Esquemas
valorativos y participación en actividades de tráfico de drogas en Sonora,
México
Value
systems and participation in drug trafficking activities in Sonora,
Mexico
Dr. Francisco Manuel Piña-Osuna.
Profesor. Licenciatura en Criminología, Universidad Estatal de Sonora y
Licenciatura en Sociología, Universidad de Sonora (México).
(manuel.pina@ues.mx) (https://orcid.org/0000-0002-5873-2787)
Recibido:
18/02/2022 • Revisado: 23/04/2022
Aceptado:
30/05/2022 • Publicado: 01/09/2022
Cómo citar este artículo: Piña-Osuna, Francisco Manuel. 2022.
“Esquemas valorativos y participación en actividades de tráfico de drogas en
Sonora, México”. Íconos. Revista de Ciencias Sociales 74: 195-212. https://doi.org/10.17141/iconos.74.2022.5345
En las últimas décadas, se ha ubicado en diversas fuentes
al tráfico de drogas como el principal problema delincuencial en Latinoamérica,
al mismo tiempo se ha advertido sobre el aumento en sus indicadores y sobre el
proceso de socialización de esta actividad. Los esquemas de valores trasmitidos
por esta modalidad delictiva se han incrustado dentro de algunos sectores de la
sociedad, creando una apología, una aprobación y un deseo de optar por este
modo de vida, factores que motivan el ingreso a la misma. El objetivo con este
artículo es identificar los esquemas de valores que un grupo de personas
reconoció dentro del tráfico de drogas, así como explorar la relación que
tuvieron esos valores en sus ingresos a la actividad. Se empleó metodología
cualitativa a partir de un muestreo por conveniencia y la realización de entrevistas
semiestructuradas a ocho sujetos encarcelados por este delito en el estado de
Sonora, frontera norte de México. Los hallazgos muestran que la
responsabilidad, la inteligencia, el trabajo, el respeto, la lealtad y el apoyo
familiar permitieron a dichos sujetos evaluar positivamente al tráfico de
estupefacientes; tales valores fueron reconocidos como elementos que
facilitaron sus ingresos en tareas ilícitas. Se concluye que las acciones para
tratar los efectos negativos de expresiones culturales delictivas deben
diferenciar claramente los esquemas valorativos transgresores de los
prosociales.
Descriptores: delincuencia;
drogas; México; narcotráfico; personas privadas de libertad; valores.
In recent decades, drug trafficking has been
identified by many sources as the primary crime problem in Latin America. By
the same token, sources have warned of increasing indices and a process of
socialization of this activity. The value systems transmitted by this criminal
modality have become embedded in some sectors of society, vindicating it and
generating approval and a desire to choose this way of life, motivating people
to enter this activity. The objective of this article is to identify the value
systems of a group of people in drug trafficking, as well as to explore the
relationship that these values had on their entry into the activity. A
qualitative methodology was used based on convenience sampling and
semi-structured interviews with eight subjects incarcerated for this crime in
the state of Sonora, along the northern border of Mexico. The find-ings show that responsibility, intelligence, work, respect,
loyalty, and family support enabled these subjects to positively evaluate drug
trafficking; these values were recognized as elements that facilitated their
entry into illicit work. It is concluded that actions to deal with the negative
effects of criminal cultural expressions should clearly differentiate between
transgressive and prosocial value systems.
Keywords:
delinquency; drugs; Mexico; drug trafficking; prisoners; value systems.
1. Introducción
Son disímiles los hallazgos que posicionan al fenómeno
delictivo como el principal problema en la región latinoamericana. En estos se
advierte un aumento en sus indicadores y coinciden en un proceso franco de
exponenciación en su reproducción (Observatorio Nacional Ciudadano 2019; Centro
de Investigación para el Desarrollo A. C. 2009; Organización de los Estados
Americanos 2008; Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales 2007;
Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico 2004).
Entre las modalidades delictivas más analizadas se
encuentra el tráfico de drogas; se trata de aquellas actividades que tienen
como objetivo la comercialización de sustancias ilegales y que son realizadas
por diversos grupos, con una especialización en ciertas etapas de la cadena de
comercialización (Pérez 2012, 3). En México, esta modalidad registra indicadores
de aumento en su reproducción (ONC 2019), lo cual se suma a un proceso de
recrudecimiento de la violencia (Rodrígues y Caiuby 2019; Burgos 2013; Ortiz y Silva 2005; Astorga
2005).
Diversos autores coinciden que varios elementos
culturales han contribuido en la socialización de la violencia y destacan
aquellos que emanan del mismo tráfico de drogas (Becerra 2018; Saldívar y
Rodríguez 2018; Baca 2017; Moreno et al. 2016). A partir de los hábitos,
costumbres, productos de consumo y personajes expuestos por dicha actividad,
varios esquemas de valores se han incrustado dentro de la sociedad, facilitando
en ciertos sectores que surja una apología de la violencia, una creciente
aprobación del sujeto que trasgrede la ley y un deseo de optar por el delito como
forma de vida, específicamente en esta modalidad delictiva. Estos elementos
aportan a la reproducción del delito y la violencia (Christiansen 2016; Polit
2013; Reguillo 2012; Ovalle 2010).
