Ciclo de vida, cuidado e informalidad laboral en Chile, 2017-2022
Life cycle, care, and labor informality in Chile, 2017-2022
Dra. Bárbara Alejandra Flores-Arenas. Profesora asistente. Centro de Economía y Políticas Sociales y Escuela de Negocios, Facultad de Ciencias Sociales y Artes, Universidad Mayor (Chile).
(barbara.flores@umayor.cl) (https://orcid.org/0000-0003-4253-242X) (https://ror.org/00pn44t17)
Dra. María Alejandra Inostroza-Correa. Profesora asistente. Escuela de Trabajo Social, Facultad de Ciencias Sociales, Pontificia Universidad Católica de Chile (Chile)
(maria.inostroza@uc.cl) (https://orcid.org/0000-0003-0756-7352) (https://ror.org/04teye511)
Recibido: 09/09/2024 • Revisado: 02/12/2024
Aceptado: 07/03/2025• Publicado: 01/05/2025
Cómo citar este artículo: Flores-Arenas, Bárbara Alejandra, y María Alejandra Inostroza-Correa. 2025. “Ciclo de vida, cuidados e informalidad laboral en Chile, 2017-2022”. Íconos. Revista de Ciencias Sociales 82: 53-76. https://doi.org/10.17141/iconos.82.2025.6388
Resumen
En este artículo se analizan las dinámicas laborales con enfoque en las ocupaciones informales, antes, durante y después de la covid-19 en Chile. La pandemia dejó al descubierto la crisis de los cuidados y cómo esta limitó la participación de las mujeres en el mercado laboral. A través de la estimación de modelos pooled probit, se ahonda en los factores determinantes de la informalidad en el trabajo y se analizan las heterogeneidades según sexo, tramos de edad y responsabilidades de cuidado, profundizando en los cambios ocurridos entre 2017 y 2022 en el mercado de trabajo chileno. Los resultados demuestran que son las mujeres más jóvenes y las que están próximas a la edad de retiro quienes tienen mayor probabilidad de tener una ocupación informal, y en todos los tramos de edad esta posibilidad es mayor a la estimada para los hombres. A su vez, tener a cargo personas dependientes aumenta más la probabilidad de ocupación informal para las primeras que para los segundos, situación que se agravó debido a la pandemia. En las conclusiones se discuten las barreras para acceder y mantenerse en el empleo formal: falta de experiencia y formación y responsabilidades de cuidado; asimismo, se subraya la urgencia de políticas laborales que consideren el ciclo de vida de las personas y que promuevan la conciliación laboral, personal y familiar.
Descriptores: covid-19; crisis económica; división sexual del trabajo; empleo femenino; políticas laborales; sector informal.
Abstract
This article analyzes labor dynamics with a focus on informal occupations, before, during, and after COVID-19 in Chile. The pandemic exposed the care crisis and how it limited women’s participation in the labor market. Through the estimation of pooled probit models, we delve into the determinants of labor informality and analyze heterogeneities by sex, age brackets, and care responsibilities, delving into the changes that occurred between 2017 and 2022 in the Chilean labor market. The results show that it is younger women and those close to retirement age who are more likely to have an informal occupation and, in all age brackets, this possibility is higher than that estimated for men. In turn, having dependents increases the probability of informal employment more for the former than for the latter, a situation that was aggravated by the pandemic. The conclusions discuss the barriers to accessing and remaining in formal employment: lack of experience and training and caregiving responsibilities. They also underscore the urgency of labor policies that take into account the life cycle of individuals and promote the reconciliation of work, personal, and family life.
Keywords: COVID-19; economic crisis; sexual division of work; women’s employment; labor policies; informal sector.
La informalidad laboral está presente en las economías latinoamericanas desde mediados del siglo XX y persiste pese a los esfuerzos por reducirla (Arim y Amarante 2015; Tokman 2007). Se trata de la condición laboral que no está cubierta por regulaciones formales, excluye el acceso a seguridad social, a pensiones y a otros derechos laborales básicos (Chen 2012). Se estima que en América Latina la tasa de informalidad alcanza un 55 % (BID 2024). En Chile, al igual que en otros países de la región, la informalidad todavía es una opción para grupos vulnerables: personas con baja calificación, migrantes, mujeres, jóvenes y personas mayores (Figueroa y Fuentes 2015). La informalidad ofrece flexibilidad, pero también implica precariedad, inseguridad en el ingreso y falta de protección social (Arellano Ortiz 2016).
En este artículo se analizan las dinámicas laborales antes, durante y después de la pandemia por la covid-19, la cual expuso la crisis de los cuidados, limitando la participación de las mujeres en el mercado laboral. Se estudian varios determinantes de la informalidad laboral como mecanismo de búsqueda de conciliación de la vida laboral y familiar, y se analizan las heterogeneidades según sexo, edad y responsabilidades de cuidado, para poner el foco en los cambios ocurridos entre 2017 y 2022 en el mercado laboral chileno. Antes de la covid-19 Chile mostraba una tendencia relativamente estable en la participación laboral, con tasas de desocupación controladas, aunque persistían diferencias por sexo.[i] La tasa de ocupación informal en 2017 era de 28,3 % para hombres y 30,9 % para mujeres (INE 2018). Con la pandemia, las tasas de participación laboral cayeron drásticamente, especialmente para las mujeres, de 53 % en 2019 a 41 % en 2020 (INE 2021).
