Íconos. Revista de Ciencias Sociales

Núm 71. Septiembre - diciembre 2021, pp. 103-120, ISSN (on-line) 1390-8065

DOI: 10.17141/iconos.71.2021.4803

 

DOSSIER de investigación

 

Los últimos spencerianos. Hacia un canon de la primera sociología ecuatoriana

 

The last Spencerians. Towards a canon of the first Ecuadorian sociology

 

Dr. Philipp Altmann. Profesor Universidad Central del Ecuador. (philippaltmann@gmx.de) (https://orcid.org/0000-0002-5036-2988)

 

Recibido: 31/12/2020 – Revisado: 11/03/2021

Aceptado: 09/06/2021 – Publicado: 01/09/2021

 

Cómo citar este artículo: Altmann, Philipp. 2021. “Los últimos spencerianos. Hacia un canon de la primera sociología ecuatoriana”. Íconos. Revista de Ciencias Sociales 71: 103-120.

https://doi.org/10.17141/iconos.71.2021.4803

 


Resumen

La sociología como disciplina académica comienza en el Ecuador hacia 1915. La creación de la Cátedra de Sociología en la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Central del Ecuador institucionalizó una determinada forma de pensar la sociedad, incluyendo un canon de clásicos en el área. La formación de una escuela de pensamiento que se extendió hasta la década de los 50 perpetuó esta institucionalización particular, que ocasionó problemas cuando la sociología ecuatoriana se abrió a la global a partir de la creación de instituciones sociológicas mundiales y continentales. No obstante, las teorías particulares con su foco en una evolución natural de la sociedad según leyes sociales fijas, y en una posición importante para las elites, permitieron establecer la sociología como saber legítimo, vinculado al liberalismo político. El presente artículo se basa en una revisión de las teorías y los conceptos empleados en los textos más relevantes del debate de la naciente sociología ecuatoriana. Partiendo de la revisión de autores como Agustín Cueva Sáenz, Belisario Quevedo, Ángel Modesto Paredes y Luis Bossano, se busca trazar el desarrollo de los argumentos teóricos y de las principales influencias conceptuales. Además, se lleva a cabo una comparación con las ideas básicas de Herbert Spencer para demostrar que la sociología ecuatoriana temprana no solamente es una sociología positivista, sino una sociología spenceriana.

 

Descriptores: historia de la sociología; institucionalización; liberalismo; localización; positivismo; teoría sociológica.

 

Abstract

Academic sociology in Ecuador started in 1915 with the establishment of the sociology chair at the Central University of Ecuador. This original moment entrenched a certain way of thinking about society, which included a canon of accepted classic authors. The development of a specific school of thought, which became dominant until the 50’s, made it more difficult for Ecuadorian sociology to incorporate new perspectives, especially when Ecuadorian sociology needed to open itself to the new currents of thought resulting from the creation of novel global and continental sociological institutions. However, this particular theory, which assumed that society evolved according to fixed natural laws and which granted elites a key role in promoting social progress; helped legitimize the discipline and provided a link with the then dominant ideas of political liberalism. The present article is based on an examination of the theories and concepts present in the most important texts invoked by practitioners during the central debates in early Ecuadorian sociology. The analysis of authors such as Agustín Cueva Sáenz, Belisario Quevedo, Ángel Modesto Paredes and Luis Bossano, allows for an adequate description of key the concepts present in their works and of the route followed in their efforts to develop adequate theoretic arguments.  Additionally, a comparison of their ideas with Herbert Spencer´s shows that the earliest Ecuadorian sociology was not only positivistic, but also was heavily influenced by the Spenserian school.

Keywords: history of sociology; institutionalization; liberalism; localization; positivism; sociological theory.

 

1.     Introducción

La sociología comienza a entenderse como disciplina académica en el Ecuador en la segunda década del siglo XX. La creación de la Cátedra de Sociología en la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Central del Ecuador en 1915 estuvo acompañada de intensos debates sobre el aporte de esta nueva disciplina al país, tanto dentro de la propia universidad como en la Sociedad Jurídico-Literaria. No obstante, el periodo transcurrido de 1910 a 1950 ha sido obviado por los estudiosos de este campo y por los historiadores de ideas, en favor de la sociología desarrollada entre 1970 y 1980.

El objetivo fundamental del presente artículo es remediar esa omisión. Partiendo de una revisión de los textos de los diferentes profesores de sociología de esta época, así como de otros estudiosos identificados con la sociología como proyecto intelectual, se intenta desarrollar un panorama de las teorías y conceptos más relevantes de este campo. Para eso, se parte de la siguiente idea: la conclusión de Connell (1997, 1514) de que la sociología de 1920 y 1930 no tuvo una visión canónica, sino enciclopédica, es errada, al menos en el caso ecuatoriano.

La propuesta del texto es encontrar los autores clásicos que influyeron en los sociólogos ecuatorianos y los efectos que tuvieron en el desarrollo de la sociología hasta su institucionalización como carrera hacia 1960.[i] Se trata, por lo tanto, de un estudio sobre la recreación local de una disciplina global (Acharya 2004), que incluye una revisión sobre cómo los primeros esfuerzos de localización a partir de 1910 condicionaron la manera de entender la sociología hasta el año 1950. De esta forma se pretende comprender la institucionalización de la sociología ecuatoriana en el sentido intelectual, organizacional y sociocultural (Geiger 1975, 237). Este trabajo se basa en un acercamiento institucionalista a la historia de las ideas sociológicas en la comparación entre el nivel local y una parte del nivel global. El foco principal está en las condiciones que permitieron el establecimiento de una sociología extemporal, en especial, en las personas involucradas, las organizaciones en las cuales actuaron y el panorama político de la época, el cual determinó qué se podía decir y pensar.

