Temas
Interseccionalidades
de la izquierda y la derecha en América Latina y Europa. Una exploración de los
procesos políticos contemporáneos
Intersectionalities of the Left and Right
in Latin America and Europe. An exploration
of contemporary political processes
Nicol A. Barria-Asenjo. Investigadora. Departamento de Ciencias Sociales,
Universidad de Los Lagos (Chile).
(nicol.barriaasenjo99@gmail.com) (https://orcid.org/0000-0002-0612-013X)
Dr. Slavoj Žižek.
Profesor e investigador. International Center for Humanities, University of London (Reino Unido) y University
of Ljubljana (Eslovenia).
(szizek@yahoo.com)(https://orcid.org/0000-0003-4672-6942)
Dr. Brian Willems. Profesor asociado.
Facultad de Humanidades y Ciencias sociales, University
of Split (Croacia).
(bwillems@ffst.hr)
(https://orcid.org/0000-0002-2141-3854)
Dr. Ruben Balotol.
Profesor. Visayas State University (Filipinas).
(rbalotol@gmail.com) (https://orcid.org/0000-0002-6452-946X)
Dr. Gonzalo Salas.
Profesor adjunto. Departamento de Psicología, Universidad Católica del Maule
(Chile).
(gsalas@ucm.cl) (https://orcid.org/0000-0003-0707-8188)
Mgtr. Jesús Ayala-Colqui. Profesor-investigador. Universidad
Tecnológica del Perú (Perú).
(c24512@utp.edu.pe) (https://orcid.org/0000-0002-9059-5401)
Recibido: 06/11/2022 •
Revisado:07/02/2023
Aceptado:
31/05/2023 • Publicado: 01/09/2023
Resumen
El actual auge de nuevos grupos de
derecha con una particular combinación de liberalismo económico intransigente y
fascismo nacionalista conservador, una especie de liberfascismo,
aboga tanto por una estricta apología del mercado capitalista como por la
exclusión de aquello que desafíe su modelo en los ámbitos político y cultural.
Partiendo del discurso populista que explota el descontento causado por la
democracia neoliberal, ganan adeptos y adeptas por razones nacionalistas,
culturales y racistas que en el fondo no son más que enredos de la derecha para
proteger el gobierno del capital. Ante la restauración de un modelo neoliberal
ya agotado, aparece una interseccionalidad entre la izquierda y la derecha que,
lejos de confirmar el diagnóstico del fin de las ideologías y la desactivación
de la lucha de clases, reaviva los conflictos por el capital. Sobre tal
situación versa este artículo. Se argumenta cómo la interseccionalidad no es un
privilegio de la izquierda, también es usada por la extrema derecha populista
para canalizar el descontento y propagar su particular marca de opresión. Se
concluye, con base en ejemplos de las luchas en América Latina y Europa, que se
debe desarrollar una política interseccional y transversal frente a la
hegemonía de la nueva derecha populista y nacionalista; la táctica política no
debe ser local, sino que debe perseguir una nueva estrategia internacional.
Descriptores:
América Latina; capital; crisis; derecha; Europa; izquierda.
Abstract
The current rise of
new right-wing groups with a particular combination of intransigent economic liberalism and
conservative nationalist fascism,
a kind of liberfascism, advocates for both a strict
apology for the capitalist market and the exclusion of anything
that challenges its model in the
political and cultural spheres.
Based on the populist discourse
that exploits the discontent caused by neoliberal democracy, they gain followers for nationalist, cultural, and racist reasons that in the end are nothing more than right-wing deception to protect the
rule of capital. Faced with the restoration
of an already
exhausted neoliberal model,
an intersectionality appears between the Left and the
Right which, far from confirming the diagnosis of the end of ideologies
and the deactivation of the class
struggle, rekindles conflicts over capital. This article deals
with such a situation. It argues how intersectionality is not a privilege
of the Left,
but is also
used by the
extreme populist Right to channel discontent
and propagate its
particular brand of oppression. It is concluded, based
on examples of struggles in Latin America and Europe, that an
intersectional and transversal politics
must be developed in the face of
the hegemony of the new populist
and nationalist Right; the political tactic
must not be local, but must pursue
a new international strategy.
Keywords: Latin America; capital; crisis; Right; Europe; Left.
La diferencia tradicional entre
opresión y explotación en el pensamiento marxista es desafiada por Nancy Folbre, quien ha delineado “una definición más amplia de
explotación que puede adoptar múltiples formas, intersecándose, superponiéndose
e interactuando dentro de sistemas jerárquicos complejos” (Folbre
2020, 452). Así, casi todas las formas de opresión se consideran explotación,
lo que permite “un análisis de las estructuras institucionales de poder
colectivo que dan forma a procesos de cooperación y conflicto que van más allá
de la dinámica capitalista” (Folbre 2020, 452). Sin
embargo, aunque Deepankar Basu
(2021) señala que al argumento de Folbre le falta un
fundamento concreto para definir la “injusticia” de la distribución que conduce
a la explotación (Basu 2021, 401), su trabajo es
crucial para pensar la coevolución de la explotación que conecta a “padres
podridos, empleadores podridos y líderes podridos” (Folbre
2020, 468).
La importancia de su argumento radica
en cómo ciertos discursos que creen ofrecer un razonamiento contrahegemónico
son en realidad meras repeticiones de aquello que dicen desafiar. En otras
palabras, en una época de la omnipresente abstracción del capital, lo que Marx
llamó una época de subsunción formal, resulta de suma importancia considerar
una serie de enfoques interseccionales y transversales igualmente
omnipresentes. En palabras de Michael Hardt y Antonio
Negri una “mayor abstracción de los procesos productivos
y del valor” no solo es explotadora, sino que “presenta un potencial
extraordinario para la resistencia al capital y la autonomía con respecto a él”
(Hardt y Negri 2017, 173).
El concepto de abstracción del
capital tiene sus raíces en la diferenciación que realiza Marx entre subsunción
formal y real, desarrollada por primera vez en el texto titulado “Resultados
del proceso inmediato de producción” de 1865 y que aparece en el primer volumen
de El Capital. Para Marx, la subsunción formal describe
la forma en que el trabajo para uno mismo es sustituido por el trabajo para
otro, o “cuando el orden jerárquico de la producción gremial desaparece para
dar paso a la distinción directa entre el capitalista y los trabajadores
asalariados que emplea” (Marx 1992, 1020). La subsunción real, por otra parte,
se refiere a que las fuerzas de producción son demasiado grandes para ser
sostenidas por un solo trabajador, y por lo tanto exigen la mayor escala de una
fábrica o empresa (Marx 1992, 1022).
Un efecto del aumento de la escala de
producción es que las fuerzas del trabajo se socializan (Marx 1992, 1024), lo
que significa que el capital exige la inclusión de “fuerzas sociales de
producción” (Marx 1992, 1035) como las ciencias, la mecánica o la química para
satisfacer sus crecientes necesidades. El cambio de la subsunción formal a la
real significa que “pasamos de un principio organizador que, a través de la
explotación y la subordinación se injerta en la lógica de mundos semiautónomos,
a un principio que estructura activamente la propia realidad material de la
producción, el intercambio y la circulación” (Žižek
2006, 235).
Por su parte, para McKenzie Wark
(2019) la importancia de la posesión y manipulación de la información ha
llevado las cosas más allá: del capitalismo a “algo peor” (Wark 2019, 29), es
decir, a la creación de la clase vectorialista o de
quienes controlan “la infraestructura abstracta sobre la que se encamina la
información, ya sea a través del tiempo o del espacio”. La clase vectorialista no es la que posee piezas concretas de
información, sino “los protocolos legales y técnicos para hacer que la
información, por demás abundante, sea escasa” (Wark 2019, 45). Dicha clase es
la clase de la abstracción real, que ejemplifica cómo la separación del
antagonismo entre la clase vectorialista, “hacker del
antagonismo capitalista-trabajador”, surge del desarrollo de las fuerzas de
producción que generaron una racionalización extensiva e intensiva –o mejor
aún, que generaron la abstracción– de la producción de información (Willems
2020).
