Temas
Antropología ontológica e interculturalidad
de la salud en el pueblo shuar de Zamora-Chinchipe
Ontological and intercultural anthropology
of health among the shuar peoples of Zamora-Chinchipe
Dr. Christian Tym.
Investigador posdoctoral. Instituto de Antropología Social y Cultural,
Philipps-Universität Marburg (Alemania) y Departamento de Español y Estudios
Latinoamericanos, Universidad de Sídney (Australia).
(christian.tym@uni-marburg.de)
(https://orcid.org/0000-0001-5547-9440)
Recibido:
09/04/2022 • Revisado:26/05/2022
Aceptado:
22/08/2022 • Publicado: 01/01/2023
Cómo
citar este artículo: Tym, Christian. 2023. “Antropología
ontológica e interculturalidad de la salud en el pueblo shuar de
Zamora-Chinchipe”. Íconos. Revista de Ciencias Sociales 75: 163-180. https://doi.org/10.17141/iconos.75.2023.5445
En
este artículo se exponen aquellas conexiones entre la antropología anglosajona
y la filosofía política de la interculturalidad, a las que se han prestado poca
atención en América Latina. Específicamente, se detallan los aportes del
llamado giro ontológico para desarrollar una teoría de la interculturalidad que
abarque las diferencias entre pueblos indígenas y sociedades occidentales. Se
argumenta que el concepto de “cultura” constituye un “equívoco”, y que a partir
de dicho giro y sus críticas se logra un entendimiento más adecuado de la
interculturalidad como propuesta positiva de la intelectualidad indígena. Los
debates sobre la representación de la diferencia, que siguieron al giro
ontológico, apuntan a la importancia de la diversidad intracultural; por tanto,
es imprescindible matizar tales representaciones de las culturas indígenas y la
occidental, al considerar los rasgos disímiles que distinguen a comunidades e
individuos de un mismo grupo. Este argumento se desarrolla con base en la salud
intercultural, a través del estudio de caso de las prácticas y preferencias
sanitarias de la población shuar de la provincia ecuatoriana de
Zamora-Chinchipe. Se concluye que se requiere una interculturalidad que no
signifique la etnitización de las políticas públicas, sino su localización y
adaptación a las preferencias de la gente en cada una de las zonas particulares
de los territorios nacionales.
Descriptores:
Ecuador; giro ontológico; interculturalidad; plurinacionalismo; salud
intercultural; pueblo shuar.
This
article shows the connections between Anglophone
anthropology and the political philosophy of interculturality, to which little
attention has been given in Latin America. Specifically, the contributions of
the so-called ‘ontological turn’ are detailed in order to develop a theory of
interculturality that addresses the differences between Indigenous peoples and
Western societies. It is argued that the concept of “culture” constitutes an
“ambivalence”, and that from this turn and its critics one can understand
better interculturality as a positive proposal from Indigenous intellectuals.
The debates on the representation of difference that followed the ontological
turn point toward the importance of intracultural diversity; therefore, it is
crucial to develop nuanced representations of Indigenous and Western cultures,
considering different characteristics that distinguish the communities and
individuals of each group. This argument is developed based on intercultural
health through the case study of health practices and preferences in the shuar
population of the Ecuadorian province of Zamora-Chinchipe. It is concluded that
an interculturality is required that does not mean the ethnicization of public
policies, but rather their localization and adaptation to the preferences of
people in every distinct zone within national territories.
Keywords: Ecuador; ontological
turn; interculturality; plurinationalism; intercultural health; shuar peoples.
A
casi 15 años de haber sido aprobada la Constitución de Montecristi en el
Ecuador todavía nos encontramos lejos de la implementación del artículo 1: que
el Estado sea intercultural y plurinacional. Por supuesto, un análisis crítico
de la política de estos años podría arrojar información sobre las causas de este
fracaso. Sin embargo, la tarea más necesaria es articular y acordar
orientaciones y propuestas que nos permitan estar preparados para cuando se
presente una nueva oportunidad política en la cual sea posible hacer realidad
estos principios constitucionales. En este objetivo se centra el presente
análisis.
En
el artículo se entrelazan una parte empírica y otra teórica. La primera se basa
en un resumen de las prácticas y preferencias sanitarias en las comunidades, o
“centros”, de la gente shuar en la provincia ecuatoriana de Zamora-Chinchipe.
Aparte de su relevancia directa para las políticas de salud e interculturalidad
en los ámbitos local y provincial, a través de estos ejemplos se trata de
reafirmar algunos conceptos teóricos para los debates andino-amazónicos sobre
la interculturalidad del Estado, los cuales conforman la segunda parte del
texto. Estos aportes conceptuales provienen de la teoría antropológica
anglosajona; mi propósito es mostrar que, pese a su posible relevancia para la
interculturalización de los Estados, temas que han sido de gran interés en años
recientes para la antropología de habla inglesa han sido poco apreciados en
discusiones sobre interculturalidad, tanto en el mundo angloparlante como en
América Latina.
Estas
conexiones potenciales entre la antropología y la filosofía política de la
interculturalidad radican, sobre todo, en el llamado “giro ontológico” en la
primera y, de igual manera, en las críticas subsiguientes de sus
representaciones de la diferencia cultural, la cual a menudo se llama
“alteridad radical”. En la antropología, la diferencia ontológica suele
definirse en contraste con la perspectiva “naturalista”[i] de Occidente
(Descola [2005] 2013) –es decir, la idea de que el mundo está constituido por
sus características materiales como las conocemos a través de la ciencia–,
aunque de igual modo se podría hablar de una “diferencia ontológica” entre las
cosmovisiones shuar y kichwa, kichwa y waorani, waorani y cofán, etcétera.
