Temas
Entre la familia y el mercado: pobreza
femenina en un programa de asistencia social en Chile
Between family
and market: Poverty among women in a social welfare program in Chile
Dra. Claudia Calquin-Donoso.
Docente. Escuela de Psicología, Universidad de Santiago de Chile.
(claudia.calquin@usach.cl) (https://orcid.org/0000-0002-4420-5927)
Mgtr. Rodrigo Guerra-Arrau. Doctorando.
Universidad de Santiago de Chile.
(rguerraa@docente.uss.cl)
(https://orcid.org/0000-0002-0573-6194)
Recibido:
19/05/2022 • Revisado:04/07/2022
Aceptado:
16/09/2022 • Publicado: 01/01/2023
Cómo
citar este artículo: Calquin-Donoso,
Claudia, y Rodrigo Guerra-Arrau. 2023. “Entre la familia y el mercado: pobreza femenina
en un programa de asistencia social en Chile”. Íconos. Revista de Ciencias
Sociales 75: 181-200. https://doi.org/10.17141/iconos.75.2023.5528
En
este texto se presentan los resultados de una investigación cualitativa y
documental, que tuvo como propósito indagar acerca de las denominadas
problematizaciones sobre la pobreza en un corpus discursivo del programa
gubernamental de asistencia Chile Seguridades y Oportunidades. Se trazaron los
modos en que la pobreza se construye en cuanto problema de gobierno. Se
recolectó y analizó un corpus natural elaborado en el marco de la creación de
esta política pública, compuesto por el programa de gobierno, los mensajes
presidenciales y las discusiones de senadores y diputados. Los resultados
indican que la problematización de la pobreza se construye mediante un discurso
en el que se articulan la retórica empresarial y la conservadora; así el
problema no radica en el modelo económico, sino en la dependencia que tienen
los sujetos del Estado y, en el caso específico de las mujeres, en una crisis
de los valores y de la familia. ¿La consecuencia lógica?: la propuesta de un
sujeto emprendedor habilitado por el Estado para habitar las “fuerzas de la
libertad” empresarial, a través de una serie de técnicas individualizantes como
el emprendimiento. Se concluye que la producción de una tecnología de gobierno
basada en el cruce de un férreo neoliberalismo y un nuevo conservadurismo
social reproduce la clásica división sexual del trabajo en un esquema
empresarial.
Descriptores:
discurso; género, pobreza; problematización; sistemas de protección social;
transferencias monetarias condicionadas.
This study presents the results of
qualitative and documentary
research that aimed to explore the so-called problematization
of poverty in the discursive corpus of the Chilean government
welfare program Seguridades
y Oportunidades. Modes in which poverty is
constituted as a problem of governance were
traced. A corpus that was elaborated by the government
in the frame
of the creation
of this public
policy was collected and analyzed, including presidential messages and debates among senators and deputies. The results indicate
that the problematization of poverty is constituted
through a discourse in which business rhetoric and conservative rhetoric
articulate; thus, the problem is
not rooted in the economic model
but rather in the dependence of subjects on
the state and, in the specific case of women, in the
crisis of values and the family. What
is the logical
consequence? The proposal for an
entrepreneurial subject enabled by the
state to inhabit the entrepreneurial
“forces of liberty” through a series of individualizing techniques like entrepreneurialism. It is concluded that
the production of a government technology based on the cross
of a fierce neoliberalism and a new social conservatism
reproduces the classic
sexual division of labor within an entrepreneurial
scheme.
Keywords: discourse;
gender; poverty; problematization; systems of social protection; conditional monetary transfers.
A
pesar de que Chile ha mostrado una reducción general de la pobreza en los
últimos 30 años, su feminización no ha dejado de incrementarse en magnitud e
incidencia, cuestión que se ha agudizado tras la pandemia por la covid-19. Así
lo demostró la última encuesta Casen, en la cual se señala que, actualmente, un
54,8 % de la población en condiciones de extrema pobreza son mujeres (Ministerio
de Desarrollo Social 2020). Esta feminización progresiva de la pobreza ha
coincidido con la implementación, por parte de los Gobiernos postdictatoriales, de políticas públicas de corte
neoliberal y residual, basadas en estrategias de focalización de la asistencia
social en individuos que no pueden proveerse de insumos básicos, y en las que
las mujeres aparecen invariablemente como sujetos vulnerables y objetos
privilegiados de la acción estatal.
En
el año 2012, durante el primer gobierno de Sebastián Piñera (2010-2014)
–mandatario de derecha elegido después de 20 años de gobiernos de centro-izquierda– se comienza a implementar el programa
estatal Chile Seguridades y Oportunidades –en adelante, CSO–. El programa es
una política pública que comprende una red de servicios y transferencias
condicionadas e incondicionadas que buscan promover “la superación de la
pobreza extrema y las vulnerabilidades sociales”, a través del acompañamiento
social, de la facilitación del acceso a servicios y de las transferencias
monetarias dirigidas a mujeres vulnerables y jefas de hogar (Gobierno de Chile
2021).
Si
bien los últimos años han aumentado los estudios sobre políticas públicas, son
aún escasos los abordajes que atienden a esta política y, desde el punto de
vista analítico, a la función “productiva” de las políticas de asistencia a las
personas pobres en la forma de transferencias monetarias condicionadas (TMC).
Dicho de otro modo, todavía son limitadas las investigaciones sobre la
capacidad no solo de dar respuesta al problema identificado, sino de producir
los objetos que gobierna, sus modos de aparición y sus formas de intervención.
Situados
en este caso, el objetivo de este artículo es trazar los modos en que la
pobreza femenina se construye como problema de gobierno, es decir, rastrear los
procesos, supuestos y efectos de formas particulares de su problematización, a
partir de los cuales se fragua legal y técnicamente el CSO. En particular, y
siguiendo el enfoque de la problematización de las políticas públicas de Carol Bacchi (1999, 2012; Bacchi y
Goodwin 2016) indagamos en el surgimiento de esta política desde una mirada
crítico-discursiva, con la que se asume que los abordajes gubernamentales no
actúan frente a un “problema” dado y preexistente, sino que son formadores de
los objetos a quienes se dirige la acción estatal –particularmente, de la
categoría “mujer vulnerable”–. Esta propiedad performativa de la política
pública no significa que la pobreza y el sujeto pobre no existan en sí mismos,
pero advierte que las políticas públicas forman o “amasan” la pobreza hasta
convertirla en algo objetivable (Ramos 2016) y son un código de desciframiento
que, sostenido por el saber y validado por la autoridad, bautizan y jerarquizan
la dispersión y heterogeneidad de las vidas de aquellos catalogados como
sujetos pobres.
