Temas
Afecto y subjetividad de trabajadoras de la política de infancia
en Chile
Affect and subjectivity of child welfare policy workers in Chile
Lcda. Javiera Garcia-Meneses. Candidata a doctora
en psicología. Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (Chile).
(javiera.garcia.m@mail.pucv.cl)
(https://orcid.org/000-0002-4470-4427)
Dra. Giazú Enciso-Domínguez. Profesora asistente. University of Houston-Clear Lake (Estados
Unidos).
(giazu.enciso@gmail.com) (https://orcid.org/0000-0003-2287-7666)
Recibido: 26/05/2021 – Revisado: 09/07/2021
Aceptado: 27/09/2021 – Publicado: 01/01/2022
Cómo
citar este artículo: Garcia-Meneses,
Javiera y Giazú Enciso-Domínguez. 2022. “Afecto y subjetividad de
trabajadoras de la política de infancia en Chile”. Íconos. Revista de Ciencias Sociales 72: 185-203. https://doi.org/10.17141/iconos.72.2022.5073
Resumen
En las últimas décadas la
teoría del afecto se ha vuelto relevante en los estudios del trabajo y la subjetividad.
Gracias al énfasis en aspectos preconscientes y sensoriales, con el estudio del
afecto se ha comprendido la producción subjetiva superando modelos racionales
que (re)producen un ideal de sujeto soberano neoliberal. En este artículo se
analiza afectivamente la subjetividad laboral de quienes ejecutan la política
de protección a la infancia chilena a través de una etnografía digital con seis
trabajadoras del Servicio Nacional de Menores. Mediante la técnica del análisis
textual-afectivo y palabras carnales, se profundizó en la experiencia singular
de una de las entrevistadas, quien describe las relaciones coconstitutivas
con otros sujetos de la política. A partir de los hallazgos, se argumenta que
la subjetividad de estas trabajadoras se constituye por y en el ensamblaje de
sus cuerpos con otros cuerpos humanos y no humanos que son parte de la política
de infancia. En los ensamblajes con cuerpos humanos, las trabajadoras adquieren
la agencia que les permite habitar de nuevas formas sus espacios laborales
cotidianos. En conclusión, al estudiar la producción subjetiva desde una
perspectiva afectiva se reivindican y rescatan las voces de las trabajadoras de
la política de protección a la infancia, un elemento fundamental en el
engranaje del cual emerge esta política social.
Descriptores:
afecto;
cuerpo; neoliberalismo; política de infancia; política social; subjetividad
laboral.
Abstract
In recent
decades, affect theory has gained interest in the study of work and
subjectivity. Due to its focus on pre-conscious and sensory factors, the study
of affect has enabled understanding the production of subjectivity overcoming
rational models of subjectivity that (re)produce an ideal of the sovereign
neoliberal subject. This article seeks to affectively analyze the labor
subjectivity of workers in the Chilean child protection program. We carried out
a digital ethnography with six workers of the Servicio
Nacional de Menores [National Service for
Minors]. One of the interviews conducted was analyzed considering that the particular experience of this interviewee describes a
co-constitutive relationship with other subjects of the program. We analyzed
the data using the technique of textual-affective and carnal-word analysis. Our
findings indicate that these workers' subjectivities are constituted by/in the
assemblage of their bodies with other bodies – human and non-human – that are
part of the childhood program. In the assemblages with human bodies, the
workers are endowed with agency, enabling new ways of inhabiting their daily
workspaces. Thus, by studying the production of subjectivity from an affect
lens, it is possible to reclaim and recover the voices of the workers in the
child protection program by understanding them as a central and fundamental
element in the gears from which this social program emerges.
Keywords: affect;
body; neoliberalism; child welfare policy; social policy; labor subjectivity.
1. Introducción
En las últimas décadas la teoría del
afecto ha ganado interés dentro de los estudios del trabajo y las
organizaciones (Harding, Gilmore y Ford 2021, 3). El afecto ha sido definido
como una intensidad que se mueve entre los cuerpos y que posibilita o disminuye
las capacidades agenciales de estos (Massumi
1995, 92). Las investigaciones que han articulado los conceptos de afecto y
trabajo han señalado que las organizaciones e instituciones son producidas por
un complejo entramado afectivo generado por los cuerpos humanos y no humanos
que las componen (Fox y Alldred 2013, 774). Este
entramado es experimentado por quienes trabajan en la cotidianidad de sus
encuentros, y a partir de ellos, estas personas son moldeadas en un proceso de coafectación que formará el ensamblaje de su subjetividad
laboral (Gherardi
et al. 2018).
A pesar de la creciente articulación entre las teorías
del afecto y estudios sobre el trabajo, el estudio del afecto en el trabajo en
política social ha sido menos desarrollado. En cambio, han predominado
investigaciones enmarcadas en los estudios sociales del trabajo, psicología
social y sociología de las emociones, las cuales se han enfocado en los efectos
de la incorporación de nuevas lógicas de gestión neoliberal en la construcción
subjetiva de las trabajadoras.[i] Según los estudios, estas lógicas han atrapado a las
trabajadoras de la política social entre el logro de objetivos y el cuidado de
las personas para quienes trabajan (Whitaker 2019, 326); obligándolas a decidir
entre actuar según lo que las organizaciones e instituciones prescriben como
norma (Grootegoed y Smith 2018, 1942) o resistir a
las lógicas neoliberales centrándose en las labores de cuidado
independientemente del cumplimiento de los objetivos propuestos (Fardella et al. 2016, 10).
Sin duda estas
investigaciones han aportado enriquecedoras conclusiones a las ciencias
sociales y a los estudios del trabajo y las organizaciones. No obstante, una de
las dificultades de estas investigaciones es que se sostienen en un modelo de
subjetividad que comprende a las trabajadoras como “sujetas soberanas”, es
decir, “como un organismo consciente y autónomo dotado de libre albedrío” (Lara
et al. 2017, 34). Este modelo de subjetividad es riesgoso, debido a que se
ajusta dócilmente al ideal de sujeto neoliberal contemporáneo, potenciando la
(re)producción de las tensiones experimentadas cotidianamente por las
trabajadoras (Leeb 2018, 269). Esto plantea el reto
político de investigar la experiencia laboral de las trabajadoras de la
política social de maneras que cuestionen dichos modelos de subjetividad. En
este contexto, el estudio de los afectos y su foco en los aspectos preconscientes
y sensoriales de la construcción subjetiva emergen como una alternativa que
permite repensar la forma en la que estamos comprendiendo a las sujetas (Ahmed
2019, 13).
