Resiliencia y ciudad neoliberal: una genealogía sobre
América Latina
Resilience
and the neoliberal city: A genealogy about Latin America
Dr. Andrea Lampis. Investigador postdoctoral.
Instituto de Energía y Ambiente, Universidad de Sao Paulo (Brasil).
(alampis65@gmail.com) (https://orcid.org/0000-0002-1561-5409)
Recibido: 02/05/2022 • Revisado: 15/07/2022
Aceptado: 01/11/2022 • Publicado: 01/01/2023
Cómo
citar este artículo: Lampis, Andrea.
2023. “Resiliencia y ciudad neoliberal: una genealogía sobre América Latina”. Íconos.
Revista de Ciencias Sociales 75: 13-34. https://doi.org/10.17141/iconos.75.2023.5499
Resumen
¿Por
qué usamos el término resiliencia y cuáles son las implicaciones de ese uso
para el espacio urbano?, con base en tal interrogante se desarrolla la
reflexión del presente artículo. El propósito con este texto es ilustrar, de
forma dialéctica, la manera en que se ha utilizado la resiliencia en las
estrategias neoliberales de transformación urbana, puesto que ha sido
instrumentalizada a fin de normalizar los diversos espacios de las ciudades.
Para responder a la pregunta se empleó el análisis documental como metodología
de investigación. Entre los principales resultados a los que se llegó con el
estudio en que se basa este artículo, sobresalen dos aspectos hasta ahora no
investigados sobre la resiliencia urbana. Primero, que el uso del término
presenta las características típicas de los conceptos performativos, con el
poder que ese tipo de nociones tiene para reducir su objeto a una narración hegemonizante y repetitiva –en este caso, lo urbano y su
construcción–. Segundo, en línea con las teorías críticas del urbanismo y a
través de un análisis genealógico de inspiración foucaultiana,
aplicado al uso instrumental de la resiliencia, se demuestra cómo esta se ha
convertido en una noción funcional al proyecto neoliberal, que ha dominado los
procesos de cambio en las urbes de América Latina durante el siglo XXI.
Descriptores:
América Latina; ciudad; genealogía; neoliberalismo; resiliencia; urbanismo.
Abstract
Why
do we use the term ‘resilience’ and what are the implications
of this use for urban space?
The reflection in this article is
based on this question. The purpose of
this text is to illustrate
–in dialectic form– the way in which
resilience has been used in neoliberal strategies of urban transformation,
given that it has been instrumentalized
to normalize distinct spaces in cities. To respond
to the question,
document analysis has been used as a research methodology. Among the main
conclusions of the study on
which this article is based,
two aspects regarding urban resilience that had not been
studied to-date stand out. First, the
use of the term reflects typical
characteristics of
performative concepts, with
the power that that type
of notion has for reducing its
object to a hegemonic and repetitive narrative –in this
case, the urban and its construction. Second, in concordance with critical urban
theory and through a genealogical analysis of Foucauldian inspiration applied to the instrumental use of resilience, it is shown
how this concept has been converted into a notion that
facilitates the neoliberal project, which has dominated processes of change in urban
Latin America in the 21st century.
Keywords: Latin America; city; genealogy; neoliberalism; resilience; urbanism.
Durante
más de una década, el tema de la resiliencia en las ciudades ha animado cada
vez más la política urbana y los debates académicos dentro y fuera de Brasil (Metzeger y Robert 2013; Peter y Swilling
2014; Rockström et al. 2009; Schipper
y Pelling 2006). El término se ha utilizado para
informar sobre la retórica política, como una herramienta heurística y
operativa o incluso como un concepto científico en las ciencias sociales. La
noción de resiliencia se integra progresivamente en el flujo más amplio de los
debates académicos y políticos sobre el cambio climático y el cambio ambiental
global.
El
uso del concepto ciudades resilientes destaca en los objetivos de la Nueva
Agenda Urbana (NAU), frutos del encuentro realizado en Quito, Ecuador, a
propósito del Undécimo Foro Urbano Mundial. Uno de los compromisos que constan
en la NAU implica incrementar la resiliencia de las ciudades frente al cambio
climático y los desastres, como las inundaciones, los riesgos de sequía y las
olas de calor, y extiende de manera abarcadora la noción de resiliencia a los
campos de la mejora de la seguridad alimentaria y la nutrición, la salud física
y mental, y la calidad del aire en los hogares y el ambiente; asimismo se ha
considerado un factor que requiere ser tomado en cuenta para
reducir el ruido y promover ciudades, asentamientos humanos y paisajes urbanos
que sean atractivos y habitables, y a dar prioridad a la conservación de
especies endémicas (objetivo 67 de la agenda) (ONU-Habitat
2020).
La
incorporación de la resiliencia en las agendas urbanas internacionales tiene
varios antecedentes. Apareció entre las preocupaciones centrales del Séptimo
Foro Urbano Mundial, celebrado en 2014 (Medellín, Colombia). También se registró
en la iniciativa de 2017 del Banco Mundial, que toma el título en inglés de
City Resilience Program
(CRP), o en Australia, donde The Resilience
Institute operaba ya desde 2002. En Europa sobresale
el Stockholm Environmental Institute (SEI) de Suecia, que desde 2008 organiza, en
colaboración con la Universidad de Melbourne el Vulnerability
Resilience Colloqium, un
taller para promover la comprensión nueva e integral sobre las uniones y
sinergias de los conceptos de resiliencia y vulnerabilidad. Organizaciones de
investigación como el Resilience Alliance, que reúnen
a muchos de los fundadores del concepto junto con universidades o instituciones
científicas de gran reconocimiento, –por ejemplo, el Hazard, Risk and Resilience Institute de Durham (Reino Unido) o el citado SEI– incluyen
el término ‘resiliencia’ en su nombre, ya sea como elemento programático o para
dotar a la institución de una mayor legitimidad científica.
Utilizando
el lente de la sociología urbana crítica (Smith 2002, 2008; Slater
2006; Brenner, Marcuse y Mayer 2012; Brenner 2009), en este artículo se propone
una reflexión teórica que aspira a contribuir al eje del presente dossier sobre
la praxis urbana. Se examina uno de los fundamentos de los procesos de
transformación y gentrificación urbana contemporánea en nuestros países
latinoamericanos: la noción de resiliencia.