Uno de los contextos donde este mecanismo ha presentado
mayor reproducción es el espacio fronterizo del norte de México. Sánchez (2009,
79); Campbell (2007, 48) o Astorga (2005, 37) ubican este escenario como el
contexto facilitador de condiciones que derivan en el tráfico de drogas, pues
se ha presentado una mayor y tradicional difusión de los componentes culturales
que acompañan a la actividad. Otros, como López Hernández (2022, 170) o Montoya
(2021), ubican esta potenciación a partir del año 2006, en el contexto de la
guerra contra el narcotráfico emprendida por el Gobierno mexicano.
El estudio en que se basa este artículo se sitúa en un
contexto reproductor del tráfico de drogas, en el estado de Sonora, México.
Según cifras de Resa (2014), entre 2003 y 2012, esta
entidad federativa fronteriza ubicada al norte de la República mexicana
presentó un periodo de potenciación en las ocurrencias de delitos de drogas:
tercera del país con mayor número (14 501) y la segunda con la mayor tasa de
residentes condenados en el país (55,18/100 000 habitantes). Para 2021, Sonora ocupó el séptimo lugar nacional en ocurrencias de delitos de
drogas, experimentando un aumento de estos casos con respecto al año anterior,
cuando se posicionó en el noveno lugar nacional (Causa en Común 2021).
En este trabajo se analizan los esquemas de valores que
el sujeto toma en cuenta para ingresar a la actividad del tráfico de drogas. Se
entiende por valores a aquellos fines y principios relevantes en la vida, con
los que las personas evalúan lo que es deseable, bueno o malo, y que devienen
en guías de la conducta diaria y enunciados de cómo deben ser las cosas (Triandis 1994, 8; Schwartz 1992, 3). La cuestión que se
busca responder es la siguiente: ¿cuál es la relación que tienen los esquemas
valorativos expuestos por el tráfico de drogas con la inmersión a la actividad
de un grupo de sujetos privados de la libertad por dichos delitos en el estado
de Sonora?
Se han planteado dos objetivos principales: 1) conocer
los esquemas de valores que los sujetos reconocieron dentro del tráfico de
drogas, y 2) explorar la relación que tuvieron estos esquemas de valores en su
inmersión en tal actividad. Se tiene como hipótesis que los esquemas
valorativos reconocidos en el tráfico de drogas permiten una valoración
positiva de esta modalidad delictiva, lo cual facilita la inmersión de los
sujetos en la misma (Christiansen 2016; Polit 2013; Reguillo 2012; Ovalle
2010).
2. Tráfico de drogas y esquemas valorativos en la
investigación social
El enfoque con el que se analizan los esquemas de valores
dentro del modo de vida delictivo tiene sus antecedentes en la teoría de la
asociación diferencial de Edwin Sutherland (1999, 35), quien ya advertía al
comportamiento criminal como la manifestación de una serie de necesidades y
valores. Este análisis es retomado por Gresham Sykes
y David Matza, quienes, a partir de la criminología
positivista, descartan la existencia de una subcultura delictiva que invierte,
rechaza o se opone a los valores socialmente aceptados; por lo tanto, en su
comisión del delito, el sujeto sigue esquemas valorativos que sintonizan con
aquellos que la mayor parte de la sociedad posee (Sykes
y Matza 2008; Matza y Sykes 1961).
Durante las primeras décadas del siglo XXI, en el
análisis del comportamiento delictivo sobresalen trabajos como los de Maruna y Liem (2021) o Rodríguez
Manzanera (2007, 241). Sus propuestas rebasan la idea de un individuo
trasgresor que opera razonadamente y con voluntariedad hacia el delito, para
plantear la existencia de un individuo normal, con capacidad de decidir y
diferenciar entre quienes delinquen y quienes no. En esta perspectiva de libre
albedrío, el sujeto tiene la capacidad de optar por la trasgresión o respetar
la norma prohibitiva.
Partiendo de las nociones en que se considera a los
esquemas de valores como motivaciones fundamentales para el comportamiento
delictivo en un sujeto, la investigación social realizada en Latinoamérica ha
aportado en la manera de analizar el fenómeno del tráfico de drogas. Con base
en esa perspectiva se busca explicar los factores que favorecen su
reproducción; se considera que en cuanto actividad genera hábitos, prácticas y
acciones que son identificadas en su campo junto con ciertos hábitos y
productos de consumo. En el tráfico de estupefacientes se trasmite una serie de
creencias que tienen un impacto positivo sobre la evaluación de la misma, así
como en la construcción de identidades y de sentido de pertenencia de los más
jóvenes, e incluso sobre sujetos que no se dedican a estas acciones delictivas.
Tales elementos favorecen un interés hacia esta actividad como modo de vida
(Baca 2017; Moreno 2014; Burgos 2013; Mondaca 2012; Córdova 2011; Valenzuela
2002).
Así, la actividad ha tenido una alta capacidad de
socialización y ha generado simpatías, comprensión, una interacción más
estrecha y la interiorización y apropiación de valoraciones en la sociedad
civil (Reyes-Sosa 2016; Moreno 2014). A esto se suma un contexto donde cada vez
es menor la distancia social entre quienes se dedican al tráfico y la población
no relacionada con él. También la cercanía con las producciones de la narcocultura hace que aumente la intención de tener mayor
contacto con la actividad (Figueroa 2022).