En concordancia, este
artículo busca analizar afectivamente la producción de la subjetividad laboral
de las trabajadoras de la política de protección a la infancia en Chile. Los resultados señalan que mediante
el ensamblaje de los afectos provenientes de los cuerpos humanos y cuerpos no
humanos que constituyen la política de infancia, se activan movimientos y
trayectorias múltiples que indican nuevas formas de existencia dentro de estos
contextos laborales.
2. Neoliberalización de la política de
infancia y construcción de subjetividades laborales
Chile es considerado un
caso emblemático en la instalación de un modelo de gestión pública neoliberal
(Velasco 2004, 134-135). La instalación y consolidación de este modelo comenzó
en el periodo de Dictadura Militar con una serie de reformas estructurales radicales
en el marco de las llamadas “Siete modernizaciones” (Sisto
2019, 2). Estas reformas, promovidas por diversos organismos internacionales,
incluyeron la disminución del gasto fiscal, la privatización de las empresas
estatales y la tercerización de los servicios sociales. Así, el Estado fue
externalizando la mayoría de sus funciones, transformándose progresivamente en
un Estado subsidiario.
Actualmente Chile ha
tercerizado la mayoría de sus servicios, como salud, educación y política
social (Fardella et al. 2016, 2). Ejemplo de ello es
la política de protección a la infancia –parte de las políticas sociales–, la
cual ha sido delegada en más de un 95 % a organizaciones privadas no
gubernamentales pertenecientes al tercer sector (Varas et al. 2018, 289).[ii] La privatización de esta política
implica que organizaciones externas al aparato estatal deben ofrecer sus
prestaciones al Servicio Nacional de Menores (SENAME), compitiendo entre sí a
través de procesos de licitación pública y contratación temporal para asegurar
su financiamiento (Fardella et al. 2016, 3). El
Estado, vía SENAME, asigna los recursos, y las organizaciones privadas reciben
una subvención para ejecutar los proyectos durante un periodo de tiempo
específico.
La manera de evaluar el
trabajo de estas organizaciones es mediante sistemas de financiamiento en
función del cumplimiento de objetivos e indicadores cuantificables de desempeño
(Fardella et al. 2016, 3); por ejemplo, un número
mínimo de atenciones mensuales por cada niño, niña o adolescente (en adelante
NNA) que ingresa en el programa, la sistematización de cada intervención
realizada y el desarrollo de informes de avance trimestrales. Estos indicadores
se convierten en metas estandarizadas que miden el desempeño de las
organizaciones y sus trabajadoras, y su logro asegura el depósito íntegro de la
subvención y ayuda a estas organizaciones a adjudicarse futuras licitaciones
(Varas et al. 2018, 291).
La incorporación de lógicas de gestión neoliberales en la
política de protección a la infancia ha transformado la ética tradicional de
este trabajo, anteriormente enfocado en el bien común, al potenciar una ética
centrada en la comercialización y la competencia (Rayner
y Espinoza 2015). Esta tensión ética afecta directamente a las trabajadoras,
quienes actualmente se encuentran atrapadas entre la función burocrática
tradicional, las incursiones del mercado y la ética de cuidado en la cual se
fundamenta su labor (Whitaker 2019, 326). Diversas investigaciones han buscado
comprender cómo la subjetividad de las trabajadoras de la política social se ha
(re)construido en este contexto laboral profundamente tensionado.
En primer lugar, investigaciones enmarcadas en los
estudios sociales del trabajo han señalado que los indicadores de desempeño
incorporados a la política de infancia se han convertido en dispositivos de
gobierno que modelan la racionalidad de las trabajadoras (Prioli-Cordeiro,
Sato y De Oliveira 2019; Sisto 2019). Este
modelamiento se ha hecho efectivo a través de los ensamblajes sociotécnicos
producidos por las interacciones entre las trabajadoras de la política y los
instrumentos de evaluación de desempeño estandarizados. Dichos ensamblajes
funcionan como formas de gobierno en tanto constriñen y cooptan los marcos de
acción de las trabajadoras, regulando los ejercicios divergentes que estas
pudiesen tener mediante un proceso de subordinación permanente (Schöngut-Grollmus 2017).
En segundo lugar, investigaciones enmarcadas en la
psicología social del trabajo han señalado que estas mismas trabajadoras
reconocen que los sistemas de gestión neoliberales resultan limitados,
irrelevantes o equivocados en relación con la acción que debiese definir al
trabajo público (Fardella et al. 2016, 10). El
reconocimiento de estas limitaciones lleva a reflexionar sobre lo que ha sido denominado como disputa por la ética de lo público. Esta
disputa plantea que las trabajadoras no se ajustan dócilmente a las lógicas de
gestión neoliberales, sino que deciden luchar cotidianamente por mantener en el
centro de su labor la construcción de vínculos significativos y duraderos con
los NNA, pese a que el contexto institucional en el que se encuentran las
oprime con la imposición de discursos y prácticas centradas en el logro de
objetivos estandarizados (Ball 2015; Rodríguez 2014).
