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La configuración de las masculinidades bélicas en el conflicto armado colombiano
The configuration of bellicose masculinities in the Colombian armed conflict
Dr. Juan Manuel Ruiz-Barrera. Investigador independiente (Colombia).
(juan.ruiz.barrera@correounivalle.edu.co) (https://orcid.org/0000-0003-3207-5261)
Recibido: 20/06/2024 • Revisado: 23/10/2024
Aceptado: 31/01/2025 • Publicado: 01/05/2025
Cómo citar este artículo: Ruiz-Barrera, Juan Manuel. 2025. “La configuración de las masculinidades bélicas en el conflicto armado colombiano”. Íconos. Revista de Ciencias Sociales 82: 185-203.https://doi.org/10.17141/iconos.82.2025.6276
La ecología de la violencia en Colombia es uno de los factores que ha perpetuado el conflicto armado en este país. Dicha ecología está compuesta por masculinidades bélicas interrelacionadas con un sistema de guerra. El objetivo de este artículo es identificar de qué manera se configuran tales masculinidades en el sistema de guerra que se ha venido consolidando desde mediados del siglo XX en Colombia. Para el desarrollo de la investigación se acudió a una metodología cualitativa a partir de la revisión bibliográfica, de la narrativa biográfica y de la etnografía feminista. Estas dos últimas se desarrollaron con población reincorporada de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo que reside en el antiguo espacio territorial de capacitación y reincorporación “Antonio Nariño”, en el territorio Icononzo-Tolima. En los resultados se destaca que la ecología de la violencia es un escenario de legitimación de las masculinidades bélicas (militarizadas, criminales y guerrilleras) dentro el orden patriarcal, las cuales son estimuladas principalmente en los primeros años de vida de los hombres por parte de la familia y del entorno violento en el que se insertan. En este sentido, se concluye que, para avanzar en la construcción de la paz, es necesario descomponer las diferentes masculinidades bélicas a partir de mecanismos que permitan el autorreconocimiento, la reflexión y la conformación de nuevas formas de ser.
Descriptores: conflicto armado colombiano; género; guerra; masculinidades; sistema de guerra; violencia.
The ecology of violence in Colombia is a problem that has allowed the perpetuation of the armed conflict. This ecology of violence is composed of bellicose masculinities that are interrelated with a system of war. The objective of this article is to identify how bellicose masculinities are configured in the war system that has been consolidated since the mid-20th century in Colombia. To develop the study, a qualitative methodology was used based on bibliographic review, biographical narrative, and feminist ethnography. The latter two were conducted with the reincorporated population of the Revolutionary Armed Forces of Colombia People’s Army residing in the former space for training “Antonio Nariño”, in the territory of Icononzo-Tolima. The results highlight that the ecology of violence is a scenario of legitimization of war masculinities (militarized, criminal, and guerrilla) within the patriarchal order, which are mainly stimulated in the first years of men’s lives by family and the violent environment in which they are inserted. In this sense, it is concluded that, in order to advance in the construction of peace, it is necessary to deconstruct various bellicose masculinities based on mechanisms that enable self-recognition, reflection, and the conformation of new ways of being.
Keywords: Colombian armed conflict; gender; war; masculinities; war system; violence.
Desde mediados del siglo XX en Colombia, las distintas luchas de los movimientos sociales, sumadas a los conflictos políticos y económicos, dieron lugar al conflicto armado que nos ha acompañado desde entonces. Las expresiones de la violencia, relacionadas en la cotidianidad con la guerra, se entremezclan con prácticas violentas en el interior de las familias y generan expresiones coyunturales que se configuran en las relaciones interpersonales y se presentan en forma de una gramática en la que se insertan los temas políticos, económicos y culturales. Esta gramática de la violencia, que emerge en un contexto de guerra y de conflictos, es socializada y forma parte de la construcción de subjetividades a través de diversos actos físicos y metafóricos. “La violencia, entonces, es una ecología que propone una suerte de discursividades que interpelan a los sujetos en todas sus dimensiones” (Herrera et al. 2013, 90).
La ecología de la violencia hace referencia al espacio social en el que cotidianamente las personas se enfrentan a expresiones y dinámicas violentas que son producidas en distintos niveles relacionales: individual, familiar, comunitario y social. Estar inmerso en una ecología de la violencia hace que la configuración de las subjetividades en su interior esté marcada por representaciones, prácticas e interpelaciones que llevan a las personas a construir una identidad ligada a la violencia que les rodea. Esto no significa que todas las personas que están inmersas en estas ecologías sean violentas, pero sí que la violencia esté presente de distintas formas y en distintos niveles en su cotidianidad. La violencia interpela principalmente a los hombres para que participen en la guerra y es uno de los principales elementos que componen las masculinidades patriarcales. Comprender este proceso se hace necesario para pensar escenarios de construcción de paz de manera estable y para encontrar otras formas de configurar la masculinidad por fuera del orden patriarcal.
Los trabajos que abordan las masculinidades en el estudio del conflicto armado colombiano son recientes. Algunos contribuyen a la comprensión de las configuraciones de las identidades de género en el interior de la guerrilla a partir de diversos conceptos entre los que sobresale la “masculinidad militarizada”. Entre estos podemos destacar a Theidon (2009), quien analiza la manera en que se reconstruye la masculinidad en los grupos armados en relación con la masculinidad militarizada y con las problemáticas que esto acarrea para los excombatientes que buscan su reincorporación a la sociedad. Asimismo, Ospina (2017) revisa los cambios y transformaciones de las masculinidades de excombatientes en procesos de reincorporación.
