Desgastes y violencias en el cuidado: abuelazgosde mujeres en Hidalgo, México
Exhaustion and violence in caregiving: Grandparenting among women in Hidalgo, Mexico
Dra. Araceli Jiménez-Pelcastre. Profesora investigadora. Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo (México)
(araceli@uaeh.edu.mx) (https://orcid.org/0000-0002-4043-5485) (https://ror.org/031f8kt38)
Dra. Virginia Romero-Plana. Profesora investigadora. Universidad de Sonora (México).
(virginia.romero@unison.mx) (https://orcid.org/0000-0002-9149-0572) (https://ror.org/00c32gy34)
Dra. Elsa Ortiz-Ávila. Profesora investigadora. Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo (México).
(elsaortiz@uaeh.edu.mx) (https://orcid.org/0000-0002-4496-6275) (https://ror.org/031f8kt38)
Recibido: 22/08/2024 • Revisado: 09/12/2024
Aceptado: 28/02/2025 • Publicado: 01/05/2025
Cómo citar este artículo: Jiménez-Pelcastre, Araceli, Virginia Romero-Plana y Elsa Ortiz-Ávila. 2025. “Desgastes y violencias en el cuidado: abuelazgos de mujeres en Hidalgo, México”. Íconos. Revista de Ciencias Sociales 82: 77-95. https://doi.org/10.17141/iconos.82.2025.6350
Resumen
En el presente artículo se analizan los desgastes y las violencias hacia las mujeres en su rol de abuelas cuidadoras de nietas y nietos en ausencia de madres y padres migrantes. Este estudio de caso con enfoque cualitativo, se desarrolló mediante entrevistas a 48 abuelas cuidadoras que viven en el noreste de Hidalgo, México, una región caracterizada por la pobreza rural y la exclusión social. Además, se empleó la transversalización de las categorías género, edad, dependencia económica, etnia y salud. Los resultados muestran que este tipo de apoyo intergeneracional para el cuidado se enmarca dentro de los mandatos de género de las mujeres y forma parte de una responsabilidad “natural”. Incumplir esta función implica exponerse al juicio familiar y público. También se puede afirmar que las desigualdades sociales, las brechas económicas y la discriminación someten a las abuelas de esta región a un fuerte desgaste físico y emocional en su “obligación” de llevar a cabo la crianza de sus nietas y nietos. En este texto se demuestran las maneras en que se replican las violencias de género en los contextos familiares, la ineficacia de la política social en contextos de pobreza y la exclusión social que confrontan las adultas mayores de zonas rurales y pertenecientes a comunidades originarias.
Descriptores: abuelas; apoyo intergeneracional; cuidados; familias; pobreza; violencia de género.
Abstract
This paper analyzes the burnout and violence against women in their role as grandmothers caring for granddaughters and grandsons in the absence of migrant mothers and fathers. This qualitative case study was developed through interviews with 48 grandmother caregivers living in the northeastern region of Hidalgo, Mexico. This area is characterized by rural poverty and social exclusion. The cross-cutting categories of gender, age, economic dependence, ethnicity and health were employed in the analysis. The results show that this type of intergenerational support for caregiving is framed within women’s gender mandates and is part of a “natural” responsibility. Failing to fulfill this role implies exposing oneself to family and public judgment. It can also be argued that social inequalities, economic gaps, and discrimination subject grandmothers in this region to heavy physical and emotional wear and tear in their “obligation” to carry out the upbringing of their granddaughters and grandsons. This text demonstrates the ways in which gender violence is replicated in family contexts, the ineffectiveness of social policy in contexts of poverty, and the social exclusion faced by older women from rural areas and Indigenous communities.
Keywords: grandmothers; intergenerational support; care; families; poverty; gender violence.
1. Introducción
La crianza y el cuidado de niños y niñas[i] son tareas asignadas tradicionalmente a las mujeres porque convergen en los procesos de reproducción de la vida y se engloban en el ámbito privado. Las formas sociales y culturales persistentes hacen que se naturalice el reparto de las actividades a partir de la división sexual del trabajo, situación que genera desigualdades a nivel social, económico, político y cultural.
En México, en el año 2022 el 99 % de niñas y niños menores de seis años fueron cuidados en los hogares, al igual que el 93 % del grupo entre 6 y 11 años y el 65,9 % de adolescentes de 12 a 17 años. Quienes proveen los cuidados al 96 % de niñas y niños y al 90 % de adolescentes son mujeres. Las propias madres fueron cuidadoras en el 86,3 % de los casos, mientras que el 6,1 % estuvieron a cargo de mujeres que recibieron una compensación económica y un 7,6 % fueron cuidados por las abuelas, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía ([INEGI] 2023). En el país un 27 % y en Hidalgo el 30 % de las mujeres mayores de 60 años viven con menores de 14 años, lo que las hace potenciales cuidadoras de estos (INEGI 2020). La Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (ENUT) de 2019 muestra que el 13 % de las mujeres mayores de 60 años cuidan a menores de 14 años en los hogares. A nivel nacional, dedican 17 horas semanales en promedio a la actividad y en Hidalgo asciende a 22 horas (INEGI 2019).