Se
sigue la síntesis de Brenner (2009) acerca de la perspectiva de la teoría
urbana crítica frente a las construcciones ideológicas y su utilización como
instrumentos de poder, incluso de dominación, lo cual resulta quizá el elemento
más destacado. Al mismo tiempo, este texto se adhiere de manera bastante fiel a
la indicación de un camino de desvelamiento epistemológico. Elementos como la
creencia en la bondad del libre mercado, o la necesidad de concentración
espacial, así como la confianza casi absoluta en la capacidad empresarial
individual, pueden citarse entre los que conforman la construcción neoliberal
del espacio de vida y del espacio físico, urbano; y, en un sentido más amplio,
de todo espacio cuando se piensa en la ciudad como un lugar de producción
precarizada y de domesticación (Allen, Lampis y Swilling 2016).
Después
de la introducción se presentan los materiales y los métodos utilizados en
relación con un aprovechamiento cualitativo del análisis documental. La
siguiente sección se dedica al marco conceptual: un análisis crítico y
argumentado de la literatura relevante, con énfasis en una genealogía de la
noción de resiliencia. En el tercer apartado consta la hipótesis teórica de la
resiliencia, como la han planteado Allen, Lampis y Swilling (2016): esta noción puede interpretarse en cuanto
aporte al tamizaje y a la domesticación de lo urbano, sus formas, movimientos
sociales e instancias inconformes frente a la homologación de modelos
económicos y espaciales, funcionales a los intereses de los actores que
movilizan los capitales financieros en los ámbitos nacional e internacional.
En
la cuarta sección se reanuda el diálogo con la literatura, sobre todo latinoamericana,
para desentrañar las implicaciones de esta operación hegemónica para el
urbanismo de esta región y, si se quiere, del Sur Global y de la subalternidad.
Finalmente, en la última sección se proyectan unos ejes de pesquisa para una
futura agenda de investigación.
Iniciada
como un proyecto para una ponencia presentada en el Séptimo Foro Urbano Mundial
de Medellín (Colombia) en 2014, en la reflexión a partir de la cual se
construye este artículo se aplica la metodología del análisis documental. El
texto se basa en una selección de la experiencia docente y de investigación a
partir de literatura académica recopilada a lo largo de seis años (2012-2018)
de cursos de Sociología Urbana en una universidad latinoamericana y de
documentos de política pública sobre transformación urbana recopilados para una
investigación postdoctoral, originalmente a partir de búsquedas por palabras
clave en la Web of Sciences,
Mendeley y Redalyc, y en los motores de búsqueda facilitados por las páginas de
las bibliotecas de las universidades.
Los términos
usados fueron “critical urban theory”
y su traducción en español, “teoría urbana crítica”; “resiliencia” y
“resiliencia urbana”. Además, se trabajó con la búsqueda booleana combinando
“resiliencia’, ‘urbanización’ y ‘neoliberalismo’. Siempre se utilizaron las
sugerencias de “resultados más relevantes”.[i]
Se aprovechó la experiencia
como docente responsable del curso de Sociología Urbana en la Universidad
Nacional de Colombia durante el período 2012-2018, en cuanto elemento de apoyo
para la selección de documentos y la actualización del conocimiento sobre el
tema y los relativos debates. La categoría documentos se refiere tanto al
material escrito como a la información que sirve para registrar hechos
sociales, eventos o incluso representaciones, utilizando ya sea códigos
culturales o convenciones literarias (Atkinson y Coffey 2010). Más allá de su
tipología, los documentos son medios para comunicar y, como tales, no son ni
“neutros” ni “transparentes”. Por el contrario, a menudo tienen un propósito y,
voluntariamente o no, crean una versión particular de la realidad. Al igual que
muchas otras formas del discurso o la narrativa, los documentos son
herramientas poderosas (Foucault 2008) y pueden desempeñar un papel
significativo en el apoyo a formas de autoridad y legitimidad, al mismo tiempo
que abren o cierran posibilidades y oportunidades (Halliday y Martin 1993).
La
justificación de este trabajo se sitúa en el ámbito del debate crítico sobre el
urbanismo (Roy 2016). Como en el caso de Roy, es relevante posicionarse detrás
del lente ideal de una cámara, con la que se escrutan y cuestionan los
conceptos generalmente aceptados en las ciencias sociales. Entre esos muchos
son heredados del debate en las ciencias naturales y, como es el caso con el de
resiliencia, terminan resultando entre los más utilizados y menos cuestionados.
Parece así relevante hoy en día esa operación por la cual metafóricamente se
levanta la mano para interrumpir una discusión demasiado agitada cuestionando
lo que parece más obvio para la mayoría. ¿Por qué usamos el término
resiliencia? ¿Cuáles son las implicaciones de esa noción cuando es utilizada
con una función normativa en el marco de los procesos de transformación urbana?
Estas son las preguntas de fondo que articulan este trabajo.
En
la última década, el uso del término resiliencia se ha incrementado
exponencialmente en la literatura y en la política pública sobre transformación
urbana, regeneración urbana, gentrificación, así como adaptación al cambio
climático y reducción del riesgo de desastres en el ámbito urbano. En relación
con las ciudades, el cambio resulta tan evidente que el término ciudades
resilientes ha reemplazado en gran medida al de ciudades sostenibles (ONU-Habitat 2020; Thomas 2008; Meerow,
Newell y Stults 2016; Pigeon
2012; Béné et al. 2012; Shamsuddin
2020; Walker y Cooper 2011).
Cabe
anotar que, poco antes de la pandemia en el 2019, la Fundación Rockefeller,
recopilando una obra de seis años, lanzó la iniciativa 100 Reslient
Cities,[ii]
una red de coordinación de acciones y políticas que ha asumido un papel
central en el debate contemporáneo sobre la relación entre lo urbano y los
desafíos del cambio ambiental global. Lo anterior muestra cómo funciona, en
sentido vertical, la dinámica del capitalismo cognitivo a través de la
apropiación de nociones que en las manos de quienes tienen poder financiero y
simbólico representan verdaderas herramientas de conquista, una vez colocadas
en el lugar apropiado para convencer, orientar y modificar los espacios
urbanos, tanto en relación con la infraestructura como con el tejido urbano
residencial.
Al
igual que lo acontecido con “sostenibilidad”, la noción de “resiliencia” ejerce
una especie de predominio hegemónico en los discursos científicos situados y
producidos en la vanguardia de las ciencias naturales y sociales. La
resiliencia impregna la forma en que se enmarcan los problemas sociales y
urbanos en casi todas partes. En este trabajo se comparte la perspectiva de
analistas que han señalado que el riesgo emerge como un concepto clave para
organizar la gestión del sector público y privado (Hall 2010). Estos centros e
institutos de investigación proporcionan los elementos para la tecnogubernamentalidad (Foucault 2008), cuyo propósito es
legitimar el uso del término y proporcionar el combustible que impulsa el
debate en contra de agencias competidoras, instituciones reguladoras o grupos
sociales de resistencia activa.
