(gustavo.araya@alu.uhu.es) (http://orcid.org/0000-0003-3302-6621) (https://ror.org/03a1kt624)
(angel.hernando@dpsi.uhu.es) (http://orcid.org/0000-0002-6414-5415) (https://ror.org/03a1kt624)
(antonio.garcia@dedu.uhu.es) (https://orcid.org/0000-0003-2997-1065) (https://ror.org/03a1kt624)
Recibido: 22/07/2024 • Revisado: 09/12/2024
Aceptado: 15/05/2025 • Publicado: 01/09/2025
Cómo citar este artículo: Araya-Martínez, Gustavo, Ángel Hernando-Gómez y Antonio Daniel García-Rojas. 2025. “La constatación: un espacio ciudadano frente a la desinformación mediática en Costa Rica”. Íconos. Revista de Ciencias Sociales 83: 149-167. https://doi.org/10.17141/iconos.83.2025.6313
La posverdad trajo aparejados cambios sociopolíticos profundos, uno de los más relevantes tiene que ver con la discusión sobre la desinformación. Como fenómeno reciente, la comprensión de la posverdad pasa también por el abordaje conceptual de la recepción; en este caso han sido los medios de comunicación los que han respondido desde la verificación, con el instrumental que la deontología provee. Surge entonces la siguiente pregunta: ¿cómo atiende la ciudadanía esta situación? Para darle respuesta proponemos un abordaje mediante dos puntos de partida: el primero se refiere a la verificación como una práctica de entidades políticas organizadas, que no necesariamente incluye a la ciudadanía en su cotidianidad; y el segundo que considera la constatación como el espacio propio de la ciudadanía para hacer frente al fenómeno de la desinformación. La investigación en la que se basa el artículo es de tipo cuantitativa, aleatoria y evalúa el conocimiento, las percepciones y las prácticas en torno a la constatación por parte de la ciudadanía en Costa Rica. Se concluye que hay un reconocimiento bajo del concepto, pero que se pone en práctica, lo cual demuestra que constituye una actividad y permite una eventual segmentación. Se debería ahondar en la alfabetización mediática pensando en la constatación como un espacio de la ciudadanía, distinto a la verificación de los medios de comunicación.
Descriptores: alfabetización mediática; ciudadanía; comunicación política; Costa Rica; desinformación; posverdad.
The post-truth era has been accompanied by profound sociopolitical transformations. Among the most significant transformations have included issues surrounding disinformation. As a recent phenomenon, understanding post-truth requires a conceptual approach to its reception. In this case, the media have responded through verification processes, drawing on deontology tools. This gives rise to the following question: How does the citizenry engage with this issue? To address this, we propose an approach based on two premises. The first refers to verification as a practice carried out by organized political entities, which does not necessarily involve the citizenry in its everyday lives. The second considers factchecking as a space of the citizens where they confront disinformation. This article is based on quantitative research that was randomized. It examines the public’s knowledge, perceptions, and practices related to fact-checking in Costa Rica. It is concluded that while awareness of fact-checking is limited, the practice itself is present. It functions as an active process, allowing for potential segmentation. Media literacy efforts should place greater emphasis on fact-checking as a space for the citizenry that is distinct from the verification conducted by the media.
Keywords: media literacy; citizenship; political communication; Costa Rica; disinformation; media; post-truth.
La aparición de la posverdad ha generado cambios sociopolíticos significativos en todo el mundo. Algunas de sus manifestaciones son la desinformación, el fenómeno de las noticias falsas (fakenews) y las teorías de la conspiración. Estas encuentran especial cabida en escenarios recientes debido a la covid-19 y al advenimiento del populismo. La desinformación, difundida deliberadamente en internet, distorsiona la percepción pública, erosiona la confianza en los medios de comunicación y afecta la toma de decisiones.
Frente a este panorama, el periodismo ha respondido principalmente a través de la verificación con el instrumental que provee la deontología y el factchecking o chequeo de información. Se asiste así a una pugna entre información y desinformación, esencialmente una lucha por la apropiación de “la verdad” y por establecer quién define la realidad. Se trata de una guerra de agendas. Aunque la verificación periodística se basa en principios de veracidad y transparencia, sus prácticas –entre ellas el factchecking– no está desprovista de señalamientos de parcialidad y de búsqueda del control de la agenda pública para ciertos grupos. Este no es el único problema, pues la desinformación afecta especialmente a los sectores más vulnerables y constituyebuna herramienta más del arsenal político.
La verificación es esencialmente una práctica de entidades organizadas en torno al ecosistema informativo, no necesariamente de la ciudadanía, y el factchecking se ha convertido en un espacio dominado por medios y verificadores. A pesar de la respuesta mediática, surge la pregunta de cómo atiende la ciudadanía esta situación de desinformación en su cotidianidad. Por ello, resulta relevante indagar si cuenta con prácticas que resulten propias de constatación de la información a la que tiene acceso. En ese sentido, es pertinente cuestionarse si ¿reconoce la ciudadanía la constatación como concepto y práctica? Para ello, se propone un acercamiento conceptual y metodológico en el que se considera que la constatación constituye un espacio propio de la ciudadanía, distinto de la verificación mediática. En este caso no se trata de una construcción sistemática o deontológica, sino espontánea, incluso rudimentaria, a manera de una praxis vital para procurar certidumbre.