El apoyo intergeneracional se concibe a partir de las actividades de cuidado y crianza de las nuevas generaciones por parte de las abuelas en la mayoría de los casos (Bazo 2012; García Morán y Kuehn 2012; Miret 2012), las cuales desempeñan el rol de madres sustitutas (Mummert 2019) a pesar de que muchas de ellas son ya adultas mayores. Para la literatura especializada, el soporte familiar (Alfonso 2000; Sánchez 2013) es la solidaridad familiar intergeneracional (Meil Landwerlin 2000; Bazo 2008) y las redes familiares de apoyo (Martín Aranaga 2000; Ayuso Sánchez 2012).
Este apoyo se puede brindar de dos formas. El primero es aquel realizado en momentos puntuales, de manera flexible o con una participación periférica. Esto significa que las abuelas ocasionalmente se hacen cargo de sus nietas o nietos (Vega Mongua y Coronado Pulido 2021). El segundo, se caracteriza por asumir las tareas de crianza y de cuidado como una obligación normalizada, de manera permanente, donde la participación de las abuelas es central (Jiménez Pelcastre 2011). Algo característico de este segundo formato, considerando la composición de los hogares, es un arreglo familiar de convivencia, también denominado estructuras familiares extensas de dos o tres generaciones o multigeneracionales (Tuirán 1993; Escobar Latapí y González de la Rocha 2005), porque además de las abuelas y sus nietas o nietos, puede haber presencia de bisabuelas o bisabuelos, tías y tíos, personas solteras y otros familiares. Otro término que se suele utilizar es el de familias con generaciones saltadas (Montes de Oca 2003) u hogares dona (Triano Enríquez 2006; Quecha Reyna 2011), aludiendo a la figura en que las generaciones extremas tienen contacto, mientras que la generación intermedia mantiene una relación distante cuando ha emigrado.
En este artículo abordamos la segunda vertiente del apoyo intergeneracional en hogares donde madres y padres no conviven directamente con sus hijas e hijos, lo cual caracteriza este abuelazgo de mujeres cuidadoras de nietos y nietas y suma una responsabilidad extra en sus vidas. Es conveniente mencionar que la región de estudio se integra por localidades rurales y en ese contexto no existen mecanismos gubernamentales para la conciliación de la vida laboral con la familiar entre las mujeres que son madres.
Ante la falta de apoyo público para los cuidados, cuando algunas madres en condiciones vulnerables no pueden pagar los servicios privados, recurren a otras mujeres en circunstancias aún peores, en este caso a las abuelas. Estas no solo viven en entornos de ruralidad, sino también de pobreza y con una carga racializada por pertenecer a una comunidad originaria. Tales características obligan a utilizar el enfoque de la interseccionalidad para realizar el acercamiento y el análisis de la situación, ya que todas las variables que caracterizan las identidades de estas mujeres muestran el grado de vulnerabilidad, desigualdad y violencias que confrontan (Crenshaw 1989; Hill 79 Collins 2017). Por tanto, los cuidados se consideran estratificados por categorías entre las que se encuentran la clase, la migración o el estatus de ciudadanía. Los grupos de mujeres que se sitúan en condiciones de vulnerabilidad respecto a estas categorías y a otras, las consideran obstáculos para la reproducción familiar (Kofman 2016) y para su bienestar integral.
Mara Viveros Vigoya (2023) señala que la experiencia de dominación es lo que resulta interseccional, por lo que las mujeres racializadas viven entre opresiones racistas, laborales y violencias sexistas. Así, la imbricación del heterosexismo, el racismo, el clasismo y otros vectores de opresión que se dan de forma simultánea, devienen en lógicas de exclusión, en discriminaciones, desigualdades, incumplimiento de los derechos y en la limitación de las oportunidades. En el artículo se analizan los desgastes y las violencias hacia las mujeres en su rol de abuelas cuidadoras de nietas y nietos en ausencia de sus madres y sus padres migrantes en la zona noreste de Hidalgo, en México.
Desde hace más de una década se han realizado investigaciones diagnósticas entre familias de la región noreste del estado Hidalgo (Jiménez Pelcastre 2011), observando la persistencia de hogares en los que se brinda apoyo intergeneracional para el cuidado y la crianza de niños, niñas y adolescentes. Este estudio abarca localidades de 12 municipios: Tepehuacán de Guerrero, Tlanchinol, Lolotla, San Felipe Orizatlán, Jaltocán, Calnali, Huazalingo, Huejutla de Reyes, Atlapexco, Yahualica, Huautla y Xochiatipan (ver figura 1). Se trata de territorios caracterizados por la ruralidad –únicamente 14 localidades de las 859 superan los 2500 habitantes (INEGI 2020)–, por la pobreza y por la emigración nacional de las personas jóvenes debido a de la escasez de tierras y al bajo rendimiento de los cultivos temporales.
Figura 1. Zona noreste del estado Hidalgo
Elaborada por las autoras con base en el INEGI (2020).
Las estadísticas nacionales consignan información sobre el apoyo intergeneracional que realizan las mujeres mayores de 60 años (INEGI 2019, 2020, 2023), sin embargo, en la región de estudio algunas mujeres que son abuelas han llegado a ese estatus desde los 38 años. Por ende, se incluyó a mujeres con parentesco de abuelas que cuidan a niños, niñas y adolescentes de manera permanente.