La pandemia exacerbó las desigualdades estructurales y los sectores más afectados, entre ellos el comercio y los servicios, fueron más proclives a la informalidad (OIT 2021). A medida que la crisis sanitaria avanzó, la tasa de desocupación femenina alcanzó el 12 %, mientras que la masculina también experimentó un aumento significativo, pasando del 7 % en 2017 al 13,5 % en 2020 (INE 2021). El análisis, a partir de la Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional (CASEN) del Ministerio de Desarrollo Social y Familia del Gobierno de Chile, confirma esta dinámica en el mercado chileno (figura 1).
Figura 1. Dinámicas en el mercado laboral chileno según sexo
Elaborada por las autoras con base en el Ministerio de Desarrollo Social y Familia (2017, 2020, 2022).
La etapa pospandémica ha exhibido una lenta recuperación. La participación laboral ha mejorado, pero la informalidad sigue siendo alta. El mercado laboral formal no ha podido absorber completamente a los trabajadores y a las trabajadoras que fueron desplazados, lo que ha mantenido niveles significativos de empleo informal, especialmente en mujeres y en jóvenes (CEPAL 2021).
Abordar la informalidad es crucial debido a los efectos negativos que genera a nivel individual y en la economía en sentido general. Uno de los principales problemas es la precarización del empleo (Arellano Ortiz 2016). Las personas que trabajan en la informalidad carecen de protección contra despidos, se desempeñan en condiciones inseguras y sus ingresos son volátiles (Chen 2012). Esta inestabilidad crea una vulnerabilidad que afecta el bienestar a corto plazo y las perspectivas a largo plazo (CEPAL 2020; Ruiz et al. 2017). La informalidad también agrava la exclusión social, sobre todo entre mujeres, jóvenes y trabajadores de los quintiles de ingresos más bajos (Acevedo et al. 2021).
A nivel macroeconómico, las empresas informales suelen ser menos productivas debido a su acceso limitado a créditos y a su participación parcial en los mercados regulados (La Porta y Shleifer 2014). Esto afecta negativamente la capacidad de los Estados para recaudar ingresos fiscales y financiar servicios públicos.[ii] Además, la baja productividad afecta el crecimiento económico a largo plazo (La Porta y Shleifer 2014). Por lo tanto, la informalidad no solo limita las oportunidades individuales, también el desarrollo de los países (Cling et al. 2015).
Este artículo contribuye al tema mediante un análisis cuantitativo de factores asociados a la informalidad laboral, diferenciando por sexo, edad y responsabilidades de cuidado.
Para ello, se compilaron los datos de la encuesta CASEN de los años 2017, 2020 y 2022, lo que permitió analizar las dinámicas de la informalidad antes, durante y después de la pandemia. Aunque este estudio no pretende agotar el análisis de la informalidad en Chile, su enfoque en los cuidados y su efecto diferencial por edad entre hombres y mujeres ofrece una perspectiva valiosa para el diseño de políticas públicas. Los resultados permiten plantear recomendaciones para mejorar los indicadores del mercado laboral chileno, con especial atención en las políticas de cuidado y en su impacto en el empleo formal.
En la sección que sigue a esta introducción se revisa la literatura sobre determinantes de informalidad laboral, poniendo el foco en el género, en el ciclo de vida, en los cuidados y en las crisis económicas. En la tercera sección se describen los datos utilizados y la estrategia empírica. En la cuarta, se analizan los resultados, describiendo los factores asociados a la probabilidad de ocupación informal, según sexo, edad y responsabilidades de cuidado. Finalmente, en la quinta sección se plantean recomendaciones considerando el Sistema Nacional de Apoyos y Cuidados (Chile Cuida), cuya ley se discute en el parlamento chileno desde 2024.
La informalidad laboral tiene múltiples causas y se puede abordar desde diferentes perspectivas teóricas. Una de ellas es la teoría del mercado laboral dual (Piore 2018), la cual considera un sector formal (protegido) y otro informal (precario) donde grupos vulnerables (mujeres, jóvenes o inmigrantes) quedan atrapados en la informalidad debido a barreras de acceso: costos de formalización, bajo capital humano, discriminación o falta de redes sociales. Se relaciona con la teoría de capital humano de Becker (1964), cuyo modelo explica la oferta laboral en función de características personales (la escolaridad) sujetas a restricciones, que incluyen los costos de formalización en contraste con los beneficios percibidos de la informalidad (por ejemplo, la flexibilidad).
Lo anterior depende del contexto y de la regulación. Por lo tanto, la teoría de las instituciones (Acemoglu y Johnson 2005) también toma relevancia, ya que estas moldean decisiones individuales, estructuras sociales y económicas. En efecto, las instituciones formales (leyes laborales, sistemas de seguridad social o regulaciones económicas) no logran proporcionar suficientes incentivos a las personas, lo que lleva a la creación de trabajos informales. Además, las instituciones informales (redes sociales, cultura y normas no escritas) también desempeñan un papel clave en la perpetuación de la informalidad laboral (Dzionek-Kozlowska y Matera 2021). La interacción entre estas teorías ayuda a comprender la manera en que la informalidad es influenciada por factores entre los que sobresalen el género, la edad, la feminización del cuidado y el ciclo económico. La evidencia empírica se revisa a continuación.
Las mujeres enfrentan barreras para acceder al empleo formal, principalmente por su participación en cuidados no remunerados (Kabeer 2021). La informalidad afecta mayormente a las mujeres, particularmente en países de ingresos bajos y medios, donde la segmentación laboral las ubica en ocupaciones mal remuneradas y con escasa protección social (Chen 2012).
