirmé que
se constituían volviéndose eficaces y reales cuanto se hallaba en iniciación,
en comienzo sólo en el hombre; que, por lo tanto, tal eficacia y valor eran
producto social” (Paredes 1928, 42).
En 1931 Agustín Cueva se retiró de la universidad y
dejó la Cátedra de Sociología en manos de sus alumnos. Todo indica que Paredes
y Luis Bossano se turnaron en esta tarea hasta la década de los 50, actividad
que se vio interrumpida por las posiciones políticas que adoptaron.[v] Bossano (1941, 20) consideraba a Comte y Spencer como
los fundadores de la sociología. Aunque rechazó el uso solamente metafórico del
organicismo (Bossano 1941, 55), defendió la idea de “un amplio sistema de
principios permanentes” (Bossano 1941, 40). Si bien no estuvo completamente de
acuerdo con Spencer en la “extensión totalitaria” (Bossano 1941, 42) de sus
principios, concordaba con la idea de leyes generales que rigen la sociedad. Este
concepto lo combinó con la concepción comtiana sobre “la determinación objetiva
de los hechos y la inducción serena a través de la historia y del análisis, constituirán
la única ruta del descubrimiento de las leyes de la sociedad” (Bossano
1941, 26).
El propio autor determinó que este acercamiento era
característico de la sociología científica. En este y otros textos, Bossano (1941)
se limitó a una revisión general de las teorías sin tomar una posición que fuera
más allá de la inducción para demostrar leyes generales. Su acercamiento fue
más pragmático que el de Paredes en cuanto a que se comprometió con el
“escrupuloso y estricto examen de los hechos particulares” (Bossano
1941, 27-28) propuesto por Comte y que “investiga las leyes de los fenómenos
sociales ateniéndose a las relaciones de causalidad y examina los caracteres
específicos de cada sociedad, penetrando en la recíproca acción de los hombres
y del ambiente” (Bossano 1941, 42). Al mismo tiempo, logró actualizar el canon
revisado e incluyó autores más contemporáneos como von Wiese y Pareto. Este
proceso parece haber marcado una pauta durante la década de los 40 (García
Ortiz 1945, 149), pero no rompió con la orientación teórica general.
3. La primera
sociología ecuatoriana como sociología spenceriana
Herbert Spencer es considerado uno de los fundadores
de la sociología.[vi] Sin embargo, el impacto de su obra básicamente terminó
con su muerte en 1903[vii] debido a la mala fama que adquirió el organicismo
hacia fines del siglo XIX (Geiger 1975, 239-241). Los clásicos modernos de la
sociología como Max Weber, Simmel, Durkheim lo ignoraron o lo criticaron
duramente. La crítica realizada por Durkheim en La División del Trabajo Social ([1893] 2012) es considerada como
una superación del pensamiento spenceriano en la sociología, sin que necesariamente
se haya producido una ruptura con algunos fundamentos de Spencer (McKinnon
2010, 439-441). Durante la década de los 20 el proyecto sociológico de Comte y
Spencer fue abandonado y no fue retomado hasta la década de los 50 (Connell
1997, 1534).
Según McKinnon (2010, 440), Spencer partía de la idea
de la fuerza o energía física como base de la evolución social, la cual era
descrita como un aumento de la integración de la vida en la sociedad. Siguiendo
una metáfora biológica, correlacionaba el desarrollo de organismos biológicos
compuestos de elementos inorgánicos con las sociedades, consideradas como
organismos suprabiológicos. También mencionó una secuencia teleológica conformada
por lo inorgánico, lo orgánico y lo supraorgánico. Cada uno de estos elementos
funcionaba según la misma lógica de la fuerza o energía. Es importante destacar
que Spencer se guiaba por la teoría de la evolución presentada por Lamarck y no
por la de Darwin, lo que demuestra que ponía énfasis en la idea de
características adquiridas y heredadas. Aun así, mantuvo un individualismo
metodológico considerando a las sociedades como grupos de individuos agregados (McKinnon
2010, 440-443). En este sentido, individuo y sociedad se producen mutuamente.