Sin embargo, una de las críticas que se ha hecho al
uso de la abstracción real para describir las fuerzas sociales del capitalismo
es que parece implicar un flujo lineal de la subsunción formal a la subsunción
real, equiparando sus diferencias en todo el mundo en una única trayectoria que
sigue los caminos de las regiones económicamente dominantes (Hardt y Negri 2017, 182). Esta
crítica indica uno de los aspectos importantes 159 de la subsunción formal: la forma en que describe los
muchos tipos de fuerzas culturales y económicas de etiqueta que han sido
asumidas por el capital en todo el orbe. Aunque al mismo tiempo, como sostienen
Michael Hardt y Antonio Negri,
el
reconocimiento de la subsunción formal continua, sin embargo, no debe cegarnos ante
los procesos realmente existentes de subsunción real. El paso de lo formal a lo
real tiene lugar, pero de un modo que nunca agota lo formal. Verlos juntos, uno
al lado del otro, copresentes en la sociedad
contemporánea, de hecho, debería revelar cómo la subsunción real no es
homogénea, sino que está plagada de diferencias creadas y recreadas dentro del
sistema capitalista (Hardt y Negri
2017, 182).
Al comparar la subsunción real con la
formal surgen diferentes estrategias para el cambio desde contextos mundanos
variados, algo que se destaca en las dos secciones principales de este
artículo, que se centran en América Latina y Europa. Una manera de pensar la
relación entre lo formal y lo real es observar el papel de los objetos en el
pensamiento de Graham Harman (2010, 2014), un filósofo bastante diferente a Hardt y Negri en muchos aspectos
fundamentales, pero cuyo trabajo sobre la relación de las cualidades reales de
los objetos con el mundo sensual añade una dimensión esencial a esta discusión.
Hardt
y Negri afirman que la subsunción formal nunca agota
la subsunción real, lo que significa que debe haber cierta distancia entre
ellas y algunas formas en que no se conectan entre sí. Esto es contraintuitivo
en relación con gran parte de la obra de Hardt y Negri (2017, 137), que se centra en la conexión sobre la
forma en que los objetos solo tienen significado en el mundo a través de sus
relaciones con otros objetos (Harman 2014). Sin embargo, para Harman, la forma
en la que un objeto nunca puede agotar las relaciones de otro es una piedra
angular. Una llama nunca agotará todas las posibles propiedades físicas,
sociales e ideológicas (por nombrar algunas) del papel que quema. De hecho, del
mismo modo que la verdadera naturaleza de las cosas nunca podrá captarse por
completo a través de la teoría y de la práctica, siempre habrá algunos aspectos
de cualquier objeto, ya sea humano o inanimado, que se sustraerán para siempre
a toda relación (Harman 2010, 44; Willems 2017, 62-63; Bryant 2014, 199).
Y aquí radica una clave para gran
parte de la discusión que se presenta a continuación. Si los objetos no se
definen únicamente por su relación con otros, sino que tienen significado por
sí mismos, entonces la hegemonía del capital no es impenetrable: las cosas
pueden existir fuera de las relaciones del capital, por opaca que pueda parecer
la abstracción del capital. Por tanto, si “la subsunción real no es homogénea,
sino que está atravesada de diferencias” (Hardt y Negri 2017, 182), esto se debe a que los objetos nunca
agotan sus relaciones entre sí. Más bien, los objetos son inagotables y es aquí
donde se puede encontrar el potencial de cambio. Esto puede observarse en una
serie de ejemplos de luchas de América Latina y de Europa que se exponen en el
artículo, en los que la lucha contra la forma mercancía ha encontrado lugares
de diferencia dentro de la forma aparentemente omnipresente de la lógica del
capital.
Más allá del bloqueo provocado por la
pandemia de la covid-19 y de los nuevos planes de control sobre la población
vinculados a ella (Ayala-Colqui 2020), surgieron en
América Latina una serie de protestas que dieron un nuevo impulso a los
movimientos sociales de izquierda (Barria-Asenjo et al. 2022). Pero al mismo
tiempo aparecieron en la región grupos de extrema derecha que plantearon una
defensa visceral y violenta del capitalismo (Ayala-Colqui
2022a). ¿Cómo entender esta polarización que va más allá de votos y opiniones,
de etiquetas y tendencias, y que se expresa en una lucha de clases cuyo aspecto
más visible son las protestas en las calles?
En primer lugar, cabe señalar que
estos movimientos no aparecen ex nihilo, sino que forman
parte de una compleja genealogía, no necesariamente lineal, de protestas
políticas en la región. Los movimientos sociales de resistencia contra el
capital adquieren, de hecho, una nueva fisonomía a partir de la implantación
violenta y dictatorial del neoliberalismo en América Latina. Frente a ello,
surgen organizaciones populares e indígenas que en territorios autónomos ponen
en práctica formas de vida ajenas a las relaciones neoliberales hegemónicas (Zibechi 2012; Longo 2012), cuyo ejemplo más famoso es el
Ejército Zapatista de Liberación Nacional (Holloway 2002).
En segundo lugar, también hay que
recordar que la primera década del siglo XXI en América Latina está marcada por
el progresismo y el ascenso al poder de diferentes partidos con líderes de
izquierda: Rafael Correa en Ecuador, Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil, Evo Morales en Bolivia,
Néstor y Cristina Kirchner en Argentina, etc. Es decir, surge un momento de
cuestionamiento a nivel formal e institucional del neoliberalismo que asume al
Estado como vehículo necesario e ineludible. Sin embargo, estos gobiernos
progresistas no pudieron simplemente terminar con el dominio de las relaciones
sociales capitalistas ni con las políticas públicas de extractivismo
y depredación de los recursos naturales. Su objetivo ha sido básicamente una
mayor redistribución de la riqueza, un bienestar actualizado que no ha podido
deponer la forma mercancía, la primacía del valor de cambio, el dominio del
trabajo abstracto y la producción de subjetividades capitalistas. Prueba de
ello es que sus programas de gobierno basados en derechos sociales no han
podido continuar en otras circunstancias (sin el boom de las commodities), y que, por el
contrario, han sido fácilmente revertidos no solo por gobiernos neoliberales
posteriores, sino también porque la propia población ha provocado un
agravamiento de la desigualdad social eligiendo a representantes de la extrema
derecha –por ejemplo, Bolsonaro en Brasil– (Moreira
2017).
Las protestas actuales, que se
produjeron antes, durante y después de las medidas restrictivas implementadas
durante la pandemia, se basan precisamente en los dos antecedentes históricos
descritos. Sin embargo, sería un error reducir los estallidos sociales a meras
formas de continuidad de estrategias autonomistas (micro) y progresistas
(macro), de tácticas que quieren el desarrollo horizontal y comunitario o de
tácticas que pretenden institucionalizarse y burocratizarse en el Estado. Por
el contrario, en ellas, de manera variada y ambigua, se aprecia, aunque
mínimamente, una anulación de la dicotomía micro/macro.
En primer lugar, las revueltas
registradas entre 2019 y 2021 en Colombia, Ecuador, Paraguay, Bolivia,
Argentina, Perú y Chile, que tuvieron entre sus detonantes la falta de
servicios públicos, el aumento de los precios de la canasta básica, el
incremento de la inseguridad ciudadana, las reformas fiscales, los casos de
corrupción, la falta de legitimidad política y sobre todo la desigualdad social
estructural causada por el neoliberalismo (Lustig
2020; Murillo 2021) –donde la crisis generada por la pandemia fue un
agravante–, carecen de dos cosas. Por un lado, de líderes, requisito
fundamental para la “representación” estatal,[i] además
de rechazar claramente los partidos políticos tradicionales de sus respectivos
países.