En
esta línea, las políticas sociales como mecanismo privilegiado para superar la pobreza, no solo buscarían resolver un problema preformado y
bajo un esquema exclusivamente técnico, sino que expresan y construyen, de
forma simultánea, “los modos de vida y las condiciones de reproducción de la
vida de una sociedad, que en las sociedades de clase son siempre diferenciales
para los distintos grupos sociales” (Danani 2004
citado en Hintze 2006, 102). Se trata de indagar en
las formas complejas en que la pobreza se produce en su calidad de problema del
Estado y objeto epistémico (Ramos 2016).
Con
estos resultados, intentamos aportar a los estudios discursivos sobre la
pobreza (Vasilachis de Gialdino
2003) entregando insumos para generar reflexiones críticas acerca del papel
formador de realidades de las políticas públicas y su función, tanto en la
reproducción como en la transformación del orden social y de género. Lo hacemos
en un contexto actual, local y global: el de la crisis social generada por la
aparición de la covid-19, que develó las profundas desigualdades sociales que
no pueden desligarse de las incompletas y problemáticas formas de sostén estatal
para paliar las crisis y la desprotección social.
Las políticas
públicas se desarrollaron en el siglo XX al amparo de la profesionalización y
tecnificación de la intervención en el campo de “lo social”, de acuerdo con
Castel (1986), en cuanto alternativa a
la generalización del mercado como fórmula de gobierno. Desde el punto de vista
de su análisis, las políticas sociales tradicionalmente se han considerado
meras respuestas técnicas a los cada vez más diversos problemas que aquejaban a
las sociedades industriales (Goodin, Rein y Moran 2006; Schuster y Fortunato 2015).
Frente
a esta visión tradicional, y considerando los impactos del posestructuralismo
tanto en las ciencias sociales como en los enfoques de gobernanza pública (Bacchi y Goodwin 2016), el punto de vista sobre las
políticas estatales cambia de naturaleza. Con una marcada herencia de la
arqueología del saber, planteada por de Michel Foucault (1999), la cuestión de
la problematización de algún aspecto de la vida social puede ser leída a partir
de lo que este denomina como regímenes de veridicción, es decir, los marcos discursivos a partir de
los cuales se configuran modos de objetivación y subjetivación que pueden
referirse como verdaderos. Se trataría no del descubrimiento de una verdad o de
cosas verdaderas, sino de un conjunto de reglas del cual depende la
delimitación de lo verdadero y lo falso (Foucault 1999).
Nuestro enfoque,
por tanto, es que las políticas públicas, lejos de actuar sobre una realidad
preexistente y totalmente conformada, modulan y performan
las realidades de acuerdo con diversos objetivos del gobierno de las
poblaciones. Esto haría que se ponga en primer plano no las pretendidas soluciones
a aflicciones colectivas que se brindan desde el aparato público, sino a las
mismas problematizaciones sobre las cuales
aquellas se basan. Como señala la politóloga canadiense Carol Bacchi (1999), problematizar las políticas públicas
conlleva prácticas gubernamentales que producen “sujetos”, “objetos” y
“lugares”. En ese sentido, su análisis implica cuestiones tales como la
definición del problema y sus efectos pragmáticos, sus supuestos, su genealogía
y el contexto político-discusivo de su formulación, lo que queda sin
problematizarse y a quiénes se beneficia con dicha problematización (Chao 2019;
Bacchi 1999, 2012; Bacchi y
Goodwin 2016).
En Chile, la
coalición de centroizquierda que asumió el Gobierno tras la dictadura en la
década de los 90 del siglo XX desplegó una serie de políticas para abordar la
pobreza extrema y lo que se empezó a identificar de modo creciente como
población de riesgo o “vulnerable”. Estas políticas evidencian continuidades y
rupturas respecto a las formas asistenciales más tradicionales de tratamiento
de la pobreza desde la emergencia del Estado social chileno en la década de los
20 (Dingemans 2011; Garretón 2014; Rovira 2016;
Solimano 2018; Rojas 2019).
En
términos generales, desde los años 90, en un contexto regional de “corrección”
de las políticas de ajuste neoliberal más extremas aplicadas durante la década
anterior, la llamada “lucha contra la pobreza”, junto con la profundización del
carácter residual de la acción estatal, consolidó un giro desde las políticas
de cobertura universal hacia las focalizadas a la vez que impulsó la figura del
“emprendimiento” no solo como estrategia de intervención de “salida de la pobreza”,
sino como nuevo modelo de sujeto social (Serrano y Fernández 2018; Rojas 2019).
Estas medidas, aunque bajo el modelo de un “neoliberalismo reformado”, ya eran
reconocibles en los postulados de diversas fundaciones o corporaciones de tipo think tanks
libertarias, que proliferaron en la esfera pública ya a partir de los años 80
(Garate 2016). Asimismo, este marco neoliberal se dio en un contexto
sociocultural conservador, sobre todo, en cuestiones de género, evidente, por
ejemplo, en la continua reducción de los derechos sexuales y reproductivos
femeninos, cuyo hito es la promulgación de la ley antiaborto en 1989 (Schild 2016; Rojas 2019).
