Temas
Dra. Ana
D. Verdú-Delgado.
Profesora. Universidad Técnica Particular de Loja. (Ecuador).
(https://orcid.org/0000-0001-6461-8502)
(adverdu@utpl.edu.ec)
Dra. Paz Guarderas-Albuja. Profesora titular. Universidad
Politécnica Salesiana (Ecuador).
(https://orcid.org/0000-0002-2217-7179)
(mguarderas@ups.edu.ec)
Recibido: 28/04/2023 • Revisado:
20/07/2023
Aceptado: 27/10/2023 • Publicado:
01/05/2024
El
acoso sexual constituye un fenómeno cotidiano que actualmente está acaparando
una considerable atención en Ecuador, tanto por la denuncia del movimiento
feminista como por su mayor visibilidad a través de los medios de comunicación.
El objetivo de este artículo es identificar la percepción subjetiva del
estudiantado universitario ecuatoriano sobre el acoso sexual en los centros de
educación superior. En específico, nos interesa comprender las particularidades
culturales que pueden limitar la eficacia de las estrategias orientadas a la
prevención del problema en dicho contexto. Para la obtención de los datos
realizamos entrevistas a 63 estudiantes de entre 18 y 23 años con matrícula en
una universidad privada ubicada en Quito. Los resultados obtenidos muestran que
se percibe menor presencia del acoso sexual en el contexto universitario que en
el resto de los espacios públicos. El estudiantado muestra una actitud crítica
con respecto a la normalización de este problema en el país y a la falta de
información sobre la sexualidad, el acoso y la violencia sexual. Sin embargo,
establecen una actitud pasiva frente a ello, en concordancia con la actitud
social que observan. Los resultados también sugieren que el acoso sexual afecta
significativamente más a las mujeres y a personas LGTBI.
Descriptores: acoso sexual; Ecuador; estudiantes; percepción
social; universidad; violencia de género.
Sexual
harassment is a daily phenomenon that is currently
attracting considerable attention
in Ecuador both because of denunciations by the feminist
movement and because of its greater
visibility in the media. The objective of
this article is to identify
the subjective perception of Ecuadorian
university students about sexual harassment in higher education institutions. Specifically, we are interested in understanding the cultural particularities that may limit the
effectiveness of strategies aimed at preventing the problem in this context. To obtain
data, we conducted
interviews with 63 students
between 18 and 23 years of age enrolled
in a private university located in Quito. The results obtained show that sexual harassment is perceived to
be less present in the university context than in other public spaces.
The student body shows a critical attitude regarding the normalization of this problem
in the country and the lack of information
on sexuality, harassment, and sexual violence. However, they adopt
a passive attitude towards it in accordance
with the social attitude they observe. In addition, the results
indicate that sexual harassment affects women and LGTBI people significantly more.
Keywords: sexual harassment;
Ecuador; students; social perception;
university; gender violence.
El acoso
sexual universitario es un problema que comenzó a instalarse en la esfera
pública en Ecuador a partir de que los movimientos feministas y estudiantiles
visibilizaron el fenómeno y los medios de comunicación generaron un debate en
la sociedad civil.[i]
Desde ese momento las estudiantes no han parado de denunciarlo.[ii]
Este proceso ha ido de la mano de la emergencia de un feminismo con nuevos rostros.
Las calles de Quito se han llenado de jóvenes que gritan contra la violencia de
género y a favor de la despenalización del aborto.
De
acuerdo con el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos ([INEC] 2019), el 19
% de las mujeres ecuatorianas han experimentado violencia de género en las
instituciones educativas. Por su parte, Larrea et al. (2023) apuntan que cinco
de cada 10 mujeres docentes y estudiantes han vivido acoso sexual en las
universidades y seis de cada 10 personas de las disidencias sexogenéricas
han sufrido ese tipo de violencia en Quito. Por ello, las entidades rectoras de
las políticas públicas de la educación superior en el Ecuador sugirieron a las
universidades la implementación de protocolos de prevención y actuación para
casos de acoso, discriminación y violencia basada en género y orientación
sexual. Desde entonces han surgido diferentes iniciativas para 148
sensibilizar sobre
este asunto en el ámbito universitario.
El objetivo
del presente artículo es identificar la percepción subjetiva que el
estudiantado tiene sobre el acoso sexual en Ecuador. Específicamente, nos
interesa comprender las particularidades culturales que pueden limitar la
eficacia de las estrategias desarrolladas contra el acoso sexual en dicho
contexto, pues existe un esfuerzo por implementar medidas orientadas a la
prevención del problema. Este objetivo es coherente con la necesidad de
entender en qué medida el imaginario social sobre la sexualidad de la juventud
ecuatoriana afecta su comprensión del acoso sexual o incluso de su
normalización.
El
estudio en el que se basa este artículo se realizó mediante entrevistas a
estudiantes de una universidad en Quito, donde previamente se habían realizado
diversas campañas de sensibilización sobre el problema y en paralelo con la
aplicación de un protocolo específico para prevenir el acoso sexual. En los
primeros acápites se abordan las investigaciones realizadas en torno a la
juventud y a la sexualidad, particularmente para el caso ecuatoriano, pues en
este contexto se evidencia un esquema binario de género que puede impactar en
la forma de entender el acoso sexual. Posteriormente, se indaga acerca del
acoso sexual universitario y su percepción por parte de las juventudes. Luego
se presenta la metodología de la investigación y los resultados organizados de
acuerdo con las categorías emergentes en el análisis. Finalmente, las
conclusiones destacan cómo se normaliza y se responde al acoso mediante una
actitud pasiva a pesar de existir un pensamiento bastante crítico con respecto
a este problema en la juventud universitaria ecuatoriana.
Desde sus
orígenes el feminismo ha convertido el amor y la sexualidad en cuestiones clave
para el análisis de la desigualdad de género, así como para abarcar en toda su
complejidad la violencia contra las mujeres en cuanto problema social. En el
contexto ecuatoriano, donde el género forma parte de un rígido sistema de
jerarquización impuesto desde la Colonia, la desigualdad en el ámbito de la
sexualidad sigue estrechamente unida a los desequilibrios de poder entre
mujeres y hombres. La doble moral sexual, o lo que María Cuvi
y Alexandra Martínez (2001, 326) llaman “concepción dual del placer”,
constituye un elemento fundamental de la desigualdad de género. En su estudio
sobre la construcción de la identidad femenina en Ecuador, las autoras exploran
la condición moral de la feminidad, cuya sexualidad ha de subordinarse a la
masculina.
Así, las
mujeres aprenden a ser “buenas”, concepto que va unido a la virginidad, a la
maternidad y a la disposición al cuidado. En contraste, la masculinidad
tradicional en Ecuador se ha construido a partir de la idea de virilidad y
honor, y en el ámbito de las relaciones con las mujeres se ha asociado a la
infidelidad y al abandono (Cuvi y Martínez 2001).
Para Cuvi y Martínez (2001) la violencia contra las
mujeres aparece como forma de castigo frente a la transgresión de estas normas.
La cuestión
del servicio o disponibilidad femenina para el otro no es un aspecto que deba
subestimarse cuando analizamos el acoso, pues representa un código de género
que a su vez está presente en el modo en que ocurre el abuso sobre las mujeres.