Por otro, no son un mero ensayo de
comunidades autónomas que, a priori, ya hubieran
decidido un modelo de organización y de lucha. Son, por el contrario, en el
caso de las luchas de izquierda, movimientos beligerantes cuyo objetivo, más
allá de sus diferentes expresiones y de sus acontecimientos desencadenantes, es
luchar contra la división social impuesta por el capitalismo, o sea: la
existente entre los dueños de la propiedad privada de los medios de producción
y los que solo poseen su fuerza de trabajo, más allá de la coartada de la
existencia de una clase media que en realidad no son más que proletarios
endeudados y alienados por el consumismo. De esta manera, las protestas dan
paso al acto productor de un acontecimiento en la historia (Barria-Asenjo et
al. 2023).
En segundo lugar, las protestas
actuales no giran únicamente en torno al eje económico, sino que también
incluyen reivindicaciones no económicas (mal llamadas “culturales”). De hecho,
grupos explícitamente feministas, indígenas y antirracistas participaron en las
revueltas y no solo lucharon contra el neoliberalismo en abstracto, sino
también contra la opresión de género y racial (Painemal Morales y Huenul Colicoy 2020).
En cuanto a la distinción clásica
entre base y superestructura, es necesario hacer una aclaración. La esencia del
capitalismo no es que exista simplemente una desigualdad social basada en una
división entre burgueses y proletarios, y que como resultado de esta división
se añada aritméticamente un discurso ideológico que justifique la división de
la sociedad. El modo de producción capitalista consiste, en primer lugar, en
modelar toda la realidad social a partir de la forma mercancía. La mercancía
introduce una novedad radical al desplazar la utilidad y el valor de uso –Gebrauchswert– de los objetos para
sustituirlo por el valor de cambio –Tauschwert–
(Marx 1992). Lo que importa a partir de ahora no es para qué sirve una cosa,
sino cuánto valor tiene. El valor, sin embargo, no es una propiedad natural de
las mercancías: se origina en el trabajo humano, específicamente, en el trabajo
abstracto –abstrakte Arbeit– que no hace más que prescindir de
las cualidades particulares y concretas de cualquier actividad (Marx 1904).
El capital, bajo estas coordenadas,
se define no como una cosa sino como una relación social que persigue
permanentemente la producción de más valor –la plusvalía (Mehrwert)–, es decir, se define como la
valorización del valor –die Verwertung des Werts– (Marx 1992). Pero esto significa
que todas las relaciones sociales a partir de ahora estarán necesariamente
mediadas por el trabajo abstracto (Postone 2003) y que
todo se juzga cuantitativamente en función del valor de cambio (Sohn-Rethel 1978), estableciéndose así una especie de
inconsciente en todo acto social (Žižek 2009). En
este sentido, todo vínculo individual y toda relación dentro de la realidad, ya
sea de género, raza, especie, etc., son relaciones de producción y se organizan
inconscientemente según la forma mercancía, ya que son mediaciones abstractas
para producir más valor. Por lo tanto, cuando ciertas mujeres luchan contra la
opresión de género (basada en la división sexual del trabajo que da lugar al
trabajo doméstico femenino y al trabajo remunerado masculino), cuando ciertos
pueblos indígenas y comunidades negras luchan contra la opresión racial (basada
en una división racial de las actividades en la que el trabajo más explotado y
precario se asigna sistemáticamente a las personas no blancas), cuando ciertas
comunidades luchan por la tierra y la naturaleza (contra el supuesto de que la
naturaleza es una mercancía libre disponible para una explotación sin fin), en
realidad están luchando contra el capital.
Sin embargo, muchas de estas luchas
se consideran autorreferenciales y autoexcluyentes, permaneciendo en la
superficie de la opresión, pero sin ir a la forma de dicha opresión, que no es
otra que la forma mercancía. Se produce, por tanto, el desplazamiento de una
lucha interseccional de izquierdas por una lucha cultural woke. Surge así un feminismo blanco y
capitalista que solo busca empoderar a las mujeres, un antirracismo que
persigue una mera eliminación de los privilegios raciales sin someter al
capitalismo a juicio, un ecologismo que quiere un retorno idílico a un paraíso
perdido premoderno sin considerar la cuestión ineludible de la lucha de clases:
“tales ‘izquierdistas’ son ovejas con piel de lobo, diciéndose a sí mismos que
son revolucionarios radicales mientras defienden el establishment reinante”
(Žižek 2022). Ser woke no
es ser anticapitalista. Por ello, es importante que las luchas eliminen estos
cierres excluyentes para convertirse en una estrategia política transversal que
supere la distinción 163 entre
economía y cultura, y entre un ámbito de acción micro y macro para proponer una
eliminación radical del capital como relación social (Ayala-Colqui
2022b).
De hecho, los movimientos políticos
actuales, cuyo epítome es la revuelta en Chile (Barria-Asenjo et al. 2020), son
las primeras formas de ejercer una estrategia política que ni siquiera coincide
con la autonomía molecular ni con el corporativismo burocrático. En el primer
caso tenemos una horizontalidad que, dada su dispersión e impotente
voluntarismo, es incapaz de combatir eficazmente la forma mercancía; en el
segundo, una verticalidad que, debido a su rigidez jerárquica y a su despótica
burocracia, no logra desarrollar una auténtica alternativa al gobierno del
capital. Es la estrategia transversal que une las diversas luchas
interseccionales contra el capital la que pretende acabar con la forma
mercancía (Ayala-Colqui, 2022b). Obviamente, esto no
significa que dicho movimiento tenga su victoria garantizada de antemano, sino
que construye los primeros elementos para repensar nuestras estrategias
políticas en un sentido renovado.
Asimismo, el estallido social chileno
confirma la necesidad de desplegar estrategias interseccionales en las que esa
“dignidad” que se busca no es otra que una vida no capitalista, sin opresiones económicas y no económicas moldeadas por la
forma mercancía (Barria-Asenjo et al. 2021), es decir, se trata de un
movimiento que no se queda estancado en una reivindicación económica ni en un
simulacro woke. Esto nuevamente
no es un presagio de victoria, sino una tarea política que debe ser puesta en
práctica por todos y todas como militantes.
Ahora bien, no solo los movimientos
de izquierda tienen tácticas interseccionales y no solo resisten contra la
democracia neoliberal. También hay resistencias en la extrema derecha (Ayala Colqui 2022a). En efecto, el auge contemporáneo de nuevos
grupos de derecha, con una particular combinación de liberalismo económico
intransigente y fascismo nacionalista conservador, una especie de liberfascismo (Ayala Colqui
2022a), propugna una descarnada apología del mercado capitalista y una
exclusión, a nivel político y cultural de mujeres, afrodescendientes,
indígenas, homosexuales y de todo aquel que cuestione su modelo de hombre
heterosexual y capitalista. Desde un discurso populista, que explota la
insatisfacción con la democracia neoliberal, suman adeptos por razones
nacionalistas, culturales o raciales que en el fondo no son más que
intersecciones derechistas para proteger el gobierno del capital.
El liberfascismo
(Ayala-Colqui 2022a) se caracteriza por ser una
ideología, en el sentido ampliado del término ofrecido por Althusser (1976) y Žižek (2009), que trae a colación la figura subjetiva del
“defensor de sí”, esto es, una subjetividad amenazada por una alteridad radical
(que puede ser concretizada de distinta manera: gays,
comunistas, feministas, ecologistas, veganos, etc.) frente a la cual solo queda
la violencia como respuesta a tal amenaza. Esta defensa presupone además que
todas las relaciones sociales son mercantiles y están lideradas por una
libertad abstracta considerada como el sustrato ontológico último del sí mismo,
de modo que la defensa del sí coincide, término a término, con la defensa de la
libertad del mercado. Solo de este modo en el liberfascismo
la afirmación de la fantasía de la libertad se despliega como una defensa
violenta contra los y las no liberfascistas. Así, la
apología del mercado no es ya la del cinismo neoliberal, sino la de la
segregación excluyente y brutal de quienes son liberfascistas.