En la bibliografía mundial, destacan dos estudios clave
sobre este tema. Catanzaro (1992) reconstruye la historia de la mafia siciliana
y reconoce que esta se reprodujo por esquemas valorativos individuales tales
como adquisición de popularidad y riquezas; cumplir con deseos o ambiciones;
odio hacia las clases poderosas o reacción hacia la autoridad. Por su parte,
Bourgois (2010, 137) señala que la adhesión a esta actividad busca perpetuar el
prestigio y el poder, implica una oportunidad de autoafirmación, autonomía y
respeto más allá de lo material, donde la dignidad y la realización personal
son tan importantes como el sustento económico, además se evidencia la
jerarquía y el respeto.
En América Latina, Ovalle (2010, 112) destaca un deseo de
dedicarse al tráfico por encima de la necesidad, puesto que ello permite
reproducir el prestigio. El traficante supone un sujeto socialmente reconocido
por sus actividades, mezclado, adaptado a la vida social común y atractivo para
diversas esferas sociales. Becerra y Hernández (2019) analizan el consumo y la
apropiación de elementos culturales del tráfico de drogas y advierten que, en
contextos de pobreza, los sujetos encuentran atractivo al tráfico pues
proporciona poder, diversión, acción y emoción, además de ser un mecanismo de
obtención rápida de recursos, dinero y lujos para alcanzar una posición
dominante de poder.
De acuerdo con Núñez González (2021), también destaca la
importancia del prestigio, el poder y la honorabilidad, que permiten incluso
conformar cuerpos de valoraciones diferenciadas, entre los sujetos del tráfico
de drogas: aquellos que son honorables y aquellos que son poco honrosos.
Mendoza (2008, 159) resalta el valor del trabajo dentro del tráfico de drogas y
señala que existen contextos donde es una labor tan aceptable y edificante como
el trabajo legal, implica también esfuerzo y sufrimiento; los
riesgos expuestos dignifican los recursos que se obtienen y justifican las
consecuencias negativas de sus labores.
Díaz y Domínguez (2021) argumentan que el arquetipo que
se posee del traficante en México promueve valores como la lealtad y la
familia. También Bourgois (2010, 274) o Sánchez (2009) coinciden en que estas
actividades se caracterizan por un importante sentido de compromiso, donde
lealtad y familiaridad son valores que la hacen más atractiva. El sujeto ve en
sus compañeros traficantes a su única familia.
Autoras como Guerrero (2016), Mendoza (2008) y Cardona
(2004) concuerdan en que los valores de la religiosidad son utilizados como
referente protector hacia los peligros que circundan a la actividad y como
justificación de sus propias trasgresiones.
En algunos estudios se reconoce los antivalores que
fomentan el deseo de muchos jóvenes de pertenecer a un grupo de tráfico de
drogas y que están ligados a la noción de antisujeto de Wieviorka
(2011, 38). Se trata de esquemas valorativos que se relacionan con
características negativas en el sujeto y que tienen como objeto evaluar la
realidad en favor del desconocimiento, la negación o la destrucción del otro y
de la sociedad. Entre ellos se puede citar a la venganza o el prestigio
obtenido a través de la violencia, el castigo y la traición (Simonett 2006, 2004; Heau y
Giménez 2004, 633); la hombría o la supremacía del hombre sobre la mujer (López
Hernández 2022, 169), la relegación que se hace de esta como un objeto de
presunción y de consumo (Guzmán y Cristancho 2019, 77), o la idea de ejercer un
poder opresor (Valdéz 2008, 87; Ovalle 2005). Maihold y Sauter (2012) y
Valenzuela (2002, 41) destacan el consumismo, la ostentosidad, el utilitarismo,
el poder y la impunidad como esquemas de antivalores que al traficante le
permiten sobrevivir dentro de la actividad.
Con este estado del arte se subrayan las valoraciones que
sobresalen acerca del tráfico de drogas. Sin embargo, la mayoría de estos
resultados son extraídos de expresiones como la música, las narconovelas, las
series televisivas, incluso la arquitectura.
Resultan escasos los trabajos en los que se recolectan,
exploran y analizan hallazgos obtenidos directamente de los actores del tráfico
de drogas. Si bien se reconoce la importancia del discurso para el análisis y
la construcción de las valoraciones en el individuo, así como la narración en
cuanto mecanismo organizador de pensamientos, percepciones y valoraciones (Maruna y Liem 2021; McAdams 2018; Sandberg y Ugelvik
2016), en el estudio en que se basa este artículo se privilegia la información
de primera mano, basada en los propios discursos obtenidos del trabajo de campo
con sujetos que pertenecieron a estas actividades, que experimentaron este
proceso de aproximación e interiorización a los valores del tráfico.
A lo anterior se añade que, aunque en últimos años la
investigación internacional da cuenta de estudios que destacan la función de la
narrativa de los sujetos (Cardwell y Copes 2021),
estos esfuerzos aún son escasos en la bibliografía latinoamericana (Garrido
2020). Por ello, el estudio comulga y opera bajo la idea de que, en el contexto
latinoamericano, acercamientos como el que se propone en este texto son un
insumo importante en la investigación del fenómeno. El empleo y el análisis de
estas narrativas, además de aportar a la teoría utilizando el tráfico de drogas
como conducta base, también puede robustecer la información para guiar algunas
estrategias de prevención, atención y reeducación social ante este acto
trasgresor (Maruna y Ward 2007).
