Pensar
las clases medias desde América Latina: una actualización de viejos debates
Considering
middle-classes in Latin America: An
update of old debates
Mgtr. Isabel Díaz. Doctoranda. Programa
en Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Nacional Autónoma de México.
(isabel.diaz.armas@gmail.com) (https://orcid.org/0000-0002-2794-6192)
Recibido:
25/11/2021 • Revisado: 17/02/2022
Aceptado:
27/05/2022 • Publicado: 01/09/2022
Cómo citar este artículo: Díaz, Isabel.
2022. “Pensar las clases medias desde América Latina: una actualización de
viejos debates”. Íconos. Revista de Ciencias Sociales 74: 159-175. https://doi.org/10.17141/iconos.74.2022.5255
Las aproximaciones a las clases medias que han primado en
el pensamiento latinoamericano y organizan el debate académico actual conforman
el núcleo analítico de este artículo. Se otorga especial interés a la
estratificación y la movilidad social y política en cuanto ejes de la reflexión
contemporánea, así como al imperativo de superar los mitos que suelen tejerse a
raíz del uso desenfrenado de este concepto. Luego del optimismo característico
de las dos primeras décadas del siglo XXI, despuntan interrogantes en torno a
la vulnerabilidad de los sectores medios en la región. A fin de sistematizar
tales controversias, en este trabajo se ofrece una revisión de la literatura
especializada sobre las clases medias latinoamericanas. De ello se desprende la
centralidad que ha ocupado la relación entre dichas clases y el Estado en el
devenir histórico de ambos en América Latina. Además, se problematizan ciertos
mitos que guían el debate público sobre los procesos de politización de estos
sectores: ni “florindos” ni “ciudadanos de bien”.
Finalmente, se marcan coordenadas para una agenda de investigación sobre las
clases medias en tiempos de crisis, colocando a la incertidumbre laboral en la
primera línea de la discusión académica.
Descriptores:
América Latina; clases medias; estratificación; movilidad social; politización;
vulnerabilidad.
The approaches to the middle classes that have been
dominant in Latin American thought and that structure current academic debate
form the analytical nucleus of this article. In particular, this article focuses
on stratification and social and political mobility, as topics of contemporary
reflection, and the need to overcome myths that result from the unrestrained
use of this concept. Following the optimism characteristic of the first two
decades of the 21st century, questions emerge regarding the vulnerability of
these middle segments of the population in the region. To synthesize these
debates, this article offers a revision of the existing literature on the Latin
American middle classes. The relationship between such classes and the state in
the historical development of both in Latin America has been of central
concern. In addition, certain myths are problematized that guide the public
debate regarding the politicization of these sectors: neither “florindos” (self-centered) nor “ciudadanos de
bien” (good citizens). Finally, the article reflects on how to study the
middle layers of society in troubled times, placing labor uncertainty at the
forefront of academic discussion.
Keywords: Latin America; middle classes;
stratification; social mobility; politization; vulnerability.
1. Introducción
En el presente trabajo se repasan las claves del
pensamiento latinoamericano sobre las clases medias y las problemáticas en las
que se centra el debate académico actual al respecto. Estratificación,
movilidad social y política son los ejes de reflexión contemporánea, así como
el imperativo de superar los mitos que suelen tejerse a raíz del uso
desenfrenado de este concepto. Además, con este artículo se retoma uno de los intereses
de larga data de la sociología política latinoamericana sobre las clases
medias, a saber: su relación con el Estado, ya sea en ciclos de expansión del
aparato desarrollista-distributivo o en momentos de ajuste estructural y
profundización de las desigualdades. En función de lo ya transitado, se develan
ciertas coordenadas para pensar a las clases medias latinoamericanas en tiempos
de crisis.
Luego del optimismo característico de las dos primeras
décadas del siglo en curso, el sueño de las nuevas clases medias tambalea
(Therborn 2020). En su lugar, despuntan interrogantes en torno a la
vulnerabilidad de sectores medios, sin acceso a empleos de calidad ni redes de
protección social adecuadas e incapaces de sostener sus expectativas de vida.
Así las cosas, la metamorfosis –estadística y política– de las clases medias en
consumidoras pierde viada y deja entrever, ante todo, su condición como parte
de los amplísimos sectores que viven del trabajo. Ello coloca a las ciencias
sociales frente al enorme desafío de generar marcos analítico-metodológicos
capaces de aprehender la heterogeneidad de las clases medias, sus específicos
mecanismos de reproducción social, así como los conflictos sociopolíticos que
las constituyen al día de hoy.
En este contexto, este artículo procura ofrecer una
revisión de la literatura especializada sobre las clases medias en la región.
Ahora bien, lejos de cubrir el caudal de bibliografía que se ha escrito sobre
este fenómeno, las secciones presentadas a continuación cumplen los siguientes
propósitos. Primero, repaso las principales consideraciones teórico-políticas
que han marcado el pensamiento latinoamericano sobre clases medias en clave
histórica. Segundo, esquematizo el debate contemporáneo sobre este complejo
entramado a partir de las principales interrogantes abordadas por la academia
en lo que va del siglo: ¿Cómo definir a las clases medias?, ¿cómo les fue en un
determinado período y cómo se posicionan políticamente? (Kessler 2020).