Al
adoptar el término “resiliencia” se pretende contribuir a la renovación del
debate sobre la “vulnerabilidad”, que llega a ser considerada un enfoque
anticuado. Inicialmente en las discusiones sobre ecología y urbanismo se
exploraban los factores que hacen más efectiva la resiliencia como concepto
organizador frente a los desafíos que en cuanto a complejidad y adaptación se
presentan en una sociedad, una comunidad, un territorio. Las ciudades se
enfrentan entre sí en una competencia a fin de determinar la mejor propuesta
para introducir la “resiliencia” en las políticas públicas a nivel nacional y
local (Dauphiné y Provitolo
2007; Béné et al. 2018).
Ahora
bien, el uso generalizado del término “resiliencia” nos ha dejado “perdidos en
la traducción”, y se usa, como acontece con muchos de los términos que se
vuelven protagónicos en publicaciones de ciencias sociales, sin haberlo
debatido (sostenibilidad, transición, entre otros). Decir que la resiliencia es
la capacidad de un sistema para preservar su función y estructuras frente a
estímulos negativos (Metzeger y Robert 2013; Holling 1973), o cualquier otra definición que se pueda
escoger, no aporta realmente mucho en las ciencias sociales, ya que las
condiciones geográficas, las relaciones de poder y los arreglos institucionales
son tan diferentes de un lugar a otro, de una aglomeración urbana en Alemania a
otra en Brasil, que una traducción de tipo conceptual no solo es necesaria sino
imprescindible. Tan solo haciendo nuestra una lección fundamental de geografía
crítica latinoamericana (y brasileña en este caso específico), desconocer la
importancia de la diversidad de los territorios es permitir que se concretice
el peligro que representa el uso de conceptos totalizadores (Sobarzo Miño
2001).
De
acuerdo con Giddens (1984) y su teoría de la estructuración, importar conceptos
de las ciencias naturales a las ciencias sociales sin cuestionar las implicaciones
de esa operación produce generalizaciones de escasa utilidad empírica. Es
decir, taxonomías y, en la mejor de las hipótesis, prescripciones normativas;
una muestra se halla en los estudiosos que dicen que para adaptar lo que se
necesita es tener los conocimientos técnicos, la estructura jurídica, los
recursos económicos y la voluntad política, generalidades de escasa utilidad
más allá del uso que se pueda hacer de ellas 18 como palabras clave y en los resúmenes (Law 2008).
Lo
anterior representa un desafío a una manera de hacer ciencia social que termina
siendo performativa, que utiliza conceptos que se aceptan porque desempeñan una
función de fachada (performance), cuya finalidad
es la legitimación pública derivada de la incorporación de nociones de las
ciencias “más legítimas”, pero que muy pocas personas cuestionan y analizan
críticamente. Al final, esta es una práctica que produce una especie de
profecías autocumplidas en lugar de una ciencia social robusta. Para explicar
el sentido de esa observación cabe tomar como ejemplo la amplia tradición de
investigaciones que condujo a la elaboración del concepto de cambio ambiental
global (IHDP 2005; IPCC 2012; Füssel 2010; Seto, Solecki y Griffith 2015). La noción de “cambio ambiental
global” presenta elementos similares y complementarios a lo que en el presente
trabajo se plantea que ocurre con la adopción del concepto de resiliencia. De
antemano, hay que reconocer los méritos de las tradiciones que han sido capaces
de producir estos conceptos en cuanto aportes al establecimiento de una senda
importantísima para la comprensión de las dinámicas socioecológicas.
Volviendo a la
elaboración del concepto de “cambio ambiental global”, allí donde esa tradición
se detiene en las conexiones ecológicas entre subsistemas, o en la relación
entre la globalización y sus consecuencias ambientales e incluso en las
desigualdades sociales que se producen en estas transformaciones, navega por
esas mismas aguas con cierta ligereza a la hora de analizar cómo las conceptualizaciones
también son narrativas producidas políticamente y, como tales, no son
neutrales. Siguiendo lo que señalan Vercellone et al. (2015), exponentes de la
emergente corriente de análisis sobre el capitalismo cognitivo, el conjunto de
instituciones multilaterales y nacionales que consiguen direccionar los
procesos de producción cultural, el establecimiento de nuevos paradigmas
operativos y performativos, como el “desarrollo sostenible”, el “cambio
ambiental global” o, en este caso, la “resiliencia” habilitan el despliegue de
la operación del capital financiero en el espacio físico urbano (Vercellone et
al. 2015). Así, no habría gentrificación sin una retórica y una ideología de la
resiliencia o del habitar smart
o de la necesidad de conformarse con las tendencias de la “innovación
empresarial”.
Resulta difícil
identificar los orígenes precisos del uso del término resiliencia en los
debates claves relacionados tanto con el cambio ambiental global como con la
transformación urbana; lo mismo ha pasado con otros conceptos igual de
controversiales. Un primer elemento importante se ubica en el Marco de Acción
de Hyogo, donde se priorizó el aumento de la
resiliencia de los países y las comunidades frente al riesgo de desastres en el
centro de la planificación internacional de los mismos durante el periodo
2005-2015.
Hablando más
específicamente sobre las ciudades, la resiliencia juega un papel central en la
Estrategia Internacional de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de
Desastres (UNISDR), lanzada en 2010-2011. Se trata de una campaña mundial de
reducción del riesgo de desastres (RRD), que incluye explícitamente el tema de
las “ciudades resilientes”. Establece que los Gobiernos locales tendrán que
prepararse y volverse más resilientes frente a los desastres. Una iniciativa
que, sin definir realmente qué significa resiliencia, incluso produjo un manual
para quienes administran las políticas sobre “cómo desarrollar ciudades
resilientes”.
Reconstruido por
Thomas (2008), el término resiliencia aparece en Europa en el siglo XIX, pero
en la actualidad varias disciplinas científicas reclaman derechos de propiedad
sobre él. La resiliencia define la propiedad de un sistema (biofísico o social)
de un grupo o de un individuo para recuperarse después de un shock o una
crisis. Designa la capacidad de volver a funciones y estructuras similares
después de un evento dañino. En física, la resiliencia describe la propiedad
elástica de un material para recuperar su forma después de un impacto.
Dentro del campo
de la reducción del riesgo de desastres (RRD), el término tiene una filiación
directa con la psicología y la ecología. En psicología comenzó a emplearse a
mediados del siglo XX para describir tanto las habilidades como los fenómenos
psíquicos que promueven la recuperación individual después de sufrir un evento
o situación traumática. Según Cyrulnick (2001), se
puede decir que este es el uso ampliamente adoptado y que finalmente se
extendió incluso al vocabulario común de la vida cotidiana.