Se planteó una investigación cualitativa para acceder a las trayectorias de vida de las abuelas (Taylor y Bogdan 2000), enfatizando en sus experiencias en el rol de cuidadoras. El trabajo de campo se desarrolló entre junio de 2022 y junio de 2024, acumulando cuatro participantes por municipio, 48 en total. Las entrevistas fueron realizadas por las autoras del artículo, teniendo una guía semiestructurada. No hubo muestreo estadístico, se empleó una muestra pequeña no aleatoria. El primer contacto con las mujeres que brindan apoyo intergeneracional se estableció a través de las autoridades educativas de las localidades, tras acceder a participar y firmar el consentimiento informado, las entrevistas se realizaron en varias visitas y durante sesiones en los hogares. Se utilizaron seudónimos para garantizar el anonimato.
Estos aspectos y formas de acceder a ellas son concordantes con la construcción de conocimientos situados (Haraway 1995) porque permitieron que las entrevistadas expresaran los conflictos y las contradicciones en sus narrativas, derivadas de la demanda social que coloca expectativas no siempre coincidentes con sus propias aspiraciones. Después de realizar la transcipción de las entrevistas y de clasificar los datos por temas, se abordó el análisis de la información a partir de la transversalización de las categorías género, edad, condición étnica, dependencia económica y salud de las abuelas cuidadoras. Por tratarse de una investigación interpretativa no se buscaba analizar las frecuencias, sino resaltar los significados, de modo que, a pesar de ser abundantes las enunciaciones, algunas fueron reiterativas y solo se retoman los relatos que son ilustrativos para el análisis.
Del conjunto de 48 abuelas cuidadoras, la de menor edad tiene 39 años y la de mayor edad, en consecuencia, la edad promedio es de 58 años, además, 31 son menores de 60 años y 17 superan esa edad. Tres mujeres sobrepasan los 70 años (70, 71 y 78 años) y dos de ellas cuidan a bisnietas o bisnietos. Del total, 32 son casadas o vinculadas a una pareja, 14 son viudas y dos son madres solteras. En cuanto a la escolaridad, 23 cursaron la educación primaria, aunque cerca de la mitad concluyeron este nivel educativo en los cursos de educación para personas adultas, 17 la educación secundaria (esta formación se reporta fundamentalmente entre quienes tienen menos de 50 años) y 11 no saben leer ni escribir, se trata principalmente de mujeres mayores de 60 años.
De acuerdo con la identidad indígena, 35 mencionaron que pertenecen al grupo náhuatl, predominante en la región, mientras que el resto no se autoidentifican indígenas. Por lo que respecta al estado de salud, la mayoría autopercibe que es regular, solo nueve indicaron que su estado es bueno y cuatro que es delicado. De las mujeres entrevistadas, 11 cuidan solamente a un nieto o nieta, 22 (casi la mitad) se encargan de dos nietas o nietos, 10 crían a tres nietas o nietos y cinco cuidan a cuatro niños o niñas. El tiempo que han invertido cuidando a nietas y nietos o a bisnietas y bisnietos a lo largo de sus vidas va desde uno hasta 32 años. Las edades de los niños y niñas a quienes brindan los cuidados, mayoritariamente están por debajo de los 14 años. Es muy común que los cuiden desde que nacen; no obstante, se encontraron casos en los que fueron requeridas para realizar la tarea de cuidados a partir de edades posteriores debido a que sus hijas se insertaron laboralmente tras quedar viudas o separarse de sus parejas. Ocasionalmente nietos y nietas permanecen con las abuelas después de cumplir los 20 años, lo general es que también emigren desde los 16 o los 18 años.
Ninguna de las abuelas cuidadoras realiza actividades laborales remuneradas. Las y los progenitores que disponen del apoyo intergeneracional aportan recursos monetarios. Además, en los grupos familiares de las que son casadas –dos terceras partes de las entrevistadas–, los esposos generan ingresos a partir de actividades agrícolas o sirviendo de mano de obra. Ellos también tienen cultivos propios, lo que les permite vender los excedentes después de utilizar lo necesario para el autoconsumo y solo un esposo es migrante. Siete mujeres rebasan los 65 años y tienen el beneficio del programa federal “Pensión para el bienestar de las personas adultas mayores”. Una mujer anteriormente se dedicó a elaborar objetos de uso cotidiano con barro, al momento del estudio tenía 61 años y había dejado de realizar la actividad.
En este apartado se ahonda en el panorama de las abuelas entrevistadas que, además de realizar los quehaceres del hogar y otras actividades asignadas “naturalmente” por la división genérica del trabajo, brindan cuidados a nietas y nietos en las localidades de los 12 municipios de Hidalgo seleccionados. Para tal fin, se realizó un proceso dialógico en el que se recurrió a los discursos de las abuelas cuidadoras y a otros trabajos que aportan conceptualmente para dar sustento a lo que se enuncia.
Los escenarios de pobreza y vulnerabilidad en las zonas rurales y las exigencias estructurales y funcionales de las familias, condicionan a las mujeres a realizar actividades de crianza y cuidados como una obligación. Esta “obligación” pesa más que sus derechos, ya que se sienten infravaloradas. A lo anterior hay que agregar el desgaste y las violencias hacia sus cuerpos, lo que incide de forma negativa en la salud y en la calidad de vida, negándoles la posibilidad de proyectar y tener un envejecimiento activo, sano y positivo (Iantzi-Vicente 2024). Para este grupo poblacional, la calidad de vida, expresada en las condiciones económicas y de salud, presenta datos críticos en el país: 18 % de las mujeres mayores de 60 años sin ingresos residen en áreas rurales, en comparación con los hombres (5 %), cerca del 53 % de la población mayor de 60 años presenta problemas para desplazarse y el 28 % son mujeres. Esta situación limita su capacidad para realizar actividades cotidianas, entre las que se encuentra el trabajo doméstico y de cuidados, y su participación activa en la sociedad (Huenchuan 2021). Los desgastes y las violencias que enfrentan las abuelas cuidadoras, en este caso de estudio, se enmarcan en una óptica de análisis intercategórica, la cual exponemos a continuación para presentar la complejidad del problema.