No obstante, en la recepción primó muchas veces una lectura de superioridad
evolucionaria de grupos que se beneficiaron del colonialismo, omitiendo la
complejidad del argumento spenceriano (Connell 1997, 1530). La idea central de
una evolución social se traducía en la “diferencia global” (Connell 1997,
1516-1517) entre las poblaciones consideradas primitivas y las avanzadas.
La lógica de la fuerza o energía –teoría derivada de
la física de la época– se movía en dos direcciones relacionadas: conservación
de la fuerza y entropía. La tendencia de la entropía lleva a una mayor concentración
o integración y organización. Esta evolución “primaria” conlleva una evolución “secundaria”
a través de una división de trabajo mucho más compleja. En las sociedades esto
se traduce en la tendencia de un aumento de número y en la aparición de una
división social. La expansión necesaria sigue el camino de menor resistencia,
lo que define la relación del grupo en cuestión con su entorno y su capacidad
de adaptación, en concreto, la cultura como posibilidad de manejar problemas
ambientales (McKinnon 2010, 445-447). Esta idea metabólica explica el rol del comercio
y sus posibles limitaciones, las formas concretas que pueda tomar la división
laboral, incluyendo la especialización regional, así como el rol del Estado
como sistema nervioso central –todo impulsado por la misma energía que define los
organismos y las sustancias inorgánicas–. Por eso no sorprende que la línea
comtiana-spenceriana de la sociología incluya a menudo reflexiones sobre física
y biología con el fin de explicitar las leyes que también rigen a la sociedad (Connell
1997, 1531).
Estas líneas fundamentales de la sociología
spenceriana estuvieron acompañadas por un foco en el “mejoramiento moral,
intelectual y material de la sociedad” (Connell 1997, 1519-1520) ,a través del
estudio y la aplicación de las leyes generales del desarrollo social. La noción
de progreso inherente a esta idea fue fundamentada por datos etnográficos
adquiridos durante la expansión colonial de la época. Esta fundamentación
empírica destacó por su alto grado de abstracción y su método comparativo
unidireccional (Connell 1997, 1523).
Revisemos algunos argumentos claves de Spencer. En la
segunda parte de su libro Principios de
Sociología (2004, 232), define
la sociedad como una entidad agregada de unidades discretas relacionadas entre
sí de forma estable. La sociedad o el agregado social comparte los mismos
principios que los agregados inorgánicos y los orgánicos. Todos estos agregados
están definidos por la integración, que en los agregados orgánicos y sociales
se convierte en crecimiento en el sentido de un aumento de masa. “El
crecimiento social se prolonga habitualmente hasta el momento en que las
sociedades se dividen o son destruidas” (Spencer 2004, 233). Este crecimiento
incluye una diferenciación interna de los agregados puesto que “la progresiva
diferenciación de estructuras viene acompañada por una progresiva
diferenciación de funciones” (Spencer 2004, 234). Eso sucede también con la
formación de clases sociales que se diferencian por sus ocupaciones y por el
control sobre la sociedad que puedan tener. Por lo tanto, un aumento de
diferenciación siempre estará acompañado de un aumento de la interdependencia
de las partes (Spencer 2004, 236).
Por estos motivos, Spencer (2004) considera la
sociedad como un organismo, uno que puede sobrevivir a la muerte de algunas de
sus partes, sean estas personas individuales u organizaciones grandes. En esta
visión “cada una de las funciones mutuamente dependientes está compuesta por
las acciones de muchas unidades, que cuando van muriendo una por una son
reemplazadas sin que la función en que participan se vea afectada” (Spencer
2004, 238-239). La diferencia entre el organismo social y el animal reside en
que las partes de la sociedad son discretas y relativamente dispersas –y no
están estrechamente vinculadas como en un organismo vivo concreto–. La
cooperación entre individuos se produce “por los signos expresivos de los
sentimientos y de las ideas transmitidos de una persona a otra” (Spencer 2004,
241). Por lo tanto, es el lenguaje que cumple la función internuncial a nivel
de la sociedad, mediante el cual la conciencia del organismo social se difunde
a través de toda la sociedad; un aspecto que se vuelve el punto de partida de
un argumento individualista de Spencer. “Así pues, al no existir un órgano
social que concentre la sensibilidad, el bienestar del conjunto como algo
aparte del de las unidades que lo componen no es una finalidad que haya de ser
perseguida. La sociedad existe para beneficio de sus miembros, no sus miembros
para beneficio de la sociedad” (Spencer 2004, 242).