¿En qué sentido este liberfascismo no sería más que un fascismo actualizado y
modernizado propio del siglo XXI? El fascismo es, antes que un significante
genérico, ahistórico y abstracto, un suceso histórico preciso. Poulantzas lo define como una “forma de Estado capitalista
de excepción” (Poulantzas 1976, 6) surgido en el
contexto europeo de entreguerras en el cual la burguesía, ante la pérdida de su
hegemonía frente a la amenaza comunista (bolchevique), inició un “proceso de
politización declarada de la lucha de clases del lado del bloque en el poder” (Poulantzas 1976, 72), dando lugar a un régimen dictatorial.
Para esto se vehiculiza un nacionalismo exacerbado en el cual el Estado aparece
como la figura central del poder militar represivo que, a la vez, organiza y
reprime al pueblo (Paxton 2018; Bosworth 2021; Di
Michele y Focardi 2022).
Aquí se requiere enfatizar, por
consiguiente, que el fascismo y el liberfascismo no
responden a las mismas crisis y, por tanto, no poseen las mismas
características. La crisis a la que reacciona el liberfascismo
no es la del comunismo soviético y estatal a la que habría que oponer un Estado
declaradamente anticomunista con componentes nacionalistas, populistas y
militaristas. La crisis del liberfascismo es, bien
mirada, una doble crisis: del lado de la derecha, la del agotamiento del modelo
neoliberal, y por parte de la izquierda, se debe al surgimiento de movimientos
interseccionales y transversales que ponen en tela de juicio el dominio del
capital tanto en ámbitos económicos como no económicos (género, raza, ecología,
etc.). Denominar, sin más, fascismo a los actuales movimientos de extrema
derecha no solo caería en una generalidad histórica que vaciaría de toda
especificidad a su concepto, sino que también le negaría novedad a lo que
actualmente experimentamos. Y al restarle novedad estaremos impedidos de ver la
integridad de su fisionomía, cayendo en un espejismo ahistórico que nos
impedirá plantear una estrategia política coherente y contemporánea.
Queda, sin embargo, otra categoría
que debe distinguirse cuidadosamente del liberfascismo:
el concepto de “neofascismo” usado por distintos autores (Antón-Mellón y
Hernández-Carr 2016; Sztulwark
2019; Guamán, Aragoneses y Martín 2019). Este término se emplea sobre todo para
hablar de la emergencia de una nueva extrema derecha, una alt-right, que se diferenciaría del fascismo
clásico porque prescinde del componente estatal y totalitario. En su lugar,
coloca como piedra de toque el nativismo, o sea, la idea de que solo las
personas nativas deben habitar el territorio, de modo que se inhabilita,
incluso hasta se violenta, a todas las que no son nativas (Mudde
2007). Ahora bien, el liberfascismo no solo es un
simple nativismo que usa la categoría pueblo para crear un no pueblo
extranjero. Ante todo, en el liberfascismo el
componente clave 165 es
la fantasía de la libertad que adquiere una sintomatología violenta.
Para ejemplificar el liberfascismo podemos tomar como ejemplo a Argentina.
Javier Milei (político catalogado de extrema derecha), como la cara visible de
estos “revolucionarios” de las redes (Stefanoni
2021), no clama por esvásticas y por la muerte de judíos, tampoco su programa
es meramente xenofóbo; su fetiche es la libertad. Sin
embargo, se diferencia del libertarismo cuyo concepto central es el sujeto como
propiedad de sí (self-ownership),
el cual niega la necesidad de toda asociación colectiva y estatal (Rothbard
1977; Hoppe 2004, 2007). El liberfascismo propugna
que la libertad de la propiedad privada y del mercado es algo que debe
defenderse contra toda alteridad posible, y en esta alteridad entra incluso la
posición neoliberal, toda vez que esta ha hecho una defensa débil del mercado,
de tal suerte que ha permitido la aparición de grupos interseccionales
anticapitalistas.
No se trata simplemente de soñar con
una utopía libertaria de un Estado mínimo. El liberalismo propone un mercado
fundado en contratos de derecho privado a partir de propiedades inalienables y
singulares, mientras que el liberfascismo postula un
mercado fundado en una subjetividad amenazada por alteridades discrepantes,
donde la violencia hacia los otros y la afirmación de la libertad coinciden. Es
decir, el liberfascismo despliega diversas
violencias, y para esto evidentemente su condición epistemológica es la
posverdad: las teorías de la conspiración se presentan a la orden del día para
defenderse a sí mismo de un mundo real insoportable donde cada vez más el
dominio del capital aparece cuestionado.
En consecuencia, frente a la restauración de un modelo
neoliberal ya agotado aparece una interseccionalidad de la izquierda y de la
derecha que, lejos de confirmar el diagnóstico del fin de las ideologías y la
desactivación de la lucha de clases, reactualiza los conflictos en torno al
capital. La interseccionalidad, por tanto, no es un privilegio de la izquierda,
es también una forma en la que la extrema derecha populista canaliza el
descontento y consigue propagar su particular tipo de liberfascismo
nacionalista, xenófobo y conservador. En este sentido, la tarea militante
consiste en desarrollar una política interseccional y transversal que dispute
la hegemonía a las nuevas derechas populistas y nacionalistas. Para ello,
nuestra táctica política no puede ser local, sino que resulta imprescindible
adoptar una nueva estrategia internacional. Lo que nos obliga a revisar la
situación europea y a repensar nuestras premisas en función de la realidad
internacional.
La presencia de Europa en los demás
continentes trajo consigo el establecimiento de la universidad, la
constitución, la imprenta y la aparición de ricas actividades culturales, pero
al mismo tiempo incorporó el concepto de propiedad privada, que se convirtió en
el antecedente de las comunidades cerradas, y que transformó fortuitamente la
simple economía de trueque en la mercantilización de la cultura. Europa no solo
había traído el conflicto global y alcanzado el poder global, sino que
perversamente había hecho que la gente apreciara que tiene que aprender a vivir
con la tiranía y con la monarquía junto con la democracia, con los derechos
civiles y con los sistemas de libre mercado que pueden ser contrarrestados por
una “caridad” como mecanismo para ocultar la cara de la explotación económica (Žižek 2008). En resumen, Europa ha convertido el mundo en
una sociedad capitalista. Ha hecho que los individuos vivan en una sociedad en
la que se considera riqueza la capacidad de ganar y de gastar, que no son más
que modificaciones del doble metabolismo del cuerpo humano. Esto da lugar a un
problema: cómo sintonizar el consumo con una acumulación ilimitada de riqueza
(Arendt 1998). En la actualidad, Europa no solo ha capitulado ante la pandemia
de la covid-19, sino que ha experimentado una serie de desafíos críticos que
están provocando una crisis política interna y la posibilidad de otro conflicto
global.
En primer lugar, está la invasión
rusa a Ucrania, en la cual el presidente ruso Vladimir Putin desencadenó la
mayor guerra de Europa con la justificación de que la Ucrania moderna y
occidental constituye una amenaza constante para que Rusia pueda sentirse
segura, desarrollarse y existir. Esta invasión ha provocado una crisis
humanitaria masiva y los continuos bombardeos han dejado a la población civil
sin agua, calefacción y electricidad, imposibilitando la compra de artículos de
primera necesidad. El mundo es testigo de la muerte de civiles inocentes, de la
destrucción de hogares e infraestructuras y del desplazamiento masivo de
familias dentro y fuera de Ucrania (Di Michele y Focardi
2022)
Verdaderamente, “una obra de un
hombre sin alma”, como describió de modo tajante el presidente de Estados
Unidos, Joe Biden, la invasión de Ucrania por parte
Vladimir Putin en una entrevista realizada por George Stephanopoulos
(The Guardian 2021, min. 0:24).
Sin embargo, Putin contraatacó diciendo: “cuando juzgas a otras personas o
incluso cuando juzgas a otros Estados, siempre estamos como mirándonos en un
espejo, siempre nos vemos a nosotros mismos. Siempre estamos proyectando lo que
es importante para nosotros, lo que es nuestra esencia hacia otras personas.