En tercer lugar, estudios
enmarcados en la sociología de las emociones han señalado que las trabajadoras
intentan resolver las tensiones éticas generadas por la incorporación de los
sistemas de financiamiento según desempeño mediante la realización de trabajo
emocional (Hochschild 1983, 7). Esta labor emocional
se define como el manejo y alineación de las emociones de las trabajadoras en
relación con su rol y con base en el marco institucional en el que se
encuentran (Lavee y Strier
2018, 2). Respecto a esto, el hecho de que los sistemas de financiamiento estén
orientados hacia el cumplimiento de indicadores estandarizados ha generado que
las trabajadoras repriman expresiones emocionales como la empatía, la
comprensión y la creatividad (Grootegoed y Smith
2018, 1943). A pesar de que estas expresiones son centrales para el logro de
intervenciones (Drury 2018, 354), ellas han debido
controlarlas con el fin de distanciarse emocionalmente de los NNA, y así hacer
más efectivos los tiempos de intervención e incrementar los periodos de trabajo
dedicados a la realización de informes y sistematización de casos (Rayner y Espinoza 2015). Tal como señala Hochschild (1983), el trabajo emocional es perjudicial para
las trabajadoras, debido a que estas deben performar
ciertas expresiones emocionales sin importar cómo se sientan, generando una
disonancia emocional que dificulta su labor. Esta situación se agudiza en un
contexto laboral donde no existen instancias formales de cuidado que ayuden a
las trabajadoras a sobrellevar la carga emocional que conlleva el trabajo en
vulneración de derechos de la infancia.
3. Cuestionamientos a
los modelos racionales de subjetividad
Es evidente que a las ciencias
sociales les debemos el gran desarrollo de teorías, conceptos y análisis sobre
trabajo y políticas sociales que emergieron durante el siglo XX. Las conclusiones
propuestas por los estudios antes mencionados, las cuales han permitido
interpretar las implicaciones de la neoliberalización
de la política social en la construcción de subjetividades laborales, refuerzan
el argumento anterior. No obstante, una de las dificultades de estas
investigaciones es que se sustentan en un modelo de subjetividad racional, que
comprende a las trabajadoras como sujetas que tienen pleno dominio y
consciencia de sus decisiones, su propia construcción subjetiva y su
experiencia de ser en el mundo (Schaefer 2019, 47). Este modelo de subjetividad
puede distinguirse de la siguiente forma: 1) en los estudios sociales del
trabajo donde se describe a las trabajadoras como sujetas gobernadas
racionalmente por dispositivos de control neoliberales; 2) en los estudios de
la psicología social del trabajo, que señalan a las trabajadoras como sujetas
implacables, que deciden resistir cotidianamente a las lógicas neoliberales; y
3) en las investigaciones vinculadas a la sociología de las emociones en donde
las trabajadoras son expuestas como estrategas emocionales que planifican,
controlan y gestionan sus emociones como desean.
Una de las complejidades de este modelo racional de
subjetividad es que, comprender a las trabajadoras como completamente
conscientes, autónomas y libres, (re)produce la encarnación de la noción de
sujeto soberano que es central en el establecimiento del neoliberalismo (Lara
et al. 2017, 34). Para entender esto debemos recordar que la incorporación de
lógicas de gestión neoliberales ha tensionado la ética de cuidado sobre la cual
se fundamenta el trabajo en política de infancia, al fomentar una ética
enfocada en la comercialización y la competencia. Esta ética pone al centro la
metáfora de la economía como máquina, la cual, fundada en la división
cartesiana entre cuerpo y mente, ha invisibilizado la necesidad de cuidado a la
vez que ha fortalecido la importancia de la mente, lo masculino, el desapego,
la independencia y los cuerpos-máquina-sin-necesidades-físicas (Adams y Nelson
2009, 7).
En consonancia, la persona ideal para trabajar en la
política social es hoy un sujeto autónomo, que no tiene infancia ni envejece y
que se comporta racionalmente ante los estímulos del medio, capaz de utilizar
la información disponible para asignar eficazmente recursos limitados y así
lograr sus objetivos e intereses personales. La comprensión de los sujetos
sobre la base de esta racionalidad centrada en el costo-beneficio trivializa y
devalúa la ética de cuidado tradicional de la política social, debido a que
esta se vincula con aspectos de la experiencia humana que el neoliberalismo
desea invisibilizar, como la emocionalidad y la dependencia (Tronto 1993, 120).
Con esta oposición entre la ética de cuidado y la ética
neoliberal se deprecia al trabajo de cuidado, así como también a las personas
que lo realizan. Esta situación se hace más relevante en los trabajos
considerados feminizados (como el de política social), en tanto no solo
invisibiliza la práctica de cuidado, sino que también desvaloriza a las mujeres
que lo realizan (Adams y Nelson 2009, 9).
Así, como menciona Leeb (2018),
percibir a las trabajadoras como sujetas meramente racionales promueve
construcciones de subjetividad que reproducen los ideales neoliberales de
sujeto, manteniendo la explotación y el sufrimiento cotidiano en el trabajo.
Estos cuestionamientos plantean el reto político de crear modelos de
subjetividad que posibiliten otras formas de existencia. Teóricas feministas
(Ahmed 2019; Harding, Gilmore y Ford 2021) han señalado que, para plantear un
modelo de subjetividad que cuestione los modelos de sujetos racionales, es
necesario desafiar y desestabilizar el dualismo cartesiano en el que estos
últimos se sustentan. Como mencionábamos, uno de los supuestos implícitos de
los modelos racionales de subjetividad es que mente/razón y cuerpo/experiencia
se encuentran en lugares jerárquicos completamente opuestos, donde la mente
toma la posición más alta, y el cuerpo es degradado a un lugar más bajo (Chen
2012; Enciso 2015). Este menosprecio del cuerpo se relaciona con el hecho de
que expresa la fragilidad, la dependencia y la vulnerabilidad de los sujetos,
características opuestas a los valores propuestos por el neoliberalismo (Müller
2019, 6). Por ello, debido a que el cuerpo transgrede
los ideales neoliberales, su visibilización podría
develar subjetividades encarnadas que se escapan a los ideales regulatorios.
4. Afecto, cuerpo y subjetividad
Dentro de las teorías que han puesto especial énfasis en
el estudio del cuerpo se encuentran las afectivas (Clough
2008; Massumi 1995). El desarrollo de estas ha tomado
fuerza en las últimas dos décadas (ver Enciso 2015; Schaefer 2019; Seigworth y Gregg 2010). El “giro afectivo” surge a partir
de un interés por interrogar las perspectivas tradicionales y las teorías
críticas respecto a la forma en que comprenden la construcción de lo social y
sus sujetos (Enciso 2015). Desde ahí, las teorías del afecto han buscado
aproximarse a la producción cultural, política y social enfatizando el rol de
lo no lingüístico, no cognitivo y no representacional (Schaefer 2019, 1).