Para entender la psicología humana, Spencer trabajó
con una comparación con el cuerpo humano (1917, 75). Sobre este asunto planteó que
ambos evolucionaban a lo largo del tiempo y se definían por cambios que
permiten “la adaptación continua de las relaciones internas a las relaciones
externas” (Spencer 1917, 76). Los “fenómenos de la vida del
espíritu” (Spencer 1917, 76) se presentan entonces como resultado de una larga
evolución de lo simple e inorgánico pasando por la vida corporal compleja.
Estas ideas básicas definen el pensamiento sociológico
de los autores que revisamos. Agustín Cueva Sáenz (1915), cuya inspiración
spenceriana ya fue obvia para sus contemporáneos y alumnos (García Ortiz 1945,
147),[viii] entendía la sociedad nacional como un organismo que
se debía desarrollar. Este desarrollo natural estaba limitado por vallas
artificiales, entre ellas, los mecanismos de la servidumbre. Un factor central
en este desarrollo es la herencia social. Al mismo tiempo, se basa en una
visión metabólica de la economía como fuente de energía y progreso social.
Para Belisario Quevedo (1917, 1980), lo social se basaba
en conductas básicas para mantener la vida. Estas conductas permiten la
adaptación del grupo en cuestión al entorno a través de la constante actividad.
En cambio, otras conductas secundarias se forman por la imitación, lo que
también permite crear un mecanismo de socialización y de conciencia social del
grupo. De esta manera, la sociedad se constituye en algo más grande que el
individuo y con la capacidad de determinarlo. Quevedo (1917, 1980) entendía que
la sociología tiene que estudiar la moral, para entender –y posteriormente
aplicar– las leyes fundamentales de la vida. También partía de la existencia de
una fuerza anterior que sigue presente en la materia actual, desarrollada por
evolución social y que se puede estudiar por inducción.
Augusto Egas (1921) aceptaba la idea spenceriana de
evolución. Para él, lo social era un producto natural que partía de lo psíquico,
pero sin depender de él directamente y con conciencia de sí mismo. Por lo que
se interpreta que la sociedad tiene influencia sobre los individuos que forman
parte de ella.
Ángel Modesto Paredes es quizá el spenceriano más
claro y creativo. Veía la sociedad como un organismo social que evoluciona a
través de la herencia social, basándose en energías vitales que funcionan según
principios definidos. Para él, el paso más relevante a estudiar era comprender
cómo lo psíquico se convertía en lo social. En este punto fue más allá de la
solución aportada por el mismo Spencer –el lenguaje– y profundizó la revisión
de Tarde para precisar la idea de la imitación e innovación. Paredes (1925,
1928, 1988a, 1988b) defendió el individualismo de Spencer, pues consideraba que
la sociedad comenzaba con individuos que se agrupan por simpatía y para
adaptarse mejor a un entorno común.
Luis Bossano fue probablemente el spenceriano más
pragmático de temprana la sociología ecuatoriana. Aceptó la existencia de leyes
universales que la sociología debía estudiar, pero rechazó el organicismo como
totalitario. Siguió la perspectiva normativa típica de la época y no logró
traducir su pragmatismo en estudios empíricos, algo que comenzaría en la década
de los 50.
El compromiso de la temprana sociología ecuatoriana fue
mucho más allá de una ubicación en un “positivismo” como estrategia retórica (Campuzano
Arteta 2005, 426-427) y no estuvo basada en estudios empíricos como los que hoy
en día definen a la sociología. Su uso ecléctico de datos actuales y su
ubicación en un recorrido histórico amplio son más bien típicos de una primera
sociología global, olvidada en la actualidad. En su centro se ubica claramente
Herbert Spencer. Teniendo claro la centralidad de Spencer, se vuelve necesario
revisar el supuesto eclecticismo entre positivismo y krausismo que autores como
Roig (1979, 64) proclaman –algo que solo puede realizarse mediante un análisis
más profundo–.