Tercero, reviso ciertos mitos que resultan sintomáticos de las limitaciones y
querellas que organizan el debate público en torno a las clases medias en la
región: ni “florindos” ni “ciudadanos de bien”.
Finalmente, propongo estudiar la vulnerabilidad de las clases medias desde
enfoques que combinen la dimensión material y la dimensión subjetiva de esta
problemática.
2. Breve historia del
pensamiento latinoamericano sobre las clases medias
Hacia mediados del siglo XX (especialmente en las décadas
de los 60 y los 70), despuntaron las reflexiones de la sociología
latinoamericana sobre estratificación y clases medias, en estrecha relación con
la cuestión del desarrollo y sus impactos en la estructura social (Sémbler 2006; Faletto 2009). En el marco del paradigma
vigente y de la realidad de la época, el proyecto modernizador –que tomaba
cuerpo en la expansión del aparato estatal y el modelo de industrialización por
sustitución de importaciones (ISI)– invitaba a plantear preguntas respecto a la
relación entre las transformaciones de la estructura económica y los cambios en
la estratificación social de los distintos países de la región. Entre otros,
los procesos de urbanización y burocratización, la expansión de los sistemas de
educación y de protección social públicos, el crecimiento del sector no solo
industrial sino también de servicios, la transición demográfica y la expansión
de las relaciones asalariadas en el mercado de trabajo fueron identificados
tempranamente como motores de cambios en la estructura ocupacional, de una
mayor movilidad social y de la expansión de las clases medias (Filgueira 2001).
Por un lado, los estudios pioneros estuvieron atravesados
por los debates sobre cambio estructural y conflicto en América Latina. Desde
las primeras reflexiones se reconocía la enorme heterogeneidad de los sectores
medios y se esbozaban distinciones analíticas del tipo clases medias
tradicionales vs. modernas (Fernandes 1973), clases
medias residuales vs. emergentes (Graciarena 1967), o se dividían según el
estatus y el sector de sus ocupaciones (Filgueira y
Geneletti 1981). Ya en ese momento, parecía necesario distinguir entre “nuevas
clases medias” (asociadas al desarrollo del sector moderno de la economía) y
“viejas clases medias” (con mayor dependencia de las estructuras tradicionales
y del reconocimiento de las clases dominantes). Asimismo, se apuntaba que las
clases medias tendían a crecer entre sus segmentos “más bajos”, encubriendo
procesos de proletarización e incluso factores de frustración social (Filgueira y Geneletti 1981). Ambas problemáticas, con sus
respectivas actualizaciones, aún hallan resonancia en el pensamiento
latinoamericano actual. Las clases medias emergentes
durante el siglo XXI suelen asociarse a rangos de ingresos medios-bajos y
trabajos de baja calificación, lo cual las coloca en una situación de
vulnerabilidad, a la vez que se sugiere su constante tensión con las clases
medias tradicionales por consideraciones de distinción y
privilegios (Benza y Kessler 2020; Güemes y Paramio 2020).
Por otro lado, más allá de las transformaciones en la
composición de las clases medias como producto de las dinámicas modernizadoras,
su rol como sujeto histórico del desarrollo ocupó un lugar privilegiado en el
pensamiento del siglo XX. En general, se insistía en la alta incidencia de los
sectores medios en las definiciones de los patrones de desarrollo, de los
cuales eran beneficiarios y artífices. Tales ideas se justificaban tanto en su
cercanía ocupacional a los aparatos burocráticos como en su alegada capacidad
de conducción de alianzas sociales multiclasistas, nacional-populares,
favorables a los procesos de modernización en curso (Germani 1968; Ratinoff 1967). En
este marco, el prolífico debate entre el marxismo y los estudios del
populismo invitaba a estudiar a fondo
las alianzas políticas existentes en la disputa por el Estado, como campo de
conflicto y expresión histórico-institucional de las relaciones entre distintas
fuerzas sociales y políticas bajo determinadas condiciones
histórico-estructurales (Ianni 1973; Portantiero y De
Ipola 1981). Sin duda, el abordaje de las clases
medias en la región guarda cercanías muy estrechas con complejos procesos de
incorporación popular y las matrices estatales que desde allí se tejen (Collier y Collier 1991). Así,
antes que replicar la sonada tesis de la incorporación tutelada o
instrumentalización de los sectores populares por parte de las clases medias
desarrollistas (Cueva 1980), parece oportuno estudiar las alianzas de clase que
se tejen en cada situación y disputa por el Estado. De lo contrario, tal como
sugieren Coronel y Cadahia (2018), se corre el riesgo
de negar a priori el potencial emancipador de los usos
populares y, en este caso, “clasemedieros” del derecho.
Partiendo de la premisa de que los sectores medios eran
los mayores beneficiarios del “modelo desarrollista”, [i] Graciarena (1967) advirtió tempranamente que
el escepticismo de las clases medias frente a la intervención estatal minaba
sus bases de reproducción social e incidencia política. En una línea similar, Saes (2001) criticó el apoyo selectivo de las clases medias
brasileñas al programa neoliberal, con el que se pretendía poner límites a la
inclusión social a la vez que se insistía en un Estado garantista a nivel
laboral.