La ecología ha
hecho de la resiliencia una de sus principales nociones desde la publicación de
los trabajos de Holling (1973) sobre la evolución de
los ecosistemas forestales, que es todavía hoy en día uno de los principales
referentes –si no el principal– en el análisis de los riesgos ambientales. Con
sus hallazgos, Holling destacó cómo, frente a la
perturbación, un ecosistema puede mantener su trayectoria a través de una serie
de cambios y transformaciones adaptativas, mostrando así resiliencia; o cómo
este sistema puede superar un cierto límite y cambiar por completo su
trayectoria ecosistémica.
La resiliencia,
según estas elaboraciones, se refiere a una propiedad positiva. Aquí, mi
interés es resaltar esta idea en la cual se considera a la resiliencia una
propiedad positiva y, por tanto, un concepto y un término proactivo que
condensa la capacidad de las personas para realizar una función o desempeñar
una actividad con el propósito de lograr algo, un performance. Obviamente, este
no es el lugar para una revisión exhaustiva del estado del arte de la
literatura sobre resiliencia. Sin embargo, intentaré presentar algunas
reflexiones provocativas sobre la trayectoria del término y sus implicaciones.
Uno de los
aspectos más destacados de esta trayectoria es la cálida acogida que tuvo el
concepto por parte de la ciencia económica. En 2006, la Reserva Federal de
Estados Unidos destacó la utilidad de la teoría de los sistemas complejos para
comprender mejor el funcionamiento de los mercados financieros y se señalaron
las similitudes entre los riesgos sistémicos en los sistemas físicos y los
mercados financieros (Walker y Cooper 2011). La resiliencia fue allí el nuevo
concepto clave para la elaboración de una nueva teoría general de los mercados
financieros, considerando la complejidad e impredecibilidad del mercado,
continuamente afectado por perturbaciones y crisis, inevitables y necesarias
para su evolución (Walker y Cooper 2011).
Además de la
noción de resiliencia, existe el concepto de sistema complejo que, según Joël de Rosnay (2000), indica su
cualidad de estar formado por elementos en interacción dinámica organizados en
torno a un objetivo común. El propio concepto de complejidad desafía las relaciones
causa-efecto y sitúa la no linealidad de los fenómenos, el carácter
multifactorial de muchos de los procesos que ocurren en el mundo biofísico, así
como la presencia de la retroalimentación, en el escenario del debate
científico, con la noción de bucles de retroalimentación y el surgimiento de
nuevas y a menudo impredecibles propiedades de cambio en los sistemas complejos
(Bak 1999). Tomando prestada la metáfora del virus
troyano de la informática, la complejidad y la imprevisibilidad son las armas
que ha aprovechado la resiliencia para convertirse en un concepto tan
utilizado, también en el campo de los estudios urbanos o en relación con el
cambio ambiental global.
Si la sociedad, y
junto con ella las ciudades, las infraestructuras, y la misma relación entre la
ciudad y el medioambiente…, se reformula como un ecosistema complejo, el
problema que por un lado tiene que afrontar la sociedad es la incertidumbre
ante el cambio y, por otro, el reto de adaptarse a él. Pero la complejidad y la
incertidumbre, en cuanto propiedades del propio sistema, no se pueden desafiar
ni transformar realmente, lo único que se puede hacer es aceptarlas y
adaptarse; en otras palabras, ¡promover la resiliencia! Esta es la nueva metanarrativa de muchos abordajes a las ciencias sociales
aplicadas y a la planificación urbana que han construido su legitimidad en
torno a la idea de la resiliencia como contribución innovadora a la solución de
problemas complejos, por ejemplo, el cambio climático y el cambio ambiental
global, la congestión del transporte o la reciente pandemia.
De hecho, como han
señalado Bak (1999) y Pigeon
(2012), en esta nueva visión basada en la resiliencia se considera que los
ecosistemas hipercomplejos son inestables por definición y, ante una
perturbación o estímulos externos, se enfrentan a dos tipos principales de
consecuencias: las bifurcaciones y la superación de puntos de no retorno.
Dentro de la visión neodarwinista de la sociedad, la idea misma de crisis se
reformula en términos de consecuencias ecológicas, ya sea una selección entre
los elementos necesarios para la supervivencia o un cambio fundamental, una
modificación irreversible, es decir, lo que por lo general se llama bifurcación
o catástrofe teórica.
Vista desde este
ángulo y por sus implicaciones en términos de capacidad de adaptación, la
resiliencia se convierte en el concepto clave para redes científicas
internacionales y otras comunidades interesadas en el tema de las crisis
ambientales y financieras globales, y como tal es adoptado por las ciencias
naturales para construir un nuevo marco conceptual para la gestión ambiental
frente a cualquier tipo de riesgo. Una vez que el concepto de riesgo se
moviliza y se articula con el de resiliencia, el éxito es enorme debido a la
gestión exitosa (la performance) de la incertidumbre en espacios reales, como
las urbes justamente, sus periferias o la interacción entre la aglomeración
urbana y las presiones desterritorializadas en el
ámbito económico, climático o demográfico (crisis, cambio climático y migraciones,
por ejemplo).
En las
elaboraciones teóricas producidas durante las primeras dos décadas del siglo
XXI, las ciudades se consideran sistemas hipercomplejos y lugares donde se
concentran riesgos en múltiples escalas y dimensiones; en otras palabras, no tienen
un nivel de riesgo igual a cero – en el fondo es cierto que una sociedad sin
riesgos no existe (Beck 1992)–. Por lo tanto, la resiliencia también puede
contribuir a rellenar ese vacío en la conceptualización de lo que puede
permitir a las ciudades enfrentar incertidumbres y perturbaciones. Así, una vez
lograda la reformulación conceptual, según la cual la ciudad en sí misma es un
sistema hipercomplejo, la resiliencia se convierte en el concepto articulador
de todo nuevo planeamiento urbano, ante bifurcaciones y amenazas de puntos de
no retorno, como en el caso actual de la pandemia por la covid-19 o ante las
profundas crisis generadas por catástrofes económicas, otras epidemias o
terremotos.
Al igual que en la
metáfora del fin de la historia, la modernidad industrial clásica opta por la
tecnología, mientras que el progreso sigue manteniendo un papel primordial,
pero dentro un nuevo contexto paradigmático marcado por la incertidumbre y la
crisis interna de los sistemas vivos, incluidos aquellos construidos
socialmente, como al fin y al cabo también lo son las ciudades. De acuerdo con Revet (2011), en estas circunstancias todo lo que se puede
hacer es prepararse, adaptarse y desarrollar una capacidad para hacer frente a
estas interrupciones. Por lo tanto, un sistema social resiliente podrá absorber
los impactos mientras preserva su estructura y trayectoria fundamentales.