Las abuelas que participan en el apoyo intergeneracional en la región investigada, repentinamente se convirtieron en cuidadoras de nietas y nietos, sumando mayor responsabilidad a su quehacer diario. En este proceso fueron imperativas las necesidades, las emociones, el afecto, la compasión y la reciprocidad que se anteponen a otros criterios, porque en las redes de intercambio predominan las deudas simbólicas (Mauss 1971) mutuamente contraídas entre madres e hijas. Un discurso coincidente es “como madres nuestro deber es apoyar a nuestra familia, a nuestras hijas” (entrevista a Victoria, Huazalingo, 3 de abril de 2023).
De un lado fluyen los recursos económicos y del otro, las actividades de cuidado. Sin embargo, las aportaciones de las mujeres mayores son invisibles y socialmente muchas veces son consideradas improductivas o personas que “no trabajan en nada”, debido a que realizan actividades sin tener percepciones económicas. “Nunca he trabajado” (entrevista a Emilia, Yahualica, 20 de diciembre de 2022), “mis quehaceres son los de la casa, no salgo a trabajar” (entrevista a Teresa, Calnali, 26 de junio de 2022).
Estas situaciones confirman la persistente violencia estructural que se agudiza cuando las mujeres rebasan los 65 años, y a pesar de que algunas abuelas no se sienten en condiciones para continuar desarrollando esta actividad por razones de edad o 83 por enfermedad, la asumen por tiempo indefinido.
Solo estamos mi nieto y yo, nadie más. El niño tiene dos años y medio y (…) es muy latoso, tengo que estar pendiente todo el día. Entonces por andar atrás de él a veces no me da tiempo ni de hacer de comer para mí. En días pasados bajé de peso, me estaba enfermando por no comer. Las vecinas se dieron cuenta y a veces me traen algo. No le digo a mi hija para no preocuparla, porque va a decir que se va a llevar al niño, pero yo sé que no va a tener con quién dejarlo mientras trabaja. Mi hija y su esposo andan trabajando juntos, se van al “corte”[ii] a donde haya trabajo. Yo no les voy a dar el dinero que allá se ganan, porque también de eso que ganan me dan a mí, ellos me mantienen. Lo único que puedo hacer es cuidar al niño. Si viviera mi esposo él se encargaría de mantenernos, pero desde que faltó dependo de mi hija y de su marido. Entonces no me puedo negar, tengo que cuidar al niño. Lo único que pienso es que no vayan a tener otro hasta que crezca un poco más. ¿Cómo le voy a hacer? Si con uno es pesado, ahora imagínese con dos (…). Es que así pasa, aquí hay una señora como de mi edad o un poquito más grande que tiene tres nietos y puede ser que le dejen otro más (entrevista a Magdalena, Atlapexco, 21 de enero de 2023).
En algunos hogares existen relaciones de poder, violencias y malos tratos, aquí el género y el hecho de ser abuelas las coloca en desventaja. Las nietas y nietos adolescentes tienen cambios de comportamiento y conductas que resultan difíciles de manejar. “Los muchachos de ahora no son como los de antes, mis hijos eran obedientes, nunca tuvieron problemas (…). No entienden razones, por más que hable con ellos, se van con los amigos y pienso que los mal aconsejan” (entrevista a Clara, Huautla, 19 de julio de 2023). Otra entrevistadas manifestó sentirse frustrada por su situación. “Esto no es vida, [hay] problemas todos los días. Me pongo a llorar, no gano nada, pero no sé qué hacer. Como me ven vieja se dan más valor, a veces ya nada más falta que me quieran golpear” (entrevista a Enedina, Huejutla de Reyes, 21 de junio de 2024).
Debido a que las abuelas no quieren ser una carga económica para sus familias, esa necesidad las convierte en cuidadoras, sin posibilidades de elección (Comelin Fornés 2014). El cuidado, por lo tanto, se convierte en un elemento de responsabilidad familiar ligado a la maternidad y al “ser mujer” (Gómez Urrutia, Arellano Faúndez y Valenzuela Contreras 2017; Zibecchi 2014b). Este fenómeno está bastante extendido no solo en México, sino a nivel internacional. Las y los migrantes envían remesas para intentar solucionar algunos problemas (Paiewonsky 2008; Hernández Lara y Mercado López 2019); mientras, persiste la irresponsabilidad estatal en la provisión de servicios para la crianza niñas, niños y adolescentes y para la atención a las mujeres mayores que son cuidadoras.
En general, los cuidados que se delegan en las mujeres son obstáculos para el desarrollo de su autonomía, por lo que luchar contra las desigualdades de género es un aspecto que se posiciona en la mira política de la ineficacia. Lo anterior se relaciona con las decisiones y con las directrices gubernamentales que no promueven cambios para una oportunidad real de desarrollo de las mujeres (Voria 2015), porque además de las crianzas, se suman los cuidados de salud y otros relacionados con dependencias físicas o enfermedades mentales de otros familiares, los cuales asumen sin reconocimiento ni remuneración (Batthyany, Genta y Perrotta 2017). En consecuencia, la política social y cualquier acción feminista desde el mandado político de seguridad y bienestar de la población, debe priorizar los cuidados desde el punto de vista de la responsabilidad colectiva social.