Tales lecturas tomaron cuerpo a finales del siglo XX,
cuando el Estado neoliberal además de no suplir las expectativas fraguadas en
el marco de la transición democrática (Filgueira et
al. 2012), dejó a las clases medias en una situación de extrema vulnerabilidad
(Minujin 2010). Frente a los embates de mercados
desregulados, “los latinoamericanos encontraron que, a pesar de que trabajaban
más que antes, obtenían menores ingresos y sus empleos eran más inseguros” (Filgueira et al. 2012, 36).
La precarización del mundo laboral, el golpe a los
sistemas de protección social y el freno a la inversión estatal como motor del
dinamismo económico pasaron factura a amplios segmentos de la población,
incluidas las capas medias.
Frente a la crisis del modelo desarrollista clásico y los
programas de ajuste estructural promovidos en las décadas de los 80 y los 90,
el énfasis investigativo se volcó sobre las nuevas condiciones de exclusión y
pobreza en la región.[ii]
Ello puso coto a los estudios de estructura de clases y movilidad social hasta
entonces boyantes y abrió la puerta a marcos analíticos enfocados más bien en
los atributos y carencias individuales en cuanto determinantes de las
condiciones de vida de las personas (Sémbler 2006). Podría sugerirse que el proyecto neoliberal encontró su
correlato en el giro de las agendas de investigación y de las nuevas
prioridades del pensamiento sociológico. En el sentido común de la época se
imponía un horizonte de “empleabilidad individual” (Pérez Sainz 2014), basado
en la cultura del riesgo, la incertidumbre y la exigencia constante de mejora
de las capacidades individuales como vía de superación personal.
En tal escenario, se relegó el estudio de las
restricciones sistémicas en las oportunidades de vida de los sectores medios,
de quienes hoy se sabe que fueron una de las principales víctimas de la crisis
del empleo formal –proyectada en el declive de uno de los mayores referentes de
estabilidad laboral: el empleo público (Portes y Hoffman 2003)– y de la
precarización generalizada del mundo del trabajo (Pérez Sainz 2014; Mora Salas
2010). [iii]. A la luz de esto, en los análisis acerca de
las clases medias publicados a inicios del siglo XXI se insiste en que se
trataba de una “zona gris” en la estructura social por la falta de información
al respecto (Sémbler 2006).
Más allá de la limitada información sobre su composición
ocupacional, rangos de ingresos, niveles educativos, patrones de consumo o
incluso preferencias políticas, uno de los giros paradigmáticos en torno al
estudio de las clases medias en este siglo ha estado asociado al estudio de la
performatividad discursiva del concepto y la experiencia de grupos sociales.
Para esto, se toman en cuenta las situaciones históricamente delimitadas, de
quienes imaginan habitar una posición intermedia en términos de clase (Adamovsky, Visacovsky y Vargas
2014).
Lo anterior se encuadra en una crítica amplia al
determinismo económico de los enfoques clásicos y en la apertura hacia esquemas
de estratificación multidimensionales que incluyan nuevas dimensiones
analíticas para complementar la estructura ocupacional. Ello no implica que se
desplace completamente de la escena al estructuralismo latinoamericano, pero sí
que este entre en diálogo con nuevos enfoques (Solís y Boado
2016). De tal forma, emergen –con más fuerza que antes, pues nunca estuvieron
del todo ausentes– consideraciones sobre los niveles de educación, los patrones
de consumo y endeudamiento, los circuitos de sociabilidad, la autoidentificación,
las aspiraciones de reconocimiento o las trayectorias de las clases medias
emergentes, entre otros aspectos.
3. Problemáticas actuales:
estratificación, movilidad social y política
Kessler (2020) inauguraba un reciente seminario sobre clases
medias en América Latina planteando las preguntas que han marcado buena parte
de la discusión académica al respecto durante lo que va del siglo: ¿cómo
definir a las clases medias?, ¿cómo les fue en un determinado período y cómo se
posicionan políticamente? La primera interrogante remite a los parámetros de
estratificación seleccionados para delimitar a las clases medias. Ello está
directamente relacionado con los enfoques teórico-analíticos y los intereses de
cada investigación. Villanueva (2018) recoge al menos cuatro formas de
dimensionar empíricamente a las clases medias: según niveles de ingresos, tipos
de ocupación, criterios subjetivos (autoidentificación) o esquemas
multidimensionales (diferentes tipos de capital). De la definición que se
escoja dependen los cambios observables en sus niveles de bienestar durante el
siglo XXI, la realización de sus expectativas y la orientación de sus
afinidades políticas.
Uno de los caminos que ha tomado la investigación sobre
estratificación, muy ligada al campo de los estudios económicos y a organismos
internacionales como el Banco Mundial, remite a la información de ingresos per
cápita (Ferreira et al. 2013; López Calva y Ortiz Juárez 2014). Normalmente,
los argumentos utilizados para aplicar estas metodologías se refieren a la
disponibilidad y comparabilidad de datos a gran escala. En general, los
análisis sobre la expansión de las clases medias durante los primeros tres
lustros del siglo en curso y sobre los logros en la reducción de la desigualdad
se basan en estas medidas. Más allá de lo oportuno de medir cambios en la
distribución de ingresos (en especial en sociedades tan desiguales como las
nuestras), este enfoque presenta algunas limitaciones. No solo se subsume bajo
un mismo membrete a actores cuyos estilos de vida difieren largamente y cuyo
único punto de encuentro sería la condición de “no pobreza”, sino que la
estabilidad de los ingresos de amplios segmentos de la población está en
entredicho en tiempos de crisis.