A partir del
primer gobierno de Michel Bachelet (2006-2010), este modelo híbrido de Estado
social residual-extendido (Garretón 2012; Solimano 2018) se fue reconfigurando
hacia la creación de sistemas integrales de protección social con carácter de
garantía de derechos, cuyo primer hito fue la creación del Subsistema de
Protección Social Chile Crece Contigo, en 2009. No obstante, la matriz
neoliberal y no distributiva siguió siendo clave para su implementación, ya
que, por un lado, se amplió la focalización como mecanismo central de acceso a
beneficios sociales para aquellos individuos que no pueden proveerse de los
servicios de protección social en el mercado, y, por otro, se incorporaron
intervenciones altamente individualizadas bajo el esquema de la clásica
división sexual del trabajo (Calquin y Guerra 2018,
2022); finalmente, aumentaron y se asumieron como política de Estado los
programas de transferencias condicionadas (PTC), poniendo un fuerte énfasis en
el cumplimiento de ciertos compromisos y acciones por parte de las receptoras
de la transferencias.[i]
Con
un sistema de protección social implementado y luego de casi dos décadas de
mandatos de centroizquierda, en 2010 asume un Gobierno de centroderecha,
liderado por Sebastián Piñera, quien remite el proyecto de ley que crea el
subsistema CSO. En tal subsistema se articulan programas y prestaciones
acoplados al sistema general de protección social chileno. El CSO inició
formalmente en 2013 y reemplazó el programa Chile Solidario impulsado por el
presidente Lagos en 2002. Se propone como alternativa de política social para
superar los aspectos más débiles del Chile Solidario, 185 en especial, en lo que respecta
a la generación de empleos e ingresos. Se define como una política
intersectorial del sistema chileno de protección social, comandado por el
Ministerio de Desarrollo Social creado en 2012 –Ministerio de Desarrollo Social
y de la Familia en 2022–, bajo un modelo descentralizado aplicado a través de
los Gobiernos locales, y que comprende cuatro programas, una serie de bonos y
acceso preferente a prestaciones públicas (Gobierno de Chile 2021; Vargas,
Cueva y Medellín 2017).
La
novedad que trajo CSO en comparación con Chile Solidario fue la introducción de
un sistema de transferencias monetarias condicionadas al cumplimiento de
diversas metas, por ejemplo, el control niño sano y la graduación de cuarto año
de educación media. Estas se combinan con prestaciones no condicionadas puestas
como un piso mínimo de “dignidad” para personas en situación de pobreza
extrema. Se implementan junto con programas que fortalecen la capacidad de
generación de ingresos de las familias a través de la inserción laboral –fuertemente
basada en capacitación laboral– o el microemprendimiento y en mecanismos para
que la intervención se adapte a las necesidades de las diferentes familias
(Gobierno de Chile 2021; Larrañaga, Contreras y Cabezas 2014).
Se efectuó una investigación
cualitativa de corte discursivo y documental (Potter 1998), que tuvo por objeto
reconstruir la problematización de la pobreza y del sujeto femenino pobre en el
contexto social y legal de la promulgación de la Ley 20.595 que dio origen a
CSO. Pensamos que esta opción metodológica es compatible con la comprensión
performativa de la política pública que hemos tomado, pues nos aleja de una
concepción representacionista de la práctica social,
pero al mismo tiempo pone de relieve el papel que tiene el poder en la
configuración de una problematización.
Para
reconstruir el proceso de promulgación de esta política pública desde el
enfoque de problematización, se recolectó un corpus ya constituido o “natural”
con base en un muestreo teórico (Ruiz-Olabuénaga
2003), buscando textos que fueron elaborados en el marco de discusión de la ley
que crea el sistema estudiado. El corpus comprende dos grandes conjuntos. En
primer lugar, recolectamos textos referidos al trámite parlamentario de la Ley
20.595. Estos incluyeron tanto el proyecto original de ley, emanado desde
presidencia, como una muestra de algunas de las discusiones ocurridas tanto en
comisiones especializadas, como en sala del congreso, que, para el caso de esta
ley, consistió en un proceso de discusión en las cámaras de diputados y
senadores, más uno en una instancia mixta de periodo temporal que abarcó desde
agosto de 2011 hasta la publicación de la ley en el Diario Oficial el 17 de
mayo de 2012. Estos textos fueron denominados subcorpus
L.
En segundo lugar, recolectamos textos en los
cuales el hablante fuese Sebastián Piñera, tanto como candidato cuanto como
presidente electo de la república. Dentro de este subcorpus,
consideramos el programa de su primer gobierno y sus discursos presidenciales
ante el congreso nacional –“mensajes del 21 de mayo”– de los años 2010, 2011 y
2012. Se confeccionó este corpus pues nos brindó elementos de juicio no solo
del contexto de la promulgación de la ley, sino de las fuentes ideológicas que
nutrieron las discusiones en el parlamento. A este se le denominó subcorpus P.
Cabe
destacar que entendemos por fuentes ideológicas, en el sentido de Žižek (2003), a una red de prácticas lingüísticas, que, más
que definirse por su “falsedad” desde una visión ilustrada tradicional, lo hace
por sus efectos pragmáticos, es decir, por corresponder a un conjunto de
enunciados que movilizan relaciones de poder y que pueden implicar, en el
ámbito empírico, afirmaciones verdaderas, falsas o inexactas. En ese sentido,
la inclusión de los discursos presidenciales permitió articular a las
sentencias técnico-políticas de la discusión parlamentaria abocada a la
especificidad de la ley, posicionamientos políticos o morales más amplios,
expresados como actos de habla apelativos dirigidos ya sea a un destinatario
genérico, como “la nación” o a opositores políticos.
Todo
el material del corpus fue recolectado en sitios de internet de dominio
público. Los textos referidos a trámite de la ley fueron recolectados de los
archivos del congreso nacional, en específico, de la Historia de la Ley 20.595;
mientras que los mensajes presidenciales se encontraron disponibles en el
archivo digital del Congreso Nacional de Chile y el programa de gobierno. A
nivel analítico, se procedió a realizar un primer análisis de contenido de
corte temático (Ruiz-Olabuénaga 2003), con el fin de
sintetizar el material mediante una reducción por temas guiados por los
criterios generales de las preguntas del método WPR. En seguida, tras sucesivas
lecturas del material, se fueron identificando tanto los elementos discursivos
que referían a la construcción del problema, sus supuestos, efectos y aquellos
tópicos que quedaba invisibilizados en las preguntas 1, 2, 4 y 5, como a los
elementos de contexto y de función social de los discursos (preguntas 3 y 6).