Los afectos se definen como intensidades o relaciones de
fuerza siempre moduladas que incrementan o decrecen las capacidades agenciales
y existenciales de los cuerpos que se encuentran en relación (Seigworth y Gregg 2010, 2). En estas relaciones, cotidianas
y múltiples, las intensidades afectivas circulan y, algunas veces, se adhieren
a dichos cuerpos. En la acumulación (o desagregación) constante de estas
intensidades yace el potencial del afecto: la capacidad de afectar y ser
afectado (Seigworth y Gregg 2010, 2). Tal como señala
Ahmed (2017, 24), los afectos “moldean las superficies mismas de los cuerpos,
que toman forma a través de la repetición de acciones a lo largo del tiempo,
así como también a través de las orientaciones de acercamiento o alejamiento de
los otros”. Así, al circular entre los cuerpos, los afectos moldean lo que estos
puedan hacer, aumentando o disminuyendo su capacidad de acción.
Respecto al concepto de cuerpo, para las teorías
afectivas un cuerpo es todo aquello
que tenga la capacidad de participar en el paso de los afectos (Seigworth y Gregg 2010, 2). Un cuerpo no es una entidad
limitada, sino un proceso inestable,
permeable e indeterminado, donde se materializa, experimenta y encarna la
intensidad de las afectaciones generadas por otros cuerpos, tales como
personas, lugares, objetos, o sistemas políticos y económicos (Gherardi et al. 2018). Al
apuntar al dinamismo afectivo de la materia corpórea podemos reconocer a los
cuerpos “no solo como trozos de carne que esperan por una mente agencial”
(Harding, Gilmore y Ford 2021, 2), sino como un ensamblaje socio-material-agencial
que deviene constantemente (Gherardi et al. 2018). Esta forma de pensar
permite enfocarse en cómo las cosas se unen para producir ciertas relaciones y
capacidades (Barad 2012). Así,
las capacidades de los cuerpos nunca están definidas por sí mismos, más bien
están siempre unidas al movimiento de las intensidades afectivas (Seigworth y Gregg 2010, 3).
En relación con la producción subjetiva, los estudios del
afecto plantean que la subjetividad se produce en y mediante múltiples
ensamblajes que resultan del paso de intensidades no conscientes, no cognitivas
y no representacionales entre la materialidad de los cuerpos (Lara et al. 2017,
34). Dentro de estas relaciones o ensamblajes, cualquier combinación de
relaciones puede afectar o ser afectada por otro elemento en la red (Fox y Alldred 2013, 773). Así, en los ensamblajes-subjetivos, no
solo están implicados los cuerpos humanos de las trabajadoras, sus
experiencias, significados, sensaciones y relaciones, también se encuentran los
instrumentos de rendición de cuentas, planes y programas estatales y sus
condiciones laborales materiales/contractuales.
Desde una mirada afectiva, la producción social emerge de
la relacionalidad o ensamblaje entre cuerpos que se
afectan entre sí y de las consecuentes capacidades que derivan de estas
relaciones; y la subjetividad laboral emerge de la relación situada y
provisional entre los cuerpos (Fox y Alldred 2013,
772). Así, la producción subjetiva es una subjetividad como encuentro, es
decir, se crea en dependencia de otros cuerpos y, por tanto, esta no puede
existir en aislamiento o de manera individual, como lo ha hecho pensar el
neoliberalismo actual (Nishida 2017). En cambio, el
ensamblaje subjetivo es un umbral que se abre a la ambigüedad e
indeterminación, un espacio situado, liminal y provisional abierto a la
invención, donde las distinciones entre
individuo/sociedad, sujeto/objeto, humano/no humano no existen, debido a que
el cuerpo está tanto fuera como adentro, embebido en sus relaciones (Seigworth y Gregg 2010, 3).
5. Método
Se optó por una
metodología cualitativa de carácter local, específica y contextual (Flick 2004, 21) que permite considerar las vías dinámicas,
situadas y corporizadas, en las cuales se produce la subjetividad de las
trabajadoras. El estudio de caso de grupo fue el diseño que se adoptó para la
investigación en la que se basa este texto (Merkens
2004, 167); el grupo estuvo compuesto por seis trabajadoras pertenecientes a
distintas organizaciones dependientes del SENAME.
La producción de datos se
llevó a cabo mediante una etnografía digital (Pink et al. 2016) siguiendo el
protocolo de consentimiento informado y guardando la confidencialidad de las
participantes. Durante la etnografía, debido a la pandemia por el SARS-CoV-2,
se realizaron dos rondas de entrevistas activas virtuales (Denzin 2001)
mediante la plataforma Zoom, con el objetivo de
conocer la experiencia laboral cotidiana de estas profesionales.
El análisis de los datos
se realizó en tres momentos con el fin de alcanzar distintos niveles de
profundidad (Knudsen y Stage 2015, 7). En un primer
momento, se ejecutó un análisis a través de la técnica de codificación in
vivo propuesta por la práctica de la teoría fundamentada (Charmaz 2007, 55). Esta técnica permitió la simplificación
de un gran volumen de datos, identificándose relatos particulares y comunes
bajo el eje de la experiencia laboral cotidiana de las trabajadoras.
En un segundo momento, guiadas
por la organización obtenida de la codificación in vivo y con el
objetivo de aproximarnos analíticamente a los movimientos y ensamblajes del
afecto, se analizaron conjuntamente los “datos que resplandecen” (Gherardi et al. 2018). Esta expresión ha sido utilizada por
Gherardi y su equipo para referirse a la dimensión
afectiva que emerge de la relación de los datos con las investigadoras. Con la resplandecencia, se alude a la relación entre los datos y
los cuerpos de las investigadoras, experimentada a través de sensaciones, se
evoca la emergencia de algo intangible que excede el significado y que, a la
vez, tiene un aspecto decididamente encarnado, que resuena en los cuerpos. En
concordancia, en este segundo momento, el equipo de investigación se enfocó en
la reflexión de las sensaciones corporales experimentadas durante la lectura y
análisis de las transcripciones, así como también en el proceso mismo de las
entrevistas.
