Temas
Conflicto hídrico y
defensa territorial: mujeres en el Movimiento Campesino de Santiago del Estero,
Argentina
Hydric conflict
and territorial defense: Women in the Peasant Movement of Santiago del Estero,
Argentina
Dra. Mariela Pena. Investigadora. Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas (CONICET) e Instituto de Investigaciones en Estudios de
Género. Universidad de Buenos Aires (Argentina).
(marielapena@conicet.gov.ar) (https://orcid.org/0000-0001-6508-6691)
Recibido: 24/10/2021 •
Revisado: 17/12/2021
Aceptado: 04/02/2022 •
Publicado: 01/05/2022
Cómo citar este
artículo: Pena,
Mariela. 2022. “Conflicto hídrico y defensa territorial: mujeres en el
Movimiento Campesino de Santiago del Estero, Argentina”. Íconos. Revista de
Ciencias Sociales 73: 201-220.https://doi.org/10.17141/iconos.73.2022.5236
Resumen
América
Latina se encuentra atravesando hoy, en grado preocupante, el avance del modelo
extractivo-exportador, el cual agrava los conflictos distributivos asociados a
los recursos territoriales e hídricos. Frente a estos procesos, se han
articulado resistencias ambientales conformadas por poblaciones
campesino-indígenas vulneradas, que se oponen al paradigma productivista
planteando éticas de desarrollo sostenible. Este trabajo parte del caso
etnográfico de Santiago del Estero, una provincia del centro-norte de Argentina,
tradicionalmente considerada como “improductiva”, la cual ha resultado
drásticamente afectada por la agriculturización. Allí, las poblaciones
perjudicadas por procesos de acaparamiento de tierras, desalojos y
contaminación ambiental han conformado el Movimiento Campesino de Santiago del
Estero (Mo.Ca.Se). Desde una perspectiva de género y un abordaje antropológico
centrado en observaciones y entrevistas, se explora el impacto de las
injusticias ambientales, específicamente el de la injusticia hídrica, en las
comunidades campesino-indígenas y en la sobrevulneración que implica para las
mujeres y niñas. Se concluye que las mujeres ocupan un rol trascendental en las
estrategias de resiliencia de sus comunidades, dentro de un contexto de
escasez, violencias y despojos. A la vez, otro de los hallazgos radica en que
la defensa territorial organizada de manera colectiva favorece su situación en
relación con el acceso al agua y otros recursos, mediante la generación de
redes y alianzas más amplias, incluso a escala transnacional.
Descriptores: agua; conflicto
socioambiental; extractivismo; mujeres campesino-indígenas; resistencia;
Santiago del Estero.
Latin
America is currently undergoing, to a worrying degree, the advance of the
extractive-export model, which aggravates distributive conflicts associated
with territorial and water resources. In the face of these processes,
environmental resistances have been articulated by vulnerable
peasant-indigenous populations, who oppose this productivist paradigm by
advancing sustainable development ethics. This study is based on the
ethnographic case of Santiago del Estero, a province in the center-north of
Argentina, traditionally considered “unproductive”, which has been drastically
affected by agriculturization. There, the populations affected by land
grabbing, evictions, and environmental contamination have formed the Peasant
Movement of Santiago del Estero (Mo.Ca.Se). From a gender perspective and an
anthropological approach focused on observation and interviews, we explore the
impact of environmental injustices –specifically, water injustice– on
peasant-indigenous communities and the extreme vulnerability that it entails
for women and girls. It is concluded that women play a transcendental role in
the resilience strategies of their communities, within a context of scarcity,
violence, and dispossession. At the same time, another of the findings is that
collectively organized territorial defense facilitates their access to water
and other resources, through the generation of broader networks and alliances,
even on a transnational scale.
Keywords:
water; socio-environmental conflict; extractivism; peasant-indigenous women;
resistance; Santiago del Estero.
América Latina durante
las últimas décadas ha sido testigo de cambios drásticos en las lógicas
productivas, económicas, políticas y sociales. La mayoría de los países
atraviesan la consolidación y generalización de un modelo extractivo-exportador
basado en recursos no renovables y en el monocultivo, el cual amplía las
brechas de desigualdad Norte/Sur y acelera la contaminación ambiental, la
pérdida de biodiversidad y las consecuencias del cambio climático. En
Argentina, este modelo ha fomentado el interés comercial hacia territorios
anteriormente considerados “improductivos”, expandiendo las fronteras de la
“pampa húmeda” y generando un proceso de agriculturización de nuevos suelos
(Svampa 2008). Santiago del Estero constituye una de las provincias mayormente
afectada por dichos procesos. Se trata de una región ubicada en el centro-norte
argentino, de clima subtropical con estación seca; la mayor parte de su
territorio está conformada por extensas y áridas llanuras (dominan los paisajes
de monte y sabana). Su población ha sido calificada como mayoritariamente rural
dispersa.
Varios estudios ya se han
ocupado de analizar e historizar de qué manera Santiago del Estero ha resultado
profundamente afectada a partir de los procesos de agriculturación, que han
acentuado desmontes, desertificación, raleado de la vegetación y modificaciones
en la composición de los suelos –con elevados niveles de salitre y arsénico–
(Durand 2006; De Dios 2009). A su vez, estos procesos fueron favorecidos por el
corrimiento de las líneas de lluvia, un fenómeno asociado al cambio climático
(SAyDS 2015). Estos cambios ambientales han perjudicado notablemente a la
población local (de la cual la mayoría se reconoce como campesino-indígena) y a
su modo de vida tradicional.