 

2.     Surgimiento de la sociología como disciplina académica en el Ecuador

En el Ecuador se institucionalizó la sociología como disciplina académica de manera tardía. Mientras las primeras cátedras de sociología de Estados Unidos, Francia, y hasta de Colombia y Argentina, surgieron en la década de 1880 (Roig 1979, 24) y fueron extendidas y acompañadas por las primeras asociaciones profesionales y revistas desde la década posterior (Connell 1997, 1528), no fue hasta 1915 que se creó en Ecuador la primera cátedra de sociología, específicamente en la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Central. La nueva disciplina académica estuvo marcada por su fuerte relación con el derecho y su enfoque en la creación de una sociología nacional, como sucedió de forma general en el continente y a diferencia de las pautas marcadas en Europa (Roig 1979). De hecho, todos los autores aquí revisados fueron abogados graduados de la Universidad Central del Ecuador. Las influencias del positivismo –ya en su última fase a nivel global (Roig 1979, 68)– y los vínculos con el liberalismo político predefinieron su desarrollo hasta el cambio en la década de los 60, que significó una ruptura generacional. Según Roig (2013, 95-96), los sociólogos profesionales ecuatorianos se pueden ubicar en la línea ético-social del positivismo, que coincide con la consolidación del movimiento liberal ecuatoriano y corresponde a una combinación entre influencias spencerianas y krausistas. Estas influencias dotaron al positivismo ecuatoriano de un “marcado psicologismo y biologismo” y en algunos casos lo acercaron a una “parasociología”.

El primer profesor de sociología en el Ecuador fue Agustín Cueva Sáenz, padre del famoso Agustín Cueva Dávila. Cueva Sáenz estuvo involucrado en la Revolución Liberal y fue senador en varias ocasiones. Entre 1913 y 1931 se desempeñó como profesor en la Universidad Central. Aunque no publicó muchos trabajos científicos, ejerció una influencia decisiva a través de la enseñanza en su cátedra (García Ortiz 1945, 147). Formó parte de la Sociedad Jurídico-Literaria (Prieto 2004, 81-82), una asociación de estudiantes y profesores de la Universidad Central encargada de una importante revista que circuló desde comienzos de siglo XX hasta los años 30. El inicio de la sociología profesional coincidió con un debate muy animado sobre la sociología que se dio en esta revista –especialmente en la década de 1910– (Campuzano Arteta 2005, 419), en tesis de fin de carrera y en la revista Anales de la Universidad Central.

Este debate se reflejó en el texto más sociológico de Cueva Sáenz (1915). En la crítica a la servidumbre que desarrolló en ese escrito retomó las teorías sociológicas europeas de la época y presentó como sus influencias centrales a tres clásicos europeos: Alfred Fouillée con su concepto de ideas fuerza como factor del desarrollo histórico; Gabriel Tarde con las leyes de la imitación; y Ludwig Gumplowicz, quien propuso que las razas humanas se forman a través de guerras (Cueva Sáenz 1915, 42).

Estos referentes los combinó con pensadores como Spencer y Durkheim para rechazar al racismo biologista dado que “la raza es simplemente un producto histórico y del medio” (Cueva Sáenz 1915, 47). En tal sentido y retomando a Tarde, destacó que la civilización hace a la raza y no a la inversa. Su argumento se basaba en las teorías sociológicas de la época, era político y se enfocaba en la integración nacional. Para él, la existencia de diferentes razas no significaba una división insuperable. “Nuestro territorio está poblado por blancos, indios, mestizos y negros, […] esos elementos étnicos pueden asimilarse y fundirse en una cultural nacional” (Cueva Sáenz 1915, 48). Sin embargo, entendía que el problema fundamental no era la existencia de diferentes razas, sino la falta de integración, especialmente de los indígenas, y que este conflicto estaba vinculado al concertaje como mecanismo de exclusión económica y legal (Cueva Sáenz 1915, 49-50). Esto mantenía “vallas artificiales” (Cueva Sáenz 1915, 51) que obstaculizaban el desarrollo de la sociedad y de la vida económica en cuanto “fuente de toda energía y de todo progreso individual y social” (Cueva Sáenz 1915, 49). Por lo tanto, interfería con “la aptitud para imitar y absorber los modelos de la herencia social [que] es el gran resorte de la civilización de los hombres y a esa aptitud le hemos puesto vallas, manteniendo calculadamente la ignorancia del indio” (Cueva Sáenz 1915, 48-49).

En el sílabo de sus clases mencionaba solamente a cuatro sociólogos: Spencer, Durkheim, Fouillée y Salas Ferré. Sin embargo, mediante una revisión de los conceptos mencionados es posible incluir entre sus influencias a Ward, Giddings y Tarde. Los temas que proponía el curso influyeron en la sociología posterior hasta la década de los 50 y se destacaron argumentos como lo social, la conciencia social, las clases sociales y la relación entre individuo y sociedad (Cueva Sáenz 1918).

Belisario Quevedo fue quizá el sociólogo más influyente de la época, aunque nunca fue catedrático universitario. Luego de su vuelta al positivismo –alrededor de 1913 y antes de su muerte prematura en 1921– desarrolló en varios textos las bases de una sociología positivista adaptada al medio ecuatoriano (Roig 1977). Según Quevedo (1980), la conducta necesaria para mantener la vida –por definición, instintiva– se encuentra estrechamente ligada a la formación de la sociedad misma. Conductas secundarias se forman “por la imitación recíproca de los individuos de una sociedad; por la selección entre imitaciones en caso de lucha; por la acumulación de esas normas de conducta en lo que llamamos conciencia social” (Quevedo 1980, 570). Esta imitación es el mismo proceso de socialización. La sociedad, así constituida, define al individuo y cómo este percibe al mundo. No obstante, eso no significa que Quevedo (1980) defendiera una visión colectivista, pues consideraba que “el espíritu social es más que todo espíritu individual y domina toda voluntad individual” (1980, 571). La moral, tema de interés para Quevedo (1980, 571) en este texto, era por lo tanto “un hecho social, un fenómeno social”. Detrás de esta argumentación ese encuentra el vitalismo spenceriano: “el fin remoto de la voluntad es la vida; […] el instinto de conservación es el fondo latente de toda actividad; […] la conducta humana es la adaptación de medios más o menos próximos o remotos a la conservación del ser” (Quevedo 1980, 574). Dado que la vida solo se deja sostener de manera colectiva, el egoísmo innato deviene en un altruismo hacia el propio grupo. En el fondo existen leyes fundamentales de la vida que la sociología, entendida como ciencia moral, tiene que estudiar (Quevedo 1980, 577). Estas leyes se basan en cuatro principios: “1) que quieren vivir todos; 2) que la vida no se conserva sino gracias a la actividad; 3) que debiendo vivir todos, las actividades tienen que limitarse; 4) que los límites de esas actividades tienen que ser iguales para todos” (Quevedo 1980, 578).   