Las mujeres suelen concentrarse en el trabajo doméstico, en el comercio informal y en los servicios de cuidados (Seguino 2021). Estas ocupaciones, si bien permiten mayor flexibilidad, son altamente precarias y menos reguladas que otros sectores económicos. La segregación ocupacional de género, combinada con la falta de políticas públicas que favorezcan la conciliación entre trabajo y familia, perpetúa la informalidad femenina (Elson 1999).
Esquivel (2015) analiza la feminización de la pobreza en América Latina señalando que las mujeres enfrentan barreras adicionales para acceder a empleos formales, incluyendo la falta de redes sociales y de oportunidades de formación. La segmentación del mercado laboral por género también es visible en Chile, donde las mujeres tienen mayor probabilidad de trabajar en sectores altamente informales, por ejemplo, en el comercio minorista o en el servicio doméstico (Puga y Soto 2018).
Trabajadores jóvenes y personas mayores son más vulnerables a la informalidad (Bosch y Maloney 2010). Los y las jóvenes, con menos experiencia y redes formales, tienden a aceptar empleos informales para entrar al mercado laboral. En contraste, las personas mayores recurren a la informalidad como estrategia de supervivencia ante un débil sistema de pensiones (Cunningham 2001).
En la pandemia, la tasa de desocupación juvenil aumentó drásticamente, alcanzando un 22 % en algunos países de América Latina. En Chile, las personas jóvenes y también las mujeres, enfrentaron barreras adicionales para reinsertarse en el mercado formal, situación que incentivó la búsqueda de empleos sin regulación (Acevedo et al. 2021; Silva et al. 2021). Mientras que las personas mayores, que generalmente dependen del trabajo informal para complementar ingresos o para mantener una subsistencia básica, fueron severamente afectadas por la pandemia. Las restricciones sanitarias y el riesgo asociado al virus dificultaron el acceso a empleos estables, exacerbando su situación de precariedad (OIT 2020).
El cuidado de personas dependientes es un factor determinante en la informalidad, especialmente para las mujeres. Debido a la ausencia de servicios de cuidados accesibles, las mujeres reducen su participación en el mercado laboral o aceptan trabajos informales con mayor flexibilidad, pero con menor protección (Esquivel 2015). En América Latina, la carga de trabajo doméstico recae principalmente sobre las mujeres y se incrementa cuando hay dependientes en el hogar. Esto afecta negativamente la participación en empleos formales (Aroca González, Cunningham y Maloney 2010). En Chile, las mujeres que residen con menores de edad o con personas mayores de 60 años tienen una mayor probabilidad de estar en la informalidad por su limitación para trabajar en horarios fijos (Figueroa y Fuentes 2015).
Las políticas públicas que apoyan programas de cuidado infantil y de atención a personas mayores, han sido limitadas en su alcance en la región, lo que perpetúa la feminización de la informalidad laboral (Kabeer 2021). La falta de inversión en infraestructura de cuidados refuerza esta dinámica, lo que tiene un impacto directo en la calidad del empleo femenino.
Con datos para distintos países,[iii] Gindling y Newhouse (2014) muestran que en América Latina trabajadores en hogares de menores ingresos tienen mayor probabilidad de estar en la informalidad que aquellos en quintiles de más altos ingresos debido a barreras estructurales como la formación, el acceso a créditos y contar con redes de apoyo. En Chile, el fenómeno es similar. La informalidad es mayor en los quintiles de ingresos más bajos, donde las familias dependen de trabajos no regulados para mantener su subsistencia económica (Figueroa y Fuentes 2015). Durante la pandemia, trabajadores y trabajadoras de los quintiles de más bajos ingresos se vieron muy afectados, pues perdieron sus empleos en el sector formal y se vieron obligados a recurrir al trabajo informal para sobrevivir (OIT 2021).
Adicionalmente, las mujeres son más vulnerables a los impactos de las crisis económicas debido a su concentración en sectores informales y precarios (Kabeer 2021; Esquivel 2015). Durante la pandemia, la situación se agravó: las mujeres no solo perdieron empleos formales en mayor cantidad que los hombres, sino que también enfrentaron una mayor carga de trabajo doméstico, limitando sus posibilidades de reintegrarse al mercado laboral formal (OIT 2020). La participación laboral femenina en América Latina cayó más de 10 puntos porcentuales (p.p.) durante la pandemia. En Chile, la tasa de participación femenina pasó del 48,9 % en 2017 al 46,7 % en 2020, antes de comenzar una lenta recuperación en 2022 (CEPAL 2021).
Las mujeres enfrentan restricciones para conciliar las responsabilidades en el hogar y el empleo remunerado, perpetuando la desigualdad de género en el mercado laboral (OIT 2020). Así, las mujeres recurren con mayor frecuencia a trabajos informales o a emprendimientos de supervivencia en tiempos de crisis (Silva et al. 2021).
Se utilizó la encuesta CASEN del Gobierno de Chile para los años 2017, 2020 y 2022. Estos años corresponden a los momentos antes, durante y después de la pandemia por la covid-19. La encuesta CASEN es de corte transversal y representativa de la población a nivel nacional y regional puesto que todos los análisis ponderan las observaciones con el factor de expansión regional disponible. Tiene por objetivo conocer la situación de los hogares y de la población del territorio nacional en lo que respecta a demografía, educación, salud, vivienda, trabajo e ingresos.