En un tercer momento, se
realizó un análisis afectivo (Cromby 2012; Enciso
2015). Para este artículo en particular, se seleccionó una de las entrevistas
realizadas, que se caracteriza por relatar las temáticas centrales emergentes
de los dos primeros momentos de análisis. Dicha entrevista es el relato de
Blanca, psicóloga con más de cinco años de experiencia y que hace más de dos
trabaja para una organización que ejecuta Programas de Protección Especializada
en Maltrato y Abuso Sexual Infantil. La selección tuvo como objetivo
profundizar y hacer inteligible las múltiples y complejas relaciones entre
personas, objetos, discursos, significados y experiencias que emergieron de los
dos momentos de análisis previos.
La elección de esta
entrevista en particular se fundamenta teóricamente en los postulados de Bansel (2015), quien explica que el relato de cualquier
sujeta entrevistada será un rastro de otros relatos de otras sujetas de la
política de infancia. Tal como señala este autor “cualquier relato
aparentemente singular de la experiencia que da cualquier sujeto encarnado de
la política es simultáneamente una descripción de las relaciones coconstitutivas con otros sujetos de la política, en y como
‘uno’” (Bansel 2015, 11). Así, se evidencia cómo la
experiencia de Blanca es una articulación de los muchos cuerpos (humanos y no
humanos) que constituyen el entramado de la política de infancia. En este
sentido, no se trata de leer a Blanca como un ejemplar de varias otras, es
decir, no estamos aislando este relato para mostrarlo como “la representación”
de un fenómeno. En cambio, el foco estuvo en “la posibilidad de que muchas,
puedan ser leídas desde una: una que siempre es y ha sido más allá de una, una
que es un ensamblaje” (Bansel 2015, 10).
El análisis afectivo de
esta entrevista se realizó a través de la articulación entre el análisis textual-afectivo
(Cromby 2012, 153) y el análisis de las palabras
carnales (Enciso 2015). Ambos tipos de análisis consideran que el afecto y el
lenguaje están mutuamente interpenetrados, es decir,
se interpelan e informan recíprocamente (Cromby 2012,
145). En este sentido, las trayectorias del afecto resuenan con la creación de
significado, amplificándolo (Massumi 1995, 87), y el
lugar donde podemos experimentar esta amplificación es el cuerpo (Enciso 2015).
En este tipo de análisis los relatos no son analizados palabra por palabra,
como ocurre en aquellos que se enfocan en la semiótica o el discurso; la
intención está en comprender los movimientos afectivos que ocurren en la
relación de la entrevistada con los ensamblajes sociomateriales
presentes en la cotidianidad del trabajo (Nishida
2017, 5). El texto no fue analizado en torno a su significado, sino que el foco
estuvo en estudiar las palabras en relación con la materialidad de los cuerpos
(Enciso 2015).
En concreto, este
análisis se realizó identificando posibles relaciones dentro de los
ensamblajes, y cómo afectan o son afectados entre sí los cuerpos presentes en
la relación (Fox y Alldred 2013, 778). Así, la
atención estuvo puesta en las relaciones entre los cuerpos, las configuraciones
dentro de los ensamblajes específicos y las dinámicas de interacción de las
capacidades corporales. En línea con esto, el análisis se realizó con base en
tres ejes afectivos: relaciones afectivas (Knudsen y Stage
2015, 4-7), trayectorias afectivas (Enciso, 2015) y encarnación afectiva (Ahmed
2017, 24).
6. Resultados
Inspiradas en el trabajo
de Kathleen Stewart (2007) –quien mediante fragmentos experienciales logra mostrar
los movimientos, las escenas disparatadas y formas y registros inconmensurables
de los afectos, versus la cristalización o categorización de significados–
presentamos aquí los hallazgos de este artículo donde analizamos afectivamente
la construcción de la subjetividad de las trabajadoras de la política de
protección a la infancia. Estos resultados se presentan fragmentados en tres
pequeñas historias tituladas: “Ensamblaje(s)”,
“Blanca-máquina-canal-resistencia” y “(re)Encuentro (con lo) humano”.
6.1. Ensamblaje(s)
Aquí el tribunal te
presiona con algunas cosas, tu empleador te presiona con otras cosas, las redes
te presionan con otras. Uno depende de un empleador privado, de un servicio
como SENAME [...] del Ministerio de Justicia. ¿Cuánto tiempo necesito para que
un informe quede bien hecho? […] ¿Cuánto tiempo necesitamos para hacer las
intervenciones?, ¿cuánto para prepararlas?, y de verdad no calza ni siquiera en
60 horas semanales. [La labor más importante] yo creo que siempre va a ser la relación con las
personas que uno atiende, la relación humana. No me deja de sorprender el tema de la sobrecarga que hay
presente en estos espacios […], hay un tema de lo humanamente posible, que es una trasgresión […], una sobrecarga que llega a ser
como irreal, insostenible en el trabajo. […] uno trata de sostener el tema proteccional o el tema de hacer la pega terapéutica […], pero vengo tratando de hacer todo
eso y de cumplir todo, la verdad es que el cansancio es un cansancio que es
interminable, es un cansancio que cada vez que se vuelve más insostenible en el
cuerpo (entrevista a Blanca, 9 de septiembre de 2020).
En este fragmento podemos
identificar cuerpos humanos y no humanos que se ensamblan con el cuerpo de
Blanca: 1) el Tribunal de Familia, quien lleva el proceso judicial de los NNA;
2) el empleador o la organización privada donde trabaja la entrevistada; 3) las
redes u otras organizaciones sociales; 4) SENAME; 5) el Ministerio de Justicia,
organismo estatal que norma a SENAME; 6) los informes para los procesos de
rendición de cuentas mensuales; 7) las intervenciones, que implican tanto su
planificación como la ejecución; 8) la relación humana con los NNA y las
familias; 9) “el tema proteccional” que implica las
medidas de protección tomadas en caso de que se reactive una situación de
vulneración de derechos; y 10) el trabajo terapéutico, que es distinto a la
intervención, y que tiene relación con la profesión de Blanca. Todos estos
cuerpos no humanos tienen la capacidad de afectar el cuerpo de la entrevistada
mediante múltiples fuerzas que se mueven en dirección a ella (Massumi 1995,
104).