En lo que se
refiere a la sociedad y las ciudades, con la resiliencia se formula la solución
obvia: ya que el principal problema que enfrentamos se conceptualiza en
términos catastróficos, como en la metanarrativa
darwiniana del Intergovernmental Panel on Climate Change (IPCC) sobre el
cambio climático: adaptarse o perecer. En este orden de ideas, el nuevo
horizonte político del urbanista pasa a ser el desarrollo de la capacidad, en
términos generales, para hacer frente a cualquier tipo de desastre. Se trata de
reducir los impactos, prepararse lo mejor posible para los riesgos ambientales
y ser capaz de adaptarse a los cambios futuros en las condiciones del sistema
más amplio en el que se encuentra físicamente la ciudad.
Si este tipo de
desafío planetario se acepta y reconoce como una necesidad universal, el
corolario es que todas las comunidades necesitan fortalecer su resiliencia.
Nadie, ni alcalde ni urbanista ni sociólogo, tendrá argumentos para rechazar
que el aumento de la adaptabilidad es el objetivo que debe perseguirse a partir
de ahora. El horizonte para el individuo es la autoprotección ante las crisis
que se producen cada vez más a nivel global (Sassen
2014). Hombres y mujeres deberán enfrentar sus viejas (y superadas)
vulnerabilidades a través del nuevo concepto de esperanza, resiliencia, que en
términos prácticos no difiere de la idea de encontrar en el mercado la solución
a las nuevas precariedades de la vida y el trabajo neoliberal, según el poder
adquisitivo de cada persona o unidad familiar (Theodore, Peck y Brenner 2009; Füssel 2010; Zeiderman 2013).
Es importante
enfatizar que, dentro del nuevo paradigma de la resiliencia, la vulnerabilidad
se considera una característica negativa de la sociedad. Como concepto, al
menos en las ciencias sociales, destaca los escollos del desarrollo (Cannon
2008; Romero-Lankao et al. 2014; Marchezini
y Wisner 2017), al tiempo que moviliza históricamente
la energía intelectual de quienes critican el propio desarrollo en cuanto
objetivo social. La resiliencia, a su vez, permite enfatizar los aspectos
positivos de ciertas definiciones de vulnerabilidad, tales como “los procesos
que generan ‘vulnerabilidad’ son enfrentados por las capacidades de las
personas para resistir, evitar, adaptarse a estos procesos y utilizar sus
habilidades para crear seguridad, antes de que ocurra un desastre” (Blaikie et al. 1994, 14).
Debido al fuerte
énfasis en este aspecto positivo, la sociedad y las políticas públicas pueden
ser conceptualizadas nuevamente, adoptando el concepto de resiliencia, como
aquella que contiene un elemento positivo, creativo y regenerador. Sin embar go, el uso del término
resiliencia en las ciencias sociales presenta una serie de obstáculos
conceptuales. Las ciencias sociales históricamente han tendido hacia la
imitación de las ciencias naturales, en particular de la biología y, de modo
más reciente, de la ecología. Por supuesto, esto se debe a cuestiones de
recursos y prestigio, y a toda la historia de la relación entre las ciencias
sociales y las naturales a lo largo de la modernidad (Wallerstein 1996).Siguiendo
a Manyena (2006), existe controversia sobre cómo se
usan los significados del término resiliencia, es decir, una propiedad o
capacidad, estado o proceso, De hecho, existe una gran diferencia. Si la
resiliencia es una propiedad, se puede estudiar a priori, por tanto,
identificarla y potenciarla, pero si es una capacidad que surge ante una
crisis, es mejor estudiarla a posteriori.
Otro tema crítico
cuando se trata del uso del concepto en las ciencias sociales se relaciona con
el papel que juega la resiliencia en la estabilidad o inestabilidad del
sistema. En efecto, ¿qué significa una vuelta a la normalidad o a un estado de
funcionamiento anterior? ¿De qué tipo de premisa estamos hablando?, ¿de
bifurcación, en el caso de un sistema social? ¿Qué significa esto si se habla
de una ciudad, una comunidad que se localiza junto a un río o en la ladera de
una montaña? ¿Es mi resiliencia comparable a la de la infraestructura de mi
vecindario? Finalmente, y lo más importante, ¿tenemos un propósito como
sociedad?; ¿realmente funcionamos como un ecosistema?
Aunque todas estas
preguntas no fueron respondidas sustancialmente durante todo el proceso de
préstamo del término de las ciencias naturales a las ciencias sociales, su uso
está muy extendido. Sin embargo, la pregunta sobre su propósito último, quizás
debido a su naturaleza teleológica, permanece sin respuesta, vacío que llevó a
una situación crítica. De hecho, la resiliencia es un término empleado por
quienes investigan en ciencias sociales, por quienes formulan las políticas o
quienes lideran comunidades sin que realmente cuestionen el objetivo de garantizar
la permanencia de un sistema dado, las implicaciones de su continuidad.
A pesar de varias
ambigüedades, la misma polisemia del concepto conduce a un gran consenso entre
los hacedores de políticas y los investigadores. La resiliencia sigue el camino
de otras nociones autoperformativas (self-performing), como el desarrollo sostenible o la
gobernanza. Con ello quiero decir que la noción de resiliencia, especialmente
en la forma en que es promovida por la organización internacional en eventos
como el Foro Urbano Mundial u organizaciones como Resilience
Alliance, refleja en el fondo una noción básicamente neoliberal, que además es
capaz de neutralizar cualquier tipo de crítica.
La
contribución de Chandler y Reid (2016) se destaca en el análisis del carácter
ideológico de la resiliencia. Según los autores, la “camisa de fuerza”
construida a través de los discursos neoliberales sobre la resiliencia tiene
como finalidad la de reformar las prácticas de los sujetos humanos y han
convertido su subjetividad humana en subjetividad política (Chandler y Reid
2016). Para sintetizar el diálogo entre los dos autores, ofrezco las
principales distinciones: en Chandler, el argumento central es el cambio
operado por el neoliberalismo del enfoque en el Estado al mercado y el aumento
de la vulnerabilidad social, un tema que interesa al autor por el énfasis que
hace sobre la modificación de la ciudadanía en el marco de la época neoliberal;
a diferencia de Chandler, Reid da forma a su argumento sobre el neoliberalismo
en torno a los horizontes de lo biopolítico, y se concentra en analizar la
noción biologizada, objeto de biopoder, de lo humano
en el marco de las relaciones de poder redefinidas entre sujeto y poder
económico dentro de las políticas neoliberales.
