Mercados campesinos en tiempos de pandemia: de la resistencia a la adaptación en Cotacachi y Barcelona
Peasant markets in time of pandemic: From resistance to adaptation in Cotacachi and Barcelona
Dr. Jordi Gascón-Gutiérrez. Profesor titular. Instituto de Investigación en Nutrición y Seguridad Alimentaria. Universidad de Barcelona (España).
(jordigascon@ub.edu) (https://orcid.org/0000-0002-0947-614X) (https://ror.org/021018s57)
Recibido: 05/09/2024 • Revisado: 15/12/2024
Aceptado: 05/05/2025 • Publicado: 01/09/2025
Cómo citar este artículo: Gascón-Gutiérrez, Jordi. 2025. “Mercados campesinos en tiempos de pandemia: de la resistencia a la adaptación en Cotacachi y Barcelona”. Íconos. Revista de Ciencias Sociales 83: 187-205. https://doi.org/10.17141/iconos.83.2025.6379
Resumen
Desde hace décadas, en el Sur y en el Norte Global han surgido iniciativas encaminadas a restablecer los mercados campesinos en zonas urbanas con el objetivo de que agricultores y agricultoras puedan vender la producción directamente al consumidor final para obtener toda la ganancia comercial. Esto se encuadra en una serie de estrategias dirigidas a alcanzar la autonomía de un circuito agroindustrial que impone precios y condiciones de producción. En ocasiones, las restricciones de movilidad por causa de la pandemia de la covid-19 dificultaron el funcionamiento de estos mercados. En este sentido, se explora cómo el campesinado enfrentó esta situación. Para ello, se analizaron dos casos: uno situado en los Andes septentrionales (Cotacachi, Ecuador) y el otro en la Europa mediterránea (Barcelona, España). De este modo, el estudio se sustenta en etnografías de larga duración a través de la aplicación de técnicas de investigación cualitativas y la revisión de material de archivo y de hemeroteca. Se llega a la conclusión que los campesinos y las campesinas respondieron eficazmente a la emergencia a nivel económico (en cuestión de días crearon mecanismos para seguir manteniendo la venta directa al consumidor final) y político (denunciaron y enfrentaron las políticas restrictivas de forma organizada y exitosa), con lo cual se descubre cómo las estrategias aplicadas por el campesinado fueron, en muchos aspectos, similares.
Descriptores: Barcelona; Cotacachi; covid-19; mercados campesinos; pueblos indígenas; resistencia campesina.
Abstract
For decades, initiatives have emerged in the Global South and North with the aim of reestablishing peasant markets in urban zones so that farmers could sell their production directly to consumers and receive all the profits. This has been framed in a series of strategies aimed at achieving autonomy from agro-industrial circuits that impose prices and conditions of production. Mobility restrictions due to the COVID-19 pandemic complicated the functioning of these markets at times. This article explores how the peasantry confronted this situation. Two cases are analyzed –one situated in the northern Andes (Cotacachi, Ecuador) and the other in mediterranean Europe (Barcelona, España). The study is based on long-term ethnographies through the application of qualitative research methods and the revision of archival materials and newspapers. It is concluded that peasants responded efficiently to the emergency in economic terms (in days, they developed mechanisms to maintain direct sale to consumers) and in political terms (they denounced and confronted restrictive policies through successful organizing). It is shown how peasant strategies applied were similar in many respects.
Keywords: Barcelona; Cotacachi; COVID-19; peasant markets; Indigenous communities; peasant resistance.
En las últimas décadas, en zonas urbanas del Sur y del Norte Global han resurgido los mercados campesinos. En ellos, agricultores y agricultoras venden sus excedentes directamente a consumidores y consumidoras. En el mercado convencional la gran distribución y la industria transformadora no solo obtienen la mayor parte del beneficio comercial, sino que también establecen condiciones en el proceso productivo (Gascón, Solà y Larrea 2021). La venta directa, en cambio, aumenta los beneficios de quienes se dedican a la agricultura al quedarse con ese margen comercial.Esto se encuadra en una serie de estrategias dirigidas a alcanzar la autonomía de un circuito agroindustrial que impone precios y condiciones a quien produce (Van Der Ploeg 2008). Estas estrategias pasan por rediseñar la finca agraria, adaptando algunas características del modelo de producción campesino. Por ejemplo, abandonar la especialización productiva y extremar la diversificación permite depender menos de costosos insumos agrotóxicos destinados al control de plagas y a la recuperación de la fertilidad del suelo. En esta línea, vender directamente al consumidor final resulta clave para independizarse de un mercado convencional que obliga a producir aplicando determinados paquetes tecnológicos y establece el precio de la cosecha sin considerar los costos de producción (Van Der Ploeg 2008). Por esta razón, y aunque los mercados campesinos son un nicho de mercado pequeño en la estructura agroalimentaria global, su papel en la economía de las familias agricultoras que participan en ellos es significativo.