Todas estas fuerzas que
afectan a Blanca se ensamblan en su cuerpo y, desde ese ensamblaje, la mueven a
materializar diversas acciones que, muchas veces, se oponen entre sí. El hecho de que Blanca deba materializar en
su cuerpo múltiples y diversas funciones de manera simultánea, la sobrecarga
más allá de “lo humanamente posible”. Esta sobrecarga no es solo una manera en
que la entrevistada describe el exceso de trabajo, sino que devela la manera en
la que esta experimenta sensorialmente el ensamblaje de su propia materialidad
con las fuerzas afectivas que provienen de los cuerpos no humanos mencionados
(Pons 2019, 152). En este sentido, a Blanca la impactan fuerzas que se mueven
desde múltiples direcciones, pero siempre hacia ella, y que, en el ensamblaje
de estas fuerzas con su materialidad, empujan o cargan distintos lugares de la
superficie de su cuerpo (Ahmed 2017, 27-28).
En
un sentido físico –entendido no como algo biológico o psíquico sino
biomecánico– que un cuerpo reciba y sostenga fuerzas que lo presionan en
distintas direcciones, efectivamente, transgrede lo “humanamente posible”. No
obstante, Blanca sí logra sostener todas las fuerzas que se ensamblan a ella.
Desde una perspectiva afectiva, esto se explica si consideramos que una de las
características fundamentales de los cuerpos es su plasticidad (Schaefer 2015,
41). Cuando los cuerpos se encuentran bajo la influencia de sistemas de fuerzas
superpuestas, estos tienen la capacidad de absorber dichas fuerzas y
reconfigurar su estructura. En este sentido, cuando los cuerpos no humanos antes mencionados se ensamblan afectivamente
al cuerpo de Blanca, generan una arquitectura corporal particular en ella, que
emerge de este ensamblaje (Schaefer 2015, 13). En otras palabras, estas fuerzas la impactan, la moldean y la
producen.
La constitución de los
cuerpos no es unidireccional (de los cuerpos
no humanos a Blanca); sino que es bidireccional, es decir, Blanca también
constituye a estos cuerpos no humanos.
Como señala Karen Barad
(2012), el conocedor y las cosas no preexisten a sus interacciones,
emergen como parte de su “intrarelación” enmarañada:
Blanca, como trabajadora de la política de protección a la infancia, no existe
antes de que las fuerzas afectivas de estos cuerpos no humanos se ensamblen en su materialidad, así como
tampoco existen los cuerpos no humanos
que constituyen la política de protección a la infancia antes de que Blanca se
ensamble a ellos. Así, el cuerpo de Blanca se erige como un componente central
del ensamblaje que conforma la política de protección a la infancia: ¿qué
pasaría si Blanca considerara su posición dentro del ensamblaje de estos
cuerpos no humanos?, ¿qué posibilidades de acción tendría Blanca?
6.2.
Blanca-máquina-canal-resistencia
Yo creo que este tipo de empresa […] o se llaman ONG, no sé, no se diferencia a [de] una empresa que vende productos. No se ve que el trabajador también es persona y que tiene límites, el límite que le permite su cuerpo, su humanidad. O sea, tampoco le puedo pedir como, por ejemplo, se le puede pedir a una máquina. A lo mejor uno con las máquinas puede doblar 200 cajas en una hora, y es como “el interventor puede hacer 24 sesiones a la semana”, sin pensar, por ejemplo, que a veces uno también tiene un impacto emocional que va a enlentecerla, o a veces uno tiene problemas en la casa, o a veces con las mismas familias, porque parece que las familias también se ven como productos. Yo creo que ahí nosotros vemos que nos tratan como máquinas, deshumanizándonos a nosotros, deshumanizando a la familia.
[Como trabajadora tengo que] mediar, ser canal o un facilitador de cosas, como si uno tuviera que ir trasladando cosas, entonces hay cosas que a lo mejor pasan y uno las puede resolver y si no las puede resolver tiene que derivar a otra parte o delegar otra parte, es como eso, ir generando movimiento. Es como si uno fuera una máquina y toma algo, ve si se puede hacer responsable de eso, si no, tiene que llevarla a otro lugar. En una palabra, [los trabajadores de SENAME somos] resistencia, sí, yo creo que eso es: resistencia […] uno a lo mejor entiende su trabajo como [...] poner el hombro y enfrentar, es como eso, es poner el hombro, pero a la vez también enfrentar como [...] como lo que está arriba, lo que está arriba que oprime. Así que eso, yo pienso en la palabra resistencia, resistentes, como material de resistencia, así los describiría yo (entrevista a Blanca, 9 de septiembre de 2020).
Blanca utiliza la
metáfora de la máquina[iii] para describir cómo la han hecho sentir las
organizaciones ejecutoras de la política de protección a la infancia. Esta
metáfora puede analizarse con los postulados de Chen (2012), quien plantea que
en la intersección del significado y la gramática hay animacy
hierarchies[iv] que permiten o constriñen la agencia de los cuerpos.
Estas “son un territorio ricamente afectivo de mediación entre la vida y la
muerte, la positividad y la negatividad, el impulso y la sustancia” (Chen 2012,
4), que hacen posible ciertos actos de/en ciertos cuerpos, constituyendo a unos
como objetos y a otros como sujetos. En esta jerarquía, el lenguaje está
enmarañado con el afecto, y, desde ahí, las palabras cobran vida mediante los
cuerpos.
La descripción que hace
la entrevistada sobre sentirse una máquina deja de ser una metáfora y se
transforma en una manera de enunciar la experiencia de descender en la
jerarquía de lo vivo, lo cual implica que el cuerpo de las trabajadoras es
disminuido desde la categoría de lo humano a lo inanimado, transformándose en
un objeto hecho por el “hombre”. El ser una máquina
supone la deshumanización del cuerpo de las trabajadoras: la remoción de sus
cualidades humanas y la transformación de sus cuerpos en objetos que han sido
despojados de su identidad y agencia, para quedar al servicio de otros cuerpos
humanos que están por encima en esta jerarquía de lo vivo.