Por ello, orientarse solo con tal factor puede resultar
engañoso. Generalmente, los modelos de estratificación por ingreso no dan
cabida para pensar en clases medias empobrecidas, cuyas expectativas de vida no
coinciden con sus ingresos y poder de consumo, o en sectores populares que, si
bien cumplen determinados rangos de ingreso, no necesariamente comparten otros
rasgos típicamente asociados a las clases medias. A esto se suman las críticas
más extensas al análisis de clase pensado apenas en función de atributos
individuales, como el nivel de ingresos, en lugar de tomar en cuenta el
complejo entramado de relaciones que se tejen en virtud de las posiciones
ocupadas en la división social del trabajo (Wright 2010).
Obviar el criterio de estratificación ocupacional supone
desconocer la amplia tradición sociológica de los estudios sobre clases
sociales. Hopenhayn (2010, 19) califica esta omisión
como una suerte de “cojera epistemológica” que desdeña “la formación histórica
de la clase media, donde los contornos laborales han sido determinantes”.
Ello no implica que se abogue por la autosuficiencia de
criterios ocupacionales, los cuales también plantean varios problemas. Entre
otros, los cambios del mercado laboral y la precarización de la vida en el
capitalismo tardío pueden llevar a que determinadas categorías ocupacionales
asociadas históricamente a las clases medias ya no respondan a los estándares
de vida comúnmente asociados a estas.
Por ejemplo, a inicios de la segunda década del siglo
XXI, los vínculos entre ocupaciones no manuales y determinados niveles de
ingreso parecían haberse deteriorado en América Latina (Franco, Hopenhayn y León 2011). Sin duda, los impactos de la
pandemia en el mercado laboral supondrán nuevos ajustes en este sentido.
Asimismo, los altos niveles de informalidad en la región
hacen que gran parte de la población se quede por fuera de los esquemas
ocupacionales que no logran aprehender este fenómeno (Portes y Hoffman 2003).
Por todo esto, cada vez existe mayor apertura a poner en diálogo el estudio del
mercado de trabajo y la ocupación con nuevos desarrollos conceptuales y
metodológicos que tomen en cuenta distintos capitales. Un ejemplo de ello es la
proliferación de estudios cualitativos en los que se emplean métodos
etnográficos e históricos que se interesan en experiencias situadas (Visacovsky y Garguin 2009).
Con relación a la segunda pregunta (¿cómo les fue a estos
sectores en un determinado periodo?), el análisis de las nuevas clases medias
ha protagonizado el debate (Benza y Kessler 2020;
Güemes y Paramio 2020; Bartelt
2013). Se trata de las capas que experimentaron procesos de movilidad social
ascendente en lo que va del siglo, reflejados principalmente en el incremento
de su poder adquisitivo. Las razones tras estas tendencias suelen estar
asociadas a la reactivación económica de los años 2000 y a las políticas
sociales desplegadas en varios países de la región. Si bien “la democratización
del consumo” aparece como un signo positivo del ciclo posneoliberal,
las clases medias emergentes rápidamente fueron catalogadas como sectores
frágiles en términos estructurales. Aun cuando su poder adquisitivo aumentó en
los primeros tres lustros de este siglo, experimentan problemas en la calidad
de su inserción laboral–empleos informales y poco estables, sin acceso a sistemas
de seguridad social–. Por ello, en momentos de contracción económica –como el
fin del “boom de los commodities”
o la crisis tras la pandemia por covid-19– su recientemente adquirido estatus
de clase media corre peligro. A raíz de esto, desde enfoques más clásicos se
advierte que lo vivido en América Latina no se trata de un proceso de expansión
de las clases medias, sino de inclusión y mejora episódica en los niveles de
vida de los sectores populares (Benza y Kessler
2020,64).
A su vez, las nuevas clases medias no pueden ser
estudiadas sin hacer alusión a los cambios que su ascenso supuso –en términos
materiales y subjetivos– para las clases medias tradicionales. En este sentido,
es común señalar que la situación relativa de las clases medias establecidas se
vio alterada por las transformaciones, aunque parciales, de la estructura
social (Benza y Kessler 2020). Ello implica, primero,
abordar la pregunta de quiénes se beneficiaron más del último ciclo de
crecimiento económico, no solo en términos absolutos, sino también tomando en
cuenta las ganancias relativas de distintos grupos sociales (Ramírez 2017).
Tanto las transformaciones del mercado laboral (por ejemplo, la reducción de la
brecha salarial entre trabajadores calificados y no calificados) como los patrones
de intervención estatal (transferencias públicas condicionadas) beneficiaron
sobre todo a los sectores más vulnerables. Segundo, la literatura ha
problematizado las nuevas cercanías sociales (por ejemplo, acceso a
aeropuertos, centros comerciales, instituciones de educación superior y otros
espacios antes reservados a las capas de mayor poder adquisitivo) como
“amenazas percibidas” hacia los mecanismos de reproducción social de las clases
medias tradicionales (Cavalcante 2015).