Las mujeres que aportan apoyo intergeneracional cuidando a nietas y nietos han comenzado a hacerlo, en promedio, cuando tienen cerca de 40 años y su contribución se prolonga hasta edades superiores a los 75 años, debido a que en ocasiones también cuidan a bisnietas o bisnietos. Este es el caso de Juana, una mujer de 78 años que se ha dedicado a las actividades de cuidado durante 32 años.
Qué nos queda más que apoyar a la familia. A la mamá también me tocó criarla. Creció, se fue a trabajar, tuvo a sus hijas y me vino a pedir favor porque soy más mamá que su propia mamá. No las voy a desamparar porque ella gana el dinero para todo, que la comida, que una ropita, que los zapatos (…). Para todo cuento con mi nieta (entrevista a Juana, Huautla, 19 de julio de 2023).
En las relaciones familiares cotidianas y en las interacciones con otros espacios, las violencias hacia las abuelas cuidadoras son constantes, pero no se nombran, generalmente se denominan disgustos o inconformidades. Al no existir vías para escapar, y en su afán por no agravar la situación, manifiestan resignación y sumisión. “Faltó el abuelito y entró el desorden a esta casa, me pongo a pensar que, si no están a gusto, que agarren camino, que se vayan, pero ni pronunciarlo, se me vienen encima todos” (entrevista a Aurelia, Tlanchinol, 24 de julio de 2022). “A mi edad hago lo que puedo, estoy cumpliendo con mi deber como abuelita de mis nietos, ahí los han dejado y ni modo de decir que no los quiero cuidar” (entrevista a Cirila, Lolotla, 14 de octubre de 2022). Otras entidades se colocan también en el escenario social de la vigilancia. “Si la familia no cuida bien a sus niños, entonces el DIF los recoge o traen a una en demandas para hacer entender lo que es la obligación. No te puedes descuidar, porque si se cae, si trae un moretón, te vigilan, dicen que tú los golpeas” (entrevista a Manuela, Lolotla, 15 de octubre de 2022).
En las instituciones de educación básica donde acuden niñas y niños constan- 85 temente se integra a las abuelas en los comités familiares. Las opiniones del personal docente sobre la actuación de ellas son favorables, ya que consideran que son responsables y tienen experiencia acumulada por el tiempo prolongado que llevan acudiendo a citatorios y reuniones. No obstante, difieren en su apreciación sobre el desempeño que tuvieron durante el cierre de las escuelas por la pandemia de la covid-19. Debido a la carencia de servicios de internet y de dispositivos para la comunicación, la estrategia educativa implementada fue a través de cuadernillos de trabajo para el alumnado. En esta índole, no todas las abuelas pudieron acompañar los procesos de sus nietos o nietas y recibieron descalificaciones y regaños por parte del personal docente.
Aunque algunas se esforzaron mucho para cumplir con las tareas, en las escuelas expresan que por su “irresponsabilidad” generaron rezago en el alumnado, el cual está costando revertir. “Nos echan la culpa a nosotras, que no pusimos atención. Al principio decían que iban a ser unos días y no, tardaron en regresar” (entrevista a Edelmira, Lolotla, 15 de octubre de 2022). “Hice todo lo pude, no pasó un día sin que estuviera duro y dale, que la tarea, que si ya terminaste, para que al final no valiera mi trabajo” (entrevista a Soledad, Tlanchinol, 23 de julio de 2022).
Las abuelas cuidadoras también señalan que no tenían ni la paciencia ni los conocimientos para la enseñanza, además de sumar a la situación sus problemas visuales o de analfabetismo. “No conozco ni una letra, ¿cómo les iba a enseñar?” (entrevista a Catalina, Atlapexco, 22 de enero de 2023). “Me falla mucho la vista, con este ojo veo borroso, sé leer, pero me cuesta” (entrevista a María, Xochiatipan, 17 de julio de 2023).
Las abuelas no tienen condiciones para emplearse y acceder a un salario, cubren las necesidades del grupo familiar a partir de varias fuentes: los ingresos de los esposos en 32 de los casos, las transferencias monetarias federales, que benefician a siete de ellas y las contribuciones de sus hijas e hijos. Básicamente son las hijas que demandan el apoyo intergeneracional quienes más aportan. “Mis hijas no los pueden atender, por eso me los encargaron y hasta ahora no se pueden quejar, han estado bien cuidados. Me esfuerzo para que tengan todo lo que necesitan. Si mis hijas no se hubieran ido a trabajar, pasaríamos hambre en esta familia” (entrevista a Julia, Huautla, 21 de julio de 2023).
Con los recursos monetarios a su alcance las abuelas no generan ahorros, escasamente cubren las necesidades alimentarias del grupo familiar, y al tener limitados recursos, ellas prescinden de cubrir sus prioridades.
Antes siempre tenía dinero en mis jarritos, esos que ve colgados ahí, siempre tenían dinero, metía la mano en uno y había monedas, en otro y lo mismo. Porque nos dedicamos a trabajar el barro. Ahora no puedo trabajar y no tengo ahorros, todo se gasta en mis nietos porque son tres y todo está caro. Yo no tengo apoyo del Gobierno para la tercera edad, me faltan cuatro años para cumplir los 65. Solo dependo de lo que me dan mis hijos, bueno, los hombres también mantienen a sus familias, me dan de vez en cuando y mis dos hijas, las mamás de los niños, me dan siempre (entrevista a Pilar, Huejutla de Reyes, 21 de junio de 2024).