Esta
atención a la diferencia ontológica entre las realidades indígena y occidental
tiene la intención de ir más allá del mismo concepto de “cultura”, por razones
que se detallarán en la próxima sección. En algunos casos, desde el giro
ontológico se propone hablar de “mundos” indígenas en lugar de “culturas”
indígenas, para contrastar con “mundo” occidental (Blaser 2013). Argumentaré
aquí que es productivo entender los porqués de este avance conceptual en la
“antropología de ontologías” (Kohn 2015), ya que ilumina algunos malentendidos
–o “equívocos” (Cadena 2015)– que surgen del mismo concepto de “cultura” en los
debates acerca de la interculturalidad.
Sobre
todo, las redefiniciones conceptuales del giro ontológico llevarán a los
individuos que se sitúen en el lado occidental de las cuestiones
interculturales a entender mucho mejor lo que implica la misma propuesta de
interculturalidad y plurinacionalismo por parte de los intelectuales y políticos
indígenas durante los pasados 30 años.
Los conceptos de ontologías y mundos indígenas resultan eficaces para apreciar el grado de diferencia entre las cosmovisiones de los pueblos indígenas y los occidentales, y para situarlos en el mismo plano. Sin embargo, quienes critican la antropología de las ontologías han demostrado que tiene el sesgo de tender a homogeneizar y generalizar las experiencias de cada persona según su etnia (Bessire y Bond 2014; Cepek 2016; Ramos 2012). Por tanto, es imprescindible matizar cualquier representación de las diferencias entre la cultura indígena y la occidental considerando que existen diferencias entre comunidades e individuos del mismo grupo (Menéndez 2016, 111112). Este punto es importante porque si bien la adaptación de los pueblos indígenas a las fuerzas culturales externas también depende de los legados culturales propios (Halbmayer 2018, 76), sus realidades contemporáneas son moldeadas, hasta cierto nivel, por las mismas fuerzas globales que organizan la realidad occidental; entre ellas destacan la religión cristiana y el trabajo asalariado–. A la vez, la extensión diferenciada de estas fuerzas dentro de las distintas zonas ocupadas por cada pueblo indígena produce una indudable diversidad social dentro de los pueblos y nacionalidades.
En
suma, entender la cuestión de la interculturalidad desde los debates en torno a
la antropología ontológica y sus críticas se nos presenta con el reto de
abarcar la diferencia entre lo occidental y lo indígena al igual que la
diversidad entre las personas de cualquier grupo humano. A lo largo de este
artículo, estas consideraciones me llevan a reafirmar la necesidad de una
interculturalización del Estado, pero una interculturalidad que no significa
una etnicización de las políticas públicas, sino su localización y adaptación a
las prácticas y preferencias de la gente en cada una de las zonas particulares
de los territorios plurinacionales de Latinoamérica.
Tres
temas deben señalarse antes de comenzar. El primero es que para el propósito de
este artículo me distancio de los usos del concepto de interculturalidad que
realmente no tienen potencial revolucionario para una política plurinacional.
Dentro de estos, incluiría las políticas “multiculturalistas” del gobierno
correísta, por ejemplo, el uso del idioma kichwa en los anuncios públicos o los
exteriores de los edificios gubernamentales. Estas políticas de reconocimiento
no hay que despreciarlas, pero queda claro que no involucran un cambio
sustantivo en la práctica de las políticas públicas. Del mismo modo señalo que
este artículo no trata de la interculturalidad en el sentido general de
entendimiento mutuo o convivencia (Canclini 2021; Whitten y Whitten 2011), sino
de sus implicaciones para las políticas públicas.
Más
bien, me centro en las propuestas de Ariruma Kowii Maldonado para ir más allá
del simple acto de relacionar al objetivo de “interculturalizar” (2005, 50) el
Estado, argumentando que las instituciones de la sociedad deben “responder y
respetar a la constitución real de nuestras sociedades” (2005, 50).[ii]
La propuesta de Kowii Maldonado desencadena las implicaciones públicas y
políticas de la interculturalidad y, sobre todo, su reclamo sobre los recursos
del Estado.
Con
este punto de partida, en segundo lugar debo señalar
que este artículo comete lo que Mónica Greco (2004, 1) llama el error de
reemplazar la cuestión de la salud en un sentido amplio con la cuestión de
servicios sanitarios. Aunque reconozco este error, considero que repensar la
salud pública e incluso la organización de la sociedad desde y según las
filosofías e ideales de vida indígenas sería una cuestión demasiado grande para
abordarse simultáneamente con los otros objetivos de este texto.
En
tercer lugar, señalo que el artículo se basa en un período de trabajo de campo
de seis meses viviendo en centros shuar en Zamora-Chinchipe y algunos meses más
en la capital provincial en diálogo con dirigentes indígenas y técnicos de la
educación intercultural bilingüe. Dicho trabajo se enfocó en recopilar
testimonios de la población shuar acerca de sus experiencias en cuanto
enfermedad y tratamiento por parte de médicos, chamanes indígenas, curanderos
hispano-mestizos y miembros de la Iglesia evangélica, con sus métodos
idiosincrásicos de curación y sus prácticas de autoatención (Menéndez 1992) a
través de remedios caseros de yerbas medicinales. De igual modo, se
sistematizaron sus opiniones generales sobre la asistencia del sistema estatal
de salud y los métodos ancestrales de curación. Además, también incluyo
observaciones provenientes de un segundo periodo de trabajo de campo desde
comienzos de 2022, pese a que este tiene otro enfoque temático. En este
artículo, se han cambiado los nombres reales por seudónimos para proteger la
identidad de las personas entrevistadas.
A partir de aquí
el texto se estructura en cuatro apartados más. En el siguiente presento el
aporte teórico de la antropología ontológica para una filosofía política de la
interculturalidad estatal. Luego sostengo este argumento aprovechando el
estudio de caso sobre las preferencias y prácticas sanitarias de la gente shuar
y subrayando en estas materias las ventajas de un acercamiento ontológico
relativo al multiculturalismo liberal. En el penúltimo apartado considero las
críticas a la antropología de las ontologías que están basadas en la diversidad
dentro de cada pueblo o nacionalidad indígena, explicándolas, otra vez, con
referencia al contexto shuar. Concluyo volviendo a lo que implica la
interculturalidad estatal en términos de la filosofía política.