Por otra parte, encontramos algunos trabajos sobre las transformaciones identitarias en las relaciones de género entre los y las excombatientes: Méndez (2012) lleva a cabo una investigación a partir del concepto militarized gender performativity de Cintia Enloe y Judith Butler, a través del cual dilucida los efectos del militarismo no estatal en los procesos sociales que producen y reproducen los sistemas de género en un estudio comparativo entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP) y las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). También, Esguerra Rezk (2011) observa las trasformaciones y permanencias de las identidades de género en mujeres y hombres excombatientes de las FARC-EP y de las AUC.Las masculinidades han sido parte de investigaciones sobre otros conflictos del continente, y su estudio ha ayudado a comprender las relaciones de género en el interior de los grupos armados y a establecer vínculos entre el género y la guerra. Helfrich y Sandoval (2001) recopilan estudios sobre la construcción de masculinidades en el conflicto armado de Nicaragua y Latinoamérica; García (2012) parte del método hermenéutico para analizar, a partir de seis novelas, la representación del guerrillero en Centroamérica; Cosse (2019) también se enfoca en la representación que se ofrece en la prensa sobre la masculinidad en las organizaciones armadas argentinas; Adhiambo y Hampanda (2011) estudian la violencia sexual a hombres en los conflictos armados, señalando los problemas de subregistro y la carencia de programas destinados a atender dicha problemática; Saona (2008) expone, a partir del informe de la Comisión de la Verdad y Reparación de Perú, la relación que se establece entre hombre, poder y violencia en cuanto un ejercicio constitutivo de las masculinidades.
Con la intención de aportar a la construcción de la paz en Colombia y en otras regiones que se encuentran en conflicto, a lo largo de este artículo se identifica la manera en que se configuran las masculinidades bélicas en el sistema de guerra que se ha venido consolidando desde mediados del siglo XX en Colombia. Resulta fundamental comprender estas masculinidades para poder descomponerlas y avanzar así hacia la construcción de una paz significativa y estable.
Para ello, se parte de un marco analítico donde se expone el concepto de masculinidad y su relación con la guerra. Luego, se presenta la metodología, donde se expone la manera en la que se llevó a cabo la investigación a partir de la revisión bibliográfica, la narrativa biográfica y la etnografía feminista; estas últimas desarrolladas con población reincorporada de las FARC-EP[i] que reside en el antiguo espacio territorial de capacitación y reincorporación (AETCR) “Antonio Nariño”,[ii] ubicado en Icononzo-Tolima (Colombia). Posteriormente, se describe la forma en que se configuró el sistema de guerra y las masculinidades bélicas en Colombia. También se presentan dos trayectorias de vida de personas reincorporadas de las FARC-EP para argumentar la manera en la que se configuran las masculinidades bélicas. Finalmente, en las conclusiones se destaca que la ecología de la violencia es un escenario de legitimación de las masculinidades bélicas (militarizadas, criminales y guerrilleras) dentro del orden patriarcal, las cuales son estimuladas principalmente en los primeros años de vida de los hombres por parte de la familia y del entorno violento en el que se insertan.
El género es una construcción social que forma parte de la realidad que los sujetos van configurando a lo largo de su vida. Es trasmitido a través del proceso de socialización que inculca el lenguaje, los hábitos y las costumbres y juega un papel primordial en la socialización primaria. Desde el momento en que se nace, el individuo recibe una asignación de sexo, de acuerdo con el binarismo que se ha aceptado social y culturalmente. Con esta clasificación inicial se empieza un proceso de interpelación de lo que significa ser hombre o mujer en cada contexto, que puede ser reforzado o modificado a lo largo de la vida en virtud de las experiencias individuales y de las restricciones o aperturas de la sociedad. Estas significaciones de lo que es ser hombre o mujer se dan a partir de las representaciones de las masculinidades y feminidades que se encuentran en las sociedades a las que se articulan los sujetos.
La construcción de las masculinidades existe en contraste con la feminidad. Para Bourdieu (2000) y Connell (2003) se basa en la relación poder-virilidad y establece al hombre como norma de referencia. La dominación es un elemento constituyente de las masculinidades, y se ejerce contra otros hombres y contra todas las mujeres. Las masculinidades no deben ser entendidas de manera singular, ya que el orden de género afirma sus distintas formas. La construcción de las masculinidades se hace en relación con otros hombres y en complicidad con ellos, rechazando tajantemente los valores asociados a lo femenino.
Las masculinidades están relacionadas con la violencia, la cual es un elemento constitutivo de una supuesta “naturaleza” asociada con la virilidad y un elemento constituyente de las masculinidades legitimadoras del patriarcado. Según Badinter (1993), la virilidad se ha relacionado con la agresividad, con la dominación y con la falta de expresiones emocionales que demuestren debilidad. La autora precisa que estas características no son innatas en los hombres, sino que son fabricadas por las diferentes culturas. A partir de esta relación establecida entre el hombre y la violencia es que se han relacionado las masculinidades con la guerra.
Es por ello que se establece que el género es interrelacional a la guerra. Para Goldstein (2001), los roles de género adecuan a las personas para desempeñarse en la guerra, y la guerra configura el contexto dentro del cual los individuos se socializan en roles, por lo tanto, para que el sistema de guerra termine se hacen necesarios cambios en las relaciones de género.
Defino el sistema de guerra como las formas interrelacionadas en que las sociedades se organizan para participar en guerras potenciales y reales. Desde esta perspectiva, la guerra es menos una serie de acontecimientos que un sistema con continuidad en el tiempo. Este sistema incluye, por ejemplo, el gasto militar y las actitudes ante la guerra, además de las fuerzas militares permanentes y los combates reales (Goldstein 2001, 3 [traducción del autor]).