En aras de atender esta interrogante principal, se parte de un enfoque teórico crítico desde la epistemología de una ciudadanía activa. Metodológicamente, se llevó a cabo una investigación cuantitativa representativa de la población adulta de Costa Rica, cuyo objetivo central era identificar el reconocimiento espontáneo y ayudado del significado de constatación. La principal conclusión alcanzada es que, aunque el concepto de “constatación” no necesariamente es reconocido de manera amplia por la ciudadanía, la práctica de cotejar o comprobar la información sí existe entre la población como respuesta espontánea y crece cuando se colabora en su identificación. El estudio proporciona evidencia estadística suficiente que sugiere que la constatación es una actividad identificable y que puede ser la base para entenderla que la ciudadanía lo adopte en la lucha contra la desinformación.
Finalmente, luego de la exposición de los resultados, estos son discutidos a la luz de la educomunicación y de las políticas públicas, desde una óptica colaborativa y comprensiva que busca entender y colocarse desde la realidad con la mirada de la propia ciudadanía. La investigación en la que se basa este artículo es un desafío inicial para impulsar el posterior desarrollo de un modelo empático donde la ciudadanía también sería protagonista y participaría en la desconcentración de posiciones políticas frente a la desinformación.
2. Pugna entre agendas, verificación e impacto desigual
Términos como noticias falsas (fakenews), desinformación, posverdad o teorías de la conspiración son de reciente factura, y de acuerdo con Siles González, Tristán Jiménez y Carazo Barrantes (2021, 1), “permiten describir una serie de fenómenos comunicativos que desafían nuestro entendimiento colectivo de la verdad”. En el caso particular de las noticias falsas, estas cuentan con tres características principales y una de ellas es que emulan las realizadas bajo la deontología periodística (Brenes-Peralta,
Pérez-Sánchez y Siles González 2021). De hecho, ya se registran sitios de desinformación que se hacen pasar por verificadores de información (SWI 2022).
Aunque probablemente cobraron auge durante la reciente pandemia (Martínez Calderón y Montenegro Alvarado 2023) y con el populismo (Batu y Tos 2023), ni las noticias falsas son un fenómeno reciente (Acevedo Tarazona, Quiroz Prada y Villabona Ardila 2022; Guallar et al. 2020), ni las que resultan de la verificación, realizadas por el periodismo deontológico, son neutrales. Ambas tienen una deriva o enfoque de intereses. En última instancia, la desinformación y la verificación periodística refieren a un enfrentamiento político. Frente a la desinformación se erige el factchecking o chequeo de información (Blanco-Alfonso, Chaparro-Domínguez y Repiso-Caballero 2021; Newman et al. 2023; Vélez Bermello y Bello Carvajal 2022), práctica que posee sesgos partidistas (García-Marín, Rubio-Jordán y Salvat-Martinrey 2023) y que “no es meramente reactiva ni dependiente de las noticias falsas, sino que se propone recuperar el control de la agenda de discusión pública desde un determinado marco de evaluación de la realidad” (Vargas Fallas 2020, 69-70).
Se asiste así a una pugna entre información y desinformación y por el consumo de estas, que se suma a las luchas por el rating (Cabirta Martín, San José Pérez y Zamorano Balmaseda 2024). Pero esencialmente esta lucha se da por la apropiación de la verdad, por el establecer qué agenda define la realidad. La capacidad para discernir entre la veracidad y la falsedad se torna en un recurso crucial frente a la saturación de información, a la desinformación y a múltiples fenómenos complejos que dejan ver las “grietas” del sistema mediático (Carratalá 2022). Especialmente se convierte en una práctica que requiere pensar de manera permanente el lugar desde donde se observa la realidad y se ejerce la toma de decisiones.
Incluso se ha señalado que la desinformación constituye un arma de guerra (Alastuey Rivas et al. 2024), pero de lo que se trata es, en lo operativo, de una guerra de agendas, diferenciada en lo sustantivo no por los intereses, sino por la verificación. De hecho, el factchecking no es la única fuente o fórmula para enfrentar la desinformación, pues cada vez han cobrado mayor relevancia la alfabetización mediática y la búsqueda de regulación de las plataformas digitales, entre otros frentes abiertos. Pero sin duda ha resultado en una de las estrategias más importantes de las desarrolladas por la práctica periodística para el combate de la desinformación. Aunque no es exclusivo de la actualidad, ello ha derivado de una epistemología que reviste una suerte de función mesiánica del periodismo que se observa cuando, por ejemplo, se indica que su papel es “velar por la veracidad de la información difundida en redes y plataformas sociales, realizar un escrutinio al poder y transformar la información en conocimiento asumible por los ciudadanos” (Rodríguez Pérez 2020, 243).
Por ello, se asiste al “arrasamiento de la intermediación periodística, (que) ha desmoralizado el relato periodístico y ha difuminado los atributos que le aseguraban un rol social de control y fiel dato de la verdad” (Revista UNO 2017, párr. 7). Mientras la desinformación se da con apego a la posverdad, en la que “los hechos están subordinados a nuestro punto de vista político” (Forti 2022, 75), el ejercicio informativo periodístico realiza un esfuerzo por la verificación de noticias que tiende a mostrar adhesión fáctica.