Por último, sobre la cuestión de sus orientaciones
políticas, uno de los temas que más atención generó en la opinión pública fue
la relación de las clases medias con los proyectos posneoliberales.
A lo largo de este siglo, ha existido amplio interés en el peso ascendente de las
clases medias en la reconfiguración de las matrices sociopolíticas a nivel
mundial (Therborn 2013; Milanovic 2017). En América
Latina, la coincidencia entre los acelerados índices de reducción de la
desigualdad y el “giro a la izquierda” marcó el debate.
En semejante escenario, la ambivalencia de quienes
lideran la primera oleada progresista dice mucho de las tensiones políticas que
se tejieron en torno a las clases medias. Evo Morales pasó de criticar las
“clases a medias” a reconocer la importancia de “recoger las nuevas
aspiraciones” de esos sectores (Villanueva 2018). Rafael Correa criticó la
incongruencia de sectores emergentes atrapados en el “síndrome Doña Florinda”,[iv]
a la vez que reconoció que “la izquierda ya no solo tiene que hablarle[s] a los
pobres, sino también a la clase media” (Correa 2016, min. 20) Cristina
Fernández denunció la “colonización cultural” de amplios sectores de las clases
medias que actúan contra los intereses populares, aun cuando muchos califican
al kirchnerismo como populismo de clases medias (Boos
2020; Svampa 2013). Dilma Rousseff insistió en el
ideal de convertir a Brasil en un “país de clase media” y, sin embargo, el
proceso de desestabilización de su Gobierno inició con movilizaciones de gran
calado entre los estratos medios (Singer 2014; Cavalcante
y Arias 2019).
En este contexto, gran parte del análisis ha estado
orientado a examinar las cercanías y divergencias políticas entre las clases
medias y distintos proyectos políticos, enfatizando en que no existe una conducta
en bloque por parte de estos sectores (Cavalcante y
Arias 2019; Villanueva 2020; Benza y Kessler 2020).
La clásica pregunta de doble vía sobre las transformaciones experimentadas por
distintos grupos dados ciertos patrones de intervención estatal y los cambios
concomitantes en la base social de tales proyectos se coloca en primera línea
(Singer 2009).
Tal forma de abordar los procesos de politización de las
clases medias no es del todo nueva. De cierta manera, se trata de la
actualización de cuestiones que guiaban la investigación hacia mediados del
siglo XX. En ese entonces se estudió la relación de las clases medias con el
Estado desarrollista y determinados regímenes de incorporación popular, tanto
en lo relativo a la transformación de sus oportunidades de vida como en su
afinidad política con dichos proyectos. Ante el “retorno del Estado” y el
reposicionamiento de la cuestión redistributiva a inicios del siglo XXI,
resulta lógico que el análisis de los sectores medios haya alcanzado nuevamente
un lugar privilegiado. Dos décadas después, en medio de una crisis social
prolongada y ante el reposicionamiento político-cultural de las derechas en la
región, las dinámicas de cambio y conflicto que atraviesan los procesos de
politización de las clases medias continúan convocando amplios caudales de
atención.[v]
4. Mitos revisitados: ni “florindos” ni “ciudadanos de bien”
El imperativo de superar los mitos que suelen tejerse a
raíz del uso desenfrenado de la categoría “clase media” es uno de los puntos
centrales de la agenda de investigación contemporánea.[vi]6
Ello supone rastrear la genealogía de la disputa política por este concepto e
identificar los actores e instituciones que la protagonizan (Villanueva 2020; Kopper 2020; Arrambide 2020). A la par, invita a conectar
las interpelaciones discursivas con las condiciones histórico-estructurales que
permiten a ciertos grupos sociales concebirse como clase media en determinados
contextos (Adamovsky 2020).
No es fortuito que Therborn (2020) sentencie que el
discurso de las clases medias es al siglo XXI lo que el discurso de las clases
trabajadoras al siglo XX, es decir, la expresión de complejos y disputados
procesos de desarrollo. De tal modo, se sientan las bases para la proliferación
de enfoques analítico-metodológicos que no solo reconozcan la heterogeneidad de
las clases medias, sino que también coloquen al conflicto en el centro de los
procesos sociopolíticos durante la formación de las clases.
En este marco, cabe revisitar algunas de las ideas que
dominan el debate público sobre las clases medias. Tal pugna probablemente
“dice más de todos nosotros y sobre cómo ajustamos nuestras categorías de
análisis para acercarnos a la realidad social que sobre las personas a quienes
hacen referencia estas etiquetas” (Villanueva 2020, 285).
Así, entre las propiedades que frecuentemente se
atribuyen a las clases medias están, por un lado, la crítica al carácter
“paradójico” de sectores que estarían sumergidos en una lucha por un estatus
desconectado de sus posibilidades reales de vida. Por otro lado, las
connotaciones positivas del “medio” como sostén idealizado del consenso
democrático liberal y, en particular, de la lucha anticorrupción también
cuentan con amplia cabida (Adamovsky 2020; Cavalcante 2018). Veamos.
