Íconos. Revista de Ciencias Sociales

Núm 75. Enero- abril 2023, pp. 13-34, ISSN (on-line) 1390-8065

DOI: 10.17141/iconos.75.2023.5499

DOSSIER de investigación

 

 

Resiliencia y ciudad neoliberal: una genealogía sobre América Latina

 

Resilience and the neoliberal city: A genealogy about Latin America

 

 

 

Dr. Andrea Lampis. Investigador postdoctoral. Instituto de Energía y Ambiente, Universidad de Sao Paulo (Brasil).

(alampis65@gmail.com) (https://orcid.org/0000-0002-1561-5409)

 

Recibido: 02/05/2022 • Revisado: 15/07/2022

Aceptado: 01/11/2022 • Publicado: 01/01/2023

 

 

Cómo citar este artículo: Lampis, Andrea. 2023. “Resiliencia y ciudad neoliberal: una genealogía sobre América Latina”. Íconos. Revista de Ciencias Sociales 75: 13-34. https://doi.org/10.17141/iconos.75.2023.5499

 


 

Resumen

¿Por qué usamos el término resiliencia y cuáles son las implicaciones de ese uso para el espacio urbano?, con base en tal interrogante se desarrolla la reflexión del presente artículo. El propósito con este texto es ilustrar, de forma dialéctica, la manera en que se ha utilizado la resiliencia en las estrategias neoliberales de transformación urbana, puesto que ha sido instrumentalizada a fin de normalizar los diversos espacios de las ciudades. Para responder a la pregunta se empleó el análisis documental como metodología de investigación. Entre los principales resultados a los que se llegó con el estudio en que se basa este artículo, sobresalen dos aspectos hasta ahora no investigados sobre la resiliencia urbana. Primero, que el uso del término presenta las características típicas de los conceptos performativos, con el poder que ese tipo de nociones tiene para reducir su objeto a una narración hegemonizante y repetitiva –en este caso, lo urbano y su construcción–. Segundo, en línea con las teorías críticas del urbanismo y a través de un análisis genealógico de inspiración foucaultiana, aplicado al uso instrumental de la resiliencia, se demuestra cómo esta se ha convertido en una noción funcional al proyecto neoliberal, que ha dominado los procesos de cambio en las urbes de América Latina durante el siglo XXI.

Descriptores: América Latina; ciudad; genealogía; neoliberalismo; resiliencia; urbanismo.

Abstract                                                                                                        

Why do we use the termresilience’ and what are the implications of this use for urban space? The reflection in this article is based on this question. The purpose of this text is to illustrate –in dialectic formthe way in which resilience has been used in neoliberal strategies of urban transformation, given that it has been instrumentalized to normalize distinct spaces in cities. To respond to the question, document analysis has been used as a research methodology. Among the main conclusions of the study on which this article is based, two aspects regarding urban resilience that had not been studied to-date stand out. First, the use of the term reflects typical characteristics of performative concepts, with the power that that type of notion has for reducing its object to a hegemonic and repetitive narrative –in this case, the urban and its construction. Second, in concordance with critical urban theory and through a genealogical analysis of Foucauldian inspiration applied to the instrumental use of resilience, it is shown how this concept has been converted into a notion that facilitates the neoliberal project, which has dominated processes of change in urban Latin America in the 21st century.

Keywords: Latin America; city; genealogy; neoliberalism; resilience; urbanism.

1. Introducción

Durante más de una década, el tema de la resiliencia en las ciudades ha animado cada vez más la política urbana y los debates académicos dentro y fuera de Brasil (Metzeger y Robert 2013; Peter y Swilling 2014; Rockström et al. 2009; Schipper y Pelling 2006). El término se ha utilizado para informar sobre la retórica política, como una herramienta heurística y operativa o incluso como un concepto científico en las ciencias sociales. La noción de resiliencia se integra progresivamente en el flujo más amplio de los debates académicos y políticos sobre el cambio climático y el cambio ambiental global.

El uso del concepto ciudades resilientes destaca en los objetivos de la Nueva Agenda Urbana (NAU), frutos del encuentro realizado en Quito, Ecuador, a propósito del Undécimo Foro Urbano Mundial. Uno de los compromisos que constan en la NAU implica incrementar la resiliencia de las ciudades frente al cambio climático y los desastres, como las inundaciones, los riesgos de sequía y las olas de calor, y extiende de manera abarcadora la noción de resiliencia a los campos de la mejora de la seguridad alimentaria y la nutrición, la salud física y mental, y la calidad del aire en los hogares y el ambiente; asimismo se ha considerado un factor que requiere ser tomado en cuenta  para reducir el ruido y promover ciudades, asentamientos humanos y paisajes urbanos que sean atractivos y habitables, y a dar prioridad a la conservación de especies endémicas (objetivo 67 de la agenda) (ONU-Habitat 2020).

La incorporación de la resiliencia en las agendas urbanas internacionales tiene varios antecedentes. Apareció entre las preocupaciones centrales del Séptimo Foro Urbano Mundial, celebrado en 2014 (Medellín, Colombia). También se registró en la iniciativa de 2017 del Banco Mundial, que toma el título en inglés de City Resilience Program (CRP), o en Australia, donde The Resilience Institute operaba ya desde 2002. En Europa sobresale el Stockholm Environmental Institute (SEI) de Suecia, que desde 2008 organiza, en colaboración con la Universidad de Melbourne el Vulnerability Resilience Colloqium, un taller para promover la comprensión nueva e integral sobre las uniones y sinergias de los conceptos de resiliencia y vulnerabilidad. Organizaciones de investigación como el Resilience Alliance, que reúnen a muchos de los fundadores del concepto junto con universidades o instituciones científicas de gran reconocimiento, –por ejemplo, el Hazard, Risk and Resilience Institute de Durham (Reino Unido) o el citado SEI– incluyen el término ‘resiliencia’ en su nombre, ya sea como elemento programático o para dotar a la institución de una mayor legitimidad científica.

Utilizando el lente de la sociología urbana crítica (Smith 2002, 2008; Slater 2006; Brenner, Marcuse y Mayer 2012; Brenner 2009), en este artículo se propone una reflexión teórica que aspira a contribuir al eje del presente dossier sobre la praxis urbana. Se examina uno de los fundamentos de los procesos de transformación y gentrificación urbana contemporánea en nuestros países latinoamericanos: la noción de resiliencia.

