DOSSIER de investigación
Migraciones, género y trabajo juvenil: transiciones superpuestas en sectores populares de Argentina
Migrations, gender and youth work: Overlapping transitions in popular sectors of Argentina
Dra. Débora Gerbaudo-Suárez. Investigadora. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas y Universidad Nacional de San Martín (Argentina).
(dgerbaudosuarez@unsam.edu.ar) (https://orcid.org/0000-0002-8090-2279)
Recibido: 05/05/2024 • Revisado: 09/07/2024
Aceptado: 10/10/2024 • Publicado: 01/01/2025
Cómo citar este artículo: Gerbaudo-Suárez, Débora. 2025. “Migraciones, género y trabajo juvenil: transiciones superpuestas en sectores populares de Argentina”. Íconos. Revista de Ciencias Sociales 81: 33-50. https://doi.org/10.17141/iconos.81.2025.6222
Resumen
En el artículo se exploran las trayectorias de jóvenes de familias paraguayas residentes en barrios periféricos del Gran Buenos Aires, indagando su relación con los mercados de trabajo a los que ingresan y con la ciudad que habitan. De esta forma, el objeto de estudio lo constituyen los y las migrantes y también quienes nacieron en Argentina pero viven en hogares transnacionales. Se desarrolló una etnografía colaborativa que implicó la observación participante y entrevistas a jóvenes en el entorno de sus familias, de los grupos de pares y de organizaciones comunitarias. Los resultados muestran que constituyen juventudes de clases populares y que enfrentan procesos de exclusión del mercado laboral en espacios sociourbanos segregados. Aunque también visibilizan las particularidades de sus transiciones juveniles, se perciben las desigualdades interseccionales de género, etnia, raza y clase que experimentan, ligadas a la condición migratoria de sus familias. En conclusión, su inserción en trabajos precarizados asociados a nichos laborales de migrantes, si bien genera identidad en el espacio urbano, también reproduce las desigualdades de clase en las familias. A su vez, aunque las transiciones de las jóvenes reflejan mayores desigualdades debido a los estereotipos de género y de clase, también evidencian que a través del trabajo de cuidados comunitarios disputan su derecho a una ciudad desde una perspectiva feminista.
Descriptores: Argentina; desigualdad social; espacio urbano; género; juventud; migración.
Abstract
This article explores the trajectories of young Paraguayan families living in peripheral neighborhoods of Greater Buenos Aires, exploring their relationship with labor markets and with the city they live in. Thus, the object of study is constituted by migrants and by those who were born in Argentina but live in transnational households. A collaborative ethnography was carried out involving participant observation and interviews with young people and their families, peer groups, and community organizations. The results demonstrate that they are young people from lower classes and that they face exclusion from the labor market in segregated socio-urban spaces. Although the results make visible the particularities of these youth transitions, intersectional inequalities are evident regarding experiences of gender, ethnicity, race, and class, linked to the migratory conditions of their families. In conclusion, their insertion in precarious jobs associated with migrant labor niches generates identity in urban spaces and reproduces class inequalities among families. In turn, although the transitions of young women reflect greater inequalities due to gender and class stereotypes, they also show that through community care work they dispute their right to the city from a feminist perspective.
Keywords: Argentina; social inequality; urban spaces; gender; youth; migration.
En el presente artículo se exploran las trayectorias de jóvenes de familias paraguayas residentes en barrios populares de San Martín, un municipio del Gran Buenos Aires, para indagar su relación con los mundos del trabajo a los que ingresan y con la ciudad que habitan, en los alrededores del mayor basurero a cielo abierto de Buenos Aires y de una de las cuencas más contaminadas de Argentina. Se comprende así a quienes llegaron en la infancia con sus familias, quienes lo hicieron de mayores siguiendo sus propios proyectos y a quienes nacieron en Argentina de madres o padres de Paraguay. En todos los casos, se trata de jóvenes de hogares transnacionales puesto que sus familias forman parte de redes en las que circulan personas, mercancías, dinero, ideas, información y prácticas entre el país de origen y el de recepción (Levitt y Glick Schiller 2004).
Estas juventudes migrantes son parte de las clases populares y enfrentan procesos similares de exclusión del mercado laboral en espacios sociourbanos segregados del conurbano bonaerense. Aunque también se visibilizan las particularidades en dichas transiciones, se toman en consideración las desigualdades interseccionales de género, étnico-raciales y de clase que experimentan, ligadas a la condición migratoria de sus familias.
En el campo de los estudios de las juventudes esta transición es un momento específico del paso a la adultez en la búsqueda de autonomía donde acontecen dos procesos centrales: el cambio de la educación al empleo y la mudanza del hogar paterno al propio (Casal et. al. 2006). Desde los enfoques que han concebido las desigualdades en términos de inclusión versus exclusión se abarcaron temas entre los que sobresalen el acceso a la escolarización, las transiciones entre educación y trabajo (Jacinto 2004; Beheran 2012; Miranda y Córica 2015), la producción estatal de la cuestión juvenil (Vázquez y Liguori 2018; Vommaro 2015) y las políticas públicas dirigidas a juventudes vulnerables “o en riesgo” en el ámbito de la prevención del delito (Raggio y Sabarots 2012) y de los programas de transferencias condicionadas de ingresos (Medan 2014). Estos estudios brindan complejos análisis sobre las condiciones de vida de las personas jóvenes en torno a la educación, al trabajo y a las posibilidades de inserción social, analizando las desigualdades socioeconómicas que las atraviesan.