Un rasgo de las estructuras patriarcales es precisamente la capacidad masculina
de acceso a los cuerpos femeninos (Amorós 2008, 218), generalmente en
condiciones que erotizan la desigualdad (Bourdieu 2000, 35). Esto implica que
el no consentimiento femenino también puede constituir un elemento de
conflicto, clave a la hora de entender las dinámicas del abuso en contextos
donde la disponibilidad de las mujeres configura un ideal cultural. De hecho, Pagnone et al. (2021) destacan que el acoso sexual en el
contexto universitario se da muy comúnmente en el umbral entre la seducción y
el acoso y señalan que este patrón de género, aunque no garantiza que los
hombres no puedan ser a su vez víctimas de acoso sexual, sí afecta la forma en
que este será percibido.
En la
actualidad, analizar la desigualdad entre hombres y mujeres en el ámbito
afectivo-sexual supone entender cómo las relaciones heterosexuales siguen
atravesadas por una distribución asimétrica del poder, a pesar del cambio
experimentado por la juventud en relación con el género. En América Latina
dicho cambio conlleva un salto intergeneracional importante que se expresa en
una mayor conciencia con respecto al machismo y a la violencia contra las
mujeres, algo favorecido por las dinámicas del mundo globalizado y por el
acceso a las tecnologías de la información. La desvinculación de la sexualidad
de la procreación y la “creciente diversidad de prácticas de relacionamiento”
(Moreno 2008, 47) coexisten en un escenario complejo y contradictorio en el que
también se aprecia un proceso de resignificación de lo sexual hacia modelos más
igualitarios. Así lo apunta Nitschack (2008) al
observar la superación de la oposición mujer pura/sexualizada en la mente de
los hombres jóvenes.
En la
práctica el nuevo ideal de pareja colisiona con papeles sexuales poco
compatibles con la igualdad y con diferentes expectativas por parte de hombres
y mujeres (Moreno 2008; Lagarde 2005). Además, la ruptura de la jerarquía de
género en el orden afectivo-sexual no afecta por igual a todas las capas
sociales. El machismo continúa siendo un elemento cultural “típicamente latino”
asociado a las clases más populares (Bastos 2007, 107-108).
Así, la
sexualidad estaría atravesada por significaciones cuyo sentido hay que buscarlo
en el sistema de género. No hay que olvidar que en América Latina persisten
limitaciones en el acceso a anticonceptivos y al aborto (Zabala 2010, 153), y
que el placer ha sido tradicionalmente deslegitimado en las mujeres (Salgado
2008), lo que explica que la lucha por los derechos sexuales y reproductivos
ocupe un espacio central en la agenda feminista. En opinión de Judith Salgado
(2008), en Ecuador estos derechos, tratados principalmente desde un enfoque
biomédico, se han centrado en la prevención de riesgos y en la violencia
sexual, sin romper la imagen negativa que todavía existe de la sexualidad como
fuente de peligros. La sexualidad en cuanto vivencia placentera es algo nuevo,
pues en la sociedad ecuatoriana prevalece una idea de lo sexual ligada a los
problemas: violencia sexual, embarazos no deseados, transmisión de enfermedades
o abortos clandestinos (Salgado 2008, 79), lo que converge con un discurso
moralizante permeado por la influencia de la Iglesia católica que asocia la
sexualidad a la reproducción, promueve la abstinencia sexual entre los jóvenes
y estigmatiza la homosexualidad, cuya condición dejó de considerarse delito en
Ecuador en 1997 (Salgado 2008).
En resumen,
el ámbito de la sexualidad se experimenta a través de relaciones asimétricas de
poder que a menudo colocan a las mujeres en una posición vulnerable. En este
contexto, la juventud ecuatoriana empieza a reivindicar la sexualidad y el
placer en cuanto derecho, rechazan cada vez más la discriminación de las
personas LGTBI y en las mujeres también se reconoce un deseo de independencia y
autonomía que refleja, en palabras de Salgado (2008) un proceso de
reapropiación del propio cuerpo.
El acoso
sexual en las instituciones de educación superior es un tema investigado a
nivel global (Cuencas Piqueras 2013; Pagnone et al.
2021; Ferrer-Pérez y Bosch-Fiol 2014). En los estudios feministas se considera
una forma de violencia de género que introduce algunas limitantes en su
tratamiento jurídico y prevención debido a su fuerte normalización e
integración de los valores en la comunidad universitaria (Maceira y Medina
2021).
Existen
diversas definiciones en torno al acoso sexual universitario. En el presente
artículo se entiende como una “práctica verbal, escrita u oral, física o
gestual, de contenido sexual, no consentida ni deseada por la persona acosada”
(Guarderas y Cuvi 2020, 34), cuya finalidad suele ser
el ejercicio de poder o satisfacción sexual del agresor, generando malestar,
intimidación o incomodidad en quien lo recibe. Además, “implica el
aprovechamiento de las situaciones de superioridad basadas en las relaciones jerárquicas
institucionales, pero también basadas en las desigualdades de género, por
orientación sexual, por condiciones socioeconómicas y étnicas, entre otras
posiciones de subalternidad social” (Guarderas y Cuvi
2020, 34).
En Ecuador
las diversas investigaciones sobre el acoso sexual se centran en el contexto
desigual que promueve su naturalización y justificación. Por un lado tenemos la
existencia de identidades de género fuertemente polarizadas, y por otro, el
desconocimiento y la tendencia a culpabilizar a las propias víctimas. En
relación con el primer factor, Tatiana Cordero y Gloria Maira (2001) destacan
que la socialización de género impone a los hombres un aprendizaje de la
sexualidad que califican de “fácilmente provocada” que les conecta de modo
simbólico con la identidad masculina, al mismo tiempo que asocian lo femenino
con la sexualidad controlada y recatada. En este contexto es habitual que las
mujeres se consideren las responsables de las violencias sexuales (Cordero y
Maira 2001), en especial si no cumplen con su rol de género, o que se
establezca que quienes presentan denuncias tienen un trastorno psicológico (Sigal et al. 2005). Hasta hace pocos años la mayoría de
estudiantes desconocían el fenómeno del acoso sexual (Crespo 2010) y su
percepción estaba notablemente influida por los estereotipos en torno a la
sexualidad y al género.
Estudios
posteriores muestran una mirada crítica del problema, que mantiene la atención
en la visión tradicionalista que contienen los roles de género en Ecuador
(Barredo 2017). Pero, si bien en la actualidad es común que el estudiantado
reconozca que el acoso es un problema, lo cierto es que no lo perciben como una
situación lo suficientemente grave para denunciarla, motivo que se une al miedo
y a la vergüenza que genera y también a la desinformación (Agustín Bosch 2018;
Martínez Abarca 2016) y a una actitud pasiva por parte de los testigos (Lyons et al. 2022). También existen estudios que analizan
los obstáculos que enfrentan las estudiantes al denunciar el acoso sexual
debido a la instauración de prácticas disciplinarias. Según Nancy Carrión
(2012, 171), la ley en la universidad contribuye a imponer el silencio que
acaba protegiendo a los perpetradores y culpabilizando a las mujeres. Carrión
considera que la violencia sexual castiga especialmente la reivindicación
feminista y, a la larga, gesta la salida de las mujeres de las universidades.