Quevedo adapta estas ideas al medio ecuatoriano en un texto tardío. Revisando el desarrollo –según las tres etapas comtianas– de la filosofía de la historia a la sociología, Quevedo (1917) concibe a Hegel y Spencer como impulsores de la ciencia positiva, forma en la que se entiende la sociología. Hegel planteaba que “el desenvolvimiento humano se concibe como un proceso de autorrealización”, por su parte, para Spencer, “toda nueva forma de la materia tiene que ser entendida como efecto de una fuerza o de una forma de materia antecedentes” (Quevedo 1917, 145-146). Ambas ideas permiten la superación de las limitaciones inherentes de la filosofía de la historia –basadas en su eurocentrismo–. Como explica Quevedo (1917, 148):

 

La historia de la raza blanca en Egipto, Persia, Grecia, Roma y la moderna Europa se ha tomado por historia de la humanidad y sobre esta base parcial se ha pretendido levantar el edificio de la filosofía del género humano. Sin conocer la historia se ha querido penetrar en la idea de ella, o deduciendo de un sistema trascendental la idea histórica se ha querido con arbitraria violencia de los hechos, acomodar a ella el proceso humano.

 

La sociología puede superar los aspectos metafísicos (en el sentido de Comte) de la filosofía de la historia y convertirse en “la ciencia de la sociedad sacada de la historia por inducción” (Quevedo 1917, 148). Para ello se vale del método de experimentación con el fin de acercarse al “fenómeno social y a sus leyes” (Quevedo 1917, 149). Además, se basa en la concepción spenceriana de evolución social, en la cual “el proceso social se explica por el crecimiento del valor individual” (Quevedo 1917, 150) y que continuaron desarrollando autores como Kidd, Gumplovicz, Giddings, Tarde, Baldwin, Fouillée, Le Bon, Ward. También incluye una referencia a Marx y al materialismo histórico y autores que lo discuten como Croce, Pareto, Kautsky y Bernstein, algo llamativo por la época en la que se produce.

Justo después de la muerte de Quevedo en 1921 y dedicado a él, Augusto Egas (1921)[ii] publicó un texto que resumía coherentemente la visión de la sociedad imperante en esa época. Para Egas (1921, 128), la sociedad se presentaba “como una sustantividad compuesta de individualidades que persiguen fines comunes”. En tal sentido sigue a la ley de evolución propuesta por el positivismo spenceriano, de lo inorgánico, pasando por lo orgánico y enfocándose en la evolución superorgánica. En este esquema los órdenes de lo físico, químico, orgánico y psíquico dependen en cada caso de los órdenes anteriores. El aspecto social sería otro orden más, “no es una creación de los individuos, sino un producto natural, un fenómeno que se da y se hace en la realidad” (Egas 1921, 148-151) y un fenómeno que tiene conciencia de sí mismo, en tanto que conserva las experiencias del grupo y forma un juicio social. En eso, integra a los individuos a través de la “interacción psíquica, como resultado de la presencia del socius en cada uno de los espíritus individuales que hace que cada uno de estos piense y sienta al otro, creando así un nuevo producto, lo social” (Egas 1921, 138). El desarrollo social sigue las mismas fases de lo individual: pasa de lo espontáneo a lo reflexivo y finalmente a lo volitivo.

Después de esta fase de introducción de la sociología al Ecuador, la disciplina se estabilizó gracias a la institucionalización que alcanzó a mediados de la década de los 20. Eso se refiere particularmente a los sociólogos dominantes del momento y a las teorías que ellos emplearon en sus textos. Probablemente el más importante actor fue Ángel Modesto Paredes,[iii] considerado por Quintero (1988) el primer sociólogo ecuatoriano. Su amplia obra –de más de 6000 páginas en total– fue publicada entre 1924 y 1958 y abarcaba muchos temas “en torno a un objeto de análisis específico que se reclama perteneciente a una ‘nueva ciencia’: la sociología” (Quintero 1988, 12). Paredes marcó el camino a seguir por la sociología en el Ecuador (García Ortiz 1945, 150), al menos hasta 1950.

En su segunda obra, “La Conciencia Social”, publicada en la Revista de la Sociedad Jurídico-Literaria, en Anales y como libro completo por la Universidad Central, Paredes (1925) estableció que lo social se deriva de lo biológico, en el sentido de niveles de existencia que comienzan con la unidad química y pasan por la unidad fisiológica hasta llegar a la unidad morfológica y su correspondencia social. En este argumento, abiertamente spenceriano, lo morfológico corresponde con el agregado familiar. Para Paredes (1925), la conciencia, tanto individual como social, era fundamental para entender a los individuos y a la sociedad. Para este autor la conciencia estaba vinculada a los niveles inferiores, así que hasta la unidad química tenía “poderes ocultos que forman la conciencia” (Paredes 1925, 176). Entonces, su primera teoría social se podría resumir en estas líneas:

 

La unidad fisiológica […] en el individuo […] que sube la interior dirección de una fuerza intima, de poderes ocultos y avasalladores, capaces de señalar orientaciones a las formas varias de sus actividades, en presencia del correspondiente estímulo procedente del exterior; y todo eso cambiándose en reacciones, oposiciones y sumas de fuerzas parciales, para la determinación de los caracteres de la primera unidad social […] (Paredes 1925, 176).

 

Antes de la publicación como libro del texto La Conciencia Social en 1927, Paredes llevó a cabo una ampliación donde integró algunas reflexiones sociológicas más avanzadas. El primer capítulo contenía una amplia crítica a la sociología de su época donde desarrollaba su posición en contraste con Durkheim quien, según Paredes (1988b, 180), reducía lo social a “casi la pura relación material” y no era capaz de ir más allá de lo inmediatamente observable. Sin embargo, le faltó incluir la intuición y al mismo tiempo ir más allá de ella, ahondando en conocimientos anteriores y no dejándose reducir a la confirmación de leyes sociales. Para eso, Paredes (1988b, 183) concordaba con Comte en cuanto al “reconocimiento de la sociedad como un producto de la naturaleza” que evoluciona en el sentido spenceriano. Además, estableció un debate con René Worms para afirmar que los grupos sociales, concretamente las naciones, se definen por la identidad de estímulos, de reacciones corporales y de fines. Debido a esto la sociología se dedica al estudio de la sociedad en cuanto Estado. Para Paredes (1988b, 187): “la sociología estudia la generación de las fuerzas que determinan los hechos, y los profundos motivos del fenómeno, como proceso de la energía originariamente única […] que se desenvuelve” y se define por la “contemplación de las fuerzas iniciales de las actividades colectivas” (Paredes 1988b, 188) que se dejan observar en las formas sociales. Aunque insistía en que lo importante no son las formas sociales como tales, sino las leyes que rigen su arquitectura.