El enfoque de género, aunque no fue explorado de igual manera, también propone interesantes y necesarias miradas que complementan las anteriores. De acuerdo con la socióloga Silvia Elizalde, en general predominó una mirada androcéntrica y binaria en las investigaciones sobre juventudes, recortando un sujeto juvenil hombre, urbano, pobre o de clase media, en la escuela o en el mercado de trabajo (Elizalde 2006; Elizalde y Álvarez Valdés 2021). En contraste, los aportes de la teoría feminista de las últimas décadas y de los estudios de género permitieron comprender las condiciones de producción de las diferencias sexo-genéricas y su articulación con otras, delimitando sentidos normativos sobre las maneras de ser mujer, hombre, no binaria, heterosexual, lesbiana, gay, etc.
En esta línea, se produjeron investigaciones que problematizaron distintas dimensiones de género en las transiciones juveniles: aquellas afectadas por las violencias y el delito (Medan 2013) o por las desigualdades en torno a la pobreza y a las maternidades en las jóvenes (Tabbush 2009; Llobet y Milanich 2014; Gaitán 2019; Llobet 2020). En este artículo cobran especial relevancia aquellas centradas en la educación y en el mundo del trabajo desde la perspectiva de género (Miranda y Arancibia 2017; Jacinto, Roberti y Martínez 2022).
Cabe mencionar que con la migración se visibiliza una tercera transición vinculada a la movilidad transnacional que las personas realizan en su juventud (García Borrego 2003). En este sentido, algunos estudios focalizaron sobre el fenómeno de la migración juvenil en el corredor paraguayo-argentino, donde la movilidad se produce debido a la búsqueda de mejores posibilidades de vida, de trabajo y de consumo cultural. La mayor parte de quienes migran tienen entre 15 y 29 años, lo que da cuenta de una migración compuesta esencialmente por personas jóvenes (Serafini 2023) y con una marcada tendencia hacia la feminización (Soto, González y Dobrée 2012).
En el texto se dialoga con estudios que visibilizan las diversas trayectorias educativas y laborales de los y las jóvenes en el Área Metropolitana de Buenos Aires (Olmedo 2011; Miranda Cravino y Martí Garro 2012), considerando las desigualdades de género (Miranda 2012) en sus transiciones. En paralelo, se parte también de literatura sobre familias migrantes y de los procesos de inserción de sus descendientes, contemplando las desigualdades de clase y generacionales en torno a desarrollos de movilidad social que han sido centrales en países del Norte Global (García Borrego 2003; Portes, Fernández Kelly y Haller 2006; Pedreño Cánovas 2010), pero también con antecedentes en el Sur (Trpin 2004; Gavazzo 2012; Zenklusen 2018; Lemmi, Morzilli y Moretto 2018; Novaro y Diez 2021).
El artículo se estructura en tres apartados. En el primero, se caracteriza la inserción de las personas jóvenes migrantes en nichos laborales entre los que se encuentran la construcción y el sector de los cuidados tradicionales en familias migrantes. En el segundo, se analizan algunas formas alternativas de trabajo derivadas de la economía social en los barrios populares de San Martín, Argentina. Por último, se plantea una reflexión sobre la intersección de las desigualdades que configuran las transiciones juveniles superpuestas y que afectan particularmente la inserción laboral de las mujeres jóvenes.
El artículo se basa en la participación en un proyecto colectivo de investigación-acción, donde la construcción de conocimiento se orienta de manera explícita hacia los objetivos políticos de las comunidades (Rahman y Fals Borda 1989). En este caso, se buscó atender las desigualdades entre las poblaciones migrantes del área Reconquista.
Esto implicó que el trabajo de campo muchas veces combinara la observación y las entrevistas con la participación en actividades demandadas por la comunidad: la producción de reportes para consejerías migrantes, la sistematización de talleres con mujeres, la ayuda en tareas escolares y la solicitud de subsidios para familias durante el aislamiento por la covid-19, entre otras cuestiones.
Además, la evidencia empírica presentada se obtuvo a partir de 20 entrevistas semiestructuradas y en profundidad a hombres y mujeres de entre 15 y 25 años provenientes de familias paraguayas en Costa Esperanza y Costa del Lago, dos barrios autoconstruidos a partir de la toma y la ocupación de tierras en San Martín. Si bien estas juventudes tenían en común el estar atravesadas por el proceso migratorio, propio o de sus familias, se diferenciaban por su mayor o menor involucramiento con organizaciones sociales y políticas y por el rol de liderazgo barrial con el que contaban algunas de las familias en la comunidad.