Los módulos sobre trabajo y salud permitieron identificar a personas que desempeñan trabajos informales, definidas como aquellas personas asalariadas o trabajadoras de servicio doméstico que no cuenten con cotizaciones de salud (ISAPRES o FONASA)[iv] o con previsión social (administradora de fondos de pensiones)[v] por su vínculo laboral, teniendo que cumplirse ambos criterios de forma simultánea (División Observatorio Social 2023). Adicionalmente, se consideran personas ocupadas informales a familiares no remunerados y a trabajadores por cuenta propia, exceptuando las personas que se encuentran en el poder Ejecutivo o que son profesionales o técnicos. Según la definición anterior, se seleccionó la muestra de personas ocupadas en los años 2017, 2020 y 2022, diferenciadas por la situación de informalidad. Si bien el foco está sobre mujeres, los análisis también incluyen a hombres para explorar las heterogeneidades.
En la tabla 1 se presenta la situación ocupacional de las personas con 15 años o más, según sexo y año. El total de cada año corresponde a las personas en edad de trabajar, según la CASEN. Existen diferencias en la condición de inactividad entre hombres y mujeres. En 2017, 51 % de las mujeres en edad de trabajar se encontraba inactiva, alcanzando un 53 % en 2020, para luego disminuir al 48 % en 2022. En el caso de los hombres, solo el 28 % se encontraba inactivo laboralmente, aumentando a 34 % en 2020 y retrocediendo al 27 % en 2022, después de la pandemia. La tasa de desocupación alcanzó un 7 % para ambos sexos en el año 2020. En el caso de las personas ocupadas, se observa un 33 % de mujeres con ocupación formal en 2017, disminuyendo a 29 % en 2020 y volviendo al 33 % en 2022. Tendencia similar se observa en los hombres, pero con porcentajes más altos, ya que el 50 % de los hombres estaban ocupados formalmente en 2017, el 44 % en 2020 y el 48 % en 2022. Respecto a la informalidad, el 11 % de las mujeres tenía una ocupación informal en 2017 y 2020, aumentando a 13 % en 2022. Los hombres ocupados informales alcanzaron un 17 % en 2017, un 15 % en 2022 y un 20 % en 2022.
Elaborada por las autoras con base en el Ministerio de Desarrollo Social y Familia (2017, 2020, 2022). Nota: Las desviaciones estándar aparecen entre paréntesis.
Las estadísticas descriptivas por sexo y año de las variables utilizadas en el modelo de determinantes de informalidad laboral se pueden apreciar en la tabla 2. Las estimaciones incluyen a todas las personas ocupadas en el periodo de análisis.
Tabla 2. Promedio y desviación estándar de las variables incluidas en el model
Elaborada por las autoras con base en el Ministerio de Desarrollo Social y Familia (2017, 2020, 2022). Nota: Las desviaciones estándar aparecen entre paréntesis.
Para el caso de las mujeres, se observa que, del total de ocupadas, el 26 % se encontraba en una ocupación informal en 2017, y aumentaron al 28 % en 2020 y al 29 % en 2022. Porcentajes similares se observan para los hombres, con 25 % de ocupados que eran informales en 2017 y 2020, pero que aumentaron a 29 % en 2024. La edad promedio es de 41 años para las mujeres y 43 para los hombres.
Se observan porcentajes similares entre hombres y mujeres con menores de dos años en el hogar (8 % en 2017 y 7 % desde 2020). Algunas diferencias por sexo se presentan en los porcentajes de quienes residen con menores de entre dos y seis años. Mientras el 19 % de las mujeres cohabitaba con este grupo etario en 2017 y el 18 % en 2022, el 17 % de los hombres reportó lo mismo en 2017 y un 15 % en 2022. Mayores porcentajes se observan para la corresidencia con mayores de seis años, pero menores de 18 (44 % de mujeres en 2017 y 2020 y 42 % en 2022). Entre los hombres, este porcentaje fue de 38 % en 2017, disminuyó a 37 % en 2020 y a 32 % en 2022. En promedio, las mujeres residen en hogares con personas de menor edad que los hombres. De hecho, en 2017 la edad promedio de los menores en los hogares de mujeres fue 18,97, aumentó a 19,30 en 2020 y a 19,31 en 2022. Para los hombres estas cifras fueron de 21,61, 22,18 y 23,75 respectivamente.
En el caso de las mujeres que residen con personas mayores de 60 años, el 26 % lo hacía en 2017, el 25 % en 2022 y el 22 % en 2022. Para los hombres este porcentaje fue de 29 % en 2017, 28 % en 2020 y 25 % en 2017. También se observan diferencias en el porcentaje de personas con pareja. En el caso de las mujeres, el 48 % tenía pareja en 2017, un 44 % en 2020 y un 54 % en 2022. Los hombres registraron porcentajes mayores: 63 % de ellos tenía pareja en 2017, 64 % en 2020 y 61 % en 2022. En cuanto al tamaño del hogar, hombres y mujeres residen, en promedio, en hogares de tres personas.
En relación con los indicadores socioeconómicos, destaca una mayor escolaridad promedio en las mujeres, que han alcanzado 13,48 años en 2022, en contraste con un 12,76 para los hombres. La distribución de hombres y mujeres entre quintiles de ingresos es similar. En 2022, el 10% de hombres y mujeres ocupados se encontraban en el quintil 1 (el más pobre). Ese mismo año, el 23 % de mujeres ocupadas estaba en el quintil 5 (el más rico), al igual que el 24 % de los hombres.