En el presente artículo se analiza, de forma comparativa, dos experiencias en las que el campesinado aplicó estrategias de este tipo. Las dos concuerdan en la práctica: la venta directa al consumidor final a través de mercados campesinos urbanos. También en que surgieron explícitamente bajo la bandera de la soberanía alimentaria, concepto desarrollado por movimientos campesinos globales que reclaman su derecho a controlar el sistema agroalimentario.[i] Igualmente, coinciden en que ambos mercados se establecieron a mediados de la segunda década del siglo XXI. Se diferencian en el contexto en que se sitúan: una, en la Europa mediterránea y en una urbe grande (Barcelona, España); la otra, en la capital de un municipio rural de los Andes septentrionales (Cotacachi, Ecuador), donde quienes producen son indígenas kichwas. Sin embargo, a pesar de tratarse de dos contextos tan diferentes, ambos se enfrentan a retos similares.
El interés del artículo es analizar el grado de consolidación de ambos mercados campesinos y ahondar en las circunstancias que se dieron durante la pandemia de la covid-19 puede ayudar a ello. Las restricciones sanitarias a la movilidad dificultaron el funcionamiento de estos mercados. Nuestro interés no es tanto conocer qué pasó en ambos mercados durante el confinamiento, sino la forma en que se adaptaron al estado de excepción y qué estrategias implementaron cuando terminó. La pandemia fue una prueba de resiliencia que analizo en dos niveles. Uno de ellos es el económico-organizativo, pues indago si sus gestores y participantes fueron capaces de encontrar formas alternativas de llegar al consumidor final y mantener la actividad comercial en un contexto de reducción drástica de la movilidad. El otro es el político-institucional. En ambos casos la municipalidad intentó prohibir la actividad de los mercados aduciendo riesgos sanitarios. Con la pandemia afloró de forma perceptible la valoración que las instituciones locales hacían de estas experiencias campesinas. Esto se ahonda en las acciones que productores y productoras desarrollaron para enfrentar esas políticas restrictivas.
En ocasiones se ha aducido que la agricultura alternativa al modelo agroindustrial es económicamente poco viable (Bernstein 2016; Boltvinik y Archer-Mann 2016). Esta corriente afirma que cuando se sostiene es porque las personas encargadas de producir obtienen ingresos de actividades no agrarias (Bruce 2019; Carte et al. 2019) o porque reciben subsidios que compensan su baja rentabilidad (Kay 2001). Recientemente, la preocupación por los impactos ecológicos y sociales de la agroindustria ha entrado en el discurso de estas aproximaciones. En este sentido, algunos autores detectan que la producción a pequeña escala y diversificada puede tener resultados positivos a nivel medioambiental, o incluso ser más favorable económicamente para el productor.
No obstante, aseguran que no pueden superar la producción convencional en lo que respecta a ganancia y rendimiento (Flachs 2022; German et al. 2020). Tampoco en la capacidad de producir con escasa fuerza de trabajo en contextos en los que la mano de obra escasea por la emigración rural o por dedicarse a actividades no agrarias (Carte et al. 2010; Sunam y Goutam 2015). Por tanto, los casos de éxito serían escasos y poco significativos. Solo funcionan cuando hay un nicho de mercado que reclama este tipo de alimentos y está dispuesto a adquirirlos a un precio elevado (Barkley y Wilson 1992; Rohe et al. 2022).
Contraponiendo esta visión pesimista, desde finales del siglo pasado se han multiplicado los estudios de caso que demuestran la viabilidad de los modelos de producción caracterizados por la tendencia a una máxima diversificación productiva, al uso intensivo de la fuerza de trabajo, a la escasa mecanización, al autoconsumo o a la venta directa al consumidor final (Narotzky 2016). Estos estudios reflejan que la producción de tipo campesino genera externalidades positivas: mantiene paisajes valiosos (Beillouin et al. 2021; Kremen y Miles 2012), sostiene a un número mayor de familias (Ikerd, Devino y Traiyongwanich 1996), reduce la migración rural (Bezner Kerr et al. 2022; Vizuete, Oteros-Rozas y García-Llorente 2024) y produce alimentos de alta calidad nutricional (Siniscalchi y Harper 2019; Uleri 2018). También que ofrecen mejores opciones económicas a quienes producen.
Para estos autores el concepto de viabilidad debería redefinirse. Una visión economicista y sesgada sobre qué es y qué no es rentable penaliza la producción campesina y sobredimensiona los resultados de la agroindustria (Cousins y Scoones 2010). En cambio, si se adopta una mirada sustantivista, es decir, si se considera que la lógica económica campesina no funciona con los mismos parámetros que la agroindustrial (Chayanov 1966), la agricultura campesina se convierte entonces en un modelo de producción viable. Esto se sustentaría en diferentes factores. Por ejemplo, en una estrategia diferente en cuanto al mecanismo de obtención de beneficios: mientras que la agroindustria la persigue aumentando la escala de producción e intentando reducir los costos, el modelo campesino busca incrementar el valor añadido de su producción manteniendo un tamaño de explotación acorde a la fuerza de trabajo disponible (Durham y Mizik 2021). Se aduce también que en las economías campesinas pluriactivas (la mayoría sigue este patrón) la finca permite un mayor aprovechamiento de la fuerza de trabajo (Gascón y Mamani 2022; Kay 2008). Finalmente, enfrenta mejor un contexto global en el que los precios agrarios tienden a menguar y se encarecen los costos de producción (Altieri, Rosset y Thrupp 1988; Rivera et al. 2018).