Es
útil aquí repetir un punto clave, ya señalado en la revisión de la literatura,
a fin de colocar sobre la mesa otra pregunta más política. La lógica de la
resiliencia funciona más o menos de la siguiente manera: i) vivimos en un
sistema hipercomplejo que, por definición, está expuesto a múltiples
perturbaciones en todas las escalas y dimensiones (amenazas climáticas y
desastres, por ejemplo); ii) la única forma de enfrentar esta
nueva realidad es fortaleciendo nuestra capacidad adaptativa; iii) esto eventualmente contribuirá a fortalecer el
sistema. ¿Quién está en contra del sistema, en contra del planeta? Los
principales discursos que adoptan la resiliencia como un elemento central de su
abordaje también presentan otra metanarrativa, como
se amplía a continuación.
Por
tanto, esta adopción del término es también ideológica, o sea, se basa en la
creencia en la autoorganización como una propiedad positiva de los sistemas
complejos. Reformulado dentro del nuevo enfoque ético y filosófico de la
política de los lugares, por ejemplo, las ciudades, la resiliencia se vuelve
parte de una narrativa contra el Estado como expresión de la ciudadanía y
formas colectivas y democráticas de planificación, que ve en estas instancias actores
o procesos que nos privan de esa libertad, elemento imprescindible para el
logro de un desarrollo cabal de la iniciativa individual y de la inversión en
el mercado.
Los
disturbios y crisis reconocidos hoy como una característica constitutiva del
período neoliberal (Castells 2013; Sassen 2014), es
decir, a partir de la nueva narrativa, las injusticias sociales y sus causas
profundas como la vulnerabilidad, etc., son neutralizadas. Por eso, cualquier
tipo de crisis, social, económica o ecológica, es constitutiva e incluso
necesaria para la evolución y supervivencia del sistema en su conjunto. Además,
y casi paradójicamente, todo el discurso del desarrollo basado en la
resiliencia tiende a identificar la adaptación como aplicable a las amenazas
externas, lo que constituye otra poderosa herramienta discursiva para
neutralizar cualquier análisis de las diferencias sociales que produzca enormes
diferenciales en la sensibili dad de unidades de
análisis muy diferentes. Quienes hablan de resiliencia campesina, barrial,
afroamericana, femenina, de las personas enfermas, etc., son sin duda una
minoría frente al discurso hegemónico de quienes utilizan el término sin mucha
diferenciación.
La
nueva lógica, con sus aspiraciones paradigmáticas, tiende a pasar por alto lo
siguiente: el propio sistema que trata de ser más resiliente es el que produce
las condiciones para que el propio sistema o sus partes sean vulnerables a las
crisis y al impacto de desastres, eventos climáticos extremos o perturbaciones
económicas y políticas. Utilizando diferentes marcos conceptuales y juntando
elementos de obras clásicas se puede construir un interesante puente analítico,
desde el trabajo de Ulrich Beck (1992), con su idea de la modernidad reflexiva;
el de Foucault (2008), con la de gobernamentalidad; y
el de Blaikie et al. (1994), con sus conceptos de los
modelos de presión-liberación y de acceso, nos encontramos con una convergencia
analítica, un punto clave que, siguiendo a Chandler y Reid (2016), me parece un
aporte original del presente trabajo y que consiste en lo siguiente: la
vulnerabilidad (y, por ende, la falta de resiliencia) se nutre del propio
sistema.
La
implicación de esta forma más política de abordar la relación entre los riesgos
globales y las vulnerabilidades locales se puede formular en los siguientes
términos: no basta con hacer más resilientes ante los estímulos exteriores a
las unidades de 25 análisis que componen un sistema, sean ellas ecosistemas,
ciudades, o hogares. Si los sistemas sociales producen una falta de resiliencia
a partir de las relaciones de poder distorsionadas y de la injusticia social,
construidas histórica y geográficamente (Ribot 2013), es necesario cambiar no
solo las propiedades de las unidades, sino también elementos del mismo sistema
(neoliberal en nuestro caso) que producen vulnerabilidad sistémica y
fragilización. Esta es la diferencia política más importante entre quienes
trabajan con la resiliencia y quienes trabajan con la vulnerabilidad; y tal vez
también en resiliencia, pero solo una vez.
La
capacidad institucional en las ciudades se ha citado repetidamente como una
condición previa para el riesgo urbano efectivo, a esta se han sumado la
transformación urbana y la gobernanza climática (Romero-Lankao
2012). Sin embargo, los procesos multiescalares a través de los cuales se crea
la denominada “capacidad institucional urbana” parecen demasiado dominados por
el conocimiento técnico o no se comprenden bien. Esto posee una expresión
particular en las urbes de América Latina, donde las estructuras
institucionales han recibido una fuerte influencia de los intereses
internacionales y de sistemas de gobierno fragmentados. Los aspectos
institucionales en la agenda de reformas neoliberales en la región se han
conceptualizado en relación con cuatro características clave de la capacidad
institucional urbana para la adaptación: el uso de información, los recursos
suficientes, la participación de las partes interesadas y el marco legal
efectivo.
La
relevancia de comprender las trayectorias históricas e institucionales de las
transiciones urbanas es un punto de partida necesario para afrontar el debate
sobre el cambio transformador al que está dedicado este dossier. Potter y
Lloyd-Evans han sintetizado agudamente que, frente a la rápida urbanización que
ocurrió en Europa occidental y América del Norte en asociación con la
industrialización dramática y el cambio económico, las ciudades británicas
“eran simplemente las trampas mortales retratadas en las novelas de Charles
Dickens. Por ejemplo, los datos del Registro General indican que, en 1840, la
esperanza de vida era de solo 24 años en el centro de Manchester, 26 años en
Liverpool y 28 años en Londres, frente a una cifra nacional de 37 años” (Potter
y Lloyd-Evans 1998, 9). Un proceso clave en la urbanización de los países
desarrollados fue su evolución relativamente paralela a las tendencias
demográficas, con el declive de las últimas por los efectos de la Primera
Guerra Mundial.