Para apoyar el
análisis propiamente discursivo, se recurrió a un set variado y abierto de
herramientas analíticas. Entre las principales, se incluyeron la identificación
de metáforas (Lakoff y Johnson 2004), de implicaturas, es decir, de los
supuestos desde donde se habla (Greimas 1987) y los
recursos de factualización o de “objetivación”
(Potter 1998), presentes en los textos que recogen tanto los discursos
presidenciales como la discusión legislativa.
A continuación,
presentaremos los principales resultados de nuestro estudio, ordenándolos en
tres ejes analíticos. En el primero nos referimos al contexto genealógico de la
problematización contenida en la discusión de este proyecto de ley; en el
segundo, a la problematización propiamente, que expresa las principales
construcciones discursivas sobre el objeto pobreza; en el tercero, al efecto
principal de la problematización, que es la performatividad de un sujeto pobre
femenino y del Estado en relación con este.
Al analizar los
textos presidenciales y los de las discusiones sobre la ley del ingreso ético,
se observa que las argumentaciones y objetos del discurso construidos en torno
a la pobreza versan sobre el giro administrativo que supuso la llegada de la
coalición gobernante de centro-derecha tras el mandato
de la Concertación de Partidos por la Democracia –coalición de centroizquierda
que había asumido el gobierno tras el fin de la dictadura cívico-militar de
Pinochet, en marzo de 1990–. La nueva administración que se instaló en el
Palacio de la Moneda a partir de 2010 sintetizó el espíritu que quería
transmitir a la gestión estatal bajo el lema de “la nueva forma de gobernar”.
Esta coalición buscó distanciarse tanto de la Concertación como de su pasado
ligado a la dictadura cívico-militar (Schuster y Morales 2015); también procuró
instalar “nuevos” significados para abordar la política pública desde un argot
experto y a la vez empresarial. Repárese en el siguiente extracto sacado del
programa presidencial de Piñera:
Por eso Chile necesita un cambio. Y
mucho más que eso, necesitamos un verdadero renacimiento que nos libere de este
estado de letargo que parece invadirnos, y que, al contrario, desate las
fuerzas de la libertad, la innovación, la creatividad y el emprendimiento,
ubicándonos nuevamente en la ruta del crecimiento y la prosperidad (Piñera
2009, 5).
Estructuralmente, el discurso divide greimasianamente el campo social a través de una serie de metáforas: entre el letargo –asociándolo implícitamente a la coalición anterior– frente a un renacer, asociado a “desatar” prácticas ligadas a un ethos empresarial, vistas como elementos cuasinaturales (“fuerzas”). Esta expresión de permitir que se libere lo que estaba atado u oculto –las fuerzas de la libertad, innovación y emprendimiento– será importante también para identificar el carácter del proyecto de ley de ingreso ético, propuesto en septiembre de 2011. Analicemos ahora esta cita extraída de la presentación presidencial de la ley en la cámara de diputados:
Vale la pena preguntarnos por qué
un país como Chile, que goza hoy del producto per cápita más alto de América
Latina, que tiene un territorio extenso, fértil y rico en recursos naturales,
que ha logrado consolidar su democracia y Estado de derecho, y que no ha tenido
guerras ni conflictos religiosos o étnicos como los que han asolado a otras
naciones, no ha podido superar este flagelo [pobreza].
[…]
Sin duda, las
respuestas posibles a esta interrogante son múltiples y variadas. Entre ellas
están las bajas tasas de crecimiento económico durante la última década, la
escasez de buenos puestos de trabajos especialmente para mujeres y jóvenes; la
falta de acceso a educación preescolar y la mala calidad de la enseñanza que se
imparte en muchas de nuestras escuelas y liceos; la ausencia de una verdadera
cultura de emprendimiento e innovación; la escasa capacitación de nuestra
fuerza laboral y la disolución progresiva de la familia. Cada una de ellas está
siendo enfrentada con mucha decisión por parte de nuestro gobierno (Proyecto
Original de Ley [Primer Trámite Legislativo] 2011, 3-4).
Aquí
se observan los presupuestos de la problematización que se hace sobre la
pobreza y el sujeto pobre. La “nueva forma de gobernar” se especifica en sus
distancias y cercanías con la “antigua” forma de gobierno. En el primer párrafo
citado, vemos que la coalición entrante se enriela dentro de un relato nacional
de progreso y desarrollo, extrañando el problema de la pobreza a pesar de estos
buenos indicadores (país sin conflictos –aparentes– y con un alto PIB). Las
respuestas que se ensayan en el segundo párrafo aluden exclusivamente a
aquellas condiciones más contextuales que estaban al arbitrio de la coalición que
gobernó durante las dos décadas anteriores a la elección.
Nuevamente,
este diagnóstico resuena con el estado de letargo ya aludido, pues se enuncian
desde una grilla liberal, que se confunde con la acción que ahora debería tener
el gobierno. Acá se expresa la amalgama entre discurso empresarial y
conservador, pues ancla las causas de los problemas que aquejan a la sociedad
chilena –la falta de oportunidades de trabajo, capacitación, mala calidad de la
educación, entre otros–, a un discurso enrarecido, alarmista y cargado de
connotaciones morales como es la disolución de la familia. En otros lugares del
texto también se señala que esto se debería, entre otros factores, precisamente
a la falta de trabajo. Esta doble condición de los “problemas” que aquejan a
las mujeres serán, como veremos, claves para su apelación como sujeto de la
nueva política pública.
De
este modo, las condiciones de problematización se erigen desde una configuración
discursiva de ruptura que reposiciona un ethos empresarial. Al mismo
tiempo, invisibiliza cómo la propia lógica empresarial ya era parte de las
causas de aquello de lo cual la nueva forma de gobernar se pretendería
desprender y se reenmarca en relación con un discurso
de tipo tradicional y familiarista.
La nueva forma de
gobernar se traduce en una “nueva” problematización de la pobreza en Chile, o
al menos una nueva, retóricamente hablando, frente a una política que desde el
discurso se describe como “antigua”. De este modo, el ingreso ético se presenta
como una política moderna e incluso “revolucionaria”. Así afirma Piñera en una
de las alocuciones de presentación de la ley:
Se argumenta que el proyecto
expresa una política social moderna e inédita en nuestro país y que no se trata
de un bono ni de una ayuda transitoria. Que sería mucho más que eso. Sería un
instrumento de promoción y ascenso social, porque establece verdaderas alianzas
estratégicas entre las familias que viven en la pobreza o mayor vulnerabilidad,
por una parte, y la sociedad chilena representada por el Estado, por la otra,
acuerdo que, como todo pacto, contempla derechos y obligaciones para ambas
partes (Proyecto Original de Ley [Primer Trámite Legislativo] 2011, 4).