A nivel
internacional la discusión académica en torno al acoso sexual también indaga en
los procesos de subjetivación femenina y masculina emergentes en el ámbito
universitario en relación con el acoso sexual. Se vincula con la reactivación
de prácticas propias de los hombres jóvenes que construyen sus masculinidades a
partir de la homosocialidad, de la cosificación de
las mujeres y de la pornografía (Phipps y Young 2015), elementos
característicos del “neoliberalismo sexual” (De Miguel-Álvarez 2021). La cosificación
del cuerpo de las mujeres representa un nuevo esfuerzo por controlar el cuerpo
femenino y negar la subjetividad de las mujeres (Calogero,
Tantleff-Dunn y Thompson 2011; Verdú 2018).
En
otras palabras, existe una lad
culture (“cultura
de los muchachos”), de acuerdo con Phipps y Young (2015), que opera integrada a
la “cultura del campus” y que por tanto tiene impactos en la construcción de la
identidad y la experiencia de hombres y mujeres, pudiendo vincularse con los
altos niveles de acoso y con la escasa denuncia.
En muchos
casos esa cultura que emerge en el campus representa una defensa ante la
percepción del éxito de las mujeres o actúa como mecanismo de reclamo de poder
y espacio en el ámbito académico (Bennett 2009). Si bien los valores, prácticas
e identidades sexuales enfrentan cambios hacia actitudes más permisivas
cercanas a la liberación sexual, la normalización de los patrones sexistas
premia ciertos comportamientos sexuales de los hombres, mientras que estos
mismos son juzgados negativamente en las mujeres (Phipps y Young 2015; De
Miguel-Álvarez 2021). Desde esta perspectiva ciertas relaciones universitarias
pueden llegar a limitar la expresión sexual de las mujeres jóvenes, facilitando
que su sexualización sea aceptada de forma acrítica como un elemento esencial
de su identidad y convirtiéndose en una barrera para su empoderamiento (Phipps
y Young 2015).
Nos situamos
en un contexto global en el que los feminismos han tomado fuerza, lo que ha
generado una “reacción patriarcal” (Cabezas y Vega 2022), es decir, la
expresión de una nueva ola fundamentalista que se opone a las demandas
vinculadas con los derechos de las mujeres. Las universidades no están exentas
de estas dinámicas. Es evidente que se han dado cambios en los roles femeninos
con la inserción de las mujeres en la educación superior y con la paulatina
transformación de las sexualidades femeninas. Por ello, el acoso en las
universidades puede reflejar un rechazo de ambas realidades simultáneamente,
volviendo hostil un espacio académico con notable presencia femenina y
castigando a los cuerpos femeninos que aparentan liberación.
Por
otro lado, siguiendo a Marta Lamas (2018), el análisis del acoso sexual debe
trascender la visión reduccionista que genera la victimización femenina en
relación con una visión esencialista de los roles de género. En este sentido,
su prevención no debe operar como mero control de la sexualidad que sostenga
patrones represivos, sino que debe realizarse desde el respeto de las
libertades sexuales de mujeres y hombres, con el único objetivo de erradicar
prácticas hostiles o violentas.
La
investigación en la que se basa el presente artículo surge de la necesidad de
ampliar los conocimientos sobre el acoso sexual en las universidades
ecuatorianas, particularmente en relación con las percepciones y vivencias del
estudiantado, a quienes suelen dirigirse las campañas de sensibilización en los
entornos educativos. Este objetivo implica un acercamiento a la experiencia
subjetiva de un grupo y al modo en que este grupo configura un imaginario
particular sobre el acoso sexual, la sexualidad o el género, con la finalidad
de profundizar en el contexto del problema y en los limitantes culturales que
pueden intervenir en el trabajo de prevención. Por tanto, se plantea la
necesidad de trabajar desde un enfoque cualitativo que permita acceder a los sentidos
propios de las personas participantes y dar continuidad a un proceso iniciado
en 2019 a través de la aplicación de la Escala de Acoso Sexual en las
Instituciones de Educación Superior (ASIES) (Guarderas et al. 2023).
En esta
investigación se aplicó un cuestionario abierto autoadministrado que fue
contestado por 63 estudiantes de las asignaturas Psicología Social, Modelos y
Técnicas de Intervención Psicosocial e Investigación Cualitativa de una
universidad privada ubicada en Quito.[iii] Se
eligió este instrumento debido a la posibilidad de mantener el anonimato en las
respuestas y permitir que la juventud se exprese libremente sin temor a ser
juzgada por las investigadoras. El cuestionario contó con 15 preguntas y se
organizó en tres ejes: amor y sexualidad, concepciones sobre el abuso y acoso
sexual, y percepciones sobre su experiencia personal. Fue aplicado de manera
personal en un aula de cómputo. Para el análisis de las respuestas se
desarrolló una codificación a
posteriori. Se
analizaron las respuestas basándonos en tres dimensiones (concepciones y
conocimientos sobre la sexualidad, el abuso y el acoso sexual, experiencias
vividas y percepciones sobre las respuestas individuales e institucionales ante
el acoso sexual) para posteriormente agruparlas de acuerdo con los sentidos
expresados.
De
las personas invitadas a participar en el estudio solo una se negó a hacerlo.
Participaron 41 mujeres, 19 hombres, dos personas que marcaron la opción “otro”
en género y una que no especificó ninguna opción de respuesta. El personal
entrevistado tiene entre 18 y 23 años, 36 residen en Quito, 24 en zonas
aledañas a la capital ecuatoriana y cuatro personas se rehusaron a ofrecer
información sobre este aspecto. Todas las personas entrevistadas son
ecuatorianas excepto un estudiante de nacionalidad argentina. Se realizaron
todos los procedimientos éticos para mantener el anonimato y la
confidencialidad, por lo que en la presentación de los resultados se utilizan
nombres ficticios.
A
continuación, se presentan los resultados obtenidos en función de las
categorías de análisis, organizados en el siguiente orden: la educación sexual
de los jóvenes, la normalización del acoso sexual, experiencias personales de
acoso sexual y ante el acoso, la pasividad con respecto a este tema y el papel
de la universidad.
Trabajar
con la generación actual de estudiantes implica entender las particularidades que
han marcado profundamente el cambio intergeneracional con respecto a sus
progenitores. El acceso a un gran volumen de información los ha hecho más
conscientes de sus derechos y hasta cierto punto, autodidactas, algo que se
refleja en sus respuestas. En primer lugar, quienes responden la entrevista
enfatizan la carencia de formación útil y de calidad, aluden al hecho de que la
sexualidad todavía se considera un tema tabú en los centros secundarios y
cuando se realizan acciones de sensibilización al respecto se centran en el
coito y en la abstinencia sexual como principal estrategia para la prevención
de los riesgos que conlleva la práctica sexual, sin profundizar en otros
aspectos, por ejemplo, la afectividad o el abuso.