La
importancia del abordaje intercultural, en el desarrollo de políticas en
contextos de profundas diferencias interétnicas, ha tendido a subestimarse o
socavarse, debido a la similitud entre la propuesta de la interculturalidad y
la del multiculturalismo. Afín a la filosofía política del liberalismo, el
multiculturalismo solo permite considerar superficialmente las diferencias
culturales, pues debajo de su tolerancia a estas diferencias encubre categorías
estructurantes de presunta universalidad, como son el individuo, la religión,
en cuanto categoría delimitante de la espiritualidad, y el mundo en la forma
que se conoce por parte de las ciencias naturales. El multiculturalismo
liberal, entonces, tiene una función central en la reproducción del orden
social actual en países occidentales, ya que abarca las diferencias
superficiales sin permitir una reconsideración de los modos de organización
social básicos: el capitalismo y los marcos epistémicos provenientes de los
países europeos y anglosajones (Walsh 2004; Žižek 1997).
Por
tanto, en este marco, las diferencias culturales, incluso aquellas de carácter
ontológico que se radican en cosmovisiones diferenciadas, tienden a perder
fuerza. Tomando por supuesto los elementos esenciales de la ontología
occidental, las culturas indígenas y sus pensamientos sobre el propio carácter
de la realidad aparecen como percepciones interesantes, pero sin fundamento. En
cuanto a la salud, estas acaban siendo reducidas a “creencias” que quizás solo
tendrían algunas implicaciones para la salud mental del paciente en la atención
clínica. Hablar de lo cultural o la interculturalidad en este sentido
multiculturalista –aun aceptarla como principio constitucional– parece a una
simple llamada para la tolerancia y el entendimiento mutuo, sin mayores
implicaciones para 167 las
políticas e instituciones públicas y sus servicios estatales.
El
trato de la reivindicación indígena de la interculturalidad como si fuera una
política liberal multiculturalista ha mostrado grandes fracasos en varios
países latinoamericanos. En Yucatán, por ejemplo, políticas de
interculturalidad en educación han sido criticadas por haberse reducido
esencialmente a programas de entrenamiento de personal indígena para servir al
turismo nacional (Llanes Ortiz 2008, 58-59). De igual modo, la educación
intercultural bilingüe, establecida ya por décadas en el Perú, se ha centrado
en “cantos, danzas, cuentos, adivinanzas –sin promover el reconocimiento y la
valorización del ‘núcleo duro’ del cual son expresión única, es decir, las
cosmovisiones poéticas y las filosofías que expresan-”, lo que desemboca en una
“banalización” de las culturas indígenas “y su reducción a los aspectos
triviales” (Tubino 2005, 93). La misma dinámica se ha observado en el sistema
de educación intercultural en el Ecuador (Walsh 2007, 193).
Algo
similar ha prevalecido respecto a la interculturalidad en salud. El sistema de
salud intercultural en México se ha descrito como “el conocimiento y la
práctica de la biomedicina [es decir, la medicina científica occidental]
aplicadas en distintos contextos culturales”, una iniciativa que ha incluido el
uso de los muebles y comidas típicas en las instalaciones estatales (Campos
Navarro 1999, 76-78). En el Ecuador, se ha implementado la salud intercultural
sobre todo en el parto (Mozo González 2017). En el cantón Loreto, provincia
Orellana, la Casa del Parto Intercultural aumentó en un 60 % la asistencia
médica a los alumbramientos de madres indígenas, a la vez que el personal no
solo solía descartar el conocimiento sanitario indígena, sino que desconocía la
existencia de curanderos y curanderas indígenas
trabajando en las mismas comunidades que ellos servían (Arteaga, San Sebastián
y Amores 2012, 405-409).
Esta
reducción de la interculturalidad a, digamos, el embalaje a los servicios de
atención sanitaria biomedicinales no es de ningún modo desdeñable, sobre todo
respecto a la reducción de la mortalidad materna debido a la mayor tasa de
atención hospitalaria (Gamlin y Berrio 2020; Merchán Camacho 2018). No
obstante, es comprensible que los curanderos y las curanderas
indígenas expresen su frustración frente a este tipo de interculturalidad[iii]
(Boccara 2015, 201) –ya que no valoriza los conceptos y el conocimiento
indígenas acerca de la enfermedad y la curación– y se ha tachado, por lo tanto,
de “culturalismo” (Boccara 2015) y “neoindigenismo” (Boccara y Bolados García
2008).
Propongo
que estas limitaciones del potencial de la salud intercultural se deben a los
malentendidos sobre lo que significa “cultura”. Como ya mencioné, desde la
perspectiva multiculturalista el concepto de “cultura” pasa por alto las
diferencias ontológicas –es decir, los supuestos y teorías que cada pueblo ha
tenido históricamente sobre qué constituye la realidad–. En esto, las mismas
teorías de la antropología ontológica proponen un diagnóstico –el concepto de
“equívocos” (Cadena 2015)– para nombrar tales situaciones, en las cuales hay
una falta de entendimiento debido a las distintas visiones de la realidad entre
grupos sociales, pero, a la vez, que los dos grupos creen entenderse y no se
dan cuenta de la insuficiencia de las traducciones de conceptos clave de un
lado a otro de la división.