Las consecuencias de los
fenómenos derivados de la conflictividad entre dicha población y productores
agropecuarios que procuraron acaparar estas tierras dio lugar a la resistencia
campesina que lleva el nombre de la provincia: el Movimiento Campesino de
Santiago del Estero (Mo.Ca.Se). Desde 2016 vengo analizando el desempeño de las
mujeres en la organización social, los vínculos entre las dimensiones
político-económicas más amplias y las relaciones íntimas, desde un enfoque de
la antropología feminista, gracias al financiamiento del Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Con este trabajo avanzo un
paso más en tal análisis, considerando que luego de la deforestación y la
expulsión del campesinado de sus tierras, es necesario explorar las consecuencias
del neoextractivismo[i]
(Svampa 2019) agrario en relación con los recursos hídricos y las estrategias
de resiliencia adoptadas por las comunidades campesino-indígenas[ii]
locales.
Una línea novedosa de
trabajo local (Riera 2015; Riera y Barrionuevo 2018) sostiene que la
apropiación y acaparamiento del agua subterránea para la producción agrícola de
exportación implica un nuevo grado de injusticias (hídricas), producto del
neoextractivismo agrario. Esto agudiza las desigualdades y aumenta la
vulnerabilidad de las poblaciones originarias, ya de por sí más susceptibles a
sufrir los efectos de la actual crisis socioambiental por sus condiciones de
marginalidad social de base. Al mismo tiempo, varios estudios con mujeres de
distintos contextos rurales marginales del Sur Global han demostrado que ellas
cumplen un rol clave en la gestión del agua y experimentan en mayor grado el
impacto negativo de las restricciones e injusticias socioambientales, por
varios motivos (Lahiri-Dutt 2006; Sultana 2009, 2011).
En su condición de
cuidadoras, proveedoras de atención sanitaria y alimentos, y como pequeñas
agricultoras (debido a su rol de género en diferentes comunidades y grupos
étnicos), suelen ser las responsables del suministro y la gestión del agua en
el hogar. Esto no solo incrementa los índices de pobreza, sino que las
sobreexpone a los riesgos y problemas ambientales endémicos de las zonas
rurales y urbanas marginales. Dichas funciones suelen estar naturalizadas, no
remuneradas y poco reconocidas, pero también ponen a las mujeres en contacto
diario y directo con la contaminación ambiental, la escasez de recursos y los
cambios climáticos. A menudo, los niños (y especialmente las niñas) acompañan a
las mujeres en su trabajo diario, y ellas trans- 203 miten así los conocimientos relacionados con los
recursos a las generaciones más jóvenes (Bennett, Dávila-Poblete y Rico 2005;
Hanson y Buechler 2015; Radel 2009).
En este artículo se
argumenta que las mujeres campesino-indígenas organizadas dentro del movimiento
campesino Mo.Ca.Se, desde (y a pesar de) sus posiciones de marginalidad,
cumplen un rol clave en las estrategias de resiliencia de sus comunidades para
mitigar los efectos negativos del despojo de recursos hídricos producto del
neoextractivismo. A la vez, se demuestra el impacto de la defensa territorial
organizada de manera colectiva en favor de los derechos de las mujeres
campesino-indígenas, mediante la generación redes, recursos y alianzas más
amplias, incluso a escala transnacional. Así, este estudio también en su
calidad de caso etnográfico al conjunto de análisis que destaca la importancia
global de las prácticas de las mujeres campesino-indígenas y los movimientos
sociales emergentes de resistencia socioambiental (Buechler 2016; Resurrección
2017).
Dado que se trata del
primer trabajo que aborda la cuestión de los usos del agua y sus vínculos con
la variable de género en el contexto estudiado, es de carácter exploratorio. El
principal objetivo radica en colocar el caso etnográfico en el marco de las
dinámicas contemporáneas del Norte/Sur Global, manifestando su relevancia y
arrojando algunas reflexiones que propicien nuevos abordajes y ejes de
discusión.
La noción de (in)justicia
hídrica (Zwarteveen y Boelens 2014), en la que se enmarca la discusión, parte
del corpus de estudios críticos de la ecología política feminista; dichos
estudios se distancian tanto de las definiciones como de las soluciones mainstream. Las investigaciones
realizadas bajo esta perspectiva se vienen ocupando de examinar cómo los
procesos a gran escala y sus mecanismos de privilegio/exclusión en las luchas
por los recursos interactúan con las prácticas íntimas y los múltiples ejes de
la diferencia social, creando políticas cotidianas en diferentes espacios
locales/globales (Agarwal 2000, 2010; Arriagada Oyarzún y Zambra 2019; Elmhirst
2011; Rocheleau y Nirmal 2015).
De tales perspectivas
tomo la noción de acaparamiento de tierras (land
grabbing) que se refiere al fenómeno de adquisición a gran escala de
tierras y derechos sobre estas por entidades empresariales. Aquí enfatizo en
que (además del suelo) este proceso involucra a otros recursos vinculados, por
ejemplo, el agua, los minerales o montes nativos (White et al. 2012). En otros
términos, el “acaparamiento de agua” (Franco et al. 2013)[iii]
es una modalidad específica del acaparamiento de recursos, los cuales se
concentran, privatizan y comercializan como bienes privados. A su vez, este
proceso refleja las dinámicas Norte/Sur contemporáneas, que involucran, entre
otras cuestiones, la externalidad de los costos en la producción de alimentos,
energías y de desechos dañinos (Brand y Wissen 2021).
Con relación al asunto
del acceso al agua, la ecología política ya ha dejado claramente planteada una
mirada que explora de manera integral, multiescalar e interseccional las
desigualdades y violencias creadas a partir del conjunto de jerarquías
expresadas en los sistemas políticos, sociales y ecológicos. Así, la
(in)justicia hídrica (Boelens 2015) es comprendida a partir del cuestionamiento
a los límites entre naturaleza, tecnología y sociedad (o seres humanos),
planteando el carácter construido de dichas concepciones. La definición, la
disponibilidad y el manejo del agua son respuestas generadas por los distintos
actores sociales que luchan por el control de dicho recurso (Budds 2012). A la
vez, se ha señalado que a la fluidez y la deslocalización de los efectos del
acaparamiento hídrico se suman la “invisibilidad” de los sistemas tradicionales
de derechos al vital líquido, lo cual dificulta concebir al acaparamiento de
agua como una injusticia “real” que requiere de respuestas políticas
sistemáticas (Franco et al. 2013).