Lo
que sucedió en las ciudades del mundo en desarrollo después de la Segunda
Guerra Mundial y durante el período posterior a 1945 difiere notablemente de
las características que los estudios clásicos realizados por Davies (2020)[iii]
definieron para el ciclo de urbanización que caracterizó a los países desarrollados:
una curva en forma de S que describe crecimiento gradual al principio, seguido
de un fuerte ascenso y luego un lento descenso después de alcanzar el punto del
50 % de la población urbanizada (Davies 2020). Por el contrario, los países en
desarrollo –como señala el autor– estaban registrando un aumento medio anual de
la población urbana del 4,5 %, frente al 2,1 % registrado por nueve países
europeos durante el período de su urbanización más rápida. Si bien los
porcentajes disminuyeron en el período 1970-1975, como también informan Potter
y Lloyd-Evans (1998), en los países en desarrollo aún mantuvieron un ritmo de
2,4 % anual, no muy lejos de la tendencia a duplicar la población en un período
de 25 años. La base histórica de la urbanización reciente en los países en
desarrollo debe completarse con otro hecho, el número absoluto de habitantes
involucrados.
Todavía
en la década de los 90, Gugler, en otro texto clásico
de la literatura sobre urbanización, afirmaba que no solo el Sur se estaba urbanizando
rápidamente, sino que diferentes regiones diferían –según datos de 1992– en los
niveles de urbanización alcanzados hasta el momento (Gugler
1996). En un artículo no tan reciente pero ciertamente seminal, Robinson (2002)
ha cuestionado la idea de que la urbanización en el Sur Global ha tenido lugar
siguiendo una serie de caminos que se originan y dependen de la tendencia y la
influencia establecidas por las ciudades globales.
Analizar
la economía globalizada ofrece más elementos para revelar los procesos
subyacentes y las relaciones de poder cuando se identifican las fuerzas que
impulsan la transformación y se deconstruyen sus elementos. Utilizando esta
lente inspirada en un enfoque de la economía política, muchos académicos han
comenzado a hablar de neoliberalización en lugar de
globalización per se. El neoliberalismo corresponde a una nueva fase de
acumulación capitalista basada en una creencia central: apertura,
competitividad y desregulación permitirán la construcción de mecanismos óptimos
para el desarrollo económico. Brenner y Theodore (2002) identificaron siete
rasgos principales de la revolución neoliberal en su relación con el proceso de
urbanización:
• La
centralidad de la ciudad-región como elemento clave en la escala local-global
de una economía global, con el auge esencial del rasgo de “competitividad
urbana”
• La
característica multiescalar de la gobernanza urbana, considerando que la ciudad
se convierte en el punto de intersección de las políticas supranacionales,
regionales, nacionales y locales
• La
reestructuración de los Gobiernos locales y la introducción de técnicas de
gestión prestadas del sector público, como nuevo paradigma de la gestión
pública .
• El
surgimiento de nuevas formas de gobernar la ciudad con el fomento de una
cultura que valore el emprendimiento como fundamental
• La
reestructuración del mercado de trabajo urbano
• Privatización
y mercantilización de los servicios
La
afirmación triunfal de un mercado para una economía cultural
El
paradigma centrado en los valores y las prácticas socioinstitucionales
de productividad y eficiencia se convierte en el nuevo ethos de la ciudad
latinoamericana, a partir de la década de los 90. Un punto clave aquí es la
comprensión del proyecto político detrás de los conocidos principios económicos
del neoliberalismo, que a veces corren el riesgo de eclipsar la naturaleza real
de tal proyecto. El objetivo central con esto, como lo señala Harvey (2005), es
restaurar el poder de las élites tradicionales y de las clases dominantes,
amenazadas en el período comprendido entre las décadas de los 50 y los 70 por
las reformas del bienestar, por la economía keynesiana y, en América Latina,
por el pensamiento neomarxista y los proyectos
políticos de izquierda.
Las
reconfiguraciones del poder han producido dos cambios importantes en las
ciudades latinoamericanas: a) la reestructuración económica y b) la
reorganización socioespacial. Desde la primera tendencia se considera que la
globalización neoliberal fomenta la concentración de actividades lucrativas
dentro de las ciudades-región, donde las acciones que conducen al crecimiento
económico y las ventajas competitivas se ven favorecidas por la localización.
Tal como lo analiza Moncayo (2002), la tendencia mencionada se traduce en
elecciones que privilegian lugares donde el tamaño del mercado es grande o por
lo menos considerable, existen eslabones altos y bajos de las cadenas globales
de valor, alto acceso a tecnologías, insumos, mano de obra calificada, altos
niveles de inversión pública en infraestructura y estructuras productivas
avanzadas.
La
segunda tendencia puede apreciarse en aquellas formas de reorganización o reconfiguración
espacial, que reflejan la concentración del ingreso en aquellos sectores mejor
vinculados al mercado global. Esto significa unidades residenciales cerradas,
megaproyectos de infraestructura que favorecen los negocios internacionales,
como áreas libres de impuestos o grandes distritos comerciales. En suma, una
reconfiguración de la ciudad en un archipiélago de espacios fragmentados, un
rasgo de la realidad de muchas ciudades latinoamericanas, donde las empresas
transnacionales junto con las élites locales son las ganadoras y los grupos
populares, generalmente, los perdedores; en paralelo pueden caer en el olvido
sus prioridades en términos de mejoramiento de barrios marginales, provisión de
servicios públicos y actividades de generación de ingresos.
Cito
algunos ejemplos de autores y autoras que se han destacado por investigar acerca de
esa segunda tendencia para ofrecer muestras concretas de algunas reflexiones
teóricas. Jiménez-Pacheco, del Urban Living Lab, ha planteado la necesidad de una teoría crítica urbana
en cuanto elemento de esperanza frente a la crisis global, que caracteriza como
una crisis urbana y neoliberal. Aquí el urbanismo deviene en posibilidad,
participación y expresión de un derecho a la ciudad más amplio, basado en el clásico
de Lefebvre (1968), y el neoliberalismo se vuelve una forma opresiva de
alienación de la ciudadanía
a través de dispositivos y
protocolos concretos –acreditados por planes, normativas, políticas, políticos
y grupos de poder– están contribuyendo eficazmente al desarrollo insostenible,
promoviendo espacios de destrucción creativa, gentrificación, injusticia y
desigualdad espacial en todo el planeta (Jiménez Pacheco 2016, 23).
En
el trabajo del geógrafo Salinas-Arreortua, quien ha
investigado ampliamente el fenómeno de la gentrificación neoliberal en varios
países de la región, un punto de interés central son los sistemas y mecanismos
de planeación y regulación del espacio, que se aplican en las obras como parte
de la adopción de elementos neoliberales en la planeación urbana. En su trabajo
sobre la gestión metropolitana en el Valle de México (el área macrometropolitana de Ciudad de México), Salinas-Arreortua (2017) destaca cómo los esfuerzos por construir
gobiernos metropolitanos se han debilitado en el contexto neoliberal, dejando
más expuesta a la ciudadanía y a las comunidades, a través de un mecanismo que
refleja bastante bien lo que se ha planteado en este trabajo, o sea, la
naturaleza funcional de la noción de resiliencia al proyecto neoliberal.