No todas las masculinidades están relacionadas con la guerra, pero para fines del presente artículo me enfoco en aquellas que configuran al hombre para participar en ella, las cuales se han denominado masculinidades bélicas. “Se pueden conceptualizar las masculinidades bélicas como el resultado de una variedad de prácticas de virilidad ligadas a demostraciones de poder y ejercicios de dominación tales como la amenaza y el uso de la fuerza física y armada que llegan a institucionalizarse y encarnarse en un campo social” (Muñoz Onofre 2011, 105).
En la presente investigación, que busca identificar la manera en que se configuran las masculinidades bélicas en el sistema de guerra que se ha venido consolidando desde mediados del siglo XX en Colombia, se acudió a una metodología cualitativa que contó con revisión bibliográfica, con narrativas biográficas y con etnografías feministas. Para la revisión bibliográfica se ubicaron artículos y libros con teorías sobre la relación entre el género y la guerra, se hizo una historización del ejercicio de la violencia en el mundo occidental moderno, se consultaron investigaciones sobre el proceso de configuración del sistema de guerra en Latinoamérica y, finalmente, se revisaron trabajos centrados en el caso colombiano. A partir de allí, se fueron estableciendo relaciones entre sucesos a nivel mundial, latinoamericano y específicamente en Colombia.
La etnografía feminista se desarrolló con personas reincorporadas de las FARC-EP que viven en el AETCR “Antonio Nariño”, a partir de un ciclo de talleres que fueron llamados talleres de género y memoria. La narrativa biográfica se abordó mediante entrevistas individuales a dos de las personas participantes, en un espacio distinto al de los talleres, y brindaron la posibilidad de construir trayectorias de vida.
En los talleres de género y memoria participaron alrededor de 15 personas. Los talleres se realizaron entre el 27 de febrero y el 7 de julio de 2022. Se diseñaron empleando diferentes técnicas interactivas (cartografías, fotopalabra, la silueta, el sociodrama, etc.) y en cada uno se indagaba por el antes, el durante y el después de la participación en la guerrilla de las FARC-EP. El ciclo de los siete talleres estuvo marcado por cuatro momentos: la socialización, el reconocimiento, la reflexión y el cierre.
En el primer momento se buscó contar con el respaldo de las directivas y de las personas participantes a partir de la escucha de sus necesidades y de sugerencias para el desarrollo de las actividades. En el segundo momento buscamos identificar las representaciones y los rasgos identitarios de género que influyeron en la decisión de las personas reincorporadas de las FARC-EP de ingresar a la guerrilla, también describir los cambios, las transformaciones y las continuidades en sus representaciones de género antes de ingresar, al ingresar, durante su permanencia y después de su reincorporación. De igual forma, se observó la manera en que dichas representaciones contribuyeron en la configuración de sus identidades de género.
En un tercer momento reflexionamos sobre los conflictos en las relaciones de género que vivieron estas mismas personas durante su permanencia en la guerrilla y los que surgieron tras el proceso de reincorporación. Finalmente, se desarrolló una actividad de cierre y balance general con los y las participantes y con las directivas del AETCR. En cuanto a los alcances y al desarrollo de los talleres de género y memoria, es importante señalar que hubo una responsabilidad con la población participante en cuanto al reconocimiento y validación de sus saberes, conocimientos y relatos.
Por lo que fue necesario posicionarse desde un lugar en el que se podía aportar a sus procesos sociales a partir del uso del lenguaje sencillo y común, evitando juicios, respetando sus posicionamientos políticos e ideológicos, su libertad de expresarse y de participar en estos procesos.
Asimismo, fue importante considerar los riesgos que se podían presentar en medio de la investigación y buscar mitigar esos posibles impactos negativos. Dentro de los posibles riesgos se consideraron las afectaciones emocionales producto del abordaje de temas que podían activar recuerdos traumáticos en los y las participantes. Para ello, se contó con unas rutas de atención en primeros auxilios psicológicos en la que nos apoyó una de las participantes reincorporadas que tenía experiencia en ese campo. De igual forma, en los temas de los talleres se buscó un abordaje responsable que no fuera a revictimizar a los y las participantes.
Finalizados los dos primeros momentos de los talleres de género y memoria, se seleccionaron cuatro personas con las que se habían consolidado vínculos de confianza e intercambio de experiencias para el desarrollo de las entrevistas individuales semiestructuradas, lo cual nos permitió la construcción de cuatro trayectorias de vida (dos mujeres y dos hombres). Las entrevistas se realizaron entre el 29 de abril y el 1 de octubre de 2022. Las cuatro trayectorias de vida que se elaboraron fueron las de Dayana, Elizabeth, Jhonson y Jean Carlos. Para el presente artículo se acudieron únicamente a las trayectorias de vida de los dos hombres. Las personas que participaron escogieron sus propios seudónimos para no revelar ninguna información relacionada con los territorios específicos donde transitaron o con terceras personas involucradas.
La información recopilada durante la revisión bibliográfica, las narrativas biográficas y la etnografía feminista fue almacenada y organizada en Citavi.[iii] Este programa nos permitió la sistematización de los enunciados y los discursos a través de categorías, haciendo así un ejercicio de tematización que permitió cruzar la información alrededor de palabras y conceptos claves que fueron organizados históricamente y que posibilitó establecer relaciones entre las distintas fuentes consultadas.
Una de las limitaciones de esta investigación fue que las personas que quisieron participar en la construcción de las trayectorias de vida pertenecían a territorios y a comunidades que comparten varios puntos en común. Si bien se contó en los talleres con población negra e indígena, estas no desearon participar en las entrevistas por distintos motivos. Tampoco se pudo contar con la participación de una persona que había hechos transiciones identitarias de género a lo largo de su vida porque ya se había ido del AETCR.