En este sentido, también
los términos “local” y “global” son examinados de manera crítica, ya que se
entiende que los denominados fenómenos “locales” a menudo consisten en
manifestaciones específicas de procesos y poderes supralocales que actúan en
interseccionalidad con otras variables de la diferencia social (O’Reilly et al.
2009; Zwarteveen y Boelens 2014). Por último, este marco también pone de
relieve la necesidad de que los estudios académicos acompañen y den visibilidad
a las resistencias sociales frente al despojo material, incluyendo la dimensión
de los recursos hídricos y la destrucción ecológica que esto ocasiona, a través
del análisis crítico del conocimiento sobre el agua, su asignación y las formas
de gestión (Boelens 2015).
Sobre los vínculos de
este asunto con la problemática de género, ya ha sido señalado que las mujeres
y otros grupos marginados por razones de género, clase o etnia en las regiones
rurales del Sur Global son las personas más injustamente perjudicadas por los
efectos negativos del cambio ambiental y del despojo producto de las economías
neoextractivistas (Ahlers y Zwarteveen 2009; Harris 2009). Harris et al.
(2016), a partir de la recopilación de múltiples estudios de caso, han sugerido
que las tareas de recolección de agua suelen estar diferenciadas según el
género: son las mujeres las principales responsables. Ellas, generalmente, se
encargan de administrar del líquido 205 para usos domésticos (higiene corporal, alimentación,
limpieza del hogar, bebida), y esta tarea suele demandarles una gran cantidad
de tiempo diario, situación que se acentúa cuando escasean las redes de agua
potable.
En el mismo orden,
estudios comparativos, como el de Neumayer y Plumper (2008) entre áreas rurales
de 141 países, han demostrado que existen diferencias de género en términos de
mortalidad y morbilidad, y asociadas a las catástrofes naturales (incluidas las
inundaciones y las sequías). Al mismo tiempo, sin embargo, las mujeres
campesino-indígenas se han conformado como las actoras sociales más
protagónicas en cuanto a estrategias de resiliencia y a alternativas de
protección ambiental a escala local y mundial (Hanson y Buechler 2015;
Lahiri-Dutt 2006).
Sumado a esto, Harris et
al. (2016) han llamado la atención sobre el hecho de que un análisis generizado
debiera incorporar no solamente variables binarias hombre-mujer, sino también
otras identidades e intersecciones (por ejemplo, la propiedad de la vivienda,
el empleo o la edad). En nuestro caso, la perspectiva interseccional pone de relieve
el eje de la organización colectiva, o más precisamente el contexto de mujeres
campesino-indígenas en movimientos de defensa territorial.
Ya otros trabajos, si
bien de manera un tanto aislada, se han preocupado por resaltar la
consideración de los vínculos comunitarios/colectivos a la hora de pensar en
los derechos de propiedad de las tierras y de acceso al agua. Ahlers (2005) y
Ahlers y Zwarteveen (2009), por ejemplo, a partir de estudios en comunidades
rurales de México y otras partes de América Latina, han argumentado que en
determinados contextos los derechos usufructuarios sobre el territorio,
defendidos de manera colectiva, brindaban a las mujeres mayores posibilidades
de acceso al agua que los derechos de propiedad privada individual. Estos estudios
también problematizan la concepción de que un título de propiedad individual
necesariamente les proporcione mayor seguridad, y que la defensa de sus
intereses debiera orientarse en ese sentido, dada la disponibilidad siempre
variable del recurso. El carácter fluido del agua, justamente, la imposibilidad
de contar con la “propiedad” individual de una cantidad estable y determinada,
pone de manifiesto las limitaciones de una perspectiva de género pensada de
manera abstracta y visibiliza las complejas tramas de conflicto y colaboración
entre el género en interseccionalidad con otras formas de la diferencia social.
Dicha agenda feminista podría estar obedeciendo o cayendo en “la trampa” de las
mismas lógicas neoliberales que cuestiona, reificando de forma acrítica y sin
concesiones el valor de individual vs. colectivo y privado vs. público (o
comunal).
Almacenamiento
de agua de lluvias como estrategia de resiliencia: análisis de casos en
territorios rurales del Sur Global
De la ecología política
también han surgido numerosos estudios empíricos en torno a los usos
estratégicos del agua en contextos rurales de despojos, escasez y muchas veces
dentro de lógicas de organización comunitarias alternativas, incluyendo algunos
enfoques generizados (Crow y Sultana 2002; Vera Delgado y Zvarteveen 2008). Una
de las respuestas frecuentes por parte de las comunidades campesino-indígenas
ante la falta de redes de agua segura/potable (y cuando las condiciones lo
permiten) consiste en el aprovisionamiento mediante el almacenamiento de las
lluvias, estrategia predominante en muchas comunidades del Mo.Ca.Se. Service Opare (2012), por ejemplo, sostiene
que, en un contexto mundial donde aumenta la escasez de agua, el almacenamiento
de aguas de lluvias debe ser considerado como una estrategia comunitaria
sostenible de suministro destinado al uso doméstico. La noción de
sostenibilidad de este sistema se basa en un conjunto de factores asociados al
hecho de que el abastecimiento de agua se lleva a cabo en el mismo sitio en el
que va a ser consumida, evitando costos de infraestructura, intermediaciones,
etc. Asimismo, el sistema carece de la sofisticación de otros como las redes de
agua potable, facilitando la captación del agua, el almacenamiento, la gestión
y el mantenimiento por parte de los propios usuarios y usuarias.