Al analizar la distribución por sector económico y por sexo, se observa la conocida segregación horizontal por sexo. En el sector primario se encontraba solo el 5 % de las mujeres ocupadas en 2022, porcentaje que ascendió a 14 % en los hombres. El 9 % de las mujeres estaban ocupadas en el sector secundario ese mismo año, frente al 27 % de los hombres. En contraste, en 2022, en el sector terciario trabajaba el 86 % de las mujeres ocupadas, mientras que este porcentaje era 60 % para los hombres. Resulta importante destacar que la distribución a lo largo del país es similar entre hombres y mujeres. En la zona centro se encontraba el 67 % de las mujeres ocupadas y el 65 % de los hombres ocupados, sin variaciones significativas a través del tiempo.
Para hombres y mujeres existe heterogeneidad según tramos de edad (figura 2), ya que los mayores porcentajes de informalidad se presentan en personas con 55 años o más y en segundo lugar, en personas entre 18 y 25 años. Es decir, las tasas de ocupación informal tienen una forma de u: las personas jóvenes y los adultos mayores presentan una mayor probabilidad de trabajo informal. En ambos segmentos de edad, y para hombres y mujeres, han aumentado las tasas de informalidad en el tiempo.
Elaborada por las autoras con base en el Ministerio de Desarrollo Social y Familia (2017, 2020, 2022).
En la figura 3 se muestra la relación entre informalidad, sexo y corresidencia con personas potencialmente dependientes (menores de 18 y mayores de 60 años). Hombres y mujeres con dependientes muestran tasas de ocupación informal levemente mayores a sus pares sin dependientes y su porcentaje aumentó en el tiempo.
Elaborada por las autoras con base en el Ministerio de Desarrollo Social y Familia (2017, 2020, 2022).
Para considerar los múltiples factores asociados a la informalidad laboral en su conjunto, una mejor aproximación es estimar un modelo multivariado cuya variable dependiente es binaria (ocupación informal vs. formal). Específicamente, se estimará por máxima verosimilitud un modelo pooled probit (Greene 2004) para bases de datos de corte transversal repetidas:
donde yit es una variable binaria que toma el valor 1 si la persona tiene una ocupación informal en el mercado laboral en el año t. En el caso de xit se trata de un vector que contiene las características de la persona i y de su hogar en t: edad, edad de la persona más joven en el hogar, tener pareja, número de personas en el hogar, escolaridad, quintil de ingreso, sector económico en que trabaja (primario, secundario o terciario) y macrozona del país (norte, centro, centro sur, sur).
También se añadió un vector, Cuidait, que incluye identificadores de corresidencia de la persona i en t con personas menores de dos años, entre dos y seis años, entre seis y 18 años y personas de 60 años o más. Estas personas potencialmente dependientes podrían afectar la probabilidad de informalidad debido a la búsqueda de opciones más flexibles para conciliar cuidados y trabajo remunerado, especialmente en mercados laborales rígidos como el chileno.
Se
incluye una variable categórica, dt,
que considera los años de las encuestas CASEN: toma el valor 0 en el año 2017,
1 en 2020 y 2 en 2022. Finalmente, se agregó un término de error, it,
que representa factores no observables que influyen en la probabilidad de
informalidad y que varían entre personas y a través del tiempo.
En este modelo, la probabilidad de ocupación informal es una función no lineal en los parámetros a estimar. Particularmente, se utiliza una función de distribución acumulada normal, f(.), la cual asegura predicciones entre cero y uno, correspondientes a una probabilidad. Luego de la estimación, se calculan los efectos marginales promedio sobre la probabilidad de informalidad cuando varía una variable explicativa, manteniendo todo lo demás constante.
Primero, se estima un modelo probit clásico con toda la muestra de hombres y mujeres para cada año por separado. Luego, se estima el modelo pooled probit con la información de los tres años en conjunto, separando entre hombres y mujeres. También se exploran heterogeneidades según las responsabilidades de cuidado, separando a mujeres que conviven con grupos potencialmente dependientes y aquellas que no.
Finalmente, el modelo permite predecir la probabilidad de informalidad para hombres y mujeres, según las tres variables de interés que se relacionan con el análisis de la literatura previa y con las estadísticas descriptivas: edad para evaluar probabilidades de jóvenes y de personas próximas al retiro, año para analizar los efectos de la pandemia y responsabilidades de cuidado de menores de 18 años, para evaluar diferencias en la medida que crece la persona más joven del hogar. La hipótesis principal es que, controlando características observables, las mujeres tienen mayor probabilidad que los hombres de tener una ocupación informal y esta aumenta con las responsabilidades de cuidado. En el contexto de la pandemia por la covid-19 se espera un aumento de la probabilidad de informalidad, el cual se debería revertir con el paso del tiempo.
En la figura 4 se exponen los efectos marginales de un modelo probit de los factores asociados a la probabilidad de informalidad para los tres años analizados. La línea roja vertical marca un efecto marginal igual a cero, entonces, los coeficientes de la izquierda muestran factores relacionados negativamente con la probabilidad de informalidad y los de la derecha dan cuenta de factores relacionados positivamente con esta probabilidad. Cada círculo representa el efecto marginal estimado, con intervalos de confianza del 95 %. Las mujeres tienen mayor probabilidad de ocupación informal que los hombres y en 2020 el coeficiente creció. En este, las mujeres trabajadoras tuvieron, en promedio, 3,8 p.p. más de probabilidad que los hombres de 65 informalidad. Este efecto marginal disminuyó a 1,8 p.p. en 2022.