Otra limitante fue la baja participación de hombres en los talleres de género y memoria, de alrededor de un grupo de 15 personas, solo se contó con cuatro hombres que aceptaron formar parte, y siempre de manera intermitente, lo que dificultó también establecer un espacio de diálogo y de conversación. Por parte de los hombres heteronormativos, se tiende a identificar cierta resistencia a este tipo de actividades, muchas veces porque creen que son espacios en los que se les va a sancionar por su pensamiento y por sus prácticas masculinas.
4. La configuración de masculinidades bélicas y el sistema de guerra en Colombia
En Latinoamérica, terminada la Segunda Guerra Mundial, cuando el mundo se perfilaba hacia la Guerra Fría, se celebró el Tratado de Río en el año 1947, en el que los países participantes del continente americano garantizaban una asistencia recíproca de carácter militar a Estados Unidos para combatir el comunismo. A los pocos meses, en Colombia se celebró la IX Conferencia Panamericana en la que se aprobó la Carta de la Organización de Estados Americanos (OEA) (Fajardo 2015).
De esta manera, el sistema de entrenamiento militar, las doctrinas bélicas y el armamento llegarían a toda la región proveniente de Estados Unidos, junto con dos posturas ideológicas antagónicas: una que justificaba un fuerte despliegue de la fuerza violenta, que enfatizaba el uso de la tortura física y psicológica para eliminar la capacidad de los movimientos revolucionarios y comunistas; y un discurso de respeto a los derechos humanos que rechazaba el uso de la violencia (Sepúlveda 2013). Así se consolidó un sistema de guerra con miras a defenderse y atacar lo que consideraban un enemigo interno: el comunismo.
En Colombia, entre 1953 y 1957, el general Rojas Pinilla organizó el Ejército Nacional para atender el orden interno con el fin de mitigar el aumento de la violencia en el país. Durante este periodo, la Policía y el Sistema de Inteligencia Colombiano (SIC) pasaron a ser subordinados de las fuerzas militares en el Ministerio de Defensa (Giraldo 2015).
En la década de los 50, las masculinidades asociadas a la clase obrera y campesina empezaron a aparecer portando armas en las representaciones de la prensa (Núñez 2006), en respuesta a un ambiente militarizado que se empezaba a crear. Así, la figura del rebelde latinoamericano fue una contestación a la represión a los movimientos sociales y de izquierda a mediados del siglo XX que iba recrudeciéndose bajo las nuevas políticas estadounidenses. En la década de los 60, con el éxito de la Revolución cubana, se puso en escena la masculinidad guerrillera bajo las figuras del Che Guevara y de Fidel Castro.
Estos movimientos revolucionarios causaron un recrudecimiento del discurso militar estadunidense, que fortaleció los estamentos militares y se concentró en la lucha contra la subversión bajo las masculinidades militarizadas al servicio de la nación que salvaba al mundo del caos comunista, y que encontraba su respaldo en la retórica de la Guerra Fría. La doctrina de seguridad nacional y la alianza para el progreso fueron políticas implementadas por Estados Unidos en Latinoamérica que le permitieron reforzar el sistema de guerra en los distintos países con el objetivo de frenar el avance de la izquierda revolucionaria (Hartlyn y Valenzuela 2000). Debido a estas doctrinas, el mundo civil se volvió “un teatro de operaciones permanente, siendo entonces necesaria una lógica de ocupación militar” (Cruz 2016, 145). El resultado fue que en los primeros cinco años de estas políticas se produjeron más de media docena de golpes militares, entre los que se destacan los de Argentina, Brasil y Perú.
En Colombia, esta incorporación de una estrategia militar volcada al orden público interno, significó que se asumiera la existencia de un enemigo que se debía combatir: el comunismo. Giraldo (2015) señala que, en los documentos oficiales militares, en el perfil de un comunista, entraban sindicalistas, campesinos no simpatizantes con el Ejército, líderes estudiantiles, militantes políticos de fuerzas no tradicionales, defensores de los derechos humanos, teólogos de la liberación y, en general, población inconforme con el Gobierno. En respuesta a ello, en distintas regiones empezaron a surgir en la década de los 60 grupos guerrilleros, entre los que se destacan las FARC, el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y el Ejército Popular de Liberación (EPL).
A pesar del fortalecimiento del sistema de guerra que se realizó en Colombia debido a la estrategia militar de Estados Unidos en Latinoamérica, las nacientes guerrillas lograron desarrollarse y crecer. La población campesina y de las ciudades respaldaron con gran fuerza a estos grupos al verlos más cercanos a sus territorios, a sus luchas y a sus intereses.
Además, la criminalidad en Latinoamérica se volvió cotidiana. Mitre (2010) expone la manera en que en las últimas décadas del siglo XX la tasa de criminalidad en esta región llegó a ser la más alta del mundo. En las ciudades latinoamericanas, mientras la modernización avanzaba y la inserción en la economía global iba en aumento, se fueron creando zonas periféricas que albergaban personas provenientes del campo en busca de nuevas opciones de vida y donde fueron confluyendo con poblaciones vulnerables que las mismas ciudades marginalizaban. En estos sectores populares segregados la violencia pasó a ser una de las formas de ganar posición y reconocimiento. En ese sentido, los grupos y las bandas criminales se hicieron presentes en estos escenarios, en los cuales la violencia se ejercía para manifestar la virilidad de los hombres.