El pensador marxista Erik Olin Wright aborda “el problema
de la clase media” en términos de las “personas que no poseen los medios de
producción, que venden su fuerza de trabajo en el mercado laboral y, sin
embargo, no parecen ser parte de la clase trabajadora”
(Wright 2000, 15; traducción y cursivas propias). Desde aquí ya se advierte una
de las grandes paradojas que atravesaría a las clases medias, a saber: las
aparentes contradicciones entre sus posibilidades y modos de vida.
Frente a ello, el propio Wright (2000, 16) propone la
noción de “posiciones con-tradictorias dentro de las
relaciones de clase” para referirse al grupo de lo que comúnmente se conoce
como clases medias. Esta consideración hace referencia al aparato de dominación
y vigilancia requerido para asegurar la productividad de los trabajadores y los
poderes delegados en gerentes y supervisores para tales efectos. De igual
forma, se incluye la figura de expertos, cuyos conocimientos escasos son de
difícil control y garantizan un alto grado de autonomía. En ambos casos, Wright
(2000, 18; traducción de la autora) habla de “posiciones privilegiadas de
acumulación dentro las relaciones de explotación”. Sin desmedro de la necesidad
de tomar en cuenta la heterogeneidad de los mercados de trabajo en América
Latina (Portes y Hoffman 2003), se abre la puerta para pensar que “el
privilegio relativo del dominado” constituye la marca de nacimiento de las
clases medias.
En efecto, en el debate público y desde los enfoques más
críticos, las clases medias suelen ser proyectadas como sectores
aspiracionales, cuya distinción social se basa en el mimetismo a través del
consumo o en la idealización del ser emprendedor antes que en la confrontación
a los órdenes político-culturales dominantes (Villanueva 2020).
La imagen de “Doña Florinda”, personaje icónico de la
cultura popular latinoamericana que constantemente intenta desmarcarse de sus
vecinos por consideraciones de estatus, condensa estos imaginarios. Así, toma
cuerpo la idea de que la defensa de pequeños privilegios relativos opera como
espada de Damocles sobre las capas medias.
Ahora bien, el supuesto anterior requiere ser problematizado
para no adelantar conclusiones. Primero, no esencializar
a las clases medias implica tomar en serio la heterogeneidad de sus
trayectorias sociales, así como el carácter contingente de las formas de ser
clase media en contextos sociopolíticos y culturales específicos. Segundo, a
fin de entender cómo los sentidos comunes dominantes (por ejemplo, el ethos emprendedor o del consumidor-endeudado) encarnan en
distintos grupos sociales y con qué efectos, es necesario observar la
articulación de los grandes relatos con las prácticas cotidianas y los
mecanismos de acumulación de oportunidades característicos de las capas medias.
Estos son pasos importantes para superar “el mito”: sientan las bases para
distinguir a las clases medias de otros grupos sociales, dimensionar las
distintas fracciones que se tejen en su interior y probar que su existencia
histórica excede la condición residual –todo lo que no está ni muy arriba ni
muy abajo en la estructura social– a la que suelen ser relegadas (Adamovsky 2020).
De igual forma, la (auto)idealización liberal del
individuo de clase media, educado y emprendedor (Lungo
2017), en quien toma cuerpo la promesa moderna de movilidad social en cuanto
recompensa al mérito requiere ser revisitada. Sin duda, cuestiones como la estabilidad
laboral o la certidumbre económica son elementos recurrentes a la hora de
imaginar a las clases medias (aun cuando la evidencia empírica muestra que este
no siempre es el caso, en especial entre los estratos de ingreso medio-bajo).
No obstante, hablamos de sectores que han rebasado ciertos umbrales de
vulnerabilidad a la pobreza y cuyos capitales, sobre todo educativos, les
garantizarían mejores oportunidades de competencia en el mercado laboral. En
contraste, los sectores populares tienen más propensión a ser excluidos
sistemáticamente de la obtención de títulos educativos, mientras que para las
élites económicas pesan mucho más los beneficios obtenidos por el rendimiento
del capital que por sus ingresos (Piketty 2014).
De ahí que la cuestión meritocrática, entendida como la
(sobre)valorización del esfuerzo intelectual, se vuelve nuclear para justificar
los mecanismos de reproducción social de las clases medias tradicionales (Cavalcante 2018). En esta línea, Ramírez y Minteguiaga (2020) cuestionan cuánta igualdad soportan
nuestras sociedades y enfatizan que la versión hegemónica del ideal
meritocrático no se basa en la defensa del esfuerzo individual como mecanismo
de distribución, sino que legitima las desigualdades de clase subyacentes.
Esto se conecta con la estrecha relación que existe entre
la lucha anticorrupción y la movilización de las capas medias en cuanto clase,
que parece reeditarse en diversos ciclos de reducción de la desigualdad a lo
largo de la región. Quizás el mejor ejemplo de ello son las movilizaciones
contra el Gobierno del Partido de los Trabajadores en Brasil, pero también
contra el de Correa en Ecuador o el de Morales en Bolivia. Más allá de la
condena generalizada a la corrupción, lo interesante es evaluar el grado en que
esta lucha interpela con particular eficacia a las clases medias.