Se sigue la síntesis de Brenner (2009) acerca de la perspectiva de la teoría urbana crítica frente a las construcciones ideológicas y su utilización como instrumentos de poder, incluso de dominación, lo cual resulta quizá el elemento más destacado. Al mismo tiempo, este texto se adhiere de manera bastante fiel a la indicación de un camino de desvelamiento epistemológico. Elementos como la creencia en la bondad del libre mercado, o la necesidad de concentración espacial, así como la confianza casi absoluta en la capacidad empresarial individual, pueden citarse entre los que conforman la construcción neoliberal del espacio de vida y del espacio físico, urbano; y, en un sentido más amplio, de todo espacio cuando se piensa en la ciudad como un lugar de producción precarizada y de domesticación (Allen, Lampis y Swilling 2016).

Después de la introducción se presentan los materiales y los métodos utilizados en relación con un aprovechamiento cualitativo del análisis documental. La siguiente sección se dedica al marco conceptual: un análisis crítico y argumentado de la literatura relevante, con énfasis en una genealogía de la noción de resiliencia. En el tercer apartado consta la hipótesis teórica de la resiliencia, como la han planteado Allen, Lampis y Swilling (2016): esta noción puede interpretarse en cuanto aporte al tamizaje y a la domesticación de lo urbano, sus formas, movimientos sociales e instancias inconformes frente a la homologación de modelos económicos y espaciales, funcionales a los intereses de los actores que movilizan los capitales financieros en los ámbitos nacional e internacional.

En la cuarta sección se reanuda el diálogo con la literatura, sobre todo latinoamericana, para desentrañar las implicaciones de esta operación hegemónica para el urbanismo de esta región y, si se quiere, del Sur Global y de la subalternidad. Finalmente, en la última sección se proyectan unos ejes de pesquisa para una futura agenda de investigación.

2. Materiales y métodos

Iniciada como un proyecto para una ponencia presentada en el Séptimo Foro Urbano Mundial de Medellín (Colombia) en 2014, en la reflexión a partir de la cual se construye este artículo se aplica la metodología del análisis documental. El texto se basa en una selección de la experiencia docente y de investigación a partir de literatura académica recopilada a lo largo de seis años (2012-2018) de cursos de Sociología Urbana en una universidad latinoamericana y de documentos de política pública sobre transformación urbana recopilados para una investigación postdoctoral, originalmente a partir de búsquedas por palabras clave en la Web of Sciences, Mendeley y Redalyc, y en los motores de búsqueda facilitados por las páginas de las bibliotecas de las universidades.

Los términos usados fueron “critical urban theory” y su traducción en español, “teoría urbana crítica”; “resiliencia” y “resiliencia urbana”. Además, se trabajó con la búsqueda booleana combinando “resiliencia’, ‘urbanización’ y ‘neoliberalismo’. Siempre se utilizaron las sugerencias de “resultados más relevantes”.[i]

Se aprovechó la experiencia como docente responsable del curso de Sociología Urbana en la Universidad Nacional de Colombia durante el período 2012-2018, en cuanto elemento de apoyo para la selección de documentos y la actualización del conocimiento sobre el tema y los relativos debates. La categoría documentos se refiere tanto al material escrito como a la información que sirve para registrar hechos sociales, eventos o incluso representaciones, utilizando ya sea códigos culturales o convenciones literarias (Atkinson y Coffey 2010). Más allá de su tipología, los documentos son medios para comunicar y, como tales, no son ni “neutros” ni “transparentes”. Por el contrario, a menudo tienen un propósito y, voluntariamente o no, crean una versión particular de la realidad. Al igual que muchas otras formas del discurso o la narrativa, los documentos son herramientas poderosas (Foucault 2008) y pueden desempeñar un papel significativo en el apoyo a formas de autoridad y legitimidad, al mismo tiempo que abren o cierran posibilidades y oportunidades (Halliday y Martin 1993).

3. Marco conceptual

La justificación de este trabajo se sitúa en el ámbito del debate crítico sobre el urbanismo (Roy 2016). Como en el caso de Roy, es relevante posicionarse detrás del lente ideal de una cámara, con la que se escrutan y cuestionan los conceptos generalmente aceptados en las ciencias sociales. Entre esos muchos son heredados del debate en las ciencias naturales y, como es el caso con el de resiliencia, terminan resultando entre los más utilizados y menos cuestionados. Parece así relevante hoy en día esa operación por la cual metafóricamente se levanta la mano para interrumpir una discusión demasiado agitada cuestionando lo que parece más obvio para la mayoría. ¿Por qué usamos el término resiliencia? ¿Cuáles son las implicaciones de esa noción cuando es utilizada con una función normativa en el marco de los procesos de transformación urbana? Estas son las preguntas de fondo que articulan este trabajo.

En la última década, el uso del término resiliencia se ha incrementado exponencialmente en la literatura y en la política pública sobre transformación urbana, regeneración urbana, gentrificación, así como adaptación al cambio climático y reducción del riesgo de desastres en el ámbito urbano. En relación con las ciudades, el cambio resulta tan evidente que el término ciudades resilientes ha reemplazado en gran medida al de ciudades sostenibles (ONU-Habitat 2020; Thomas 2008; Meerow, Newell y Stults 2016; Pigeon 2012; Béné et al. 2012; Shamsuddin 2020; Walker y Cooper 2011).

Cabe anotar que, poco antes de la pandemia en el 2019, la Fundación Rockefeller, recopilando una obra de seis años, lanzó la iniciativa 100 Reslient Cities,[ii] una red de coordinación de acciones y políticas que ha asumido un papel central en el debate contemporáneo sobre la relación entre lo urbano y los desafíos del cambio ambiental global. Lo anterior muestra cómo funciona, en sentido vertical, la dinámica del capitalismo cognitivo a través de la apropiación de nociones que en las manos de quienes tienen poder financiero y simbólico representan verdaderas herramientas de conquista, una vez colocadas en el lugar apropiado para convencer, orientar y modificar los espacios urbanos, tanto en relación con la infraestructura como con el tejido urbano residencial.

La noción de resiliencia

Al igual que lo acontecido con “sostenibilidad”, la noción de “resiliencia” ejerce una especie de predominio hegemónico en los discursos científicos situados y producidos en la vanguardia de las ciencias naturales y sociales. La resiliencia impregna la forma en que se enmarcan los problemas sociales y urbanos en casi todas partes. En este trabajo se comparte la perspectiva de analistas que han señalado que el riesgo emerge como un concepto clave para organizar la gestión del sector público y privado (Hall 2010). Estos centros e institutos de investigación proporcionan los elementos para la tecnogubernamentalidad (Foucault 2008), cuyo propósito es legitimar el uso del término y proporcionar el combustible que impulsa el debate en contra de agencias competidoras, instituciones reguladoras o grupos sociales de resistencia activa.