Según Paredes (1988b) la conciencia social se basa en el colectivo que la forma. Este colectivo, en cambio, se basa en los organismos de los que está compuesto. Con eso abogaba por una idea de la conciencia pública, rechazando la psicología de los pueblos y el biologismo como acercamientos imprecisos. Esta conciencia pública podría –de acuerdo con Paredes que sigue a Comte– descansar sobre la psicología individual y en la tendencia innata de desenvolver las facultades individuales como manifestación del principio del progreso que determina la vida social. Siguiendo a Tarde, Paredes (1988a, 226-227) partía de una psicología intermental que incluía actos intercorporales y que se contraponía a la definición del hecho social según Durkheim (1893 citado en Paredes 1988b) como coercitivo a la idea de la aceptación espiritual del mismo.

Este análisis revela que Paredes ya preparaba su propuesta de una sociología psicológica que desarrolló más en el segundo capítulo de La Conciencia Social. Para superar el acercamiento durkheimiano el autor partió de una visión sobre “la complejidad de fuerzas que componen o se descomponen en sistema de energía dentro de la sociedad” (Paredes 1988a, 203). Eso incluyó también la biología como posible factor social. A pesar de respetar la psicología individual, entendía la sociedad como un sistema de energías psíquicas. Para Paredes (1988a, 205), “la interna actividad de la vida de los individuos de un grupo, cambiada en los procesos de los fenómenos sociales, mediante el sistema de fuerza psicológicas precedentes” siguiendo las mismas reglas de la química define a la sociedad, mientras que la sociedad define a sus integrantes a través del vivir colectivo. En opinión de Paredes (1988a), esta definición no es coercitiva como en Durkheim, sino que se basa en la determinación interna y la aceptación de las personas. Paredes (1988a, 212) contradice a Durkheim y también a su profesor Cueva y, a diferencia de ellos, acepta la existencia de razas humanas para definir cómo se percibe la realidad.

La subjetividad del conocimiento es formada por la percepción y porque “en la vida humana hay muchas y sucesivas sumersiones y la primera es aquella que ha fijado la raza” (Paredes 1988a, 212).[iv] Para poder entender un grupo social se precisa analizar las energías psicológicas que tiene. “Los fenómenos fundamentales […] de los procedimientos de los grupos humanos organizados […] son los procesos mentales entre los agentes primeros de tal vida” (Paredes 1988a, 212). Lo intracerebral o psicológico repercute entonces en lo intercerebral o social. Relevante para estos conceptos son la repetición y la innovación. Paredes retomó ciertos postulados de Tarde (Paredes 1988a, 214), aunque al mismo tiempo lo cuestiona porque no incluye a lo intracerebral debido a su acercamiento objetivo y experimental. Por lo tanto, no puede decirse que aportó a la definición del método del autor, donde existe la “introspección psicológica para las aplicaciones sociales” (Paredes 1988a, 216). El pensamiento se presenta entonces como pre o subsocial y puede influir en la sociedad a través de sugerencias de diferentes tipos, como también la sociedad puede influir en el individuo (Paredes 1988a, 219). Tomando en consideración estos postulados estableció que el estudio de lo intracerebral tenía que realizarse primero que el de lo intercerebral (Paredes 1988a, 223).

Existe una fuerza colectivizante que corresponde a la naturaleza (Paredes 1988a, 222) y que produce una misma reacción del grupo en cuestión a un determinado estímulo. La herencia colectiva es central para esta teoría. Según Paredes (1988a, 223), se da un “traspaso histórico de toda conquista (propiamente la imitación en el grupo) y la herencia biológica” que se basa en una “similitud mental que se consigue mediante el continuado trabajo de la imitación entre los hombres”. Paredes (1988a, 224), citando a Giddings, añade que se basa en una “simpatía orgánica de la conformación exterior”, lo cual ocasiona que personas parecidas sientan simpatía y conlleva a una mayor cohesión –en este caso entre europeos–. A partir de esto se produce una simpatía espiritual que “es el fundamento inequívoco y supremo de la sociabilidad” (Paredes 1988a, 225). Siguiendo a Gumplowicz, se trata de conceptos que incluyen también la sociabilidad entre enemigos: “la oposición es uno de los grandes sistemas de asociación” (Gumplowicz citado en Paredes 1988a, 229).

Este esquema usado para comprender la sociedad sigue a Comte y se inspira en Roberty en cuanto a que lo superorgánico se basa en seres orgánicos individuales y es superior a ellos. Existe una secuencia de lo psico-físico individual, lo psíquico colectivo y la vida superorgánica que, en cambio, produce lo psíquico. Los superorganismos poseen capacidad de autogénesis, pueden producir elementos que están ausentes en los individuos (Paredes 1988a, 230).

 La Conciencia Social se convirtió en la representación internacional de la sociología ecuatoriana en sus primeras etapas de desarrollo. Guillaume-Léonce Duprat editor de la Revue Internationale de Sociologie, –fundada por René Worms pero sin línea teórica definitiva (Geiger 1975, 238)– publicó una reseña de este libro en la revista. Su lectura de Paredes fue destructiva. Para Duprat (1928, 89), el libro tenía poco de sociología, se adentraba más bien en el campo de la psicología y además detectó una falta de estudio de los autores considerados relevantes en esa época. Consideraba que Paredes se encontraba a medio camino entre Durkheim y Tarde y más cercano a Worms y Roberty. Al mismo tiempo, aseguró que su “sociología psicológica” se oponía a Durkheim y estaba alejada de Tarde (Duprat 1928, 90). El propio autor consideraba que el argumento organicista, el cual señala que las exigencias orgánicas producen aspiraciones individuales y que la sociedad, en cuanto energía social, podría ser considerada como la suma de las energías individuales, era confuso y hasta antisociológico (Duprat 1928, 90).