A través de las entrevistas etnográficas, donde los datos son construidos entre las personas que realizan las preguntas y las que ofrecen sus testimonios (Guber 2001), se buscó captar el punto de vista de las personas jóvenes en las familias. Siguiendo un enfoque generacional de las migraciones (Gavazzo 2012), se comprendió a interlocutores e interlocutoras desde una dimensión genealógica que les une con sus familias (hijos, hijas, hermanos, hermanas), desde una dimensión etaria que les ubica en una posición social específica en tanto grupo etario (jóvenes) y desde una dimensión sociohistórica con experiencias sociales compartidas (hijos e hijas de migrantes, habitantes de barrios populares). A partir de preguntas retrospectivas sobre sus experiencias educativas y laborales pasadas, pero también de otras relacionadas con el presente del trabajo de campo, reconstruí relatos de vida de los y las jóvenes para relacionar sus biografías y sus trayectorias individuales y familiares con el contexto social, cultural, político y simbólico en el que transcurren, teniendo en cuenta la manera en que ese contexto influencia y es transformado por estas personas (Mallimaci y Giménez 2006).
La transición escuela-trabajo hacia la vida adulta y su inserción en la estructura social es una preocupación clásica en los estudios sobre la juventud, aunque estos escasamente contemplan la perspectiva de género o las trayectorias particulares de las juventudes en la migración. Retomando algunos de sus aportes, en este apartado me pregunto ¿qué transiciones educación-trabajo hacen los y las jóvenes de las familias paraguayas?, ¿qué mundos del trabajo transitan? y ¿de qué modo el acceso a esos trabajos se relaciona con la ciudad que habitan? Se entiende por “mundos del trabajo” la trama de relaciones en las que se insertan personas jóvenes, considerando la articulación de las políticas públicas con los diversos actores que intervienen en sus transiciones (Jacinto, Roberti y Martínez 2022).
Muchos hombres en las familias paraguayas combinan a temprana edad el estudio en escuelas secundarias de formación técnica con el trabajo en la construcción. Los hermanos Ezequiel y Leonardo estudiaron en la Escuela Secundaria Técnica (EST) n.º 4 todo lo relacionado con construcciones y el mayor de ellos se graduó de maestro mayor de obras. Para ellos esto es algo “natural”, ya que destacaban que “en toda mi familia somos albañiles” (entrevistas a Ezequiel y Leonardo, Costa del Lago, 8 de febrero de 2021). Ambos hermanos aprendieron desde pequeños a colaborar en las jornadas de construcción de su propia vivienda en el asentamiento con su padre, con sus tíos y con sus abuelos. Además, los tíos a veces los llevaban a trabajar con ellos como ayudantes en algunas obras en otros barrios. Debido a esta experiencia laboral temprana ellos dicen no haber sentido la presión de sus madres y padres en la elección de un colegio técnico orientado a este rubro.
Históricamente en Argentina la educación secundaria técnica estuvo asociada a la movilidad social. Según Gallart (2002), desde su impulso en los años cuarenta hasta la década de los 80, sus egresados eran en su mayoría hombres provenientes de sectores bajos y medio-bajos y presentaban una mejora educativa respecto a sus progenitores, quienes solo habían culminado el nivel primario. Esas representaciones perduran entre las familias migrantes del área Reconquista y sus jóvenes. En repetidas ocasiones mencionaban que “son muy buenas escuelas” por la amplia carga horaria que mantienen, o bien que “en la técnica no se jode” por la rigurosidad y exigencia con sus estudiantes. Además, frecuentemente resaltaban que “tienen rápida salida laboral”, ya que brindan una educación orientada a demandas del mercado de trabajo.
Por esto mismo, muchas personas jóvenes sienten la presión familiar respecto a la elección de esta modalidad. Un ejemplo de esto lo encontramos en los hermanos Nicolás y Fernando, que viven en Costa Esperanza y estudian en la EST n.º 1 en el centro del municipio. “A veces los padres obligan a los hijos a seguir esto. Dicen ‘yo seguí esto, vos tenés que ser lo mismo que yo, así me podés ayudar’ ¿viste?” (entrevista a Nicolás, Costa Esperanza, 8 de enero de 2021). Así, para unos la transición estudio-trabajo está atravesada por presiones de madres y padres para que sus hijos e hijas elijan una orientación escolar con una “rápida salida laboral” que les permita contribuir con ingresos económicos. Por otro lado, esta elección parece darse sin mayores complicaciones entre los jóvenes de las familias paraguayas, quienes ya se relacionan con estos mundos del trabajo a temprana edad a través del parentesco y de la autoconstrucción de las viviendas en el barrio.
Esta coincidencia de perspectivas también refleja valoraciones compartidas entre madres, padres, hijos e hijas sobre la educación y su importancia para ascender socialmente. Algo similar muestran Lemmi, Morzilli y Moretto (2018) sobre familias bolivianas horticultoras en La Plata, para quienes el acceso a la educación pública es un anhelo de madres y padres que se convierte en una estrategia también valorada y sostenida por los y las jóvenes. Además, al igual que sucede con las familias paraguayas, dan importancia a la orientación productiva de la enseñanza que reciben sus hijos e hijas, ligada a formas de sociabilidad y a la participación en los espacios de producción doméstica o de trabajo con personas adultas (Novaro y Diez 2021).
En el área Reconquista, muchas personas jóvenes que asisten a estas escuelas técnicas en simultáneo trabajan en actividades ligadas a mejorar las condiciones habitacionales de las viviendas autoconstruidas en sus barrios. Por ejemplo, en los últimos años de colegio Ezequiel trabajó en obras en construcción haciendo “prácticas profesionalizantes” en convenio con TECHO, una ONG dedicada a la construcción de viviendas de emergencia para familias en situación de pobreza.