Hace falta ser uno para saberlo” (NBC News 2021, min. 0:20).
La guerra de palabras significa simplemente una confirmación de lo que ya se
sabe, en términos de Jean Baudrillard (2005), las acusaciones de Putin y Biden vienen a demostrar que el mal no ha dejado de
existir, al contrario, ha crecido y está al borde de la explosión. La violencia
que das es siempre el espejo de la violencia que te infliges a ti mismo. La
violencia que ejerces contra ti mismo es siempre el reflejo de la violencia que
ejerces contra los demás. Esta es la inteligencia del mal, no lo hace, lo dice
(Baudrillard 2005).
No obstante, la afirmación de Biden de que Putin no tiene alma es simplemente errónea.
Los asesinos monstruosos sí tienen alma, lo que puede apreciarse en la forma en
que les gusta producir fantasías que justifiquen de algún modo sus terribles
actos. Se necesita una “causa sagrada” mayor, pues las grandes causas públicas
ya no tienen el poder de inspirar a los individuos a cometer actos de violencia
masiva, lo que hace que las preocupaciones individuales a pequeña escala por
matar parezcan insignificantes. La religión o la pertenencia étnica encajan
perfectamente en este papel. Puesto que la mayoría necesita ser anestesiada
contra su sensibilidad elemental al sufrimiento ajeno, se necesita una “causa
sagrada” (Žižek 2021, 148).
Además, la religión de uno u otro
tipo se convierte en una estructura que atrae a los individuos y los expone a
ideas peligrosas e inclinaciones delictivas. Como señala el físico teórico
estadounidense y premio Nobel, Steven Weinberg, “con o sin religión, la gente
buena puede comportarse bien y la gente mala puede hacer el mal, pero para que
la gente buena haga el mal hace falta la religión” (Goldberg 1999, párr. 19 [la
traducción es nuestra]). En el caso de la invasión rusa a Ucrania, la supuesta
justificación de los terribles actos puede localizarse en el discurso de Putin
cuando lanzó la invasión diciendo: “permítanme subrayar una vez más que Ucrania
para nosotros no es solo un país vecino. Es una parte integral de nuestra
propia historia, cultura y espacio espiritual (Hopkins 2022, párr. 5 [la
traducción es nuestra]”. Así, lo que está en el alma de Putin es desmilitarizar
y desnazificar Ucrania para proteger a las personas sometidas, a lo que
denominó ocho años de intimidación y genocidio por parte del gobierno de este
país. Reconstruir un imperio y restaurar el control que Rusia o la Unión
Soviética tenían sobre Europa y Asia durante la Guerra Fría (Žižek 2021, 149-150).
En su conjunto, los pueblos de Rusia y
Ucrania están ciertamente presos del solipsismo y de la ilusión de sus
presidentes Vladímir Putin y Volodímir Zelensky, respectivamente. Ambos líderes tienen la misma
responsabilidad por la guerra en Ucrania, ya que la invasión rusa también
incluye un elemento de provocación por parte del Gobierno ucraniano. El hecho
de que los dirigentes políticos no den prioridad a la ciudadanía obliga e insta
al pueblo de Ucrania a poner fin al conflicto y a enfrentarse entre sí a los
horrendos efectos de la guerra. La población ucraniana tiene que tomar una
decisión radical que les obliga a elegir un bando, ya que está en juego su modo
de vida. Tienen que luchar por su modo de vida, aunque tengan que golpear y
abofetear a las fuerzas rusas en el proceso de liberarse. El objetivo no es
humillar a Rusia, sino que Ucrania sobreviva. Rendirse al imperialismo no trae
ni paz ni justicia. Para preservar la posibilidad de alcanzar cualquiera de las
dos hay que abandonar la pretensión de neutralidad y actuar en consecuencia. El
anhelo de una rápida victoria ucraniana o la repetición del sueño inicial de
una pronta victoria rusa, se ha acabado. Ahora es el momento de despertar, el
objetivo final ruso está claramente expuesto y ya no se requiere leer entre
líneas (Žižek 2022).
Adicionalmente, está la crisis
energética que Rusia ha infligido, la cual está siendo mal gestionada por las
autoridades europeas. Sus fallos no solo podrían perjudicar a Europa, sino
también erosionar el apoyo público al esfuerzo bélico. La mayoría de las
organizaciones europeas de noticias han criticado las respuestas de sus
gobiernos a esta crisis, tildándolos de complacientes. Citemos algunos
ejemplos: la limitación británica a los precios de la energía y su tardío
compromiso con una campaña de educación pública sobre el ahorro energético;
Francia había aconsejado al público piscinas más frías y una conducción más
lenta; el Consejo de Ministros de España aprobó una serie de medidas el 11 de
octubre; Alemania ha presentado un ingenioso plan para reducir el precio de las
facturas sin dejar de incentivar el ahorro de energía.
No obstante, es poco probable que se
alcance el objetivo de la Unión Europea (UE) de reducir la demanda energética
en un 15 % debido al carácter fragmentario de todo el esfuerzo, pues los
funcionarios europeos consideran que este es un problema a corto plazo que
puede resolverse ofreciendo subvenciones. En resumen, el conflicto
ruso-ucraniano ha obligado a Europa a dar prioridad a la seguridad energética,
pero los 27 Estados miembros de la UE no consiguen ponerse de acuerdo sobre si
imponer o no topes al precio del gas y cómo hacerlo; esto como parte de los
esfuerzos por frenar la escalada de los costos energéticos, mientras la
población enfrenta inviernos con escasez de gas ruso, crisis del costo de la
vida y quizás hasta una recesión de la economía.
En
este contexto, es probable que los efectos indirectos de la respuesta europea
incluyan un mayor uso del carbón, la escasez de suministro de gas en algunos
países en desarrollo y el impulso a largo plazo de una nueva producción de gas
natural. Es probable también que los costos de las políticas de seguridad
energética tanto en Europa como en China, India y otros países, se midan en
mayores emisiones de carbono. Por su parte, la región latinoamericana a pesar
de contar con fuentes de energía no es inmune a la agitación que caracteriza
este complejo y desafiante contexto global. De acuerdo con expertos que
asistieron al Foro Económico Mundial (2022) llevado a cabo en Davos, Suiza, las
proyecciones más recientes de crecimiento para Latinoamérica en ese año se
ajustaron a la baja por parte de entidades financieras, estimándolo entre un
1,8 % y un 2,4 % en promedio (Argueta de Barillas 2022).
Si bien se reconocen las
características de las economías regionales, todas están ineludiblemente
expuestas a factores externos similares, los cuales continúan exacerbando los
problemas inflacionarios, incrementando la volatilidad y aumentando las presiones
financieras. Como consecuencia del impacto en la producción y en el comercio
con los países involucrados en la guerra, se ha producido un aumento de los
precios de los hidrocarburos y de las materias primas, en particular de los
productos agrícolas y de los fertilizantes. Estas condiciones emergentes
generan mayor complejidad e incertidumbre (Argueta de Barillas 2022).
Por último, la preocupación por una
próxima crisis económica en Europa se está extendiendo por todo el mundo. Según
los informes, es prácticamente probable que se inicie una recesión en la zona
euro. La invasión de Rusia a Ucrania, la lenta recuperación de la pandemia de
la covid-19 y la sequía generalizada en el continente se han combinado para
producir una grave escasez de energía, una elevada inflación, interrupciones de
suministros y una gran preocupación por el futuro de la economía europea, por
lo que los gobiernos se apresuran a intentar ayudar a los más vulnerables.
Además, en medio de la nerviosa confusión, existe un amplio acuerdo en que la
eurozona está entrando casi con toda seguridad en recesión.