Aunque la verificación de hechos puede estar influenciada por sesgos, se basa en principios de veracidad y transparencia, a diferencia de la desinformación, que busca deliberadamente engañar. Se puede hablar tajantemente de información y desinformación. Según García Vivero y López García (2021, 239), el trabajo del periodismo “se ha configurado sobre la constatación de la verificación de la información”. Esto plantea un escenario de debate entre las noticias falsas y aquellas que se apegan a la lógica periodística que buscan la verificación. Para Lee McIntyre, “ahora el campo de batalla abarca toda la realidad factual” (Forti 2022, 75-76). En este escenario, la verificación de los hechos se convierte en una tarea imperativa en la esfera pública y en última instancia incluso hasta en la propia vida, por ejemplo, cuando de información respecto a temas de salubridad se trata.
La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) ha llamado la atención sobre la desinfodemia. Esta se refiere a “aquella información falsa o incorrecta que circula en internet con el propósito deliberado de engañar” (Posetti y Bontcheva 2020, 2). Por su parte, la Organización Mundial de la Salud (OMS) va más allá cuando señala que “esta puede causar confusión y comportamientos riesgosos que pueden afectar la salud” (OMS 2020, párr. 1).
Aunque la verificación es un área propia del periodismo frente a la desinformación, también lo hace en función de enfrentar el descrédito ciudadano hacia los medios. Se trata de “una ocasión para que el periodismo profesional se reivindique” (Salaverría y Cardoso 2023, 2). Bajo esta perspectiva, la ciudadanía resulta subsumida por la acción de los medios y se convierte en guardianes (watchdog) o en colaboradores de estos (Rodríguez Pérez 2020, 247).
Por ello, es relevante identificar que el fenómeno de la producción y distribución de noticias falsas se realiza con el objetivo deliberado de afectar la percepción pública, la confianza en los medios de comunicación y la toma de decisiones, pero en el campo de la opinión ciudadana. A partir de esto sacan provecho del estado de situación que les resulta adverso a ciertos sectores (Chavero e Intriago 2021; Forti 2022), haciéndose potables, por así decirlo, dentro de un contexto que les resulte favorable.
La desinformación saca ventaja de problemas que afectan a la ciudadanía. Obviamente, se trata entonces de una ciudadanía que no es ajena a la desinformación y tampoco es homogénea al enfrentarla. La desinformación afecta especialmente a los sectores más vulnerables (Rubio 2023), quienes cuentan con ciertos factores de susceptibilidad (Paz García, Danieli y Moreano Freire 2023), ahí donde “las sociedades que, por su realidad política, social o económica se encuentran polarizadas” (Global Americans 2021, 31).
En este escenario de enfrentamiento de agendas respecto de la realidad, la ciudadanía es objetivo y participante. Sin embargo, asumir esta perspectiva de lucha contra la desinformación tiene varias consecuencias epistémicas. En primer lugar, la verificación de la información, la alfabetización digital y mediática y la regulación de las plataformas sociodigitales se convierten en garantes y defensoras ante una ciudadanía víctima de “realidades embusteras” (Ulibarri Bilbao 2022). En segundo lugar, ya sea por la exposición o por la “tolerancia a la difusión de contenido falso por parte de personas políticas ideológicamente cercanas” (Brenes-Peralta, Pérez-Sánchez y Siles González 2021, 137), se asume que la población es sujeto de ser capacitada para que se defienda.
A esta perspectiva donde la ciudadanía asume el rol de víctima, y por ende depositaria de capacitación, se suma la inexistencia de investigaciones acerca del comportamiento de la población como partícipe espontánea mediante el ejercicio de la constatación en este escenario. Lo que sí se encuentra con frecuencia son trabajos respecto de los diversos esfuerzos de participación organizada de ciertos grupos para la verificación y difusión de información precisa. Pensar que a la población se le puede orientar, que prestará atención a los medios o al factchecking, es creer que no existen ya mecanismos –rudimentarios o no, esa es otra discusión– con los cuales enfrenta la información y la desinformación.
Tiende a asumirse que la ciudadanía no realiza acción alguna en tal sentido y que por ende son los factcheckers, la alfabetización digital o la regulación de las plataformas sociodigitales la guía y los parámetros para hacerlo (López Carballo 2020; Mesquita Romero, Fernández Morante y Cebreiro-López 2022; Sentí Navarro 2022). Pero aún más, la propia población no se siente parte relevante de la lucha contra la desinformación. En el caso de las redes sociodigitales, “la verificación de noticias sospechosas no está generalizada” (Montemayor-Rodríguez 2023, 48). Mientras que, en lo que respecta a los factcheckers, la “población siempre estará dispuesta a escucharlos” (Dafonte-Gómez, Míguez-González y Ramahí-García 2022, 75) y además se presenta “el efecto continuado”, que significa que “presentar a la audiencia una verificación tras haber sido expuestos a una pieza desinformativa no elimina la influencia en el sujeto del primer contenido con el que tuvo contacto” (Dafonte-Gómez, Míguez-González y Ramahí-García 2022, 74).