León-Escribano (2008) observa que la mayoría de la población que conforma los grupos de criminalidad son en su mayoría hombres entre los 13 y los 19 años que provienen de zonas económicamente deprimidas, de bajos ingresos económicos y con altas tasas de hacinamiento. Sin embargo, considera que la condición de pobreza de estos jóvenes no debe ser necesariamente el detonante de sus actuaciones violentas, sino que en ellos recaen múltiples expresiones violentas, por ejemplo, la violencia intrafamiliar y los diferentes tipos de abusos que por parte de la sociedad reciben por ser grupos marginados.
Bajo este panorama, portar y usar un arma se convierte en un elemento de distinción de estas masculinidades criminales, que debe ir acompañado de conductas violentas hacia los demás, de desprecio al miedo y de resistencia al dolor. Dichos elementos constituyen lo que debe demostrar cualquier integrante de un actor armado o criminal a través de los ritos de iniciación (León-Escribano 2008).
La década de los 80 significó la entrada del narcotráfico en Colombia y el surgimiento de los llamados carteles de la droga. El incremento de los cultivos de coca y marihuana empezó a llegar a distintas partes del país, principalmente a las zonas donde el Estado tenía poca presencia, estableciéndose alrededor de esta economía ilegal una cultura del “patrón” que fue rápidamente idealizada por las masculinidades criminales, que vieron en ella una oportunidad de superación. La imagen del “patrón” configuró una masculinidad basada en el uso de la violencia con fuertes expresiones de virilidad que encarnan los valores del viejo poder señorial de los grandes terratenientes rurales.
Ante el avance del narcotráfico, en la década de los 90 tuvo lugar una política de asistencia militar contrainsurgente desde el Congreso de Estados Unidos denominada “Plan Colombia”. Tal política antidrogas le permitió a Colombia ser una gran receptora de equipos y de asesorías militares por parte de Estados Unidos, convirtiendo al país en un “laboratorio de la guerra contrainsurgente” (Fajardo 2015). El escalonamiento del conflicto, que se fue fortaleciendo a medida que el sistema de guerra se adentraba en las entrañas de la sociedad colombiana, llevó a que en las dos décadas siguientes la guerra se intensificara no solo por su larga duración, sino por la diversidad de actores que se fueron sumando.
Estas dinámicas fueron creando un militarismo en el interior del país que no solo se traducía en las confrontaciones armadas que se daban en algunos lugares en particular, sino que se expandió a todo el cuerpo social. Si bien en algunos territorios con poca presencia del Estado, en los cuales un grupo guerrillero o de narcotraficantes tenía el control del territorio, no había enfrentamientos militares, sí se percibe lo que se ha denominado un militarismo cognitivo, en el que los límites sociopolíticos de la población se determinan por la participación obligatoria de los hombres en el servicio militar o en los grupos armados a partir de los reclutamientos. Asimismo, tiene que ver con la creencia que se construye en torno a la necesidad de sacrificio por la seguridad del territorio y del grupo que predomina en ese espacio (Kimmerling 2008). Para Gutiérrez (2016, 48), “vivir en un ambiente de violencia armada crea sentimientos de inseguridad y una atmósfera en la cual el comportamiento violento se considera legítimo y está ligado a la disponibilidad del uso de las armas, así como a familiarizarse con ellas”.
5. La configuración de masculinidades bélicas en dos reincorporados de las FARC-EP
Partiendo de las dos trayectorias de vida que se construyeron con Jean Carlos y Jhonson, dos reincorporados de las FARC-EP que viven actualmente en el AETCR “Antonio Nariño”, describimos la forma en que en sus narraciones se presenta una ecología de la violencia en la cual crecieron antes de ingresar a la guerrilla. Asimismo, precisamos de qué manera se configuran unas masculinidades en sus cuerpos que los lleva a ingresar a las FARC-EP en 1998.
Jean Carlos nació en 1978 y Jhonson en 1984, y ambos crecieron en zonas rurales de Colombia donde hay poca presencia del Estado. Esto mismo permitió que los cultivos de coca, que empezaron a aparecer en la década de los 80, se convirtieran en parte de la economía de esos territorios.
Allá la cosa era que llegaba mucha gente porque era zona coquera, por lo menos en esas fincas que no paraban cogidas –o sea, raspar la coca– porque eso era todo el año. A veces eran 200-300 cogidas y pues (…) tocaba traer gente del Chocó, de Bogotá, del Guaviare (entrevista a Jhonson, junio de 2022).
En ese tiempo tocaba recoger arroz, maíz, ir a echar machete y a recoger coca, porque ya empezaban a verse los cultivos, tocaba raspar por allá, lo que hubiera de trabajo para poder buscarse la plata (entrevista a Jean Carlos, septiembre de 2022).
Cuando en estos territorios se inició una economía alrededor de los cultivos de coca, la prostitución se convirtió en parte de sus dinámicas.
Otra cosa que había en el pueblo era la prostitución. En esos territorios había –y me atrevo a decir que aún hay–. Es lo primero que se encuentra, a eso se le conoce como “los chongos” y en los pueblos hay sitios específicos para eso (entrevista a Jhonson, junio de 2022).
Allá tan arriba de donde yo era no se veía la prostitución, pero si en P…, cerca al puerto donde llegaba toda la carga, allá bajaban a conseguir muchachas y se echaba uno hora y media y de ahí coger moto una hora más (entrevista a Jean Carlos, septiembre de 2022).
En estas zonas del país el control del territorio recaía principalmente en la guerrilla de las FARC-EP, con quienes se crearon lazos de familiaridad, al punto de que llegaron a convertirse en la institución que gobernaba y en la máxima autoridad en estos espacios.