Esta preocupación es evidente en sus
palabras cuando señala que
el tránsito [que opera el
neoliberalismo] va del gerencialismo, que busca la eficiencia en la
distribución de servicios colectivos a todos los ciudadanos, al emprendedorismo, que busca un enfoque estratégico para el
crecimiento económico, amigable con la toma de riesgos, la innovación y
propenso a tomar partido por el sector privado (Salinas-Arreortua
2017, 162).
Sequera
(2020), en su libro titulado Gentrificación, capitalismo ‘cool’,
turismo y control del espacio urbano, ha enfocado el lente en las nuevas clases
medias que, atraídas por fenómenos como la mezcla social, la escena alternativa
o el imaginario de la cultura popular, eligen barrios previamente
desvalorizados convirtiéndolos rápidamente en un producto chic,
a costa de la profundización del deterioro urbano.
En
los últimos años, la turistificación, alimentada por
el crecimiento del capitalismo de plataforma que convierte viviendas en
hoteles, es uno de los mayores desafíos actuales a la hora de repensar la
ciudad, un punto ya bien señalado por Sassen (2014)
en su texto Expulsiones. Finalmente, es un poco difícil desentrañar el efecto
de la globalización neoliberal en la reestructuración del espacio en las
ciudades latinoamericanas, en la medida en que la informalidad, la ilegalidad,
la pobreza y la marginalidad, entre otras características, preexistieron a los
años de las reformas neoliberales.
En
este artículo se recoge un aporte original al amplio debate sobre la relación
entre resiliencia y urbanismo neoliberal (Chandler y Reid 2016). A partir de
una perspectiva sociológica, específicamente una perspectiva abierta al diálogo
con otros campos, en el trabajo se plantean los déficits relacionados con la
trasposición de la noción de resiliencia desde los campos originales de la
biología y de la psicología hacia otras áreas científicas. Se ha convocado, en
sentido metafórico, a un conjunto de tradiciones y de literatura desde
diferentes campos de la producción académica, para mostrar cómo la traducción y
la adaptación del término a las diferentes dimensiones de lo urbano han sido
parcialmente exitosas. Esta operación produce un tremendo impacto institucional
y político, como en el caso de la planeación urbana al homogeneizar y reducir
el alcance de instancia ciudadanas de participación y de aspiración a la
ampliación del derecho a la ciudad, al tiempo que no es realizada con base en
el cuestionamiento de las implicaciones políticas y sociales derivadas de esta
aplicación del concepto.
Más
bien, ante el riesgo y la incertidumbre que se suelen asociar al término
resiliencia cuando se trata de definir exactamente qué es una ciudad resiliente
y de ir más allá de un listado genérico, como el que se cita en el texto desde
la Nueva Agenda Urbana de 2016 , las disciplinas afines, como la planificación,
tienden a apoyarse en las ciencias físicas para encontrar un terreno más firme
y recaen en definiciones y conceptualizaciones que no consiguen recoger a
cabalidad el desafío de conectar la nueva noción de resiliencia con las raíces
políticas y económicas del cambio climático y de otros riesgos, por ejemplo,
aquellos identificados para las ciudades del siglo XXI por los análisis sobre
el nexo agua-energía-alimento, que no son simplemente atribuibles a la
industrialización, sino que tienen responsabilidades diferenciales según los
procesos de colonialidad y marginación de los pueblos
locales (Alimonda 2011; Porter et al. 2020; Schipper et al. 2020). Esta es la primera frontera en
relación con la cual este trabajo representa una invitación a profundizar en la
agenda de investigación.
El
segundo tema, en línea con la teoría urbana crítica, concierne al uso
instrumental de la noción de resiliencia como funcional al proyecto neoliberal.
Aquí también se presenta un aporte y una invitación con relación a los ejes
desarrollados en el texto. La resiliencia, hablando coloquialmente, se ha
convertido en uno de los mantras más utilizados (y abusados) en la literatura
sobre desarrollo. Esta crítica no excluye a muchos de los enfoques sobre
urbanización y cambio ambiental global. ¿Un ejemplo?, el lema “las ciudades son
el problema, pero también la solución”, que ha devenido en elemento típico y
recurrente en contribuciones desde las más diversas latitudes y orígenes
intelectuales sobre los desafíos urbanos en relación con el cambio climático (Simon 2016; Heinrichs et al.
2011; OCDE 2010; Romero-Lankao 2012; Sherbinin, Schiller y Pulsipher
2007; Solecki, Leichenko y
O' Brien 2011).
Desarrollando
los argumentos de la teoría crítica urbana, lo largo de las secciones se ha
argumento que teorizar sobre la transformación urbana sin una discusión
axiológica sobre qué tipo de acción podría ser posible o deseable no es lo
ansiado. Por el contrario, el uso de la noción de resiliencia como concepto
performativo (otra contribución teórica de este trabajo), con su poder de
reducir lo urbano y la construcción de lo urbano a una narrativa hegemonizante y repetitiva, opera de manera casi violenta
sobre nuestra capacidad de comprender las varias facetas de la transformación
urbana a partir de lecturas que valoren la complejidad y no se reduzcan a
nociones como resiliencia o sostenibilidad. Tales actitudes sofocan cualquier
anhelo a la pluralidad de significados de lo urbano y de lo que podría
significar la implicación de los sistemas urbanos en un proceso de cambio
transformador (Allen, Lampis y Swilling
2015).
Esta
investigación se realizó con el apoyo financiero de la Fundação
de Amparo à Pesquisa do Estado de São Paulo (FAPESP), beca no. 2018/17626-3.
Agradezco a los doctores Pascale Metzger y Jérémy
Roberts por la literatura que me compartieron para realizar este artículo.
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Notas
[i] En Mendeley, por ejemplo, la palabra clave
“critical urban theory” produjo 4880 ítems en revistas indexadas (journals, ya
que se partió de la búsqueda en inglés), 524 libros y 723 tesis. Tales
resultados son numéricamente comparables
con los obtenidos a partir de los términos mencionados en el texto principal.
Por esa razón, en este artículo, cuya finalidad no es bibliométrica, el uso de
este tipo de método resulta complementario, pues se trata principalmente de una
contribución teórica, fundamentada en la experiencia docente e investigativa a
lo largo de casi treinta años.
[ii] Para más información,
visite https://www.rockefellerfoundation.org/100-resilient-cities/
[iii] El trabajo original de Davies se publica en el Scientific American en 1965.