Al adoptar el término “resiliencia” se pretende contribuir a la renovación del debate sobre la “vulnerabilidad”, que llega a ser considerada un enfoque anticuado. Inicialmente en las discusiones sobre ecología y urbanismo se exploraban los factores que hacen más efectiva la resiliencia como concepto organizador frente a los desafíos que en cuanto a complejidad y adaptación se presentan en una sociedad, una comunidad, un territorio. Las ciudades se enfrentan entre sí en una competencia a fin de determinar la mejor propuesta para introducir la “resiliencia” en las políticas públicas a nivel nacional y local (Dauphiné y Provitolo 2007; Béné et al. 2018).

Ahora bien, el uso generalizado del término “resiliencia” nos ha dejado “perdidos en la traducción”, y se usa, como acontece con muchos de los términos que se vuelven protagónicos en publicaciones de ciencias sociales, sin haberlo debatido (sostenibilidad, transición, entre otros). Decir que la resiliencia es la capacidad de un sistema para preservar su función y estructuras frente a estímulos negativos (Metzeger y Robert 2013; Holling 1973), o cualquier otra definición que se pueda escoger, no aporta realmente mucho en las ciencias sociales, ya que las condiciones geográficas, las relaciones de poder y los arreglos institucionales son tan diferentes de un lugar a otro, de una aglomeración urbana en Alemania a otra en Brasil, que una traducción de tipo conceptual no solo es necesaria sino imprescindible. Tan solo haciendo nuestra una lección fundamental de geografía crítica latinoamericana (y brasileña en este caso específico), desconocer la importancia de la diversidad de los territorios es permitir que se concretice el peligro que representa el uso de conceptos totalizadores (Sobarzo Miño 2001).

De acuerdo con Giddens (1984) y su teoría de la estructuración, importar conceptos de las ciencias naturales a las ciencias sociales sin cuestionar las implicaciones de esa operación produce generalizaciones de escasa utilidad empírica. Es decir, taxonomías y, en la mejor de las hipótesis, prescripciones normativas; una muestra se halla en los estudiosos que dicen que para adaptar lo que se necesita es tener los conocimientos técnicos, la estructura jurídica, los recursos económicos y la voluntad política, generalidades de escasa utilidad más allá del uso que se pueda hacer de ellas 18 como palabras clave y en los resúmenes (Law 2008).

Lo anterior representa un desafío a una manera de hacer ciencia social que termina siendo performativa, que utiliza conceptos que se aceptan porque desempeñan una función de fachada (performance), cuya finalidad es la legitimación pública derivada de la incorporación de nociones de las ciencias “más legítimas”, pero que muy pocas personas cuestionan y analizan críticamente. Al final, esta es una práctica que produce una especie de profecías autocumplidas en lugar de una ciencia social robusta. Para explicar el sentido de esa observación cabe tomar como ejemplo la amplia tradición de investigaciones que condujo a la elaboración del concepto de cambio ambiental global (IHDP 2005; IPCC 2012; Füssel 2010; Seto, Solecki y Griffith 2015). La noción de “cambio ambiental global” presenta elementos similares y complementarios a lo que en el presente trabajo se plantea que ocurre con la adopción del concepto de resiliencia. De antemano, hay que reconocer los méritos de las tradiciones que han sido capaces de producir estos conceptos en cuanto aportes al establecimiento de una senda importantísima para la comprensión de las dinámicas socioecológicas.

Volviendo a la elaboración del concepto de “cambio ambiental global”, allí donde esa tradición se detiene en las conexiones ecológicas entre subsistemas, o en la relación entre la globalización y sus consecuencias ambientales e incluso en las desigualdades sociales que se producen en estas transformaciones, navega por esas mismas aguas con cierta ligereza a la hora de analizar cómo las conceptualizaciones también son narrativas producidas políticamente y, como tales, no son neutrales. Siguiendo lo que señalan Vercellone et al. (2015), exponentes de la emergente corriente de análisis sobre el capitalismo cognitivo, el conjunto de instituciones multilaterales y nacionales que consiguen direccionar los procesos de producción cultural, el establecimiento de nuevos paradigmas operativos y performativos, como el “desarrollo sostenible”, el “cambio ambiental global” o, en este caso, la “resiliencia” habilitan el despliegue de la operación del capital financiero en el espacio físico urbano (Vercellone et al. 2015). Así, no habría gentrificación sin una retórica y una ideología de la resiliencia o del habitar smart o de la necesidad de conformarse con las tendencias de la “innovación empresarial”.

Las raíces del debate

Resulta difícil identificar los orígenes precisos del uso del término resiliencia en los debates claves relacionados tanto con el cambio ambiental global como con la transformación urbana; lo mismo ha pasado con otros conceptos igual de controversiales. Un primer elemento importante se ubica en el Marco de Acción de Hyogo, donde se priorizó el aumento de la resiliencia de los países y las comunidades frente al riesgo de desastres en el centro de la planificación internacional de los mismos durante el periodo 2005-2015.

Hablando más específicamente sobre las ciudades, la resiliencia juega un papel central en la Estrategia Internacional de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres (UNISDR), lanzada en 2010-2011. Se trata de una campaña mundial de reducción del riesgo de desastres (RRD), que incluye explícitamente el tema de las “ciudades resilientes”. Establece que los Gobiernos locales tendrán que prepararse y volverse más resilientes frente a los desastres. Una iniciativa que, sin definir realmente qué significa resiliencia, incluso produjo un manual para quienes administran las políticas sobre “cómo desarrollar ciudades resilientes”.

Reconstruido por Thomas (2008), el término resiliencia aparece en Europa en el siglo XIX, pero en la actualidad varias disciplinas científicas reclaman derechos de propiedad sobre él. La resiliencia define la propiedad de un sistema (biofísico o social) de un grupo o de un individuo para recuperarse después de un shock o una crisis. Designa la capacidad de volver a funciones y estructuras similares después de un evento dañino. En física, la resiliencia describe la propiedad elástica de un material para recuperar su forma después de un impacto.