Ecuador
experimentó un avance en cuanto a derechos sexuales y reproductivos con la
llamada Estrategia Nacional Intersectorial de Planificación Familiar y
Prevención del Embarazo Adolescente (ENIPLA), que funcionó entre los años 2011
y 2014. Dicha política logró reducir el embarazo adolescente, pero provocó el
rechazo de los grupos más conservadores (Paz 2020, 79). En 2014 fue sustituida
por el Plan Nacional de Fortalecimiento de la Familia, dando un paso atrás en
lo que se refiere a educación sexual y a la anticoncepción. El Plan Nacional de
Salud Sexual y Salud Reproductiva 2017-2021, publicado posteriormente, refleja
un nuevo esfuerzo por ampliar la cobertura de salud sexual y reproductiva, pero
su eficacia se ve limitada por falta de voluntad política y de presupuestos.
Resulta evidente que la tensión generada en el debate sobre sexualidad y
derechos permanece vigente. La educación sexual es un tema especialmente
sensible que incluso cuenta con el rechazo de una parte de la población, como
se constata con la presencia del movimiento “Con mis hijos no te metas”, cuya
postura es contraria a la normalización de la diversidad sexual y los derechos
sexuales a través de la educación (Metro
Ecuador 2017).
A pesar de
esta situación, las personas participantes restan importancia a la educación
sexual formalizada al considerar que las redes sociales y otros medios
proporcionan la información que necesitan. Esto resulta especialmente valioso
para quienes no cuentan con un clima de diálogo en sus propias familias. Por
otro lado, parte de las respuestas también mencionan que los noticiarios
televisivos son una de las fuentes de información sobre el acoso sexual.
Cabe
señalar que la comunicación en el seno de la familia constituye un tema de gran
importancia. Más de la mitad de los participantes afirmaron que han mantenido
conversaciones sobre sexualidad con ambos progenitores. También se aprecia que
las conversaciones familiares sobre sexualidad adoptan matices diferentes en
función del género. Los hombres en general valoran de manera muy positiva el
diálogo con sus padres y relacionan la falta de comunicación con el hecho de
que el tema sea tabú para ellos, con su mayor curiosidad o incluso con el
riesgo de asumir embarazos no deseados. Un participante indica de forma crítica
que, en su caso, fue únicamente su padre quien le habló de sexualidad, pero no
del modo que hubiese necesitado, sino más bien con la intención de “convertirlo
en hombre”, de inculcarle los “estereotipos de macho seductor”. Otro estudiante
menciona que sus conversaciones se presentaron después de haber sufrido él
mismo acoso en el transporte público.
Por su
parte, las entrevistadas que han recibido información directa de su familia
consideran que el impacto ha sido muy positivo porque les ha permitido
desarrollar una mayor conciencia. Sin embargo, también destacan que en muchos
casos estas charlas se orientan a “la defensa de la mujer”, al deseo de
advertirles sobre los peligros a los que se enfrentan. Las estudiantes asocian
la inseguridad que les hace sentir la cuestión sexual a la falta de información
recibida por parte de su entorno más íntimo y al exceso a información
disponible que no siempre refleja la realidad. Incluso aunque en menor medida,
a los diálogos con sus madres, quienes tienden a poner demasiada
responsabilidad sobre ellas cuando se trata el tema de la violencia sexual.
En este
sentido, una estudiante experimenta cierta confusión en relación con el abuso,
pues considera que escuchar comentarios de culpabilización de las víctimas por
parte de su familia fue algo que la paralizó cuando ella misma fue víctima de
abuso. Las estudiantes que declaran no haber tenido una buena comunicación con
sus padres y madres creen que la falta de información les ha hecho normalizar
el acoso sufrido en las calles y no tener capacidad de distinguir los
diferentes tipos de abuso.
En
resumen, identifican la falta de confianza con sus progenitores como una fuente
de malestar[iv]
y se percibe una significativa diferencia intergeneracional. Son jóvenes que
además relacionan la necesidad de información con el hecho de estar empezando a
adquirir responsabilidades e independencia y con el deseo de establecer
relaciones y de experimentar. Se reconoce que en esta etapa vital les gustaría
tener una relación de pareja formal (ya hay quienes la tienen) y se enfatiza en
el hecho de que una relación ideal debe incorporar el respeto, la reciprocidad
y el placer. En este aspecto también se observan algunas diferencias por
género: solo las mujeres destacan la seguridad como rasgo ideal de una relación
y solo algunos hombres reconocen no buscar en estos momentos una relación
monógama.
El acoso y
abuso sexual no es un tema nuevo para el estudiantado en Quito. De forma
constante los medios de comunicación tratan casos de violencia contra las
mujeres. Concretamente la universidad donde se realizó el estudio ha efectuado
diferentes acciones de sensibilización al respecto. Desde el año 2019 se han
llevado a cabo investigaciones, ruedas de prensa, eventos científicos, cursos
de sensibilización dirigidos a representantes estudiantiles y a estudiantes
durante la inducción y acciones puntuales con el material de la campaña
#laUsinAcoso. También se ha activado un protocolo[v] que
incluso ha significado la desvinculación de docentes.
Sin
embargo, en las entrevistas aparecen ciertos patrones que resultan
interesantes; por ejemplo, la tendencia a normalizar esta clase de violencia
cuando se da sobre las mujeres y la pasividad que adoptan frente al problema, a
pesar del rechazo general que expresan hacia el mismo. Más de la mitad de
quienes participaron en la investigación han visto o escuchado una situación de
acoso en el ámbito educativo y quienes no conocen directamente casos concretos
indican otras situaciones presenciadas en colegios y principalmente en las
calles. El acoso sexual resulta ser una práctica percibida como “típica” que se
realiza generalmente de hombres a mujeres. En este contexto las personas
entrevistadas lo identifican en bromas, palabras o comentarios obscenos, comúnmente
entre pares, y en menor medida por parte de los docentes. No obstante, cuando
la situación implica al docente el impacto se considera mayor por el poder que
representa su posición: “por el simple hecho de ser profesores tenemos que
quedarnos calladas ante una mirada intimidante, por el miedo de que nos hagan
reprobar la materia” (entrevista a Valeria, Quito, 13 de diciembre de 2022).
Por su parte, entre los testimonios masculinos se alude a que “la mayoría de
los adolescentes lo hacen” desde el colegio y que “es típico ver a los hombres
viendo los senos o glúteos de las mujeres” (entrevista a Pablo, Quito, 16 de
diciembre de 2022).
También se aprecian
concepciones que continúan responsabilizando a las mujeres. En este sentido,
una estudiante plantea que las mujeres “no se dan a respetar” (entrevista a
Andrea, Quito, 15 de diciembre de 2022) y un estudiante interpreta que el acoso
que sufrían muchas compañeras en el colegio se relacionaba con sus propias
actitudes, “ya que mis compañeras eran medias coquetas” y “ellos confundían las
cosas que querían insinuar” (entrevista a Luis, Quito, 15 de diciembre de
2022). De ese modo, se rebaja la importancia del hecho.
El
acoso que se narra es principalmente aquel que genera un ambiente hostil e
incómodo para las personas que lo sufren, lo que la literatura científica
entiende como acoso ambiental (Ferrer-Pérez y Bosch-Fiol 2014). En la mayoría
de los casos incluye miradas, gestos o palabras que no siempre tienen la
intención de conseguir el acceso sexual a la persona. Su efecto inmediato es la
intimidación y la incomodidad, unido a la percepción de que dichas actitudes
forman parte de un escenario ya conocido pero difícil de cambiar. El acoso
sexual es un fenómeno integrado a dinámicas sociales que la sociedad
ecuatoriana está empezando a visibilizar en la actualidad. Su complejidad
radica en que “hay factores que nutren un ambiente de violencia y
discriminación, de silencio o desconocimiento, de complicidad, etc., que están
en estrecha relación con la cultura y los valores de la comunidad universitaria
–y la del entorno–” (Maceira y Medina 2021, 406).