Paredes no se dejó disuadir por esa crítica y la usó para desarrollar su pensamiento de forma más explícita, comenzando con una réplica. En ella defendió la necesidad de ir más allá del hecho social observable para estudiar las fuerzas y la energía interna que lo producen. Este punto no revela un psicologismo problemático –de hecho, se identifica con la psicología (Paredes 1928, 41)–, sino que parte de la idea que plantea que “la vida social es un resultado (combinación), y para comprenderla sin nada presuponer, creo yo conveniente ir de los elementos al compuesto, a ver si en este están representados aquellos” (Paredes 1928, 37).

No comentó la ubicación que Duprat hace de él en relación con sus influencias sociológicas en cuanto a Durkheim y Tarde, pero relativiza su supuesta cercanía a Roberty y rechaza al organicismo de Worms. Paredes destacó que su organicismo era diferente al de Worms, el cual, según él, no llegaba a la idea de que “lo social es obra de la naturaleza y no de las actividades voluntarias” (Paredes 1928, 41). El autor probablemente compartió el amplio rechazo al organicismo de Worms que, a diferencia de organicismo de Spencer, era altamente abstracto y por ello no permitió juicios de valor ni se convirtió en la base para una crítica normativa de la sociedad (Geiger 1975, 239).

Además, respondió a Duprat sobre la acusación de ver a lo social solo como acumulación de lo individual de forma afirmativa. Para Paredes la agrupación social se daba por la simpatía que causaban las necesidades comunes. Tomando en consideración estos elementos reformuló su teoría social: “pienso no haber en lo social, absolutamente otra cosa que las calidades atómicas humanas, visibles y palpables; por el contrario, afirmé que se constituían volviéndose eficaces y reales cuanto se hallaba en iniciación, en comienzo sólo en el hombre; que, por lo tanto, tal eficacia y valor eran producto social” (Paredes 1928, 42).

En 1931 Agustín Cueva se retiró de la universidad y dejó la Cátedra de Sociología en manos de sus alumnos. Todo indica que Paredes y Luis Bossano se turnaron en esta tarea hasta la década de los 50, actividad que se vio interrumpida por las posiciones políticas que adoptaron.[v] Bossano (1941, 20) consideraba a Comte y Spencer como los fundadores de la sociología. Aunque rechazó el uso solamente metafórico del organicismo (Bossano 1941, 55), defendió la idea de “un amplio sistema de principios permanentes” (Bossano 1941, 40). Si bien no estuvo completamente de acuerdo con Spencer en la “extensión totalitaria” (Bossano 1941, 42) de sus principios, concordaba con la idea de leyes generales que rigen la sociedad. Este concepto lo combinó con la concepción comtiana sobre “la determinación objetiva de los hechos y la inducción serena a través de la historia y del análisis, constituirán la única ruta del descubrimiento de las leyes de la sociedad” (Bossano 1941, 26).

El propio autor determinó que este acercamiento era característico de la sociología científica. En este y otros textos, Bossano (1941) se limitó a una revisión general de las teorías sin tomar una posición que fuera más allá de la inducción para demostrar leyes generales. Su acercamiento fue más pragmático que el de Paredes en cuanto a que se comprometió con el “escrupuloso y estricto examen de los hechos particulares” (Bossano 1941, 27-28) propuesto por Comte y que “investiga las leyes de los fenómenos sociales ateniéndose a las relaciones de causalidad y examina los caracteres específicos de cada sociedad, penetrando en la recíproca acción de los hombres y del ambiente” (Bossano 1941, 42). Al mismo tiempo, logró actualizar el canon revisado e incluyó autores más contemporáneos como von Wiese y Pareto. Este proceso parece haber marcado una pauta durante la década de los 40 (García Ortiz 1945, 149), pero no rompió con la orientación teórica general.

 

3.     La primera sociología ecuatoriana como sociología spenceriana

Herbert Spencer es considerado uno de los fundadores de la sociología.[vi] Sin embargo, el impacto de su obra básicamente terminó con su muerte en 1903[vii] debido a la mala fama que adquirió el organicismo hacia fines del siglo XIX (Geiger 1975, 239-241). Los clásicos modernos de la sociología como Max Weber, Simmel, Durkheim lo ignoraron o lo criticaron duramente. La crítica realizada por Durkheim en La División del Trabajo Social ([1893] 2012) es considerada como una superación del pensamiento spenceriano en la sociología, sin que necesariamente se haya producido una ruptura con algunos fundamentos de Spencer (McKinnon 2010, 439-441). Durante la década de los 20 el proyecto sociológico de Comte y Spencer fue abandonado y no fue retomado hasta la década de los 50 (Connell 1997, 1534).

Según McKinnon (2010, 440), Spencer partía de la idea de la fuerza o energía física como base de la evolución social, la cual era descrita como un aumento de la integración de la vida en la sociedad. Siguiendo una metáfora biológica, correlacionaba el desarrollo de organismos biológicos compuestos de elementos inorgánicos con las sociedades, consideradas como organismos suprabiológicos. También mencionó una secuencia teleológica conformada por lo inorgánico, lo orgánico y lo supraorgánico. Cada uno de estos elementos funcionaba según la misma lógica de la fuerza o energía. Es importante destacar que Spencer se guiaba por la teoría de la evolución presentada por Lamarck y no por la de Darwin, lo que demuestra que ponía énfasis en la idea de características adquiridas y heredadas. Aun así, mantuvo un individualismo metodológico considerando a las sociedades como grupos de individuos agregados (McKinnon 2010, 440-443). En este sentido, individuo y sociedad se producen mutuamente. No obstante, en la recepción primó muchas veces una lectura de superioridad evolucionaria de grupos que se beneficiaron del colonialismo, omitiendo la complejidad del argumento spenceriano (Connell 1997, 1530). La idea central de una evolución social se traducía en la “diferencia global” (Connell 1997, 1516-1517) entre las poblaciones consideradas primitivas y las avanzadas.