3. Metodología
Se empleó una metodología cualitativa, con un grupo de
personas privadas de la libertad (en adelante PPL) en uno de los Centros de
Reinserción Social (CERESO) del estado de Sonora ubicado en la ciudad de
Hermosillo, México.[i] Estas personas
participaron en actos estimados como delitos contra la salud (Código Penal
Federal para los Estados Unidos Mexicanos 1931, 42).
La selección de los informantes cumplió con un muestreo
no probabilístico intencional por conveniencia (Miller y Salkind
1991). Se solicitó la autorización a la Dirección del CERESO para el acceso al
grupo de personas privadas de la libertad por estos delitos. Se cuidó que
cumplieran con los siguientes criterios: que el grupo de sujetos hubiese
pertenecido a diversos niveles de participación dentro del tráfico, pues
existen dinámicas específicas que están en función de las diferencias
jerárquicas; que los sujetos hayan participado por un espacio aproximado a los
dos años, tiempo estimado en que el sujeto conoce y experimenta las prácticas,
las dinámicas y el modo de vida propios de estas actividades (Ovalle 2010); y
que al momento de la entrevista tuvieran ya una sentencia por algún delito
contra la salud, por lo que sus declaraciones afectarían mínimamente los
procedimientos legales si se compara con alguna persona que aún se encuentra
siendo investigada.
Se les citó previamente de manera individual en un
espacio del propio centro para solicitar su participación y comunicarles
verbalmente los objetivos del estudio. Se les presentó el consentimiento
informado por escrito, el documento les fue leído y por ellos corroborado. Se
les solicitó que autorizaran la entrevista escribiendo las iniciales de su
nombre completo en el documento de consentimiento. Solo los sujetos que
autorizaron ser entrevistados, así como los que aceptaron las condiciones de la
entrevista, fueron incluidos en el estudio. Tras este proceso, se conformó un
grupo de ocho informantes, una mujer y siete hombres (en lo adelante se les
nombrará informante 1, informante 2, informante 3 y así sucesivamente).
La recolección de los datos se hizo a partir de una
entrevista semiestructurada (Souza 1995). Dicha entrevista se dirigió hacia
tres fines: primero, explorar los esquemas valorativos que guiaban al sujeto
previo a la actividad; segundo, identificar los esquemas valorativos que
reconoció dentro del tráfico; y, por último, describir la relación
percibida entre los esquemas de valores reconocidos en la actividad y su
ingreso a la misma. Todas las entrevistas se realizaron en Hermosillo entre
marzo y abril de 2017 –los detalles de las fechas de cada una constan al final
del artículo–.
4. Análisis y resultados
Se buscó conocer los esquemas de valores que los sujetos
reconocieron dentro del tráfico de drogas, así como explorar la relación entre
tales esquemas y la inmersión en el tráfico. En la presentación de los
hallazgos se inicia con los esquemas valorativos previos de un grupo de
personas privadas de la libertad por delitos contra la salud en el estado de
Sonora. Se sigue con aquellos que se reconocieron en la actividad del tráfico
para finalmente analizar el efecto percibido en cuanto a los valores una vez que
las personas se insertan en la actividad.
Los valores previos a la
actividad
Retomando a Triandis (1994, 8)
y Schwartz (1992, 3), el sistema de valores de un individuo juega un papel
crucial en la elección de un curso de acción. Gracias a estos, se evalúa
positiva o negativamente y se aceptan o descartan ciertos actos. En el caso del
tráfico de drogas se trasmiten esquemas valorativos en la sociedad, con una
alta capacidad de ser adquiridos por el resto de miembros de la sociedad en
general (Figueroa 2022; Moreno 2014; Burgos 2013; Ovalle 2010; Sánchez 2009;
Valenzuela 2002).
En cuanto a los esquemas valorativos previos a la
actividad del tráfico, la mayoría de informantes se ubicaba dentro de esquemas
valorativos prosociales y en favor de la construcción de relaciones; así lo
corroboran los testimonios que siguen. “Hay veces que me sentía con muchos
valores, responsable, atento […], nada de golpear a una mujer, de abusar de
alguien, algo abusivo” (entrevista a informante 1). “Pues siempre he tenido el
valor del respeto, el valor de la compasión […], he sido derecho, he sido fiel”
(entrevista a informante 2). “El respeto, la humildad, la amistad, todo el
tiempo he sido muy amigo con los amigos” (entrevista a informante 4). “Me
consideraba una buena hija, […] leal, no era una persona grosera” (entrevista a
informante 7). “Para mí es más importante no robar […], o sea, querer ganar e
ir con ventaja hacia el otro, y humildad es más importante y respeto,
obviamente” (entrevista a informante 8).
Estos relatos ilustran cómo el sujeto que participa en el
tráfico de drogas consideraba esquemas valorativos a favor de la relación y la
integración. Lo anterior confirma, en el grupo analizado, los mecanismos
planteados por Matza y Sykes
(1961) y Sykes y Matza
(2008), respecto a que el sujeto que delinque no opera bajo esquemas
valorativos antagónicos a los de la parte de la sociedad que no delinque.