De todos
los tipos de acoso, el que se señala con más frecuencia es el comentario sexual
no deseado. De las 41 mujeres entrevistadas solo siete declararon no haber
recibido nunca esta clase de comentarios, cinco relataron algunas experiencias
en la universidad, especialmente por parte de sus compañeros de estudio y 29
contaron diferentes situaciones de acoso fuera de la universidad. Estas
situaciones van desde piropos desagradables, propuestas sexuales en la calle y
acoso en el transporte público, piscinas o parques. Las expresiones de acoso
que se juzgan con una mayor gravedad son las que se dan en colegios. Aunque
estas situaciones se perciben como cotidianas por parte de las jóvenes, también
hacen hincapié en el impacto que han tenido para ellas. Muchas señalan el miedo
que genera y cómo este se vuelve presente cada vez que transitan espacios
públicos. Otras destacan el bloqueo, el enojo e incluso el choque emocional que
supone ser consciente de la manera en la que son percibidas por la sociedad.
“Su mirada hacia mí fue de abajo hacia arriba y como si estuviera viendo carne
fresca” (entrevista a Amelia, Quito, 13 de diciembre de 2022); “mi mente queda
en blanco por completo y lo único que siento es miedo, inseguridad y
repugnancia” (entrevista a Luisa, Quito, 15 de diciembre de 2022).
De los 19
hombres participantes, cuatro declararon haber recibido comentarios sexuales
alguna vez en sus vidas. Aquí se incluyen comentarios en el transporte público
por parte de otros chicos, situaciones desagradables sin entrar en detalles
(reproduciendo el prejuicio que asocia la homosexualidad con el acoso) y un
comentario sexual por parte de una mujer mayor. Por otro lado, en la
participación masculina también se recogen cinco respuestas no específicas que
muestran incomodidad con la pregunta o confusión entre el acoso y otros tipos
de violencia o discriminación por cuestiones raciales o estéticas. Las personas
con identidad de género no binaria o de orientación homosexual que participaron
en el estudio relataron situaciones de acoso y discriminación cotidiana, lo que
nos hace pensar que el acoso sigue siendo un fenómeno que afecta de forma
estructural a las mujeres y al colectivo LGTBI, es decir, a los cuerpos
feminizados.
No
obstante, para la juventud la universidad representa un espacio que tiende a
reproducir, con menor intensidad o de forma menos evidente, los esquemas
sexistas vigentes en la sociedad. La distinción, tan frecuente en las
respuestas, entre el mundo universitario y el que está “fuera de la
universidad” quizá influya en la percepción generalizada de que no existe
discriminación en las universidades. Sin embargo, resulta interesante analizar
los comentarios de quienes sí perciben discriminación, pues sus observaciones
revelan una presencia común de los estereotipos en el aula, en concordancia con
un esquema de género que concibe a las mujeres como un grupo débil y de menor
inteligencia. En este sentido se relatan casos en los que el docente solo
halaga la participación masculina e interrumpe a la alumna cuando intenta dar
una respuesta, realiza “preguntas de tipo sexual sin ningún contexto” o rebaja
el mérito de las alumnas cuando presentan buenos trabajos.
Si bien
ante el acoso sexual el rechazo es general, el silencio surge como principal
respuesta. Algunas mujeres expresan este rechazo como “enojo y frustración”,
“iras e impotencia”, “consternación” o “asco de que nos vean como carne”. En
ocasiones estos efectos se asocian con “no tener la fuerza para decirlo” o con
el bloqueo y la paralización en el momento en que ocurre: “no sé cómo
reaccionar, solo me quedo en blanco y camino rápido” (entrevista a Valeria,
Quito, 13 de diciembre de 2022), lo que refleja los efectos psicológicos que
acompañan al acoso sexual (Cleary et al. 1994; Cuencas Piqueras 2013). La
mayoría de participantes confiesa no saber con exactitud qué hacer ante estas
situaciones, aunque una amplia proporción conoce normativas o protocolos. Se
señalan principalmente dos motivos: el temor a las represalias académicas y a
ser juzgados por otras personas.
La
respuesta basada en la expresión de sentimientos negativos (la más común entre
quienes participaron en el estudio) indica en esencia una falta de acción o de
dirección concreta en el manejo del problema, tanto si se ha sufrido como si se
ha sido testigo. Cuando se es testigo la forma más común de enfrentar el acoso
sexual es mediante la huida, escapando de una situación que, aunque no se
apruebe, es percibida como algo cotidiano. Si la situación implica a una
persona amiga es común el apoyo entre pares a través de la escucha o de la
compañía. De quienes participaron en el estudio, solo cinco manifiestan haber
adoptado actitudes de confrontación con un agresor –en una ocasión impidiendo
que sus propios amigos dieran “una nalgada a cada mujer que pasaba” (entrevista
a Miguel, Quito, 16 de diciembre de 2022)– o han tratado de comunicarse con
alguien para pedir ayuda o denunciar un caso.
La
reacción más común consiste en quedarse callado, muchas veces por el miedo:
“solo he bajado la cabeza y he continuado” (entrevista a Esther, Quito, 15 de
diciembre de 2022). El estudiantado es consciente de la fuerte normalización de
este problema en la sociedad, por ello “nadie dice o hace algo” (entrevista a
persona no binaria, Quito, 13 de diciembre de 2022), lo que dificulta
desarrollar una actitud activa contra el acoso. Enfrentar el acoso sexual
implica activar prácticas evitativas más que acciones orientadas a la
confrontación, a la denuncia o a la acción colectiva (Cano-Arango et al. 2022;
Lizama y Hurtado 2019).
Como ha
quedado demostrado se trata de un problema que existe en la universidad, quizá
igual o en menor medida que fuera de esta, aunque conlleva una especial
complejidad por el hecho de darse en un ambiente institucional con unas
marcadas diferencias de poder entre docentes y estudiantes. Las personas que
aprecian esta complejidad estiman que el problema del acoso escapa a las leyes
pues genera intimidación y miedo, lo que hace que quienes lo reciben no
consideren seriamente la posibilidad de denunciar.
También
reconocen el esfuerzo que se realiza a través de las campañas –a pesar de que
tienen la percepción de que son insuficientes o sesgadas, como cuando se
promueve el “cuidarse más”– y esperan de la universidad un mayor compromiso y
un respeto a la juventud, cuya imagen reconocen que se estigmatiza. Así lo
expresa una estudiante de 21 años: “en ocasiones las presentaciones de acoso
son vistas como formas de convivencia entre jóvenes o como una explicación de
la confianza que se puede tener entre compañeros, esto ayuda a normalizar más
las situaciones de acoso” (entrevista a Lucía, Quito, 16 de diciembre de 2022).