En
cuanto a la “cultura” de la interculturalidad, estamos frente a algo parecido a
una equivocación de este estilo. En este caso, sin embargo, se podría decir que
el malentendido queda en el lado occidental, ya que la filosofía política del
movimiento indígena ha identificado al problema con perspicacia. Con referencia
a la movilización bajo el lema de la “cultura” y la campaña para definir al
Estado ecuatoriano como intercultural en la Constitución de 2008, Luis
Maldonado Ruiz apuntó que “era necesario para los pueblos indígenas buscar en
el lenguaje y en el desarrollo conceptual de las ciencias sociales del
dominador un concepto que exprese de mejor manera su realidad sociopolítica”
(2008, 1). Mediante esta observación incisiva, que el mismo Maldonado Ruiz
llama “obvio”, se puede llegar a entender lo difícil que es articular una
política transformadora en el idioma colonial por parte de los pueblos
indígenas, una situación como la de un equipo de fútbol que siempre juega en el
estadio del opositor.
Por ello, para un
entendimiento verdadero de la interculturalidad y su potencial, hay que ir más
allá de lo que parece implicar el planteamiento de la “cultura” dentro de la
lógica occidental y liberal. Planteo que el concepto de ontología ofrece un
sentido más comprehensivo para la interculturalidad, pues da a entender que la
realidad para una persona kichwa puede ser diferente a lo que es para una
occidental, una shuar, una waorani, etc. La importancia
de la ontología para la interculturalidad concuerda con la propuesta de Ariruma
Kowii Maldonado, quien critica “la elaboración de políticas […], la
planificación de proyectos y la definición de presupuestos que no consideran
las particularidades de las nacionalidades y pueblos”, dado que “estas
políticas son definidas desde una sola realidad,
enfocadas y concentradas en abstracciones como ‘desarrollo del país’ o la
‘cultura nacional’” (2011, 21, énfasis mío). De este modo, subrayar las
ontologías distintas –las perspectivas distintas acerca de qué constituye la
realidad– facilita un cuestionamiento de conceptos como “desarrollo” y
“naciones”, que parecen naturales para Occidente pero que no necesariamente lo
son para otros grupos.
Respecto
a la situación actual del pueblo shuar en Zamora-Chinchipe, se constata la gran
diferencia en cuanto a la ontología dentro de la cual se analiza la salud y la
enfermedad y la ontología presumida por la biomedicina occidental. En esa
diferencia ontológica radican importantes problemas de funcionamiento en la
atención médica en zonas mayoritariamente ocupadas por la gente shuar. Como es
habitual en contextos coloniales –donde las instituciones son impuestas en vez
de evolucionar y emerger desde las prácticas y preferencias de la población–,
la atención sanitaria estatal no se ha diseñado desde la perspectiva indígena y
no considera gran parte de sus concepciones sobre la salud y la enfermedad.
Para la gente shuar, una idea importante es que en ciertos casos la atención
biomédica agrava los problemas de salud; se percibe una desconfianza
generalizada hacia el personal médico en su mayoría blanco-mestizo, y, en el
caso de una porción de la población, un expresado rechazo a las clínicas
estatales.
De
las entrevistas formales realizadas durante el presente estudio, 9 de 61
entrevistados expresaron su rechazo a la atención médica mientras que 31
personas dijeron que para ciertos problemas de salud las clínicas no tienen una
respuesta adecuada. Entre las personas del pueblo shuar que manifiestan este
rechazo o sospecha frente a la medicina que se practica en las clínicas, el
sentimiento más común es que los remedios que allí obtienen como parte del
tratamiento son “solo calmantes”. La gente dice que “los médicos nos dan
remedios que funcionan en el momento, pero no son realmente buenos”. Algunos
afirman que “tienen su utilidad, pero después uno se encuentra igual, o peor”;
“no nos curan, o si nos curan es solamente por un rato. Te alivia, pero dentro
de dos semanas te vuelve la misma enfermedad” (notas de campo 2022). Así que
incluso aquellas personas que recurren a las clínicas tienden a percibir sus
tratamientos como limitados, un hecho que explica la posición de los 31 de 61
entrevistados.
Para algunas
personas esta percepción de lo limitada que es la atención médica se convierte
en desconfianza o incluso hostilidad frente a las clínicas estatales. Se
escucha a veces que los médicos son “matasanos”. Un hombre, cuya esposa dio a
luz en casa, me explicó que no fue al hospital para el parto porque, “al
hospital dan inyecciones y sueros, y de esta manera matan a las personas.
Entonces con nuestros propios productos aquí, no tenemos necesidad de irnos
allá. Muchos mueren al hospital” (notas de campo 2022). Otro presiente que las
limitaciones de la atención en clínicas estatales tienen que ver con un intento
continuado de conquista del territorio shuar:
Cuando vamos al hospital, nos dan
malas inyecciones y malos remedios y malos tratamientos,
y no nos enteramos porque no sabemos qué tipo de remedio es… Muchas personas se
van a ellos [al personal médico blanco-mestizo] para ser curados, o se van al
hospital, pero después se vuelve la misma enfermedad. Esto no es curación. Son
los mismos hospitales y farmacias que nos dan estas enfermedades (entrevista a
José, Centro Shuar, Zamora-Chinchipe, 10 de mayo de 2014).
Por lo tanto, el
caso shuar se diferencia de casos como el yanomami, donde la percepción de las
limitaciones de la medicina occidental desemboca en una noción de
complementariedad entre los métodos occidentales y autóctonos (Kelly 2011,
141).Las actitudes shuar frente a la atención de las clínicas estatales
obviamente tienen raíces en la historia de colonización de las tierras
ancestrales de este pueblo y, sobre todo, el rol del Estado en facilitar
activamente su expropiación desde los años 60 y 70 (Rubenstein 2005; Salazar 1981).
No obstante, parte de la reconciliación necesaria de las secuelas de esta
historia puede efectuarse reconociendo la expectativa distinta que muchos
individuos del pueblo shuar mantienen respecto a la medicina y la curación, la
cual se origina en una visión distinta de qué constituye la realidad, y en la
cual radica la percepción shuar de la mala fe del personal médico.