Asimismo, permite establecer un mecanismo básico de la teoría social
criminológica, en cuanto a rechazar una cultura delictiva opositora,
diferenciada, contrapuesta a los valores universales de los ciudadanos
integrados; por el contrario, quien delinque es un ser integrado a la sociedad,
tan integrado y expuesto que es reconocido socialmente (Ovalle 2010). Tal es el
reconocimiento que tiene el miembro del tráfico de drogas entre la población
que manifiesta la distancia social tan estrecha, advertida por Figueroa (2022),
que facilita la interiorización de los valores trasmitidos por esta actividad
hacia el resto de la sociedad.
Los esquemas previos al ingreso al tráfico en el grupo de
informantes analizado, donde sobresalen, como vimos, la amistad, el respeto y
la humildad, destacan valores ligados a la familia. Aparte se manifiestan
aquellos esquemas que dejan ver una noción de grupo de iguales. Este aspecto
mantiene consistencia con los mecanismos sugeridos por Bourgois (2010) respecto
a que en el tráfico de drogas el sujeto puede arroparse de una camarilla o
grupo de afinidad, que le permite proveerse de una pertenencia a iguales, la
cual a veces sustituye y otras reproduce la función del contexto familiar.
Estos esquemas prosociales, que subrayan la familiaridad y con estrecha
distancia social, refuerzan la capacidad del tráfico de drogas por atraer y
facilitan la adopción de esta actividad como modo de vida, pues proveen de una
necesidad bási-ca en el sujeto: el agrupamiento, la
socialización.
Sin embargo, aunque en menor número, también se reconocen
esquemas que están más dirigidos a cuestiones instrumentales: “trabajar es lo
que me la llevaba haciendo yo desde morro, salía de la escuela y a trabajar con
mi papá” (entrevista a informante 5); “hacerme valer por mí mismo, buscar la
forma de cómo obtener aquello que quería sin esperanzarme de que alguien me lo
diera” (entrevista a informante 6).
Entre los valores instrumentales, sobresale la
responsabilidad o la orientación hacia el trabajo, esquemas que, como se discutirá
más adelante, aportan a la dignificación de la actividad de tráfico.
Estos esquemas valorativos previos ilustran la existencia
de una continuidad entre los esquemas más básicos considerados por los
individuos (respeto, familia, responsabilidad, trabajo) y los que la propia
práctica del tráfico promueve (Mendoza 2008, 159; Heau
y Giménez 2004, 633), elemento que juega su papel en la capacidad que tiene
este modo de vida para atraer. A esto, Turner (2010, 19) agrega que los valores
son nociones evaluativas en cuya construcción y evolución juega un rol
fundamental el medio social: en función del entorno la persona va dando un
sentido a sus acciones y desempeño; ante ello, el tráfico de drogas como
expresión situada, reconocida y difundida en las sociedades del norte de México
(Campbell 2007) juega su papel en la interiorización de esquemas valorativos.
Este acercamiento a los valores previos a la inmersión en
el tráfico de drogas permite introducir la siguiente idea: tales valores
facilitan el contacto con ciertos conceptos evaluativos que motivan el
posterior ingreso a la actividad. Así se verá en los relatos del grupo de
informantes.
Esquemas valorativos y participación en actividades de
tráfico de drogas en Sonora, México Esquemas de valores que
se reconocieron en el tráfico de drogas El tráfico de drogas es un
fenómeno resonante de múltiples esquemas valorativos, los cuales adquiere, hace
propios, expone y con los cuales se pone en estrecho contacto con la sociedad
hasta lograr la aceptación de diversas porciones de la población (Baca 2017;
Reyes-Sosa 2016; Moreno 2014; Burgos 2013; Mondaca 2012; Córdova 2011;
Valenzuela 2002). Este estudio explora esquemas que el grupo de informantes
reconoció en el tráfico, ya sea por medio de sus personajes o de expresiones
que de la actividad emanan, con el objeto de encontrar esta misma continuidad
advertida en el apartado anterior, aunque ahora centrada en los esquemas
valorativos que ubicó el informante.
“Sí, estás en contra del Gobierno, pero es como cualquier
negocio […] tienes que tener puntualidad, la responsabilidad sobre todo”
(entrevista a informante 1). “(Miraba) el respeto [...] ellos no te van a
preguntar ni te van a juzgar [...]. Son muy trabajadores, muy humildes,
respetan, son muy solidarios” (entrevista a informante 8).
Estos relatos ilustran que el sujeto en su contacto con
el tráfico de drogas identifica valores instrumentales tales como
responsabilidad y buena actitud hacia el trabajo o inteligencia, los cuales son
fundamentales en la construcción de afinidad o pertenencia hacia la actividad.
Como señalan los autores citados, el tráfico de drogas es para los sujetos un
campo de acción en donde ponen en práctica los esquemas de valores más básicos
y ello tiene un impacto en su construcción en cuanto sujeto y miembro de la
sociedad.
Además de los esquemas instrumentales, también se
reconocen esquemas filiales como amor y lealtad familiar, respeto por otros,
altruismo o solidaridad, que como se ilustra en el apartado anterior, muestran
que la actividad tiene la capacidad no solo de ser trasmisora de esquemas
dirigidos al quehacer, sino también a las habilidades interpersonales y el
agrupamiento. “Eran gente muy positiva, todo el tiempo muy alegre.
Eran positivas en el aspecto de que tenían familia, le
daban (dinero) a su familia, […] le daban lo mejor a sus hijos” (entrevista a
informante 4).