Según Bustamante, Jashnani y Stoudt (2018) una de las maneras de
comprender cómo la deshumanización penetra los cuerpos es a través del concepto
de deshumanización acumulativa. Este postulado revela una red de procesos
afectivos verticales y horizontales que se enmarañan materialmente en los
cuerpos a lo largo del tiempo y el espacio, (re)produciendo cotidianamente un
estado de deshumanización. En el relato de Blanca hay una serie de movimientos
y trayectorias: un
El cuerpo de Blanca no es
estático, pues está en constante movimiento y tiene que ser lo suficientemente
flexible para redistribuir el peso de las cargas hacia diversos lugares y en
distintas direcciones. La constante flexibilidad del cuerpo para movilizar las
fuerzas que vienen horizontal y verticalmente implica que debe materializarse
de diversas formas de manera constante: Blanca es un cuerpo que es muchas cosas
–máquina/ canal/ facilitadora/ resistencia/ Blanca– y, por lo tanto, tiene
múltiples ensamblajes subjetivos que son encarnados de distintas maneras. Esta
diversidad corposubjetiva genera que la entrevistada
sienta que a la vez que es todo –máquina-canal-facilitadora-resistencia-Blanca–
no sea específicamente nada. Por tanto,
los límites de su humanidad (Blanca) no están definidos, lo cual permite la
formación de un nuevo ensamblaje subjetivo donde la deshumanización es la
experiencia principal. Sin embargo, dentro de este ensamblaje Blanca, como
cuerpo humano, sigue existiendo: ¿qué pasaría si Blanca se comprendiese a sí
misma como un ensamblaje?, ¿sería la deshumanización la experiencia afectiva
principal?
6.3. (Re)encuentro
(con lo) humano
Lo más importante [es] la relación humana que se establece con las personas, esto de entenderlas dentro del contexto social, y uno también a lo mejor sentirse parte de algunos contextos sociales, reconocerse parte también de las personas que estamos siendo violentadas por un sistema o por un cierto grupo de personas. Eso es lo que le ha dado más sentido a mi trabajo. [Lo que me mantiene en este trabajo es que] para mí es importante estar ahí. Yo creo que uno tiene como objetivos o motivaciones o satisfacciones o un sentido individual y hay otra quizá mitad de uno que tiene que ver con lo colectivo. Hay motivaciones que son por mí y por los otros, por mí o por los míos […] y yo siento que en mi trabajo puedo satisfacer esa otra necesidad. Creo que el trabajo mismo es como hacerse parte de ciertas luchas. Me parece que este trabajo es la oportunidad de estar como en un encuentro más íntimo, más estrecho, más directo también con los niños, jóvenes, las familias que viven estas situaciones a lo mejor violentas, vulneradoras [...] es esa posibilidad de tener el acceso a esos encuentros. [Una metáfora de mí como trabajadora sería] eso de tender la mano o brazos abiertos, no solamente para ayudar o acoger, sino como ese encuentro humano, donde uno a veces, claro, tiene que sostener algunas cosas, o cuando hay situaciones complejas donde alguno a veces tienes que tender la mano, o a veces uno tiene que estrechar la mano de otro, como esto de acordar cosas, de saludarse, de encontrarse, a veces también es al revés. A veces, como en esto de que uno es máquina o se considera máquina, yo creo que ha pasado que de repente cuando a uno ya la conocen mucho [...] hasta los niños se dan cuenta si una anda más callada o cuando uno anda como acelerada, yo creo que a la vez también es retribuido. Yo creo que las familias igual lo entienden, es como este tema de los afectos, a veces es un año, a veces es más [tiempo el] que compartimos con las familias (entrevista a Blanca, 9 de septiembre de 2020).
Este
fragmento señala que la construcción de una subjetividad “maquínica”
no es sostenible en el tiempo. Frente a la deshumanización, Blanca busca
activamente ensamblarse con otros cuerpos humanos, con el objetivo de
(re)conocerse como una persona y hacerse parte de las luchas de esta
colectividad. Estos “encuentros humanos” son íntimos, estrechos, directos y
retribuidos, e implican afectos que se mueven de forma vertical –al sostener la
relación cuando hay complejidades laborales–, horizontal –cuando se estrecha la
mano de otro– y bidireccionalmente –cuando Blanca es afectada por los cuerpos
de las personas con quienes trabaja–. Estos movimientos transgreden los
valores que fundamentan la labor de las trabajadoras de la política social, que
consideran que estas han sido llamadas a desafiar la opresión tanto estructural
como institucional y promover la justicia social (Fardella
et al. 2016, 10). Lo que indica el relato de Blanca es que, en lo cotidiano del
trabajo, ella no sostiene su labor con sus propias fuerzas, sino que serán las
comunidades con las que trabaja las que permitan que continúe en la lucha por
la defensa de sus derechos. En este sentido, las familias y los NNA no son
cuerpos pasivos, sino que tienen la capacidad de afectar a esta trabajadora y rehumanizarla a través de estos encuentros humanos
cotidianos.
Para Blanca, el ser parte
de esta colectividad de cuerpos humanos que se encuentran y sostienen
recíprocamente es lo que le otorga sentido a su labor y le permite continuar, a
pesar de las dificultades. Esta situación puede interpretarse mediante la
economía de la dignidad propuesta por Schaefer (2019), quien plantea que los
cuerpos humanos lucharán por construir economías afectivas que nutran y
sostengan su dignidad por encima, por ejemplo, la deshumanización. Esto ocurre
a través del movimiento de los afectos entre los cuerpos presentes en una
dinámica relacional particular, la cual permitirá múltiples formas de agencia y
conducirá a los cuerpos a moverse en ángulos diferentes a los que estaban
acostumbrados. En las economías de la dignidad, la agencia no es un sinónimo de
resistencia a las relaciones de dominación, sino que es una capacidad de acción
que se crea y es posible dentro de relaciones de subordinación
preexistentes. En este sentido, “lo que puede parecer un caso de deplorable
pasividad y docilidad […] puede ser en realidad una forma de agencia” (Schaefer
2019, 57) que permite a las personas reapropiarse de su dignidad en un contexto
donde pareciera no ser posible.