Con relación a este último punto, diversos estudios evidencian que buena parte de quienes laboran en la agricultura convencional, sin dejar de hacerlo, cambian ciertas prácticas agroindustriales por otras que serían propias del modelo de producción campesino, pues les permite conseguir cierta autonomía de un circuito agroindustrial que los estrangula (Van Der Ploeg 2008). La hegemonía de la agricultura industrial no se debería, por tanto, a una mayor eficiencia tecnológica o a la virtud de la economía de escala, sino a las relaciones de poder. Concretamente, al control que un oligopolio corporativo ejerce sobre la cadena agroalimentaria, que margina e infravalora la producción no agroindustrial (McMichael 2013).
La venta directa al consumidor final es una de esas estrategias campesinadoras. Los mercados campesinos nunca llegaron a desaparecer de los espacios rurales, pero en las zonas urbanas se convirtieron en una rara avis a medida que avanzaba la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, parecen haber resurgido en las últimas décadas, impulsados por productores y productoras o por organizaciones sociales urbanas de carácter medioambientalista.
En algunos estudios se afirma que el mercado campesino puede quedar lastrado por una lógica neoliberal que anima a la competencia, reduciendo los precios y la tasa de beneficios medios, marginando a los productores y a las productoras más débiles (Leslie 2017; Rossi, Brunori y Guidi 2008) o convirtiendo los mercados en espacios de consumo para la élite urbana (Pasquier-Merino y Buratti 2024). Pero en otros, más optimistas, se plantea que permiten al agricultor quedarse con todo el beneficio comercial. De esta manera fortalecen la economía campesina (Mulet y Gascón 2022). También, se alude a que surge como una estrategia política en las luchas que reivindican un cambio de modelo agroalimentario (Van Der Ploeg y Schneider 2022; Van Der Ploeg, Ye y Schneider 2023), en línea con lo que Polanyi ([1944] 2017) denominó “contramovimiento”: acciones dirigidas a limitar el desarrollo de una economía liberal que destruye los elementos más básicos de protección social. Así, el mercado campesino se convierte en una estructura que facilita una relación directa y autogestionada entre el campo y la ciudad (Huaita-Alfaro 2022). Pero se enfrenta, en ocasiones, a mecanismos regulatorios impuestos por las instituciones públicas urbanas que dificultan, limitan o imposibilitan dicha relación (Schneider y Cassol 2022).
En la literatura se ha analizado el impacto de la pandemia de la covid-19 en los sistemas de producción y distribución agroalimentaria. Sin embargo, los estudios acerca de la agricultura familiar y de proximidad son escasos. En los primeros meses de la emergencia algunos autores afirmaron que la producción familiar podía ser especialmente vulnerable a la crisis (Mhlanga y Ndhlovu 2020), pero la mayor parte consideraron que se abrían oportunidades para la agricultura campesina y agroecológica.
Esto se debía a las dificultades que padecerían los mercados globales en los siguientes años y a un mayor interés del consumidor en productos saludables (Hobbs 2020; Kolodinsky et al. 2020; Worstell 2020). Ciertamente, durante los meses en que duró el confinamiento se incrementaron diversas formas de comercialización directa como la venta a domicilio (Craviotti, Viteri y Quinteros 2021; Saralegui 2022). No obstante, este crecimiento se vio lastrado por un marco normativo restrictivo (Gascón 2020) y no se consolidó cuando se regresó a la normalidad (Escribano 2023).
El presente artículo se sustenta en investigaciones de larga duración en las que se ha seguido la formación y el crecimiento de la red de mercados campesinos de Barcelona desde su gestación, a mediados de la segunda década del siglo XXI. Mientras que en Cotacachi la investigación se inició en la primera mitad de la década de 2010 y las últimas estancias fueron en 2022 y 2023, tras el periodo de confinamiento. Estas últimas estancias fueron de tres meses de duración.
La metodología utilizada ha sido la etnográfica, dirigida a conocer y comprender el comportamiento social, utilizando técnicas de investigación cualitativas: observación participativa, entrevistas semiestructuradas, conversaciones informales y una evaluación retrospectiva de los diarios de campo. La investigación siguió el Código Ético de Integridad y Buenas Prácticas de la Universidad de Barcelona, que asegura confidencialidad y conocimiento previo de los y las informantes sobre el objetivo de la investigación y evita su identificación. También se revisaron actas de asambleas comunales, en el caso de Cotacachi, y el archivo de la red de mercados campesinos en el caso de Barcelona.
La Coordinadora de los Mercats de Pagès (mercados campesinos) de Barcelona agrupaba a ocho mercados de carácter semanal antes de la pandemia. El primero se había establecido en el centro de la ciudad a mediados de la década de 2010, impulsado por la ONG Xarxa de Consum Solidari. Estos mercados ofrecen alimentos agroecológicos y de proximidad, y quienes participan tienen explotaciones de carácter familiar o cooperativo. En algunos casos son propuestas surgidas de proyectos neorrurales, en otros, se trata de agricultores convencionales que cambiaron a un modelo agroecológico. En ambos casos, su objetivo ha sido desligarse del circuito agroalimentario convencional en búsqueda de una mayor autonomía (Van Der Ploeg 2008) y una de las estrategias que utilizan es vender directamente al consumidor para obtener todo el margen comercial.