Dentro del campo de la reducción del riesgo de desastres (RRD), el término tiene una filiación directa con la psicología y la ecología. En psicología comenzó a emplearse a mediados del siglo XX para describir tanto las habilidades como los fenómenos psíquicos que promueven la recuperación individual después de sufrir un evento o situación traumática. Según Cyrulnick (2001), se puede decir que este es el uso ampliamente adoptado y que finalmente se extendió incluso al vocabulario común de la vida cotidiana.


La ecología ha hecho de la resiliencia una de sus principales nociones desde la publicación de los trabajos de Holling (1973) sobre la evolución de los ecosistemas forestales, que es todavía hoy en día uno de los principales referentes –si no el principal– en el análisis de los riesgos ambientales. Con sus hallazgos, Holling destacó cómo, frente a la perturbación, un ecosistema puede mantener su trayectoria a través de una serie de cambios y transformaciones adaptativas, mostrando así resiliencia; o cómo este sistema puede superar un cierto límite y cambiar por completo su trayectoria ecosistémica.

La resiliencia, según estas elaboraciones, se refiere a una propiedad positiva. Aquí, mi interés es resaltar esta idea en la cual se considera a la resiliencia una propiedad positiva y, por tanto, un concepto y un término proactivo que condensa la capacidad de las personas para realizar una función o desempeñar una actividad con el propósito de lograr algo, un performance. Obviamente, este no es el lugar para una revisión exhaustiva del estado del arte de la literatura sobre resiliencia. Sin embargo, intentaré presentar algunas reflexiones provocativas sobre la trayectoria del término y sus implicaciones.

Uno de los aspectos más destacados de esta trayectoria es la cálida acogida que tuvo el concepto por parte de la ciencia económica. En 2006, la Reserva Federal de Estados Unidos destacó la utilidad de la teoría de los sistemas complejos para comprender mejor el funcionamiento de los mercados financieros y se señalaron las similitudes entre los riesgos sistémicos en los sistemas físicos y los mercados financieros (Walker y Cooper 2011). La resiliencia fue allí el nuevo concepto clave para la elaboración de una nueva teoría general de los mercados financieros, considerando la complejidad e impredecibilidad del mercado, continuamente afectado por perturbaciones y crisis, inevitables y necesarias para su evolución (Walker y Cooper 2011).

Además de la noción de resiliencia, existe el concepto de sistema complejo que, según Joël de Rosnay (2000), indica su cualidad de estar formado por elementos en interacción dinámica organizados en torno a un objetivo común. El propio concepto de complejidad desafía las relaciones causa-efecto y sitúa la no linealidad de los fenómenos, el carácter multifactorial de muchos de los procesos que ocurren en el mundo biofísico, así como la presencia de la retroalimentación, en el escenario del debate científico, con la noción de bucles de retroalimentación y el surgimiento de nuevas y a menudo impredecibles propiedades de cambio en los sistemas complejos (Bak 1999). Tomando prestada la metáfora del virus troyano de la informática, la complejidad y la imprevisibilidad son las armas que ha aprovechado la resiliencia para convertirse en un concepto tan utilizado, también en el campo de los estudios urbanos o en relación con el cambio ambiental global.

Si la sociedad, y junto con ella las ciudades, las infraestructuras, y la misma relación entre la ciudad y el medioambiente…, se reformula como un ecosistema complejo, el problema que por un lado tiene que afrontar la sociedad es la incertidumbre ante el cambio y, por otro, el reto de adaptarse a él. Pero la complejidad y la incertidumbre, en cuanto propiedades del propio sistema, no se pueden desafiar ni transformar realmente, lo único que se puede hacer es aceptarlas y adaptarse; en otras palabras, ¡promover la resiliencia! Esta es la nueva metanarrativa de muchos abordajes a las ciencias sociales aplicadas y a la planificación urbana que han construido su legitimidad en torno a la idea de la resiliencia como contribución innovadora a la solución de problemas complejos, por ejemplo, el cambio climático y el cambio ambiental global, la congestión del transporte o la reciente pandemia.

De hecho, como han señalado Bak (1999) y Pigeon (2012), en esta nueva visión basada en la resiliencia se considera que los ecosistemas hipercomplejos son inestables por definición y, ante una perturbación o estímulos externos, se enfrentan a dos tipos principales de consecuencias: las bifurcaciones y la superación de puntos de no retorno. Dentro de la visión neodarwinista de la sociedad, la idea misma de crisis se reformula en términos de consecuencias ecológicas, ya sea una selección entre los elementos necesarios para la supervivencia o un cambio fundamental, una modificación irreversible, es decir, lo que por lo general se llama bifurcación o catástrofe teórica.

Vista desde este ángulo y por sus implicaciones en términos de capacidad de adaptación, la resiliencia se convierte en el concepto clave para redes científicas internacionales y otras comunidades interesadas en el tema de las crisis ambientales y financieras globales, y como tal es adoptado por las ciencias naturales para construir un nuevo marco conceptual para la gestión ambiental frente a cualquier tipo de riesgo. Una vez que el concepto de riesgo se moviliza y se articula con el de resiliencia, el éxito es enorme debido a la gestión exitosa (la performance) de la incertidumbre en espacios reales, como las urbes justamente, sus periferias o la interacción entre la aglomeración urbana y las presiones desterritorializadas en el ámbito económico, climático o demográfico (crisis, cambio climático y migraciones, por ejemplo).

En las elaboraciones teóricas producidas durante las primeras dos décadas del siglo XXI, las ciudades se consideran sistemas hipercomplejos y lugares donde se concentran riesgos en múltiples escalas y dimensiones; en otras palabras, no tienen un nivel de riesgo igual a cero – en el fondo es cierto que una sociedad sin riesgos no existe (Beck 1992)–. Por lo tanto, la resiliencia también puede contribuir a rellenar ese vacío en la conceptualización de lo que puede permitir a las ciudades enfrentar incertidumbres y perturbaciones. Así, una vez lograda la reformulación conceptual, según la cual la ciudad en sí misma es un sistema hipercomplejo, la resiliencia se convierte en el concepto articulador de todo nuevo planeamiento urbano, ante bifurcaciones y amenazas de puntos de no retorno, como en el caso actual de la pandemia por la covid-19 o ante las profundas crisis generadas por catástrofes económicas, otras epidemias o terremotos.