Los relatos ilustran que los mandatos de género llevan a las mujeres a dedicarse a otras personas antes que a sí mismas (Lagarde 2005). Ver los cuidados como algo “natural” e “innato” en las mujeres favorece la división sexual del trabajo (Villamediana 2014). Este estudio de caso es un ejemplo más de la feminización del trabajo de cuidados (Tepichin Valle 2013). En general, entre las abuelas que son cuidadoras se observan procesos de pobreza crónicos y sin ruptura intergeneracional. La política social, en este ámbito, adquiere significados de control en la población estratificada de mujeres pobres con cargas familiares (Pautassi, Arcidiácono y Straschnoy 2014).
El estado Hidalgo ocupa el séptimo lugar a nivel nacional en el número de habitantes que se identifican indígenas. En la región noreste habitan 366 562 personas: 188 539 mujeres y 178 023 hombres. En este territorio hay 100 669 mujeres y 95 397 mayores de tres años que hablan una lengua indígena. La lengua indígena más representativa es náhuatl. Además, 5242 personas se perciben afromexicanas: 2717 mujeres y 2525 hombres. La suma de ambos grupos representa el 54,9 % de los habitantes del área (INEGI 2020).
El ideal de la igualdad filosófica expresado en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos está muy distante de cumplirse en las acciones relacionales. Las múltiples discriminaciones y violencias siguen operando en los cuerpos-territorios racializados y sexualizados en todo México (Ochoa Muñoz 2017) mediante mecanismos de descalificación. Además, las formas de explotación se agudizan cuando se trata de mujeres de pueblos originarios, porque, ante las apremiantes necesidades en su vida diaria, tienen menos recursos a su alcance para su propia defensa, situación a la que se agrega una pedagogía de género que las educa para la obediencia y la servidumbre (Ramírez 2022), verificando que realicen acciones para el bien común.
En consecuencia, las abuelas mencionan que crían a sus nietas y nietos como si se tratara de sus hijas o hijos. “No está la mamá, pero estoy yo que soy la abuelita y es como si fuera la mamá, así siento yo, que quiero a mis nietos, más que como nietos, como hijos” (entrevista a Felipa, Tlanchinol, 23 de julio de 2022). La inclusión subordinada en las estructuras de poder y de dominación machistas, sexistas, clasistas y racistas existentes en la sociedad, se exacerba cuando las mujeres tienen necesidades 87 materiales insatisfechas y buscan emplearse.
Nos tachan de indias, de que nada más servimos para tener hijos y que para qué tenemos hijos si no tenemos ni para darles de comer. Mi hija dice que ha visto cuando [a los campos agrícolas] llegan familias con niños y no les dan trabajo, las mandan a buscar a otro lugar. Les dicen que las mamás no trabajan por cuidar a sus hijos. Por eso están conmigo mis nietos, para que también no pierdan la escuela (entrevista a Elena, Tepehuacán de Guerrero, 4 de junio de 2024).
Vinculado a lo anterior, cada generación alecciona a la siguiente para que se desempeñen de manera óptima en los espacios laborales, reforzando la subordinación y la explotación económica. “Mis hijas trabajan en casas, en Huejutla, no tuvieron estudios, pero sus patronas no se pueden quejar, son trabajadoras, son obedientes, las enseñé a hacer bien las cosas” (entrevista a Josefina, Huazalingo, 2 de abril de 2023).
El cuidado de niñas, niños y adolescentes, de manera similar a otras actividades de cuidado o del mantenimiento de la vida, son tareas repetitivas que demandan permanente atención, lo que obliga a las abuelas cuidadoras a permanecer alertas y a encontrar soluciones rápidas. “Me he llevado mis buenas desveladas, más cuando toca que se pongan malos de noche, pensando a qué médico voy a ir a buscar” (entrevista a Elvira, San Felipe Orizatlán, 19 de diciembre de 2023). Las mujeres tienen voluntad para apoyar, pero su energía no es la misma que cuando eran más jóvenes. Las múltiples tareas que realizan, bajo la presión de ciertos horarios y ritmos, consumen sus días. “Cuando me tocó criar a mis hijos fue una cosa, todavía con los nietos aguantaba, pero ahora es muy distinto. Ahora las fuerzas no son las mismas, me canso mucho, no se descansa. Diario hay muchos quehaceres” (entrevista a Gloria, Huazalingo, 3 de abril de 2023).
Al tener que atender a menores de cuatro años se incrementa el tiempo de cuidado y el cansancio se vuelve crónico. “Tomé vitaminas y no me ayudaron, siempre estoy cansada, no sé por qué” (entrevista a Antonia, Calnali, 25 de junio de 2022). Cuando las niñas y los niños que están bajo sus cuidados tienen problemas de salud están permanentemente alteradas y el agotamiento se incrementa. “Las cosas no siempre salen como una quisiera, los niños enfermizos también enferman a una, cuando no me duele una cosa, me duele otra” (entrevista a Gabina, Jaltocán, 21de diciembre de 2023).