4. Ser
spenceriano después de Spencer
El canon de la temprana sociología ecuatoriana fue
definido por el primer sociólogo profesional, Agustín Cueva Sáenz, y reafirmado
por sus alumnos y sucesores. En su centro se ubica claramente Spencer, mientras
que Comte se entiende como referencia importante del periodo, pero más
ocasional. Como fuentes secundarias, útiles para argumentos más particulares,
se encuentran Fouillée, Tarde, Gumplowicz, Giddings y Ward. Los autores que se
incluyen después –como Germani, Poviña, Pareto, Sorokin– nunca dejaron de ser
marginales para la sociología ecuatoriana, aunque fueron muy importantes para
la sociología global.
Llama la atención la poca relevancia de autores latinoamericanos
o españoles y el uso casi exclusivo de los reyes destronados de la temprana sociología
global. Ninguno de los autores sobre los cuales basan sus reflexiones los
sociólogos ecuatorianos tenían relevancia en el aérea de la sociología global cuando
estos publicaron sus textos. De hecho, hasta la década de los 50 el canon sociológico
ecuatoriano se mantuvo en el mismo punto de debate que presentaba a inicios del
siglo XX. Esta situación generó obvias desventajas, entre ellas, la desvinculación
del debate internacional hasta el punto de volverse incomprensible para
sociólogos externos. El ejemplo más claro de ello es la reseña que Duprat hizo
de Paredes. A Duprat no le llamó la atención el rechazo de Durkheim. Al parecer
este fue punto común de la sociología de la época, que usó particularmente las reglas
del método como “saco de boxeo para argumentos sobre la importancia del
individuo” (Connell 1997, 1514) hasta finales de la década de los 30. El principal
punto de desencuentro estuvo en el intento de Duprat de ubicar a Paredes en las
tradiciones sociológicas de la época, colocándolo a medio camino entre Durkheim
y Tarde –oponiéndose a ambos con su sociología psicológica– y cercano a Worms y
Roberty (Duprat 1928, 90). Además, ni siquiera mencionó a Spencer como
influencia directa, aunque Paredes se ubicaba claramente en esta tradición y lo
cita directa e indirectamente. Una sociología spenceriana fue algo
completamente inimaginable para el año 1930, por eso Duprat (1928) hasta puso en
duda el carácter sociológico del trabajo realizado por Paredes.
Esto también podría explicar la poca recepción a nivel
latinoamericano de los sociólogos ecuatorianos de la etapa temprana. Aunque
Paredes y Bossano publicaron varios textos en la prestigiosa Revista Mexicana de Sociología en las
décadas de los 40 y los 50, al parecer estos artículos solo fueron consultados en
la época para elaborar textos sobre el estado de la sociología en América
Latina.
La forma concreta de constitución de la sociología
ecuatoriana como disciplina académica presenta obvias desventajas a nivel
académico. Sin embargo, también presentaba ventajas. Según Acharya (2004, 240)
el foco en el estudio de la localización debe estar en los actores locales que
aceptan normas e ideas globales. La sociología no llega simplemente de afuera y
es pasivamente aceptada. Más bien existen actores locales que construyen
estratégicamente una congruencia entre las creencias y prácticas locales y las
ideas globales, dando énfasis a lo local (Acharya 2004, 241). El éxito de estos
actores locales depende de su credibilidad local. Si los actores que
intervienen en la localización de ideas son considerados por su comunidad como
sus representantes y portadores de los valores locales, sus esfuerzos de
localización van a ser aceptados con mayor probabilidad (Acharya 2004, 248).
Esta lógica puede ayudar a entender las
particularidades de la sociología ecuatoriana en su primera etapa. Todos los
sociólogos que se revisaron en el presente artículo ocuparon posiciones
políticas importantes, fueron parlamentarios, ministros o embajadores. También
tuvieron roles influyentes en los partidos políticos, sobre todo dentro del
partido liberal, pero también en el socialista. Hasta personas menos reconocidas
académicamente, como Augusto Egas, alcanzaron posiciones importantes en la
administración pública. Algunos, aunque solo por breve tiempo, fueron miembros
de la élite política del país.