Si bien esto fomenta un oficio con rápida salida laboral como esperan sus familias, también reproduce, en muchos casos, la inserción precarizada de la generación que les precede. Algo similar observó Andrés Pedreño Canovas (2010) entre hijos e hijas de migrantes marroquíes y ecuatorianos en Murcia. Madres y padres apuestan al ascenso social a través de la “carrera escolar” de sus hijos e hijas como estrategia para acceder a trabajos “buenos o dignos”, a diferencia de los “trabajos de migrantes”, aquellos más duros y en el campo. Aunque sus hijos e hijas buscan desmarcarse de ese capital simbólico negativo luchando por conseguir un título, la escuela termina reproduciendo estereotipos que condicionan las posibilidades de éxito o fracaso de los jóvenes y las jóvenes.
En cambio, en su estudio sobre hijos e hijas de familias chilenas asentadas en la Patagonia argentina, Verónica Trpin (2004) encontró que, si bien la escuela refuerza estereotipos identificándoles como personas extranjeras, ellas y ellos manifiestan su “chilenidad” en un contexto donde “ser chileno” está muy asociado a “trabajar en el campo”. Esa dinámica es más similar a la que veo entre jóvenes de familias paraguayas que, si bien buscan alcanzar mayores niveles de escolaridad que sus padres y madres, no reniegan de los trabajos que hacen y en los que se vieron involucrados en su infancia y adolescencia. Tal vez procuran negociar sus condiciones de subalternidad, asociadas a una nacionalidad y a una clase social (“paraguayos y paraguayas pobres”) continuando con el oficio familiar, pero buscando su profesionalización a través de la obtención de títulos que lo certifiquen.
En relación con la migración paraguaya, Martí Garro (2012) encuentra que los y las descendientes de estas familias presentan niveles educativos más altos que sus madres y padres, y que ello repercute en una diversificación mayor de los trabajos. Si bien es común la inserción laboral temprana en el rubro de la construcción, también se observa que muchos han podido cambiar de sector y que poseen ocupaciones sin vinculación con el área de actividad de sus progenitores, por ejemplo, trabajando de mozos o de cadetes. En esta línea, el autor sostiene que las mayores posibilidades de empleo favorecieron las chances de los y las jóvenes para escapar de un horizonte laboral acotado a “nichos” de actividad.
El sostenido crecimiento económico registrado desde el año 2004 en Argentina, la creciente demanda agregada de empleo y el estancamiento y reducción del empleo no registrado, dan cuenta de un contexto favorable para la búsqueda de mejores condiciones laborales (Martí Garro 2012, 263).
Sin embargo, casi dos décadas después las historias de estas familias muestran trayectorias similares entre los y las jóvenes y sus madres y padres, o al menos una inserción laboral donde complementan el trabajo en la construcción con otras actividades, entre las que se encuentran el autoempleo en barberías o el trabajo en cooperativas. En relación con esto, es importante considerar el modo en que la pandemia del 2020 puede llegar a afectar en los próximos años las trayectorias de estas personas jóvenes que están terminando sus estudios y comenzando sus recorridos laborales. Es decir, el efecto “generación” en las transiciones juveniles educación-trabajo, que puede reflejar tendencias reproductoras y de cambio sociohistórico, dependiendo de los ciclos socioeconómicos y de las oportunidades educativas (Miranda y Corica 2015).
Ahora bien, las transiciones juveniles educación-trabajo en general muestran que la generación se interseca con el género, creando trayectorias diferenciadas entre hombres y mujeres jóvenes. Históricamente, la educación técnica en sus distintos niveles fue sexista, ya que al 2020 la matrícula continuaba siendo mayoritariamente masculina con apenas un 34 % de estudiantes mujeres (INET 2020). La elección de las orientaciones está influida por segregaciones de género condicionadas por la división sexual del trabajo. Mientras que los hombres son mayoría en especialidades masculinizadas como mecánica, construcción o electrónica, hay una mayor presencia de mujeres en especialidades consideradas más “blandas” entre las que destaca la administración y otras relacionadas con los servicios. Esto repercute en su inserción laboral, con menor participación de las mujeres en el sector industrial y más en las tareas de cuidados dentro de los hogares.
Entre los y las jóvenes migrantes se han encontrado situaciones que responden a esta tendencia general de desigualdad de género en las trayectorias educativas y laborales. En un estudio sobre familias peruanas en Córdoba, Zenklusen (2018) encontró que muchas prefieren una educación técnica para sus hijos, esperando que continúen la universidad, mientras que sus hijas reciben una educación “de señoritas” en escuelas religiosas. Si bien en el trabajo de campo no encontré mandatos de género organizando las elecciones escolares o laborales de sus hijos e hijas, esto no implica que no existan desigualdades en sus trayectorias juveniles, sino que en este contexto de pobreza prima más la clase social que el género en la elección educativa.