En la expansión de la red de mercados campesinos también tuvo un papel importante el Ayuntamiento de Barcelona. En 2015 ganó las elecciones una candidatura de izquierda, formada por personas provenientes de diferentes colectivos sociales. El cargo de alcaldesa lo asumió Ada Colau, una reconocida activista que laboraba en una ONG que tenía la soberanía alimentaria entre sus principales líneas de trabajo. El nuevo Gobierno municipal no solo apoyó los mercados campesinos facilitando espacios y logística, sino que animó a incrementar su número y su periodicidad. Pero la buena entente entre el municipio y el mundo rural quedó suspendida debido a la pandemia.
El 14 de marzo de 2020, ante la rápida difusión de la pandemia, el Gobierno español declaró el estado de alarma en todo el país. En España, las comunidades autónomas tienen amplias competencias, pero el estado de alarma centralizó temporalmente el poder legislativo y administrativo. Para gestionar la emergencia el Gobierno publicó el Real Decreto 463/2020. Las restricciones exceptuaban las actividades básicas relacionadas con el abastecimiento alimentario: el Real Decreto 463/2020 estableció que las autoridades delegadas debían asegurar el funcionamiento de la actividad agraria y la distribución de su producción. Pero la diversidad de circunstancias locales obligó a las delegaciones territoriales del Gobierno central, y a los Gobiernos autónomos y municipales en la medida que mantenían competencias, a interpretar el decreto. En estas circunstancias, la decisión de cerrar o dejar abierto los mercados campesinos se volvió discrecional.
Cataluña en general, y especialmente Barcelona, reflejan los problemas y contradicciones generados por la indefinición del Real Decreto 463/2020. El 13 de marzo, el día anterior a la declaración del estado de alarma, el Gobierno autonómico catalán había promulgado una resolución sobre las acciones a tomar por la pandemia (Resolución SLT 720/2020). La resolución garantizaba la continuidad de los mercados campesinos. Pero la centralización de competencias por el Gobierno central la anuló y subordinó todas las medidas al Real Decreto 463/2020. La indefinición de este decreto obligó a que cada municipio estableciese sus propias regulaciones. Muchos mantuvieron los mercados campesinos abiertos, pero Barcelona optó por cerrarlos. El Gobierno catalán volvió a dictaminar su apertura a principios de abril de 2020 (DARP 2020), pero para ese entonces sus decisiones no eran vinculantes para los municipios, por ejemplo, el de Barcelona los mantuvo clausurados. Sin embargo, en ningún momento las cadenas de supermercados tuvieron que cerrar sus tiendas e instalaciones. Los movimientos sociales sospecharon que estas políticas coyunturales que favorecían a los supermercados podían consolidarse una vez terminada la crisis.
Respuesta campesina
Organizaciones agrarias y entidades sociales protestaron por las limitaciones impuestas por las instituciones públicas a la comercialización directa de la producción campesina. La denuncia se canalizó a través de SOScampesinado, una plataforma impulsada por mujeres que trabajaban en agroecología, defendiendo la bandera de la soberanía alimentaria. La plataforma se coordinó con más de 700 organizaciones campesinas y colectivos sociales del Estado español (Begiristain et al. 2020). El 30 de marzo remitieron una carta al Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación (MAPA) requiriendo, entre otras cosas, el “mantenimiento de los mercados no sedentarios de proximidad” (Revista Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas 2020a). El Ministerio contestó unos días después. SOScampesinado consideró que la respuesta era “poco clara y evasiva”, pues se trataba de una misiva formal que no esclarecía las incertidumbres generadas a partir del Real Decreto 463/2020 (Revista Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Recursos 2020b). El 8 de abril, en los mismos términos, se enviaron cartas al Ministerio de Consumo y al de Sanidad. El primero organizó un encuentro con SOScampesinado. La plataforma valoró que la reunión había sido cordial, pero sin resultados tangibles.
Paralelamente, de forma descentralizada, las organizaciones que conformaban SOScampesinado realizaban sus propias reclamaciones a organismos públicos locales.
En la ciudad de Barcelona la red de mercados campesinos intentó persuadir al Ayuntamiento de que el Real Decreto no obligaba a su cierre. También aseguraban que los mercados eran más seguros que los supermercados desde el punto de vista sanitario, al situarse al aire libre (Montagut 2020), pero no tuvieron éxito. El 9 de abril organizaciones ciudadanas dirigieron una carta abierta a la alcaldesa Ada Colau indicando que se le estaba dificultando a la ciudadanía el acceso a alimentos de calidad. También mostraban su extrañeza por la clausura de mercados cuando el Gobierno catalán y la Diputación de Barcelona habían aprobado normativas y recomendaciones a favor de mantenerlos abiertos, las cuales se estaban aplicando en otros municipios (Coordinadora de Mercats de Pagès 2020). Ciertamente, la presión social fue logrando que la mayoría de los ayuntamientos catalanes reabriesen los mercados campesinos. Sin embargo, en Barcelona no volvieron a funcionar hasta el 18 de abril, cuando habían pasado cinco semanas desde su clausura.