Entonces, la interpretación de Roig (1979) sobre que
la sociología se desarrolló en contraposición al progresismo conservador, y que
se dio un movimiento de un liberalismo libertario radical alfarista hacia un
liberalismo del orden establecido en la década de los 20, ofrece pistas sobre
las particularidades de la formación de la sociología temprana en el Ecuador,
la cual derivó su legitimidad de la legitimación política de sus principales
actores y después dotó de legitimidad científica a sus demandas políticas. Eso
no es necesariamente raro y hay que destacar la alta calidad de la
argumentación sociológica de algunos textos, especialmente de Cueva Sáenz y
Quevedo, identificados con el liberalismo radical democrático de inspiración
alfarista (Campuzano Arteta 2005, 419). Autores posteriores, como Paredes o
Bossano que estaban identificados con el liberalismo del orden, aprovecharon su
legitimidad política para construir una sociología que –en cambio– iba a
legitimar sus demandas políticas, pero de una manera mucho más indirecta.[ix]
Entonces, se confirma el juicio de Campuzano Arteta cuando
planteó que la sociología ecuatoriana temprana produjo “un saber académico que
propugna y legitima determinadas transformaciones” (2005, 405), pero condicionándolo: el saber académico deriva su legitimación de la
política. La propagación de determinadas transformaciones es entonces una
extensión de la política hacia la ciencia y no una intromisión de la ciencia en
la política. Una modernización científica de la política, por ejemplo, en el
sentido de una tecnocracia, está aún lejos. Esta estrecha relación entre
universidad y Estado y entre ciencia y política no anula la autonomía de cada
esfera. De hecho, genera las condiciones para la formación particular que tuvo
la sociología ecuatoriana hasta la década de los 60. La centralidad de Spencer es
poco sorprendente.[x] La constante referencia a las leyes universales de la energía, el
carácter natural de la sociedad y su desarrollo, y las tendencias de
diferenciación que se producen casi automáticamente, convierte a argumentos
políticos, por ejemplo, en contra de las estructuras de la servidumbre, en
argumentos científicos que condensan leyes naturales. Debido a la influencia de
los argumentos spencerianos, Cueva Sáenz y sus alumnos no formularon de manera
compleja sus intereses políticos.
Usando
el “cientificismo como estrategia retórica” (Campuzano Arteta 2005, 416) logran
desarrollar científicamente los fundamentos de demandas políticas necesarias.
Eso también explica la mayor parte de las demás referencias: sirven para
refinar el argumento de Spencer, como en el caso de Fouillée, Gumplowicz y
Ward, o para ampliarlo, como en el caso de Tarde, que insistía en el rol
fundamental del individuo (Geiger 1975, 240-241). El carácter elitista (Campuzano
Arteta 2005, 403) de la sociología ecuatoriana temprana, así como “la gran
dispersión en sus trabajos, la inexistencia de un debate interno, el recargado
y confuso barroquismo de su erudición, y la patente ausencia de referentes
empíricos en sus argumentaciones” (Campuzano Arteta 2005, 426-427) no se
entienden como debilidades, sino como fortalezas. Son mecanismos de vinculación
con la cultura política de la época y condiciones de un relativo éxito en
cuanto a la localización de la sociología en el Ecuador. El desfase temporal no
se dio por negligencia, sino por necesidad. Es por eso que la sociología
ecuatoriana sigue siendo spenceriana hasta su modernización forzada en la
década de los 60, la cual incluyó un cambio generacional y una ruptura
política.
Una
vez que la sociología se institucionalizó a través de la creación de la escuela
sociológica cueviana –de Cueva Sáenz– en la Universidad Central del Ecuador, no
hubo necesidad alguna de responder a las innovaciones que se dieron entre 1920
y 1950 en Estados Unidos (Connell 1997, 1535) y en otros países, situación que
derivó en la formación de un nuevo canon y de validez a nivel global. El
proceso de respuesta a esta situación comenzó para 1950 en el contexto de la
formación de instituciones internacionales y continentales de sociología (Campuzano
Arteta 2005, 439). A partir de este momento, la sociología ecuatoriana entra por
primera vez en contacto con la sociología global.