Todo ello plantea la posibilidad de que las estrategias actuales para combatir la desinformación podrían estar enfocadas en esta visión paternalista de capacitar a la ciudadanía, sin considerar suficientemente su papel como agente activo en la revisión con sentido crítico y en la difusión de información. Mientras tanto, existe evidencia de que la ciudadanía otorga “importancia de estar al tanto de la actualidad y de evaluar la información recibida” (Brenes-Peralta, Pérez-Sánchez y Siles González 2021, 137), de estar consciente de manera mayoritaria de encontrarse frente a noticias falsas, que le resulta fácil detectarlas y que son perjudiciales para la democracia. Sin embargo, la propia ciudadanía no se percibe a sí misma entre los principales sectores o identidades responsables de combatir las noticias falsas o la desinformación (García Faroldi y Blanco Castilla 2023).
Pareciera entonces que es necesario dar un paso hacia atrás, adoptar una epistemología que apunte a conocer y comprender los procesos cognitivos, afectivos, actitudinales, sociales y políticos respecto de la constatación de la información por parte de la ciudadanía. Conceder a la ciudadanía el espacio de la constatación implica reconocer su capacidad para discernir acerca de la información que consume de manera autónoma. Lleva a percatarse que la verificación mediática conduce a la formalidad, no a la cotidianidad, posiblemente constituidas en dos planos distantes.
Es conocida la relación de diversos fenómenos que inciden en las competencias de verificación por parte de las personas: el desarrollo cognitivo, la educación formal (Gómez Martínez 2017) y la importancia del pénsum a nivel universitario en la formación en comunicación (Herrero-Diz, Pérez-Escolar y Varona Aramburu 2022). Pero poco se sabe respecto de las prácticas frente al consumo informativo referidas a la constatación, en particular por parte de la población, antes de estos procesos.
Probablemente, considerar que se trata de una entidad a la que debe protegerse y enseñársele a resguardarse ante la desinformación está generando un efecto de no entrar a conocer si la población realiza estas funciones por sí misma y las maneras en que las lleva a cabo. Pero también conduce a olvidar que “las audiencias no son pasivas, sino que son activas” (Rigo 2017, 2). Esta perspectiva, desarrollada principalmente por los estudios culturales latinoamericanos, ya había sido advertida e investigada por Guillermo Orozco Gómez y Néstor García Canclini desde las décadas de los 80 y 90 (Rigo 2017).
No se trata de “audiencias dóciles” (García Canclini 2001, 41). De hecho, reconocer la constatación como espacio ciudadano en su rol de práctica y de proceso permitiría encontrar también resistencias relativas que, parafraseando a García Canclini (2001, 52), harían oposición a la “estrategia anestesiadora de los oprimidos”. Por lo tanto, haría falta una epistemología de la cotidianidad, un enfoque que busque conocer la vivencia del consumo de medios, sus fuentes, contenidos y mensajes para saber desde dónde actúa la ciudadanía y qué se podría hacer al respecto. Esto podría generar mejores propuestas para la promoción de una práctica ciudadana participativa a través de la constatación. Para la verificación existe ya un determinado instrumental (Rededuca 2024) bastante definido, además es fáctica y formalmente ya un espacio tomado por los medios.
Entonces, ¿cuál es la percepción de la ciudadanía en esta pugna por la verdad y las distintas agendas? ¿Reconoce las prácticas de verificación de la información periodística como ejercicio normal y el factchecking como forma de combatir las noticias falsas? ¿Identifica la desinformación como búsqueda deliberada de engaño? ¿Cuál es su actitud y acciones frente a ello? ¿Aplica algún instrumental que le permita desenvolverse en esta lucha, al menos para solo identificar información creíble de la que no lo es? Estas interrogantes se ubican analíticamente antes de pensar en si la población resulta presa o no de la desinformación y si requiere de herramientas y colaboración para ello.
Esta perspectiva supone aceptación y credibilidad hacia los medios hacia quienes realicen el factchecking. Por lo tanto, demuestra una negativa a reconocer el descrédito mediático y de los sistemas institucionales establecidos por el statu quo en los distintos países. Se desconoce así, además del descontento o del descrédito que la población expresa respecto de los medios y de las instancias institucionales formales, incluida la democracia, que las acciones de verificación tengan también más allá de un impacto desigual, una percepción diversa y hasta contradictoria entre la ciudadanía.
Por sencillo que parezca, en este sentido es importante conocer primero si las personas identifican la práctica de la constatación. Esto llevaría a saber si la ciudadanía efectivamente duda respecto de la información que recibe, y una vez establecido esto, si aplica de alguna manera la constatación. Todas estas parecen ser incógnitas que podrían resultar relevantes y pertinentes desde la cotidianidad. Posiblemente se pueda estar también en un escenario en el que las personas desconozcan que tienen ese poder y la responsabilidad de constatar la información a la que se exponen y no se percaten de que existen prácticas concretas para ello.
Si el ejercicio periodístico ejerce la verificación, que resulta sistemática, permanente y cuenta con instrumental, podría pensarse que la ciudadanía colabora y complementa dicha labor ejerciendo la práctica de la constatación, la cual es más puntual o específica, esporádica y no necesariamente cuenta con herramientas precisas o que al menos no han sido estudiadas en profundidad. Además, una mejor comprensión de su papel en la constatación por parte de la población podría conducir a estudios acerca de una mayor accesibilidad y comprensión de esfuerzos, entre los que sobresale el factchecking.