La pérdida de tranquilidad se observa en sus expresiones de preocupación, acompañadas de nerviosismo, tensión y ansiedad. En las ocasiones en que otros actores de la comunidad (principalmente hombres) exhiben lo que consideran fallos en su desempeño, ellas sienten vergüenza, dudas, insatisfacción y miedo a que vuelva a ocurrir una situación similar. “Soy muy nerviosa, yo no era así, me critican por mis nietos, me traen quejas y me pongo nerviosa porque son mi responsabilidad” (entrevista a Natalia, Xochiatipan, 17 de julio de 2023).
Las abuelas cuidadoras consideran que desarrollan una reciprocidad con sus hijas porque dependen económicamente de ellas, valoran positivamente su trabajo y los aportes en situaciones de necesidad, y consideran que realizar estas labores de cuidados genera lazos afectivos a través de la convivencia, lo cual les permite sobrellevar la vida en soledad. “Nada más tuve una hija, cuando se empezó a ir a trabajar me quedé sola. Pasado el tiempo nació esta niña y ahora estoy acompañada otra vez” (entrevista a Cristina, San Felipe Orizatlán, 18 de diciembre de 2023). “Cuando menos te das cuenta ya te encariñaste. Cuando crezcan y se vayan voy a sentir feo. Si tienen voluntad de venir a visitarme vendrán, y si no, iremos pasando lo que nos quede de vida” (entrevista a Irene, Yahualica, 19 de diciembre de 2022).
Sin embargo, los sufrimientos no exteriorizados por parte de las abuelas cuidadoras han desembocado en somatizaciones. “Me da dolor de cabeza, dolor en la boca del estómago, dolor acá, en la espalda, no puedo comer cualquier cosa” (entrevista a Paula, Jaltocán, 20 de diciembre de 2023). El desconcierto aumenta cuando los análisis clínicos indican que “no tienen nada”. El síndrome de la abuela esclava está presente (Guijarro Morales 2001), deteriorando a las mujeres, su calidad de vida y el entorno familiar.
4. Consideraciones finales
Al igual que ocurre con los juicios de “malas madres”, las mujeres que soportan esta carga de apoyo intergeneracional también se ven expuestas al escrutinio de ser consideradas “malas abuelas” y de no cumplir con las expectativas sociales que hay sobre ellas en torno a los cuidados, a la emocionalidad y a la familia (Palomar 2004). Las abuelas en situación de vulnerabilidad no tienen espacio para la negociación ni para el debate social porque la ruralidad, la vejez y la pobreza marcan las normas de construcción de estrategias para seguir la vida.
Las mujeres se sienten atrapadas en la obligatoriedad impuesta de cuidar a sus nietas y nietos, ostentando el rol de cuidadoras de manera obligatoria, pues se trata de un cautiverio más del sistema heteropatriarcal (Lagarde 2005). No hay tiempo para descansar, para el autocuidado ni para el ocio. Los roles en las familias se siguen reproduciendo y las abuelas, desempeñando el rol de madres sustitutas, son requeridas en todos los espacios posibles: en la familia, en la escuela, frente a las autoridades locales y municipales. Los abuelos esquivan esas responsabilidades, aunque sí inducen a sus nietos a acompañarlos en las tareas agrícolas.
No solo hay una desvalorización de los cuidados brindados, sin agradecimiento ni pago remunerado, tampoco existe el reconocimiento a la labor que llevan a cabo (Zibecchi 2014a). La ley del esfuerzo y la recompensa, que abandera el neoliberalismo en su afán de lograr el empoderamiento y la movilidad social, no es visible en el caso de las abuelas cuidadoras, subrayando una vez más que la estructura heteropatriarcal va en consonancia con las desigualdades económicas y sociales (Fraser 2013). En este sentido, podríamos encuadrar a las abuelas cuidadoras dentro de la situación de premercantilización y posicionadas (de manera obligatoria) en una lógica familiarista del cuidado (Minteguiaga y Ubasart-González 2014). Las múltiples aristas que las caracterizan les impiden salir de la premercantilización, negando no solo su valor y sus derechos, sino reforzando su dependencia hacia la unidad familiar y valiéndose de estrategias de solidaridad entre mujeres para afrontar situaciones de vulnerabilidad (Rinaldy 2021).
Las vidas de las abuelas que brindan apoyo intergeneracional en la región estudiada se instalan en la preponderancia de lo masculino frente a lo femenino, en el constante desgaste de su salud física y emocional, en la anteposición de la familia a sus intereses y en las violencias de género. Ante las carencias económicas familiares, las abuelas (algunas mayores) se ocupan de la crianza de sus nietas o nietos para brindar su apoyo intergeneracional. Sin embargo, en la transferencia de recursos monetarios, no son ellas las principales destinatarias porque el desempeño de las actividades en el hogar lo realizan como una obligación moral, sin remuneración. Además, se les exige que sean pacientes y abnegadas, que no hablen abiertamente de sus malestares, que no se quejen y que no se nieguen a realizar las funciones impuestas por los mandatos de género. De lo contrario, se exponen a ser sancionadas por la sociedad y por la familia.
El modelo cultural heteropatriarcal reproduce las desigualdades de género, alimentando las violencias estructurales y culturales en contra de las mujeres. Limitadas en su autonomía y con dependencia para acceder a los medios y recursos con los que cubrir sus necesidades de subsistencia, se convierten en vulnerables porque socialmente se ponderan con mayor valor las características de la juventud y su connotación de productividad económica y material. Nos sumamos al llamado de politizar las miradas hacia los abuelazgos y democratizar su participación (Marín-Rengifo y Palacio-Valencia 2015), además de resignificar los vínculos intergeneracionales y las relaciones familiares, poniendo en tensión las inversiones de los cuidados para la vida.