Por otra parte, sí existen transiciones educación-empleo condicionadas por el género en las trayectorias de las mujeres jóvenes que no logran concluir el nivel secundario por las grandes dificultades que conlleva conciliar el estudio con las tareas de cuidados y, en muchos casos, con la maternidad adolescente. Las hermanas Gisel y Daianis son dos adolescentes paraguayas que viven con su madre y con sus dos hermanos pequeños en una vivienda precaria en Costa del Lago. Gisel, de 17 años, estudia en la EST n.º 1 para ser maestra de obras, y su hermana Daianis de 15 también está matriculada en esta institución.
La madre de ambas, que debe cuidar sola a todos sus hijos e hijas, hace grandes esfuerzos para mantener a la familia, trabaja de promotora de economía social en la Casa de la Mujer Kuña Guapa, por lo que pasa gran parte del tiempo fuera para poder “llegar a fin de mes”. Así, las adolescentes distribuyen su tiempo entre el estudio y las tareas de trabajo doméstico y de cuidados en el hogar. Otras obtienen ingresos económicos provenientes del trabajo en casas particulares, haciendo “changas” de niñeras al cuidar a hijos e hijas de vecinas del barrio.
Si bien las jóvenes estudian y trabajan desde pequeñas, al igual que sus pares hombres, también se desempeñan en áreas de actividad atravesadas por los roles de género que más que una “transición” muestran una “superposición” en sus trayectorias. En este sentido, los estudios sobre juventud y género señalan que las transiciones educación-trabajo no son tan lineales si se tienen en cuenta la reproducción social y la economía de los cuidados,
en especial en los países de América Latina donde desde edades muy tempranas las niñas y adolescentes son las encargadas del cuidado de niños/as y de personas dependientes y los hombres se vinculan de forma temprana a la actividad laboral, sobre todo en familias migrantes, rurales, o pobres y en contextos de crisis económica o política (Segato 2003 en Miranda y Arancibia 2017, 3-4).
Dicho fenómeno también repercute entre las jóvenes de familias paraguayas. Si bien la desventaja de las mujeres en el mercado laboral respecto de los hombres es un rasgo general en el conjunto de trabajadores, entre las jóvenes de origen migrante “se añade la carga simbólica que pesa sobre los empleos de cuidados que desempeñan las mujeres paraguayas” (Martí Garro 2012, 265) y que condiciona su inserción en empleos no calificados con un alto índice de informalidad laboral (Rodríguez Enríquez y Sanchís 2011). Así, desde una mirada interseccional, es posible comprender que las transiciones juveniles están marcadas por el género, por el origen migratorio y por la edad, condicionando a las y los adolescentes a desarrollar trabajos invisibilizados y, por ello, más factibles de ser vulnerados.
En contraste con lo anterior, la inserción laboral de jóvenes migrantes y de hijas de migrantes en la economía popular les permite acceder a otros mercados de trabajo. La economía popular, similar al modelo de la economía social y solidaria, destaca la importancia de las tareas de cuidado y de reproducción de la vida, aunque le atribuye un importante rol al salario social en tanto remuneración cubierta a cargo del Estado (Miranda 2019).
En los años setenta un proceso de desindustrialización afectó fuertemente al municipio San Martín, derivando la pauperización de los antiguos barrios obreros y afectando a varias generaciones de trabajadores. No obstante, ello promovió una amplia red de trabajo informal y de economía popular en la que se insertaron gran cantidad de jóvenes. El Movimiento Evita, que forma parte de la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (UTEP),[i] tiene una fuerte presencia allí con dos polos productivos integrados por fábricas recuperadas por las organizaciones sociales. Además de actividades laborales, en las asambleas se discuten las problemáticas del territorio.
El polo de San Andrés alberga distintos emprendimientos que emplean a jóvenes del área Reconquista.[ii] Uno de ellos es “Changuita Despierta”, una cooperativa textil y de serigrafía que tiene su propia marca de ropa feminista. Allí trabaja Lennis junto a su prima y a otras 15 jóvenes que forman parte de una generación que ya no accede a trabajos formales. Según el Registro Nacional de Trabajadoras y Trabajadores de la Economía Popular, el 60,6 % tiene entre 18 y 35 años y son en su mayoría mujeres (Lombardo 2022).
Casi la mitad de estas cooperativistas migraron desde Paraguay y son beneficiarias de un programa que otorga un subsidio de ayuda económica.[iii] Para ellas, lo que hacen no solo es “cobrar un plan” sino también “inventar su propio trabajo”. Una tarde compartí una jornada laboral con ellas. Lennis acomodaba remeras en una máquina mientras me explicaba que “la propuesta de Changuita es organizarse y generar trabajo”. Malena, otra joven migrante que repasaba la tela con una esponja, comentaba que “además de ser autogestionado es militante porque tenés ese plus del trabajo social y colectivo”. Mía, en otra mesa con una pistola de calor secando las remeras terminadas, agregaba: “claro, ese es el alto problema en la juventud. Básicamente ya no hay trabajo formal ¡No hay fábricas a las que podamos ir! Entonces en la economía popular producir tu propio trabajo es la que va”.