Por ello, antes de investigar la importancia de la constatación para la ciudadanía o de explorar las barreras y motivaciones para una participación en dicha actividad, habría que conocer se identifica espontáneamente qué es constatar, con qué se asocia el concepto, y si ofreciéndole algunos indicios básicos reconoce el concepto de constatación con prácticas específicas que devienen de procesos de revisión y corroboración de la información. El presente artículo parte de una aportación propia y original sobre la constatación en cuanto espacio eminentemente ciudadano que busca diferenciarse –más allá del solo uso de las palabras– de la verificación, pues esta última se ha convertido ya en un espacio tomado por la dinámica mediática.
Por lo tanto, se considera que la constatación es una práctica ciudadana cotidiana, consciente o inadvertida, desde la experiencia individual situada y de evaluación de la veracidad de la información a partir de contrastes lógicos o fácticos. Esta no se supedita necesariamente a la mediación de instancias expertas –medios, instituciones, voces autorizadas– e incluso puede ejercerse en franca desconfianza hacia ellas. La constatación adquiere una dimensión política al subvertir, al menos en un principio, las hegemonías epistémicas, privilegiar la autonomía cognitiva y estar vinculada con la vivencia, la memoria y la duda. No es un procedimiento protocolar ni una técnica sistemática, sino un ejercicio y una necesidad vital que impulsa a la persona a procurar certidumbre en su entorno informativo.
Lo anterior proporciona un marco general que permite profundizar en el fenómeno y explorarlo a la luz de lo que puede constituirse en un espacio para el ejercicio de la ciudadanía y de interés para la educomunicación, en la línea de la alfabetización mediática. Todo ello versa respecto de las personas, de la ciudanía general, aquella que no está organizada o que bien no participa de ninguna iniciativa contra la desinformación. No se trata de las organizaciones de la sociedad civil y de los múltiples movimientos que ya existen sobre el particular, si no de abordar la ciudadanía común, que es la mayoría.
Con el fin de dar respuesta a las interrogantes planteadas anteriormente, se formularon tres objetivos fundamentales: medir la incidencia de conocimiento del concepto de constatación de manera espontánea; conocer las asociaciones con el concepto de constatación; y determinar la incidencia del conocimiento del concepto de constatación de manera ayudada. Las preguntas concretas aplicadas respectivamente son: por lo que usted conoce, ha leído o ha escuchado ¿qué significa la palabra constatar o constatación?, ¿con qué palabra, idea o concepto la asocia?, asumiendo que “constatar y constatación” es lo mismo o similar a “comprobar” o “verificar”, entonces, cuando usted escucha o lee informaciones o noticias políticas, con o sin versiones diferentes del mismo hecho, ¿de qué forma actúa usted?
Para dar respuesta a las interrogantes se recurrió a la metodología cuantitativa mediante la encuesta telefónica personal. El estudio es representativo de la población seleccionada, con una muestra aleatoria de 500 personas adultas, costarricenses, residentes en hogares particulares. El margen de error máximo permisible fue de ±4,4 puntos porcentuales, calculado para un nivel de confianza del 95 % en los resultados totales. El instrumento de investigación, desarrollado por los autores, fue aplicado entre el 6 y el 13 de marzo de 2024 por medio de una encuesta realizada por Demoscopia (2025).
Se utilizó un muestreo por selección aleatoria según números telefónicos, a partir del marco muestral del Plan Nacional de Numeración de la Superintendencia de Telecomunicaciones (SUTEL). La selección de las unidades de información (personas entrevistadas) se llevó a cabo por medio de “cuotas” (participación porcentual) según variables sociodemográficas (sexo, lugar de residencia y edad), con base en la proporción observada en la última actualización realizada por el Tribunal Supremo de Elecciones (TSE) y el Instituto de Estadísticas y Censos (INEC).
Aunque la alfabetización es un paso importante para desarrollar habilidades críticas, no garantiza por sí sola la disposición a evaluar la información, ni tampoco a llevar a cabo dicha tarea de manera precisa. Sin embargo, se ha tomado la población costarricense para la realización del estudio bajo el supuesto de ser una ciudadanía con una cierta capacidad cognitiva frente a la información, pues Latinoamérica cuenta con una tasa de alfabetización del 94,45 %, “superior a la media mundial” (Statista 2024), y Costa Rica destaca en la región con una tasa del 98,04 % en ese mismo indicador (The Global Economy 2021).
La muestra, en cuanto a su perfil sociodemográfico, está compuesta en un 51,8 % por mujeres y en un 48,2 % por hombres. La mayoría (60,2 %) tiene entre 18 y 39 años, mientras que un 39,8 % está en el rango etario de 40 años o más. El 29,6 % cuenta con estudios universitarios completos, el 54,4 % señaló haber cursado estudios secundarios y técnicos, el 14,8 % cursó solamente la primaria y el 1,2 % no cuenta con estudios. El 87,6 % de las personas entrevistadas afirmó que utiliza las redes sociales.
Los resultados del estudio se muestran desde dos acercamientos: un análisis descriptivo de los resultados de frecuencias simples y el resultado de cruces entre variables, entre ellas con las sociodemográficas. Para el primero de ellos, ante la pregunta de si conoce, ha escuchado, leído o utiliza la palabra “constatar” o “constatación”, el 49,4 % de las personas participantes en el estudio dijo no conocerlas o haberlas escuchado y un 21,6 % no quiso dar respuesta. Entre quienes afirmaron conocerla, un 29 % la asociaron con 39 conceptos. Mientras que el 5,5 % de quienes dijeron conocer o haber escuchado del concepto no ofrecieron respuesta a la consulta acerca de con qué palabras asociaban el concepto.