El armazón
político social de esta nueva problematización se teje en diversas
implicaturas. Lo “moderno” e “inédito” se asocia a una forma de promover
ascenso social, en que el foco está puesto en la situación del individuo y su
grupo familiar. Asimismo, el abordaje “asistencialista” atribuido al gobierno
anterior, habría posicionado a las personas pobres en un estado de dependencia
que les impediría “salir” de la pobreza de un modo sostenible a través del
trabajo y el emprendimiento, cumpliendo la promesa de la nueva administración
presidencial de “desatar las fuerzas de la libertad”. Veamos esta lógica en el
mensaje presidencial ante el congreso pleno de mayo del 2011.[ii]
Para alcanzar esta meta será
fundamental complementar las políticas sociales de transferencias puras con
políticas habilitadoras, de forma de ir preparando a los sectores más
desvalidos para que por sí mismos puedan ir saliendo de la pobreza. Se
requerirá, entonces, cambiar la forma como el Estado provee (Mensaje
presidencial 2011, 11).
Entre
estas nuevas formas, hay que apuntar que el programa de gobierno consideró un
nuevo rol para el Estado: incentivar y aumentar el “acceso de personas y
empresas a los servicios financieros” (Piñera 2009, 24) y que se indica como
una forma de profundizar el mercado de capitales. Esto trae como corolario la
creación de un Sernac financiero, incorporando una
serie de derechos de consumidor en materia financiera. De ahí que el
emprendimiento, como medio y objetivo de la política del futuro CSO, no se
puede desligar del endeudamiento como objetivo y estrategia de gobierno de la
sociedad en general, provocando un deslizamiento que va desde la conformación
de un sujeto político –ciudadano– e inclusive productivo –trabajador– a un
sujeto financiero, dispuesto 190 a arriesgar y aprovechar todas las
oportunidades que se le presentan.[iii]
Es
ahí donde se haya el corazón, por un lado, de la crítica al asistencialismo de
los gobiernos anteriores y la articulación que esta política propone en su
nominación entre seguridad –el piso mínimo de dignidad– y oportunidad. Como
alerta Bröckling (2015), la acción emprendedora es
una actividad económica, pero no toda actividad económica es a su vez emprendedora.
Para este autor, la generalización de la función empresarial corresponde con la
generalización del mercado como medio de integración social. Ya no se trata
solo de una mano invisible, sino de un vuelco “activista” que requiere de la
“iniciativa y de la incesante disposición al riesgo” (Bröckling
2015, 125) de los sujetos; un homo agens
que se nutre de un impulso a la independencia y la acción. Son los empresarios,
de acuerdo con este modelo antropológico, quienes llevan a cabo y lideran el
“desarrollo” y el crecimiento económico.
En términos de los
supuestos de la problematización, es interesante anotar cómo emerge este
significante “desarrollo” en los textos analizados, bajo una implicatura que desproblematiza y torna evidente la bondad intrínseca y el
sentido de aquel. A nivel discursivo esto aparece como un ejercicio de ontologización (Potter 1998), el cual consiste en
posicionar el desarrollo como un objeto con cualidades cuasi tangibles, de modo
que aparece como un objeto, que puede “verse”, “llevarse” o incluso
“extenderse” a los pobres:
Señor presidente,
estamos frente a un gran proyecto. Se dice que somos un país en vías de
desarrollo, un país que crece, pero al ver las cifras nos damos cuenta de que
no hemos sido capaces de que ese desarrollo llegue a todas las familias.
Estamos todos de
acuerdo en que es importante ayudar a las familias que más lo necesitan.
También lo es que miles de chilenos postergados se integren a ese desarrollo
que a diario vemos en la televisión, con grandes carreteras, con autopistas,
nuevos edificios, millonarias inversiones, etcétera. Lamentablemente, son
millones los chilenos que están al margen de esa realidad que muestran las
películas y la televisión (Proyecto Original de Ley [Primer Trámite
Legislativo] 2011, 21).
Incluso,
la facticidad del desarrollo no se ve cuestionada por la existencia misma de la
pobreza y de la pobreza extrema; es llamativo que, en el párrafo anterior, se
apele a la televisión –es decir, a una imagen– para graficar la realidad del
desarrollo. Ello hace que la pobreza misma se conciba como un fenómeno en
cierto punto exógeno al desarrollo, como si fuese una anomalía frente a este, tal
como da a entender un senador de oposición durante una de las discusiones del
proyecto de ley en sala: “¡Cómo es posible que, pese al actual nivel de
desarrollo del país, todavía haya niños que no reciban dos mil calorías al día
para alimentarse, sobrevivir o vivir dignamente!” (Senado 2012, 14).
Dentro de las
claves de la performatividad de las políticas públicas, está el sujeto que
estas postulan allí donde dicen solo describirlo (Bacchi
1999). En esos términos, durante la discusión parlamentaria del ingreso
ético/CSO, emerge un discurso que podríamos denominar de “develamiento” de un
sujeto pobre hasta entonces oculto de la mirada de la política pública, ello a
través de dos estrategias discursivas contrapuestas. Al respecto, reparemos en
dos momentos de la discusión en ambas cámaras. En primer lugar, un extracto de
la presentación presidencial del proyecto de la ley CSO ante la cámara baja en
agosto de 2011. En dicho texto, después de referir que la encuesta Casen del
2009 arrojó que el 15,1 % de la población –unos 2,6 millones de personas– vivía
en situación de pobreza, se acota lo siguiente:
Detrás
de cada una de esas cifras, para algunos frías y distantes, se encuentran los
rostros desconsolados, los sueños incumplidos y las esperanzas frustradas de
millones de compatriotas, hombres y mujeres, niños y adultos, del campo y la
ciudad, que por el hecho de ser pobres quedan no solo privados de acceder a
muchos bienes fundamentales para su desarrollo material y espiritual sino, peor
aún, terminan concentrando la mayor parte de los males sociales (Proyecto
Original de Ley [Primer Trámite Legislativo] 2011, 3).