A la par que se coordinaban para hacer presión a las instituciones públicas, los productores y las productoras agrícolas impulsaron otras estrategias de venta directa (Batalla et al. 2020). Una de ellas fue la venta por internet. Para ello crearon plataformas virtuales de comercialización. Las ventas por esta vía crecieron rápidamente, pero no fue una solución fácil: la logística de la distribución a domicilio encareció los costos de comercialización y la preparación de los pedidos aumentó la carga de trabajo de agricultores y agricultoras. Por otra parte, la mayoría de quienes producían no se pudieron articular a estas nuevas redes de comercialización directa y no tuvieron otra opción que vender sus productos a través del mercado convencional, sacrificando el margen comercial, o ver cómo se perdían en los campos o en almacenes (Bandera 2020).
Durante la primera fase de la pandemia la agricultura familiar enfrentó situaciones que pusieron en riesgo su viabilidad. Un grupo de productores y productoras que dependían de los mercados campesinos pudieron organizar vías alternativas de comercialización directa, especialmente la venta a domicilio. Otros, en cambio, perdieron parte de su producción o tuvieron que comercializarla en el mercado convencional por debajo del precio al que vendían habitualmente.
Colectivos sociales y organizaciones campesinas consideraron que las normativas del estado de alarma habían sido urbanocéntricas (Batalla et al. 2020). En España la legislación y la reglamentación para enfrentar la pandemia se estableció con base en las necesidades y características de la ciudad. Igualmente, se puede de hablar de “agroindustriacentrismo”: medidas que beneficiaron al modelo agroindustrial en menoscabo de sistemas alternativos y autónomos de producción y comercialización. Las cadenas de distribución minorista aumentaron su facturación en los establecimientos entre un 12 % y un 15 % (Salvatierra 2020) y un 74 % en sus ventas online (Lema 2020). Sin embargo, la agricultura familiar y agroecológica tuvo que multiplicar esfuerzos para crear urgentemente formas de venta alternativa. Incluso cuando lo lograron, la mayoría de las explotaciones vieron reducidos sus ingresos. Además, se vieron abocados a destinar tiempo y esfuerzo en acciones de presión política.
Las medidas políticas tomadas durante el confinamiento supusieron un ataque a este sector agrario. En uno de los tantos artículos de urgencia elaborados en las primeras semanas de la emergencia, afirmamos que en Barcelona estas medidas no parecían dirigidas a favorecer a la agroindustria. Recordemos que el Ayuntamiento había impulsado los mercados campesinos en años precedentes, por ello no entendimos su cierre como un giro político, sino como la persistencia de una ideología desarrollista que coloniza mentalidades y que se activa en contextos de crisis cuando la urgencia no permite la reflexión (Gascón 2020).
Sin embargo, posteriormente las entidades que organizaban los mercados campesinos afirmaron que el Ayuntamiento, aunque seguía teniendo el mismo color partidario, había cambiado su política tiempo antes de la pandemia: ponía problemas al establecimiento de nuevos mercados y al funcionamiento de los ya existentes. Dirigentes de los mercados campesinos aseguraban que era resultado de la presión sobre el consistorio de los mercados convencionales, que los consideraban una competencia. Cerrar la red de mercados campesinos de la ciudad, por tanto, habría sido consecuencia de este cambio de política.
No obstante, la emergencia mostró la resiliencia económica de las experiencias agroecológicas, y concretamente de los mercados campesinos urbanos. Finalizada la excepcionalidad sanitaria, la red de mercados creció, aun sin el apoyo del Ayuntamiento. En 2023 ya funcionaban nueve. Poco antes de la pandemia se había lanzado el proyecto de abrir micromercados: mercados con pocas paradas, básicamente de productos hortícolas, que funcionarían en días laborales. Estos micromercados se consolidaron en los años posteriores.
Cotacachi es un cantón rural del norte de Ecuador y extremadamente diverso desde el punto de vista ecológico. Sus ecosistemas se sitúan entre las nieves perpetuas del volcán Cotacachi, a casi 5000 metros sobre el nivel del mar (m. s. n. m.), y presenta zonas subtropicales que descienden hacia el Pacífico hasta los 200 metros. El espacio agrícola de la zona andina va de los 2200 m.s.n.m. hasta más de 3000. En esta área conviven dos sistemas de tenencia de la tierra. Por un lado, grandes propiedades, algunas tecnificadas e intensivas, dedicadas a la producción de especies tropicales, y otras extensivas destinadas a producciones que necesitan poca tecnología y fuerza de trabajo (plantaciones de eucalipto, ganadería extensiva, etc.). Por otro lado, minifundios familiares de carácter campesino. En el territorio existen 3225 unidades domésticas campesinas, organizadas en 45 comunidades indígenas kichwa (Ministerio de Agricultura y Ganadería 2022).