Para mí las FARC eran gente conocida, mantenían con nosotros, uno ya era criado con esa vaina. A la guerrilla entraba muchos compañeros que uno distinguía: amigos, familiares de gente, hasta los vecinos. Yo tenía un tío que era parte de la organización, un hermano menor de mi papá (entrevista a Jean Carlos, septiembre de 2022).
Incluso, me atrevo a decir que ese territorio siempre lo manejó la guerrilla, fue la que hizo escuelas, la que hizo vías (…), a veces iban los soldados, pero bueno ¿qué puedo decir? Solo iban a hacer operativos. La guerrilla en mi espacio era la ley, la Policía (entrevista a Jhonson, junio de 2022).
Este tipo de reconocimientos favorables por parte de la población, llevó a que, desde el Estado, y a través de la doctrina de seguridad nacional, se trasmitiera la narrativa de que estos territorios eran enemigos internos del Gobierno. Esto condujo a que cuando el Ejército o la Policía se presentaban en estos lugares arremetieran de manera indiscriminada contra la población, lo que a su vez construyó una imagen negativa de las fuerzas estatales.
Ellos [el Ejército] nunca llegaban a hablar, cuando uno menos se lo esperaba, estando en la cafetería, por ejemplo, se escuchaba un avión y de repente por el megáfono: “se le avisa a la comunidad que el avión de la Fuerza Aérea, del Ejército Nacional está sobrevolando el territorio” y usted veía a todos corriendo para todos lados como si hubieran visto un espanto. Cuando decían eso uno ya sabía que iban a desembarcar y llegaban bravos, gritando, pateando a la gente, entonces eso hacía que uno no mirara con buenos ojos a las fuerzas (entrevista a Jhonson, junio de 2022).
Durante ese tiempo recuerdo que mi relación con la Policía y el Ejército era nula, no me gustaban porque ellos cada que iban hacían represiones y golpeaban a la gente por no dar información sobre la guerrilla, y es que la casa de nosotros siempre era el llegadero de los guerrilleros, por ahí pasaban y como todo eso era selva acampaban ahí y lo hacían seguido. Entonces las fuerzas de la ley llegaban dándole a todos los que no quisieran revelar ese tipo de información (entrevista a Jean Carlos, septiembre de 2022).
En este ambiente en el que crecieron vemos que también hay unas configuraciones que se dan en el interior de sus familias para construir unas masculinidades sobre sus cuerpos que están interrelacionadas con las dinámicas externas del territorio, y en la cual la violencia se convierte en un elemento central para hacerse hombres, dando la sensación de que era parte de su “naturaleza”. Viveros (2004) argumenta que los varones interiorizan las representaciones masculinas en un doble sentido: por un lado, en relación con su cuerpo –gestos, posturas, maneras de hacer, sentir y pensar–; y por otra, en la exteriorización de estas formas de hacer. Connell (2013) expone la manera en que en Colombia la violencia ha sido extrema de una generación a otra, lo cual ha conducido a su naturalización, en especial en los jóvenes. Por eso, los hombres se convierten en objetos de violencia y a la vez la perpetúan.
La mujer de él [haciendo referencia al padre] (…) no era tan comprensiva, era una señora que me maltrató muchas veces, lo hizo de miles de formas, verbal y físicamente (entrevista a Jhonson, junio de 2022).
De la escuela me quedan recuerdos de los castigos, como digo, eran bastante extremos los docentes en ese momento. A uno lo castigaban por cualquier cosita, empezaban con dejarnos sin recreo y de ahí para arriba se ponía peor: tocaba arrancar escobas, les mandaban notas a los papás de uno y en la casa a uno lo terminaban de arreglar a garrote, qué cosa tan berraca como le daban a uno (entrevista a Jean Carlos, septiembre de 2022).
La forma en que se ejerce y se estimula la violencia en niños y adolescentes termina incentivando su uso para no dejarse dominar. Así, se les inculca que deben disputar el poder a través de la violencia, de su fuerza.
La violencia puede emerger como un medio activo de construcción de la masculinidad. Se convierte en una forma de forjar una vida como hombre, para alcanzar poder, para imponer la dureza de la mente y el cuerpo, y, a veces, para ganarse la vida. Esta, ciertamente, es una forma estrecha y tóxica de masculinidad. Pero puede dominar otras maneras de ser hombre (Connell 2003, 274).
Las configuraciones prácticas que se centran en los hombres nos muestran un escenario en el que ellos son interpelados desde niños para que se muestren fuertes, valientes y poco propensos al llanto. Sus expresiones emocionales asociadas con la sensibilidad y que pueden mostrar debilidad son reprimidas en todo momento, las expresiones relacionadas con la fragilidad son anuladas. Una forma de afianzar la fuerza necesaria para este ejercicio es asignarles a los hijos labores que les permita desarrollar mejor su fuerza física.
“Usted tiene que ser hombre” porque para él ser hombre era ser fuerte, cargar, cargar y moverse (…). Claro, tenía que ser el patrón, el que manda (entrevista a Jhonson, junio de 2022).
A mí, por ejemplo, me tocaba estudiar y trabajar, eso no le rebajaban ni daban tregua, a uno de pequeño le enseñaban en la casa era a trabajar, mis labores eran básicamente lo mismo (entrevista a Jean Carlos, septiembre de 2022).
Al mismo tiempo, se les separa de la esfera doméstica y del cuidado del hogar, lugares en el que ellos no participan. La masculinidad de ellos es creada para ser ejercida en el espacio público, donde a su vez, debían dar muestras de su hombría. A los niños, a medida que van creciendo y se convierten en hombres, se les exigen prácticas que den muestra de su poder, ya sea a través de la fuerza, del uso de la violencia, de la capacidad económica, de la potencial sexual, etc., que le permita ejercer su dominio sobre hombres y mujeres. La sexualidad es parte del rito para convertirse en hombre.