De igual forma, un senador, ahora de oposición, en su
respectiva sesión de discusión en sala, refiere este punto casi en los mismos
términos:
Las cifras que nos entregaron
indican que 24 % de la población de entre 0 y 3 años está en situación de pobreza
y que 48 % de todos los hogares donde se vive bajo la línea de la pobreza
–prácticamente la mitad– tienen como jefa a una mujer. Por eso señalo que la
pobreza tiene rostro de niño y rostro de mujer. Y eso explica por qué el
énfasis del proyecto de ley sobre el ingreso ético familiar se ha puesto,
básicamente, en esta última (Proyecto Original de Ley [Primer Trámite
Legislativo] 2011, 4).
Desde un punto de
vista discursivo, aquí se introduce un recurso de factualización
(Potter 1998) para denominar al sujeto pobre, primero con base en un momento objetivante a través de su señalamiento en cifras, para
luego referir a un elemento cualitativo o “humano”, bajo retóricas que buscan
precisamente tomar distancia discursiva frente a lo señalado (Wodak y Ferreiro 2013). De ambas estrategias, podemos
colegir que, por un lado, los hablantes pretenderían sustentar la propia
posición y el conocimiento a través de los guarismos, es decir, crear
objetivaciones, mientras que la apelación a “los rostros tras la pobreza, o el
ir más allá de las cifras” –gesto que, nuevamente, replica la expresión de
“desatar” las fuerzas de la libertad– marca otro corte respecto al manejo de la
pobreza durante el periodo anterior, el cual habría llevado a cabo un abordaje
ineficiente, como ya señalamos, no solo por basarse en el asistencialismo, sino
también por mostrar una actitud distante y homogeneizadora de las personas
pobres, sin reparar en sus historias y características particulares. Esta
estrategia de factualización de un nuevo sujeto
pobre, si bien refiere a diversos grupos de individuos, como niños y ancianos,
se enfoca particularmente en las mujeres.
Quiero destacar cómo el proyecto
reconoce el papel central de la mujer en la superación de la pobreza. Todos los
estudios señalan el rol fundamental que desempeña la mujer cuando se trata del
hogar o de los hijos. ¿Por qué? Porque somos las mujeres las que priorizamos
siempre a nuestros hijos y a nuestra casa, incluso, antes que a nosotras
mismas. Es primera vez que una política pública reconoce ese rol tan importante
y fundamental (Cámara de Diputados 2012a, 18).
Por eso señalo que la pobreza tiene
rostro de niño y rostro de mujer. Y eso explica por qué el énfasis del proyecto
de ley sobre el ingreso ético familiar se ha puesto, básicamente, en esta
última, especialmente en su capacidad de obtener empleo y de preservarlo a
través de una capacitación continua y permanente (Senado 2012, 4).
Las
citas expresan un modelo de reconocimiento de la especificidad de las mujeres y
bajo el cual emergen como sujetos de derecho y de particular interés para esta
política: encargadas exclusivas del desarrollo de la familia, agente de
“autosacrificio”, y cuya empleabilidad se establece como un rasgo del sujeto
potenciable a través de la capacitación. Esos roles asignados constituyen algo
más que descripciones, se trata más bien de demandas del Estado hacia las
mujeres, es decir, estamos hablando de actos de habla, siguiendo a Austin
(1992), prescriptivos escasamente problematizados.
Es
importante destacar que estas representaciones de género tienen el poder de
constituir materialidades precisas sobre la pobreza, en tanto el proyecto
consideró la entrega de tres tipos de transferencias monetarias condicionadas y
no condicionadas –llamadas “bonos” en el habla chilena–, cuyas nominaciones son
bastantes sugerentes en relación con estos ideales normativos (Caro 2009) que
se imponen sobre las mujeres beneficiarias. El primero de ellos corresponde al
bono de dignidad: que contempla transferencias no condicionadas a todas las
personas que se encuentren en situación de extrema pobreza; el segundo es el
bono por deberes, que comprende transferencias condicionadas para familias en
situación de extrema pobreza cuyos hijos se encuentren con sus controles de
salud al día y cumplan con la asistencia escolar; por el tercero es el bono de
logros, que prevé transferencias condicionadas que “premian” el 193 rendimiento escolar y el
trabajo de la mujer.
Se aprecia, por lo
tanto, una subjetivación de la pobreza cuya superación se ubica de forma
dramática, en los sistemas de cuidados familiares y en las mujeres. Esto
muestra el fuerte maternalismo político, al decir de Nari (2005), presente en la política social chilena, el
cual, según esta autora, crea una identidad entre mujer-madre que sirve a las
mujeres, como condición para el acceso a los derechos y al Estado, como
condición para la misma superación de la pobreza. Así se connota en el
siguiente párrafo:
Cuando
uno entra a un barrio humilde, lamentablemente aprecia dos tipos de familias
pobres: una, afectada por el flagelo del alcohol o de la droga, que es un
escenario bastante difícil y complicado de manejar, y, otra, la que conforma
hogares que, siendo humildes, están calefaccionados, donde los niños están
estudiando y donde la mamá y el papá se preocupan y tienen objetivos y
aspiraciones para ellos. Es en esos casos donde el Estado debe hacerse parte;
es ahí donde el Estado no solo debe regalarle “pescados a la gente, sino que
también enseñarle a pescar” (Cámara de Diputados 2012b, 15).
Como puede
apreciarse, bajo retóricas diversas, esta construcción de sujeto corresponde a
la tradicional diferenciación conservadora de “tipos de pobres”, unos “pasivos”
y otros “activos”; estos últimos, naturalmente, son quienes merecerían el apoyo
estatal, ello traducido en términos de inyectar insumos bajo un principio tanto
moral como de costo/eficacia. Acá se adelanta que el sujeto pobre femenino
interpelado/ descubierto ahora debe establecer un nuevo tipo de relación con el
Estado, tal como se revela en esta última cita:
Uno
de los caminos es decirles a las personas que viven en extrema pobreza que el
Estado les va a entregar los recursos sin ningún compromiso de su parte en cuanto
a cumplir ciertas metas y objetivos que se encuentran al alcance de la mano, en
la medida que se exija un mínimo de sentido de responsabilidad. Una cosa es ser
una persona humilde, pobre, que vive en extrema pobreza, y otra es ser una
persona sin capacidad de tener conciencia de que ella debe colaborar para salir
del estado dramático en que se halla.