Al igual que en la metáfora del fin de la historia, la modernidad industrial clásica opta por la tecnología, mientras que el progreso sigue manteniendo un papel primordial, pero dentro un nuevo contexto paradigmático marcado por la incertidumbre y la crisis interna de los sistemas vivos, incluidos aquellos construidos socialmente, como al fin y al cabo también lo son las ciudades. De acuerdo con Revet (2011), en estas circunstancias todo lo que se puede hacer es prepararse, adaptarse y desarrollar una capacidad para hacer frente a estas interrupciones. Por lo tanto, un sistema social resiliente podrá absorber los impactos mientras preserva su estructura y trayectoria fundamentales.

En lo que se refiere a la sociedad y las ciudades, con la resiliencia se formula la solución obvia: ya que el principal problema que enfrentamos se conceptualiza en términos catastróficos, como en la metanarrativa darwiniana del Intergovernmental Panel on Climate Change (IPCC) sobre el cambio climático: adaptarse o perecer. En este orden de ideas, el nuevo horizonte político del urbanista pasa a ser el desarrollo de la capacidad, en términos generales, para hacer frente a cualquier tipo de desastre. Se trata de reducir los impactos, prepararse lo mejor posible para los riesgos ambientales y ser capaz de adaptarse a los cambios futuros en las condiciones del sistema más amplio en el que se encuentra físicamente la ciudad.

Si este tipo de desafío planetario se acepta y reconoce como una necesidad universal, el corolario es que todas las comunidades necesitan fortalecer su resiliencia. Nadie, ni alcalde ni urbanista ni sociólogo, tendrá argumentos para rechazar que el aumento de la adaptabilidad es el objetivo que debe perseguirse a partir de ahora. El horizonte para el individuo es la autoprotección ante las crisis que se producen cada vez más a nivel global (Sassen 2014). Hombres y mujeres deberán enfrentar sus viejas (y superadas) vulnerabilidades a través del nuevo concepto de esperanza, resiliencia, que en términos prácticos no difiere de la idea de encontrar en el mercado la solución a las nuevas precariedades de la vida y el trabajo neoliberal, según el poder adquisitivo de cada persona o unidad familiar (Theodore, Peck y Brenner 2009; Füssel 2010; Zeiderman 2013).

Es importante enfatizar que, dentro del nuevo paradigma de la resiliencia, la vulnerabilidad se considera una característica negativa de la sociedad. Como concepto, al menos en las ciencias sociales, destaca los escollos del desarrollo (Cannon 2008; Romero-Lankao et al. 2014; Marchezini y Wisner 2017), al tiempo que moviliza históricamente la energía intelectual de quienes critican el propio desarrollo en cuanto objetivo social. La resiliencia, a su vez, permite enfatizar los aspectos positivos de ciertas definiciones de vulnerabilidad, tales como “los procesos que generan ‘vulnerabilidad’ son enfrentados por las capacidades de las personas para resistir, evitar, adaptarse a estos procesos y utilizar sus habilidades para crear seguridad, antes de que ocurra un desastre” (Blaikie et al. 1994, 14).

Debido al fuerte énfasis en este aspecto positivo, la sociedad y las políticas públicas pueden ser conceptualizadas nuevamente, adoptando el concepto de resiliencia, como aquella que contiene un elemento positivo, creativo y regenerador. Sin embar go, el uso del término resiliencia en las ciencias sociales presenta una serie de obstáculos conceptuales. Las ciencias sociales históricamente han tendido hacia la imitación de las ciencias naturales, en particular de la biología y, de modo más reciente, de la ecología. Por supuesto, esto se debe a cuestiones de recursos y prestigio, y a toda la historia de la relación entre las ciencias sociales y las naturales a lo largo de la modernidad (Wallerstein 1996).Siguiendo a Manyena (2006), existe controversia sobre cómo se usan los significados del término resiliencia, es decir, una propiedad o capacidad, estado o proceso, De hecho, existe una gran diferencia. Si la resiliencia es una propiedad, se puede estudiar a priori, por tanto, identificarla y potenciarla, pero si es una capacidad que surge ante una crisis, es mejor estudiarla a posteriori.

Otro tema crítico cuando se trata del uso del concepto en las ciencias sociales se relaciona con el papel que juega la resiliencia en la estabilidad o inestabilidad del sistema. En efecto, ¿qué significa una vuelta a la normalidad o a un estado de funcionamiento anterior? ¿De qué tipo de premisa estamos hablando?, ¿de bifurcación, en el caso de un sistema social? ¿Qué significa esto si se habla de una ciudad, una comunidad que se localiza junto a un río o en la ladera de una montaña? ¿Es mi resiliencia comparable a la de la infraestructura de mi vecindario? Finalmente, y lo más importante, ¿tenemos un propósito como sociedad?; ¿realmente funcionamos como un ecosistema?

Aunque todas estas preguntas no fueron respondidas sustancialmente durante todo el proceso de préstamo del término de las ciencias naturales a las ciencias sociales, su uso está muy extendido. Sin embargo, la pregunta sobre su propósito último, quizás debido a su naturaleza teleológica, permanece sin respuesta, vacío que llevó a una situación crítica. De hecho, la resiliencia es un término empleado por quienes investigan en ciencias sociales, por quienes formulan las políticas o quienes lideran comunidades sin que realmente cuestionen el objetivo de garantizar la permanencia de un sistema dado, las implicaciones de su continuidad.

4. El carácter ideológico de la noción de resiliencia

A pesar de varias ambigüedades, la misma polisemia del concepto conduce a un gran consenso entre los hacedores de políticas y los investigadores. La resiliencia sigue el camino de otras nociones autoperformativas (self-performing), como el desarrollo sostenible o la gobernanza. Con ello quiero decir que la noción de resiliencia, especialmente en la forma en que es promovida por la organización internacional en eventos como el Foro Urbano Mundial u organizaciones como Resilience Alliance, refleja en el fondo una noción básicamente neoliberal, que además es capaz de neutralizar cualquier tipo de crítica.

La contribución de Chandler y Reid (2016) se destaca en el análisis del carácter ideológico de la resiliencia. Según los autores, la “camisa de fuerza” construida a través de los discursos neoliberales sobre la resiliencia tiene como finalidad la de reformar las prácticas de los sujetos humanos y han convertido su subjetividad humana en subjetividad política (Chandler y Reid 2016). Para sintetizar el diálogo entre los dos autores, ofrezco las principales distinciones: en Chandler, el argumento central es el cambio operado por el neoliberalismo del enfoque en el Estado al mercado y el aumento de la vulnerabilidad social, un tema que interesa al autor por el énfasis que hace sobre la modificación de la ciudadanía en el marco de la época neoliberal; a diferencia de Chandler, Reid da forma a su argumento sobre el neoliberalismo en torno a los horizontes de lo biopolítico, y se concentra en analizar la noción biologizada, objeto de biopoder, de lo humano en el marco de las relaciones de poder redefinidas entre sujeto y poder económico dentro de las políticas neoliberales.