Los tramos de edad resultan ser estadísticamente significativos y distintos de cero. Antes de la pandemia (2017) eran las mujeres mayores quienes demostraban tener una mayor probabilidad de informalidad (8,7 p.p. más que las menores de 25 años) y no se observaban diferencias entre otros grupos etarios. A partir de la pandemia se evidencian diferencias por edad, demostrando que las mujeres de edades medias tienen menor probabilidad de informalidad que las menores de 25 años, pero el grupo de 55 años o más se acerca al efecto marginal de las jóvenes.
Respecto a los cuidados, tener menores de dos años se relaciona con una menor probabilidad de informalidad debido a que la muestra considera que se trata de personas ocupadas.
Es posible que las mujeres con menores de dos años vean favorable la formalización por el fuero maternal y por las medidas reguladas por ley respecto al acceso a salas cunas, a las asignaciones maternales y a los permisos por enfermedad o discapacidad de menores.[vi] Sin embargo, en la pandemia (2020) se observa que el efecto marginal de tener menores de entre dos y seis años se volvió positivo y estadísticamente significativo, sugiriendo que debido a que este tramo etario presenta menores beneficios de cuidados formales en el sistema, el empleo informal podría conciliar cuidados y trabajo remunerado.
Figura 4. Factores asociados a la probabilidad de informalidad
Elaborada por las autoras con base en el Ministerio de Desarrollo Social y Familia (2017, 2020, 2022). Nota: Todas las regresiones se controlan por quintil de ingreso autónomo del hogar.
La edad de la persona menor del hogar tiene asociado un efecto marginal negativo y estadísticamente significativo, pero modesto e igual a -0,1 p.p. para los tres años. A medida que crece la persona menor, disminuye la probabilidad de ocupación informal. Por su parte, personas de 60 años o más tienen un efecto marginal positivo y estadísticamente significativo antes y durante la pandemia. No obstante, en la pospandemia el efecto marginal se vuelve negativo y significativo, sugiriendo que la corresidencia con este grupo etario se relaciona de manera negativa con la informalidad, consistente con la repartición del trabajo doméstico y de cuidados en hogares extendidos (Herrera y Fernández 2025).
Tener pareja está asociado de manera negativa con la informalidad, resultando una probabilidad de 1 p.p. en 2017, 3 p.p. en 2020 y 1,5 p.p. en 2022. Esto se relacionaría con un mayor ingreso no laboral, permitiendo una mejor búsqueda de empleo. El tamaño del hogar ha cambiado su efecto marginal, pasando de disminuir la probabilidad de informalidad en 0,5 p.p. en 2017 a aumentar en 0,3 p.p. en 2022, lo que indica que en la pospandemia hogares más grandes implican una mayor carga de cuidados y, por lo tanto, un mayor requerimiento de empleo informal para su conciliación. La escolaridad constituye un factor protector en tiempos de crisis, ya que en 2020 esta variable estaba asociada negativamente con la probabilidad de informalidad (-2,1 p.p.). Este resultado no se observa otros años.
El sector económico explica parte de la informalidad. En el periodo prepandemia y comparado con el sector económico primario, trabajar en el sector secundario estaba relacionado positivamente con la probabilidad de informalidad (2,4 p.p.), y en menor medida el sector terciario (0,3 p.p.). Durante la pandemia crecieron los efectos marginales a 6,8 p.p. para el sector secundario, mientras que el sector terciario se diferenció del primario (4,6 p.p.). En la pospandemia los efectos marginales de los sectores secundario y terciario son similares y cercanos al 6 p.p., lo que sugiere una relación positiva mayor con la probabilidad de informalidad con respecto al sector primario. Finalmente, la zona también es relevante. Comparado con el norte, trabajar en otras zonas del país está asociado negativamente con la probabilidad de informalidad.
Para analizar las heterogeneidades según el sexo, se estima el modelo por separado para hombres y mujeres (figura 5). Para ambos, la edad es un factor significativo al momento de explicar la informalidad. No obstante, las magnitudes son mayores para las mujeres. En edades medias el efecto marginal resulta negativo, variando 67 entre -6,9 p.p. (entre 25 y 35 años) y -9,1 p.p. (entre 35 y 45 años). Aquellas personas que trabajan y que tienen 55 años o más, tendrían mayor probabilidad de informalidad en un 3,9 p.p. más en el caso de los hombres y un 2,8 p.p. en el caso de las mujeres.
También destacan las diferencias de sexo en los efectos marginales estimados para la presencia de menores en el hogar. En todos los casos son negativos para los hombres, mientras que las mujeres aumentan su probabilidad de informalidad en 1 p.p. si residen con menores de entre dos y seis años. Asimismo, se observa que la corresidencia con una persona mayor de 60 años disminuye la probabilidad de ocupación informal de las mujeres en 2,6 p.p., lo que sugiere una repartición del trabajo doméstico. Adicionalmente, tener pareja tiene signo contrario para mujeres (2,3 p.p.) y para hombres (-4,6 p.p.). Este resultado podría estar relacionado con el rol del hombre como principal proveedor, que debe tener a sus dependientes en el sistema de previsión de salud.