En el área andina también se localiza la capital cantonal, principal zona urbana del territorio. Históricamente, la población indígena campesina ha sufrido violencia física y estructural por parte de la población mestiza de la capital. Para enfrentar esta situación, en la década de los setenta se organizaron en la Unión de Organizaciones Campesinas Indígenas de Cotacachi (UNORCAC). A través de esta entidad consiguieron revertir las relaciones de poder que existían en el cantón (Lalander 2010). A partir de la década los noventa la UNORCAC también se imbricó en proyectos dirigidos a mejorar las condiciones de vida de su base social, atrayendo fondos de la cooperación internacional (Ospina 2006). Muchos de estos proyectos se dirigieron a mejorar la producción agropecuaria de la población indígena, aplicando técnicas agroecológicas y los principios de la soberanía alimentaria. Cabe señalar que la UNORCAC forma parte de la Federación Nacional de Organizaciones Campesinas, Indígenas y Negras (FENOCIN), una de las entidades que fundó la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC-Vía Campesina). En 1996, la UNORCAC consiguió aupar a un indígena al puesto de alcalde de Cotacachi, el máximo cargo cantonal. Se trataba, no obstante, de un indígena urbano. La población indígena urbana en Cotacachi conforma un colectivo minoritario, pero con un peso político destacable. El acuerdo funcionó durante años, pero para el año 2005 la relación era cada vez más tensa. Los desencuentros se debieron a diversas causas y una de ellas fue la reforma del mercado municipal.
A inicios del siglo XXI, y desde una mirada urbana y occidental, el mercado municipal parecía degradado. El edificio presentaba problemas estructurales y de insalubridad, y las calles adyacentes estaban tomadas por campesinos y campesinas que vendían sus excedentes de forma informal. Tras varios años de obras, el alcalde Auki Tituaña inauguró el reformado mercado en 2005 y automáticamente prohibió las ventas ambulantes. En parte esta prohibición se debió a que el alcalde se posicionó a favor de los comerciantes del mercado, que veían en la venta ambulante una competencia. Pero también a que la municipalidad tenía un proyecto turístico y la imagen de las vías públicas tomadas por el comercio informal rompía con la que, consideraba, debía tener Cotacachi.
La UNORCAC reaccionó creando su propio mercado dominical en un espacio de su propiedad. Aunque formalmente se denominó Feria Agroecológica la Pachamama nos Alimenta, al poco tiempo de crearse fue conocido por el nombre del edificio donde se instaló: Mercado del Jambi. A finales de 2023 el mercado tenía 310 personas asociadas, pero el número de puestos cada domingo se movía entre 90 y 120. Esto se debía a que los campesinos y las camepsinas solo iban al mercado cuando tenían excedentes. En la mayoría de los casos eso sucedía cada dos o tres semanas. Una comisión se encargaba de controlar las fincas familiares. Si bien se planteó como un mercado agroecológico, se consiente la aplicación puntual de plaguicidas para algunos cultivos. Pero la normativa es intransigente sobre el origen de los productos: han de ser de producción propia. El mercado ofrece más de 80 productos diferentes entre hortalizas, tubérculos, plantas medicinales, granos, frutas, animales menores y productos procesados artesanalmente (Paz 2022). El perfil del cliente es el del habitante urbano atraído por la posibilidad de comprar productos agroecológicos recién cosechados a un precio inferior al que encuentra en el comercio convencional.
La municipalidad se opuso a este mercado. En diversas ocasiones intentó cerrarlo aduciendo normativas higiénico-sanitarias y falta de documentación. No lo consiguió por la oposición firme de la UNORCAC y de la población campesina. Poco después las autoridades que estaban en el cargo perdieron las elecciones municipales y resultó elegido para el puesto de alcalde un histórico dirigente de la UNORCAC, que sería sustituido, en las elecciones siguientes, por otro reconocido activista social.
Durante estos dos mandatos el mercado pudo funcionar con normalidad y recibió el apoyo de la municipalidad. Pero Auki Tituaña volvió a ganar las elecciones de 2019 y la pandemia le iba a dar otra opción para enfrentarse al Mercado del Jambi.
A partir de marzo de 2020 el Gobierno ecuatoriano estableció medidas restrictivas a la circulación que limitaron las actividades económicas a las esenciales. La municipalidad estableció un confinamiento estricto, se impidió trasladarse de una comunidad a otra y entrar o salir de las zonas urbanas. Se llegó a prohibir a los campesinos y a las campesinas ir a trabajar en parcelas que no estuvieran dentro de los límites de la comunidad a la que pertenecían. Esto también afectó al Mercado del Jambi que tuvo que cerrar, y con ello el principal medio que muchas familias campesinas tenían para comercializar sus excedentes. Esto era un elemento más que complicaba la economía doméstica, pero no era el único. La economía de la población indígena rural cotacacheña es pluriactiva: compatibilizan la agricultura familiar con otras actividades no agrarias (pequeño comercio, producción artesanal, contratación por terceros, etc.). Estas últimas también habían quedado paralizadas debido a la pandemia.
Tras el desconcierto inicial, la población campesina estableció diferentes estrategias para enfrentar la crisis. La primera fue el autoconsumo. Para la mayoría, su producción agrícola ya tenía esta finalidad. Durante el confinamiento se incentivó una dieta autónoma con los alimentos adquiridos en el mercado (arroz, aceite, pasta alimentaria, etc.). La pérdida de los ingresos no agrarios supuso un golpe para estas economías, pero “ayudó lo que cultivamos, la madre tierra nos bendijo” (entrevista a María, Cotacachi, junio de 2022). También resurgió el trueque y la venta directa a aquellos indígenas que residían en la comunidad pero que ya no trabajaban la tierra.