Se
puede comenzar a entender esta diferencia ontológica entre el mundo shuar y el
occidental y, por consiguiente, sus implicaciones para la atención sanitaria, a
través de la noción shuar de la “maldad”. Esto es, por supuesto, un concepto
común en muchos contextos americanos y mediterráneos, tal como sus sinónimos,
“ojo”, “hecho”, “mal hecho”, “daño”, y “porquería”, así como prácticas de
algunos chamanes shuar como pasar un huevo por arriba de un paciente para luego
examinar la yema y detectar maldad o envidia (Idoyaga Molina 2006; Castañeda
1971). Sin embargo, aunque estos conceptos y prácticas del mundo shuar actual
aprovechan el discurso del mundo hispano-mediterráneo para explicarse en
castellano, su lógica interna es distinta.
Para
la gente shuar que mantiene esta cosmovisión, la envidia de una persona puede
ser la causa de la enfermedad de otra, pero, a diferencia de las ideas del
curanderismo hispano-mestizo, la acción de causar la enfermedad tiene que
efectuarse por un chamán, aunque sea contratado por la persona que le tenga
envidia al otro. Recuerdo bien que al preguntar si yo tendría la capacidad de
hacer enfermar a otra persona por envidiarla me respondieron entre risas: “Solo
te enfermarías a ti mismo” (notas de campo 2022).
Esto lo considero
indicativo de un marco de poder energético relativo entre las personas, e
incluso seres no-humanos, que da a entender la capacidad de enfermar y curar a
otra persona. Se dice, por ejemplo, que cuando se topan un bebé y una mujer
embarazada, o si un tigre u otro animal fuerte pasa al lado de una casa donde
duerme un niño, el niño se puede enfermar después por causa del “choque de
energías” entre él y el ser más fuerte. Así me lo explicó un chamán shuar:
Uno simplemente mira a un bebe y se
emociona demasiado, y causa daño al bebe. O puede haber una energía negativa
que la persona tiene, una acumulación de energía negativa. La persona recoge al
bebe y así le causa daño, y el bebe contrata la diarrea. Cada persona tiene la
capacidad de hacer esto, aunque no sea uwishin
[es decir, chamán], sin energía fuerte desde su nacer (entrevista a Martín,
Centro Shuar, Zamora-Chinchipe, 30 de julio de 2013).
También
por la cuestión de poder relativo, un chamán puede causarle “daño” o “maldad” a
otro adulto. Cuando es contratado por otra persona, el chamán puede prepararse
para dañar, y, según el chamán que acabo de citar, “si él tiene una energía
fuerte y esta choca con una persona que es más débil, se producirá enfermedad”
(entrevista a Martín, Centro Shuar, Zamora-Chinchipe, 30 de julio de 2013).
El
caso es menos común, pero para entender esta ontología en la cual se basan los
conceptos y pensamiento shuar acerca de la salud y la enfermedad, es necesario
reconocer que la persona con la energía que “choca” con otra no es necesariamente
un ser humano. Por ejemplo, un joven shuar que vivía en una zona adentro del
bosque me contó de una enfermedad que le llegó después de andar en el río
durante la noche. Él tenía la costumbre de salir en canoa casi todas las noches
de pesquería, y un tsunki –un tipo de ser que
tiene su mundo por debajo del agua (Descola 1996, 176)– se enojó con él. En
palabras del joven,
el animal del agua me hizo daño, un
hipocampo como dicen en español. Fue tsunki. No me di cuenta de lo que estuvo
pasando en el momento. Solo escuché un silbato, nada más, en el otro lado del
muro [al muelle]. Me había hecho daño y comencé a vomitar. […] Me desmayé y
luego me desperté en la casa [indicando la casa del chamán]. Esto fue cuando
comencé a aprender sobre las medicinas shuar… Lo que pasó es que salía a pescar
todos los días. Y como dijeron nuestros antepasados, nuestros antepasados que
vivieron aquí: “Para tsunki los corronchos son gallinas.
Corronchos son gallinas para tsunki” (entrevista a Camilo, Centro
Shuar, Zamora-Chinchipe, 22 de abril de 2014).
Podríamos
decir que la enfermedad de este joven resultó de un “choque de perspectivas”
(Viveiros de Castro 1996). Aunque el joven quisiera y actuaba como si fueran
peces, para tsunki eran “sus gallinas” y
las defendió de manera tal que le hizo un tipo de daño al joven que exigió una
curación chamánica. En tales casos, un acercamiento multicultural –el cual
presume la centralidad de la realidad conocida a través de la ciencia
occidental– llevará al personal médico o al analista de políticas de salud a
enmarcar el problema en cuanto a “creencias” indígenas y sus implicaciones para
la salud del paciente desde el ámbito mental. Un acercamiento ontológico, en
cambio, identifica que entre el shuar y el médico occidental tenemos dos versiones
distintas de qué constituye la realidad, y que a fin de cuentas las dos
provienen de impensadas presuposiciones ontológicas de larga data.
Claro
que, en comparación con la medicina shuar, la occidental ha contado con una
abundancia de recursos para su institucionalización, profesionalización y
desarrollo continuo por más de un siglo. Debido a esta desigualdad se ha
tendido a descartar la contribución epistémica de lo indígena, pero este
supuesto descartaría el valor de las observaciones que hacen los indígenas
desde su posición al borde de dos sistemas, experimentando tanto la atención
médica como la ancestral. Para el pueblo shuar, su observación más clara es
esta sospecha frente a una medicina que solo se dirige a resolver los síntomas
de los problemas de salud, una medicina de “calmantes”. Pensando la salud y la
enfermedad desde la ontología shuar, estas no deben separarse del poder de la
persona, las relaciones que mantenga con otras personas y, en ciertos casos, de
sus interacciones con otros seres de su entorno.