Las respuestas presentan variaciones si se cruzan con las características sociodemográficas de las personas participantes. En el caso de la diferencia entre el grupo con educación superior (38,8 %), entre quienes cuentan con estudios secundarios (25 %), frente al grupo sin educación (0 %) o con educación primaria (12,2 %) es claramente significativa, lo cual pone de manifiesto el impacto de la educación en el conocimiento del vocabulario. Según el sexo de la persona entrevistada, los resultados muestran que existe una relativa mayor familiaridad entre los hombres (34 %) en comparación con las mujeres (29 %). De acuerdo con la edad, el grupo de menor edad (18-24) presenta la menor familiaridad (24,3 %), en comparación con el grupo de 25 a 34 años (27 %) y del de 35 a 54 años (31,2 %), mientras que es similar a la mostrada por el grupo de 55 años o más (25,3 %).
El 29 % que ofreció respuestas mediante alguna palabra relacionada con el concepto de constatación, lo asoció con tres palabras (verbos o acciones) principalmente, las cuales se pueden agrupar de la siguiente manera: un 9 % mencionó la palabra “investigar”, mientras que un 52,4 % lo asoció con “verificar” y el 31 % con “asegurar”. Otras palabras o acciones solo fueron mencionadas por un 2,1 % del total de personas entrevistadas. De igual manera, quienes mayor número de palabras brindaron (28) fueron personas con al menos un año de estudios universitarios, en comparación con quienes solo terminaron la secundaria (18 palabras) o la primaria (siete palabras). También ofrecieron un mayor número de palabras los hombres (28), en comparación con las mujeres (21), al igual que las personas de mayor edad –de 55 años o más– con 19 palabras, que los rangos inferiores de edad: los de 35 a 54 años y de 25 a 34 años (17 palabras cada uno) y los de 18 a 24 años manifestaron solo 10 palabras.
La pregunta inicial y la de conceptos o palabras asociadas a constatar o constatación, se formularon de manera abierta, es decir, para obtener respuestas espontáneas. La siguiente pregunta se formuló (de manera ayudada) a las personas informantes que manifestaron que constatar o constatación eran sinónimo de verificar. Para eso se les pidió indicar la manera en la que actuaban cuando escuchaban o leían informaciones o noticias referidas a temas políticos. El 38 % afirmó que cuando escuchaba o leía informaciones o noticias políticas con versiones diferentes buscaba verificar de alguna manera para comprobar cuál era más creíble o contaba la verdad. Un 21 % dijo creer más en la información dependiendo de quién la diga o publique. Entretanto, un 17,8 % aseguró que no prestaba atención a la verificación de la información, mientras que casi una cuarta parte de la muestra (23,2 %) no supo o no quiso responder la pregunta.
En el presente apartado se abordan los indicios relevantes acerca de la existencia de la constatación entre la población investigada. De igual manera, se discute respecto de la percepción que existe entre la ciudadanía sobre el concepto de verificación, para dar paso al papel otorgado a la constatación en su rol de hacer frente a la desinformación. Finalmente, se contemplan acciones concretas que pueden considerarse, desde la alfabetización mediática hasta la implementación de políticas públicas.
Se cuentan con al menos cinco indicios que sitúan el concepto de constatación en un rol relevante para conocer la atención que da la ciudadanía a fuentes e informaciones de índole política. En primer lugar, aunque menos de una tercera parte de las personas reconocen el concepto de constatación (29 %), quienes lo hicieron le otorgaron un significado mayoritario (52,4 %) en relación con la “verificación”. Que la mayoría de las personas entrevistadas indicaran no saber, no haber escuchado o leído acerca de este tema, demuestra que no se trata de un concepto extendido. No obstante, no implica que la constatación no sea una práctica en sí misma y que resulte identificable, incluso sin una acabada sistematización u organización cognitiva, algo que quedó demostrado con la actitud asumida frente a la información política, donde una mayoría (59 %) asumió alguna práctica, permanente o selectiva, de constatación.
Un segundo indicio está dado por la división de los resultados según las características sociodemográficas, lo que permite observar que la familiaridad con los términos “constatar” o “constatación” varía según sexo, edad y escolaridad, lo que sugiere la influencia de factores socioculturales, educativos y generacionales en Costa Rica. La constatación se convierte entonces en un diferenciador. El tercer indicio se da porque quienes afirman conocer el concepto suelen utilizar una amplia cantidad de palabras con una importante dispersión en las definiciones. Entre este grupo de personas entrevistadas la palabra “verificación” destaca entre las menciones, lo cual indica que existe una similitud considerable entre ambos conceptos y sugiere que la constatación podría constituirse en un espacio propio para la ciudadanía, pues la verificación ya se ha convertido en un concepto utilizado por los medios y por los factcheckers.
En cuarto lugar, podemos destacar que, aunque el concepto de constatación es desconocido para la mayor parte de la población, una vez identificado se relaciona de forma directa con un significado atinado y preciso que sí se reconoce en la praxis diaria. La aplicación de la prueba de correlación entre el conocimiento de la palabra “constatar” (primera pregunta) y la acción o práctica asumida frente a información de índole política (tercera pregunta), demuestra asociación significativa entre ambas variables.[i] Mediante el análisis de coeficientes de regresión estandarizados y no estandarizados[ii] se encontró relación positiva y significativa entre las prácticas (tercera pregunta) y el conocimiento de la palabra “constatar” (primera pregunta).