El proyecto más exitoso fue la creación de mercados en cada comunidad que sustituyeron al del Jambi. En realidad, cerró solo dos semanas, pero su funcionamiento estaba reducido a unos estrictos permisos de circulación. En la práctica solo una pequeña parte de los consumidores y vendedores habituales podían acceder al mercado. Se creó así una red de mercados descentralizados semanales con un doble objetivo: que los productores y las productoras pudieran comercializar sus excedentes, y que quienes no producen pudieran acceder a alimentos frescos.
Los mercados descentralizados fueron de dos tipos. Aquellas comunidades aledañas a la conurbación urbana los dispusieron en las calles que marcaban la frontera, en una zona que se estableció unilateralmente como tierra de nadie, lo que permitía el acceso a productores y consumidores. El Gobierno municipal intentó cerrarlos, aduciendo la prohibición de moverse de una comunidad a otra sin salvoconducto, pero lo impidió la oposición de las comunidades indígenas, de la UNORCAC y de la población urbana. En el caso de las comunidades alejadas de la zona urbana, los mercados se dirigían a la población rural no campesina: mestizos e indígenas desagrarizados que vivían en las comunidades y emigrantes que habían regresado al inicio de la pandemia.
Terminada la excepcionalidad, el Mercado del Jambi resurgió y volvió a funcionar con normalidad. Algunos de los mercados descentralizados se mantuvieron y a mediados de 2023 cinco se habían consolidado. Esto fue posible porque se reconvirtieron tomando características diferentes al Mercado del Jambi. Por ejemplo, algunos indígenas organizados en asociaciones de restauración encontraron en estos mercados un espacio semanal en los que vender sus platos cocinados.
El estado de excepción afectó la viabilidad económica de las familias campesinas de Cotacachi, pues se tratan de economías pluriactivas. La paralización de una parte sustancial de la actividad económica supuso dejar de percibir los ingresos no agrarios. Que la explotación familiar se dedicara principalmente al autoconsumo fue un factor que permitió enfrentar la crisis. No fue casual, de hecho, en la conformación de estas economías campesinas, la finca familiar tiene esta finalidad. A medida que el campesinado se imbricó más en el mercado moderno de bienes y de trabajo, la finca generó un ingreso porcentualmente menor en su economía. Pero, paradójicamente, su importancia se incrementó como estrategia frente a la vulnerabilidad de ese mercado. Un mercado moderno en expansión venía reclamando su participación desde las últimas décadas del siglo pasado, pero era una expansión inestable. Las periódicas crisis económicas evidenciaban que la población indígena y rural era el eslabón débil de la cadena: era la primera en perder el trabajo y la que antes caía bajo la línea de la pobreza severa. La agricultura familiar era un resguardo frente a este riesgo.
Pero la finca familiar cotacacheña también genera excedentes. Su venta directa al consumidor final ofrece ingresos para la mayoría de las familias. Al igual que sucedió en España, el Gobierno ecuatoriano dictaminó que la estructura agroalimentaria debía continuar funcionando, pero de igual forma, las normativas de emergencia fueron poco claras e interpretables. Esto permitió a la municipalidad de Cotacachi imponer restricciones que derivaron en el cierre del mercado campesino. Recordemos que el alcalde ya lo había intentado clausurar en su anterior mandato en medio de su enfrentamiento con el movimiento campesino. La UNORCAC y los cabildos de las 45 comunidades indígenas reaccionaron rápidamente a esta ofensiva con un abanico de estrategias dirigidas a continuar la venta directa al consumidor final. La principal fue crear una red de mercados descentralizados.
Terminado el periodo de excepción, el Mercado del Jambi se recuperó y volvió a funcionar a pleno rendimiento. De hecho, la comercialización directa de los excedentes campesinos pareció reforzada. Diversos indicadores así lo evidenciaron, uno fue el incremento de campesinos y campesinas que solicitaban asociarse al mercado. A mediados de 2023 el comité que gestiona el Mercado del Jambi no daba abasto para valorar y ratificar todas estas peticiones. El éxito del mercado campesino también se puede medir por la velocidad con la que se acaba la mercancía cada domingo: hacia las 9:00 a. m. la mayor parte de los puestos ya han cerrado al no tener nada que ofertar. Otro aspecto fue la continuidad de algunos de los mercados descentralizados. Finalmente, un último indicador es la atracción que genera en el ámbito de la cooperación para el desarrollo. Tras la pandemia, agencias de cooperación entre las que se encuentran las ONGD y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) mostraban su interés en establecer proyectos dirigido a mejorarlo y a ampliarlo, y también a replicar esta experiencia en otros territorios.
Tanto en Barcelona como en Cotacachi la relación de la municipalidad con los mercados campesinos parece haber seguido una trayectoria similar. En ambos casos llegó al poder una candidatura de carácter rupturista sostenida por organizaciones sociales de base. Inicialmente se promovieron propuestas dirigidas a apoyar la producción campesina, en línea con la soberanía alimentaria: en Cotacachi fomentando las propuestas que al respecto llevaba a cabo la UNORCAC y en Barcelona impulsando los mercados campesinos o defendiendo los pocos espacios agrícolas que quedan en la conurbación urbana. Finalmente, hubo un giro en estas políticas pasados unos años de gobierno. En Cotacachi el cambio fue tajante, envuelto en un conflicto abierto entre el alcalde y la UNORCAC. En Barcelona no fue tan radical, pero una nueva agenda política frenó iniciativas que defendían la soberanía alimentaria.