Este y otros estudios
similares (Efe 2006; Ishaku et al. 2011; Ishaku et al. 2013; Owusu y Asante
2020) sugieren que tanto desde la academia como desde las políticas públicas
debieran fomentarse mayores iniciativas para mejorar su asequibilidad. Al mismo
tiempo, desde estas perspectivas se propone la identificación de soluciones
ecológicas para contrarrestar factores que dificultan o convierten a esta
estrategia en riesgosa para la salud. Entre dichos factores y condicionamientos
los hay de varios tipos y dependen en gran medida de las condiciones locales
(muchas veces marcadas por la pobreza), tales como el uso de materiales
inadecuados para su transporte y almacenamiento, la contaminación y la falta de
conocimientos o de insumos.
Los estudios reseñados
ponen de relevancia la necesidad de investigaciones que analicen la viabilidad,
los beneficios y la seguridad de los usos estratégicos del agua realizados por
comunidades campesino-indígenas en contextos locales, y que midan de manera
periódica la calidad o cambios en el agua y los suelos. Esto es crucial en
nuestro contexto, en donde las comunidades que resisten en medio de parcelas
para ganadería, cultivos de soja y otros productos agroindustriales, ya han
denunciado el uso desmedido de agroquímicos y otros contaminantes atmosféricos
perjudiciales para la salud.
Asimismo, considerar el
almacenamiento de aguas de lluvias como estrategia de resiliencia en muchas
comunidades rurales evidencia claramente el modo en el que los efectos del
cambio climático afectan de manera desproporcionada a las poblaciones
vulnerables (especialmente a las mujeres) y la urgencia de poner el foco en
esta cuestión. Una última cuestión a puntualizar aquí: estos estudios de caso
contribuyen a colocar el énfasis en la (in)disponibilidad del recurso debido a
procesos de acaparamiento y, por lo tanto, la importancia de la organización
comunitaria para disputar 207 territorios
con acceso básico al agua.
La profundización de los
esquemas productivos del agronegocio con el uso de nuevas tecnologías para el
riego se observa tanto en Argentina como en otros países de la región, por
ejemplo, México, Brasil, Ecuador, Uruguay y Chile (Budds 2012; Mena-Vásconez et
al. 2016). Para el contexto nacional argentino, Riera y Barrionuevo (2015) han
remarcado cómo la introducción de dichas tecnologías (junto con la posterior
difusión de granos de soja transgénica y glifosato) estuvieron en el centro del
cambio productivo conocido como “sojización”,[iv] fomentado
por las políticas neoliberales a partir de la década de los 70 y profundizadas
en los 90.
De acuerdo con los
análisis regionales y nacionales, estos procesos se caracterizaron mayormente
por la ausencia de la intervención directa del Estado, dependiendo
fundamentalmente de la iniciativa privada (Kemper 2007; Riera 2018). Ello hizo
que la valorización y uso del recurso hídrico subterráneo se realice por fuera
de cualquier regulación pública. En Argentina, como en la mayoría de los
países, el agua subterránea se ha usado y aún se usa como un recurso de acceso
abierto. Varios estudios académicos han alertado sobre los riesgos y
consecuencias de dicha expansión e intensificación agrícola con base en el
riego en un contexto de crisis hídrica global (Cirelli y Melville 2000). Este
uso desregulado y la sobreexplotación de acuíferos se traducen en un peligro de
agotamiento o deterioro de los recursos hídricos subterráneos, y ponen en
riesgo no solamente la sostenibilidad del desarrollo agrícola iniciado, sino a
la totalidad de los ecosistemas de los cuales dependen y a las poblaciones
locales (Budds 2012).
También es importante
señalar que dichos procesos de acaparamiento, aunque fragmentarios, difusos o
descentralizados, ocurren dentro del marco de legitimidad que brinda el
discurso neoliberal en torno a las bonanzas de la libertad de mercado, la
propiedad privada y la perspectiva individualista. De este modo, los diferentes
recursos o agentes no humanos son convertidos en mercancías transferibles entre
individuos abstractos, desvinculándolos de sus usos y significados sociales,
culturales e históricos para comunidades concretas y contextos locales
específicos. Tales transferencias de recursos exacerban (en silencio) las
jerarquías estructurales, encarnadas en sujetos generizados y racializados
(Ahlers y Zwarteveen 2009). Es así que, en un contexto de crisis
socioecológica, estos procesos profundizan las desigualdades preexistentes e
incrementan las incertidumbres asociadas a la disponibilidad hídrica debido al aumento
de la variabilidad climática y de la temperatura.
Dentro de esta coyuntura,
se han ido forjando nuevos paradigmas y sujetos que cuestionan el ideario
productivista y sacan a la luz las consecuencias destructivas del proyecto
neoextractivista, considerando diferentes dimensiones (humana, ambiental,
cultural, entre otras) y colocando la cuestión del territorio y el ambiente
como eje de las disputas. Se trata, siguiendo a Harvey (2005), de un escenario
de “postdesarrollo” y de un proceso global de “desposesión por acumulación”
desde cuyas grietas se potencian nuevas formas de movilización ciudadana
(Slater 1998). Así, la organización de pobladores rurales locales Mo.Ca.Se, que
enfrenta el impacto del despojo de recursos, se enmarca como uno de los exponentes
del fenómeno más amplio de emergencia de movimientos campesino-indígenas que
colocan al ambiente, a los recursos naturales y al territorio en el centro de
sus reclamos.