Este diálogo refleja un desafío generacional que atraviesan muchas jóvenes, sobre todo de barrios populares, ante la desocupación y los cambios en el mercado laboral de las últimas décadas. Según Vommaro y Daza (2017) estos procesos convirtieron el espacio del barrio en un territorio híbrido, concebido como lugar de producción y de reproducción mediante lógicas laborales subalternas. En ese contexto, participar en un movimiento social es una estrategia para generar ingresos, ya que gran parte de quienes habitan este territorio realizan tareas comunitarias a cambio de subsidios estatales a los cuales acceden por formar parte de la organización (Longa 2018). Sin embargo, desde una perspectiva de género es posible entender que esta transición al mundo del trabajo implica, en muchos casos, una transformación política y feminista más amplia que excede lo laboral.
[El trabajo] no tiene esa lógica punteril de ‘venís, trabajas tantas horas y te vas, no me importa lo que te pasa’. No, es como ‘che, vos tenés tu salario, pero vamos a construir esto’ y te explican qué espacio somos, que somos feministas, qué es el feminismo popular y que todas podamos estar en la misma línea de discusión y podamos construir en base a eso (entrevista a Lennis, Costa Esperanza, 26 de diciembre de 2019).
El contexto de oportunidad que las jóvenes encuentran en este trabajo tiene que ver con la incorporación de la perspectiva de género al movimiento social. En 2012 se creó el Frente de Mujeres, pues era algo necesario para “la organización de los temas de las mujeres” bajo una mirada feminista, popular y peronista (Vázquez Laba, López y Rajoy 2018). Años más tarde, se impulsaron talleres de promoción de género destinados a trabajadores y trabajadoras de las cooperativas municipales (Rajoy 2019). Estas transformaciones institucionales influyeron sobre la construcción de subjetividad de las jóvenes respecto al trabajo. Para Lennis y sus compañeras ellas son “sobrevivientes que nos organizamos y creamos nuestro propio trabajo” (Pedelacq 2021, párr. 16).
Con el trabajo sobreviven a las violencias de género. Sabrina me contaba que la cooperativa se formó en 2016 “para ayudar a mujeres que sufren violencia de género, que puedan tener su plata para salir de esa” (entrevista a Sabrina, Costa Esperanza, 6 de octubre de 2019). Si la dependencia económica es una limitante para enfrentar las violencias, cobrar un plan social les permite contar con un salario mínimo y con cierta autonomía para salir de esas situaciones.[iv] Algo similar ocurre con los centros dependientes de instituciones religiosas que ofrecen a las juventudes la posibilidad de generar ingresos, con libertad de horarios y con acompañamiento para proyectar alternativas de vida ante las violencias cotidianas que imperan en los barrios marginalizados (Miranda, Arancibia y Fainstein 2021).
Las violencias de género son más visibles entre las jóvenes, aunque afectan de manera particular a quienes provienen de otro lugar y se agravan por la falta de redes familiares en el lugar de destino, por la xenofobia, el tabú de la denuncia y el desconocimiento de la burocracia local. De hecho, durante la pandemia por la covid-19 las mujeres migrantes y refugiadas enfrentaron mayores riesgos de sufrir violencia física, psicológica y sexual debido al cierre de fronteras que intensificó la xenofobia hacia personas migrantes y que dificultó su acceso a la documentación, dejándolas en situaciones de extrema vulnerabilidad (Batthyány y Sánchez 2020).
Además, estas jóvenes sobreviven a formas de trabajo esclavo particularmente asociadas a su condición migratoria. Algunas de ellas, o sus familias, trabajaron previamente en talleres clandestinos de costura, entre otros rubros. Ninguna tuvo buenas experiencias en este sentido. En una nota, Karen quien hace poco se incorporó a la cooperativa, comentaba que “a los talleres clandestinos no queremos volver”, y Lennis identificándose con varias de sus compañeras, reconocía haber sobrevivido a muchas otras cosas: “a ser pobres, mujeres y migrantes” (Pedelacq 2021, párr. 17).
Ahora bien, para otras jóvenes la inserción al mundo laboral cooperativo se da de manera más temprana por medio de vínculos familiares que configuran trayectorias educativas, laborales y de militancia superpuestas. La familia Monges es reconocida en Costa Esperanza por su participación en la toma y ocupación de tierras a principios del siglo XXI y por los numerosos cortes de rutas llevados a cabo para luchar por la llegada de servicios al barrio. Además, la familia es conocida por su liderazgo en la organización de actividades comunitarias y políticas en la UTEP. María, la madre, hace muchos años es supervisora de una de las cooperativas de limpieza de arroyos en el área Reconquista. En ese marco, al menos tres de las siete hermanas ingresaron a trabajar con ella.
Para ellas el trabajo comunitario y cooperativo no era nada nuevo. Ambas recuerdan que ya desde chicas, Zulma con 15 y María con 12 años, mientras iban al colegio trabajaban con la familia en una “panadería comunitaria” donde elaboraban alimentos para proveer a los diversos comedores y merenderos de la zona. También producían facturas y las vendían a “precios populares” en el barrio. En ese entonces su madre militaba en el movimiento social Barrios de Pie y por ese vínculo consiguieron que el Ministerio de Desarrollo Social les brindara máquinas e insumos para aumentar la producción. Por eso, Zulma reflexiona:
Para nosotras fue siempre laburar, estudiar y la militancia nos dio la posibilidad de hacer el primer emprendimiento, ahí empezamos a discutir la cuestión del trabajo porque siempre fue ‘bueno, hacemos comedor merendero por una cuestión de necesidad’ y después dijimos ‘bueno, veamos también la posibilidad de generar trabajo’ (entrevistas a Zulma y María, Costa Esperanza, 14 de febrero de 2020).