Me
parece que estas son políticas que se han ido perfeccionando con los años, como
lo fueron el Chile Solidario o el programa Puente. Aquí se hace un giro
importante respecto de ellos, porque compromete a las familias para los efectos
de recibir estos beneficios de parte del Estado, y genera, como dije, una
alianza estratégica (Senado 2012, 32).
Esta
nueva relación entre sujeto pobre y Estado, o más bien, entre Estados y
“familias” es referida aquí con el término de “alianza estratégica”. Este
término, de connotaciones tanto empresariales como religiosas, sintetiza la
conformación de una nueva forma de práctica pública –o en términos foucaultianos, una nueva tecnología de gobierno (Foucault
1991)– que pretende, nuevamente, romper la lógica de la dependencia y la
pasividad. Esta alianza toma una forma altamente asimétrica que se propone como
un contrato simbólico en que una parte (el Estado) da y la otra no solo recibe,
sino que debe demostrar el “merecimiento” de dicha ayuda en lo que el extracto
indica como colaboración para transformar sus
condiciones de vida. Es importante destacar que la estructura del enunciado
denota una retórica muy cercana a los discursos de la rehabilitación o la
reinserción social.
Esta
supuesta condición de enajenación de cierta parte de la población pobre que,
retomando lo dicho anteriormente, los ubica en las categorías de pobres pasivos
modela al Estado e inclusive a la clase política en cuanto agente económico que
“invierte” en lo social como un recurso, y también en agente moralizador. Se
trata de un verdadero mundo contractual, que, por un lado, hace coincidir al
ciudadano y al Estado con el sujeto económico motivado por intereses
individuales y, por otro, establece las condiciones para una estricta relación
de sujeción motivada por sentimientos morales.
Economía y moral
configuran, siguiendo a Fassin (2016), un gobierno
humanitario en el que la representación de la familia pobre deviene una norma
para establecer los mecanismos de la asistencia. A pesar de mostrarse como
estrategias técnicas, las transferencias a la que se aluden, coincidiendo con
este mismo autor, dan cuenta de una política de vida que pone en juego valores
diferenciales de la existencia humana –pobres responsables y no responsables–,
reproduce relaciones desiguales basadas en la sospecha, la desconfianza, la autorresponsabilización y en una supuesta capacidad de
elegir las propias condiciones de vida, baipaseando cualquier referencia a los
procesos estructurales que operan tras la pobreza femenina y la feminización de
la pobreza.
A
modo de síntesis teórica de los resultados, los tres ejes de la
problematización reconstruidos a partir del análisis de la gestación
técnico-política de Chile Seguridades y Oportunidades –su genealogía local como
impugnación política; la problematización misma de la pobreza en cuanto
problema de “pasividad” de los individuos pobres, y como efecto, la
construcción de un sujeto pobre bajo un nuevo tipo de lazo con el Estado– se
refieren a diversas formas de la deriva chilena al neoliberalismo bajo los
gobiernos postdictatoriales. A pesar de que esta ley
se presentó como profundamente rupturista del statu quo político, sus
fundamentos ya estaban ampliamente difundidos en la ideologías y prácticas de
los gobiernos concertacionistas, en particular en su relación con la pobreza
(lo cual, de manera evidente, explicaría la rápida promulgación de la Ley
20.595 en 2012).
Ya
lo comentamos más arriba: tanto los supuestos como la problematización misma de
la pobreza en su calidad de problema derivado en parte del asistencialismo, es
decir, por la dependencia de los sujetos al Estado, y como remanente no
problematizado de la condición de país en “vías de desarrollo”, recoge
elementos de las ideas de la resolución de la pobreza vía emprendimientos o
empleo por cuenta propia, que estaban presentes en los discursos de los
economistas que profusamente tomaron control del Estado desde los años 90.
Por
otra parte, los discursos de “emprenderización de la
pobreza” se troncan con imaginarios tradicionales de la nación y con las
condiciones del contrato de género propio de la división globalizada del
trabajo, a saber: la imagen ambivalentemente reconocida de la mujer sacrificada
en la esfera privada y competitiva en el trabajo (Federici 2013; Gago 2014
Serrano y Fernández 2018; Cooper 2017). Esta construcción de la mujer pobre se
expresa en otras medidas comprometidas en el programa presidencial que se
condicen con la “conciliación” entre “trabajo y familia”, tales como la
creación del Programa 4 a 7 –integrado posteriormente a los programas
gestionados por el Ministerio de la Mujer, creado por Bachelet en 2016–, o la
extensión del permiso posnatal a 6 meses, entre otras. La particularidad de la
problematización reconstruida no opera simplemente reproduciendo una norma
tradicional de género en la fórmula de mujer=madre, sino poniendo en vigor su
parcial reformulación neoliberal. De acuerdo con Adkins
(2016), esto significa que no solo opera por substracción de derechos sociales,
sino por la interpelación a un nuevo rol que se suma y complementa al de
madre-cuidadora: el de la mujer emprendedora y motivada por valores como la
responsabilidad individual, la libre elección y una nueva forma de concebir la
conciencia de sus condiciones de vida, no como conciencia de clases, podríamos
decir, sino de una conciencia individual que justamente interfiere cualquier
posición subjetiva de tipo colectiva.
Maffei
(2012) indica el fuerte énfasis que se fue consolidando en la política social
chilena del empleo por cuenta propia (bajo la categoría de habilitación
sociolaboral y empleabilidad) por encima de formas de empleo asalariados o más
sostenibles, así como el bajo impacto en el aumento del ingreso de este empleo
por cuenta propia de parte de las mujeres. Esto muestra que las retóricas del
emprendimiento funcionan más como mecanismo de subjetivación de la pobreza que
de transformación.