Lo
anterior conduce a nuestro punto final para un entendimiento de la salud y
enfermedad dentro de los supuestos de la ontología indígena: la importancia de
las visiones. Para la gente shuar, hoy en día el famoso brebaje chamánico –la
ayahuasca– no es solo un medio curativo, sino también una manera de encontrar
una visión del futuro que brindará suerte, fuerza y energía a la persona que la
busque. Para este propósito también se destaca una planta aún más fuerte: el
floripondio o guantu. Una persona que haya tenido este tipo de visión tiene la
fuerza para vivir bien, y también para tener influencia sobre otras personas y
no estar sujeto a los ataques o envidias de los enemigos. En tal sentido, tener
una visión es fundamental para la salud e independencia de muchas personas
shuar, pero también para su concepto de éxito en el ámbito profesional o
político. Su importancia en el presente es tal que muchos políticos describen
la experiencia como una nueva versión de las antiguas tendencias de buscar una
visión antes de ir a la guerra. Se aprecia así que, como el tsunki
que
dominó al joven enfermo, muchas personas shuar buscan que sea su visión la que
acabe constituyendo la realidad, sea en su entorno inmediato o en el político y
social más amplio. Esto, además de significar una práctica de relevancia
“cultural”, según las “creencias” shuar, nos induce a repensar la salud de una
forma más social y contextual.
¿Cuáles
son las implicaciones de estas percepciones acerca de los preceptos ancestrales
del pueblo shuar sobre la salud y enfermedad para la salud intercultural y la
interculturalidad en general? Este caso demuestra que una interculturalización
del Estado requiere de apoyo para las prácticas curativas de los chamanes, si
realmente se quiere lograr una situación en la cual todas las personas puedan
ser atendidas sin importar su etnia o condición económica. Además, un mayor
involucramiento de los especialistas indígenas en el desarrollo de las
políticas y servicios de salud podría ayudar a ampliar y profundizar en
nuestras propias concepciones de las raíces de la salud y la enfermedad.
Esta
conclusión se podría categorizar como una suerte de culturalismo, ignorante del
argumento de la antropología crítica médica que la situación de salud de los
pueblos indígenas más que nada se determina por su falta de recursos económicos
y marginación de las sociedades nacionales (Alderete 2004, 65; Bonfil Batalla
1983). Sin embargo, el presente análisis nos indica que la interculturalidad en
salud no solo implica un apoyo a las prácticas autóctonas de curación de los
pueblos indígenas, sino que, al mismo tiempo, es un aporte a la reconciliación
entre los pueblos y nacionalidades y el resto de la (pluri)nación.
La actual omisión
de la filosofía y práctica shuar de la salud y enfermedad resulta en un rechazo
y una desconfianza innecesarios a las clínicas estatales y su personal, lo que
a su vez socava la eficacia en zonas indígenas de las inversiones en salud. Por
eso, el principio constitucional por el cual el Estado debe aprender a
“respetar y responder” (Kowii Maldonado 2005, 50) a estas diferencias
ontológicas tiene justificaciones tanto culturales como materiales.
La
interculturalidad se trata de reconocer y movilizar en la esfera pública las
diferencias culturales y ontológicas. Sin embargo, esto implica también
reconocer las diferencias entre los pueblos indígenas y la racionalidad
occidental que predomina en las instituciones del Estado, así como las
diferencias en cuanto a las prácticas, preferencias, formas de vivir e ideales
de vida dentro de las mismas poblaciones indígenas. Como he señalado, una
metodología fundamentada en la antropología de las ontologías nos ayuda a
visualizar y entender la profundidad de las diferencias, por ejemplo, entre el
Occidente y el pueblo shuar; así queda claro que las diferencias culturales no
comprenden solamente el vestido y la comida tradicionales, sino también las
percepciones sobre qué constituye la realidad.
Durante
las primeras décadas del siglo XX también ha avanzado de forma convincente el
argumento de que el enfoque ontológico corre el riesgo de homogeneizar a las realidades
contemporáneas que viven los pueblos indígenas. Por enfocarse en, digamos, la
“metafísica” (Kohn 2015, 312-313) de las culturas indígenas, se tienden a
exagerar las diferencias entre los pueblos indígenas y la cultura nacional. Al
hablar de lo shuar, lo kichwa, lo tsáchila, etc., se refiere casi
inconscientemente a los aspectos distintos y propios de estos pueblos, los
cuales tomamos como definitorios de “la cultura”. Esto conlleva el peligro
conceptual de una interculturalidad por y para la gente shuar que solo se
centra en los aspectos distintos de su cultura; tampoco se consideran
suficientemente los elementos universales de la vida humana que experimentan
los individuos pertenecientes a cualquier grupo social (Kelly 2015, 428-429).
Para algunos autores, ello conduce a estilos de análisis social que crean una
“estandarización”, “apisonamiento” o “aplanamiento” de las diferencias entre
los individuos de cada pueblo y nacionalidad (Bessire y Bond 2014, 443; Cepek
2016, 625; Ramos 2012, 483).
En
cuanto a la diversidad entre las comunidades (“centros”) del pueblo shuar, se
constata que en las distintas zonas la gente retoma los aspectos ancestrales de
la cultura en distintos niveles. Como expresa acertadamente Michael Cepek
(2016, 625), con base en sus trabajos de campo en el territorio cofán, “las
diferencias de edad, género, afiliación comunitaria, biografía y personalidad
pesan mucho sobre las posturas individuales frente a cuestiones políticas y la
vida en general”. Apreciar la diversidad dentro de un mismo pueblo, en términos
de interculturalidad en salud, no es un reto al que se ha prestado mucha
atención; uno de los países más avanzados en el tema de salud intercultural ha
sido Brasil (Cardoso 2015), donde por lo general los pueblos indígenas son más
pequeños y menos integrados que los de la región andina y, por tanto, no hay
entre ellos la misma diversidad que se observa entre pueblos como el shuar o el
kichwa.