Un quinto indicio tiene que ver con la evidencia estadística que demuestra la relación entre cognición y praxis de la constatación, lo que sugiere la posibilidad de realizar una segmentación significativa entre la ciudadanía. Ello funcionaría a manera de una base robusta, más allá de permitir una clasificación para constituir un espacio propio de la ciudadanía, con el fin de explorar y profundizar en el conocimiento de la constatación como práctica distinta de la ejercida por la verificación.
Finalmente, es crucial señalar que aquellas personas que afirmaron realizar la constatación en función de quién difunde o publica la información, demuestran que la percepción de la fuente es fundamental en el proceso de credibilidad. Esto plantea un cuestionamiento sobre la efectividad real de las verificaciones realizadas por los factcheckers y por los medios de comunicación. La eficacia de estas verificaciones podría no depender únicamente de la calidad y precisión de las mismas, sino también de los juicios previos sobre la fuente. Esta situación podría implicar que la verificación profesional desanime la práctica individual de constatación, no porque la ciudadanía considere inútil este esfuerzo, sino porque la verificación de los medios puede haber desmotivado sus iniciativas.
Es posible que la población confíe más en las verificaciones exhaustivas y confiables realizadas por los medios, y por ende no sienta la necesidad de verificar la información por sí misma. Esto se alinea con el hallazgo de Brenes-Peralta, Pérez-Sánchez y Siles González (2021, 138), quienes señalan que “las personas motivadas por precisión utilizan estrategias cognitivas para llegar a una conclusión correcta sobre un tema específico. Procesan la información de manera objetiva, independientemente de si esta refuerza sus propias creencias y actitudes”. Este comportamiento se observa con mayor frecuencia entre las personas jóvenes y entre quienes ofrecen una variedad mayor de definiciones sobre el concepto de constatación.
Aunque el concepto de constatación no es ampliamente reconocido, al menos espontáneamente (29 %), la práctica de cotejar o comprobar la información sí existe entre la población. Por lo tanto, la alfabetización mediática podría incluir varias acciones antes de actuar en la capacitación a la ciudadanía. Una de ellas es recurrir a la investigación profunda para identificar y valorar sus métodos, por rudimentarios que parezcan, y los que ya utiliza la ciudadanía para constatar información, entre ellos, buscar fuentes alternativas o comparar versiones.
En segundo lugar, se puede mencionar el hecho de enfatizar el pensamiento crítico más que enseñar herramientas técnicas, o sea, promover habilidades propias de la ciudadanía para cuestionar fuentes, identificar sesgos y evaluar contextos. En tercer lugar, estaría mostrar la manera en que la desinformación se vincula con agendas políticas y socioeconómicas, para que la ciudadanía entienda su impacto más allá de lo individual y así contextualizar la desinformación. Un cuarto ejercicio puede ser trabajar con casos reales y locales, provistos por la propia ciudadanía, que les resulten ejemplos cercanos para evaluarlos en conjunto y que sean relevantes para la vida diaria de las personas, pues de esta forma se facilitaría la identificación de patrones de desinformación.
Con base en los hallazgos del presente artículo, y considerando que la ciudadanía lleva a cabo su propia gestión de la constatación, se podrían realizar diversas estrategias desde la alfabetización mediática frente a la desinformación. Ello podría involucrar, por ejemplo, el diseño de actividades donde la ciudadanía comparta sus propias experiencias de constatación y discuta su eficacia, en lugar de imponer metodologías formales. De igual manera, que las personas puedan crear materiales (videos, guías, podcasts, textos para redes sociales) que expliquen la constatación con un lenguaje sencillo y mediante ejemplos prácticos, evitando tecnicismos.
Otra acción podría ser involucrar a líderes comunitarios, educadores y medios locales para difundir prácticas de constatación desde espacios cotidianos (escuelas, centros culturales, redes sociales) y convertir la participación ciudadana en espacios para que las personas brinden capacitación a otras. Todo ello puede hacerse también a través de la gamificación, es decir, del uso de juegos o simulaciones que permitan a las personas participantes experimentar con la constatación de información en escenarios realistas, cercanos. También es prudente que se haga mediante la adaptación de las estrategias según edad, escolaridad y capacidad en el uso de las redes sociales y de las herramientas digitales, lo cual es un reconocimiento a las diferencias identificadas en el estudio.
Aunque percatarse de que la constatación puede ser un espacio ciudadano se trata de un hallazgo relevante y de una propuesta novedosa sobre la que aún se requiere mayor investigación, los resultados del estudio en el que se basa este artículo ofrecen algunos insumos para pensar en políticas públicas y en educación mediática. Ejemplo de lo anterior es incluir la constatación en programas nacionales, integrando su promoción en los planes contra la desinformación y destacando su diferencia con la verificación mediática, pero con un enfoque diferente respecto de las plataformas digitales y subrayando que el factchecking constituye una práctica homóloga, distinta pero complementaria. De igual manera, considerar un enfoque para grupos vulnerables, de manera que se dirijan los esfuerzos a poblaciones con menor acceso a la educación formal, donde la desinformación tiene un mayor impacto.