Actualmente campesinas y
campesinos organizados desde 1990 en Mo.Ca.Se se agrupan en 10 Centrales
Campesinas, distribuidas a lo largo de todo el territorio de la provincia de
Santiago del Estero, cada una de las cuales aglutina a las comunidades de base
de la zona. Se compone de unos 9000 hogares campesinos, de acuerdo con las estimaciones
internas de la propia organización. Ahora, en la tercera década del siglo XXI,
muchas de ellas han logrado el reconocimiento formal de la mayoría de los
territorios que habitan, en algunos casos logrando la escrituración de las
propiedades familiares y en otros la inscripción como comunidades indígenas, si
bien en muchos casos continúan los conflictos y la tenencia precaria de las
tierras. Esto permite a la mayoría mantener su modo de vida tradicional
–cultivo de alimentos y el pastoreo de cabras en pequeñas superficies de entre
1 y 4 ha–, sus hogares y sus predios para las actividades de subsistencia,
combinándolas ahora con nuevas estrategias a partir de algunas transformaciones
logradas con la organización política. Ello incluye de manera primordial una
serie de conocimientos (algunos recuperados desde la propia tradición y otros
nuevos que se han ido incorporando) para producir alimentos de manera
agroecológica. Tales incorporaciones se han conseguido fundamentalmente
mediante la creación de la Escuela de Agroecología en la localidad santiagueña
de Quimilí, y de la Universidad Campesina (UNICAM) en la localidad de Ojo de
Agua, las cuales apelan a la tradición de la educación popular (Michi 2010).
El Mo.Ca.Se hoy se
perpetúa defendiendo su trayectoria como movimiento social de base que propone
un modo de vida campesino-indígena de contestación al modelo del extractivismo
neoliberal, mediante la propuesta de prácticas y lógicas alternativas.
Amalgamando discursos globales con tradiciones y lenguajes propios, estos ejes
incluyen las nociones de sustentabilidad, agroecología, “buen vivir” y
soberanía alimentaria vinculadas también con propuestas feministas autónomas
(Zaragocin 2017; Paredes 2017). También proponen transformaciones del campo
educativo y político, para favorer la participación horizontal (Michi 2010).
Como han señalado 209 varios
estudios sobre procesos similares, los movimientos de organización social de
base constituyen modos emergentes de empoderamiento local-territorial, y
tienden a ampliar y radicalizar su plataforma representativa como parte de la
misma dinámica de lucha (Rauber 2005; Svampa 2008).
Este análisis se enmarca
en un trabajo más amplio de corte etnográfico (Guber 2011), a partir del cual posteriormente
se ha recortado el eje temático de las injusticias hídricas y la diferencia
social. La construcción de la actual problemática parte de la observación de
las prácticas cotidianas de las mujeres campesino-indígenas en sus comunidades,
dentro del contexto de escasez y despojo de recursos que he descrito más
arriba. Esto fue posible durante visitas periódicas a comunidades campesinas de
Mo.Ca.Se ubicadas en la Comunidad Rincón de Saladillo, perteneciente al
Departamento y Central Campesina Quimilí entre los años 2016 y 2019, durante
los cuales se ha efectuado trabajo de campo convivencial (Aschieri y Puglisi
2010) de duración semanal.
Quimilí es una ciudad
ubicada en el centro-este de la provincia, a unos 200 km de la capital
provincial y a 80 km de la frontera provincial con Chaco; cuenta con una
población de 15 052 habitantes (INDEC 2010). Allí, las comunidades de base se encuentran dispersas, a distancias
de entre 5 y 70 km de la ciudad por caminos no asfaltados y anegadizos,
reuniendo a una cantidad de no más de 20 hogares familiares distanciados entre
sí de 1 a 5 km. En el marco de esta investigación se ha visitado la comunidad
Rincón de Saladillo, a unos 60 km de Quimilí. Las antiguas notas de campo y las
entrevistas realizadas durante esa etapa fueron el primer elemento desde el
cual se ha partido para profundizar en esta cuestión, y el cual ha aportado
aspectos contextuales relevantes para iniciar la elaboración
teórico-metodológica que encuadra este estudio.
Por otra parte, a partir
de 2020 se ha recurrido a informantes y redes de contactos de la organización
campesina generados a lo largo de todos los años de trabajo para realizar
entrevistas en profundidad (Atkinson 1998) vinculadas a los ejes temáticos
actuales. Más específicamente, esta etapa de relevamiento se ha centrado en una
serie de conversaciones y entrevistas dirigidas a referentes de distintas
comunidades campesinas del Mo.Ca.Se. Debido a los fuertes condicionamientos
impuestos por el contexto pandémico se ha ensayado la modalidad virtual,
contando con la ventaja de que los lazos de confianza necesarios para
establecer un intercambio más profundo ya estaban establecidos.[v]
Dada la enorme extensión territorial que abarca el Mo.Ca.Se y su distribución
en 10 Centrales Campesinas, pedimos a la organización una serie de encuentros
con 15 mujeres de diferentes zonas y comunidades para realizar una primera
etapa de relevamiento general en torno a la organización comunitaria y las
tareas cotidianas vinculadas con los recursos hídricos. Durante esta serie de
encuentros virtuales hemos conversado de manera grupal con las mujeres
campesino-indígenas con un doble objetivo: ajustar y redefinir las preguntas y
la información previa recolectada durante el trabajo de campo 2016-2019, y
establecer lazos con distintas comunidades de base.
Una segunda serie de
encuentros tuvo como propósito la recolección de datos cualitativos centrados
en una única comunidad de base considerada, a modo paradigmático, para
reconstruir en profundidad la experiencia vinculada al agua durante la
trayectoria político-organizativa de Mo.Ca.Se desde un enclave específico. Para
ello, y en función de la disponibilidad ofrecida por la organización Mo.Ca.Se,
se ha seleccionado y continuado con La Central Campesina Las Lomitas, ubicada
en el noroeste de la provincia de Santiago del Estero, la cual será descrita
con detalle más adelante. De este modo, se realizaron una serie de entrevistas
individuales con cuatro mujeres campesino-indígenas de Las Lomitas, pautadas de
manera consecutiva. En esta parte, los índices temáticos empleados durante las
conversaciones tuvieron que ver con la reconstrucción de sentidos en torno a la
dimensión colectiva en las estrategias vinculadas a los recursos hídricos, por
un lado; y de las prácticas de resiliencia empleadas por ellas de manera
cotidiana, por otro. Todas las entrevistas fueron grabadas con consentimiento
informado en el cual se explicitaban los objetivos de la investigación. Para el
análisis de datos se emplearon técnicas cualitativas.