La lógica de la fuerza o energía –teoría derivada de la física de la época– se movía en dos direcciones relacionadas: conservación de la fuerza y entropía. La tendencia de la entropía lleva a una mayor concentración o integración y organización. Esta evolución “primaria” conlleva una evolución “secundaria” a través de una división de trabajo mucho más compleja. En las sociedades esto se traduce en la tendencia de un aumento de número y en la aparición de una división social. La expansión necesaria sigue el camino de menor resistencia, lo que define la relación del grupo en cuestión con su entorno y su capacidad de adaptación, en concreto, la cultura como posibilidad de manejar problemas ambientales (McKinnon 2010, 445-447). Esta idea metabólica explica el rol del comercio y sus posibles limitaciones, las formas concretas que pueda tomar la división laboral, incluyendo la especialización regional, así como el rol del Estado como sistema nervioso central –todo impulsado por la misma energía que define los organismos y las sustancias inorgánicas–. Por eso no sorprende que la línea comtiana-spenceriana de la sociología incluya a menudo reflexiones sobre física y biología con el fin de explicitar las leyes que también rigen a la sociedad (Connell 1997, 1531).

Estas líneas fundamentales de la sociología spenceriana estuvieron acompañadas por un foco en el “mejoramiento moral, intelectual y material de la sociedad” (Connell 1997, 1519-1520) ,a través del estudio y la aplicación de las leyes generales del desarrollo social. La noción de progreso inherente a esta idea fue fundamentada por datos etnográficos adquiridos durante la expansión colonial de la época. Esta fundamentación empírica destacó por su alto grado de abstracción y su método comparativo unidireccional (Connell 1997, 1523).

Revisemos algunos argumentos claves de Spencer. En la segunda parte de su libro Principios de Sociología (2004, 232), define la sociedad como una entidad agregada de unidades discretas relacionadas entre sí de forma estable. La sociedad o el agregado social comparte los mismos principios que los agregados inorgánicos y los orgánicos. Todos estos agregados están definidos por la integración, que en los agregados orgánicos y sociales se convierte en crecimiento en el sentido de un aumento de masa. “El crecimiento social se prolonga habitualmente hasta el momento en que las sociedades se dividen o son destruidas” (Spencer 2004, 233). Este crecimiento incluye una diferenciación interna de los agregados puesto que “la progresiva diferenciación de estructuras viene acompañada por una progresiva diferenciación de funciones” (Spencer 2004, 234). Eso sucede también con la formación de clases sociales que se diferencian por sus ocupaciones y por el control sobre la sociedad que puedan tener. Por lo tanto, un aumento de diferenciación siempre estará acompañado de un aumento de la interdependencia de las partes (Spencer 2004, 236).

Por estos motivos, Spencer (2004) considera la sociedad como un organismo, uno que puede sobrevivir a la muerte de algunas de sus partes, sean estas personas individuales u organizaciones grandes. En esta visión “cada una de las funciones mutuamente dependientes está compuesta por las acciones de muchas unidades, que cuando van muriendo una por una son reemplazadas sin que la función en que participan se vea afectada” (Spencer 2004, 238-239). La diferencia entre el organismo social y el animal reside en que las partes de la sociedad son discretas y relativamente dispersas –y no están estrechamente vinculadas como en un organismo vivo concreto–. La cooperación entre individuos se produce “por los signos expresivos de los sentimientos y de las ideas transmitidos de una persona a otra” (Spencer 2004, 241). Por lo tanto, es el lenguaje que cumple la función internuncial a nivel de la sociedad, mediante el cual la conciencia del organismo social se difunde a través de toda la sociedad; un aspecto que se vuelve el punto de partida de un argumento individualista de Spencer. “Así pues, al no existir un órgano social que concentre la sensibilidad, el bienestar del conjunto como algo aparte del de las unidades que lo componen no es una finalidad que haya de ser perseguida. La sociedad existe para beneficio de sus miembros, no sus miembros para beneficio de la sociedad” (Spencer 2004, 242).

Para entender la psicología humana, Spencer trabajó con una comparación con el cuerpo humano (1917, 75). Sobre este asunto planteó que ambos evolucionaban a lo largo del tiempo y se definían por cambios que permiten “la adaptación continua de las relaciones internas a las relaciones externas” (Spencer 1917, 76). Los “fenómenos de la vida del espíritu” (Spencer 1917, 76) se presentan entonces como resultado de una larga evolución de lo simple e inorgánico pasando por la vida corporal compleja.

Estas ideas básicas definen el pensamiento sociológico de los autores que revisamos. Agustín Cueva Sáenz (1915), cuya inspiración spenceriana ya fue obvia para sus contemporáneos y alumnos (García Ortiz 1945, 147),[viii] entendía la sociedad nacional como un organismo que se debía desarrollar. Este desarrollo natural estaba limitado por vallas artificiales, entre ellas, los mecanismos de la servidumbre. Un factor central en este desarrollo es la herencia social. Al mismo tiempo, se basa en una visión metabólica de la economía como fuente de energía y progreso social.

Para Belisario Quevedo (1917, 1980), lo social se basaba en conductas básicas para mantener la vida. Estas conductas permiten la adaptación del grupo en cuestión al entorno a través de la constante actividad. En cambio, otras conductas secundarias se forman por la imitación, lo que también permite crear un mecanismo de socialización y de conciencia social del grupo. De esta manera, la sociedad se constituye en algo más grande que el individuo y con la capacidad de determinarlo. Quevedo (1917, 1980) entendía que la sociología tiene que estudiar la moral, para entender –y posteriormente aplicar– las leyes fundamentales de la vida. También partía de la existencia de una fuerza anterior que sigue presente en la materia actual, desarrollada por evolución social y que se puede estudiar por inducción.

Augusto Egas (1921) aceptaba la idea spenceriana de evolución. Para él, lo social era un producto natural que partía de lo psíquico, pero sin depender de él directamente y con conciencia de sí mismo. Por lo que se interpreta que la sociedad tiene influencia sobre los individuos que forman parte de ella.

Ángel Modesto Paredes es quizá el spenceriano más claro y creativo. Veía la sociedad como un organismo social que evoluciona a través de la herencia social, basándose en energías vitales que funcionan según principios definidos. Para él, el paso más relevante a estudiar era comprender cómo lo psíquico se convertía en lo social. En este punto fue más allá de la solución aportada por el mismo Spencer –el lenguaje– y profundizó la revisión de Tarde para precisar la idea de la imitación e innovación. Paredes (1925, 1928, 1988a, 1988b) defendió el individualismo de Spencer, pues consideraba que la sociedad comenzaba con individuos que se agrupan por simpatía y para adaptarse mejor a un entorno común.

Luis Bossano fue probablemente el spenceriano más pragmático de temprana la sociología ecuatoriana. Aceptó la existencia de leyes universales que la sociología debía estudiar, pero rechazó el organicismo como totalitario. Siguió la perspectiva normativa típica de la época y no logró traducir su pragmatismo en estudios empíricos, algo que comenzaría en la década de los 50.