Los análisis marxistas colocan a la acumulación por vías
ilícitas y a la obturación de la competencia en igualdad de condiciones como
una amenaza directa a la ideología meritocrática y a sus portadores por
excelencia, las clases medias (Cavalcante 2018; Boito 2017). Además, tomando en cuenta que las clases
medias son la mayor base de sustentación del pacto fiscal en América Latina, la
percepción de grietas e injusticias entre lo que aportan y reciben, sin duda,
abona al descontento (Avanzini 2012; Filgueira 2013). Si a esto le sumamos las propiedades que
usualmente se atribuyen a las clases medias desde una óptica liberal, nos
encontramos con que en múltiples escenarios asociados a la lucha anticorrupción
se replica la imagen de sectores medios que se movilizan como ciudadanos –sin
adscripciones políticas– en defensa de un bien público desconectado de sus
intereses de clase (Cavalcante y Arias 2019; Díaz
2022). Situar esto no busca reesencializar a las
clases medias ni imputarles intereses puramente instrumentales (en una
operación opuesta a la procurada en los párrafos anteriores), sino llamar la
atención sobre los cruces entre las dimensiones materiales y subjetivas de la
desigualdad que se encuentran en los procesos de politización de los sectores
medios.
5. Conclusiones: cuando la
vulnerabilidad entra en escena
Hacia el final de la primera oleada progresista,
distintos diagnósticos adjudicaban las (re)acciones de la clase media a
malestares experimentados ante dinámicas de conver-gencia
social ascendente o a la frustración por expectativas de consumo coartadas
debido a la desaceleración económica. Luego de una pandemia que ha devenido en
una profunda crisis social, la cuestión laboral aparece como uno de los
principales factores de preocupación entre la población. El deterioro en las
condiciones de inserción en los mercados laborales (inactividad, bajas en la
participación laboral, sub/desempleo, informalidad, etc.) y la consecuente
pérdida de ingresos ha afectado sobremanera a los estratos de ingreso medio y
bajo, abonando a procesos de movilidad social descendente y a una mayor
polarización de las oportunidades de vida entre los extremos de la población
(CEPAL 2022).
Así, problemáticas que otrora solían asociarse casi
automáticamente al estudio de las clases medias, hoy quedan eclipsadas. Es más,
ante el redireccionamiento de la atención pública a salvaguardar condiciones
mínimas de vida, aún está por verse si se experimentará un giro en la agenda
intelectual hacia la llamada “pobretología”, como
ocurriera hacia finales del siglo XX, o si el lugar de las clases sociales
prevalecerá en la reflexión sociológica. En este contexto, el desarrollo de
estudios orientados a comprender las experiencias de vulnerabilidad de las
clases medias en tiempos de crisis resulta fundamental, más aún sin partimos de
que nada dice más de la condición de clase media que la posibilidad de acceder
a un empleo de calidad (Therborn 2020).
Existen varios elementos que se pueden aprender de lo ya
transitado por los estudios sobre la clase media en la región para encarar el
momento actual. El análisis sobre el impacto de las políticas neoliberales en
la estructura de clases latinoamericana da cuenta del agudo deterioro y la fragmentación
de los sectores medios ante situaciones de vulnerabilidad laboral (Portes y
Hoffman 2003; Minujin 2010). De igual forma, en
aproximaciones cualitativas a las experiencias de incertidumbre de las clases
medias, se habla de sectores que si bien suelen asumirse como responsables de
sí mismos bajo la lógica del mérito laboral, el ahorro, el endeudamiento y el
consumo, en periodos de crisis ven sus murallas de protección individual
desmoronarse (Vera 2013). Asimismo, las controversias más recientes en torno al
fenómeno de las clases medias durante el ciclo posneoliberal
permiten trazar ciertas coordenadas para agendas de investigación futuras.
Tales disputas se organizaron principalmente en dos ejes: la sostenibilidad de
las fuentes de bienestar de las clases medias y sus niveles de tolerancia a la
des/igualdad.
El primer elemento, visto sobre todo desde el campo
económico, se refiere al cuestionamiento de la capacidad estructural del modelo
posneoliberal para sostener los ritmos de crecimiento
del consumo y la expansión de las clases medias más allá del “boom de las commodities”.
No obstante, ello da pie para abordar cuestiones más amplias como la regulación
política de los mercados y las características de los regímenes de bienestar
que estructuran el acceso a oportunidades de vida diferenciadas (Martínez
2007). En la clásica triada entre Estado, mercado y familia como media-dores
del bienestar y de la estratificación social, cabe analizar cuál es el peso de
cada una de estas instancias en la reproducción social y simbólica de las
heterogéneas clases medias a nivel regional, así como la medida en que tales
arreglos cambian y devienen en nuevas demandas en tiempos de crisis.