Este tipo de relatos en el grupo analizado advierte que
los esquemas reconocidos tienen un doble efecto: valorar y reforzar el apego
entre las personas, en busca de afinidad, pero también sobre el saber hacer y
cómo accionar laboralmente, pues esta actividad es reconocida como una
ocupación (Ovalle 2010; Mendoza 2008). “Quieres a tu familia y sigues en tu
trabajo […], valorar a tu familia, a tu señora, nunca salirte del círculo de
amistades dentro de la familia […]. Eran más inteligentes, más inteligencia que
usaban para cruzar para otros lados” (entrevista a informante 3).
Hay quienes en una actividad tan agresiva como la de los
grupos armados reconocen valores como el perdón, la ecuanimidad o una idea de
justicia entre sus ejecutores, destacándose en dos de los sujetos que se
relacionaron con modalidades de sicariato: “No nomás porque andes chambeando en
eso, te hace malo […], los miraba, buen acento, te hablaban bien como si
hubieran estudiado, te trataban bien” (entrevista a informante 2). “Son malos
con quien se lo merece, tampoco van a ser malos con alguien que anda bien, el
que chinga uno es porque se la aventó […] porque no lo vas hacer sufrir nomás
porque sí” (entrevista a informante 3). Lo anterior ejemplifica que los valores
reconocidos en el tráfico de drogas no solo se constriñen a sostener la
actividad a través de la habilidad, los informantes también identifican
esquemas que sostienen las relaciones humanas dentro del negocio.
Si a esta condición se añade que el difusor de estos
valores es tan cercano como la propia familia, ello representa un factor que
fortalece la influencia a favor de la misma, pues como advierte Figueroa (2022)
existe poca distancia social entre los miembros de la actividad y el resto de
la sociedad. “Tenía un tío, ese era puro corazón y todos lo decían […]. Lo que
yo veía en otro tío fue su inteligencia […]. En mi mamá veía que tenía mucha
inteligencia para eso, ella te podría cuadrar y no dormir en la noche porque
siempre estaba pensando qué hacer” (entrevista a informante 8).
Este tipo de relatos muestra lo sensible que puede ser
para el sujeto el proceso de interiorización de esquemas. Existe cierta
sintonía previa y la persona armoniza con estos esquemas, a ello se agrega un
elemento que imprime fuerza a dicha adquisición: la cercanía o vínculo filial
con las figuras trasmisoras.
Para reafirmar la atracción que provoca el tráfico,
aspecto ilustrado por Ovalle (2010), se exploró entre los informantes si
reconocían valores que fueron adquiridos dentro del tráfico de drogas: “Agarrar
actitud […], agarras personalidad” (entrevista a informante 3); “estando yo con
esas personas me hice responsable […], el ser humilde también lo aprendí ahí
mismo” (entrevista a informante 4); “aprender que vas a andar al tiro […],
también a usar la inteligencia, a desarrollar tu mente (entrevista a informante
5); “cómo ganarse el respeto. Cómo ser más chingona […] Cómo es que la gente te
pueda tener miedo, porque tienes más dinero (entrevista a informante 7).
Ya dentro del tráfico, el grupo reconoció la adquisición
de valores instrumentales, cualidades más necesarias para la práctica. En este
punto, se introduce una idea que se replica en varios informantes: el trabajo y
la inteligencia como elementos valorativos en el tráfico de drogas, donde
cálculo, estrategia y sagacidad constituyen herramientas para sortear los retos
que impone la actividad, al tiempo que son esquemas que le permiten al sujeto una
evaluación más positiva y dignificante de su labor (Mendoza 2008, 159).
Conforme a Ovalle (2010, 101), quien reconoce en el
tráfico de drogas a una ocupación tan formal y viable como cualquier labor
legal, las trayectorias analizadas ilustran esta noción dignificante de la
actividad. “[…] Sí es trabajo. Se requiere saber cómo hacerlo, tienes que saber
administrarte, para sacar adelante tienes que saber trabajar” (entrevista a
informante 1). [Sobre la siembra de marihuana a la que se de-dicaba]
“Pues es un trabajo, te salen callitos en las manos, te sale sangre”
(entrevista a informante 3). “Francamente sí es un trabajo […], tiene sus
complicaciones [...], te tienes que andar cuidando de la ley…” (entrevista a
informante 6). “Sí es un trabajo, porque es de ahí donde solventas tus gastos,
a tu familia, o sea, tienes que dedicarle tiempo y todo como un trabajo”
(entrevista a informante 8).
Sea porque implicaba una rutina absorbente o ciertas
complicaciones o porque los ingresos que obtenían les permitían financiar el
costo de su vida, en el accionar del tráfico de drogas se reconocen cualidades
en la forma de un empleo formal y legal, lo cual le facilita al sujeto
autoevaluarse de manera positiva al operar dentro de la actividad. Los
informantes definen el tráfico usando los mismos descriptores de las labores
legales; para estas personas supuso una labor dignificante, compleja y de
responsabilidad, como la de cualquier trabajo formal.