Es útil aquí repetir un punto clave, ya señalado en la revisión de la literatura, a fin de colocar sobre la mesa otra pregunta más política. La lógica de la resiliencia funciona más o menos de la siguiente manera: i) vivimos en un sistema hipercomplejo que, por definición, está expuesto a múltiples perturbaciones en todas las escalas y dimensiones (amenazas climáticas y desastres, por ejemplo); ii) la única forma de  enfrentar esta nueva realidad es fortaleciendo nuestra capacidad adaptativa; iii) esto eventualmente contribuirá a fortalecer el sistema. ¿Quién está en contra del sistema, en contra del planeta? Los principales discursos que adoptan la resiliencia como un elemento central de su abordaje también presentan otra metanarrativa, como se amplía a continuación.

Por tanto, esta adopción del término es también ideológica, o sea, se basa en la creencia en la autoorganización como una propiedad positiva de los sistemas complejos. Reformulado dentro del nuevo enfoque ético y filosófico de la política de los lugares, por ejemplo, las ciudades, la resiliencia se vuelve parte de una narrativa contra el Estado como expresión de la ciudadanía y formas colectivas y democráticas de planificación, que ve en estas instancias actores o procesos que nos privan de esa libertad, elemento imprescindible para el logro de un desarrollo cabal de la iniciativa individual y de la inversión en el mercado.

Los disturbios y crisis reconocidos hoy como una característica constitutiva del período neoliberal (Castells 2013; Sassen 2014), es decir, a partir de la nueva narrativa, las injusticias sociales y sus causas profundas como la vulnerabilidad, etc., son neutralizadas. Por eso, cualquier tipo de crisis, social, económica o ecológica, es constitutiva e incluso necesaria para la evolución y supervivencia del sistema en su conjunto. Además, y casi paradójicamente, todo el discurso del desarrollo basado en la resiliencia tiende a identificar la adaptación como aplicable a las amenazas externas, lo que constituye otra poderosa herramienta discursiva para neutralizar cualquier análisis de las diferencias sociales que produzca enormes diferenciales en la sensibili dad de unidades de análisis muy diferentes. Quienes hablan de resiliencia campesina, barrial, afroamericana, femenina, de las personas enfermas, etc., son sin duda una minoría frente al discurso hegemónico de quienes utilizan el término sin mucha diferenciación.

La nueva lógica, con sus aspiraciones paradigmáticas, tiende a pasar por alto lo siguiente: el propio sistema que trata de ser más resiliente es el que produce las condiciones para que el propio sistema o sus partes sean vulnerables a las crisis y al impacto de desastres, eventos climáticos extremos o perturbaciones económicas y políticas. Utilizando diferentes marcos conceptuales y juntando elementos de obras clásicas se puede construir un interesante puente analítico, desde el trabajo de Ulrich Beck (1992), con su idea de la modernidad reflexiva; el de Foucault (2008), con la de gobernamentalidad; y el de Blaikie et al. (1994), con sus conceptos de los modelos de presión-liberación y de acceso, nos encontramos con una convergencia analítica, un punto clave que, siguiendo a Chandler y Reid (2016), me parece un aporte original del presente trabajo y que consiste en lo siguiente: la vulnerabilidad (y, por ende, la falta de resiliencia) se nutre del propio sistema.

La implicación de esta forma más política de abordar la relación entre los riesgos globales y las vulnerabilidades locales se puede formular en los siguientes términos: no basta con hacer más resilientes ante los estímulos exteriores a las unidades de 25 análisis que componen un sistema, sean ellas ecosistemas, ciudades, o hogares. Si los sistemas sociales producen una falta de resiliencia a partir de las relaciones de poder distorsionadas y de la injusticia social, construidas histórica y geográficamente (Ribot 2013), es necesario cambiar no solo las propiedades de las unidades, sino también elementos del mismo sistema (neoliberal en nuestro caso) que producen vulnerabilidad sistémica y fragilización. Esta es la diferencia política más importante entre quienes trabajan con la resiliencia y quienes trabajan con la vulnerabilidad; y tal vez también en resiliencia, pero solo una vez.

5. Domesticar, tamizar, gobernar el espacio urbano

La capacidad institucional en las ciudades se ha citado repetidamente como una condición previa para el riesgo urbano efectivo, a esta se han sumado la transformación urbana y la gobernanza climática (Romero-Lankao 2012). Sin embargo, los procesos multiescalares a través de los cuales se crea la denominada “capacidad institucional urbana” parecen demasiado dominados por el conocimiento técnico o no se comprenden bien. Esto posee una expresión particular en las urbes de América Latina, donde las estructuras institucionales han recibido una fuerte influencia de los intereses internacionales y de sistemas de gobierno fragmentados. Los aspectos institucionales en la agenda de reformas neoliberales en la región se han conceptualizado en relación con cuatro características clave de la capacidad institucional urbana para la adaptación: el uso de información, los recursos suficientes, la participación de las partes interesadas y el marco legal efectivo.


La relevancia de comprender las trayectorias históricas e institucionales de las transiciones urbanas es un punto de partida necesario para afrontar el debate sobre el cambio transformador al que está dedicado este dossier. Potter y Lloyd-Evans han sintetizado agudamente que, frente a la rápida urbanización que ocurrió en Europa occidental y América del Norte en asociación con la industrialización dramática y el cambio económico, las ciudades británicas “eran simplemente las trampas mortales retratadas en las novelas de Charles Dickens. Por ejemplo, los datos del Registro General indican que, en 1840, la esperanza de vida era de solo 24 años en el centro de Manchester, 26 años en Liverpool y 28 años en Londres, frente a una cifra nacional de 37 años” (Potter y Lloyd-Evans 1998, 9). Un proceso clave en la urbanización de los países desarrollados fue su evolución relativamente paralela a las tendencias demográficas, con el declive de las últimas por los efectos de la Primera Guerra Mundial.