En esa época hice de todo, me gustaba ir donde “las muchachas” [trabajadoras sexuales] ¿sí me entiende? Y tomar, yo tomaba mucho, pero fumar si no, eso nunca. Me iba con mis compañeros del trabajo, mis parceros, esos eran los que me llevaban por allá y me decían “es que usted tiene que ser hombre” (entrevista a Jhonson, junio de 2022).
Con relación a la guerra, también encontramos interpelaciones que los hace decidir la vía de las armas e ingresar a la guerrilla. Jean Carlos provenía de una familia en la que le inculcaron lecturas acerca de las luchas sociales en el país debido a que su padre era de la Unión Patriótica[iv] y miembro del Partido Comunista. También cuenta como que había sido instruido, desde antes de entrar en la guerrilla, en el manejo y en el uso de las armas. En su narrativa se observa que creció con las historias que le contaban su abuela y su padre sobre Manuel Marulanda y la primera Marquetalia.[v]
Para él, desde temprana edad los guerrilleros eran héroes y ejemplo a seguir. Jean Carlos se siente interpelado por la figura del guerrillero revolucionario. Sobre el gusto por la vida militar, Rodríguez Pizarro (2009, 169), en su trabajo acerca del ELN explica: algunos combatientes manifestaron que su mayor motivación fue el gusto por la vida guerrillera, la cual conocieron desde niños porque la organización ha estado en sus regiones. También la atracción que sentían por los uniformes militares y por las armas”.
Por otra parte, Jhonson nos cuenta que él decide ir a la guerra por necesidad, por la falta de oportunidades y por evitar ir a una academia militar a la cual quería enviarlo su padre al ver que no tenía más opciones. Ante una imagen negativa del Ejército, decide optar por ese camino. Aclara en su historia que su aspiración de niño era diferente a tomar las armas. “Sabía que quería estudiar, prepararme, ser administrador de empresas y esa idea la tuve hasta que salí de la guerrilla, pero también quise ser dueño de fincas, pensaba hasta en ser boquero, ser dueño de almacenes o de negocios” (entrevista a Jhonson, junio de 2022).
En algunas ocasiones, como la de Jhonson, las interpelaciones que llevan a una persona a la guerra no se relacionan con el deseo de llegar a ser un guerrillero o un militar, sino que obedecen más a las dinámicas sociales de los territorios. De acuerdo con otras investigaciones (Gutiérrez Bonilla 2016; Ibarra Melo 2009; Muñoz Onofre 2011; Rodríguez Pizarro 2009), la principal interpelación que lleva a estas personas a la guerra se centra en suplir las necesidades que tienen en sus vidas.
La lucha guerrillera no se hizo por un capricho o porque a nosotros nos gustaba jugar a los pistoleros o que a nosotros nos gustara la guerra, fue por las necesidades que tuvo casi la mayoría de gente que estuvo en la guerra. Las FARC estaban compuestas por refugiados del conflicto, del mal manejo del país, por las necesidades, por la educación, por la salud, por todas las necesidades que tenía el país todos buscaban una forma de vida (entrevista a Jhonson, junio de 2022).
El sistema de guerra consolidado en Latinoamérica, y especialmente en Colombia, por parte de Estados Unidos, tenía entre sus objetivos debilitar y aniquilar todos aquellos grupos que se opusieran a las ideas capitalistas estadounidenses. Este fenómeno permitió la consolidación de unas masculinidades bélicas hegemónicas, bajo las masculinidades militarizadas, que defendían los intereses gubernamentales y las políticas estadounidenses; y las masculinidades guerrilleras, que se oponían a las ideas capitalistas norteamericanas y que simpatizaban con el mundo comunista y socialista de la Guerra Fría.
Estas masculinidades bélicas estimularon el uso de la violencia para disputar el poder, la cual tenía la capacidad de dominar a otras personas, obedeciendo así a los modelos de masculinidad propios del orden de género patriarcal. A partir de las historias de Jean Carlos y Jhonson, vemos que la violencia se convirtió en un elemento fundamental en la configuración de las masculinidades dentro del orden patriarcal, que es estimulado principalmente en los primeros años por la familia y por la ecología de la violencia en la que han crecido.
Debido a las dificultades del Estado colombiano para hacerse presente en todas las regiones del país, se experimentaron prácticas violentas de las personas que buscaban una justicia que el Estado no les garantizaba. Por tal razón, la violencia se mantuvo en el espacio público y se convirtió una manifestación de poder a la que recurrieron principalmente los hombres y los grupos armados, legales e ilegales, que también entraron en esas disputas.
La socialización de la violencia y su materialización en el cuerpo se llevó a cabo de manera diferenciada por las personas que estaban inmersas en el orden de género patriarcal. Las prácticas de violencia que se incorporaron en las relaciones sociales han sido configuradas principalmente en el interior de la familia, y han sido sobreestimuladas en lo masculino y suavizadas en lo femenino (Muchembled 2010). Ello ha sido un elemento constante dentro de las sociedades patriarcales, en las que la violencia se convierte en un ejercicio de poder y donde la guerra constituye una de sus grandes manifestaciones, detrás de las cuales están, por lo general, los hombres con expresiones de su virilidad.