5. Conclusiones
A nivel continental la sociología en Ecuador tuvo un
comienzo tardío y se institucionalizó en un contexto complejo. Su clara
vinculación al liberalismo político y su ubicación entre la actividad política
y la jurisprudencia la compulsaron a una formación particular que se expresó en
un canon definido –contradiciendo a Connell (1997, 1513-1514)– que eterniza el estado de los debates en la
sociología global desde principios del siglo XX hasta la década de los 50. En
un momento en el que sus teorías y conceptos ya no eran comprensibles a nivel
global, Spencer, Tarde, Gumplowicz y otros autores inspiraron reflexiones
avanzadas en la sociología ecuatoriana. Esta forma particular de
institucionalización cumplió una importante función al momento de insertar la
nueva ciencia en el entorno ecuatoriano, sin embargo, también se convirtió en
un problema cuando el foco de la sociología ecuatoriana se movió de la política
y los debates intelectuales nacionales hacia la sociología global en la década
de los 50.
La institucionalización de una sociología extrañamente
extemporal, y la ausencia de intentos de actualización de los conceptos y
teorías utilizados, no permitió que la sociología ecuatoriana temprana entrara
en debates académicos globales. No obstante, la idea de una evolución de la
sociedad según las leyes sociales fijas y de un rol central de las elites en
ello estableció puntos de contacto con el pensamiento político de la época,
especialmente, con el liberalismo político y sus aspiraciones reformistas.
El mecanismo de institucionalización observable en la
primera mitad del siglo XX puede explicar la tendencia de la sociología
ecuatoriana a rupturas abruptas, algo que se repitió en épocas posteriores. Como
la sociología spenceriana no ofrece puntos comunes obvios para la sociología
posterior, una superación integrativa no fue posible. Los pocos intentos de
recuperar autores de la primera sociología ecuatoriana, esencialmente Roig (1979)
y Quintero (1988), no propiciaron la construcción de una memoria crítica y una
reflexividad de la sociología ecuatoriana. Un estudio crítico de las diferentes
etapas de la sociología crítica puede ayudar a entender no solamente mecanismos
de localización y de institucionalización de disciplinas académicas, sino el
desarrollo de un pensamiento social nacional más amplio.
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Notas
[i] En esa época surgieron también cátedras de sociología
en Guayaquil y Cuenca (García Ortiz 1945, 150-151), sin embargo, estas no
constituyen objeto de análisis del artículo.
[ii] Egas no tuvo una carrera académica. Trabajó como
abogado de empresas de ferrocarriles y durante un periodo se desempeñó como presidente
del Partido Liberal. También tuvo algunos cargos en la administración del Estado
(Preston et al. 1998). Gracias a Marc Becker por compartirme este texto.
[iii] Paredes fue integrante del ala liberal del Partido
Socialista.
[iv] Paredes mantuvo esta idea durante toda su obra, por ejemplo,
en su Biología de las Clases Sociales
publicada en 1954.
[v] Mercedes Prieto (2004, 170) plantea que Luis Bossano
asumió la dirección de la Cátedra de Sociología de manera definitiva hacia
finales de la década de los 30. Humberto García Ortiz (1945, 150) coloca a
Bossano como profesor de Sociología en 1945 y a Víctor Gabriel Garcés en esta
posición durante años anteriores. También destaca a Aurelio García como
profesor de dicha materia en las décadas de los 30 y los 40.
[vi] Para ahondar en el amplio debate sobre Spencer y su
obra, remitirse al estudio de Offer (2010).
[vii] Algo parecido sucedió con Tarde (Geiger 1975, 240-241),
con la diferencia que él fue redescubierto en la década de los 70.
[viii] García Ortiz (1945) menciona como la segunda
influencia importante a Durkheim, autor que Cueva Sáenz apenas citó.
[ix] Para ahondar en el tema de la política sobre la
población indígena, revisar Prieto (2004).
[x] Otro factor a tomar en consideración es su adscripción
al liberalismo (Connell 1997, 1528).