Lo que sucedió en las ciudades del mundo en desarrollo después de la Segunda Guerra Mundial y durante el período posterior a 1945 difiere notablemente de las características que los estudios clásicos realizados por Davies (2020)[iii] definieron para el ciclo de urbanización que caracterizó a los países desarrollados: una curva en forma de S que describe crecimiento gradual al principio, seguido de un fuerte ascenso y luego un lento descenso después de alcanzar el punto del 50 % de la población urbanizada (Davies 2020). Por el contrario, los países en desarrollo –como señala el autor– estaban registrando un aumento medio anual de la población urbana del 4,5 %, frente al 2,1 % registrado por nueve países europeos durante el período de su urbanización más rápida. Si bien los porcentajes disminuyeron en el período 1970-1975, como también informan Potter y Lloyd-Evans (1998), en los países en desarrollo aún mantuvieron un ritmo de 2,4 % anual, no muy lejos de la tendencia a duplicar la población en un período de 25 años. La base histórica de la urbanización reciente en los países en desarrollo debe completarse con otro hecho, el número absoluto de habitantes involucrados.

Todavía en la década de los 90, Gugler, en otro texto clásico de la literatura sobre urbanización, afirmaba que no solo el Sur se estaba urbanizando rápidamente, sino que diferentes regiones diferían –según datos de 1992– en los niveles de urbanización alcanzados hasta el momento (Gugler 1996). En un artículo no tan reciente pero ciertamente seminal, Robinson (2002) ha cuestionado la idea de que la urbanización en el Sur Global ha tenido lugar siguiendo una serie de caminos que se originan y dependen de la tendencia y la influencia establecidas por las ciudades globales.

La política neoliberal y las nuevas geografías del poder urbano

Analizar la economía globalizada ofrece más elementos para revelar los procesos subyacentes y las relaciones de poder cuando se identifican las fuerzas que impulsan la transformación y se deconstruyen sus elementos. Utilizando esta lente inspirada en un enfoque de la economía política, muchos académicos han comenzado a hablar de neoliberalización en lugar de globalización per se. El neoliberalismo corresponde a una nueva fase de acumulación capitalista basada en una creencia central: apertura, competitividad y desregulación permitirán la construcción de mecanismos óptimos para el desarrollo económico. Brenner y Theodore (2002) identificaron siete rasgos principales de la revolución neoliberal en su relación con el proceso de urbanización:

      La centralidad de la ciudad-región como elemento clave en la escala local-global de una economía global, con el auge esencial del rasgo de “competitividad urbana”

      La característica multiescalar de la gobernanza urbana, considerando que la ciudad se convierte en el punto de intersección de las políticas supranacionales, regionales, nacionales y locales

      La reestructuración de los Gobiernos locales y la introducción de técnicas de gestión prestadas del sector público, como nuevo paradigma de la gestión pública       .

      El surgimiento de nuevas formas de gobernar la ciudad con el fomento de una cultura que valore el emprendimiento como fundamental

      La reestructuración del mercado de trabajo urbano

      Privatización y mercantilización de los servicios

La afirmación triunfal de un mercado para una economía cultural

El paradigma centrado en los valores y las prácticas socioinstitucionales de productividad y eficiencia se convierte en el nuevo ethos de la ciudad latinoamericana, a partir de la década de los 90. Un punto clave aquí es la comprensión del proyecto político detrás de los conocidos principios económicos del neoliberalismo, que a veces corren el riesgo de eclipsar la naturaleza real de tal proyecto. El objetivo central con esto, como lo señala Harvey (2005), es restaurar el poder de las élites tradicionales y de las clases dominantes, amenazadas en el período comprendido entre las décadas de los 50 y los 70 por las reformas del bienestar, por la economía keynesiana y, en América Latina, por el pensamiento neomarxista y los proyectos políticos de izquierda.

Las reconfiguraciones del poder han producido dos cambios importantes en las ciudades latinoamericanas: a) la reestructuración económica y b) la reorganización socioespacial. Desde la primera tendencia se considera que la globalización neoliberal fomenta la concentración de actividades lucrativas dentro de las ciudades-región, donde las acciones que conducen al crecimiento económico y las ventajas competitivas se ven favorecidas por la localización. Tal como lo analiza Moncayo (2002), la tendencia mencionada se traduce en elecciones que privilegian lugares donde el tamaño del mercado es grande o por lo menos considerable, existen eslabones altos y bajos de las cadenas globales de valor, alto acceso a tecnologías, insumos, mano de obra calificada, altos niveles de inversión pública en infraestructura y estructuras productivas avanzadas.

La segunda tendencia puede apreciarse en aquellas formas de reorganización o reconfiguración espacial, que reflejan la concentración del ingreso en aquellos sectores mejor vinculados al mercado global. Esto significa unidades residenciales cerradas, megaproyectos de infraestructura que favorecen los negocios internacionales, como áreas libres de impuestos o grandes distritos comerciales. En suma, una reconfiguración de la ciudad en un archipiélago de espacios fragmentados, un rasgo de la realidad de muchas ciudades latinoamericanas, donde las empresas transnacionales junto con las élites locales son las ganadoras y los grupos populares, generalmente, los perdedores; en paralelo pueden caer en el olvido sus prioridades en términos de mejoramiento de barrios marginales, provisión de servicios públicos y actividades de generación de ingresos.

Cito algunos ejemplos de autores y autoras que se han destacado por investigar  acerca de esa segunda tendencia para ofrecer muestras concretas de algunas reflexiones teóricas. Jiménez-Pacheco, del Urban Living Lab, ha planteado la necesidad de una teoría crítica urbana en cuanto elemento de esperanza frente a la crisis global, que caracteriza como una crisis urbana y neoliberal. Aquí el urbanismo deviene en posibilidad, participación y expresión de un derecho a la ciudad más amplio, basado en el clásico de Lefebvre (1968), y el neoliberalismo se vuelve una forma opresiva de alienación de la ciudadanía

a través de dispositivos y protocolos concretos –acreditados por planes, normativas, políticas, políticos y grupos de poder– están contribuyendo eficazmente al desarrollo insostenible, promoviendo espacios de destrucción creativa, gentrificación, injusticia y desigualdad espacial en todo el planeta (Jiménez Pacheco 2016, 23).

En el trabajo del geógrafo Salinas-Arreortua, quien ha investigado ampliamente el fenómeno de la gentrificación neoliberal en varios países de la región, un punto de interés central son los sistemas y mecanismos de planeación y regulación del espacio, que se aplican en las obras como parte de la adopción de elementos neoliberales en la planeación urbana. En su trabajo sobre la gestión metropolitana en el Valle de México (el área macrometropolitana de Ciudad de México), Salinas-Arreortua (2017) destaca cómo los esfuerzos por construir gobiernos metropolitanos se han debilitado en el contexto neoliberal, dejando más expuesta a la ciudadanía y a las comunidades, a través de un mecanismo que refleja bastante bien lo que se ha planteado en este trabajo, o sea, la naturaleza funcional de la noción de resiliencia al proyecto neoliberal.