Para la mayoría de las
comunidades de base del Mo.Ca.Se que, como hemos adelantado, resisten en
territorios áridos rodeados de parcelas acaparadas por empresas de agronegocio,
el recurso hídrico representa una de las principales preocupaciones cotidianas
y siempre debe ser administrado y almacenado con muchos recaudos. En este
contexto, una de las estrategias fundamentales consiste en el almacenamiento de
agua de lluvia para satisfacer sus necesidades de consumo.
Si bien la práctica de la
construcción de “aljibes” para almacenar agua de lluvias era conocida por parte
de mucha de la población local, las condiciones para edificarlos de manera
eficiente y segura dificultaban su concreción, y en la mayoría de los casos
fueron puestos en práctica únicamente a partir de la organización política. El
movimiento social Mo.Ca.Se, desde la década de 2000 y aún en fase progresiva,
se ha propuesto facilitar o mejorar la práctica de almacenar agua de lluvias en
todas 211 las comunidades incluidas
en sus territorios como parte de sus políticas sanitarias y educativas
internas. Para ello, en primer lugar, fue necesaria la gestión de diferentes
fuentes de apoyo y financiamiento por parte de los Gobiernos provincial y
nacional (enmarcándose en diferentes programas estales), así como la búsqueda
de fondos provenientes de ONG internacionales. Estas iniciativas fueron luego
acompañadas por la promoción educativa mediante la Escuela de Agroecología y la
organización de los recursos humanos internos.
Mayoritariamente, el agua
se obtiene mediante aljibes comunitarios y en algunos casos familiares. Su uso
se complementa con otros acuíferos subterráneos (pozos) y represas construidas
por las propias comunidades, las cuales son destinadas únicamente al consumo
animal y mantenimiento de la vida diaria en los hogares debido a los elevados
niveles de arsénico y salitre que contienen. Por último, de manera subsidiaria
reciben por parte de sus municipios o compran agua embotellada, recurso menos
utilizado debido a las complicaciones de traslado, los costos monetarios y
especialmente la insuficiencia del aprovisionamiento.
Nosotros
en nuestra comunidad, por ejemplo, utilizamos pozos [se refiere a los acuíferos
subterráneos preexistentes, no aptos para consumo humano], varias familias se
abastecen de cuatro pozos con los que contamos, somos más de 20 familias las
que se abastecen de allí. Para los animales –cuando llueve– tenemos represas, y
después tenemos la cisterna –que es el aljibe– y de ahí bueno […] también se
toma y tenemos para lavar y otras cosas. Pero hay épocas, por ejemplo, en el
verano, que no llueve, y a veces no nos alcanza el agua para todas las familias
que somos […] (entrevista a referenta de base de la comunidad de Pocitos,
Sumampa, Santiago del Estero, agosto de 2021).
Así, el sistema
más frecuente en las comunidades campesino-indígenas de Mo.Ca. Se que no
cuentan con redes de agua potable consiste en la combinación de agua de lluvias
almacenadas en aljibes, junto con el uso de pozos comunitarios y represas, de
las cuales las diferentes familias extraen agua subterránea de manera diaria
para las tareas de limpieza/higiene y para las actividades agropecuarias de
autosubsistencia. De acuerdo con nuestras observaciones, siguen siendo las
mujeres, los niños y las niñas los principales encargados de las tareas de
recolección, administración y gestión del agua tanto para la ingesta como para
las labores diarias de aseo, mantenimiento de los hogares y algunas faenas
vinculadas a la horticultura, mientras que mujeres y varones comparten las
tareas asociadas al cuidado de los animales, incluido el control del pastoreo y
la ingesta de agua.
La Central
Campesina Las Lomitas está ubicada en el noroeste de la provincia de Santiago
del Estero y abarca parte de los Departamentos de Alberdi, Copo y Pelle-grini.
La vegetación que la rodea es la típica del monte, con predominio de árboles de algarrobo, chañar y mistol. Se
caracteriza por la presencia de las comunidades y sus luchas para que sean
registrados como territorios de la comunidad indígena originaria lule-vilela.
Las zonas circundantes han sido drásticamente transformadas y están ocupadas
especialmente por actividades agrícolas y de ganadería vacuna con riego
subterráneo, con lo cual las amenazas y presiones por parte de los sectores
empresarios para desalojar a las comunidades son constantes. Esto ocurre además
en un contexto geográfico caracterizado por la aridez (las lluvias estacionales
durante el otoño y la primavera no suelen ser suficientes para almacenar
durante el invierno/ verano), y temperaturas estivales extremadamente elevadas
(por encima de los 45°C).
Actualmente, la Central
se compone de unas decenas de comunidades de base,[vi] entre las
cuales se han contabilizado un número aproximado de 340 hogares campesinos. La
comunidad que aloja al espacio físico que funciona como Central se denomina El
Retiro, y consta actualmente de unas 12 familias con hogares distanciados entre
sí por 300 a 500 metros de tierras, distribuidas en 3400 ha aproximadas. La
mayoría eran familias que trabajaban en las cosechas del algodón de manera
temporaria en regiones lindantes y luego regresaban a sus territorios, donde
sobrevivían a base de actividades de subsistencia de manera precarizada.
En la comunidad de El
Retiro, hasta el año 1973, dadas las condiciones de los suelos, sus habitantes
no contaban con ningún tipo de recurso acuífero y debían desplazarse a pie
hasta un río ubicado a unos cinco kilómetros de la comunidad, para obtener agua
que utilizaban de forma indiscriminada para beber, higienizarse y para las actividades
agropecuarias. De acuerdo con los testimonios orales que hemos recogido, dada
la distribución de tareas según el género, la recolección del agua mediante
tinajas de barro para su traslado era un trabajo destinado únicamente a las
mujeres, niños y niñas.