La mayoría de economistas han
señalado varias razones que pueden incidir en esta recesión: (i) el sector
industrial está bajo presión, pues la decisión de cortar demasiado rápido el
suministro de gas ruso traería crisis económica al continente; (ii) el gasto de los consumidores en servicios tratará de
sostener la economía del continente, ya que estos están apretando y
preparándose para el invierno difícil; y (iii) casi
con toda seguridad Europa verá coincidir el choque energético con la subida de
los tipos de interés (The Economist 2022). A partir
de aquí surgen varias interrogantes: ¿cómo dar sentido a todas estas crisis a
las que se enfrenta Europa?, ¿podemos interpretar que se dirige hacia un tercer
conflicto mundial?, ¿tenemos todas las razones para esta sospecha puesto que Europa
es belicista?
Además, se ha informado que el
Gobierno ruso denunció que Washington estaba detrás del ataque con drones al
Kremlin[ii]
y que el viceministro de Asuntos Exteriores de Moscú advirtió que las dos
potencias estaban al borde de un “conflicto armado abierto”. Sin embargo,
Estados Unidos negó las afirmaciones rusas de que fue el autor intelectual del
intento de asesinato a Putin, calificando la acusación de ridícula. El
conflicto entre Rusia y Ucrania exige decir la verdad al poder. Los países
neutrales sostienen que la guerra es un conflicto local que palidece en
comparación con los horrores del colonialismo o con la invasión de Estados
Unidos a Irak.
De la situación descrita se pueden extraer diversas
reflexiones, pero una cosa es segura, Europa, históricamente reconocida como el
lugar de nacimiento de la civilización, está desordenada. El sistema
capitalista mundial se acerca al punto cero apocalíptico, cuyos cuatro jinetes
son la crisis ecológica, los desequilibrios dentro del sistema económico, el
crecimiento explosivo de las divisiones y de las exclusiones sociales, y la
revolución biogenética (Žižek 2010). En definitiva,
esto es lo que significa la “transparencia del mal” de Jean Baudrillard, es
decir, la transparencia como valor positivo que se invierte, un estado de las
cosas en el que, a pesar de todas las buenas palabras y de las buenas
intenciones, el mal se deja ver una y otra vez (Baudrillard 2005). Sin embargo,
a pesar del caos que reina bajo el cielo, este ofrece la oportunidad de actuar
con decisión, para lo cual la lucha es necesaria. Sería mejor asumir el riesgo
y comprometerse con la fidelidad de un acontecimiento-verdad, aunque acabe en
catástrofe, que vegetar en la supervivencia utilitarista-hedonista sin
acontecimientos de lo que Nietzsche llamó el Übermensch –superhombre–
(Žižek 2010).
Después de década de los 60, con la
llegada de la era de la abundancia, la idea del futuro parecía estar
constituida por un horizonte que prometía algunos elementos afines a la
humanidad, una estructura diferente que comenzaría a aparecer a la luz de las
modificaciones de la economía mundial. Algunas décadas más tarde, las grandes
crisis económicas y las diferentes formas de violencia que se desplegaron por
todo el mundo en los 90, no solo devolvieron a la humanidad hacia la
desesperación, la angustia y la desorientación, sino que, a través de esta
mezcla de afectos, consiguieron someter a la población mundial a una variación
y expansión de los acontecimientos traumáticos de aquellos periodos.
La violencia después de los 90
disminuyó discursivamente a través de estrategias políticas que responden al
cinismo de la política actual: sabemos lo que hacen y aun así fingimos
desconocer lo que sucede a nuestro alrededor. El automatismo del siglo XXI implica
la invisibilidad de las guerras, de las amenazas virales, de la violencia
política y de otra extensa lista de amenazas contra la vida humana y contra el
futuro. En nuestro tiempo, requerimos acción y decisión, solo así los cambios
dejarán de ser identificables para ser silenciados y, por tanto, reproducidos.
Ahora bien, después del oscuro período histórico de
guerras mundiales que la humanidad tuvo que enfrentar, no surgieron
espontáneamente nuevas formas de hacer política, sino que más bien se buscaron
diversas estrategias para sostener las formas de hacer política. Carl Schmitt
en su discurso titulado “El orden del mundo después de la Segunda Guerra
Mundial”, advirtió:
Nos
encontramos en un momento crítico de cambio abrupto y radical. Desgraciadamente
esto no significa que ahora, en la primavera de 1962, estemos cerca de la paz
mundial y de un orden universal definitivo; probablemente ni siquiera
signifique el fin de la Guerra Fría, sino solo una nueva fase de ese
desafortunado estado intermedio entre la guerra y la paz (Schmitt 1962, 20).
La situación descrita y el análisis general que podría
hacerse en ese momento histórico no está lejos del horizonte actual o futuro.
El amplio alcance que ya tenía la política y lo político comenzó a vincularse
con otras esferas humanas y sociales, de modo que los márgenes conceptuales que
hasta entonces deambulaban entre los umbrales y movimientos de la historia
sufrieron una nueva ruptura. Es posible distinguir fisuras sistemáticas cada
cierta brecha temporal, las cuales inevitablemente se han hecho sentir
acompañadas de constantes modificaciones y reformulaciones que persisten. Cabe
añadir la perspectiva actual planteada por Gómez (2017) para quien
el campo académico de las ciencias sociales y
el pensamiento social contemporáneo desde hace al menos cuatro décadas ha
consolidado dos tendencias teóricas: la pérdida de centralidad y la secundarización de la importancia de las clases sociales y
la separación neta de los fenómenos de movilización social del análisis de
clase. La reducción del potencial explicativo de la teoría de clases, sostenida
por algunos que hablan de la ‘muerte de la clase’, se convierte a menudo en una
especie de veto conceptual a la hora de abordar la problemática de los
movimientos sociales y la acción colectiva. Si la perspectiva del análisis de
clase en general está en franco retroceso, con respecto a los movimientos
sociales se encuentra en una situación de divorcio teórico. Las duras inercias
de los paradigmas establecidos tienden a naturalizarlos como conceptos
alternativos o directamente enfrentados (Gómez 2017, 94).
No solo las guerras mundiales marcaron
un antes y un después en las configuraciones sociopolíticas y el devenir. En
relación con el poder transformador del acontecimiento tenemos que entender el
mayo francés de 1968 como una fisura clara que traslada a través de la historia
una imposibilidad de articulación. Le Goff y Nora (1974) vieron en la
revolución del 68 una historia imposible de ser contada y para Sánchez-Prieto
(2001) este suceso histórico supuso “el retorno del acontecimiento y fue un
acontecimiento imprevisible” (Sánchez-Prieto 2001, 109). Una mirada similar nos
ofrece Francois Dosse
(1998), quien propone pensar los efectos de la historia en la historia, veremos
que, la década de los 60 con su fuerza y poder constitutivo, trajo consigo una
revolución teórica, social, conceptual, cultural y humana de la cual aún somos
herederos.
Recordemos que en este periodo las
luchas políticas y los procesos de insurrección popular comenzaron a sentirse
con mayor intensidad en las calles, protagonizados en gran medida por
intelectuales militantes y estudiantes revolucionarios que buscaban incorporar
sus ideas y sentimientos al devenir de su historia. Nuevos escenarios políticos
y nuevas estrategias improvisadas y emergentes del inconformismo y el anhelo de
cambio, presionaron sobre la tela de araña ideológica. En definitiva, los
engranajes sociales y políticos comenzaron a moverse en una dirección no
evaluada por las ambiciones de la clase dirigente de la época.
El impacto del mundo globalizado en
la esfera humana altera la fluidez de los movimientos de la época, de las
decisiones que se pueden tomar e incluso de los comportamientos pasivos de las
diversas situaciones. En nuestros confusos tiempos aún existen muchas formas de
inexistencias que aúllan desesperadamente por ser identificadas, los
inamovibles velos ideológicos tienen mucho oculto tras su estructura
hegemónica. Entonces, ¿cómo avanzar en medio de las coordenadas de la época?,
¿es necesario avanzar?, ¿cuál es el camino o el recorrido a realizar? Tal vez
este intento de avanzar o moverse hacia un nuevo futuro o hacia una nueva
normalidad (Barria-Asenjo et al. 2021) sea el dualismo que permite la
repetición.