Como se advirtió en la revisión de la literatura, se
reconoce la existencia de antivalores, aquellos esquemas ligados a aspectos
negativos o destructivos que operan dentro del tráfico de drogas. En la
exploración, se observa que estos son reconocidos por la muestra analizada, lo
cual destaca el papel del tráfico como constructor de un antisujeto (Wieviorka 2011): “Ya a lo último querían que estuviera
trabajando para ellos así nomás” (entrevista a informante 2); “había personas
en el sentido muy ostentosas, unos que les gusta traer unos cadenones,
unas pistolas, cuatro bandidos bien locos, haciendo su refuego, llegando a los
barrios y sintiéndose lo mejor” (entrevista a informante 6); “se hacían
reuniones en las cuales yo no quería ir, porque muchas veces se hablan de temas
que uno no debe escuchar […], porque nunca me gustaba hacerle daño a alguien”
(entrevista a informante 7).
Los testimonios evidencian que si bien los valores
prosociales en el tráfico de drogas son reconocibles entre los informantes,
también lo son los esquemas de antivalores. Los integrantes del grupo
reconocieron la imposibilidasd de salir fácilmente de
esas dinámicas (Heau y Giménez 2004, 633), la
violencia (Simonett 2004, 2006), el poder destructivo
(Valdéz 2008; Ovalle 2005), la ostentosidad; (López
Hernández 2022; Guzmán y Cristancho 2019; Maihold y Sauter 2012, Valenzuela 2002) y también se destacó el hecho
de que sus actividades eran acciones dañinas para los demás.
Ante los esquemas de antivalores, los informantes que se
dedicaron al tráfico de drogas contraponen la capacidad de la actividad para
atraer, a pesar de los componentes destructivos que conlleva. Algunos
informantes minimizan el antivalor en el tráfico de drogas y justifican su
accionar dentro de una conducta trasgresora: “Pues el que la quiere usar, la va
usar, el proveedor va a seguir habiendo y el material va a seguir estando”
(entrevista a informante 1); “yo no le pongo la droga a la gente […], aunque no
lo haga yo, lo va hacer alguien más” (entrevista a informante 7); “yo lo que
decía, y mi mamá me lo enseñó: ‘mamá eso está mal, estamos envenenando a
gente’, y ella me decía: ‘mira hijo, el que es cochi[ii]
es cochi. Si tú no le vendes, el de enseguida le va a
vender, o el que sigue’” (entrevista a informante 8).
Estos relatos ilustran que a pesar de generar
evaluaciones negativas, el sujeto desarrolló razonamientos que le permitieron
minimizar la carga social de su trasgresión, un mecanismo que Matza (2014) reconoce como técnicas de neutralización. Esto
muestra que las valoraciones negativas hacia el tráfico son superadas por
mecanismos de justificación y minimización de la trasgresión, lo cual aumenta
la probabilidad de ser interiorizadas.
La relación
entre esquemas valorativos e inmersión en la actividad del tráfico de drogas
Para responder la pregunta planteada en este artículo, se
exploró entre el grupo de informantes la relación entre los esquemas
valorativos reconocidos en el tráfico y su participación en este. La mayoría de
los sujetos reconocieron esta relación, ligada a los esquemas instrumentales
necesarios para la práctica, donde las diversas acciones y valores trasmitidos
por la actividad confirman mecanismos como los sugeridos por Núñez González
(2021) en cuanto a que el tráfico de drogas es un campo de reproducción con esquemas
valorativos que destacan lo deseable, aquello evaluado como positivo, aceptado
e imitable, y lo distinguen de lo indeseable, evaluado como lo reprobable, lo
deshonroso e incluso castigable.
“Era una virtud que yo no consumiera y el trato con la
persona y el estar disponible a cualquier hora” (entrevista a informante 1).
“Si te agarran confianza, te dicen: ‘con este chavalo se ve que no vamos a
tener problemas, que no nos va a poner (delatar) nada, si lo llegan a agarrar
(a poner preso)’” (entrevista a informante 2). “Para mí el valor más grande es
la lealtad […], vienes, me marcas, te voy a dar la droga y me hablas después:
‘¿Sabe qué? Quiero hacer negocios con usted, pero no le diga a aquel vato,
¿cuánto me da el precio a mí?’. […] Son mamadas para mí eso, ni por ti mismo
tienes respeto” (entrevista a informante 7). “Siempre aplicaba el respeto, la
humildad, el ser solidario […]. Aunque muchas veces no vas a ganar nada, nomás
es por apoyarlo uno” (entrevista a informante 8).
De ese modo, el tráfico de drogas proporciona un abanico
amplio y variado de valoraciones instrumentales, personales, interpersonales,
deseadas y reprobables–.
Por tanto, se observa consistencia con lo sugerido en la
teoría (Becerra 2018; Saldívar y Rodríguez 2018; Baca 2017; Moreno et al. 2016)
respecto a que el tráfico supone una actividad que genera y trasmite esquemas
valorativos, aparte de ser un campo de aprendizaje, aplicación y puesta en
práctica de los ya existentes. Estos elementos contribuyen a la socialización
de los delitos de drogas entre la población, aspecto que facilita su
aprobación.
Otros al ingresar al tráfico, se guiaron por esquemas
relacionados con el poder y la capacidad adquisitiva; así se trasluce la
ostentosidad como valor, la mejora de sus condiciones propias y la
superioridad, que son consistentes con lo que se reconoce como
antivalores de la actividad (Maihold y Sauter 2012; Heau y Giménez 2004;
Simonett 2004; Valenzuela 2002). “Estar arriesgando
la vida […], un estilo de sobrevivir, de agarrar dinero. Saltar un escalón,
para poder hacer algo” (entrevista a informante 3).