En el año 1973, con
fondos recolectados a partir de la recaudación monetaria y la mano de obra de
las propias familias de la comunidad, se consigue realizar la perforación del
suelo y construir el primer jagüel[vii] para obtener y almacenar agua de las napas
subterráneas, las cuales luego eran baldeadas[viii] con
tracción animal. Posteriormente, en el año 2005, se construye (ya a partir de
la organización política como Mo.Ca. Se) el primer pozo surgente comunitario
con redes de distribución hasta los distintos hogares y los primeros aljibes
con cisterna para almacenar agua de lluvias en las casas (ver ejemplos de este
tipo de construcciones en las figuras 1 y 2).
Figura 1. Aljibe familiar en la comunidad El Retiro
Fuente: Imagen provista por la comunidad El Retiro.
Figura 2. Pozo surgente y represa comunitaria en El
Retiro
Fuente: Imagen provista por la comunidad El Retiro.
Por lo tanto, la
construcción de los dos pozos, así como de los aljibes comunitarios y
familiares, representó un cambio drástico para los pobladores, pero de manera
esencial para las mujeres, que han dejado de ocupar tantas horas en la
recolección de agua y mejoraron sus condiciones de higiene y salubridad, aunque
aún siguen siendo las responsables de la mayoría de las labores domésticas y de
crianza. En este sentido, el hecho de poseer aljibes mejora su situación, pero
no las coloca en igualdad de condiciones frente a sus compañeros varones. Esto
no solo se debe a que continúan ocupándose de las tareas del hogar, sino
fundamentalmente a que dadas las condiciones climáticas el agua proveniente de
las lluvias es escasa. Por ello, se emplea únicamente para beber, y aún deben
ocuparse de recoger agua de manera asidua (diariamente o cada dos o tres días),
a partir del pozo comunitario ubicado a una distancia de entre uno y dos
kilómetros de los distintos hogares, con el fin de conseguir agua suficiente
para las labores domésticas.
En la comunidad de
base Rincón de Saladillo, perteneciente a Quimilí y a una distancia de 250 km
de Las Lomitas,[ix]
las napas de donde se obtiene el agua son menos profundas, por lo cual no
tienen pozos surgentes. Sin embargo, comparten las condiciones de extrema aridez
y la contaminación de los suelos con arsénico, además de sus elevados niveles
de salitre, y aún no todos los hogares poseen aljibes propios.
Con lo cual, el
agua para beber se obtiene del aljibe comunitario y para los animales y otros
usos se emplea el agua almacenada en el pozo y la represa, las cuales suelen
ser insuficientes especialmente durante la temporada invernal, de menos
lluvias.
Allí, por ejemplo,
durante una de nuestras visitas participamos de la tarea de recolección de agua
de lluvias junto con Susana[x]
y sus dos hijos más pequeños. El hogar de Susana se compone de ella, su marido
y nueve descendientes, aunque la mayoría de los hogares vecinos pertenecen a la
familia ampliada. El aljibe comunitario se encontraba a unos dos kilómetros de
su hogar, y por lo tanto nos trasladamos en un sulky[xi] con un recipiente plástico para
almacenar aproximadamente unos 50 litros de agua. Al llegar al lugar debimos
baldear el aljibe de manera manual, y aunque me ofrecí a extraer el agua mi
falta de experiencia y también de fuerza me impidieron realizar la tarea. Los
dos hijos de Susana se divertían mientras observaban mis dificultades frente a
lo que su madre luego concretó de manera muy rápida y eficiente, demostrando
pericia y poco esfuerzo.
Se trata, como hemos
detallado, de una tarea que forma parte de la rutina diaria matinal de la
mayoría de las mujeres adultas y adolescentes, y que demora alrededor de una o
dos horas, dependiendo de las distancias entre los hogares y los pozos, y de la
cantidad de agua extraída. La organización y las formas de control comunitarias
basadas en la proximidad de los hogares y en las relaciones familiares
dificultan el “abuso” en la extracción de este recurso escaso, y posibilitan
que el uso 215 cotidiano
se realice de manera espontánea. El agua extraída fue llevada nuevamente al
hogar y fue utilizada tanto para beber como para lavar a mano algo de ropa de
la familia que luego fue secada al sol, para cocinar en una olla sobre el fuego
y, por la noche, para bañar a los niños más pequeños de la familia. En todas
estas tareas participaron solo Susana y su hija mayor, mientras los más
pequeños acompañaban, jugaban alrededor y miraban.
En la mayoría de las
comunidades campesino-indígenas del Mo.Ca.Se, como hemos detallado a partir de
los casos de El Retiro y Rincón de Saladillo, la resistencia política y la
organización comunitaria han sido claves a la hora de mejorar la situación de
las mujeres, en quienes recaen desproporcionadamente los costos del despojo y
la escasez de recursos básicos como el agua. La recolección de agua de lluvias
consiste en una estrategia de resiliencia ecológica, viable y segura solo si es
practicada con los recursos y saberes logrados a partir de las políticas
educativas y sanitarias desplegadas por la organización colectiva. Así y todo,
las condiciones geográficas, climáticas y socioecológicas (determinadas por el
acaparamiento de tierras y las amenazas constantes) son desmedidamente arduas.