En una investigación recientemente publicada por
Giuliana De Battista (2022) podemos encontrar interesantes datos relativos a la
creación del concepto securitización, ampliamente
desarrollado por la Escuela de Copenhague. Según la autora, esta noción “alude
al momento en que un fenómeno o una serie de fenómenos son tematizados como un
problema de seguridad, independientemente de su naturaleza y significado real”
(De Battista 2022, 1). Con este ejemplo somos testigos de la construcción
discursiva bajo la cual se identifican y congregan los acontecimientos que
tienen lugar en el siglo XXI, cuestión que se vincula con la carrera discursiva
de la despolitización. ¿Es la política de la despolitización el horizonte
político? ¿Cuál sería el mito inaugural que configuraría la dimensión despolitizadora para consolidar su identidad?
Para Schuttenberg
(2017, 282), “la negación de la politización de su propio discurso es
precisamente una de las formas de construir una identidad”. El borramiento en
la politización de la propia enunciación política, el maquillaje al discurso
político y la construcción de la identidad política a través del ocultamiento
es una política persuasiva que gana terreno, se captura lo inasible.
Otra acusación persistente en nuestro tiempo es el
intento de demostrar que la izquierda política va en contra de la tradición, y,
en este sentido, la derecha se convierte en la superheroína de la tradición, de
la cultura y de los valores. Este es un punto que ha sido abordado por el
sociólogo estadounidense Vivek Chibber
(2021) para quien la cuestión se puede resumir de la siguiente manera:
Pero
entonces, ¿en qué se diferencia esta defensa de la tradición de la derecha? Lo
cierto es que ninguno de los dos bandos adopta una postura de defensa o condena
de la tradición en general. Cada uno selecciona ciertos elementos de la cultura
que encajan con sus objetivos políticos y se muestra más bien hostil o
indiferente ante los que no lo hacen. Cada bando intenta reforzar las partes de
la cultura que se alinean con sus objetivos y debilitar su oposición. Para la
izquierda esto significa potenciar las tradiciones que fortalecen al trabajo
frente al capital. Pero subyace a todo esto un principio más profundo: los
elementos de la cultura que deben preservarse son aquellos que socavan
cualquier tipo de poder ilegítimo. En la actualidad, el poder del capital sobre
el trabajo es el ejemplo más importante en este sentido. Pero el mismo
principio se aplica a otras formas de dominación: género, raza, identidad
étnica y nación (Chibber 2021, párr. 5-6).
El producto contingente de la
hegemonía, es decir, la sociedad, se agita según la potencia de los discursos
con máscara “contrahegemónica”. Sin embargo, muchos proyectos emancipatorios,
contrahegemónicos, contienen en sí mismos lo que falsamente pretenden
erradicar. Lo que subyace en estos falsos movimientos de la historia y de lo
social que tienen lugar una y otra vez es evidentemente una mera sustitución de
una ideología por otra cada vez más voraz.
La coyuntura política nos lleva de manera reiterada a
un retorno analítico-reflexivo en cierto sentido. Estamos en tiempos
profundamente marcados por el devenir irracional, por la coconstrucción
actual de mitologías políticas de futuro y de procesos sociopolíticos que solo
apelan a utopías y que mueven engranajes históricos que aseguran la repetición,
sin la consideración de aquello que va más allá de la configuración social,
económica e histórica actual.
Althusser,
Louis. 1976. Positions (1964-1975).
París: Les Éditions Sociales.
Antón-Mellón,
Joan, y Aitor Hernández-Carr. 2016. “El crecimiento
electoral de la derecha radical populista en Europa: parámetros ideológicos y
motivaciones sociales”. Política y Sociedad
53 (1): 17-28. https://doi.org/10.5209/rev_POSO.2016.v53.n1.48456
Arendt,
Hanna. 1998. The human condition.
Chicago: University of
Chicago Press.
Argueta
de Barillas, Marisol. 2022. “El contexto global ha puesto a prueba a los
líderes de América Latina, pero su respuesta podría ver una mejor cooperación e
integración regional”. World Economic Forum, 25 de mayo. https://n9.cl/ew421
Ayala-Colqui, Jesús. 2022a. “El nacimiento del ‘liberfascismo’ y los distintos modos de gestión de la
pandemia en América Latina”. Prometeica. Revista de Filosofía y Ciencias
24: 182-199. https://doi.org/10.34024/prometeica.2022.24.12956
Ayala-Colqui, Jesús. 2022b. “Félix Guattari y el problema de la
organización política: transversalidad, polivocidad y
diagramatismo entre micropolítica y macropolítica”. Hybris
Revista de Filosofía 13 (número especial): 131-155. https://lc.cx/1sDY7F
Ayala-Colqui, Jesús. 2020. “Viropolitics
and capitalistic governmentality:
On the management
of the early
21st century pandemic”. Desde
el Sur 12 (2): 377-395. http://dx.doi.org/10.21142/des-1202-2020-0022
Barria-Asenjo,
Nicol, David Pavón-Cuellar, José Cabrera, Rodrigo Aguilera Hunt, Antonio
Letelier y Jamadier Uribe Muñoz. 2020. “Para
interpretar la insurrección chilena de octubre: Slavoj
Žižek y la teoría del acto ético-político”. Res
Pública. Revista de Historia de las Ideas Políticas
23 (3): 283-294. https://doi.org/10.5209/rpub.71299
Barria-Asenjo,
Nicol, Jamadier Uribe Muñoz, Jairo Gallo Acosta,
Rodrigo Aguilera Hunt, Luis Roca Jusmet, Florencia
Fernández, Francisco García Manzor, Gonzalo Salas y Jesús Ayala-Colqui. 2023. “Neoliberalismo, ideología y covid-19: un
análisis desde la perspectiva de Slavoj Žižek”. Enrahonar. An International Journal of Theoretical and Practical Reason 70: 131-154. https://doi.org/10.5565/rev/enrahonar.1425
Barria-Asenjo,
Nicol, Slavoj Žižek, Hernán
Scholten, David Pavón-Cuellar, Gonzalo Salas, Oscar
Ariel Cabeza, Jesús William Huanca Arohuanca y Sergio
J. Aguilar Alcalá. 2022. “Returning to the Past
to Rethink Socio-Political Antagonisms: Mapping Today’s Situation in Regards to Popular Insurrections”. Comparative
Literature and Culture
24: 1-13. https://doi.org/10.7771/1481-4374.4295
Barria-Asenjo,
Nicol, Slavoj Žižek, Rodrigo
Aguilera Hunt, José Cabrera Sánchez, Nicolás Pinochet-Mendoza, Jamadier Esteban Uribe Muñoz y Antonio Letelier Soto. 2021.
“The return of Freud’s group
psychology. A popular Chilean
revolt approach”. Psychotherapy and Politics
International 19 (3): 1-13. https://doi.org/10.1002/ppi.1604
Basu, Deepankar. 2021. The Logic of Capital.
Cambridge: Cambridge University Press.
Baudrillard, Jean. 2005.
Bryant, Levi. 2014. Onto-Cartography: An Ontology of
Machines and MediaThe intelligence
of evil or
the lucidity pact. Oxford: Berg..
Edimburgo: Edinburgh University Press.
Bosworth,
Richard J. 2021. Mussolini and the
Eclipse of Italian Fascism: From Dictatorship
to Populism.
New Haven: Yale University Press.
Chibber,
Vivek. 2021. “Su tradición y la nuestra”. Jacobin, 4 de agosto. https://n9.cl/0kpcj
De
Battista, Giuliana. 2022. “Análisis foucaultianos en
torno a las fronteras contemporáneas”. Papeles de Filosofía
41 (2): 1-15. https://doi.org/10.15304/ag.41.2.8026
Di
Michele, Aandrea, y Filippo Focardi,
eds. 2022. Rethinking Fascism: The Italian
and German Dictatorships.