“Soñé con ser alguien, alguien pesado (con poder) […].
Incluso yo pensaba llegar a lo más alto, esa era mi meta. Yo quiero ser como
él, o sí puedo ser alguien más, decía yo” (entrevista a informante 4).
Mencionado por varios sujetos, ya sea en calidad de valor
reconocido en la actividad o de valor previo a su participación en la misma, se
identificó al apoyo familiar como un esquema valorativo de guía con influencia
sobre la decisión de ingresar al tráfico.
Yo empecé a hacerlo
como un valor humano, por sacar adelante a los seres que quería […]. Me daba
tranquilidad, me daba un gozo saber que llegaba a la casa y apoyaba a la causa
de vida de mi familia, mis hermanos o amistades, que apoyaba para sacar
adelante económicamente y eso era lo que me hacía tener una cosa motivadora
(entrevista a informante 6).
Estos esquemas son consistentes con los aportados por
Díaz y Domínguez (2021) o Sánchez (2009) en cuanto a la trasmisión que el tráfico
hace de esquemas como la lealtad y el apoyo familiar. También coinciden con lo
propuesto por Becerra y Hernández (2019) respecto a la capacidad de la
actividad como mecanismo para buscar la movilidad social.
Al ordenar los valores que tuvieron relación en la
inmersión en el tráfico de drogas, se destaca que el respeto, la lealtad y la
responsabilidad son los más replicados y más relacionados con la unión a la
actividad, y que estos mismos concuerdan con sus esquemas previos. El poder y
la movilidad económica se observan en menor medida, y el apoyo familiar aparece
en pocas trayectorias.
5. Conclusiones
Los resultados muestran que entre los valores reconocidos
dentro del tráfico por el grupo analizado destacan la responsabilidad, el apoyo
familiar, la lealtad a la amistad y al grupo, y el respeto; lo anterior se
manifiesta sobre todo en clases con desventajas económicas. Se reconocen
también valores instrumentales como la responsabilidad laboral, la inteligencia
y el trabajo dignificante. En contraparte, se encontraron esquemas de
antivalores como la violencia, la prepotencia, el poder destructivo, la
ostentosidad, la envidia y el daño hacia los otros por la actividad.
Retomando la hipótesis sugerida, se confirma la relación
entre los esquemas de valores y el ingreso al tráfico de drogas (Christiansen
2016; Polit 2013; Reguillo 2012; Ovalle 2010). Las expresiones fueron
fácilmente identificables por los sujetos y son consistentes
con aquellos esquemas previos que ya les resultaron atractivos.
Esos valores son atrayentes y reproducibles, primero
porque promueven una lógica de prosperidad tanto material como personal y luego
porque la misma actividad se vuelve un escenario para ponerlos en práctica. Los
hallazgos también sugieren que la participación en el tráfico tiene efectos
positivos sobre el autoconcepto, crea un sentido de pertenencia y refuerza la
idea de que tomar acción dentro del tráfico facilita la construcción del sujeto
(Wieviorka 2011, 32).
Además, existe una minimización de la carga social que
implica la ilegalidad (Matza 2014). Lo encontrado
guarda relación con los planteamientos de Schwartz (1992, 47) sobre cómo los
modos legales y trasgresores de las normas sociales utilizan valoraciones en
común para aprobarlos y optar por ellos. El tráfico de drogas está lejos de ser
una actividad que trasmite valores contrarios a la sociedad, en su defecto
trasmite algunas de las nociones valorativas más elementales y significativas
para las personas, lo cual lleva a cuestionar la cultura del delito como expresión
alejada de las normas sociales, y demuestra la prevalencia de nociones
prosociales y trasgresoras que coexisten.
Es necesario que las acciones reeducativas se encaminen a
establecer claramente la diferencia entre los esquemas trasgresores y los legales.
La reeducación de poblaciones en riesgo debe enfocarse en procesos que
prioricen la puesta en práctica de esquemas valorativos en escenarios que
respeten las leyes y las normas. Los principios del aprendizaje social, a la
manera de Akers (2006), sostienen que modos de vida
delictivos son adquiridos bajo los mismos mecanismos sociales que los no
delictivos; su propuesta va en favor de revertir los esquemas valorativos
delictivos a través de los mismos procesos que intervienen en la adquisición de
los esquemas convencionales, con apoyo de las mismas figuras clave (familia,
amigos, redes parentales y vecinales) y en los mismos escenarios (familia,
escuela, barrio).
Debido a las limitaciones de la investigación cualitativa
en cuanto a su capacidad de generalizar los datos a otras poblaciones, en
futuras aproximaciones será preciso profundizar desde un enfoque mixto, a la
luz del contexto y reconociendo que los mecanismos relacionados con la
actividad delictiva son sensibles y operan diferencialmente en función de las
condiciones sociales de los sujetos. Enfoques como el de Turner (2010) y su
concepto de fuerzas culturales, la noción “control del delito” de Hirschi (2003) o la de “neutralización” de Matza (2014) podrían ser útiles para un análisis más profundo
sobre los esquemas valorativos que motivan la trasgresión de la ley.
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Entrevista a informante 8, PPL por delitos contra la
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Notas