Además, en lo que a la educación mediática corresponde, se podría incluir la constatación en los pensum escolares de ciencias sociales o tecnología, vinculándola con el análisis crítico de noticias. También sería necesario fortalecer la formación docente con metodologías que fomenten la constatación activa en el aula, pero de aprendizajes provenientes de los hogares y de otros espacios ciudadanos. Se trata de un flujo desde la ciudadanía hacia la educación formal y no solo en sentido contrario. Esto puede complementarse con evaluación de las propias personas participantes, quienes al enfrentarse a información dudosa pueden exponer sus métodos o acciones, lo cual redunda en un conocimiento de sus propias prácticas, al tiempo que les permite sistematizarlas y exponerlas.
En síntesis, la investigación revela indicios suficientes y evidencia estadística de un espacio propio para la constatación ciudadana. Además, sugiere la existencia de un momento comunicacional en el que la ciudadanía valida o invalida las verificaciones realizadas por diversos entes, lo que podría estar en relación con la constatación. Este proceso puede ocurrir previamente, de manera concomitante o incluso después de la verificación, y refleja una postura independiente respecto de las fuentes. Todo ello constituye una oportunidad para la realización de prácticas, de estrategias desde la alfabetización mediática y políticas públicas, con una genuina voluntad empática hacia la ciudadanía.
La muestra del estudio es aleatoria y representativa de la población costarricense, por lo cual está claro que los resultados podrían no ser generalizables a otros contextos culturales o geográficos, especialmente en países con menor alfabetización o con menor acceso a medios digitales. De igual manera, el uso de preguntas abiertas es absolutamente necesario –para no sesgar las respuestas de las personas participantes– pero puede generar que las respuestas sean poco precisas, especialmente entre personas con menor nivel educativo.
Por último, vale subrayar que no se midió el nivel de exposición previo a la desinformación ni la frecuencia con la que las personas encuestadas interactúan con las noticias políticas y con el consumo de espacios informativos o de medios, lo que podría afectar su familiaridad con prácticas de verificación mediática. Además de ello, es sabido que las respuestas acerca de cómo se actúa frente a noticias políticas dependen, entre otros factores, de la memoria, que no siempre refleja comportamientos reales. También puede generarse un subregistro sobre el sesgo de confirmación.
Todo lo anterior lleva a sugerir que para futuras investigaciones se recurra a la metodología cualitativa (ya sea mediante etnometodologías, sesiones de grupo o entrevistas en profundidad) para conocer a fondo algunos de estos aspectos en cuanto a sesgos, reacción ante preguntas abiertas, familiaridad con prácticas de verificación y comportamientos más apegados a la realidad cotidiana. La inclusión de metodologías mixtas y abordar otras realidades sociales, sin duda están en la línea de poder explorar de mejor manera la constatación en cuanto espacio ciudadano.
Considerar la constatación un espacio propio de la ciudadanía, distinto de la verificación de los medios o del factcheckers, podría representar un campo de estudio en sí mismo, ya que la evidencia estadística existe. El hecho de que la práctica de la constatación pueda ser identificada o no por las personas y por las definiciones que ofrecen las ciudadanías, constituye una oportunidad para conocer mejor y en mayor profundidad qué hace la población con los contenidos frente a la desinformación.
Llevar a la cotidianidad el principio de constatación, además de los esfuerzos en materia de alfabetización digital y comunicacional, puede pensarse más allá de la formalidad educativa. Podría hablarse de una educomunicación desde la cotidianidad, que debe ser abordada desde la investigación (experimental y no experimental) y desde la docencia y la extensión social.
Sin duda se ha avanzado en la investigación respecto del trabajo realizado en la lucha contra la desinformación, pero parece faltar un mayor énfasis en la colaboración ciudadana y en su propia lucha en este campo. Es importante partir de una epistemología de la vida cotidiana, donde la ciudadanía puede desconocer elementos conceptuales centrales o no identificarlos. Sin embargo, esto no significa que, en relación con la desinformación, no se estén llevando a cabo acciones. Aunque estas acciones ciudadanas parecieran rudimentarias en su abordaje como herramientas o aplicación, son importantes y deberían ser la base para cualquier acercamiento en la lucha contra la desinformación y las agendas políticas.
En campos como la educomunicación, la regulación de las plataformas sociodigitales o el factchecking se podría pensar en una deriva investigativa desde la ciudadanía, al menos distinta de la deontología mediática o periodística, y llevarla a cabo considerando los elementos de la comunicación política, los fenómenos socioculturales y las pugnas ideológicas. La ciudadanía está inmersa en todo ello y se encuentra lejos de la sobresimplificación de convertirse en una víctima colateral de la pugna entre las agendas políticas.
Apoyos
Agradecemos la colaboración del Dr. José Alberto Rodríguez, director de la empresa Demoscopia S.A., quien de manera desprendida realizó la aplicación de la encuesta citada en este estudio, bajo parámetros científicos y estadísticos propios de una consulta de opinión pública.
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Notas
[i] El coeficiente de Pearson es 0,783, con una significancia de valor 000. Ello indica que correlación es altamente significativa.
[ii] Al aplicar la regresión se obtiene que afecta a la primera pregunta. La aplicación del análisis de varianza (ANOVA) confirma que el modelo de regresión es significativo (F = 790,73, p < .000).