También se encuentran diferencias por sexo, sector económico y zona. Mientras las mujeres en el sector secundario tienen mayor probabilidad de informalidad (13,3 p.p.) que aquellas en el sector primario o terciario, para los hombres el efecto marginal es menor en el sector secundario (3,2 p.p.) y cercano en el terciario (4,8 p.p.). Respecto a la zona, las mujeres en lugares distintos al norte ven disminuida su probabilidad de ocupación informal, mientras que los hombres tienen mayor probabilidad de informalidad en el sur que en el norte (0,9 p.p.).
Figura 5. Factores asociados a la probabilidad de informalidad según sexo
Elaborada por las autoras con base en el Ministerio de Desarrollo Social y Familia (2017, 2020, 2022). Nota: Todas las regresiones se controlan por quintil de ingreso autónomo del hogar.
Analizando los años, la probabilidad de informalidad aumentó para las mujeres en el 2020 con respecto al 2017 (4,4 p.p.) y esta relación se mantuvo en 2022 (4,5 p.p.). Es decir, la pandemia habría aumentado la informalidad femenina, y ese shock no habría terminado para las mujeres, manteniendo una mayor probabilidad de informalidad respecto al periodo prepandemia, resultados consistentes con las investigaciones de Esquivel (2015) y del INE (2021). En el caso de los hombres, la probabilidad de informalidad ha ido aumentando con el tiempo, con un efecto marginal que varía desde 1,5 p.p. en 2020 a 4,8 p.p. en 2022.
En el caso de las mujeres, el modelo, al diferenciar entre “cuidadoras” (con menores de 18 y mayores de 60 años) y “no cuidadoras” (figura 6), muestra que todas las variables explicativas se comportan de manera similar, excepto tener pareja: para cuidadoras es 3,2 p.p. y es menor para no cuidadoras (0,5 p.p.).
Con base en las estimaciones de la Ecuación 1, es posible predecir cuál es la probabilidad de ocupación informal en la medida en que varía la edad, el año y las responsabilidades de cuidado entre las personas ocupadas.
Figura 6. Factores asociados a la probabilidad de informalidad de mujeres, según responsabilidades de cuidado
Elaborada por las autoras con base en el Ministerio de Desarrollo Social y Familia (2017, 2020, 2022). Nota: Todas las regresiones controlan por quintil de ingreso autónomo del hogar.
En la figura 7 se observa la predicción del modelo en función de los tramos de edad, según sexo. Se confirma lo observado a través de promedios simples: la probabilidad de informalidad es mayor para mujeres que para hombres en todos los tramos etarios. No obstante, en ambos sexos la probabilidad de informalidad es más alta para personas jóvenes que ingresan al mercado laboral, luego decae en edades medias y aumenta con fuerza para personas con 55 años o más. Este resultado es consistente con los resultados obtenidos por Aroca González, Cunningham y Maloney (2010).
La predicción del modelo para los años anteriores a la pandemia, durante la misma y en el periodo de la pospandemia (figura 8), indica que para todas las edades la probabilidad de informalidad aumentó durante la pandemia y que no ha retornado al nivel que tenía antes de 2017. Esto evidencia la lenta recuperación del mercado y que las políticas laborales deben considerar el ciclo de vida de las personas, dado que los y las jóvenes y las personas mayores presentan la más alta probabilidad de informalidad, sobre el 30 % después de la pandemia.
Figura 7. Predicción de la probabilidad de informalidad por tramos de edad y sexo
Elaborada por las autoras con base en el Ministerio de Desarrollo Social y Familia (2017, 2020, 2022).
Por último, la predicción de la probabilidad de informalidad en función de la edad de la persona más joven del hogar (figura 9), da cuenta de una brecha entre hombres y mujeres. En todas las edades de la persona menor existe mayor probabilidad de ocupación informal para las mujeres respecto a la probabilidad predicha para los hombres. Si bien la probabilidad es decreciente en la edad de la persona menor, la tasa a la cual decrece es de baja magnitud, lo que hace que la probabilidad de informalidad para las mujeres no baje de 27 %. En el caso de los hombres, esta se mantiene alrededor del 25 %. Los resultados presentados resaltan la importancia de complementar políticas laborales con políticas de cuidado (Cecchini y Martínez 2016; Esquivel 2015).
Figura 8. Predicción de la probabilidad de informalidad por tramos de edad, años y sexo
Elaborada por las autoras con base en el Ministerio de Desarrollo Social y Familia (2017, 2020, 2022).
Figura 9. Predicción de la probabilidad de informalidad según edad de la persona más joven en el hogar y sexo
Elaborada por las autoras con base en el Ministerio de Desarrollo Social y Familia (2017, 2020, 2022).
La informalidad laboral en Chile afecta particularmente a las mujeres, a los y las jóvenes y a las personas mayores de 55 años. Estos grupos enfrentan barreras específicas para acceder y mantenerse en el empleo formal, ya sea por la falta de experiencia, formación o por las responsabilidades de cuidado. En el caso de las mujeres, la carga de cuidados –agravada por la ausencia de un soporte institucional adecuado– constituye un factor determinante de la informalidad. Esta situación se profundizó durante la pandemia por la covid-19, cuando el cierre de establecimientos educacionales y salas cunas restringió aún más las opciones laborales de las mujeres debido al aumento de las demandas de cuidados en el hogar.