Para el hombre, la guerra más que ser excitante es un espacio donde demostrar su virilidad, es un elemento que las sociedades le imponen a través de un militarismo cognitivo; su participación en uno de los grupos armados se da de manera forzada o a manera de sacrificio por la seguridad de su territorio. Ellos, en su gran mayoría, son empujados a la guerra a la fuerza, de acuerdo con Goldstein (2001) y a lo que observamos que sucede en ecologías de la violencia. Tomar las armas se convierte en uno de los únicos caminos que ven posible cuando están en la adolescencia, en ese tránsito de la niñez a la edad adulta, lugar en el cual gozarán de los dividendos del patriarcado. Según Muchembled (2010), dos etapas cruciales para la reafirmación de la masculinidad son la adolescencia y la juventud, momentos en los que los hombres son más propensos a entrar a grupos armados.
También vemos que en las sociedades se recalca que las castas y clases militares son dignas de admiración y de respeto, por encima de otras masculinidades dominantes que no están relacionadas con la guerra. En este proceso de socialización de los niños, se les conduce en primera instancia a rechazar los valores femeninos que le han sido socializados o que conocen, por ejemplo, la pasividad, la gentileza y la suavidad, para reafirmar otros: la brutalidad, la dureza y la proactividad. Durante toda su vida, y a través de la performatividad, el hombre debe probarse y demostrar a los demás que verdaderamente es un “hombre”, según los valores establecidos por la sociedad (Easlea 1981).
Otro de los elementos constitutivos de la virilidad es el honor. Este es adquirido a través del reconocimiento logrado en la guerra, por el éxito laboral, por el comportamiento honesto y por la protección de la familia, en particular de las mujeres y de su pureza sexual, la cual debe ser vigilada y controlada por el hombre (Powers 2005; Uribe Alarcón 2018). Así, se legitima el rol del hombre como el protector, en contraposición con el de las mujeres, que requieren ser protegidas para cumplir con su papel de cuidadoras.
La violencia se convierte también en una manifestación constituyente de la virilidad y de ciertas formas de masculinidad, y encuentra en el sistema de guerra un espacio de legitimidad. El sistema de guerra se conforma a partir de la implementación, por parte del Estado colombiano, de políticas militares estadounidenses que buscaban atender las tensiones de la Guerra Fría en Latinoamérica. Este sistema de guerra, junto con el conflicto armado, el narcotráfico y las prácticas violentas en el interior de las familias, configuraron una ecología de la violencia. De esta forma, la violencia está estrechamente ligada a la configuración en nuestra sociedad de unas masculinidades bélicas: ya sea en las militarizadas, en las criminales o en las guerrilleras.
Las masculinidades bélicas se caracterizan por la adscripción a un actor armado (legal o ilegal) que les permite ejercer su dominación, basándose en el uso de armas y de la violencia. En nuestra sociedad, que se organiza bajo un orden patriarcal, la violencia y las armas son usadas por los hombres para mantener el poder, se convierte en una herramienta de las relaciones sociales, algo que ha quedado demostrado en la historia de Colombia y de Occidente en sentido general.
Para poder avanzar en la construcción de la paz se hace necesario descomponer las masculinidades bélicas. Cuando hablamos de la descomposición nos referimos a la destrucción, mediante la desintegración de los elementos culturales que componen las masculinidades del patriarcado, lo cual permite una fragmentación de sus componentes estructurales hasta hacerlos irreconocibles. Además, resulta indispensable permitir su catabolismo, es decir, extraer de este proceso la energía útil para la creación de unas nuevas formas de pensarnos.
Para ello, se requiere estimular procesos de autorreconocimiento en los hombres que les permitan identificar los elementos constituyentes de sus masculinidades bélicas, partiendo de reconocer que sus expresiones no hacen parte de una forma natural de relacionarse con las otras personas. Las técnicas interactivas de investigación usadas en los talleres de género y memoria, y la construcción de las trayectorias de vida con perspectiva de género, se pueden convertir en herramientas para que las personas identifiquen los elementos problemáticos a partir de los cuales se configuran sus masculinidades, permitiéndoles un segundo momento de reflexión en el que perciban las afectaciones que desde allí se pueden producir. De esta forma, se crearían mecanismos de acción que les permitirán ir desintegrando esos elementos y pensarse con nuevas formas de ser y de relacionarse en sociedad.
El presente artículo parte de la tesis doctoral “Representaciones e identidades de género en la trayectoria de vida de reincorporados/as de las FARC-EP”, en el marco del doctorado en Humanidades, línea de Estudios de Género, de la Universidad del Valle, de Cali, Colombia.
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Entrevista a Jean Carlos, AETCR Antonio Nariño-Icononzo, septiembre de 2022. Entrevista a Jhonson, AETCR Antonio Nariño-Icononzo, junio de 2022.
Notas
[i] Las FARC-EP es una de las guerrillas más antiguas de Colombia. Fue fundada en 1964 y ha estado presente durante todo el conflicto armado. En sus inicios se trataba de “un movimiento social de resistencia que tenía como objetivo defender a los campesinos de la usurpación de tierras ejercida por los grupos económicos y por el mismo Estado” (Pino 2014, 150). Aunque, para Pecaut (2003, 59), las FARC-EP “se forman como prolongación de las ‘autodefensas campesinas’ y bajo la tutela del Partido Comunista ortodoxo”.
[ii] Este es uno de los 24 espacios que fueron diseñados para acoger a las personas vinculadas a la guerrilla de las FARC-EP y que firmaron el Acuerdo de Paz con el Gobierno colombiano en 2016.
[iii] Gestor de referencias bibliográficas y del conocimiento.
[iv] La Unión Patriótica es un partido político cercano a las FARC-EP que se crea a partir de las negociaciones de esta guerra con el gobierno en 1984.
[v] La primera Marquetalia hace referencia al territorio donde inició de la guerrilla de las FARC-EP.