Como
observan Pagnone et al. (2021, 87), la normalización
del acoso puede estar relacionada con el hecho de que se basa en los mismos
códigos de género que operan en las relaciones de seducción, por lo que no es
suficiente la implementación de medidas punitivas para solucionar el problema,
se requieren a su vez cambios hacia el “desmantelamiento de los guiones del
cortejo”. Otro problema que apuntan algunas alumnas es que el personal de las
universidades todavía no toma en serio las denuncias. Esto desalienta
especialmente a las mujeres que sufren acoso, pues profundiza su miedo a ser
señaladas y culpabilizadas por la sociedad. Algunos testimonios sugieren que
las mujeres todavía perciben que una situación de este tipo puede poner en
juego su reputación.
Por
otro lado, el miedo a denunciar y que no les crean hace que algunas estudiantes
esperen también una mayor capacitación del personal laboral de las
universidades o incluso la posibilidad de realizar quejas anónimas, de
cambiarse fácilmente de clase o de contar con una red formal de apoyo para
garantizar su bienestar emocional. “Que la universidad tenga bastante sostén
para los estudiantes y ellos sepan que si les pasa algo pueden hablar y ser
escuchados” (entrevista a Alicia, Quito, 16 de diciembre de 2022). De forma
general, las opiniones recogidas sobre la forma en la que las universidades
deben enfrentar este problema sugiere que es todavía necesario proporcionar una
mayor información tanto de la naturaleza del problema como de los servicios y
protocolos de los que la universidad dispone para hacerles frente. Una parte de
las estudiantes también menciona la necesidad de aplicar sanciones más fuertes.
En
resumen, el estudiantado expresa la importancia de hablar y de visibilizar el
problema y demandan una mayor eficacia en cuanto a la aplicación de las medidas
que adoptan las universidades. Muchos consideran también que el acoso sexual es
un tema demasiado complejo para ser abordado únicamente desde la normativa o
específicamente en el ámbito educativo, ya que forma parte de la cotidianidad
en todos los espacios de la vida social.
El acoso
sexual es un problema que puede afectar directamente a la juventud en sus
espacios cotidianos, por eso es de vital importancia comprender de qué modo lo
experimentan y perciben. En este artículo nos acercarnos a sus percepciones en
el contexto de la educación superior. A la luz de los resultados obtenidos,
pensamos que el acoso sexual, dentro o fuera de las universidades, puede
afectar a ambos sexos. Sin embargo, constituye un fenómeno cotidiano y
normalizado cuando se dirige a las mujeres y adolescentes y a las personas
LGTBI. En estos casos el acoso sexual es percibido de modo general por la
juventud como una práctica machista coherente con la cosificación sexual de los
cuerpos femeninos y feminizados. Esta consideración hace que muchas personas
ignoren la gravedad del acoso que en la práctica es un fenómeno normalizado y
complejo.
Muchas de
las personas entrevistadas son conscientes de esta complejidad y han
desarrollado posturas críticas con respecto al acoso y a las desigualdades de
género que lo acompañan. Sin embargo, las diferencias entre las experiencias de
hombres y mujeres en este aspecto siguen estando muy presentes. Aunque de forma
general todos han recibido una educación sexual orientada hacia la abstinencia,
las mujeres han crecido influidas por una serie de tabús y prejuicios en torno
a su sexualidad y desde pequeñas se les ha inculcado cierto temor hacia el
sexo. El conocimiento que ellas deben adquirir tiene el objetivo de hacerlas
responsables sobre posibles embarazos y de protegerlas contra peligros como el
abuso o la violación. El exceso de información que reciben hoy en día a través
de sus redes sociales también profundiza estos temores.
Partiendo
de esta diferencia, y del hecho de que para las mujeres la experiencia del
acoso está mucho más extendida, el impacto que tiene en ellas es claramente
visible. Hablan de miedo, de asco, de paralización, de frustración, de
sentimientos de inseguridad e incluso de choque emocional al visualizar la
imagen cosificada que tiene de ellas la sociedad. Por eso, las mujeres en
particular esperan de la universidad un mayor esfuerzo. Si bien mujeres y
hombres consideran que es recomendable difundir una mayor información y
fortalecer los protocolos de actuación para combatir este tipo de violencia,
son ellas especialmente quienes están pidiendo una mayor escucha.
En ellas
persiste el miedo a que sus denuncias no sean creídas. La denuncia supone para
las mujeres un riesgo adicional de malestar emocional, por lo que valoran
positivamente las redes de apoyo que la universidad pueda ofrecer para
enfrentar estos hechos. El acoso sexual que sufren los hombres conlleva
igualmente un componente de vergüenza y de paralización, en especial cuando es
cometido por otros hombres, pues en la sociedad ecuatoriana la homosexualidad
todavía sufre una fuerte estigmatización en algunos sectores. En estos casos,
la dificultad para hablar puede ser mayor.
Constatamos
un rechazo general hacia esta problemática, unido a la sensación de que la
sociedad es en cierta medida cómplice, lo que hace que sea difícil actuar
contra el acoso. Cuando son testigos prefieren mirar hacia otro lado por miedo
a generar más conflicto y cuando son quienes lo sufren la denuncia tampoco se
contempla como la principal solución, pues existen múltiples causas que les
desalientan, entre las que destacan la tendencia social a juzgar a quien lo
recibe, especialmente si es mujer, o el miedo a fracasar en sus estudios si el
acoso lo inicia un docente. Estos resultados nos hacen pensar que el
estudiantado de la universidad analizada, aunque muestra cierto grado de
conocimiento y sensibilización sobre el acoso sexual, establece una actitud
pasiva frente al fenómeno, en concordancia con la actitud social que observa.
No obstante, como mencionamos al inicio, son cada vez más las estudiantes
universitarias que han denunciado casos de acoso sexual en los últimos años,
generalmente con el acompañamiento de organizaciones feministas.
La
dimensión que adquiere el acoso sexual en Ecuador (particularmente en las
calles y transportes públicos, según indican las personas participantes) nos
lleva a entenderlo como un fenómeno arraigado en la cultura. Cuando ocurre en
el espacio universitario, por medio de chistes, gestos o comentarios sexistas,
no necesariamente busca el acceso sexual a la persona que lo sufre, pero sí
genera un ambiente hostil e incómodo, manifestándose como acoso ambiental
(Ferrer-Pérez y Bosch-Fiol 2014). En las entrevistas realizadas, las mujeres y
las personas no binarias han descrito con detalles las características y
consecuencias de este tipo de discriminación, mostrando su inconformidad con
respecto a los comentarios que reciben sobre sus cuerpos, acerca de la ropa que
usan o lo que los demás desearían hacer con ellas. La experiencia de estar
sometidas a estas miradas y juicios constantes impacta en la formación de sus
identidades, haciendo que el miedo forme parte de su modo de habitar el mundo.
De cara a
la prevención, los hallazgos de este artículo apuntan a la necesidad de generar
procesos de información sostenidos que cuestionen de un modo crítico los roles
de género asociados a la sexualidad. Se reconoce que en la universidad escogida
para el estudio se ha logrado en buena medida desnaturalizar este tipo de
violencia, pero no basta con este proceso. Resulta fundamental contar con
acciones que garanticen las transformaciones de los roles de género en la
universidad, que exploren nuevos modos de vivir la sexualidad lejos de las
violencias y cercanos a las libertades.