Esta
capacidad de empleabilidad toma tintes esencialistas al señalar que basta con
potenciar las habilidades a través de la capacitación, evadiendo las mismas
condiciones de género, ampliamente documentadas a la fecha de la discusión por
el mismo Estado, que actúan como obstáculos permanentes del ingreso de las
mujeres al trabajo asalariado. Es interesante que esta condición “natural” de
empleabilidad, se elabore por medio de un repertorio discursivo similar a la
condición “natural” de la maternidad.
Esta
estrategia no resulta novedosa, ya que ha sido un discurso pregnante
en la interpelación neoliberal a las mujeres en Chile desde los años 90. Las
insertan en un grupo de políticas diversas que tienden a esencializar
a los sujetos, de acuerdo con distinciones de género, clase o raza (Rojas 2019;
Schild 2016), a privatizar la pobreza y a situar en
las prácticas de cuidados maternos, el logro de objetivos estratégicos (salud y
educación) para el desarrollo de la nación. En este sentido, afirmamos que la
particularidad de este discurso de la coalición de derecha, frente a los
esgrimidos durante los gobiernos de centro-izquierda
de la Concertación, consiste no tanto en sus contenidos (empoderamiento y
contrato de género tradicional), sino en la operación de suturar bajo una sola
figura estos dos elementos y construir una política pública, que podríamos
considerar un maternalismo emprendedor. Creemos que,
en conjunto, en esta problematización de la pobreza no se concibe una nueva
forma, más bien se trata de una actualización y reafirmación de la racionalidad
neoliberal que la sustenta, recordando que, para Foucault (1991), las
racionalidades corresponden a ese sistema de reglas que estructuran de forma
inmanente las propias prácticas que integran (Castro-Gómez 2010).
Asimismo,
se presenta un modo de producción del sujeto asistido que transita entre una
política social fuertemente neoliberalizada, es
decir, focalizada, dependiente de la deriva económica –la llamada regla del
balance estructural–, con un fuerte giro hacia la contratación y subvención de
servicios al sector privado –por la vía de concesiones hospitalarias o la
subvención escolar–; lo que Cooper (2017) llama un nuevo conservadurismo
social, esto es, un retorno a los ideales tradicionales de la familia, su
responsabilización en la producción y reproducción de la pobreza y su relación
problemática con el trabajo remunerado.
Con
esta mezcla entre neoliberalismo y conservadurismo como estrategia de gobierno,
se usa una combinación de instrumentos que apuntan menos a las causas estructurales
que a la desigualdad de género, y más a la privatización e intervención sobre
los sujetos, incluyendo el incentivo estatal al endeudamiento.[iv]
Desde este punto de vista, una interrogante novedosa, y que proyecta nuevas
investigaciones, es la articulación entre el análisis de la deuda como
dispositivo (Lazzarato 2013, 2017) junto con el
análisis del sujeto de la asistencia social.
Aquí
aparece la utilidad heurística de los preceptos de Bacchi
(1999, 2012) sobre la gestación de problematizaciones para estudiar los modos
concretos en que las racionalidades se asientan en prácticas de gobiernos bajo
el neoliberalismo en Chile. No obstante, esta visión de la racionalidad
neoliberal contenida en la gestación de esta política es necesariamente
incompleta, si no se atiende, como señala Gago (2014), a que la racionalidad
neoliberal no solo es reproducida por sus supuestas “víctimas”, sino también es
apropiada, arruinada, relanzada y alterada por parte de aquellas.
En este sentido,
queda pendiente examinar el modo en que esta problematización, como
actualización de la ya presente en los gobiernos posdictatoriales
de centro-izquierda, se sigue o se trastoca en las
prácticas cotidianas de los sujetos pobres femeninos. En particular, toca
explorar cómo ese uso ha tomado cuerpo durante la pandemia, lo cual puede ser
una clave interesante de comprensión para el incierto 197 periodo poscovid que se abre en el país y la puesta en marcha de un
(también incierto) nuevo pacto social.
Este trabajo fue
elaborado gracias al proyecto DICYT “¿Cómo hacer un pobre?: análisis de los
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Notas
[i] Si
bien en América Latina existe una variabilidad importante de las modalidades de
las TMC se puede señalar que sus principios son los siguientes: i) aliviar la
situación de pobreza por ingresos en los hogares y ii) contribuir al
fortalecimiento de las capacidades de los niños, las niñas y adolescentes, para
evitar la reproducción intergeneracional de la pobreza. Para ello se
introducen, en la mayoría de los casos, tres condicionalidades centrales de las
que deben hacerse cargo las familias: la asistencia escolar de los menores
pertenecientes al hogar; la atención primaria de la salud (controles sanitarios
y de vacunación); y los aspectos referidos a la nutrición (Wilkis y Hornes
2017).
[ii] Mensaje a la nación transmitido durante el auge
del movimiento social y estudiantil de dicho año.
[iii]
Cabe destacar que el endeudamiento es una estrategia que se fue profundizando a
medida que se iba consolidando el proceso democrático hacia dos direcciones: el
endeudamiento con el propio Estado, transformando a este en un acreedor (por
ejemplo, la Ley de Fondo de Solidaridad en educación o préstamos para pequeños
emprendimientos dirigidos a jefas de hogar de escasos recursos en el marco de
Fondo Solidario de Inversión Social); y el endeudamiento hacia la banca y los
servicios financieros donde el Estado se transforma en aval de los sujetos (por
ejemplo, Ley 27.027 que “establece normas de financiamiento de estudios para la
educación superior”). Habría que desarrollar esta tercera figura en la que el
Estado ya no es ni acreedor ni aval.
[iv] Uno de los aspectos analizados, pero que no se incluyó en este artículo, fue los microcréditos otorgados por el Estado a las mujeres con escasa posibilidad de pago. Esta financiarización de la política pública ya se venía ensayando en la educación superior –crédito con garantía del Estado– y consiste en la entrega de un crédito otorgado por el sistema financiero a las instituciones de educación superior (IES) y dirigido a aquellos jóvenes que no tienen los recursos para financiar sus estudios y en condiciones desfavorables y sumamente abusivas para ellos. Con relación al crédito en la política pública, la industria de microfinanciación y su rol en la reproducción de las exclusiones de género, se sugiere consultar a Radhakrishnan (2022).