Experiencias similares a las de estas jóvenes, con trayectorias educativas, laborales y de militancia en simultáneo, también se ven atravesadas por tareas de cuidados comunitarios y eso influye en las decisiones que toman para alcanzar una autonomía en la adultez. Dichas transiciones moldean otra relación con el trabajo en un contexto de precariedad general de las condiciones de vida y de desempleo, en particular de falta o insuficiencia de ingresos económicos, asociadas a madres o padres con desempleo crónico o con ocupaciones informales que no permiten cubrir las necesidades básicas en los hogares. Ahora bien, en los barrios populares la participación en movimientos sociales de base permite acceder a programas sociales a través de los cuales disponer de recursos para generar ingresos “por y para el barrio”.
En este escenario, las mujeres, a través de los cuidados comunitarios, construyen liderazgos migrantes con los cuales negociar sus condiciones de desigualdad (Magliano 2018; Gavazzo y Nejamkis 2021). Zulma, con 21 años ya coordinaba el trabajo territorial de un movimiento social en dos distritos, San Martín y Tres de Febrero, junto a un grupo de jóvenes: “el subsecretario de desarrollo social decía que era hora del cambio generacional” (entrevista a Zulma, Costa Esperanza, 14 de febrero de 2020). Asumir tal responsabilidad a tan corta edad no fue difícil para ella porque era una de “las Monges”, y en ese sentido sus compañeras, mujeres de generaciones más grandes, la reconocían por su “laburo territorial, militaba desde los 16 años las doñas a mí me adoraban” (entrevista a Zulma, Costa Esperanza, 14 de febrero de 2020), sobre todo en espacios altamente feminizados como comedores y cooperativas de reciclaje o de limpieza en el área Reconquista.
Esto refleja lo encontrado entre jóvenes activistas en organizaciones de la colectividad paraguaya, quienes también disponen y hacen uso de un “capital militante” donde el “ser descendiente” (y haber migrado a temprana edad) puede constituir una ventaja para legitimar su participación en la comunidad (Gavazzo y Gerbaudo Suárez 2020). Asimismo, las jóvenes migrantes en organizaciones sociales del área Reconquista ponen en juego mecanismos similares a través de relaciones de cooperación con mujeres de distintas generaciones en las que también se transmite un capital político, en este caso, de madres a hijas, mediante el cual obtienen reconocimiento de las mayores (Gavazzo y Gerbaudo Suárez 2024).
Por otra parte, dicha inserción les permitió a las hermanas Monges desarrollar proyectos de maternidad compatibles con el trabajo cooperativo. Zulma recordaba que durante su primer embarazo se “quedaba a dormir en los acampes ¡con la panza así! (de grande), entonces las compañeras me respetaban desde ese lugar, le puse ¡todo!” (entrevista a Zulma, Costa Esperanza, 14 de febrero de 2020). Eso incluso, reflexiona, contribuyó a legitimar aún más sus roles de mujer joven y de madre en el trabajo comunitario.
María, una joven de 19 años con un hijo y una hija, tenía un trabajo en CABA que no le permitía pasar tiempo con ellos. Cuando su madre se afianzó en la cooperativa del área Reconquista se fue a trabajar con ella, así no tenía que viajar tanto. Además, me decía, “el programa te permite trabajar y tener a los hijos cerca” (entrevista a María, Costa Esperanza, 14 de febrero de 2020). Al igual que muchas otras mujeres, trabajar en cooperativas con jornadas de cuatro horas diarias le posibilita organizarse mejor con el cuidado de sus hijos e hijas, sobre todo en barrios donde la provisión estatal de cuidados es escasa o nula.
Por último, el lugar de trabajo se ha convertido en un espacio de discusión política sobre las desigualdades de género que enfrentan las mujeres jóvenes y las trabajadoras en sus barrios.
Siempre tengo una discusión interna con mis compañeras en el Frente de Mujeres, porque para mí el feminismo tiene que ser comunitario... no le podés decir a la doña ‘bueno, decíle a tu marido que no te pegue’ ¡no es tan así! o cuando te dicen ‘sepárate ¿por qué vas a estar así?’ Acá no es solamente la violencia sino ¡la cuestión económica! porque muchas compañeras sufren situaciones de violencia porque no tienen resuelta la cuestión económica (entrevista a María, Costa Esperanza, 14 de febrero de 2020).
En ese sentido, las trayectorias de las jóvenes migrantes ponen en tensión un feminismo de las clases medias que no las representa por otro que sí, uno más “comunitario” o “popular” que traduzca las demandas en función de las diversas desigualdades que experimentan en los territorios que habitan (Gerbaudo Suárez 2023). Frente a ello, la inserción laboral en la economía popular presenta otras transiciones juveniles posibles para quienes participan en movimientos sociales, en emprendimientos cooperativos y en espacios feministas en el área Reconquista. A la vez, ilumina la relación entre juventudes, género y trabajo desde una dimensión espacial.