Es
necesario que los mensajes que se realicen evidencien que el acoso sexual
genera incomodidad en el entorno y que reduzcan la visión del ámbito
universitario como un espacio hostil. También se debe evitar el traslado de una
imagen sobre la sexualidad que se asocie con el peligro, más bien comprenderla
como una negociación basada en el consentimiento y el pacto de placer y del
respeto. Asimismo, el asunto requiere una respuesta activa por parte de la
comunidad universitaria, pero para ello es clave que las entidades que aplican
la política institucional se encuentren capacitadas y con la competencia para
brindar respuestas adecuadas.
Este
artículo es parte del proyecto de investigación “Intervención psicosocial y
violencia de género”, financiado por la Universidad Politécnica Salesiana (UPS)
del Ecuador.
Agustín
Bosch, Cristina. 2018. “Percepción y prevalencia del acoso sexual en mujeres y
varones universitarios en la Pontificia Universidad Católica de Ecuador, sede
Esmeraldas”. En Reflexiones
universitarias. Sobre los derechos de las mujeres del sur y las mujeres
migrantes en la Comunidad Valenciana en el marco de la Agenda 2030, coordinado por Cristina Millán,
73-101. Valencia: Fundación Alianza por los Derechos, la Igualdad y la
Solidaridad Internacional. https://lc.cx/EwtxxG
Amorós,
Celia. 2008. Mujeres
e imaginarios de la globalización. Reflexiones para una agenda teórica global
del feminismo. Buenos
Aires: Homo Sapiens Ediciones.
Barredo
Ibáñez, Daniel. 2017. “La violencia de género en Ecuador: un estudio sobre los
universitarios”. Estudos Feministas 25: 1313-1327. https://doi.org/10.1590/1806-9584.2017v25n3p1313
Bastos,
Santiago. 2007. “Familia, género y cultura. Algunas propuestas para la
comprensión de la dinámica de poder en los hogares populares”. En Familia y diversidad en América Latina.
Estudios de casos,
compilado por David Robichaux, 103-132. Buenos Aires:
CLACSO. https://lc.cx/jECV8Z
Bennett,
Jane. 2009. “Policies and sexual harassment
in higher education: Two steps forward and three steps somewhere
else”. Agenda:
Empowering Women for Gender Equity 23 (80): 7-21. https://lc.cx/EVGJ63
Bourdieu,
Pierre. 2000. La
dominación masculina.
Barcelona: Anagrama.
Bravo,
Diego. 2016. “Denuncias de presunto acoso en Facultad de Trabajo Social de la
U. Central preocupan”. El
Comercio, 3 de
febrero. https://lc.cx/tn03j4
Cabezas,
Marta, y Cristina Vega, eds. 2022. La
reacción patriarcal. Neoliberalismo autoritario, politización religiosa y
nuevas derechas.
Barcelona: Bellaterra.
Carrión,
Nancy. 2021. “Crónica de una hoguera: de la universidad frente a las denuncias
de violencia sexual”. En Brujas,
salvajes y rebeldes. Mujeres perseguidas en entornos de moralización, extractivismo y criminalización en Ecuador, compilado por Eva Vázquez, Lisset
Coba, Cristina Vega e Ivonne Yánez, 171-176. Madrid: Traficantes de Sueños. https://lc.cx/gAbj7I
Calogero,
Rachel, Stacey Tantleff-Dunn y Kevin Thompson. 2011. Self-objectification in women: Causes, consequences, and counteractions vol. 12.
Washington D.C.: American Psychological Association. https://doi.org/10.1037/12304-000
Cano-Arango,
Bibiana, Luisa Duque-Monsalve, Mónica Montoya-Escobar y Ana Gaviria-Gómez.
2022. “Del silencio a la acción colectiva: voces de mujeres víctimas de acoso
sexual en las instituciones de educación superior”. The Qualitative Report
27 (3):
752-776. https://lc.cx/oVnxVf
Cevallos,
Daniela. 2018. “Estudiantes continúan denunciando acoso en la Universidad
Central”. El Comercio, 19 de octubre. https://lc.cx/M2kRyv
Cleary,
Jane, Claire Schmieler, Leona Parascenzo
y Nora Ambrosio. 1994. “Sexual harassment of college students:
Implications for campus health promotion”. Journal of American College Health 43 (1):
3-10. https://doi.org/10.1080/07448481.1994.9939077
Cordero,
Tatiana, y Gloria Maira. 2001. A
mí también... Acoso y abuso sexual en colegios del Ecuador. Discursos opuestos
y prácticas discriminatorias.
Quito: Consejo Nacional de las Mujeres.
Crespo,
María Cristina. 2010. “Acoso sexual en la educación universitaria”. Universidad Verdad 52: 223-247. https://doi.org/10.33324/uv.vi52
Cuencas
Piqueras, Cristina. 2013. “El acoso sexual en el ámbito académico. Una
aproximación”. Revista
de Sociología de la Educación 6 (3):
426-440. https://lc.cx/O7gazj
Cuvi,
María, y Alexandra Martínez. 2001. “El muro interior”. En Antología género, editado por Gioconda Herrera, 325-364. Quito:
FLACSO Ecuador. https://lc.cx/XjIJWt
Ferrer-Pérez,
Victoria, y Esperanza Bosch-Fiol. 2014. “La percepción del acoso sexual en el
ámbito universitario”. Revista
de Psicología Social 29
(3): 462-501. https://doi.org/10.1080/02134748.2014.972709
Guarderas,
Paz, y Juan Cuvi, coords.
2020. ¿Cómo se mide el
acoso sexual? Aportes para determinar la prevalencia del acoso sexual en las
instituciones de educación superior.
Quito: Abya-Yala.
Guarderas,
Paz, María de Lourdes Larrea, Rodrigo Moreta-Herrera, Carlos Reyes-Valenzuela,
Diego Vaca y Daniela Acosta. 2023. “Psychometric properties of the
Acoso Sexual en las Instituciones de Educación Superior Scale
(ASIES) in an Ecuadorian sample”. International
Journal of Psychological Research 16 (1): 16-28. https://doi.org/10.21500/20112084.5970
INEC
(Instituto Nacional de Estadística y Censos). 2019. “Encuesta Nacional sobre
Relaciones Familiares y Violencia de Género contra las Mujeres”. Acceso
el 2 de marzo de 2023. https://lc.cx/u8nNQ0
Lamas,
Marta. 2018. Acoso.
¿Denuncia legítima o victimización?
Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica.
Lagarde,
Marcela. 2005. Para
mis socias de la vida.
Madrid: Horas y Horas.
Larrea,
María de Lourdes, Paz Guarderas-Albuja, Juan Cuvi,
Milena Almeida, Christian Alexander, Paula Aguirre, Tatiana Bichara, Carlos
Marcelo Reyes, Antonio Franco Crespo, Valentina Ramos, Rosa Del Carmen
Saeteros, Celsa Beatriz Carrión Berru, Sandra Peñaherrera Acurio, Geovanna
Altamirano y Jenny Tello. 2023. “Visibilización de
una lacerante situación. El acoso sexual en las universidades de Ecuador”. En Acoso sexual y universidad. Realidades,
debates y experiencias en el Ecuador,
editado por Paz Guarderas-Albuja, Juan Cuvi, María de
Lourdes Larrea, Betty Reyes y Beatriz Carrión, 19-37. Quito: Abya-Yala.