El
reto, por consiguiente, no es solo entender las diferencias ontológicas en
cuanto a sus efectos para la provisión de servicios sociales estatales, sino
también el alcance del compromiso con estas ontologías ancestrales dentro de
las poblaciones actuales. Para un pueblo como el shuar, cuya población ronda
las 100 000 personas y que cubre cientos de kilómetros del territorio
amazónico, esto no resulta nada fácil. Sin embargo, se puede comprobar que en
general, en las zonas más autónomas tiende a prevalecer un modo de pensar la
enfermedad y curación y buscar soluciones con raíces en el legado cultural y
ontológico propio del pueblo shuar. En cambio, entre quienes se involucran más
en el trabajo asalariado y los intercambios monetarios con la sociedad mestiza
tienden a disminuir estos mismos elementos.
Por
ejemplo, en unos centros shuar con proximidad a un importante proyecto minero
en el cual la mayor parte de los hombres se desempeñan como trabajadores
asalariados, mi experiencia ha sido que ninguna persona siente rechazo al
personal médico y las clínicas estatales; lo más común es que ellos dependan de
esta atención sanitaria. Sobre los chamanes y prácticas asociadas con la
ayahuasca y el floripondio, escuché comúnmente sentimientos como “ya no
aplicamos esta cultura”. Del mismo modo, muchas personas manifestaron “no
creer” en la búsqueda de visiones y las curaciones chamánicas (notas de campo
2022). La expresión de estos deseos requiere un modo de formular políticas
públicas de atención sanitaria que respeten estas diferencias dentro del mismo
pueblo.
Desde
mi punto de vista, estos comentarios demuestran una relación compleja entre
cuestiones de identidad y de beneficios de proyectos de desarrollo nacional,
sobre todo, porque estas mismas personas sí reconocen que
los chamanes y las plantas ancestrales pueden curar a las personas enfermas y además
proporcionar acceso a visiones verdaderas. Manifestar al investigador que “no
aplicamos esta cultura” me parece a mí la expresión de un deseo tanto de
autoposicionamiento dentro de las dinámicas político-económicas nacionales,
como de autocontraste con la identidad de los grupos indígenas más autónomos.
Se puede concluir entonces que la preferencia de tener acceso a la atención
médica no necesariamente resulta de la afiliación étnica ni de observaciones de
la menor eficacia del chamanismo y las plantas ancestrales, sino que tiene
orígenes relacionados con la política y la identidad.
Una
dinámica parecida es evidente entre los habitantes shuar que practican el
evangelicalismo protestante. A partir de los años 60 y 70 –y sobre todo a
través del mandato estatal a los misioneros para que realicen la educación de
los jóvenes shuar en internados– el pueblo shuar se ha ido convirtiendo
rápidamente a la religión católica (Rubenstein 2005; Salazar 1981). Este
proceso, sin embargo, no implicó la desaparición de la cultura ni su
asimilación a la sociedad nacional mestiza, puesto que la gente shuar aprendió
a adoptar el catolicismo a su modo, a la vez que los misioneros católicos
adaptaron sus enseñanzas para ser más conformes con la cultura shuar ancestral
(Boster 2003; Taylor 1981).
El
evangelicalismo, por su parte, ha implicado una crítica fuerte de esta
moderación católica, y acaba condenando muchas prácticas e ideas de larga data
entre el pueblo shuar (Meiser 2015). Actualmente, la gente shuar
evangelicalista rechaza universalmente las prácticas curativas de los chamanes,
así como el uso de plantas –la ayahuasca, el floripondio y el tabaco, por citar
algunos ejemplos– para provocar visiones alucinógenas. La idea es que estas
visiones, al igual que la curación del chamán, no implican interaccionarse ni
con espíritus ni con Dios sino con el diablo.
Al
igual que los mineros asalariados, los evangélicos shuar no niegan que los
chamanes tengan la capacidad de curar, ni que las visiones alucinógenas no
puedan ser reveladoras. Ellos condenan estas prácticas en términos éticos y no
epistémicos. Además, los evangélicos shuar siguen buscando sus mismas visiones,
pero a través de periodos de ayuna y oraciones pidiendo que Dios o sus ángeles
vengan a visitarles en visiones e incluso para efectuar curaciones. Es decir,
se mantiene una estructura ontológica –en la cual las visiones tienen
importantes consecuencias materiales–, que tiene raíces en la cultura
ancestral, aunque su aspecto y forma de acercarse a las visiones y lo inmaterial
sean distintos. Aun siendo el caso, en cuanto a sus prácticas y preferencias de
curación expresadas, los evangélicos ahora son muy diferentes de los católicos
shuar en sus alrededores. Una interculturalidad que “respeta y responde” a la
gente indígena como es en la actualidad –y no en términos de una cultura
histórica que ya no es vivida por todos– tendría que respetar estas
preferencias brindando una atención sanitaria según los criterios de cada
sector.
De
ahí que la propuesta se complejice aún más, porque estas categorías –mineros,
evangélicos, residentes de zonas relativamente autónomas– no están aisladas
unas de otras. Los evangélicos, por ejemplo, se encuentran en casi todas las
zonas del territorio shuar y constituyen una importante población minoritaria;
incluyen tanto los mineros asalariados que tienden a rechazar las prácticas
ancestrales como a quienes residen en las zonas más autónomas que muchas veces
rechazan las clínicas estatales. En estas zonas autónomas, los evangélicos
siguen rechazando el chamanismo y el uso de plantas alucinógenas, pero a la vez
en lugar de la atención médica prefieren utilizar las yerbas medicinales que no
provocan efectos psicoactivos, ya que presumen que estas plantas fueron
colocadas por Dios para satisfacer las necesidades curativas.