Schaefer
propone que en la opresión y en la repetición de ciertas dinámicas afectivas se
crean “los más locos puntos de fuga” (2019, 59) que transforman (sutilmente) el
mundo. Así,
la agencia no funciona como una causa de los eventos subjetivos, sino que es
una condición de posibilidad para el desarrollo de tendencias e inclinaciones
de los sujetos (Lara et al. 2017, 40). ¿Qué implicancias tiene para Blanca
comprender la agencia o resistencia, y el control o la dominación de esta
forma? ¿Cómo esto puede afectar su experiencia laboral?
7. Discusión y conclusiones
Los hallazgos indican que
el análisis afectivo de la subjetividad releva las complejidades de las vidas
de las trabajadoras y permite acceder a la movilidad constante, a lo paradójico
y a lo ambivalente, así como a los momentos de fijación de la materialización
de los ensamblajes subjetivos en los cuerpos de estas (Pons 2019, 151). En
concreto, se plantean tres contribuciones de la perspectiva afectiva en el
análisis de la subjetividad laboral. Primero, las trabajadoras tienen la
capacidad de afectar y ser afectadas, y esto ocurre independiente de si estas
deciden (o no) ensamblarse a los cuerpos humanos y no humanos que las rodean
(Enciso 2015). En el relato de Blanca, los cuerpos no humanos de la política de
protección a la infancia se ensamblan y se materializan en su cuerpo
transformando tanto su arquitectura corporal como su experiencia laboral, al
mismo tiempo que Blanca afecta a los cuerpos no humanos de la política de
protección a la infancia chilena y se ensambla con ellos; y esto ocurre sin que
ninguno de los dos lados del ensamblaje pueda evitarlo.
La segunda contribución
es la capacidad de agenciamiento de las trabajadoras. Para las teorías del
afecto la agencia se produce como efecto del ensamblaje entre los diferentes
cuerpos presentes en las dinámicas relacionales cotidianas (Gherardi
et al. 2018). En este sentido, no son las sujetas las que poseen agencia,
sino que esta es resultado del ensamblaje de cuerpos particulares en una
relación situada. En el caso de Blanca, la agencia para rehumanizarse
proviene de los afectos generados por los cuerpos de los NNA y las familias.
Así, Blanca no es una sujeta agencial, sino que es agenciada en el ensamblaje
con estos cuerpos particulares.
La tercera contribución
es la importancia del cuerpo en los estudios del afecto y en la comprensión de
la subjetividad laboral. Estudiar los afectos textualmente implica escudriñar
la materialización de formas experienciales que existen antes o fuera del
lenguaje. Estas formas experienciales se ensamblan como historias
interconectadas en los cuerpos humanos (Schaefer 2015, 38) expandiendo lo que
estos pueden hacer, abriéndolos a la indeterminación (Clough
2008, 2-3). Para Blanca, esta expansión afectiva del cuerpo se tensiona con su
materialidad, haciéndola sentir que no es humanamente posible sostener todas
las fuerzas que se ensamblan en ella. Sin embargo, estos ensamblajes existen y
la constituyen. Por ello, Blanca vive en un vaivén constante entre aquello que
cree que puede ser y todo lo que es, construyendo una subjetividad múltiple que
experimenta como vacía.
Realizar un análisis
afectivo ofrece la oportunidad de formular nuevas preguntas que posibilitan
distintas comprensiones de subjetividad. Esto no podría ser posible sin un
cambio de paradigma teórico-metodológico como el que nos proporcionan las
teorías afectivas. El siguiente paso de la investigación es devolver los
resultados y preguntas que cierran cada hallazgo a las participantes. Esta
devolución otorga un carácter político a la investigación al aportar nuevos
elementos al ensamblaje subjetivo de las participantes del cual podrían emerger
nuevas formas de agencia de/para estas trabajadoras.
Estudiar la subjetividad
laboral de quienes trabajan en la política de protección a la infancia, desde
una perspectiva afectiva, permite reivindicar y rescatar las voces de estas
sujetas al centralizar su posición dentro del ensamblaje que construye dicha
política. Las trabajadoras no son meras mediadoras entre la política, las
familias y los NNA beneficiarios de esta, o un síntoma del sistema managerializado y precario en el que están embebidas, son
un elemento fundamental en el engranaje del que emerge esta política social. A
través de un análisis afectivo que devuelva al cuerpo y la materialidad de los
afectos al centro del debate, se activan movimientos y trayectorias múltiples,
que proponen otras formas de existencia dentro de estos contextos laborales que
permiten nuevas experiencias y maneras habitar la política de protección a la
infancia en Chile.
Apoyos
Para realizar el artículo
se contó con el apoyo del Fondo Nacional para el Desarrollo de la Ciencia y la Tecnología
(FONDECYT, Proyecto 1191015). Este proyecto fue financiado por la Agencia
Nacional de Investigación y Desarrollo de Chile (ANID)/ Programa de becas/
Doctorado Nacional/2020 – 21202092.
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Entrevista
Entrevista a Blanca,
Viña del Mar, 9 de septiembre de 2020.
Notas
[i] Hemos decidido escribir este trabajo en genérico
femenino como una declaración política respecto a la invisibilidad de la mujer
en los trabajos remunerados de cuidado (Müller 2019).
[ii] El tercer sector agrupa a organizaciones
privadas llamadas organizaciones no gubernamentales, corporaciones, fundaciones
u organizaciones sin fines de lucro, y está compuesto por trabajadoras del área
de las ciencias sociales como psicólogas, trabajadoras sociales, entre otras
(Varas et al. 2018, 274).
[iii] Para más
información revisar Proyecto Afecto (2020).
[iv] La decisión de
dejar este término en inglés se fundamenta en la dificultad de traducir al
español la palabra animacy
sin que esta pierda su profundidad.