Lizama,
Andrea, y Andrea Hurtado. 2019. “Acoso sexual en el contexto universitario:
estudio diagnóstico proyectivo de la situación de género en la Universidad de
Santiago de Chile”. Pensamiento
Educativo: Revista de Investigación Educacional Latinoamericana 56 (1):
1-14. https://doi.org/10.7764/PEL.56.1.2019.8
Lyons,
Minna, Gayle Brewer, Jorge
Castro, Mabel Andrade, Marcela Morales y Luna Centifanti.
2022. “Barriers to sexual harassment bystander intervention in Ecuadorian universities”. Global
Public Health 17 (6):
1029-1040. https://doi.org/10.1080/17441692.2021.1884278
Maceira,
Luz, y Andrea Medina. 2021. “Igualdad y acceso a la justicia en las
instituciones de educación superior: discusiones pendientes”. Revista de Investigaciones Feministas 12 (2):
401-412. https://doi.org/10.5209/infe.72345
Martínez
Abarca, Ana. 2016. “Reconstrucciones del poder en las jerarquías: violencia en
la educación médica universitaria en el Ecuador”. Tesis
de maestría, FLACSO Ecuador. https://lc.cx/0MWY5S
Metro
Ecuador. 2017.
“‘Con mis hijos no te metas’: así fue la multitudinaria marcha Profamilia”, 14
de octubre. https://lc.cx/lIw8Sm
Miguel-Álvarez,
Ana de. 2021. “Sobre la pornografía y la educación sexual: ¿puede ‘el sexo’
legitimar la humillación y la violencia?”. Gaceta Sanitaria
35: 379-382. https://dx.doi.org/10.1016/j.gaceta.2020.01.001
Moreno,
Claudia. 2008. “Nuevas (y viejas) configuraciones de la intimidad en el mundo
contemporáneo: amor y sexualidad en contextos de cambio societal”. En Estudios sobre sexualidades en América Latina, editado por Kathya
Araujo y Mercedes Prieto, 43-58. Quito: FLACSO Ecuador. https://lc.cx/xUGFbM
Nitschack,
Horst. 2008. “Vírgenes, putas y emancipadas en el mundo imaginario de los
adolescentes”. En Estudios
sobre sexualidades en América Latina,
editado por Kathya Araujo y Mercedes Prieto, 109-121.
Quito: FLACSO Ecuador. https://lc.cx/xUGFbM
Pacheco,
Mayra. 2016. “Docente acusado de supuesto acoso fue separado de la Universidad
Central”. El Comercio, 18 de febrero. https://lc.cx/jk_ogX
Pagnone,
Melina Alexandra, María Belén López, Mariana Palumbo
y Romina García. 2021. “Entre la seducción y el acoso: reflexiones sobre lo
difuso”. En Sociabilidad,
violencias y erotismos en el ámbito universitario, compilado por Vanesa Vázquez y
Mariana Palumbo, 69-90. Buenos Aires: Universidad
Nacional de San Martín. https://lc.cx/mzujT5
Paz,
Diego. 2020. “Políticas de educación en sexualidad entre 1998-2017: sujetos y
contextos en el caso ecuatoriano”. En Derechos sexuales y reproductivos en Ecuador: disputas y cuentas
pendientes,
coordinado por Ana María Goetschel, Gioconda Herrera
y Mercedes Prieto, 62-92. Quito: FLACSO Ecuador / Abya-Yala. https://lc.cx/rVva1j
Phipps,
Alison, e Isabel Young. 2015. “Lad culture’ in higher education: agency in the sexualization
debates”. Sexualities 18 (4):
459-479. https://doi.org/10.1177/1363460714550909
Salgado,
Judith. 2008. La
reapropiación del cuerpo. Derechos sexuales en Ecuador. Quito: Universidad Andina Simón
Bolívar / Abya-Yala / Corporación Editora Nacional. https://lc.cx/ZSTsDv
Sigal,
Janet, Margaret Gibbs, Carl Goodrich, Tayyab Rashid, Afroze Anjum, Daniel Hsu, Carrol S. Perrino, Hale Bolak Boratav, Aggie Carson-Arenas,
Berna van Baarsen, Joop van
der Pligt y Wei-Kang Pan.
2005. “Cross-cultural reactions to
academic sexual harassment:
Effects of individualist vs. collectivist
culture and gender of participants”. Sex
Roles: A Journal of Research 52
(3): 201-215. https://doi.org/10.1007/s11199-005-1295-3
Varea,
María Soledad. 2008. Maternidad
adolescente. Entre el deseo y la violencia. Quito: Abya-Yala. https://lc.cx/WvezO7
Verdú,
Ana Dolores. 2018. “El sufrimiento de la mujer objeto”. Feminismo/s 31: 167-186. https://doi.org/10.14198/fem.2018.31.08
Wambra.
2022. “La violencia más común en las universidades: el acoso sexual”, 19 de
julio. https://lc.cx/f7aKIO
Zabala
de Cosío, María Eugenia. 2010. “Familia y relaciones de género”. En Identidades de género en transformación en
América Latina. Aportes europeos y americanos (XIX-XX), coordinado por Nathalie Ludec, 145-166. Quito: Abya-Yala.
Entrevista
a Alicia, Quito, 16 de diciembre de 2022.
Entrevista
a Amelia, Quito, 13 de diciembre de 2022.
Entrevista
a Andrea, Quito, 15 de diciembre de 2022.
Entrevista
a Esther, Quito, 15 de diciembre de 2022.
Entrevista
a Lucía, Quito, 16 de diciembre de 2022.
Entrevista
a Luis, Quito, 15 de diciembre de 2022.
Entrevista
a Luisa, Quito, 15 de diciembre de 2022.
Entrevista
a Miguel, Quito, 16 de diciembre de 2022.
Entrevista
a Pablo, Quito, 16 de diciembre de 2022.
Entrevista
a persona no binaria, Quito, 13 de diciembre de 2022.
Entrevista
a Valeria, Quito, 13 de diciembre de 2022.
Notas
[i]
Entre los múltiples artículos de prensa que abordan el tema se pueden mencionar
dos de El Comercio, titulados “Denuncias de presunto acoso en
Facultad de Trabajo Social de la U. Central preocupan” (Bravo 2016) y “Docente
acusado de supuesto acoso fue separado de la Universidad Central” (Pacheco
2016).
[ii] Diferentes diarios de Ecuador han tratado este
hecho. Para revisar artículos sobre el tema ver Cevallos (2018) y Wambra (2022).
[iii] Esta universidad se dirige a un estudiantado de estrato social
medio y cuenta con becas para personas de estrato medio bajo o bajo.
[iv] María
Soledad Varea (2008) observa la escasa comunicación de los y las adolescentes
con sus padres y madres como factor que profundiza la vulnerabilidad frente al
abuso y que converge con la falta de educación sexual y la impunidad cuando la
violencia ocurre en hogares y colegios.
[v] En Ecuador las entidades rectoras de las políticas públicas han sugerido a las universidades la implementación de protocolos y mediante una resolución se envió un modelo de protocolo. No obstante, cabe aclarar que la Ley de Educación establece la autonomía de las universidades, ver más detalles en Guarderas y Cuvi (2020).