Berlín / Boston: De Gruyter Oldenbourg.
Dosse, Franjáis. 1998.
“Mayo del 68: los efectos de la historia sobre la historia”. Sociológica
13 (38): 165-201. https://n9.cl/bi6kj
Folbre,
Nancy. 2020. “Manifold Exploitations: Toward an Intersectional
Political Economy”. Review of Social Economy 78 (4): 451-472. https://doi.org/10.1080/00346764.2020.1798493
Goldberg,
Carey. 1999. “Crossing Flaming
Swords Over God and Physics”. The New York Times,
20 de abril. https://n9.cl/ukr5b
Gómez,
Marcelo. 2017. “Análisis de clase, movimientos sociales y antagonismo: saliendo
de la parálisis teórica”. Theomai 36: 94-118. https://lc.cx/HSSF9k
Guamán,
Adoración, Alfons Aragoneses y Sebastián Martín, dirs.
2019. Neofascismo. La bestia neoliberal. Madrid: Siglo
XXI.
Hardt, Michael, y
Antonio Negri. 2017. Assembly.
Oxford: Oxford University Press.
Harman,
Graham. 2014. “Entanglement and Relation:
A Response to Bruno Latour and Ian Hodder”. New Literary History 45 (1): 37-49. https://doi.org/10.1353/nlh.2014.0007
Harman,
Graham. 2010. The Quadruple Object. Alresford:
Zero Books.
Holloway,
John. 2002. Change the World Without Taking
Power. The Meaning of Revolution
Today. Londres: Pluto Press.
Hoppe,
Hans-Hermann. 2007. Democracy. The God That
Failed. The Economics and Politics of Monarchy, Democracy,
and Natural Order. New Brunswick: Transaction Publishers.
Hoppe,
Hans-Hermann. 2004. Monarquía, democracia y orden natural: una
visión austríaca de la era americana. Madrid: Ediciones Gondo.
Hopkins,
Valerie. 2022. “Highlights
from Putin’s address on breakaway
regions in Ukraine”. The New York Times,
21 de febrero. https://n9.cl/kfdwj
Le
Goff, Jaques, y Pierre Nora. 1974. Faire de l’Histoire.
París: Gallimard.
Longo,
Roxana. 2012. El protagonismo de las mujeres en los
movimientos sociales: innovaciones y desafíos. Buenos Aires:
América Libre.
Lustig,
Nora. 2020. “Desigualdad y descontento social en América Latina”. Nueva
Sociedad 286: 53-61. https://lc.cx/1NbvfS
Marx,
Karl. 1992. The Capital.
Nueva York: Penguin.
Marx,
Karl. 1904. A Contribution to the Critique of Political Economy.
Chicago: Charles H. Kerr.
Moreira,
Constanza. 2017. “El largo ciclo del progresismo latinoamericano y su freno:
los cambios políticos en América Latina de la última década (2003-2015)”. Revista
Brasileira de Ciencias Sociais
32 (93): 1-28. https://doi.org/10.17666/329311/2017
Mudde, Cas. 2007. Populist radical right parties in Europe.
Cambridge: Cambridge University Press.
Murillo, María Victoria.
2021. “Protestas, descontento y democracia en América Latina”. Nueva
Sociedad 294: 4-13. https://lc.cx/6oPCJ1
Painemal
Morales, Millaray, y Susana Huenul Colicoy. 2020.
“Las organizaciones de mujeres mapuche en el Chile de la revuelta”. Anuario
del Conflicto Social 11: 152-168. https://doi.org/10.1344/ACS2020.11.10
Paxton,
Robert. 2018. What Is Fascism? From The
Anatomy of Fascism. Nueva York: Vintage.
Postone,
Moishe. 2003. Time, Labor and Social Domination.
Cambridge: Cambridge University Press.
Poulantzas,
Nicos. 1976. Fascismo y dictadura. La tercera
internacional frente al fascismo. Madrid: Siglo XXI.
Rothbard,
Murray N. 1977. Power and Market: Government and the Economy. Kansas: Sheed
Andrews & McMeel.
Ruíz
Encima, Carlos, y Sebastián Caviedes. 2022. El poder constituyente de la revuelta chilena.
Buenos Aires: CLACSO. https://n9.cl/x3mfm
Sánchez-Prieto,
Juan. 2001. “La historia imposible del Mayo Francés”. Revista
de Estudios Políticos 112: 109-133. https://n9.cl/dnmus
Schmitt,
Carl. 1962. “El orden del mundo después de la segunda guerra mundial”. Revista
de Estudios Políticos 122: 19-38. https://lc.cx/VyDzTl
Schuttenberg,
Mauricio. 2017. “La política de la despolitización. Un análisis de la
construcción del relato PRO”. Desafíos 29 (2):
277-311. http://dx.doi.org/10.12804/revistas.urosario.edu.co/desafios/a.5259
Sohn-Rethel, Alfred. 1978. Intellectual and
Manual Labour. A Critique of
Epistemology. Londres: The Macmillan Press.
Stefanoni,
Pablo. 2021. ¿La rebeldía se volvió de derecha? Cómo el antiprogresismo y la anticorrección
política están construyendo un nuevo sentido común (y por qué la izquierda
debería tomarlos en serio). Buenos Aires: Siglo XXI Editores.
Sztulwark,
Diego. 2019. La ofensiva sensible. Neoliberalismo,
populismo y el reverso de lo sensible. Buenos Aires: Caja
Negra.
The Economist. 2022. “Europe is heading
for recession. How bad will
it be?”, 31 de agosto. https://n9.cl/d41hw
Wark,
McKenzie. 2019. Capital is Dead: Is This
Something Worse?
Nueva York: Verso.
Willems,
Brian. 2020. “The End of Ideology: The Poetry
of Cathy Park Hong”. Acta Neophilologica
53 (1-2): 101-118. https://doi.org/10.4312/an.53.1-2.101-118
Willems,
Brian. 2017. Speculative Realism and Science Fiction. Edimburgo: Edinburgh University Press.
Zibechi,
Raúl. 2012. Territories in Resistance: A Cartography of Latin American Social Movements. Oakland: AK Press.
Žižek, Slavoj. 2022. “What the ‘woke’ left
and the alt-right share”. Project
Syndicate, 3 de agosto.
https://n9.cl/ml0es
Žižek, Slavoj. 2021. Heaven in Disorder. Londres: OR Books.
Žižek, Slavoj. 2010. Living in the end
times. Londres: Verso.
Žižek, Slavoj. 2009. The
Sublime Object of Ideology. Londres: Verso.
Žižek,
Slavoj. 2008. Žižek, Slavoj. 2006. Violence: Six Sideways ReflectionsThe
Parallax View. Cambridge: MIT Press..
Londres: Picador.
Videos
NBC News. 2021. “No soul?
Who? Me? –Putin”. Video de YouTube, 14 de junio. https://n9.cl/t3l87k
The Guardian. 2021. “Biden says Putin has ‘no soul’ and will pay a price for
election interference”.
Video de YouTube, 17 de marzo. https://n9.cl/1kx6b
Notas
[i]
En el caso de Chile se podría argumentar que el actual presidente, Gabriel
Boric, fungiría como representante de “la revuelta”. Sin embargo, ello no sería
preciso, puesto que la aparición de dicha figura es un acto posterior y nunca
fundante del acto constituyente de las protestas en el país. En efecto, Boric
no fue el líder, el adalid de los movimientos de insurgencia en Chile, sino tan
solo el efecto ulterior producto de una coyuntura específica, donde de manera
electoral se intentó canalizar y, especialmente, institucionalizar ese poder
constituyente propio de la multitud chilena (Ruíz Encima y Caviedes 2022).
[ii] Esta alusión al conjunto de edificios civiles y religiosos situado en el centro de Moscú se emplea para personificar al Gobierno ruso.