El periodo de excepción que supuso el confinamiento por la pandemia de la covid-19 evidenció estos giros políticos en ambas localidades. Y lo hizo sobre los mercados campesinos. En Cotacachi, la municipalidad, que desde 2019 estaba de nuevo en manos de Auki Tituaña, aprobó medidas de restricción de la movilidad dirigidas a dificultar el funcionamiento del Mercado del Jambi. En Barcelona, Ada Colau estaba en su segundo periodo en la alcaldía, no había ganado las elecciones, pero consiguió mantenerse en el cargo con el apoyo de una candidatura conservadora de corte neoliberal. A partir de una interpretación particular del Real Decreto del estado de alarma, el Gobierno municipal decidió cerrar la red de mercados campesinos.
Cabe señalar que esta situación no fue privativa de Barcelona y Cotacachi. El International Planning Committee for Food Sovereignty (IPC) –plataforma internacional que agrupa más de 6000 colectivos integrados por personas que se dedican a la pequeña agricultura, al trabajo agrario y a las organizaciones sociales– denunció +durante la pandemia que la mayoría de las instituciones públicas daban prioridad a la agroindustria y dificultaban la producción y comercialización campesina (IPC 2020). De la misma manera se manifestó la Coordinadora Europea de Vía Campesina (ECVC 2020).
El objetivo del artículo era conocer el grado de consolidación de unos mercados campesinos establecidos en zonas urbanas que tenían pocos años de funcionamiento, tomando en cuenta que la red de mercados de Barcelona y el Mercado del Jambi de Cotacachi surgieron a mediados de la década de 2010. La crisis provocada por la pandemia debía servir como test de resiliencia.
En ambos casos la respuesta fue rápida y organizada. A nivel económico-organizativo, los campesinos y las campesinas fueron capaces de establecer formas alternativas de comercialización directa en sustitución de unos mercados clausurados. A nivel político-institucional, productores y gestores de los mercados organizaron la oposición a las políticas restrictivas municipales. En Cotacachi, la UNORCAC y su base social campesina-indígena no permitieron los intentos de la municipalidad de cerrar la red de pequeños mercados comunitarios. En Barcelona se presionó al Ayuntamiento para que reabriese los mercados, a la vez que se participó activamente en una plataforma de ámbito estatal que reclamó a las instituciones públicas españolas abandonar unas medidas de excepción que afectaban negativamente la agricultura familiar. A mediados de 2021, la red de mercats de pagès de Barcelona y el Mercado del Jambi de Cotacachi no solo se habían restablecido del estado de excepción, sino que habían recuperado la tendencia de consolidación y crecimiento.
Uno de los planteamientos del texto es que la venta directa es una estrategia de recampesinización (Van Der Ploeg 2008) dirigida a obtener una mayor autonomía de un modelo agroindustrial que fija condiciones y precios a quien produce. El mercado campesino, si bien obliga al productor a asumir la carga de la distribución, le permite obtener toda la ganancia comercial y organizar su finca como mejor lo considere. Pero también vimos que en ocasiones se ha afirmado que la recampesinización no es competitiva frente al modelo agroindustrial (Bernstein 2016). Desde esta perspectiva, solo funciona cuando recibe ingresos externos, públicos o privados, que permiten compensar su falta de viabilidad financiera.
La respuesta de quienes se dedican a la agricultura en Barcelona y Cotacachi en defensa de sus mercados parece oponerse a este segundo paradigma. Frente a la crisis coyuntural generada por la pandemia y frente a una política institucional contraria a los mercados campesinos que intentó aprovechar la emergencia, productores y productoras mostraron su capacidad de resistencia. Esta resistencia se dio en dos niveles: política, enfrentándose de forma organizada a las restricciones que querían imponer las instituciones municipales; y económica, desarrollando rápidamente formas alternativas de venta directa. Esta respuesta no se puede explicar si el mercado fuera solamente una apuesta de carácter ideológico o una estrategia marginal de un campesinado incapaz de articular su finca a los requerimientos del mercado convencional. La tenaz defensa de los mercados campesinos tanto en Barcelona como en Cotacachi se explica por el papel que juegan productores y productoras en un modelo de producción que resulta económicamente más rentable que imbricarse en la cadena de valor agroindustrial.
Este trabajo ha recibido el apoyo del Ministerio de Ciencia e Innovación del Gobierno de España, Proyecto PID2020-114317GB-I00 titulado “Alimentos valiosos, trabajadores esenciales, personas vulnerables y respuestas sociales ante la crisis: sistemas de aprovisionamiento alimentario en la pandemia de Covid-19”.
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Entrevista a María, Cotacachi, junio de 2022.
Notas
[i] La soberanía alimentaria es un concepto establecido a mediados de la década de los 90 por la Vía Campesina, un movimiento internacional que engloba organizaciones y sindicatos de productores agrarios de todo el planeta. Se define como el derecho de los pueblos a establecer sus propias políticas agrarias y alimentarias, priorizando la producción campesina, diversificada y relativamente poco mecanizada y los circuitos cortos de comercialización. Desde su surgimiento, la soberanía alimentaria ha entrado en la agenda política y en la académica.