Este
retrato de las prácticas y las preferencias medicinales a través de los centros
shuar en Zamora-Chinchipe no logra captar toda la complejidad de la perspectiva
de cada sector en la población shuar, pero sirve para indicar la gran
diversidad cultural dentro de los mismos pueblos indígenas. La
interculturalidad implica un reconocimiento imprescindible de las distintas
ontologías del país ecuatoriano y su relación con el entendimiento popular de
la salud y la enfermedad, pero tampoco se pueden reducir estas perspectivas a
una visión unitaria que supuestamente representa a cada pueblo indígena en su
totalidad. En esta observación radica la consiguiente necesidad de una
localización de la atención de los servicios sociales.
5.
¿Cómo sería una verdadera interculturalidad en salud, por y para la gente shuar
de Zamora-Chinchipe?
He
argumentado que las limitaciones de la interculturalidad en los últimos 15 años
se deben, de cierto modo, a un “equívoco” entre el mundo occidental y los pueblos
indígenas respecto al significado de la misma reivindicación de “cultura”.
Mientras que líderes e intelectuales indígenas han criticado las políticas
públicas por haber sido diseñadas y planificadas “desde una sola realidad”
(Kowii Maldonado 2011, 21) –es decir, la occidental–, los blanco-mestizos
siguen tendiendo a reducir la cultura a sus elementos folclóricos, mostrando
así una valorización de los pueblos y nacionalidades que no llega al punto de
admitir la relevancia e importancia de sus conocimientos en terrenos como la
salud, la enfermedad y la curación. Para superar este malentendido, he
propuesto una redefinición ontológica de la interculturalidad que reconozca que
estamos frente a visiones completamente distintas de lo que constituye la realidad.
En
mi opinión, esto es lo que implica la reivindicación de la “cultura” por parte
de los movimientos indígenas y sus intelectuales a lo largo de las tres décadas
pasadas. En el caso de una interculturalidad en la salud, por y para el pueblo
shuar en Zamora-Chinchipe, esto implicaría reconocer el trabajo de los chamanes
indígenas –dada la importancia clara de las curaciones chamánicas para aquellas
personas shuar que siguen viviendo conforme con su adaptación propia de la
cosmovisión ancestral– y sus resultados en el diagnóstico y la curación,
resultados que ya han experimentado residentes indígenas de esta provincia. A
la vez, se debe reconocer que las fuerzas contemporáneas que constituyen las
sociedades occidentales y la cultura nacional en el Ecuador impactan sobre el
pueblo shuar, al igual que en cualquier población indígena; por ello, muchas
personas hoy en día se identifican como evangélicos o mineros “medio mestizos”,
así solían decirme los trabajadores asalariados de un proyecto minero estatal.
Esta diversidad también forma parte de la demanda de una interculturalidad que
reconozca la cultura y la actual forma de vivir de los pueblos y
nacionalidades.
Todo
lo anterior se podría imaginar como un plan para la formulación de políticas de
salud intercultural en territorios shuar. Esto no es, sin embargo, mi
propósito. Lo complicado que ha parecido tanto visualizar las diferencias
dentro de la población shuar como aquellas que se dan en comparación con la
sociedad nacional en este artículo es, de hecho, una esquematización y
simplificación del mundo como lo habita la gente shuar con base en sus
actitudes y pensamientos respecto a la salud, la enfermedad y la curación. Se
destaca sobre todo la complejidad, aun en el caso de las 12 000 mil personas
que constituyen el pueblo shuar en la provincia más austral del Oriente
ecuatoriano.
La
propuesta política, por lo tanto, no debe depender de realizar tales
esquematizaciones por científicos sociales a través de todo el territorio
plurinacional del Ecuador. Más bien, con este estudio apunto a la necesidad de
una mayor descentralización del control y la determinación de las prioridades
locales relacionadas con el suministro de los servicios estatales. Si las
instituciones del Estado intercultural van a respetar y responder a la gente en
cada zona particular del territorio plurinacional, será porque la misma gente
tiene la respuesta adecuada de cómo las políticas públicas deben efectuarse.
Esto implica una mayor asignación de fondos a los Gobiernos provinciales y cantonales
para que ellos contraten los servicios biomedicinales del Ministerio de Salud o
de las organizaciones apropiadas dentro del mundo indígena, según las
prioridades de la población local, así como para que se realice la tarea de
recolectar información respecto a las preferencias de la gente para el tipo de
atención social que se espera. Quizá parezca utópico, pero así también pareció
cuando nuestros antepasados soñaron con crear redes nacionales para la
educación y la salud gratis y universal. La interculturalización del Estado y
sus servicios sociales, a mi entender, comprenderá el punto culminante de este
deber.
La investigación doctoral en la cual
se basa este artículo fue posible gracias a una beca doctoral del Gobierno
australiano (Australian Post-Graduate Award). Su publicación en español se
facilitó con una beca posdoctoral de la Fundación Gerda Henkel (Gerda Henkel
Stiftung, Düsseldorf), número de proyecto AZ 45/F/20. Agradezco también a
Silvana Saturno por sus indispensables revisiones a la escritura y al análisis.
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Entrevista
a Martín, Centro Shuar, Zamora-Chinchipe, 30 de julio de 2013.
Entrevista
a Camilo, Centro Shuar, Zamora-Chinchipe, 22 de abril de 2014. Entrevista a
José, Centro Shuar, Zamora-Chinchipe, 10 de mayo de 2014.
Notas
[i] Todas las traducciones al español de fuentes
escritas en inglés pertenecen al autor.
[ii]
Kowii Maldonado propone que tanto las instituciones privadas como las públicas deben
interculturalizarse, una propuesta que abre posibilidades para una suerte de
socialismo cultural.
[iii] Un machi (chamán) mapuche dijo, en un encuentro nacional sobre la salud intercultural, que “los problemas de salud de los mapuche no se resolverán mediante la construcción de invernaderos para plantas medicinales”.