El compromiso de la temprana sociología ecuatoriana fue mucho más allá de una ubicación en un “positivismo” como estrategia retórica (Campuzano Arteta 2005, 426-427) y no estuvo basada en estudios empíricos como los que hoy en día definen a la sociología. Su uso ecléctico de datos actuales y su ubicación en un recorrido histórico amplio son más bien típicos de una primera sociología global, olvidada en la actualidad. En su centro se ubica claramente Herbert Spencer. Teniendo claro la centralidad de Spencer, se vuelve necesario revisar el supuesto eclecticismo entre positivismo y krausismo que autores como Roig (1979, 64) proclaman –algo que solo puede realizarse mediante un análisis más profundo–.

 

4.     Ser spenceriano después de Spencer

El canon de la temprana sociología ecuatoriana fue definido por el primer sociólogo profesional, Agustín Cueva Sáenz, y reafirmado por sus alumnos y sucesores. En su centro se ubica claramente Spencer, mientras que Comte se entiende como referencia importante del periodo, pero más ocasional. Como fuentes secundarias, útiles para argumentos más particulares, se encuentran Fouillée, Tarde, Gumplowicz, Giddings y Ward. Los autores que se incluyen después –como Germani, Poviña, Pareto, Sorokin– nunca dejaron de ser marginales para la sociología ecuatoriana, aunque fueron muy importantes para la sociología global.

Llama la atención la poca relevancia de autores latinoamericanos o españoles y el uso casi exclusivo de los reyes destronados de la temprana sociología global. Ninguno de los autores sobre los cuales basan sus reflexiones los sociólogos ecuatorianos tenían relevancia en el aérea de la sociología global cuando estos publicaron sus textos. De hecho, hasta la década de los 50 el canon sociológico ecuatoriano se mantuvo en el mismo punto de debate que presentaba a inicios del siglo XX. Esta situación generó obvias desventajas, entre ellas, la desvinculación del debate internacional hasta el punto de volverse incomprensible para sociólogos externos. El ejemplo más claro de ello es la reseña que Duprat hizo de Paredes. A Duprat no le llamó la atención el rechazo de Durkheim. Al parecer este fue punto común de la sociología de la época, que usó particularmente las reglas del método como “saco de boxeo para argumentos sobre la importancia del individuo” (Connell 1997, 1514) hasta finales de la década de los 30. El principal punto de desencuentro estuvo en el intento de Duprat de ubicar a Paredes en las tradiciones sociológicas de la época, colocándolo a medio camino entre Durkheim y Tarde –oponiéndose a ambos con su sociología psicológica– y cercano a Worms y Roberty (Duprat 1928, 90). Además, ni siquiera mencionó a Spencer como influencia directa, aunque Paredes se ubicaba claramente en esta tradición y lo cita directa e indirectamente. Una sociología spenceriana fue algo completamente inimaginable para el año 1930, por eso Duprat (1928) hasta puso en duda el carácter sociológico del trabajo realizado por Paredes.

Esto también podría explicar la poca recepción a nivel latinoamericano de los sociólogos ecuatorianos de la etapa temprana. Aunque Paredes y Bossano publicaron varios textos en la prestigiosa Revista Mexicana de Sociología en las décadas de los 40 y los 50, al parecer estos artículos solo fueron consultados en la época para elaborar textos sobre el estado de la sociología en América Latina.

La forma concreta de constitución de la sociología ecuatoriana como disciplina académica presenta obvias desventajas a nivel académico. Sin embargo, también presentaba ventajas. Según Acharya (2004, 240) el foco en el estudio de la localización debe estar en los actores locales que aceptan normas e ideas globales. La sociología no llega simplemente de afuera y es pasivamente aceptada. Más bien existen actores locales que construyen estratégicamente una congruencia entre las creencias y prácticas locales y las ideas globales, dando énfasis a lo local (Acharya 2004, 241). El éxito de estos actores locales depende de su credibilidad local. Si los actores que intervienen en la localización de ideas son considerados por su comunidad como sus representantes y portadores de los valores locales, sus esfuerzos de localización van a ser aceptados con mayor probabilidad (Acharya 2004, 248).

Esta lógica puede ayudar a entender las particularidades de la sociología ecuatoriana en su primera etapa. Todos los sociólogos que se revisaron en el presente artículo ocuparon posiciones políticas importantes, fueron parlamentarios, ministros o embajadores. También tuvieron roles influyentes en los partidos políticos, sobre todo dentro del partido liberal, pero también en el socialista. Hasta personas menos reconocidas académicamente, como Augusto Egas, alcanzaron posiciones importantes en la administración pública. Algunos, aunque solo por breve tiempo, fueron miembros de la élite política del país.

Entonces, la interpretación de Roig (1979) sobre que la sociología se desarrolló en contraposición al progresismo conservador, y que se dio un movimiento de un liberalismo libertario radical alfarista hacia un liberalismo del orden establecido en la década de los 20, ofrece pistas sobre las particularidades de la formación de la sociología temprana en el Ecuador, la cual derivó su legitimidad de la legitimación política de sus principales actores y después dotó de legitimidad científica a sus demandas políticas. Eso no es necesariamente raro y hay que destacar la alta calidad de la argumentación sociológica de algunos textos, especialmente de Cueva Sáenz y Quevedo, identificados con el liberalismo radical democrático de inspiración alfarista (Campuzano Arteta 2005, 419). Autores posteriores, como Paredes o Bossano que estaban identificados con el liberalismo del orden, aprovecharon su legitimidad política para construir una sociología que –en cambio– iba a legitimar sus demandas políticas, pero de una manera mucho más indirecta.[ix]

Entonces, se confirma el juicio de Campuzano Arteta cuando planteó que la sociología ecuatoriana temprana produjo “un saber académico que propugna y legitima determinadas transformaciones” (2005, 405), pero condicionándolo: el saber académico deriva su legitimación de la política. La propagación de determinadas transformaciones es entonces una extensión de la política hacia la ciencia y no una intromisión de la ciencia en la política. Una modernización científica de la política, por ejemplo, en el sentido de una tecnocracia, está aún lejos. Esta estrecha relación entre universidad y Estado y entre ciencia y política no anula la autonomía de cada esfera. De hecho, genera las condiciones para la formación particular que tuvo la sociología ecuatoriana hasta la década de los 60. La centralidad de Spencer es poco sorprendente.[x] La constante referencia a las leyes universales de la energía, el carácter natural de la sociedad y su desarrollo, y las tendencias de diferenciación que se producen casi automáticamente, convierte a argumentos políticos, por ejemplo, en contra de las estructuras de la servidumbre, en argumentos científicos que condensan leyes naturales. Debido a la influencia de los argumentos spencerianos, Cueva Sáenz y sus alumnos no formularon de manera compleja sus intereses políticos.