Esta preocupación es evidente en sus palabras cuando señala que

el tránsito [que opera el neoliberalismo] va del gerencialismo, que busca la eficiencia en la distribución de servicios colectivos a todos los ciudadanos, al emprendedorismo, que busca un enfoque estratégico para el crecimiento económico, amigable con la toma de riesgos, la innovación y propenso a tomar partido por el sector privado (Salinas-Arreortua 2017, 162).

Sequera (2020), en su libro titulado Gentrificación, capitalismo ‘cool’, turismo y control del espacio urbano, ha enfocado el lente en las nuevas clases medias que, atraídas por fenómenos como la mezcla social, la escena alternativa o el imaginario de la cultura popular, eligen barrios previamente desvalorizados convirtiéndolos rápidamente en un producto chic, a costa de la profundización del deterioro urbano.

En los últimos años, la turistificación, alimentada por el crecimiento del capitalismo de plataforma que convierte viviendas en hoteles, es uno de los mayores desafíos actuales a la hora de repensar la ciudad, un punto ya bien señalado por Sassen (2014) en su texto Expulsiones. Finalmente, es un poco difícil desentrañar el efecto de la globalización neoliberal en la reestructuración del espacio en las ciudades latinoamericanas, en la medida en que la informalidad, la ilegalidad, la pobreza y la marginalidad, entre otras características, preexistieron a los años de las reformas neoliberales.

6. Conclusiones

En este artículo se recoge un aporte original al amplio debate sobre la relación entre resiliencia y urbanismo neoliberal (Chandler y Reid 2016). A partir de una perspectiva sociológica, específicamente una perspectiva abierta al diálogo con otros campos, en el trabajo se plantean los déficits relacionados con la trasposición de la noción de resiliencia desde los campos originales de la biología y de la psicología hacia otras áreas científicas. Se ha convocado, en sentido metafórico, a un conjunto de tradiciones y de literatura desde diferentes campos de la producción académica, para mostrar cómo la traducción y la adaptación del término a las diferentes dimensiones de lo urbano han sido parcialmente exitosas. Esta operación produce un tremendo impacto institucional y político, como en el caso de la planeación urbana al homogeneizar y reducir el alcance de instancia ciudadanas de participación y de aspiración a la ampliación del derecho a la ciudad, al tiempo que no es realizada con base en el cuestionamiento de las implicaciones políticas y sociales derivadas de esta aplicación del concepto.

Más bien, ante el riesgo y la incertidumbre que se suelen asociar al término resiliencia cuando se trata de definir exactamente qué es una ciudad resiliente y de ir más allá de un listado genérico, como el que se cita en el texto desde la Nueva Agenda Urbana de 2016 , las disciplinas afines, como la planificación, tienden a apoyarse en las ciencias físicas para encontrar un terreno más firme y recaen en definiciones y conceptualizaciones que no consiguen recoger a cabalidad el desafío de conectar la nueva noción de resiliencia con las raíces políticas y económicas del cambio climático y de otros riesgos, por ejemplo, aquellos identificados para las ciudades del siglo XXI por los análisis sobre el nexo agua-energía-alimento, que no son simplemente atribuibles a la industrialización, sino que tienen responsabilidades diferenciales según los procesos de colonialidad y marginación de los pueblos locales (Alimonda 2011; Porter et al. 2020; Schipper et al. 2020). Esta es la primera frontera en relación con la cual este trabajo representa una invitación a profundizar en la agenda de investigación.

El segundo tema, en línea con la teoría urbana crítica, concierne al uso instrumental de la noción de resiliencia como funcional al proyecto neoliberal. Aquí también se presenta un aporte y una invitación con relación a los ejes desarrollados en el texto. La resiliencia, hablando coloquialmente, se ha convertido en uno de los mantras más utilizados (y abusados) en la literatura sobre desarrollo. Esta crítica no excluye a muchos de los enfoques sobre urbanización y cambio ambiental global. ¿Un ejemplo?, el lema “las ciudades son el problema, pero también la solución”, que ha devenido en elemento típico y recurrente en contribuciones desde las más diversas latitudes y orígenes intelectuales sobre los desafíos urbanos en relación con el cambio climático (Simon 2016; Heinrichs et al. 2011; OCDE 2010; Romero-Lankao 2012; Sherbinin, Schiller y Pulsipher 2007; Solecki, Leichenko y O' Brien 2011).

Desarrollando los argumentos de la teoría crítica urbana, lo largo de las secciones se ha argumento que teorizar sobre la transformación urbana sin una discusión axiológica sobre qué tipo de acción podría ser posible o deseable no es lo ansiado. Por el contrario, el uso de la noción de resiliencia como concepto performativo (otra contribución teórica de este trabajo), con su poder de reducir lo urbano y la construcción de lo urbano a una narrativa hegemonizante y repetitiva, opera de manera casi violenta sobre nuestra capacidad de comprender las varias facetas de la transformación urbana a partir de lecturas que valoren la complejidad y no se reduzcan a nociones como resiliencia o sostenibilidad. Tales actitudes sofocan cualquier anhelo a la pluralidad de significados de lo urbano y de lo que podría significar la implicación de los sistemas urbanos en un proceso de cambio transformador (Allen, Lampis y Swilling 2015).

Apoyos

Esta investigación se realizó con el apoyo financiero de la Fundação de Amparo à Pesquisa do Estado de São Paulo (FAPESP), beca no. 2018/17626-3. Agradezco a los doctores Pascale Metzger y Jérémy Roberts por la literatura que me compartieron para realizar este artículo.


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Notas



[i] En Mendeley, por ejemplo, la palabra clave “critical urban theory” produjo 4880 ítems en revistas indexadas (journals, ya que se partió de la búsqueda en inglés), 524 libros y 723 tesis. Tales resultados son  numéricamente comparables con los obtenidos a partir de los términos mencionados en el texto principal. Por esa razón, en este artículo, cuya finalidad no es bibliométrica, el uso de este tipo de método resulta complementario, pues se trata principalmente de una contribución teórica, fundamentada en la experiencia docente e investigativa a lo largo de casi treinta años.

[ii] Para más información, visite https://www.rockefellerfoundation.org/100-resilient-cities/

[iii] El trabajo original de Davies se publica en el Scientific American en 1965.