Las mujeres abandonan el empleo formal no solo porque asumen las principales responsabilidades de cuidado, sino porque no encuentran suficientes apoyos estatales para gestionar estas cargas. Aunque Chile ha implementado políticas de cuidado infantil como el derecho a salas cunas para trabajadoras formales, esta cobertura sigue siendo insuficiente y excluye a mujeres con trabajos informales o inactivas (INE 2021). Además, la informalidad reduce su capacidad de contribuir a la seguridad social, lo que tiene un impacto directo en su calidad de vida en la vejez (OIT 2020).
Cuando las mujeres tienen acceso a políticas de cuidado adecuadas es menos probable que abandonen el empleo formal. En países con sistemas de cuidados robustos, las mujeres permanecen activas en el mercado laboral, lo que contribuye no solo a su autonomía, sino también al crecimiento económico (EIGE 2017). La falta de un sistema integral de cuidados en Chile ha representado históricamente una de las principales barreras para el desarrollo profesional de las mujeres y para su inclusión sostenida en el empleo formal (Cecchini y Martínez 2016).
En este contexto, resulta relevante el rol del Sistema Nacional de Apoyos y Cuidados (Chile Cuida), cuya ley se discute en el parlamento chileno desde 2024. El proyecto reconoce el derecho al cuidado y establece un entramado institucional destinado a garantizar este derecho de manera gradual y progresiva (Fernández et al. 2023). Su implementación efectiva podría beneficiar a las mujeres trabajadoras al fortalecer la oferta pública de cuidados y facilitar la conciliación entre trabajo y familia. No obstante, su impacto dependerá de su alcance, financiamiento y capacidad para responder a quienes más requieren apoyo.
Es importante que las políticas laborales se enfoquen en el ciclo de vida. Jóvenes que comienzan sus trayectorias laborales en la informalidad enfrentarán barreras significativas para acceder a empleos formales. La falta de experiencia, el acceso limitado a capacitación y la precariedad de los primeros trabajos, impactan negativamente en su estabilidad a largo plazo (Maurizio 2021). Las políticas de inclusión laboral para jóvenes, entre las que se encuentran los programas de prácticas formales, son esenciales para reducir su informalidad (Morales y Van Hemelryck 2022). De manera similar, personas mayores de 55 años tienden a quedar atrapadas en la informalidad porque no perciben beneficios al cotizar para la seguridad social por estar próximas a la jubilación. Para este grupo, es vital que el Estado implemente incentivos para mantenerse en el empleo formal como la mejora de las pensiones y los programas de recapacitación laboral (CIEDESS 2021). Esto permitiría aumentar los ingresos en la vejez y reducir la vulnerabilidad económica.
Además, es fundamental un sistema de cuidados más inclusivo, que no solo se enfoque en el cuidado infantil, sino que también abarque a personas en situación de discapacidad y a personas mayores dependientes. El envejecimiento de la población en Chile implica una creciente demanda de cuidados, lo que afectará particularmente a mujeres de entre 30 y 55 años a cargo de cuidados familiares (Cecchini y Martinez 2016). En este contexto, el diseño del programa Chile Cuida representaría un avance significativo al reconocer el derecho al cuidado y ofrecer un sistema de apoyos más integral (Fernández et al. 2023). En efecto, fortalecer programas de atención a largo plazo para personas mayores y dependientes podrían reducir la carga de cuidados y permitir a las mujeres permanecer en el empleo formal, mejorando su desarrollo profesional e incrementando la equidad en el mercado laboral.
Finalmente, se debe repensar la flexibilidad en el empleo formal para permitir que personas con responsabilidades familiares puedan mantenerse activas laboralmente, sin tener que recurrir a la informalidad. Las políticas de conciliación entre la vida laboral y la familiar deben ser una prioridad para reducir la informalidad y para asegurar una participación más equitativa de género (Esquivel 2015; Madero-Cabib 2019). El acceso a trabajos flexibles formales, junto con el fortalecimiento del sistema de cuidados y de protección social, permitiría a las mujeres tener trayectorias laborales formales permanentes.
Esta investigación fue apoyada por la Iniciativa Científica Milenio de la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (proyecto ICS2019_024) y por el Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social de Chile (proyecto COES ANID/ FONDAP/1523A0005).
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Notas
[i] Se reconoce la diferencia conceptual entre “sexo” cuando se refiere a las características biológicas y al “género” en lo que tiene que ver con las construcciones sociales, las identidades y los roles. Esta distinción es binaria, pero en la práctica se distinguen identidades de género no binarias que desbordan esta categorización. Pryzgoda y Chrisler (2000) presentan una discusión conceptual y su uso empírico.
[ii] Arim y Amarante (2015) desarrollaron un modelo teórico comparando incentivos de empresas y de personas para participar formalmente en el mercado del trabajo, respecto a mantenerse en la informalidad.
[iii] Base Internacional de Distribución de Ingresos (I2D2) del Banco Mundial (2013).
[iv] En Chile existe un sistema de aseguramiento de salud obligatorio que puede ser público, en este caso el Fondo Nacional de Salud (FONASA), utilizado por el 77 % de la población, o privado, a cargo de instituciones de salud previsional (ISAPRES) y a elección de las personas. Las contribuciones varían según nivel de ingresos (Flores y Rodríguez 2021).
[v] El sistema de capitalización individual chileno es obligatorio y financia las pensiones futuras. Las personas ocupadas depositan un porcentaje de su remuneración en una administradora de fondos de pensiones (AFP).