Usando el “cientificismo como estrategia retórica” (Campuzano Arteta 2005, 416) logran desarrollar científicamente los fundamentos de demandas políticas necesarias. Eso también explica la mayor parte de las demás referencias: sirven para refinar el argumento de Spencer, como en el caso de Fouillée, Gumplowicz y Ward, o para ampliarlo, como en el caso de Tarde, que insistía en el rol fundamental del individuo (Geiger 1975, 240-241). El carácter elitista (Campuzano Arteta 2005, 403) de la sociología ecuatoriana temprana, así como “la gran dispersión en sus trabajos, la inexistencia de un debate interno, el recargado y confuso barroquismo de su erudición, y la patente ausencia de referentes empíricos en sus argumentaciones” (Campuzano Arteta 2005, 426-427) no se entienden como debilidades, sino como fortalezas. Son mecanismos de vinculación con la cultura política de la época y condiciones de un relativo éxito en cuanto a la localización de la sociología en el Ecuador. El desfase temporal no se dio por negligencia, sino por necesidad. Es por eso que la sociología ecuatoriana sigue siendo spenceriana hasta su modernización forzada en la década de los 60, la cual incluyó un cambio generacional y una ruptura política.

Una vez que la sociología se institucionalizó a través de la creación de la escuela sociológica cueviana –de Cueva Sáenz– en la Universidad Central del Ecuador, no hubo necesidad alguna de responder a las innovaciones que se dieron entre 1920 y 1950 en Estados Unidos (Connell 1997, 1535) y en otros países, situación que derivó en la formación de un nuevo canon y de validez a nivel global. El proceso de respuesta a esta situación comenzó para 1950 en el contexto de la formación de instituciones internacionales y continentales de sociología (Campuzano Arteta 2005, 439). A partir de este momento, la sociología ecuatoriana entra por primera vez en contacto con la sociología global.

 

5.     Conclusiones

A nivel continental la sociología en Ecuador tuvo un comienzo tardío y se institucionalizó en un contexto complejo. Su clara vinculación al liberalismo político y su ubicación entre la actividad política y la jurisprudencia la compulsaron a una formación particular que se expresó en un canon definido –contradiciendo a Connell (1997, 1513-1514)– que eterniza el estado de los debates en la sociología global desde principios del siglo XX hasta la década de los 50. En un momento en el que sus teorías y conceptos ya no eran comprensibles a nivel global, Spencer, Tarde, Gumplowicz y otros autores inspiraron reflexiones avanzadas en la sociología ecuatoriana. Esta forma particular de institucionalización cumplió una importante función al momento de insertar la nueva ciencia en el entorno ecuatoriano, sin embargo, también se convirtió en un problema cuando el foco de la sociología ecuatoriana se movió de la política y los debates intelectuales nacionales hacia la sociología global en la década de los 50.

La institucionalización de una sociología extrañamente extemporal, y la ausencia de intentos de actualización de los conceptos y teorías utilizados, no permitió que la sociología ecuatoriana temprana entrara en debates académicos globales. No obstante, la idea de una evolución de la sociedad según las leyes sociales fijas y de un rol central de las elites en ello estableció puntos de contacto con el pensamiento político de la época, especialmente, con el liberalismo político y sus aspiraciones reformistas.

El mecanismo de institucionalización observable en la primera mitad del siglo XX puede explicar la tendencia de la sociología ecuatoriana a rupturas abruptas, algo que se repitió en épocas posteriores. Como la sociología spenceriana no ofrece puntos comunes obvios para la sociología posterior, una superación integrativa no fue posible. Los pocos intentos de recuperar autores de la primera sociología ecuatoriana, esencialmente Roig (1979) y Quintero (1988), no propiciaron la construcción de una memoria crítica y una reflexividad de la sociología ecuatoriana. Un estudio crítico de las diferentes etapas de la sociología crítica puede ayudar a entender no solamente mecanismos de localización y de institucionalización de disciplinas académicas, sino el desarrollo de un pensamiento social nacional más amplio.

 


 

Referencias

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Notas



[i] En esa época surgieron también cátedras de sociología en Guayaquil y Cuenca (García Ortiz 1945, 150-151), sin embargo, estas no constituyen objeto de análisis del artículo.

[ii] Egas no tuvo una carrera académica. Trabajó como abogado de empresas de ferrocarriles y durante un periodo se desempeñó como presidente del Partido Liberal. También tuvo algunos cargos en la administración del Estado (Preston et al. 1998). Gracias a Marc Becker por compartirme este texto.

[iii] Paredes fue integrante del ala liberal del Partido Socialista.

[iv] Paredes mantuvo esta idea durante toda su obra, por ejemplo, en su Biología de las Clases Sociales publicada en 1954.

[v] Mercedes Prieto (2004, 170) plantea que Luis Bossano asumió la dirección de la Cátedra de Sociología de manera definitiva hacia finales de la década de los 30. Humberto García Ortiz (1945, 150) coloca a Bossano como profesor de Sociología en 1945 y a Víctor Gabriel Garcés en esta posición durante años anteriores. También destaca a Aurelio García como profesor de dicha materia en las décadas de los 30 y los 40.

[vi] Para ahondar en el amplio debate sobre Spencer y su obra, remitirse al estudio de Offer (2010).

[vii] Algo parecido sucedió con Tarde (Geiger 1975, 240-241), con la diferencia que él fue redescubierto en la década de los 70.

[viii] García Ortiz (1945) menciona como la segunda influencia importante a Durkheim, autor que Cueva Sáenz apenas citó.

[ix] Para ahondar en el tema de la política sobre la población indígena, revisar Prieto (2004).

[x] Otro factor a tomar en consideración es su adscripción al liberalismo (Connell 1997, 1528).