Lo anterior cobra particular relevancia luego de una
pandemia que ha afectado desproporcionalmente a mujeres, jóvenes, trabajadores
del sector informal y a las familias de bajos ingresos; mientras que en el caso
de los sectores medios ha evidenciado amplias deficiencias en sus modos de
inserción en los sistemas de protección social (CEPAL 2022). A nivel de los
mercados laborales, según evidencia recabada para el caso chileno, distintos
autores encuentran que “la vulnerabilidad de las clases medias parece menos
asociada con los niveles de ingreso que con sus fuentes y condiciones laborales”
(Barozet et al. 2021, 35). Tal tesis se sostiene en
la diferenciación entre las clases medias profesionales y asalariadas en
grandes empresas, quienes estarían sujetas a mayores niveles de estabilidad, y
las clases medias de menor calificación, expuestas a desplazamientos obligados
e inciertos entre empresas pequeñas de baja productividad o hacia el trabajo
por cuenta propia en el sector informal.
En cuanto al segundo elemento, la problemática de la
tolerancia a la (des)igualdad adquirió especial relevancia en un contexto en
que la situación de clase media pareció volverse abruptamente accesible para un
amplio segmento de la población latinoamericana, al menos en términos de poder
adquisitivo. Es más, las percepciones populares de lo justo ganaron prominencia
en el marco de regímenes posneoliberales cuya marca
distintiva fue poner la deuda social y el rol redistributivo del Estado en el
centro del debate político. Al respecto, Benza y
Kessler (2020) cuestionan la profundidad de las agendas igualitarias basadas
más en el eje de la inclusión social desde abajo que en la limitación de
privilegios acumulados desde arriba. En cualquier caso, la cuestión del
bienestar subjetivo y relativo adquirió protagonismo para abordar los procesos
de politización de las clases medias en las últimas décadas.
Ante la prolongación de la crisis, cabe indagar entonces
cómo procesan los sectores medios el temor al desclasamiento, qué estrategias
de reproducción social des-pliegan y con qué éxito, en qué medida las aspiraciones
individuales de antaño se vuelven frustraciones colectivas del presente y
contra qué las proyectan. En suma, ¿cómo dotan de sentido a su existencia
social? Sabemos, por ejemplo, que la mejora generalizada de las condiciones de
empleo fue una de las razones tras el auge de las clases medias en la región,
pero no comprendemos del todo cómo interpretaron los latinoamericanos tales
oportunidades y menos aún cuál será su opción política ante la incertidumbre
laboral. Estas son algunas de las cuestiones que afloran cuando se estudia a
las clases medias en su articulación con distintos regímenes de acumulación y
ciclos políticos en América Latina.
Retomando las interrogantes planteadas por Kessler (2020)
–¿cómo definir a las clases medias?, ¿cómo les fue en un determinado período y
cómo se posicionan políticamente?, no basta con señalar su expansión o
contracción en términos de ingresos, aunque ello no es menor en sociedades tan
desiguales como las nuestras, sino que hay que cuestionar las fuentes de su
bienestar. No se trata apenas de establecer que les va mejor o peor, sino que
cabe preguntarse cómo les va en relación con otros grupos sociales e incluso
diferenciar la situación en el interior de las clases medias. Ante todo, no se
puede pretender que su condición de clase determine sus afinidades políticas o
que hay algo así como conductas en bloque sin tomar en cuenta otras dimensiones
de la desigualdad. Considero que una de las claves para abordar esta última
cuestión es conectar la investigación sobre los mecanismos de reproducción
social de las clases medias con la pregunta de cómo los actores dan cuenta de
sus oportunidades de vida.
Con ello se enriquece el debate pues se exploran los
procesos de politización de los sectores medios a la luz de sus condiciones
compartidas de vida y de las relaciones de clase en las que se encuentran
insertos.
Apoyos
El artículo está basado en mi tesis de maestría en
Sociología Política, para la cual recibí una beca de FLACSO Ecuador. Agradezco
la guía y los comentarios de Franklin Ramírez.
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Notas
[i] Se
trata de modelos de desarrollo endógenos y autosustentados, impulsados desde el
aparato estatal y basados en el pensamiento estructuralista cepalino, en
particular, del modelo ISI.
[ii] La
crisis del petróleo de 1973 y la deuda externa en los años 80 marcan el punto
de inflexión del desarrollismo latinoamericano.
[iii] Siguiendo a
Mora Salas (2010), tal proceso de precarización conjugó tres dimensiones: a)
desregularización laboral, b) debilitamiento del sindicalismo y c)
restructuración productiva y flexibilidad laboral.
[iv] El
personaje de Doña Florinda pertenece a la icónica serie latinoamericana El Chavo del Ocho. Se trata de una mujer que vive en un
barrio popular y que constantemente intenta desmarcarse de sus vecinos por
consideraciones de estatus.
[v] El
exvicepresidente boliviano, Álvaro García Linera, es uno de los intelectuales
que más ha reflexionado sobre la relación entre los cambios en la estructura de
clase a raíz del ciclo progresista, las tensiones entre las nuevas y viejas
clases medias y el devenir del Gobierno de Evo Morales. En un artículo sobre el
golpe de Estado de 2019, Linera (2020) sostiene que la clase media tradicional
constituyó la base social de la “fascistización” experimentada bajo el Gobierno
de facto de Jeanine Áñez en Bolivia.
[vi] Al
respecto se puede consultar, por ejemplo, la compilación de artículos “Clases
medias, más allá de los mitos” en Nueva Sociedad 285