La participación de las mujeres rurales que cuidan a nietas y nietos en su calidad de abuelas, devela problemas que requieren de intervenciones urgentes en las que se involucren diversos sectores de la sociedad, encabezados por las instancias gubernamentales. Las políticas públicas deben encaminarse a la instauración de un sistema nacional de cuidados, comenzando por la reformulación del significado de cuidados y su desvinculación directa y obligatoria con la familia, para desembocar en la radicalidad de una política social de desarrollo que ponga en el centro la dignidad de las vidas (Flores y Tena Guerrero 2014; Vega y Gutiérrez 2014).
De este modo, las mujeres que participan en las labores de cuidado y viven situaciones de inequidad por carecer de un ingreso formal, por no contar con seguridad social o por estar limitadas al apoyo económico de las familias, se convertirán en sujetas de derechos sociales y, sobre todo, tendrán posibilidades de decisión en el rol de cuidadoras que desempeñan. Esto impactaría en su calidad de vida subrayando la importancia de los autocuidados, pero también en el bienestar familiar al obtener más igualdad, empoderamiento y responsabilidades equitativas.
Este artículo invita a abrir las miradas sobre del entresijo de violencias y desgastes normalizados que pueden estar viviendo las abuelas que cuidan a nietas o nietos en otras zonas rurales de México y de América Latina y del Caribe debido a eventos migratorios de sus hijas, motivo por el que terminan implicándose en tareas de apoyo intergeneracional. Los datos revelan que la mayor cantidad de la población envejecida en el medio rural corresponde a las mujeres, y en ese contexto también se concentran las mujeres indígenas que sobrepasan los 60 años (CEPAL 2022). En consecuencia, se requieren más acercamientos a las condiciones de vida de quienes asumen la responsabilidad de la crianza de nietas y nietos, pues se trata de una tarea desgastante y de larga duración.
Agradecemos el apoyo de la Universidad de Sonora (México) para que la autora Virginia Romero-Plana pudiera realizar una estancia académica en la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo (México), adhiriéndose al proyecto de investigación “Diagnóstico en el estado de Hidalgo sobre la participación de las mujeres de grupos vulnerables en acciones de desarrollo social” en el año 2022.
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Entrevista a Antonia, 57 años, Calnali, 25 de junio de 2022.
Entrevista a Aurelia, 55 años, Tlanchinol, 24 de julio de 2022.
Entrevista a Catalina, 62 años, Atlapexco, 22 de enero de 2023.
Entrevista a Cirila, 63 años, Lolotla, 14 de octubre de 2022.
Entrevista a Clara, 65 años, Huautla, 19 de julio de 2023.
Entrevista a Cristina, 39 años, San Felipe Orizatlán, 18 de diciembre de 2023.
Entrevista a Edelmira, 58 años, Lolotla, 15 de octubre de 2022.
Entrevista a Elena, 59 años, Tepehuacán de Guerrero, 4 de junio de 2024.
Entrevista a Elvira, 63 años, San Felipe Orizatlán, 19 de diciembre de 2023.
Entrevista a Emilia, 58 años, Yahualica, 20 de diciembre de 2022.
Entrevista a Enedina, 58 años, Huejutla de Reyes, 21 de junio de 2024.
Entrevista a Felipa, 62 años, Tlanchinol, 23 de julio de 2022.
Entrevista a Gabina, 44 años, Jaltocán, 21de diciembre de 2023.
Entrevista a Gloria, 70 años, Huazalingo, 3 de abril de 2023.
Entrevista a Irene, 65 años, Yahualica, 19 de diciembre de 2022.
Entrevista a Josefina, 56 años, Huazalingo, 2 de abril de 2023.
Entrevista a Juana, 78 años, Huautla, 19 de julio de 2023.
Entrevista a Julia, 51 años, Huautla, 21 de julio de 2023.
Entrevista a Magdalena, 53 años, Atlapexco, 21 de enero de 2023.
Entrevista a Manuela, 49 años, Lolotla, 15 de octubre de 2022.
Entrevista a María, 57 años, Xochiatipan, 17 de julio de 2023.
Entrevista a Natalia, 62 años, Xochiatipan, 17 de julio de 2023.
Entrevista a Paula, 53 años, Jaltocán, 20 de diciembre de 2023.
Entrevista a Pilar, 61 años, Huejutla de Reyes, 21 de junio de 2024.
Entrevista a Soledad, 54 años, Tlanchinol, 23 de julio de 2022.
Entrevista a Teresa, 42 años, Calnali, 26 de junio de 2022.
Entrevista a Victoria, 62 años, Huazalingo, 3 de abril de 2023.
Notas
[i] El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia ([UNICEF] 2018) considera tres etapas en la vida de niñas, niños y adolescentes. Denomina primera infancia a la edad comprendida entre cero y cinco años, edad escolar entre seis y 11 años y adolescencia entre 12 y 17 años.
[ii] Ir al corte es una expresión que se utiliza para indicar que las personas migran hacia los campos agrícolas de San Luis Potosí, Tamaulipas, Sinaloa, Sonora o Coahuila, entre otros destinos. Se dedican a la cosecha o al corte de frutas y verduras.