La perspectiva de la reproducción social ampliada sostiene que “el trabajo puede ser reconceptualizado poniendo de relieve la reespacialización de trabajo, territorialización y las maneras en que dicha reespacialización o territorialización están transformando el espacio urbano” (Dinerstein 2016, 5). Esta concepción espacial del trabajo permite entender las nuevas formas de generar empleo que las juventudes crean o de las que participan, sobre todo en los barrios populares donde a partir de estas prácticas laborales y políticas transforman el lugar que habitan. Por un lado, generan ingresos de manera comunitaria en un trabajo que es “por” y “para” el barrio, es decir, que surge del territorio y con el que procuran atender las necesidades vulneradas de sus habitantes. Por otro, lo hacen desde una perspectiva feminista y situada de las múltiples violencias que afectan particularmente a las mujeres y a las disidencias en dicho espacio, disputando en el proceso su derecho a una ciudad con perspectiva de género.
En el presente artículo se profundiza en las trayectorias de jóvenes de familias paraguayas en barrios periféricos del Gran Buenos Aires y su relación con los mercados laborales a los que ingresan y con la ciudad que habitan. Comprendiendo las condiciones de exclusión que comparten con las juventudes de sectores populares, pero también las desigualdades que experimentan ligadas a la condición migratoria de sus familias.
Desde una perspectiva espacial, sobre sus transiciones notamos que hombres y mujeres desarrollan trabajos asociados a las necesidades del espacio urbano en el que viven, ya sea contribuyendo a la construcción de viviendas en los barrios populares o donde escasean las instituciones de provisión de cuidados. Estas experiencias les proporcionan una rápida inserción laboral, aunque en trabajos precarios y mal pagados, integrando los nichos laborales de migrantes en los que también participan sus madres y padres. Además, aunque en su formación educativa las mujeres jóvenes también se inclinan por orientaciones técnicas, sobre ellas pesan estereotipos de género que reflejan una “superposición” en sus trayectorias. Esto se condice con un contexto latinoamericano donde las transiciones a la vida adulta están atravesadas por las tareas de cuidado desde momentos muy tempranos de la vida. Asimismo, los datos aportan a estas perspectivas de los estudios sobre transiciones juveniles y género, considerando que la desigualdad se agrava entre las jóvenes por su origen extranjero. Así, una mirada interseccional mostró que las transiciones juveniles marcadas por el género, la clase y el origen migratorio, condicionan a las jóvenes a desarrollar trabajos invisibilizados y vulnerados.
Por otra parte, la inserción laboral de jóvenes migrantes e hijas de migrantes en cooperativas les permite acceder a otros campos laborales ligados a la economía popular, donde forjan un sentido de pertenencia al espacio urbano ligado a la acción comunitaria. Si para algunas juventudes es mejor no habitar el barrio, para otras se trata de transformarlo a través del trabajo cooperativo. Estas prácticas dan cuenta de la importancia de las redes comunitarias para la generación de ingresos entre juventudes con “trayectorias rotas” debido a la persistencia del desempleo, la precariedad laboral y demás violencias en barrios marginalizados (Miranda, Arancibia y Fainstein 2021). También ponen en primer plano las desigualdades de género entre las juventudes, donde son las mujeres quienes con su trabajo apuntan a transformar el espacio que habitan desde una perspectiva feminista.
Este artículo es parte de una investigación doctoral en Antropología Social financiada por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Argentina) y desarrollada en la Universidad Nacional de San Martín. A su vez, fue llevada a cabo en el marco del Programa Migración, Género y Ambiente (Migrantas en Reconquista), de la Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales, gracias al apoyo del International Development Research Center (Canadá).
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Entrevistas
Entrevista a Lennis, Villa Ballester, 28 de noviembre de 2019.
Entrevista a María, Costa Esperanza, 14 de febrero de 2020.
Entrevistas a Nicolás, barrio Costa Esperanza, 8 de enero de 2021.
Entrevista a Sabrina, Costa Esperanza, 6 de octubre de 2019.
Entrevista a Zulma, Costa Esperanza,14 de febrero de 2020.
Entrevistas a Ezequiel y Leonardo, barrio Costa del Lago, 8 de febrero de 2021.
Notas
[i] La UTEP es una entidad gremial reconocida por el Estado que vela por los derechos de trabajadores y trabajadoras informales desde el 2011. Está integrada por movimientos sociales y políticos de trabajadores desocupados en Argentina.
[ii] En el predio funcionan una cooperativa textil, una de panificados, otra de alimentos agroecológicos y también un diario local.
[iii] “Potenciar Trabajo” es un programa del Ministerio de Desarrollo Social que proporciona una transferencia condicionada de ingresos a personas mayores de 18 años en situación de vulnerabilidad o que se desempeñen en alguna actividad de la economía popular, ya sean argentinas o extranjeras con residencia permanente. Las personas que reciben este beneficio deben participar en proyectos socioproductivos, comunitarios o educativos.
[iv] El programa Acompañar, dependiente del Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad, busca fortalecer la independencia económica de mujeres y LGBTI+ en situación de violencia de género brindando un apoyo económico equivalente al salario mínimo, vital y móvil durante seis meses consecutivos. Además, proporciona a las personas beneficiarias un acompañamiento en el acceso a dispositivos de fortalecimiento psicosocial.