Toda la comunidad, pero
especialmente las mujeres, aportan la fuerza de trabajo invisibilizada que
resiente no solamente sus cuerpos físicos debido a la dureza de las tareas de
recolección y almacenamiento, sino que condiciona los usos del tiempo. Además, sobre
ellas recae el peso de velar por la administración de las aguas en condiciones
que afectan de manera vital su salud y la de sus familias y que están más allá
de sus posibilidades, tales como la insuficiencia de lluvias o la contaminación
por arsénico. Las mujeres ocupan un rol preponderante en las estrategias
comunitarias de resiliencia frente a la escasez y despojo de recursos hídricos,
absorbiendo sus costos en mayor medida que sus compañeros varones. Al mismo
tiempo, esto ocurre en un contexto en el cual la organización comunitaria las
beneficia de manera crítica, lo cual pone de relevancia la discusión en torno
al eje individual/colectivo a la hora de pensar los derechos de las mujeres
campesino-indígenas.
Este análisis de caso
etnográfico pone de manifiesto la necesidad de un abordaje interseccional,
multiescalar y crítico que tome en cuenta las relaciones de poder, las
negociaciones y un marco más amplio: el de conflictividad por la tenencia de
las tierras en la que se enmarcan las diferentes resistencias ambientales. La
cuestión de las consecuencias ambientales y humanas de la trasformación agraria
acelerada comandada por las industrias neoextractivistas debería salirse de los
enfoques tecnicistas y enfocados en la perspectiva individual, para incluir
conocimientos situados que consideren a las personas dentro de sus contextos
locales, comunitarios, generizados y étnicos. La injusticia hídrica, entre
otros motivos a causa de su cualidad fluida, evidencia justamente la
deficiencia de las perspectivas sobre propiedad, vulnerabilidad y derechos
centradas únicamente en la lógica del individuo abstracto. En este sentido,
desde aquí abogamos por la proliferación de más investigaciones feministas en
torno a las injusticias ambientales, y más específicamente en relación con el
acceso al agua en contextos rurales y de organización social.
Este artículo presenta
algunos resultados del proyecto de investigación individual titulado “Políticas
de género, emociones y vida cotidiana en movimientos sociales rurales: el caso
del Movimiento Campesino de Santiago del Estero”, financiado por el Consejo
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Notas
[i] Para
este trabajo se recupera el concepto de neoextractivismo, tal como lo sugiere
Svampa (2019), a fin de aludir a la nueva escala que han adoptado a partir del
siglo XIX los proyectos extractivistas presentes en América Latina desde los
inicios de la colonización. Esto se refiere no solamente a la cantidad y
dimensiones de los nuevos proyectos, sino también a la emergencia de las
grandes resistencias sociales que los mismos han suscitado.
[ii]
La identidad política de la Organización Mo.Ca.Se comienza con una marcada
impronta “campesina” –de allí su nombre “Movimiento Campesino de Santiago del
Estero”– y luego reconoce y agrega su vertiente indígena, fundamentalmente
mediante un proceso político de recuperación de saberes ancestrales y lenguas
originarias, acompañado por sectores externos y fortalecido durante la década
de 2010. Este
proceso reconoce que parte de la población pertenece a los pueblos originarios
vilela, lule-vilela, sanavirón y tonocotés; y resultó esencial para el registro
de parcelas de su territorio en cuanto comunidades indígenas, de acuerdo con la
Ley 26 160. Profundizar en estas cuestiones, sin embargo, excedería los
objetivos de este artículo. La distribución de los agentes naturales –tal como
queda demostrado en el desarrollo del texto– sigue el derrotero del conflicto
territorial del movimiento social que la nuclea como población rural poseedora
de dichas tierras, sin discriminar entre los distintos pueblos originarios que
forman parte de la organización. En función de ello, aquí se incorpora la
categoría de “comunidades campesino-indígenas” respetando y adscribiendo a su
propia percepción identitaria, pero se deja de lado la variable étnica como eje
del análisis en vinculación con la distribución de los recursos hídricos.
[iii]
Franco et al. (2013, 1653-1654, traducción propia) definen al acaparamiento de
aguas como “el proceso en el cual actores poderosos pueden tomar el control de
los recursos hídricos utilizados por las comunidades locales o por los
ecosistemas en los que se basan sus modos de vida, y reasignarlos para su
propio beneficio”.
[iv]
Especialmente en la región extrapampeana, donde se ubica la provincia de
Santiago del Estero, la mayor parte del proyecto extractivo se focaliza en la
agricultura industrial mecanizada orientada al cultivo de productos de
exportación (protagonizada por la soja transgénica), el cual es comandado por
empresarios agrícolas de mediana y gran escala.
[v]
Este evento azaroso y desafortunado habilitó, a su vez, la posibilidad de
pautar una frecuencia más asidua de reuniones y la instancia de reunir mujeres
desde diferentes localidades, lo cual no hubiese sido posible de manera
presencial, debido a las largas distancias entre las regiones en las que
habitan las mujeres campesinas y quien está realizando la investigación.
[vi]
La contabilización de las distintas comunidades de base que componen cada una
de las 10 Centrales Campesinas del Mo.Ca.Se es precaria y está sujeta a varias
dificultades entre las cuales se destacan dos situaciones particulares: por un
lado, el grado de informalidad, precariedad y ausencia de registros en los que
se encuentran los hogares campesinos; y, por otro lado, la alta tasa de
movilidad entre comunidades y parajes debido a situaciones de conflicto
territorial, de disponibilidad de recursos o de conflictos intracomunitarios,
entre otras cuestiones clave.
[vii] Depósito de agua construido artificialmente.
[viii] Se denomina localmente así a la práctica de
extraer el agua almacenada en la excavación mediante el uso de baldes.
[ix]
Los kilómetros son calculados en línea recta, pero debe tenerse en cuenta la
ausencia de rutas directas, las dificultades de las condiciones climáticas y el
hecho de que la mayoría de los caminos rurales son estacionalmente
intransitables.
[x] Los nombres han sido cambiados para respetar el
anonimato de las personas que nos facilitaron los datos de campo.
[xi] Vehículo de tracción animal (en este caso por un burro), que se utiliza de manera muy espaciada, solo para este tipo de labores y para recorrer distancias muy cortas en el interior de la comunidad campesina.